El estado actual de esta obra de Eliano 1 , tradicionalmente conocida por su título latino, Varia Historia , presenta algunas extrañezas que dificultan una recta valoración. La primera de ellas es el propio título. La tradición manuscrita coincide con Suda en llamarla Poikílē Historía. Estobeo y Esteban de Bizancio, en cambio, nunca utilizan este nombre para citar la obra de Eliano. El primero se refería a ella como Symmiktós Historía , «Miscelánea Histórica», y el segundo utilizaba la denominación de Historikḕ Diálexis , algo así como «Diálogo de Historia».
La Poikilía era una propiedad definida, literalmente, por la variedad de colores. Se aplicaba, metafóricamente, a la variedad, diversidad, complejidad, sutileza de las cosas y personas. Era una cualidad en auge en la época de los sofistas, manifestación positiva del reto al que la amplitud de intereses intelectuales y la erudición los avocaba. Clemente de Alejandría escribía así de sus Tapices , una obra del mismo género que la Varia Historia de Eliano: «Las flores de los más variados colores esparcidas por la pradera y los árboles frutales plantados en el jardín no se han distribuido según sus diversas especies. De la misma manera, algunos eruditos compusieron compendios, dotados de variados colores, a los que llamaron Praderas, Helicones, Mieles y Peplos. Nuestros Tapices se han compuesto con inmensa variedad, como una pradera, con los recuerdos que libremente venían a la memoria, sin preocuparnos por su orden o ubicación en el discurso, esparcidos en voluntario caos» 2 .
En un intento de enlazar con la tradición renacentista, la obra sería merecedora de la consideración de Silva. Para el DRAE , «silva», en su primera acepción, significa «colección de varias materias o especies, escritas sin método ni orden» 3 . Bien se adecua la obra de Eliano a esta categoría literaria. El desorden llega a tal extremo que en la obra faltan el prólogo y el epílogo. Esta circunstancia añadida a las frecuentes repeticiones de capítulos, especialmente abundantes en los últimos libros, a la extrema brevedad de algunas anécdotas, que llega a dificultar su comprensión, y a los quince primeros capítulos del Libro I , consagrados a la zoología y que más parecen restos de la Historia de los animales que partes integrantes de esta otra obra, han permitido concebir la sospecha de que nos encontramos ante un original inacabado. Quizás la muerte sorprendió al autor antes de que pudiera concluir su trabajo. Si fue así, se impone admitir que Eliano escribió otras obras históricas que se perdieron en el transcurso de las edades, pues sus Historias curiosas no bastarían para justificar la afirmación de Filóstrato sobre la fama que el autor consiguió gracias a su labor de historiador 4 .
Pero los males del texto no terminan aquí. Indicios hay para concluir que las Historias curiosas sufrieron un proceso de abreviación en época bizantina. Algunos pasajes comienzan por la partícula hóti , típica del epítome 5 . Y lo que es más significativo: Estobeo en su Florilegio recoge algunas anécdotas de Eliano en una versión más extensa y elaborada que la transmitida por los manuscritos 6 . Es probable que en este caso deba darse prioridad a la tradición indirecta que reflejaría el texto original, tal y como podía leerse a fines de la Antigüedad.
Carentes de una declaración expresa de intenciones por parte del autor, que habría debido de figurar en los inexistentes prólogo y epílogo, se debe recurrir a su otra gran obra, la Historia de los animales , para conocer las pretensiones de Eliano. Dos son las ideas que vertebraron su miscelánea zoológica y que podrían aplicarse también a la composición de las Historias. La primera de ellas es su decisión de apartarse de la vida y actividad sofística. Eliano proclamó su voluntad de renunciar a la búsqueda de honores, poder y fama, bienes que se conseguían a través de la actividad pública y política. A cambio, decidió dedicar sus esfuerzos al saber y a la composición de obras que, en palabras de Filóstrato, merecen el apelativo de históricas. Precisamente el biógrafo de los sofistas parecía conocer las razones expuestas en la Historia de los animales cuando escribía su breve noticia sobre Eliano. Pero también sabía de otra razón que Eliano silenció: el de Preneste estaba tan mal dotado para la declamación que abandonó la práctica de la oratoria 7 .
La segunda declaración que aquí interesa gira en tomo a las pretensiones literarias del autor. Sus palabras no merecen ser glosadas, sino transcritas: «Desde luego bien sé que otros se han interesado ya por estos temas. Pero yo he reunido todo el material que he podido, le he puesto el vestido de un lenguaje sin pretensiones y estoy convencido de que mi trabajo es un tesoro nada desdeñable» 8 . Los méritos de Eliano en el cultivo de lenguaje deben ser reconocidos, especialmente en quien tenía como lengua materna el latín. Tanto empeño puso en sus años de formación, esfuerzo mantenido siempre, que la lengua griega de Eliano puede ponerse como ejemplo perfecto del éxito del aticismo 9 —se permite la utilización del dual, número gramatical ya obsoleto entre los autores del s. v a. C.—. A pesar de los intentos de algunos eruditos modernos, es casi imposible detectar en la lengua de Eliano la influencia del latín, una influencia poderosísima, no obstante, incluso entre las variedades cultas del griego hablado 10 . El mismo reconocimiento debe dirigirse a la buscada simplicidad, tan bien conseguida que llega, en ocasiones, a aburrir. Quizás, en esta voluntad de no explorar todas las posibilidades del lenguaje deba encontrarse una pista para el modo en que estas obras se leían: abriéndolas al azar, sin exigir continuidad ni en el tiempo ni en el relato, aumentando así el efecto de la variedad, evitando también la monotonía de la sencillez.
La edad imperial fue la edad de plata de la oratoria griega 11 . La elaborada preparación de aquellas piezas retóricas, y de toda la restante producción literaria profundamente influida por la disciplina, sólo era posible gracias a un proceso educativo largo y complejo que finalizaba en la madurez del autor. La dificultad no sólo estribaba en el dominio de las técnicas de la retórica y de la oratoria, con la suprema culminación del discurso improvisado, sino que este dominio debía aplicarse a un mundo distinto del presente, a un pasado documentado y recreado como experiencia literaria. La recreación de ese pasado tenía un aspecto lingüístico —la recuperación del dialecto ático del s. v a. C.—, pero iba acompañado de la contextualización histórica que exigía el control de los más mínimos detalles de un mundo que ya no existía 12 . El mayor pecado en que un sofista podía incurrir era el anacronismo, ya fuera lingüístico, utilizando expresiones no documentadas en los autores clásicos, ya fuera simplemente histórico.
La sobrevaloración de la exactitud y del rigor, de la akríbeia para usar el término preciso, era consecuencia directa de un programa educativo 13 que obligaba a los niños a iniciarse en la lectura con Homero, es decir, con unas obras con diez siglos de antigüedad y que ya habían sido compuestas forzando la artificialidad de la lengua. La atención a estos pormenores no hacía sino agudizarse con la labor del gramático, nivel intermedio de la educación obsesionado por la correcta comprensión de aquellas lecturas antiguas y, por lo tanto, por la acumulación de erudición. Cuando el joven accedía a la escuela del sofista se encontraba en condiciones para poner en práctica y darle valor a todo lo aprendido, que le debía servir de contexto y de reserva intelectual para la composición de sus discursos.
Es lógico, por tanto, que en este sofisticado ambiente cultural surgieran multitud de obras destinadas a facilitar la tarea de aprendizaje e investigación anticuaria. La mayoría de ellas fueron obras de gramáticos que así proporcionaron los instrumentos básicos para la actividad sofística. Léxicos, diccionarios y colecciones de expresiones áticas favorecieron la correcta recreación de una lengua artificial 14 . Pero a la vez, se convirtieron en obras de referencia para una erudición que necesitaba del estudio constante. No sólo el estudiante, sino también el orador profesional, e incluso el público de aquellas producciones, necesitaba mantener fresco el recuerdo de aquel lejano mundo. Pero esta pretensión les habría obligado a la lectura permanente de todo el legado literario. Ante la imposibilidad real de afrontar aquella ingente tarea es comprensible que las obras dedicadas a la erudición, si conseguían salvar la dificultad del estilo, encontraran no poco eco entre el público menos exigente 15 . Pero de este público nunca llegaron a formar parte los estratos sociales inferiores, pues la artificiosidad de la lengua literaria era una barrera insalvable, sino entre la base social de los pepaideuménoi , de los «hombres instruidos» 16 .
Es interesante reconocer que dos de los más importantes autores de misceláneas fueron sofistas de origen latino, Favorino 17 y el propio Eliano, y que el género cuenta con una excelente muestra en la lengua del Lacio, las Noches áticas de Aulo Gelio 18 . Quizás su público, tradicionalmente ajeno a las profundidades eruditas del legado literario griego, diera una calurosa bienvenida a estas muletas intelectuales, convertidas ellas mismas en obras menores de la literatura.
En la formación del pepaideuménos convergían diversas disciplinas que se abordaban desde la primacía de la retórica: la filosofía, la gramática, la medicina, la historia, el arte, la mitología e incluso la religión eran áreas de obligado estudio para el aprendiz de sofista 19 . De todas ellas necesitaba conocer múltiples detalles; de todas ellas era posible extraer multitud de anécdotas con las que poblar las misceláneas. La alteración retórica de las disciplinas afectaba, en los siglos del Imperio, especialmente a la filosofía. Los sofistas se creían rivales, y vencedores, de los filósofos, sobre todo de Platón, cuyas doctrinas vulgarizaban hasta la extenuación 20 . En realidad, Platón era, junto con Homero, el autor más leído y citado. Pero esto no se hacía por simpatía por sus ideas sino, fundamentalmente, porque sabían reconocer el valor literario del filósofo 21 . Es manifiesto en el caso de Eliano. Sócrates y Platón, pero también Pitágoras o los Cínicos pueblan su obra, pero nada, o casi nada, se encuentra en ella de sus enseñanzas, sino, en la mayoría de los casos, anécdotas de su vida impúdicamente inventadas por él mismo o, lo que es más probable, por sus fuentes.
Otros campos del saber tampoco escaparon a esta suerte de depredación intelectual. Eliano, como tantos otros en su género, prestó atención a las curiosidades anticuarias del lenguaje, discutiendo el uso particular que del verbo «inspirar» se hacía en Esparta 22 . La medicina, por su conexión con la filosofía, también provocó su interés 23 ; la historia del arte, con noticias sobre la incapacidad de algunos para disfrutar de la belleza o el recuerdo de obras sorprendentes pero inútiles 24 . Las prácticas y creencias religiosas de la Antigüedad eran campo abonado para la acción del compilador.
Precisamente tres capítulos dedicados a la crítica del ateísmo —II 23 y 31 y IV 28— permiten comprender la perspectiva retórica de toda la obra. Ésta no estaba compuesta por su interés en la remota antigüedad griega, sino por el uso que de aquel pasado podía hacerse en el presente. Los tiempos de Eliano eran de confusión religiosa. Fueron definidos, hace ya muchos años, como una «época de angustia» 25 . El rechazo de aquellos griegos que negaron la existencia de los dioses y el elogio de la religiosidad bárbara que mantenía viva su fe en la providencia divina y en sus señales, estaban de plena actualidad en un mundo que vivía el auge de los cultos orientales en detrimento de la religiosidad cívica tradicional 26 . Esa mirada al presente podría señalarse para muchas otras anécdotas. Baste con algunas: muerte de Hefestión y muerte de Antínoo; conspiración contra Darío y contra Adriano; Gelón devolviendo el poder al pueblo y Augusto 27 , etc. El pasado servía como código para enunciar y comprender el presente.
La potencialidad y el último destino retórico de la erudición que Eliano exhibe es evidente en el mismo texto de sus Historias. Muchos sucesos están narrados como enunciados de los progymnásmata retóricos, de los ejercicios preparatorios que eran el escalón que conducía directamente a la composición del discurso 28 . En IV 8, por ejemplo, se tratan repentinos cambios de fortuna, ejemplificados con el éxito tebano frente a Esparta, con la milagrosa recuperación de Dionisio I frente a Cartago y la no menos sorprendente de Amintas, la venganza terrible de Ocos, al que los egipcios creían indolente, la vuelta de Dion exiliado y la inaudita victoria naval de los siracusanos en inferioridad de condiciones. Con todos y cada uno de estos episodios se hubiera podido construir una melétē , ejercicio complejo en el que el orador asumía la personalidad de algún protagonista del pasado 29 . El destino inesperado de algunas decisiones, la consolación, el elogio, la descripción de lugares y tantos otros temas pueblan la obra. Cada capítulo podría generar un discurso o incorporarse en alguno de ellos 30 .
En ocasiones el propio Eliano no puede resistirse y compone, él mismo, el ejercicio, dando lugar a algunos de los capítulos más extensos de la obra. Es el caso del valle del Tempe, ejemplo de ékphrasis , descripción, cuyo preámbulo no puede ser más instructivo sobre sus intenciones (III 1): «Vamos a describir y modelar con palabras aquella región tesalia llamada Tempe, pues debe admitirse que el verbo, si está dotado de fuerza descriptiva, consigue representar con una eficacia no menor a la de los mejores artistas manuales aquello que se propone». Incluso este tipo de ejercicios se incluye en la narración mitológica, cuyo desarrollo detiene para ofrecer un ejemplo de virtuosismo 31 .
El lector de las Historias encontrará, no obstante, que algunos capítulos están dedicados a asuntos de nula importancia o, sencillamente, absurdos, que podría considerar desperdidos del ingenio. Sería el caso de aquellas anécdotas dedicadas a prostitutas 32 , hombres de extremada delgadez, el lujo desmedido de los generales de Alejandro, la colección de amores ridículos, o calvicies vergonzantes 33 . La clave para entender la importancia que los sofistas concedían a aquellos asuntos que no la tenían o que parecían paradójicos —ádoxa, parádoxa eran las expresiones precisas 34 — se encuentra, de nuevo, en Filóstrato cuando decía: «El elogio del loro y cuanto elaboró Dion con esmero sobre asuntos intrascendentes no hay que estimarlos nadería sino obra sofística, pues es propio de un sofista tratar con seriedad tales cosas» 35 .
La composición de misceláneas no atendía, no podía atender, sólo a necesidades literarias y educativas. El Renacimiento Griego no era, en esencia, un movimiento intelectual, sino una reacción política ante Roma a la búsqueda de una nueva identidad griega para los nuevos tiempos del Imperio 36 . De ahí la importancia de la selección de las anécdotas que contribuían a trazar, si se quiere, una suerte de retrato impresionista —de nuevo con la primacía del color y su variedad— de la esencia griega.
Esto era así, sin duda, en el caso de las Historias curiosas de Eliano. En el abigarrado conjunto, pletórico de aparente caos, se pueden descubrir algunas líneas principales que vertebran la personalidad colectiva griega. Podría, a lo largo de la obra, trazarse un catálogo de actitudes, ideas y principios propios de los griegos por oposición a desviaciones, normalmente por influencia extranjera o por debilidades morales, y a comportamientos bárbaros que ofrecen el antimodelo. Así, los griegos desprecian la riqueza, tienen vocación de servicio público, aman la belleza, son personas piadosas, saben morir con dignidad y sus mujeres saben regirse con modestia. Frente a eso, el amor a la riqueza, el enriquecimiento de los políticos, el abuso tras la victoria, el gusto por la molicie, la desmedida afición por el vino e incluso el analfabetismo serían algunas de las conductas desviadas y bárbaras. Ejemplos de los primeros fueron Efialtes, Epaminondas, Sócrates, Platón, Aristóteles y tantos otros personajes que encarnan la dignidad del helenismo. Contramodelos serían los diversos reyes persas, con Jerjes a la cabeza, pero también muchos de los reyes helenísticos y de los tiranos sicilianos que pululan en la obra, así como también los bizantinos y los sibaritas, ejemplo máximo de la tryphé , la molicie. Mención aparte merecen Alcibíades y Alejandro. El primero se presenta como ejemplo desgraciado del fracaso de la paideía , de la educación griega, de cómo un discípulo del mejor griego, Sócrates, pudo dar muestras de un comportamiento tan degenerado. Alejandro, por su parte, no se libra del juicio ambivalente que compartían la mayoría de los contemporáneos de Eliano 37 . La admiración por su gran obra militar está presente en todos los capítubs en los que se le recuerda. Pero su fama no le libra de ser censurado por sus abusos y torpezas: la pretensión de ser divinizado, su afición al vino, la envidia de sus generales, su insensibilidad artística, lo desmedido de su cólera que lo llevó a obrar, en definitiva, «a la manera bárbara».
Una de las cuestiones que más ha preocupado a la crítica moderna cuando estudia la Segunda Sofística es el silencio de Roma. La ausencia de la dueña del mundo en las obras de los intelectuales griegos se ha querido ver como una muestra de oposición política 38 o, al menos, como la prueba de un cierto descontento griego ante un presente que sólo era sombra de su grandeza pasada. Y así, desde esta perspectiva, el recuerdo permanente del pasado clásico sería una vía de escape frente a las miserias y frustración que la dominación extranjera generaba 39 . Es difícil creer que esto fuera así cuando, si se mira la peripecia vital de los más claros representantes del movimiento, no se vislumbra en ellos ninguna muestra de oposición; más bien, al contrario, satisfacción por la colaboración con el poder imperial. Este sería el caso de Dion, Aristides, Filóstrato y, aunque no se le pueda considerar propiamente un sofista, Plutarco. Por eso también resulta difícil admitir la última propuesta de explicación de este curioso fenómeno, que pretende la existencia de una doble personalidad, política y romana, cultural y griega 40 . Pero nadie —patologías aparte— puede vivir escindido de esta manera.
El caso de Eliano y de su Historias puede arrojar alguna luz en el debate. Eliano, un romano que nunca ha salido de Italia, que participa plenamente del movimiento sofístico, de manera atípica incluye a Roma en su obra. Para Eliano, Roma comparte valores con Grecia: las mujeres son modestas y castas, los hombres se comportan con moderación, valentía, aman la belleza y conocen, como los griegos, las virtudes de la pobreza. Roma tiene también un pasado mítico —Rómulo y Remo, ausonios—; Italia es uno de los mejores lugares del mundo donde vivir conforme a los preceptos del elogio 41 . Eliano se proclama romano y se enorgullece. Y no obstante, debe excusarse por hablar de Roma; debe abreviar sus noticias sobre Roma. Quizás el asunto no sea más que literario: Roma no debería figurar en los discursos de los sofistas puesto que Roma no formaba parte de aquel pasado idílico en el que vivían aquellas obras. Este era el principio que Eliano intentaba romper tímidamente. Pero esta norma, puramente escolástica, no se aplicaría cuando los sofistas escribían obras que no estaban destinadas a la escuela. No hay mejor ejemplo que uno nacido de la pluma de uno de los más grandes sofistas: Elio Aristides y su discurso A Roma.
Las novelas griegas participaban, junto con las misceláneas, del hecho de vivir en los márgenes de la producción sofistica 42 . La ubicación en el pasado, el purismo lingüístico, el esfuerzo por definir una identidad griega frente al bárbaro y, posiblemente, también el público, los miembros de la elite intelectual, eran algunos de sus lugares de encuentro. Pero las novelas comparten con las Historias otro interés común: la experiencia erótica 43 . A lo largo de toda la obra están sembrados capítulos que Eliano consagra al amor: hetairas, homosexuales —con sus prácticas aceptadas socialmente y sus desviaciones y paradojas—, amores absurdos —zoofilia, amores con estatuas—, amor conyugal, matrimonio. Toda la experiencia amorosa griega está recogida en la obra, pero no toda está tratada en pie de igualdad. Y en esto, de nuevo, coincide con la novela.
La novela griega era heredera de la tradición erótica clásica, que bebe de la lírica y de la comedia fundamentalmente, pero la sometió a modificaciones. En la novela se prima el valor de la pareja, el amor conyugal y su destino último, el matrimonio. Eliano, por su parte, aunque recoge todas las muestras del espectro clásico —fundamentalmente por el valor de la erudición—, también se inclina por las nuevas formas de amor centradas en la pareja que en su tiempo se imponían. El ejemplo más claro es la historia de la focea Aspasia, amante de Ciro y, más tarde, de su hermano Artajerjes (XII 1). La potencialidad narrativa, novelesca, del cuento se observa incluso en su extensión. La relación entre Aspasia y Ciro, aunque no podía considerarse matrimonio «llegó a convertirse en una unión entre iguales, sin ninguna diferencia con la concordia y castidad de un matrimonio griego» 44 . Igualmente interesante para comprender la evolución del sentimiento amoroso griego es la posterior relación entre Aspasia y Artajerjes, en la que la mujer acaba sustituyendo al mancebo con el que el bárbaro se sentía especialmente unido. Las nuevas formas de amor y la nueva valoración de la mujer que triunfaban en el Imperio se trasladaban así al pasado idílico que la erudición había creado.
El problema de las fuentes 45 que Eliano utilizó para la composición de sus Historias curiosas es irresoluble. Hay tres grandes razones para esta afirmación: la primera, que Eliano evita en la mayor parte de sus pasajes indicar el origen de la noticia; la segunda, que se ha perdido la mayoría de la literatura intermedia entre aquellos textos clásicos que sirven de referencia última y la obra de Eliano; la tercera, la variedad de intereses del escritor que necesariamente conduce a una infinidad inabarcable de fuentes. No obstante, algunas inferencias pueden hacerse, si se opta por procedimientos y métodos modestos, seguros de no resolver la «cuestión de las fuentes», pero conscientes de poder conseguir una percepción cabal del método de trabajo de este y otros escritores eruditos de la época. Las vías propuestas son tres: identificar los autores citados como fuentes y aquellos otros autores utilizados pero silenciados; establecer la comparación con autores coetáneos de misceláneas para intentar descubrir dependencias entre ellos o con otras obras previas del mismo carácter; determinar el proceso, en aquellos casos conocidos, de transformación de la noticia original y conocer así los procedimientos intelectuales de la creación literaria.
Eliano tiene a bien indicar el nombre de unos treinta y dos autores que están en el origen directo de las noticias de más de cincuenta capítulos —aunque esto no significa que Eliano recurriera a ellos; en muchos casos no se trata sino de citas de segunda mano—. Son los siguientes: Alcmán, Anaxarco, Androción, Arquéstrato, Aristófanes, Aristóteles, Calímaco, Caronte de Lámpsaco, Anaxilco, Cratino, Critias, Damón, Dion de Colofón, Éforo de Cumas, Epicuro, Epitímides, Esopo, Éumenes de Cardia, Éupolis, Eurípides, Filípides, Heródoto, Homero, Jenofonte, Mimnermo, Pausanias, Píndaro, Platón, Posidipo de Pela, Teofrasto, Teopompo, Timeo y Tucídides 46 . A estos habría que añadir referencias genéricas a la Comedia 47 y a unas Historias de Síbaris 48 traídas a cuento de las miserias de un pedagogo de la ciudad. Quizás para cualquier otro historiador de la Antigüedad la posibilidad de citar una treintena de autores como fuentes de sus noticias sería un logro inaudito, pero en este caso sólo testimonia la nula trascendencia que para Eliano tenía dar a conocer el origen de sus relatos. La obra, a pesar de lo limitado de su extensión, tiene más de 460 capítulos, repartidos en su catorce libros; y más de un capítulo contiene varias anécdotas que con seguridad podrían remontarse a referencias literarias diversas. La comparación con el número de autoridades citadas hace sospechar que estas eran más un nuevo artificio literario que preocupación por un riguroso método histórico.
Por otra parte, la filología moderna ha sabido establecer la filiación de algunos pasajes aunque Eliano no citara la fuente de inspiración. Algunos ejemplos son manifiestos 49 . En VIII 1 se recuerda a Sócrates hablando de su Genio, cuya voz le impelía a no actuar. Deriva esta noticia, fielmente, del Téages platónico. Otro tanto puede decirse de XIV 5, cuando afirma Eliano la generosidad de los antiguos atenienses, quienes permitían ejercer las magistraturas a aquellos extranjeros que lo merecieran. La dependencia del Ion está fuera de toda duda. Isócrates 50 , Jenofonte 51 y, especialmente, Heródoto 52 , por la variedad de sus intereses, proporcionaron a Eliano materiales para su composición.
La larga lista de autoridades, explícitas o tácitas, remite, de nuevo, al ambiente cultural griego de época imperial. Los autores más citados son Homero 53 y Platón, este último especialmente por su valor literario y no tanto por sus doctrinas filosóficas. Coincide así con cualquier otro escritor de la época: Elio Aristides, Dion de Prusa y tantos otros mostraban predilección por estos dos pilares de la cultura griega. Lo mismo podría decirse de Isócrates, cuyas ideas impregnaban todo el sistema educativo. Explicación hay para la ausencia de Demóstenes, aunque sea recordado en algunas anécdotas: el carácter de la obra, lejano de los discursos políticos que encontraban su inspiración en el orador ático. La presencia de historiadores, de Heródoto a Jenofonte, pasando por Tucídides, no sólo se debe a la esencia misma de la obra sino a la importante influencia que estos escritores tenían en el ciclo formativo de los oradores de la época. Los ejercicios retóricos, los progymnásmata , se nutrían de las anécdotas y episodios que se encontraban en los clásicos libros de Historia; aquellas noticias servían para componer discursos que los amplificaban, completaban y modificaban todo cuanto fuera necesario para conseguir el efecto perseguido sobre el público 54 . Y el propio Eliano no pudo escapar a su propia formación. Un ejemplo bastará: en II 14 Eliano recuerda la devoción de Jerjes por un plátano al que adorna con artificios impropios de su belleza natural. La pequeña anécdota de Heródoto ha sido transformada retóricamente para otorgarle un sentido moralizante, ofreciendo un ejemplo más de la sinrazón bárbara.
De las tres vías propuestas para acercarse a la cuestión de las fuentes de las Historias queda la más complicada de todas, la relación con otras obras misceláneas de la época. La comparación debe establecerse, al menos, con aquellos autores cuya obra se ha conservado —Plutarco, Pausanias, Ateneo y Diógenes Laercio—, teniendo en cuenta que para los dos primeros las fechas de composición no son un obstáculo, algo que sí puede ocurrir con los otros dos. Pero, lo que es más difícil, debería extenderse también a aquellos otros autores cuya obra se ha perdido pero pudieron ser utilizados por Eliano. Entre estos habrá que destacar especialmente a Favorino de Arlés.
Empezaré con el más sencillo de todos, Pausanias y su Descripción de Grecia. Por algún motivo que no se acierta todavía a comprender bien, la obra de Pausanias no gozó de fama ni notoriedad en el Mundo Antiguo. La literatura del Imperio Romano tardío ignora por completo al periegeta. Hay que esperar a Esteban de Bizancio, ya en el s. VI , para ver su obra aprovechada. En medio de ese vacío, Eliano es el único escritor que se atreve a utilizarlo y citarlo por su nombre 55 . Esta circunstancia llevó a T. Faber a considerar la cita una interpolación bizantina y a extirparla de su edición, parecer que han seguido no pocos de los editores de Eliano 56 . Creo que no hay ninguna razón sólida para este proceder 57 . Más bien, admitida la autenticidad de la cita, debe servir para corroborar la idea de que Eliano usó compiladores de su propio tiempo 58 , aunque no los cite. Éste podría ser el caso de IX 9. Eliano, en esta ocasión, parece querer corregir a Pausanias, quien explicaba el inmediato anuncio en Egina de una victoria olímpica gracias a una aparición fantasmal. Eliano, además de recoger esta versión como obra de terceros, añade una explicación racionalista: el uso de palomas mensajeras.
Muchas de las anécdotas que figuran en la obra de Eliano se corresponden con aquellas que aparecen en los Deipnosophistaí de Ateneo 59 . Algunos indicios podrían conducir a la conclusión de que es Eliano quien utiliza la obra de Ateneo: las noticias de Ateneo suelen ser más prolijas y detalladas que las de Eliano 60 ; Ateneo tiene como norma la mención de las autoridades que soportan la responsabilidad de la noticias (autoridades que no necesariamente han sido leídas de primera mano), mientras que Eliano, como ya se ha visto, concede menos interés a este asunto 61 ; en ocasiones, tanto Ateneo como Eliano ofrecen detalles de los episodios que no figuran en las fuentes de las que dependen 62 ; algunos capítulos de Eliano están dispuestos en el mismo orden que figuran las anécdotas en Ateneo 63 . Todo esto podría llevar a la conclusión del uso de los Deipnosophistaí por parte de Eliano si se salva la dificultad cronológica, puesto que la cercanía temporal podría hacer difícil la copia directa. Además, en algunos casos Eliano discrepa de la versión ofrecida por Ateneo, lo que impide la filiación 64 . Habida cuenta de estas dos últimas consideraciones, es posible que en lugar de beber de la obra de Ateneo, ambos compartieran una o varias fuentes comunes para sus anécdotas, es decir, que hubiesen recurrido a otras misceláneas previas, tan frecuentes en la época. De cuáles pudiera tratarse es cuestión irresoluble, aunque algunas sugerencias pueden hacerse. Es irresoluble porque no han sobrevivido esas colecciones que podrían haber servido de fuente común, de tal manera que las opciones radicales deben rechazarse como verdades y admitirse sólo como sugerencias. Es posible que ambos bebieran de Favorino y de su Pantodapḕ Historía 65 , habida cuenta del renombre de aquel estrafalario sofista y de su portentosa erudición. Y podría ampliarse la propuesta a toda la lista conocida de títulos que sugieren composiciones misceláneas y que no se han conservado.
La relación con Diógenes Laercio y su Historia de los filósofos es muy parecida a la que existe con Ateneo, aunque con la diferencia de que la obra de Diógenes es posterior a la de Eliano. Así, la existencia de numerosos pasajes paralelos, especialmente aquellos que hacen referencia a los cínicos, debe explicarse por el uso de una fuente común que bien podría ser, de nuevo, Favorino, no ya necesariamente su Pantodapḕ Historía sino, quizás, sus Commentarii sobre filósofos 66 . Algunos indicios permiten pensar así. En III 2 Eliano cuenta la reacción de Anáxagoras a la noticia de la muerte de sus hijos, anécdota que también recoge Diógenes Laercio. La historia aparece asimismo en el Discurso corintio atribuido en falso a Dion de Prusa, pero obra de Favorino 67 . La circunstancia se repite para IX 32, donde se recuerda la estatua que los griegos elevaron a la cortesana Friné 68 . La conexión entre los tres autores se manifiesta en el pasaje que hace referencia al sobrenombre de Demócrito, al que sus conciudadanos llamaban «Sofía» y que Eliano interpreta mal como «Filosofía» —razón por la que quizás, siguiendo a J. Scheffer, habría que corregir el texto. Diógenes Laercio afirma que el origen de su noticia está en Favorino, quizás la fuente común 69 .
La relación con Plutarco es todavía más oscura. Eliano nunca nombra al Beocio aunque numerosos pasajes de las Historias encuentran sus paralelos entre las obras de Plutarco 70 . Las referencias son especialmente numerosas en el Libro XIII , lo que quizás de una pista para el modo de composición usado por Eliano. Algunas diferencias entre ambos pueden explicarse como descuidos de Eliano a la hora de trasladar las historias plutarqueas. Así, en II 15 Eliano narra las consecuencias del comportamiento inconveniente de unos ciudadanos de Clazómenas en Esparta. La misma historia aparece en Plutarco referida a unos quiotas 71 , isla situada enfrente de Clazómenas. En IX 18, Temístocles se comparaba con una encina, mientras que en Plutarco lo hace con un plátano 72 . La equivocación en trasladar la anécdota parece segura en XI 33, donde se afirma que Cíneas se llamaba el médico que propuso a Roma asesinar a Pirro. Plutarco, cuando cuenta el episodio, no dio el nombre del traidor pero sí el de Cíneas como embajador del rey 73 . La confusión tiene una explicación sencilla: el descuido de nuestro autor que parece citar de memoria una de sus principales fuentes.
Pero no deben descartarse otros orígenes para sus noticias, ya provengan de la lectura de las fuentes originales, y no nombradas, o de compiladores posteriores. Entre estos es necesario recordar a Aristófanes de Bizancio y su epítome de las obras zoológicas de Aristóteles, posiblemente utilizado —directa o indirectamente— para los primeros capítulos del Libro I 74 , así como a Pánfilo de Alejandría y a todos aquellos autores de léxicos aticistas, depósitos auténticos de erudición, y de uso común en las escuelas de retórica en las que Eliano se crió y trabajó 75 .
La tradición manuscrita de las Historias curiosas de Eliano se organiza en tres grandes familias 76 . La primera de estas deriva del Codex Parisinus graecus supplementi 352 (V), que hasta el año 1797 estuvo depositado en la Biblioteca Apostólica Vaticana (Vaticanas graecus 997). Contiene, además de las Historias , la Historia de los animales de Eliano y las Politiae de Heraclides. Es un texto bizantino del s. XIII , con algunas omisiones de capítulos, que fue utilizado para la editio princeps. De él derivan otros ocho manuscritos.
| H | codex Palatinus gr. 155 |
| A | codex Parisinus gr. 1657 |
| Q | codex Coislinianus 321 |
| B | codex Vosssianus gr. oct. 4 |
| T | codex Parisinus gr. 1774 |
| L | codex Lugdunensis Bibl. Publ. Graec. 33f |
| C | codex Vaticanus gr. 998 |
| N | codex Scurialensis gr. Ω I 11 |
La segunda familia depende de un original común (x) hoy perdido y que debió de estar guardado en la Biblioteca Vaticana. Puesto que los primeros manuscritos que derivan de x corresponden a la primera mitad del s. XVI , es posible que el original fuera un texto de finales del s. XIII o del s. XIV . Este manuscrito contenía los Mirabilia y Physiognomica de Aristóteles, las Politiae de Heraclides, las Vidas de los diez oradores de Pseudoplutarco, un epítome de los Deipnosofistas de Ateneo y fragmentos de Estobeo, además de las Historias curiosas. De él derivan diez manuscritos.
La tercera familia está formada únicamente por el Codex Vaticanus gr. 96 (Φ), que contiene algunos capítulos de las Historias , además de la Historia de los animales.

La editio princeps de las Historias curiosas corrió a cargo de Camilo Perusco en el año 1545, bajo el patrocinio del papa Pablo III, a quien la obra está dedicada y recomendada como tesoro de erudición histórica. El texto siguió siendo editado con profusión. En 1556 C. Gesner hizo una nueva edición corrigiendo errores de la princeps. J. Tornesio editó la obra en tres ocasiones, siguiendo el texto de Gesner y añadiéndole un índice de términos y de noticias históricas. J. Scheffer mejoró sus ediciones (1647 y 1662) con notas eruditas de Aristóteles, Plutarco, Estrabón y Ateneo, y un índice de expresiones griegas. La edición de T. Faber (1668) no aporta ninguna novedad salvo alguna propuesta de enmienda. J. Kühn (1685) fue el primer editor tras Perusco que incorporó la lectura de nuevos manuscritos (tres parisinos), además de añadir los fragmentos de Suda. Paso fundamental en el proceso de conocimiento de la Historias curiosas fue la labor de J. Perizonio (1701), quien, además de añadir cinco nuevos manuscritos, preparó extensas notas con textos paralelos, fuentes y testimonios. Sigue siendo un trabajo imprescindible. Tras éste, sólo la edición de A. Gronovio (1731) es de alguna utilidad, pues además de incorporar algunas nuevas lecturas, recoge fielmente las notas de todos sus antecesores.
De las ediciones contemporáneas deben citarse tres: R. Hercher, que en sucesivas reimpresiones ha fijado la base del texto actual; M. R. Dilts, cuyo texto se ha seguido para esta traducción; N. G. Wilson, que siguiendo el texto de Dilts, ofrece la traducción inglesa.
El texto de Eliano, muy al gusto de los humanistas, pronto fue traducido. Justo Vultejus la vertió al latín tres años después y en 1550 conoció su primera versión italiana, por obra de G. Laureo. La primera traducción inglesa data de 1576. Las primeras traducciones a la lengua francesa son más tardías (1764 y 1772). Mención especial merece la labor de A. Korais, erudito y patriota griego, quien, pretendiendo promover un nuevo Renacimiento Griego que acompañara la independencia, pensó que la mejor forma de estimularlo sería abrir una serie editorial que ofreciera lo mejor del mundo antiguo: y comenzó con Eliano. En España, en cambio, la obra no ha gozado de fortuna. No conozco ninguna traducción a nuestra lengua y sólo puedo indicar el uso escolar de algunos de sus fragmentos, lo que no ha sido suficiente para otorgarle mayor reconocimiento.