¿El perro llegó al hombre o el hombre llegó al perro?

Las razones y circunstancias de cómo el perro llegó al hombre y de cómo el hombre a su vez llegó al perro han sido motivo de múltiples conjeturas, teorías, especulaciones y certezas, a lo largo de muchísimos años.

Konrad Lorenz primero pensó que el perro derivaba del chacal o del lobo, según fuera su raza. Tiempo después notó su error y sostuvo que el lobo era el único padre del perro.

A pesar de que los perros conviven con el hombre desde hace ya mucho tiempo, más de 30.000 años según algunos estudios, parte de su comportamiento y estructura tienen sus orígenes claros en la vida de sus ancestros silvestres.

Esto responde, en los perros, a una herencia directa de sus abuelos: los lobos, que deben ser totalmente autosuficientes para poder sobrevivir.

El mítico y admirable Konrad Lorenz, eximio Premio Nobel de Medicina en 1973 por sus estudios en conducta animal, llegó a asegurar, equivocadamente, que el perro derivaba del chacal y del lobo, según su estirpe y ubicación planetaria.

Años después se desdijo y en un acto poco común en la ciencia moderna reconoció su error y le dio todos los créditos del origen del perro al acosador de Caperucita Roja, que tal vez para reivindicarse de su mala fama de villano de los cuentos nos legó este hermoso regalo de Bobby, Colita, Lassie y Rin Tin Tin.

Una de las teorías posibles, pero poco probable, para que fuera considerada como la única y fundamental, es la que habla de lo que miles de años después se estudiaría y conocería como: impronta, imprinting, troquelado o impresión.

Esta teoría conocida como darwiniana pura y planteada por Lorenz en sus libros, explica que el hombre prehistórico vagando por los campos tropezó con un cubil repleto de cachorros y que lejos de reaccionar violentamente se enterneció, alzó a uno de ellos y lo llevó a la cueva con sus mujeres. Estas estaban todas lactando ya que ni hablar de programación familiar, mucho menos de píldoras o de anticoncepción. Esa hembra humana que lactaba durante casi todo el año, ofreció sus pezones y su alimento a este cachorro al que troqueló, imprimió o improntó con la imagen del ser humano como especie materna, sometiéndose a él, según lo expuso miles de años después el maestro Lorenz.

La teoría cerraba si se complementaba afirmando que los múltiples e hipotéticos casos ocurridos en diferentes lugares del planeta se continuaban luego, a lo largo de años y siglos, con cruzamientos dirigidos según las necesidades del hombre o las habilidades descubiertas en su reciente nuevo amigo.

De esa forma simple y romántica se pretendía explicar la variabilidad genética del perro, expresada en las más de 550 razas existentes a la fecha, la fidelidad, la mansedumbre, la ductilidad y el sometimiento. Aspectos que definen a este animal como el mejor amigo del hombre.

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Lorenz afirmó que, casi por casualidad, el hombre encontró en diferentes lugares y oportunidades cachorros de lobo que “imprimieron” la imagen humana como la de su especie materna, y así surgió el perro.

Todo muy lindo pero esta teoría no alcanzaba a explicar muchas cosas.

El lobo se acercaba al hombre por conveniencia y lo ayudaba a cazar, potenciando las acciones y haciéndolo con métodos semejantes.

El hombre empezó a observar que esa presencia le convenía y lo asoció a sus cacerías recompensándolo con los restos de comida de lo que obtenía de la caza. Se selló así un trato perfecto: “Te ayudo a cazar y compartimos el botín”.

Hasta aquí el hombre actuaba por obra de la casualidad y de la observación, y el animal aceptaba. Pero parece que la cosa era mucho más compleja.

Un matrimonio de biólogos norteamericanos, Lorna y Raymond Coppinger, plantearon una vuelta de tuerca muy interesante y por demás inteligente. Según esta pareja, el lobo se acercó al hombre tentado por los restos que quedaban de la cacería y en ese acercamiento, la población de lobos se dividía en dos grandes grupos: uno más valiente y manso que se acercaba muy suelto y tranquilo al hombre, y otro grupo más tímido y reticente que mantenía una distancia mayor.

El hombre ejerció sobre este grupo de lobos, más cercanos y menos tímidos, más corajudos tal vez, una selección dirigida según lo que le interesaba lograr.

Con el correr del tiempo, este procedimiento reiterado determinó características específicas en las crías, esas que luego serían las condiciones propias distintivas de las futuras razas.

Los Coppinger sostuvieron que la teoría de Lorenz no explicaba los grandes cambios de forma y temperamento ni la variabilidad genética del perro con su ancestro el lobo.

Según los Coppinger, ocurrió primero una selección espontánea de los lobos, que se dividieron naturalmente en dos grupos: los valientes que se le acercaban y los más tímidos que se le alejaban. Sobre el primer grupo, los que se le acercaban más, el ser humano actuó seleccionado y criando a algunos.

De esta forma, fueron surgiendo las diferentes razas, según los gustos y necesidades humanas.

Hasta aquí un avance para comprender el circuito desde el lobo al perro, pero aún no quedaba claro cómo desde el lobo de colores puros y miméticos con el ambiente, de orejas erectas, se lograba pasar a un animal de tamaños diversos, de colores variados, de voces diferentes (el lobo no ladra, aunque puede aprender a hacerlo), de orejas dobladas y péndulas.

Todo esto derivó en un animal de características especiales cada vez más alejadas del lobo.

Según el matrimonio Beliáyev, tal vez la mansedumbre, potenciada por los cruzamientos entre los ejemplares de la población de lobos que se acercaban más al hombre, estaba asociada a los cambios de forma, tamaño, estructura y color de los hijos de esos lobos: “los nuevos perros”.

La respuesta la darían unos rusos, insólitamente en plena Guerra Fría, complementando a la teoría expresada por dos norteamericanos.

Dimitri Beliáyev y su esposa (la “Belayeva”) trabajaban en un criadero de zorros donde obviamente los pelajes eran todos uniformes y con una mayoría de animales ariscos.

Sin embargo, observaron que había un grupo de animales más mansos, más curiosos, que se acercaban al ser humano sin miedo y sobre ellos trabajaron juntándolos por más de 10 años (cuarenta generaciones).

Y cruzando animales mansos notaron que a esa mansedumbre se asociaban cambios estructurales y físicos como el color del pelo, la forma y posición de las orejas, la aptitud, el ciclo reproductivo, etc.

Este estudio permite explicar el mismo fenómeno en los perros. Es decir, la mansedumbre, el inicio de la domesticación, involucraba también un nuevo zorro manso o un casi perro.

Sobre estas bases se fundamenta hoy la explicación de cómo el hombre llegó al perro o mejor dicho de cómo el lobo llegó al hombre y se convirtió en perro sellando ese acuerdo, ese contrato animal en el que el hombre propuso alimentarlo de día para que el recién llegado perro lo cuidara de noche. Ese contrato que se selló hace más o menos 30.000 años y sigue vigente hoy en día a pesar de todo.

Dimitri Beliáyev y su esposa comprobaron la teoría de los Coppinger en zorros, luego de cruzar a los más mansos entre sí y verificar cambios de color y estructura a lo largo de las generaciones.