Ya los eruditos antiguos discutieron el significado etimológico de la palabra paroimía «proverbio», documentada para nosotros por vez primera en el v. 264 del Agamenón de Esquilo1. El hecho de que Aristóteles relacione proverbio y metáfora (Retórica 1413a14-15; cf. Poética 1457b6-9) y considere por otro lado que la metáfora se basa en el establecimiento de relaciones de semejanza (homoîon; cf. Poética 1457a7-8, Tópicos 140a), llevó a W. Tschajkanovitsch2 a suponer que pudiera ser de origen peripatético la falsa etimología que propone relacionar paroimía con homoîos, testimoniada en la introducción a la colección de proverbios que nos ha llegado bajo el nombre de Diogeniano (Corpus Paroemiographorum Graecorum [CPG] I 177). Ese mismo testimonio, y también la tradición lexicográfica, nos documenta que la hipótesis probablemente correcta, la que hace derivar paroimía de oîmos «camino», fue igualmente considerada por los eruditos antiguos, quizá en primer lugar por el estoico Crisipo. Nos dice en concreto Pseudo-Diogeniano que los griegos llamaron paroimíai a los proverbios «porque los hombres inscribían en los caminos frecuentados por la gente todo cuanto se les ocurría que fuera de utilidad común». Paroimía designaría, pues, un dicho «situado junto al camino» que generosos caminantes deseosos de instruir a sus semejantes habrían puesto a disposición de quien viniera después, a la manera de esos «Hermes de Hiparco» que, según nos cuentan Platón (Hiparco 228b6-c6) y Hesiquio (s.v. Hippárcheios Hermês), tenían escritos versos elegíacos «con los cuales se hacían mejores quienes los leían».
Basilio de Cesarea (Homilías 13 = PG XXXI 388b-c) nos transmite otra hipótesis sobre el origen de la palabra, también a partir del significado «en el camino»: paroimíai serían en origen las palabras y consejos que se dirigen dos compañeros de camino (una interpretación que ha defendido en nuestro siglo L. Bieler y que también documentan los lexicógrafos), o bien podría tratarse también de consejos útiles para el camino, incluso, en sentido metafórico, para ese difícil camino que es la vida humana3.
Pero la palabra oîmos tiene con frecuencia otro valor metafórico en la lengua griega, a partir del cual deriva la que es, en la opinión más extendida, la interpretación más plausible del significado etimológico de la palabra paroimía. Efectivamente, un canto o poema puede designarse metafóricamente como un camino que recorre el poeta (cf. Himno a Hermes 451; Píndaro, Olímpicas IX 47; Calímaco, Himno a Zeus 78, etc.), y en tal caso, del mismo modo que «proemio» es «lo que precede a la narración» (concebida ésta como un camino), «paremia» sería «lo que está junto a la narración», es decir, lo que no pertenece a la narración propiamente dicha pero se deduce de ella como corolario, como enseñanza de sabiduría universal que se desprende de un hecho concreto, del relato que se ha narrado4.
Los complejísimos problemas que presenta la formación y transmisión de las colecciones de proverbios que constituyen el Corpus Paroemiographorum Graecorum fueron objeto en la Alemania del último cuarto del siglo XIX y primero del xx de numerosos trabajos realizados y promovidos especialmente por Otto Crusius y Leopold Cohn, los cuales aumentaron extraordinariamente nuestro conocimiento del corpus, aunque quedasen y queden todavía, por supuesto, no pocos puntos oscuros, muy difíciles de resolver tanto por la escasez de los datos como por la complejidad misma de las tradiciones que se entrelazan. Tras un extraño vacío de muchas décadas (si exceptuamos las aportaciones de Rupprecht, discípulo de Crusius, y algunos otros), los estudios sobre la transmisión del CPG han vuelto a cobrar auge y se ha avanzado mucho en ellos merced a los admirables estudios realizados y promovidos por W. Bühler, que indudablemente marcan el camino a seguir en trabajos futuros.
El uso de los proverbios es constante en la literatura griega desde la época arcaica, a partir de Homero y sobre todo de Hesíodo y Arquíloco, que los emplean con profusión. Para muchos de ellos se han señalado paralelos orientales y se ha resaltado su vinculación con la fábula, un género que ya los antiguos relacionaban estrechamente con la literatura proverbial (cf. Quintiliano, V 11, 21)5. En la época clásica los proverbios reaparecen en todos los géneros literarios, siendo especialmente abundantes en aquellos autores que reproducen en mayor medida el lenguaje coloquial, en cualquiera de sus niveles, como es el caso de la comedia6 o los diálogos platónicos, pero no faltan tampoco en la tragedia, la historiografía o la oratoria. De lo que no tenemos noticias para esta época es de la existencia de especulaciones teóricas sobre las características y uso de los proverbios, aunque sí podamos deducir de los escritos de Platón que el filósofo los consideraba como un saber antiguo y tradicional (cf. Crátilo 384a, República 329a, Leyes 741b, Lisis 216c, etc.), depositario de verdades que merece la pena obedecer (Filebo 59e, Sofista 231c, Menéxeno 248a)7. En consecuencia, Platón se sitúa en el polo opuesto de la escasa consideración que merecen los proverbios a determinados filósofos y rétores, empezando por Isócrates, que los estimaban poco adecuados para un estilo «elevado».
El amplio uso que la literatura griega hace de los proverbios no podía pasar desapercibido para los padres de la Filología y a partir del siglo IV a. C. constatamos un gran interés por recogerlos y explicarlos. En concreto, el estudio sistemático y científico de los proverbios comienza para nosotros con Aristóteles, a quien Diógenes Laercio (V 26) atribuye una obra titulada Sobre proverbios, cuya existencia ha sido sin embargo negada por prestigiosos estudiosos tanto de la obra aristotélica (V. Rose) como de la paremiografía griega (O. Crusius), para quienes Diógenes quiere aludir sencillamente a las múltiples referencias que a los proverbios hace Aristóteles en sus obras y no a un tratado independiente. A nuestro entender, tienen mucho más peso los argumentos aducidos por quienes defienden la existencia de un escrito aristotélico dedicado en exclusiva a los proverbios (Rupprecht, Kindstrand, Tosi, Ieraci Bio, etc.), a favor de lo cual habla el interés de sus discípulos por el estudio de los refranes y también un pasaje de Ateneo (Epítome II 60e) que nos informa de que un discípulo de Isócrates llamado Cefisodoro compuso una obra en cuatro libros Contra Aristóteles, en la cual le acusaba, entre otras cosas, de haberse ocupado de asuntos sin importancia, como la recopilación de proverbios. Poco conocemos en todo caso del Sobre proverbios de Aristóteles, pero sí podemos formarnos una opinión de sus ideas sobre los refranes a partir de algunos fragmentos conservados atribuidos a este tratado y de las afirmaciones que expresa en otras obras que han llegado hasta nosotros. Especialmente interesante resulta un fragmento8 transmitido por Sinesio de Cirene en su Elogio de la calvicie (XXII = fr. 13 Rose), en un pasaje en el que defiende la sabiduría de los proverbios recurriendo a la autoridad de Aristóteles: «acerca de los cuales afirma Aristóteles que son restos de una antigua filosofía perdida en el curso de las grandísimas catástrofes humanas, que han sobrevivido por su concisión y agudeza. Un proverbio es más o menos esto: un dicho que tiene el prestigio de la antigüedad de la filosofía de la que deriva». Así pues, para Aristóteles los proverbios son, como el mito (cf. Metafísica 1074a38-bl3), restos del pensamiento de civilizaciones antiquísimas, que han sobrevivido a las grandes catástrofes sufridas por la humanidad9 por su capacidad para grabarse en la memoria debido a su «concisión» (syntomía)10 y a su «agudeza» (dexiótes), ya que los proverbios son sorprendentes, y lo que sorprende llama la atención y queda en la memoria (Retórica 1412a20-22). Efectivamente, en Sobre la filosofía sostenía Aristóteles que la civilización humana se renueva continuamente: cada ciclo concluye con grandes cataclismos que destruyen la humanidad periódicamente11, pero siempre quedan unos pocos supervivientes con los que comienza un nuevo ciclo de civilización, que parte de los restos de la sabiduría del anterior ciclo, conservados especialmente en los proverbios, por las razones antes apuntadas, y en los mitos. Así pues, como ha sostenido con especial insistencia Ieraci Bio, el interés de Aristóteles por los proverbios no era de tipo folclorístico-documental-compilatorio, como en el caso de los gramáticos tardíos que nos han dejado diversas colecciones, sino que estaba estrechamente relacionado con sus especulaciones filosóficas.
Aristóteles también se ocupó de los proverbios desde el punto de vista estilístico y señaló precisamente la «concisión» y la «agudeza» como los rasgos que mejor caracterizan los refranes en tal sentido, junto con su carácter metafórico, como comentamos más arriba. A partir de Aristóteles, el carácter metafórico o alegórico como rasgo peculiar (no identificador, pues no todos los refranes se basan en una metáfora) del proverbio será idea frecuentemente repetida, en especial por los tratadistas de retórica12, en los cuales reencontramos también a menudo el concepto de proverbio como una filosofía popular cuya venerable antigüedad le concede credibilidad y autoridad13.
El interés que Aristóteles mostró hacia los proverbios fue sin duda el acicate que impulsó a los peripatéticos a continuar, también en este tema, la labor del maestro, y en el ámbito peripatético encontramos ya claras teorizaciones sobre el concepto de proverbio y reflexiones a propósito de cuestiones terminológicas, si bien ignoramos hasta qué punto fueron sistemáticas unas y otras. Teofrasto compuso un tratado Sobre proverbios (citado por Diógenes Laercio, V 45), en el cual quizá hubiera distinguido entre proverbio (paroimía) y apotegma (apóphthegma), designando con este último término un dicho expresado por un individuo reconocido, que se habría hecho célebre y se repite con valor gnómico14. De manera semejante, Demetrio (Sobre el estilo 232) no considera «proverbios» las sentencias que se atribuyen a un autor específico, en tanto que Clearco de Solos, autor de dos libros Sobre proverbios (fr. 63-88 Wehrli), pudo poner en relación los proverbios con los grîphoi o adivinanzas, sin duda a partir de la concepción aristotélica de los refranes como reminiscencia de una sabiduría ancestral y de su insistencia en el carácter «metafórico» de los mismos y su capacidad para sorprender y, en consecuencia, grabarse en la memoria (no obstante, sobre este punto los testimonios tampoco son concluyentes)15. Por otro lado, el hecho de que Focio cite el nombre de Clearco (fr. 63 Wehrli), junto con el de Crisipo, cuando se refiere al proverbio aìx pottàn máchairan como variante de aigòs trópon máchairan eskáleusa, permite suponer que en la obra del filósofo de Solos tenían acogida también proverbios dialectales. En fin, otro peripatético, Dicearco, se ocupó asimismo de los proverbios, proponiendo acontecimientos históricos como origen de alguno de ellos (fr. 103 Wehrli), una idea que parte probablemente del propio Aristóteles (cf. fr. 470 y 551).
También derivan directamente de Aristóteles los esfuerzos que la erudición peripatética realizó para identificar los rasgos estilísticos que caracterizan a los refranes y los efectos que se consiguen con su empleo literario. Demetrio en concreto16 comenta (y el uso masivo de proverbios por parte de los epistológrafos lo confirma) que sus características «concisión» y «gracia» los hacen adecuadísimos para la literatura epistolar17, y el testimonio de Ateneo (VIII 348a) nos confirma que Teofrasto trató de su uso para provocar efectos cómicos, otro aspecto que sería comentado en los tratados posteriores de retórica, en especial las deformaciones de los proverbios con intención cómica, un empleo que se encuentra ampliamente documentado en la Comedia Antigua (cf. Zenobio Parisino II 57, IV 86, VI 20, 40, etc.)18.
Por lo que respecta a los estudios que otras escuelas realizaron sobre el acervo paremiológico griego, nuestra información resulta aún más escasa. Es muy posible que los cínicos19 hicieran amplio uso de los refranes en sus escritos, pero los testimonios de que disponemos son escasos y desde luego ninguno de ellos documenta que llevaran a cabo especulaciones teóricas sobre ellos. Algo más sabemos a propósito de los estoicos, entre los que fue Crisipo el experto en cuestiones paremiológicas. En su tratado Sobre proverbios, que comprendía al menos dos libros, coincidía con Teofrasto en no considerar proverbios propiamente dichos los apotegmas o máximas atribuidas a autor conocido20, y, como se señaló anteriormente, quizá remonte a esta obra la explicación etimológica del término paroimía a partir de la palabra oîmos «camino». Ecos de las hipótesis de Crisipo para explicar el origen y el sentido de proverbios se encuentran con cierta frecuencia en el CPG, aunque la crítica moderna, y ya también la antigua21, considera sus explicaciones con cierta desconfianza22, especialmente porque Crisipo se permitía incluso modificar un proverbio para adaptarlo a lo que él pensaba debía significar; esto le vale, por ejemplo, la crítica de Plutarco (Arato I 1), quien con toda razón advierte que Crisipo (fr. 7 Von Arnim) no había entendido el sentido del proverbio «quién alabará al padre, a no ser los hijos desafortunados» (esto es, los hijos afortunados pueden presumir de sus propios méritos, en tanto que los desafortunados sólo pueden vanagloriarse de los méritos de los padres; cf. Diógenes Laercio, VIII 46), y lo modificaba sustituyendo «desafortunados» por un descafeinado y moralizante «afortunados» (cf. también Zenobio Atos I 77, Zenobio Parisino V 32).
Los filólogos alejandrinos tampoco descuidaron, naturalmente, el estudio de los proverbios, y probablemente Pfeiffer exagere, en su Historia de la Filología Clásica, al establecer una diferencia demasiado radical entre la aproximación «filosófica» del perípato y la «filológica» de los alejandrinos en su tratamiento de los proverbios, ya que sin duda hubo muchos aspectos comunes en ambas líneas23. Entre los sabios de la primera época, Eratóstenes aparece mencionado en el CPG y en otras fuentes como comentarista de proverbios (cf. Zenobio Parisino V 2), pero no nos consta que realizara un tratado dedicado en exclusiva a los refranes, de manera que probablemente tiene razón Rupprecht cuando sugiere que Eratóstenes comentó proverbios en cualquiera de sus numerosas obras, en Sobre la comedia antigua por ejemplo24. Aristófanes de Bizancio, en cambio, sí compuso un tratado extenso y monográfico sobre proverbios, aunque las noticias que nos informan sobre su contenido, estructura y características son escasas (fr. 354-362 Slater)25. Eusebio (Contra Marcelo I 3) nos habla de «un sabio que reunió proverbios que gozaban de amplia difusión y podían emplearse con sentidos diversos26, los cuales recogió en seis libros, dos dedicados a los proverbios en verso y cuatro a los proverbios amétricos». Ya A. Schott, en su edición publicada en 1612, se basó en un escolio al v. 1292 de las Aves de Aristófanes para identificar al anónimo sabio con Aristófanes de Bizancio, cuyo nombre e interpretaciones, por lo demás, son recogidos en el CPG y en otras fuentes con cierta frecuencia. Desafortunadamente, los grandes recortes que la tradición paremiográfica ha ido efectuando paulatinamente en la explicación de los proverbios nos han privado con toda probabilidad de buena parte de las interpretaciones del sabio de Bizancio, ya que difícilmente podemos creer que éste se hubiera contentado con las magras explicaciones que en el CPG acompañan a menudo a la cita de su nombre27.
De otros predecesores de Dídimo conocemos apenas el nombre y poco más. El CPG, los escolios y los lexicógrafos mencionan en unas pocas ocasiones (a veces la mención es única) a Dionisodoro, discípulo de Aristarco, a quien Plutarco (Arato I 1) hace polemizar, con razón, con Crisipo a propósito de la interpretación de un proverbio, como más arriba comentamos; también a Calístrato y Eufronio (ambos fuentes de Dídimo), a un tal Milón, a un Esquilo, a un Átalo al que Hesiquio (s.v. Korínthios xénos) atribuye un escrito Sobre proverbios, a Asclepíades, que se habría ocupado de los proverbios en su comentario a Teócrito (escolios a I 56, IV 62, XIV 51), a Aristides, también autor de una obra Sobre proverbios en varios libros (según Ateneo, 614a) y cuyas interpretaciones que se recogen en el CPG recuerdan las antes mencionadas de Demón. Por otro lado, si es correcta la hipótesis de Crusius y Rupprecht28, menos convencional habría sido el escrito que a los refranes dedicó el erudito periegeta Polemón: interesado en las costumbres populares, habría recurrido a ellas para explicar proverbios, de los que se habría ocupado en una monografía de forma epistolar29 que Ateneo (109a, 462b) llama Sobre Mórico, en alusión al refrán «eres más tonto que Mórico» (Zenobio Parisino V 13), y en la cual habrían tenido cabida asimismo otros refranes semejantes, cuyas glosas en el CPG coinciden por la forma y el contenido y remontarían, por consiguiente, al escrito de Polemón; se trata del tipo «más inocente que el Adonis de Praxila» (Zenobio Parisino IV 21), en cuya explicación se menciona a Polemón, «más antiguo que Íbico» (Pseudo-Diogeniano, II 71), «más ridículo que Melitides» (Pseudo-Diogeniano, V 12), «más tonto que Corebo» (Zenobio Parisino IV 58), etc.
Como en tantos otros aspectos de la transmisión de la erudición antigua, también en lo que respecta a las recopilaciones y estudios sobre los proverbios la obra de Dídimo (ca. 80-10 a. C.) es de capital importancia, como recopilador de la erudición precedente y base de las colecciones paremiográficas que han llegado hasta nosotros. Efectivamente, un compendio de los trece libros que abarcaba la obra paremiográfica de Dídimo es, en última instancia, la recopilación de Zenobio, que es a su vez la base de la mayoría de las colecciones compiladas posteriormente y que han sobrevivido; y es notable también la influencia, directa o indirecta, de Dídimo sobre las noticias y explicaciones de proverbios que encontramos en escolios y obras lexicográficas. Las relaciones entre la obra de Dídimo y el material que nosotros conocemos (las colecciones que forman el CPG, la información de los escolios y el corpus lexicográfico) presentan problemas complejísimos, que comenzaron a ser elucidados sobre todo hace poco más de un siglo a partir de los estudios de Crusius y Cohn especialmente. Las cuestiones que quedan por resolver son aún numerosas y no sólo de carácter menudo, puesto que desconocemos incluso el grado de originalidad de la obra de Dídimo con respecto a la tradición anterior (una cuestión que en realidad afecta a todas sus obras) y también hasta qué punto nuestras colecciones de proverbios reflejan los esfuerzos interpretativos del último gran epígono de la gran filología alejandrina, ya que el hecho de que su nombre, curiosamente, aparezca citado sólo en escasísimas ocasiones en nuestras fuentes puede interpretarse en el sentido de que hemos conservado casi sólo los frutos de la labor recopiladora de Dídimo, no su labor exegética, que quizá no fuera especialmente notable (Crusius), o bien en el sentido de que muchas de las explicaciones de Dídimo quedan reflejadas en nuestro CPG aunque no se mencione explícitamente a su autor (Cohn).
Por otro lado, el título que nuestras fuentes atribuyen a la colección de Zenobio es Epítome de Zenobio de los proverbios de Tarreo y Dídimo. Tal formulación es ambigua, ya que puede querer decir que Zenobio hizo un epítome a partir de dos recopilaciones diferentes de proverbios, la de Dídimo y otra de un autor al que se llama «Tarreo»30, o bien que la colección de Zenobio es epítome de una sola recopilación de proverbios que se conocía con los nombres de ambos autores, Dídimo y «Tarreo», porque se trataba a su vez de un epítome que el llamado «Tarreo» había realizado de la amplia obra de Dídimo31. Esta última es la hipótesis que nos parece más verosímil, por responder mejor a la práctica habitual en tales casos, aunque no podemos perder de vista el hecho de que en Zenobio hay probablemente partes que no pueden remontarse a Dídimo32, lo que implicaría bien que Zenobio empleó una recopilación del llamado «Tarreo» que sería diferente de la de Dídimo o bien que «Tarreo» no se contentó con hacer un simple epítome de la obra de Dídimo, sino que intentó ampliarla con otras fuentes (e incluso con aportaciones personales), siguiendo un proceder que más tarde repetirían otros compiladores.
En todo caso, podemos identificar al nominado «Tarreo» con el cretense Lucilo de Tarra, del siglo I d. C., al que la tradición atribuye «tres excelentes libros Sobre proverbios» (Esteban de Bizancio, s.v. Tarra) y también otras obras de carácter gramatical (un comentario a Apolonio de Rodas, por ejemplo) e histórico, y que algunos han supuesto que se trata de la misma persona que el erudito y poeta epigramático Lucilo (o Lucilio), cuyos poemas se recogen en la Antología Palatina33.
La colección de Zenobio constituye la fuente fundamental de la que derivan la mayor parte de las colecciones que componen nuestro CPG. La Suda nos aporta los siguientes datos sobre este erudito: «Zenobio: sofista que enseñó en Roma en tiempos del emperador Adriano [117-138 d. C.]. Escribió un Epítome de los proverbios de Dídimo y Tarreo en tres libros, una traducción al griego de las Historias de Salustio, el historiador romano, y de los llamados Bella del mismo, un escrito de felicitación por su aniversario al emperador Adriano y otras obras». Las recopilaciones de proverbios que se nos han conservado nos permiten llegar a tener como mucho una idea general de las características de la colección zenobiana, pero en modo alguno consienten la reconstrucción de la forma original, puesto que lo que ha llegado hasta nosotros son resúmenes, no exentos de modificaciones y adiciones, de la obra de Zenobio, la cual ya era a su vez, como se apuntó más arriba, resumen del trabajo de eruditos anteriores. Así pues, nuestro CPG está formado por colecciones de proverbios que son resúmenes de otros resúmenes anteriores, tanto en lo que respecta al número de proverbios que se recogen como en lo que se refiere a la calidad y cantidad de las explicaciones, por lo que no resulta extraño que el texto presente con cierta frecuencia dificultades de interpretación a causa de los errores y también de la excesiva concisión que ha conllevado todo ese proceso.
Todas las compilaciones que conservamos derivadas de Zenobio pueden dividirse en dos grandes grupos, que coinciden en buena parte en los proverbios que se recogen y en sus explicaciones, pero difieren básicamente en la organización del material: 1) La redacción llamada «Atos» (Zen. Atos) es la que mejor reproduce la estructura original de la colección de Zenobio. 2) La redacción llamada «vulgata», esto es, «divulgada» (es la base de la editio princeps florentina de 1497), no ha mantenido la estructura original, sino que en ella el material procedente de Zenobio ha sido ordenado alfabéticamente y no aparece dividido en libros, como ocurría en la obra original de Zenobio y como refleja la redacción «Atos».
Hasta 1868 la obra de Zenobio era básicamente conocida a través de las colecciones de proverbios ordenados alfabéticamente que constituyen la llamada redacción «vulgata» (también se obtenía información de las fuentes lexicográficas y de los corpora de escolios); ellas constituyen el núcleo principal de la edición de Leutsch-Schneidewin (1839-1851), como lo fueron también de las ediciones de Gaisford (1836), Schott (1612) y las recopilaciones de proverbios griegos editadas a finales del siglo XV y a lo largo del siglo XVI. En 1868 Emmanuel Miller publicó en París sus Mélanges de littérature grecque (reimpr. Amsterdam, 1965), en cuyas páginas 341-384 se daba a conocer el contenido de un códice del Monte Atos (actualmente en la Biblioteca Nacional de París: Parisinus Suppl. 1164, siglado M) que contenía varias colecciones de proverbios, las cuales diferían en algunos rasgos notables de las recopilaciones zenobianas más empleadas hasta entonces34. Llevado probablemente de la comprensible euforia por su descubrimiento, Miller creía haber sacado a la luz la obra original de Zenobio, pero los eruditos alemanes se encargaron pronto de poner las cosas en su sitio demostrando que se trataba también de excerpta de la colección zenobiana y que incluso con frecuencia la «vulgata» ofrecía un texto mejor para los proverbios y unas explicaciones más completas que las del «nuevo Zenobio», por lo que el descubrimiento del nuevo texto no hacía ociosa la consulta del conocido hasta entonces. Con todo, el nuevo Zenobio sí ofrecía, además de un texto en general fiable, una notable mejora en el conocimiento de la estructura general de la obra original, ya que la reproduce mejor que la «vulgata» y nos indica cómo estaban dispuestos los proverbios en la obra de Zenobio (divididos por libros y no ordenados alfabéticamente como en la «vulgata»).
Cinco son las colecciones de proverbios que forman la «redacción Atos». La colección inicial está encabezada por el título «Epítome de 〈Zeno〉bio de los proverbios de Tarreo y Dídimo», que vale también para las dos colecciones siguientes. Estas tres primeras colecciones proceden de Zenobio y reproducen la división original de su obra en tres libros, como testimonia Suda. Los proverbios se presentan numerados pero no se ordenan alfabéticamente, y su número (372; 89, 108 y 175 respectivamente) es inferior al que encontramos en la redacción «vulgata» (572 proverbios en la rama «Parisina», que es la que hemos recogido en esta traducción). Las colecciones cuarta y quinta no derivan de Zenobio. La cuarta colección, que se ha perdido en el manuscrito M pero se conserva en otros códices de la familia, lleva por título «Plutarco. Sobre los proverbios de los alejandrinos»35, y la quinta carece de título y comprende a su vez tres series. Sobre ambas volveremos más adelante.
Pese a que las dos últimas colecciones de la «redacción Atos» no proceden de Zenobio, muchos de los proverbios que en ellas se recogen reaparecen también en las colecciones alfabéticas que forman la «vulgata». La explicación para este hecho fue sagazmente apreciada por Crusius36: en la Antigüedad tardía (en los siglos IV-V según Crusius) se formó un corpus de proverbios que comprendía, además de los tres libros de Zenobio, la colección atribuida a Plutarco y una recopilación de refranes para uso práctico en la que éstos se ordenaban alfabéticamente (heredera de la cual es la quinta colección «Atos»). Un epítome de este corpus es la «redacción Atos», que ha mantenido la estructura original, mientras que la «redacción vulgata» es el resultado de la labor de un compilador (o compiladores) bizantino, que mezcló las cinco colecciones, pensando que todas ellas procedían de Zenobio, y ordenó alfabéticamente los proverbios.
El códice M (copiado en papel ca. 1325) es el más importante testimonio para la «redacción Atos» de Zenobio, pero no el único37, y además el hecho de que esté mutilado parcialmente hace imprescindible el recurso a otros manuscritos que permitan recomponer las partes perdidas. M, en efecto, transmite entera la primera colección, formada por 89 proverbios numerados, pero ya en la segunda colección presenta el principio mutilado (comienza para nosotros en el proverbio núm. 15) y otras lagunas más pequeñas; la tercera colección nos muestran los índices que contenía 175 proverbios, pero en el códice M se interrumpe en la mitad del proverbio núm. 17. En este punto ha desaparecido en el manuscrito un cuaderno entero, por lo que en M faltan la mayor parte de la colección tercera, toda la cuarta colección y el comienzo de la quinta.
Son copia de M dos manuscritos, que permiten reconstruir las lecciones del códice «padre» cuando éste está corrupto o lacunoso: Atheniensis 1083 (A), del segundo cuarto del siglo XVI38, y Ambrosianus E64 sup. (E), de la misma época que el anterior y que contiene una selección de proverbios tomados de las cuatro colecciones que sobreviven, total o parcialmente, en M39.
Después de M, el testimonio más importante para la «redacción Atos» es el códice Laurentianus 80, 13 (L), copiado sobre pergamino a comienzos del siglo XIV40. L contiene excerpta de las cinco colecciones de proverbios, de manera que faltan bastantes de los refranes que documenta M, pero por contra las explicaciones se han enriquecido a veces con glosas procedentes de fuentes distintas de la «redacción Atos». Por otro lado, el orden en que aparecen las cinco colecciones es diferente al de M, puesto que en primer lugar se encuentra la tercera colección, seguida de la cuarta, la quinta, la primera y la segunda. El códice L o algún otro relacionado con él ya fueron empleados en las ediciones aldina (1505) y erasmiana (1508)41 y por los editores posteriores.
Más breves excerpta de la «redacción Atos» se recogen también en Vindobonensis Phil. Gr. 185 (V), de finales del xv, en Londinensis Addit. 5110 (Lo), de mediados del XIV, en Laurentianus 58, 24 (L2), que es el testimonio más antiguo de la familia, ya que fue copiado en el siglo XIII, y unos pocos proverbios de la colección que en el Palatinus (Heidelbergensis) 129 (P) copió Nicéforo Grégoras entre 1310 y 1320.
Ya se apuntó anteriormente que Crusius estableció que para la redacción «vulgata» del Epítome de Zenobio se utilizó el mismo material de la «redacción Atos» (tanto el que procedía verdaderamente de Zenobio como el que tenía otros orígenes), que un compilador bizantino mezcló y ordenó alfabéticamente, hasta formar una sola colección con las cinco originales, en la cual se incluyeron también proverbios y glosas tomados de otras fuentes. Se sitúa en el último siglo del primer milenio el arquetipo del que derivan nuestras colecciones medievales42.
Desde los estudios llevados a cabo por los filólogos alemanes a finales del XIX, se ha establecido que conservamos de la «vulgata» tres variantes, denominadas «Zenobio Parisino», «Zenobio Bodleiano» y «Zenobio Diogeniano»; cada una de ellas tiene sus rasgos peculiares, pero se trata en última instancia de variantes que remontan a la misma fuente. Los recientes y exhaustivos trabajos de Bühler no han modificado esencialmente este esquema básico, pero sí han permitido añadir muchas precisiones sobre las relaciones entre las distintas variantes en que las colecciones de la «vulgata» han llegado hasta nosotros. En ellos nos basamos para la descripción que sigue.
a) Zenobio Parisino (abreviado Zen. Par.) se denomina la colección de proverbios conservada, con el título «Epítome de Zenobio de los proverbios de Tarreo y Dídimo, por orden alfabético», en el códice Parisinus 3070 (P), copiado sobre pergamino en el siglo XII. La colección nos ha llegado también a través de otros 17 manuscritos, todos ellos descendientes de P y ninguno anterior al siglo xv, de manera que sólo se utilizan en aquellos casos en que P presenta dificultades de lectura. No se trata de una colección demasiado extensa (572 proverbios), pero la amplitud y calidad de las explicaciones de los refranes es especialmente notable, por lo que se estima43 que en este aspecto es la recopilación que reproduce más de cerca el arquetipo de la «vulgata».
Zenobio Parisino fue empleado ya en la edición príncipe yuntina de proverbios griegos, publicada en Florencia en 1497, y a partir de ella en otras ediciones posteriores, pero no fue editado completo hasta la edición de Gaisford (1836). En Gaisford se basaron Leutsch-Schneidewin, quienes añadieron correcciones y un comentario erudito44.
b) Zenobio Bodleiano (que abreviamos Colec. Bodl.) toma su nombre de uno de los manuscritos que nos transmite la colección, conservado en la Biblioteca Bodleiana de Oxford. Con sus 972 proverbios ordenados alfabéticamente, es la más amplia de todas las colecciones de la «vulgata» (y en ello radica su principal mérito), pero la calidad de sus explicaciones es generalmente inferior a la de la colección parisina (en nuestra traducción recurrimos a ella cuando nos proporciona datos que no se encuentran en Zen. Par. o Zen. Atos). La recopilación lleva por título «Proverbios populares por orden alfabético», sin nombre de autor, y la transmiten seis manuscritos. El mejor representante de la familia es el códice Laurentianus 59, 30 (L), de comienzos del XIV, del que conocemos dos apógrafos, el Angelicus 54 (copiado en 1493 por Bartolomeo Comparini y cuya relación con L ha establecido Bühler) y el Parisinus 1773 (copiado también por Comparini igualmente en 1493). También es importante el testimonio del códice V (Vaticanus 878, de mediados del XIV), que documenta 35 proverbios que no se encuentran en L y sus apógrafos. El códice que da nombre a la colección es el Bodleianus Auct. T.2.17 (B), de finales del XIV, que nos transmite la colección con el final mútilo. De él fue copiado, a mediados del xv, el Venetus Marcianus Z 486.
Schott usó el códice V para editar proverbios de la clase bodleiana, pero fue de nuevo Gaisford quien la publicó completa por vez primera, a partir de B y del Parisinus 1773.
c) Se relaciona con Zenobio Bodleiano una colección de proverbios que Cohn45 publicó a partir del códice Parisinus Suppl. 676, de los siglos XIII-XIV. Contiene 589 proverbios, buena parte de los cuales (salvo 95), y casi en el mismo orden, se documentan en la familia bodleiana. Con cierta frecuencia las explicaciones superan, en calidad y extensión, las correspondientes de la recensión bodleiana.
d) Bühler dio a conocer una nueva colección de proverbios transmitida por dos manuscritos del siglo XIV, uno napolitano (Neapolitanus III.AA.6, N) y otro muniqués (Monacensis 525, M), del cual recibe el nombre de Collectio Monacensis. Se trata en realidad de dos colecciones, la mayor de las cuales contiene 369 proverbios ordenados alfabéticamente, que se encuentran también por lo general en Zenobio Bodleiano, aunque sólo rara vez coinciden literalmente ambas colecciones en el lema del proverbio y su explicación. La colección menor consta de 71 proverbios, también en orden alfabético y con las explicaciones muy abreviadas; a diferencia de la colección mayor, esta segunda coincide muy raramente con B, pero sí lo hace habitualmente con otras variantes de la «vulgata». Dos lemas no se conocen por otras fuentes y en alguna ocasión el Monacensis ha conservado lecciones correctas (cf. Zen. Par. II 27).
e) Zenobio Diogeniano. También de Zenobio proceden diversas colecciones que nos han llegado falsamente atribuidas a Diogeniano de Heraclea, gramático de la época de Adriano (esto es, de la primera mitad del II d. C.), y otras transmitidas sin nombre de autor que se relacionan con ella46.
α) Pseudo-Diogeniano. Ocho códices nos documentan una colección de 787 proverbios titulada «Proverbios populares, de la recopilación de Diogeniano», cuyas explicaciones son por regla general bastante resumidas (hay veces en que se limitan a un simple «el proverbio es evidente» o incluso a un más escueto «evidente»). Casi toda la colección fue editada, con notas y traducción latina, por Schott, que tuvo en propiedad uno de los manuscritos más importante de la serie (P)47, pero ya Erasmo indica expresamente en el prefacio de su edición que se ha servido de la colección de «Diogeniano», la cual leyó en el códice G.
En el manuscrito Bruxellensis 4476-78 (P) A. Schott copió de su propia mano el final de la colección, que se había perdido en este códice de finales del XIII o comienzos del XIV, tomando como modelo un manuscrito muy tardío, de ca. 1575, el Palatinus (Heidelbergensis) 393 (L). La colección diogenianea se encuentra también en el Vaticanus 483 (T), de ca. 1440, en el Ambrosianus Z 134 sup. (A), de la primera mitad del xv y colacionado por Cohn por primera vez, en el Parisinus Mazarinus 4457 (M), de mediados del XV, y también en otros tres códices relacionados directamente con la persona de Jorge Hermónimo de Esparta, erudito que vivió en París en el último cuarto del xv y allí tuvo como discípulos en sus clases de griego nada menos que a Budé, al propio Erasmo de Rotterdam, a Reuchlin y a Beato Renano. Jorge Hermónimo poseyó y anotó, añadiendo al margen nuevos proverbios, el códice G (Bodleianus Grabianus 30, de mediados del XV) y de él copió la colección de proverbios atribuida a Diogeniano en otros dos códices conservados, el Bodleianus Laud. 7 (O), de comienzos del XVI, y el Vindobonensis suppl. 83 (V), de finales del XV. Erasmo utilizó probablemente el códice G48.
β) Diogeniano Vindobonense. En el códice Vindobonensis Phil. 178, copiado en 1429/30, se encuentra una colección de 301 proverbios que lleva por título «Proverbios populares de la recopilación de Diogeniano, por orden alfabético». La menor cantidad de proverbios que recoge esta colección con respecto a la colección a) se ve de sobra compensada con la calidad de las explicaciones, muy superior (y además en ella se documentan 86 proverbios que no están en Pseudo-Diogeniano y sí en otras recopilaciones de la «vulgata»).
f) «Recensión D1» llama Bühler a una extensa colección titulada «Proverbios populares de la recopilación de Diogeniano», la cual contiene, entre sus más de 900 proverbios, casi todos los que se encuentran en Pseudo-Diogeniano más otros 160 que no están recogidos allí; las explicaciones son, por el contrario, notoriamente más breves. De todo ello se puede deducir49 que del arquetipo de la recensión de la colección de los proverbios atribuida a Diogeniano (para la que Brachmann calcula un total de unos 1.100 proverbios) han derivado, por un lado, un epítome que contiene gran número de proverbios con glosas muy breves (D1), y, por otro lado, otro epítome con menos proverbios provistos de explicaciones más extensas (Pseudo-Diogeniano).
Conocemos la «recensión D1» por tres códices: Bodleianus Barocc. 219 (R), de la primera mitad del XIV; presenta varias lagunas, alguna de ellas extensa, que deben completarse recurriendo al códice Vaticanus 1458 (V), de finales del xv, que fue copiado de R cuando éste aún estaba completo. El tercer códice es el Varsoviensis Zamoyscianus Cim. 125, de comienzos del XIV50.
g) «Recensión D2», Gregorio de Chipre. La llamada por Bühler «recensión D2» comprende algo más de 600 proverbios, la mayoría de los cuales se encuentran en D1 u otras colecciones «diogenianeas», y lleva por título «Proverbios por orden alfabético». Fue L. Cohn quien llamó la atención sobre esta colección, que encontró en un manuscrito de la primera mitad del XIV, el Cantabrigensis Collegi Sanctae Trinitatis 0.1.2 (C), y en otro de la primera mitad del XVI, el Vallicellianus F24 (V). Sp. Lambros añadió un tercer códice, de la primera mitad del XVI, el Athous Coenobii Iberon 386 (I)51, que transmite algunos proverbios más que CV (621 frente a 604). Casi los mismos proverbios, pero con el orden ligeramente cambiado, reaparecen en el códice Vaticanus 306, de finales del XIII o comienzos del XIV, y en el Vaticanus 482, de la primera mitad del XIV, cuya colección comprende únicamente 421 proverbios.
De una colección similar a la que conocemos por el Vaticanus 306 procede la recopilación de proverbios ordenados alfabéticamente que recogió Gregorio de Chipre, patriarca de Constantinopla entre 1281 y 129052. Conocemos la obra de Gregorio a través de un buen número de códices, que presentan la colección o bien distribuida en dos series (en la segunda, más breve, se catalogan los proverbios que se omiten en la primera), o bien con los proverbios agrupados en una sola serie. En uno y otro caso el número máximo de refranes es de 502. Los manuscritos que transmiten la colección en dos series (entre otros, los Vaticani 113, F, y 1085, V, ambos de la primera mitad del XIV, y el Laurentianus 58, 29, A, y el Parisinus 2720, los dos del xv) las presentan una a continuación de la otra, a veces dejando un espacio intermedio, y sólo la primera va precedida de título («Proverbios recogidos por el santísimo patriarca Gregorio de Chipre, por orden alfabético», o simplemente «Proverbios por orden alfabético»).
En otros códices las dos series aparecen agrupadas en una sola, ordenada alfabéticamente. El Vaticanus 895, de la primera mitad del XIV, presenta una versión resumida en la que faltan muchos proverbios, en tanto que la colección casi completa (con alguna adición procedente de otras fuentes) se encuentra en el Mosquensis Mus. Hist. (olim) Bibl. Synodalis 283, de mediados del XIV (423 proverbios, bajo el título «Proverbios recopilados de diferentes libros y dispuestos aquí por orden alfabético», sin nombre de autor) y en el Leidensis Vossianus misc. 14, copiado en París en 1650/51, probablemente, como ha establecido Bühler, a partir del códice Parisinus 2524, de mediados del xv (491 proverbios, bajo el título «Proverbios recopilados por el santísimo Gregorio de Chipre, por orden alfabético»). Estas colecciones se denominan Gregorio de Chipre Mosquense (Greg. Cypr. Mosq.) y Gregorio de Chipre Leidense (Greg. Cypr. Leid.) respectivamente53.
h) Cohn54 determinó la existencia de otra colección alfabética transmitida sin nombre de autor («Proverbios por orden alfabético, recopilados de toda la cultura griega, muy útiles» o simplemente «Proverbios por orden alfabético»), pero que pertenece también a las recopilaciones «diogenianeas». Coincide sobre todo con D2, pero ofrece un número de proverbios mayor (casi 800, muchos procedentes de otras fuentes) y unas explicaciones más extensas. Bühler denomina a esta serie D3 y nos es conocida por tres códices, Laurentianus 55, 7, del siglo xv, Parisinus 2650, del siglo xv, y Taurinensis C.VI.9, de finales del XIV.
Ya se comentó en su momento que la llamada «redacción Atos» está formada por cinco colecciones de proverbios, de las cuales sólo las tres primeras proceden realmente de Zenobio, mientras que las dos restantes tienen otro origen, aunque todas ellas fueron atribuidas a Zenobio, mezcladas y ordenadas alfabéticamente en una compilación que es el origen de nuestra «vulgata».
La cuarta colección Atos («Plutarco. Sobre los proverbios de los alejandrinos») se ha perdido en el manuscrito M, pero la transmiten otros códices de la familia y a partir de ellos fue sabiamente editada y comentada por Otto Crusius55. Comprende 51 proverbios, que reflejan una tradición diferente de la que deriva de Lucilo-Zenobio; de hecho se proponen en diversas ocasiones explicaciones distintas para los mismos proverbios y se acude al mito y a la historia para explicar su origen y significado con mayor asiduidad que en las colecciones zenobianas56. Crusius defendió la autenticidad de la atribución a Plutarco del opúsculo57, dado que en el catálogo de obras de Plutarco de Pseudo-Lamprias (142.13) se recoge un título «Sobre los proverbios de los alejandrinos», con el cual Crusius edita la cuarta colección Atos; pero también dejó bien establecido el sabio alemán que lo que ha llegado hasta nosotros es solamente un epítome de la obra original. Crusius intentó también precisar la fuente de la colección atribuida a Plutarco, cuyo autor habría reelaborado una obra del mismo título del filólogo alejandrino Seleuco, de época de Tiberio, que cita la Suda. Es especialmente interesante destacar que se trata de la recopilación más antigua conservada en la que se intenta comprender el espíritu de un pueblo a través de sus proverbios, una idea que pudiera remontar quizá a Polemón y Crisipo, sobre cuyos estudios paremiológicos se habló más arriba.
También es ajena a Zenobio la quinta colección Atos, la cual consta a su vez de tres series, que aparecen seguidas en nuestros manuscritos sin solución de continuidad:
a) La serie primera, cuyo comienzo se ha perdido en el códice M, comprende 63 proverbios principales y 62 secundarios, ordenados alfabéticamente según las dos primeras letras (un sistema que se encuentra también en algunas colecciones zenobianas)58. Al llegar a la secuencia ἀν- se produce una brusca interrupción, de manera que probablemente lo que nos ha llegado es solamente el inicio de una colección completa, que era ya un resumen. Las explicaciones son breves y poco doctas, sin citas eruditas, y lo más característico de ellas son las referencias a proverbios de sentido similar, un rasgo raro en las demás tradiciones. Las diferencias con respecto a las colecciones zenobianas afectan tanto a las glosas como a los lemas, doce de los cuales no se documentan en la restante tradición paremiográfica (aunque buena parte de ellos no son proverbios propiamente dichos) y hay asimismo variantes con respecto a lemas que sí testimonian las colecciones que derivan de Zenobio.
Esta primera serie de la quinta colección se nos ha transmitido sin nombre de autor y es poco lo que puede decirse sobre su origen. Crusius pensó en un principio en la posibilidad de hacerla remontar también a Plutarco, dado que en el antes mencionado catálogo de Pseudo-Lamprias se cita, con el núm. 55, una obra titulada «Proverbios, dos libros» y el erudito alemán creyó observar puntos de contacto entre la serie que comentamos y el epítome conservado de la colección de proverbios adscrita a Plutarco con el título «Sobre lo que es imposible»; no obstante, el propio Crusius se decantó luego por datar más tardíamente la formación de la primera parte de la quinta colección Atos y considerarla obra de un «sofista anónimo» que reunió el material con el propósito de utilizarlo en la instrucción impartida en las escuelas de retórica, y de ahí la reunión de refranes de sentido similar59.
b) La serie segunda está formada únicamente por ocho proverbios y sus explicaciones, no ordenados alfabéticamente y sacados del corpus de escolios.
c) La serie tercera comprende 23 proverbios provistos de breves glosas. Se ordenan alfabéticamente, pero la colección se interrumpe bruscamente en la letra β, por lo que también se trata del comienzo de una colección, en apariencia de carácter lexicográfico.
b) y c) presentan, pues, rasgos diferentes de a), y es posible que tengan razón Crusius y Rupprecht al suponer que las dos últimas series fueron añadidas por un compilador en un intento frustrado por ofrecer un complemento a la mutilada primera serie.
Bajo el nombre de Plutarco nos ha llegado también una brevísima colección de 31 proverbios (sin explicaciones) que se refieren a acciones imposibles («Recopilación de Plutarco acerca de lo que es imposible»). Fue publicada por vez primera en los Anecdota Graeca de Boissonade60, a partir del códice del siglo xv Parisinus 2720, seguida de otras dos pequeñas colecciones anónimas aún más breves, de seis y quince proverbios, que transmite el manuscrito Parisinus 1630, también del xv. Las tres colecciones se recogen en el corpus de Gotinga.
Colecciones más extensas fueron compiladas por eruditos bizantinos, que se basaban en buenas fuentes, generalmente relacionadas con la «vulgata», con adiciones que proceden sobre todo de obras lexicográficas y escolios. Ya se ha hablado anteriormente de la recopilación que en la segunda mitad del XIII llevó a cabo Gregorio de Chipre. Medio siglo después, entre 1328-1336, Macario Crisocéfalo (ca. 1305-1382) recogió en su Rosario una colección de proverbios que se conserva en un solo códice copiado por el propio autor, el Venetus Z.45261. Se trata de una serie de 796 proverbios con sus correspondientes glosas, ordenados alfabéticamente según las dos primeras letras. La fuente de Macario era buena y Bühler la relaciona especialmente con aquella de la que deriva nuestro «Diogeniano Vindobonense».
Del siglo xv data la más extensa de las colecciones compiladas por eruditos bizantinos, la que debemos a Miguel Apostolio (ca. 1422-1476), quien a partir de ca. 1454 inició en Creta la composición de una colección de proverbios que no dejó nunca de ampliar con nuevas adiciones a lo largo de su vida. Conocemos dos versiones, que el propio autor se ocupó de enviar a dos personalidades importantes de la cultura de su tiempo. La primera y más breve versión (una colección alfabética de proverbios, con adiciones tomadas de Estobeo) fue a parar a manos del volterrano Gaspare Zacchi, obispo de Ósimo, localidad próxima a Ancona, y se conserva en un manuscrito copiado por el propio Apostolio, el Mazarineus 446162. El propio autor copió también el códice Parisinus 3059, la fuente principal del texto editado en el corpus de Gotinga, que es la versión ampliada que Apostolio envió al erudito veneciano Lauro Quirino, muerto en 1466. Hay versiones posteriores, ampliadas con proverbios tomados de aticistas y lexicógrafos (Suda, Focio, Eudemo63), que conocemos por los manuscritos Angelicus 27, igualmente autógrafo64, y Bruxellensis 3529, copiado por Arsenio, hijo de Apostolio. Precisamente Arsenio, tras la muerte de su padre, continuó aumentando el material de la colección, para lo cual no acudió sin embargo a la tradición paremiográfica propiamente dicha, sino a léxicos y florilegios, y añadió, además de proverbios, sentencias, apotegmas e historias míticas. Dio a la obra así compilada el título de Violario y la envió al papa León X para que recomendara su publicación; únicamente se editaron los apotegmas (Roma, 1519), mientras que los proverbios no fueron impresos hasta la edición de Chr. Walz (Stuttgart, 1832)65.
Las colecciones de proverbios que han llegado hasta nosotros no se agotan aquí. Ya Schneidewin apuntaba en el prefacio a la edición del CPG que prácticamente no hay biblioteca con un fondo medianamente digno de manuscritos griegos que no cuente con una recopilación de proverbios, obra generalmente de eruditos que acudían a fuentes diversas, combinando la tradición paremiográfica con refranes sacados de léxicos, florilegios, escolios e incluso de las propias obras literarias. Algunas de estas colecciones están editadas66, otras permanecen inéditas y aún muchas sin haber sido objeto de estudios pormenorizados que determinen su valor exacto.
Por último, es posible conocer rasgos de las fuentes de las que deriva nuestro corpus de proverbios griegos a través de obras eruditas que hicieron uso también de esas mismas fuentes, aunque tal estudio presente muchos aspectos complejos y oscuros. Nos estamos refiriendo en concreto a los lexicógrafos y a los corpora de escolios que han llegado hasta nosotros.
En el léxico de Focio (mediados del IX) y en la Suda (segunda mitad del X) encontramos citados y comentados gran cantidad de proverbios, cuyas explicaciones coinciden en buena parte (pero no siempre literalmente) con la tradición que se relaciona con Zenobio67. Los autores de ambas obras pudieron recurrir directamente a la tradición paremiográfica propiamente dicha, pero ésta también se incluyó indirectamente en los dos léxicos por intermedio de los lexicógrafos aticistas de los que tanto Focio como la Suda hicieron amplio uso, en particular Elio Aristides y Pausanias, ambos del siglo II d. C68. Desconocemos las fuentes de Elio Aristides, pero Pausanias utilizó para cuestiones paremiográficas una buena fuente, que pudo remontarse incluso a la propia obra de Dídimo, la cual, como se dijo en su momento, es la fuente última de la que nace lo esencial de nuestro CPG.
De Elio Aristides y Pausanias se sirvió igualmente el obispo de Tesalónica Eustacio (1115-1195) en su ingente comentario de los poemas homéricos, en el cual se explican numerosas expresiones proverbiales, generalmente de manera breve, pero a veces con notable amplitud69. Eustacio era hombre de muchas lecturas, por lo que además de en la tradición paremiográfica y lexicográfica sus glosas de proverbios beben también de otras fuentes (Ateneo, Estrabón, Esteban de Bizancio, etc.) e incluso de las propias obras de poetas y prosistas que utilizan los refranes.
También el léxico de Hesiquio contiene muchos proverbios, cuyas explicaciones provienen en su mayor parte de la tradición paremiográfica y lexicográfica70.
Los corpora de escolios nos proporcionan datos que remontan directamente a las fuentes de Zenobio, esto es, a Lucilo y al propio Dídimo, de manera que recogen la misma tradición que nuestro CPG, aunque documentan en muchos casos un estadio anterior al que reflejan nuestras colecciones (pero los problemas de las relaciones son complejísimos). En este aspecto son especialmente importantes los escolios a Platón, que ofrecen a menudo glosas más largas que las que refleja la tradición paremiográfica71, y los escolios a Teócrito72, Aristófanes73 y Luciano74, en tanto que nos ofrecen escasas informaciones los escolios a Eurípides, Sófocles y Píndaro, aunque remonten en última instancia, al menos parcialmente, a los comentarios de Dídimo sobre las obras de estos poetas.
La editio princeps de colecciones relacionadas con la tradición paremiográfica griega fue obra de Benedetto Ricciardini y apareció publicada en 1497 en Florencia, en las prensas yuntinas; contiene únicamente Zenobio Parisino75. Buena parte de los proverbios recogidos en esta primera edición, con la adición de refranes tomados de la Suda y de la «redacción Atos» (para la que usó el códice L, según Bühler, o un códice gemelo, según Crusius y Rupprecht), componen la recopilación contenida en el volumen Aesopi aliorumque, publicada en 1505 por Aldo Manuzio en Venecia76.
Ambas obras quedaron pronto empequeñecidas por las recopilaciones de Erasmo de Rotterdam, que echó sobre sus espaldas los Herculei labores de editar y comentar, con admirable competencia y erudición, una parte muy importante del acervo paremiológico grecolatino. En 1500 apareció en París una primera colección menor (Adagiorum collectanea) de 818 proverbios griegos y latinos, brevemente comentados. Esta recopilación tuvo muy buena acogida y se reeditó un par de veces, incluso cuando ya había sido publicada la editio maior, las admirables Adagiorum chiliades tres, ac centuriae fere totidem. La primera edición veneciana de esta magna obra (Aldo Manuzio, 1508) contiene 3.271 proverbios, y el autor no cesó de corregirla y aumentarla en sucesivas ediciones, hasta los 4.151 refranes griegos y latinos que reúne la edición de Basilea de 1536, la última que se publicó en vida de Erasmo77. En los 150 años que siguieron a la muerte de su autor, las Chiliades se reeditaron completas nada menos que cuarenta veces, cifra que por sí sola da una idea de la gran difusión de un trabajo que fue decisivo para la propagación del espíritu de la Antigüedad durante los siglos XVI-XVII78.
Los lemas aparecen en la colección erasmiana ordenados por temas, no alfabéticamente, y van seguidos de explicaciones llenas de erudición y mucho más extensas que las que se encuentran en la tradición paremiográfica, de la cual se aparta muchas veces y a menudo con razón. Por lo que a los proverbios griegos respecta, Erasmo echó mano de los propios autores antiguos, que tan bien conocía, de las colecciones de proverbios79 y de obras eruditas, lexicográficas y escolios (Suda, Eustacio, Ateneo, Esteban de Bizancio, Pólux, Hesiquio, escolios a Aristófanes, Píndaro, Teócrito, etc.). Baste decir como prueba del ingente trabajo de Erasmo que, de las fuentes citadas, en 1508 sólo estaban publicadas Zenobio Parisino, Suda y la colección aldina.
El siguiente paso importante para el conocimiento del Corpus Paroemiographorum Graecorum se lo debemos a Andreas Schott, que publicó en Amberes en 1612 sus Paroimíai Hellenikaí. Adagia sive proverbia Graecorum. Los lemas en griego aparecen divididos por vez primera en «centurias» y van acompañados de una traducción latina y de un comentario crítico e interpretativo muy notable. Se recogen proverbios de Zenobio Parisino (tomados de la edición de Obsopoeus), Diogeniano (a partir de los códices L y P; este último, que fue propiedad de Schott, conserva sus anotaciones y adiciones), algunos refranes de la «redacción Bodleiana» (tomados de un códice relacionado con el Vaticanus 878) y otros sacados de la Suda y de la colección reunida por J. J. Escalígero (Stromateîs emmétron paroimiôn).
De 1836 son los Paroemiographi Graeci de Thomas Gaisford (Oxford; reimpr. Osnabrück, 1972). Gaisford partió, como es natural, del texto editado y comentado por Schott, al que añadió breves comentarios personales y las correcciones inéditas del gran filólogo holandés Valckenaer (1715-1785). Pero la principal aportación de Gaisford fueron los nuevos textos que editó y el hecho de que colacionara manuscritos hasta entonces no utilizados. Por primera vez se publicó completa la «redacción Bodleiana» (a partir del códice B y del Parisinus 1773 para los lugares en que B presenta lagunas) y parcialmente la colección del Coislinianus 177. Para Zenobio Parisino Gaisford fue el primero en colacionar el manuscrito P, el testimonio principal y cabeza de familia de los códices que nos transmiten la colección, y para «Diogeniano» se basó en la edición de Schott, pero añadió las lecturas de los códices T y G, así como del Baroccianus 219, que estudios posteriores han mostrado que pertenece en realidad a la llamada «recensión D1».
En 1839, tan sólo tres años después de que la obra de Gaisford viera la luz, E. L. von Leutsch y F. G. Schneidewin publicaron en Gotinga el primer volumen del Corpus Paroemiographorum Graecorum, al que seguiría un segundo volumen, obra ya solamente de Leutsch, en 1851. El volumen primero contiene las siguientes colecciones:
a) Zenobio Parisino. No se colacionan nuevos códices, pero son numerosas las correcciones hechas al texto impreso por Gaisford y se añaden notas críticas y comentarios de gran erudición sobre las fuentes, el origen y el significado de los proverbios, un rasgo que caracteriza en conjunto toda la edición.
b) Diogeniano. Leutsch-Schneidewin se basan en las ediciones de Schott y Gaisford, de quien toman el aparato crítico, añadiendo las lecciones del códice M y valiosas notas.
c) «Proverbios alejandrinos de Plutarco», ya editados por J. Gronovius en su Thesaurus Graecarum Antiquitatum (Leiden, 1701) y que proceden sobre todo del códice L de Zenobio Atos.
d) Pseudo-Plutarco, «Sobre lo que es imposible», a partir de la edición de Boissonade.
e) Gregorio de Chipre (serie primera). Edición muy mejorada con respecto a la que realizó P. Pantino en su publicación de la obra de Miguel Apostolio (Leiden, 1619).
f) Appendix Proverbiorum. Se trata de una selección de proverbios tomados de diversas colecciones, especialmente de la Colección Bodleiana (también citada sistemáticamente en el aparato crítico de otras colecciones), los refranes de la colección del códice Coislinianus 177 que editó Gaisford, y los que se encuentran en el Vaticanus 482 («recensión D2»).
El volumen segundo comprende las siguientes colecciones:
a) Diogeniano Vindobonense. Editio princeps y única completa hasta hoy.
b) La colección de Gregorio de Chipre tal como la transmiten los manuscritos de Leiden y Moscú. En ambos casos se trata también de primeras ediciones, aunque en el caso del códice de Leiden ya se ha dicho que se omiten erróneamente una cantidad importante de proverbios.
c) Gregorio de Chipre (segunda serie), editada asimismo por vez primera, aunque sólo parcialmente.
d) Macario, primera edición completa (la recopilación fue ya utilizada por Walz en su edición del Violario de Arsenio en 1832)
e) «Proverbios de Esopo».
f) Colección de Apostolio, con las adiciones de Arsenio; se utilizan nuevos manuscritos, en particular el autógrafo Parisinus 3059.
g) Mantissa Proverbiorum, selección de proverbios procedentes de varias colecciones.
El Corpus de Gotinga supuso un enorme adelanto en el conocimiento de la tradición paremiográfica griega, tanto por el material recogido como por el aparato crítico y erudito que lo acompaña, y sigue siendo aún hoy la primera obra de consulta para los estudiosos de la paremiografía griega, pese a que hace ya más de un siglo Crusius insistiera en la necesidad de realizar una edición global del corpus que superase definitivamente la obra de Leutsch-Schneidewin, una empresa que él mismo planeó e inició, pero que aún dista mucho de ver cercana su realización.
Efectivamente, como se ha anticipado al tratar de la formación del corpus de proverbios griegos, han seguido apareciendo, con posterioridad a la publicación de la edición de Gotinga, nuevas colecciones o manuscritos que transmiten buenos textos de las ya conocidas, de manera que pronto quedó desfasada, en este aspecto, la edición de Leutsch-Schneidewin, cuya consulta debe ser completada con la de otros trabajos posteriores, buena parte de ellos recogidos en el suplemento al Corpus Paroemiographorum Graecorum que apareció publicado en Hildesheim en 1961. Ya se ha hablado del descubrimiento por parte de E. Miller del códice M, que supuso la revalorización de la «redacción Atos» de Zenobio, mejor conocida más tarde con la colación de nuevos manuscritos, a los que ya se ha hecho alusión, y particularmente en estos últimos años por la ingente labor de W. Bühler, quien proyecta publicar una edición completa con nutridísimo aparato crítico y amplísimo comentario, un trabajo que avanza poco a poco y que es indudablemente modelo para todo lo que se haga posteriormente en este terreno80. Crusius se ocupó de editar y comentar la cuarta colección Atos81, y recientemente María Spyridonidou-Skarsouli ha llevado a cabo la tarea de editar con extenso comentario la primera serie de la quinta colección Atos (Berlín-Nueva York, 1995).
Por otro camino, nuestro conocimiento de los proverbios griegos antiguos se ha ampliado con los estudios dedicados al uso de refranes en autores particulares, un trabajo que cuenta con algunos excelentes estudios, pero que dista todavía muchísimo de estar completo. Strömberg82 se ocupó de recopilar proverbios que se citan en las obras literarias y eruditas y que no se encuentran en lo que nos ha llegado del CPG, pero por supuesto el estudio individual por autores o géneros es imprescindible no sólo para recoger de la manera más completa posible el acervo proverbial griego, sino también para determinar los usos y significados de los refranes, tareas éstas que tienen unas implicaciones que van mucho más allá de la simple curiosidad erudita, ya que los proverbios griegos y latinos, que fueron recogidos directamente por la tradición humanística, son un fiel testimonio de la unidad de la cultura europea desde la Antigüedad clásica hasta nuestros días83.
Quienes se dedican a los estudios de paremiología señalan a menudo la dificultad (en no pocos casos imposibilidad) de traducir proverbios de una lengua a otra, por causa tanto de su contenido connotativo como de las características formales, con frecuencia difícilmente traducibles, que suelen presentar los refranes: concisión en la expresión, con frecuentes elipsis, metro o ritmo, rimas, juegos de palabras, aliteraciones, etc. En el caso del corpus de proverbios griegos estas dificultades no se limitan únicamente a los lemas, sino que se extienden a menudo a las explicaciones debido a los avatares por los que el texto ha pasado hasta llegar hasta nosotros. En efecto, al ser nuestras colecciones resúmenes de otros resúmenes anteriores, el estilo de las explicaciones suele ser algo seco y cortante, con no infrecuentes dislocaciones sintácticas y expresiones braquilógicas, fruto de los sucesivos recortes y de la yuxtaposición, no siempre feliz, de fuentes diversas. En nuestra traducción hemos procurado mantener en lo posible estas características del original.
No conocemos ninguna traducción de las colecciones de proverbios griegos a una lengua moderna. Todo lo más, son incluidos en antologías de dichos y sentencias de la Antigüedad, algunas de ellas excelentes, entre las cuales destacamos, por el número de proverbios que se recogen y la calidad del comentario, el ya citado libro de Renzo Tosi Dizionario delle sentenze latine e greche (una buena cantidad de proverbios antiguos se recogen y traducen al griego moderno en la recopilación de N. Moulakakis, Arkhaíes Hellēnikés Paroimíes, Atenas, 1994).
Puesto que no era posible ni tampoco aconsejable recoger todas las colecciones de proverbios (además de su excesivo volumen, habría constantes repeticiones innecesarias), hemos optado por incluir en nuestra versión aquellas colecciones que ofrecen mejores y más pormenorizadas explicaciones: la colección parisina (Zenobio Parisino), y las cinco series de la recensión Atos (Zenobio Atos), pese a que las dos últimas son ajenas a la tradición zenobiana. Cuando, para un mismo lema, las explicaciones de Zenobio Parisino y de Zenobio Atos coinciden total o casi totalmente, las glosas se traducen en Zenobio Parisino, añadiéndose entre corchetes angulares los datos que eventualmente puedan añadir tanto la recensión Atos como otras colecciones, especialmente la Bodleiana y la Coisliniana (en nota se indica en todos los casos la procedencia de las informaciones). Las noticias adicionales que proporcionan la tradición lexicográfica y los escolios, las cuales con frecuencia son imprescindibles para la comprensión del uso y origen de los proverbios, se añaden por regla general en nota.
Para Zenobio Parisino seguimos la edición de Leutsch-Schneidewin; para Zenobio Atos, la edición de E. Miller, excepto para los cuarenta primeros proverbios de la serie segunda (que traducimos según la edición de Bühler), y la primera parte de la serie quinta (para la que nos basamos en la edición de Spyridonidou-Skarsouli); la serie cuarta se traduce a partir del texto dispuesto por Crusius. En todos los casos se han tenido también en cuenta las precisiones que se hacen en otros trabajos, especialmente los recogidos en el Supplementum al Corpus Paroemiographorum Graecorum. De las ediciones mencionadas nos apartamos en los siguientes pasajes:
