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RELIQUIAS, OBJETOS DE PODER

 

 

 

Confieso que cuando entro en un templo cristiano por vez primera siempre busco el relicario, es decir, el conjunto de reliquias que se guardan en un determinado santuario. Más allá de esa pátina de misterio que poseen este tipo de piezas, el número, la variedad, las curiosidades y leyendas asociadas a las mismas nos suelen hablar de la importancia que tuvo ese espacio en la antigüedad, de los personajes ilustres que pasaron por allí, de las pequeñas y grandes historias que tuvieron lugar en ese enclave. Porque las reliquias distan bastante de ser simples artículos que se custodian en iglesias y catedrales de todo el mundo; son objetos relacionados con el poder, «máquinas hechas para emocionar», como diría Javier Sierra. Ellas han sido depositarias de la fe y de los ruegos de millones de personas a lo largo de la historia de la cristiandad, provocando guerras y enfrentamientos entre distintas confesiones o reinos, todos en pugna por retener estos objetos sagrados en la creencia de que los ayudaban a tener suerte en sus empresas y a estar cerca de la divinidad.

 

 

CULTO UNIVERSAL

 

Las reliquias nacieron con el cristianismo, pero sería erróneo pensar que solo están presentes en nuestro contexto religioso y sociocultural. En el Museo Topkapi de Estambul (Turquía), muy conocido por albergar el enigmático mapa de Piri Reis,[1] existe un pabellón donde se veneran algunas reliquias relacionadas con el profeta Mahoma: un diente, unos pelos de su barba, una tablilla de barro donde aparece, supuestamente, la huella de su pie, así como su estandarte y su manto. Esta última es la pieza más preciada para los musulmanes, quienes piensan que tiene propiedades milagrosas.[2] Por su parte, los budistas adoran lo que consideran restos de su fundador, el príncipe Siddharta Gautama, como algunos fragmentos óseos y porciones de su dentadura.

Con todo, el deseo de guardar estas piezas surge con los primeros mártires de la Iglesia. Los cristianos llegaron a la conclusión de que los que habían sufrido martirio podrían ser unos excelentes intercesores ante Dios, de ahí que decidieran hacerse con sus ropas, enseres y cuerpos para acelerar las concesiones de la divinidad. Según Antonio Piñero, catedrático de Filología Griega de la Universidad Complutense de Madrid, especializado en lengua y literatura del cristianismo primitivo,[3] «la implantación de la devoción a las reliquias se hace casi general en la cristiandad del siglo IV unida a la libertad de culto que proporcionó el Edicto de Milán del año 311, en el que el emperador Constantino, después de la batalla del puente Milvio, permitió que el cristianismo pudiera añadirse a la lista de religiones y cultos permitidos en el Imperio. Ello produjo peregrinaciones a los lugares emblemáticos de la cristiandad, sobre todo Roma y Jerusalén». Precisamente, en esta época de auge de las peregrinaciones empiezan a tenerse noticias de las reliquias más importantes de la Iglesia: las de Jesús de Nazaret.

Hacia el año 340 el obispo de Jerusalén, Cirilo, expandió la noticia de que durante las obras de construcción de la iglesia del Santo Sepulcro había aparecido un gran leño que, para ellos, era parte de la cruz en la que había muerto Jesús. Es justo en este instante cuando se crea ese interés por guardar las astillas de ese leño, en el convencimiento de que protegían contra todo tipo de males. Y no solo los restos de la cruz, pues los cristianos de aquel tiempo asistieron al nacimiento del culto a todos los objetos diseminados por el mundo que, según la leyenda y la tradición, fueron tocados por Jesús de Nazaret. Dos de los más importantes están en España, en Valencia y en León.

 

 

El Grial, la reliquia más perseguida

 

El terreno de las reliquias suele estar abonado con grandes dosis de relatos legendarios y la indispensable condición de la fe como único elemento de empuje a una historia llena de lagunas.

El hecho de denominar al cáliz utilizado por Jesús en la Última Cena como grial tiene su origen en un relato medieval. Tal y como me explicaba el reputado investigador Jesús Callejo en una agradable reunión que mantuvimos en el pintoresco mesón madrileño La Fontana de Oro, «el grial es todo un ciclo literario relacionado con la figura legendaria del rey Arturo, pero con independencia de sus raíces históricas, este relato nace en el siglo XII a partir de una serie de personajes, como Geoffrey de Monmouth, que empiezan a añadir a la leyenda de Arturo elementos de su cosecha». Aquella tarde de invierno me desplacé a Madrid con la intención de que Jesús me diera más detalles sobre esta misteriosa pieza. Recuerdo que fue en el año 2014 cuando decidí introducirme a fondo en esta historia, y él fue mi primer guía en una aventura fascinante.

Lo primero que saqué en claro de aquella reunión es que en la leyenda del rey Arturo lo más importante no son sus doce caballeros, su espada Excálibur o su mesa redonda. El elemento destacado, por encima de cualquier otro, es esa búsqueda de perfección materializada en la búsqueda del grial. «Esta pieza ha sido representada con distintos objetos como una escudilla, por ejemplo, o como la esmeralda que cae de la frente de Lucifer», me decía Callejo, añadiendo que, en concreto, es Robert de Boron quien «le da un componente cristiano asociándolo con la copa de la Última Cena». Así fue como el abstracto grial pasó a considerarse algo físico, tangible, y con propiedades curativas y milagrosas derivadas de su relación con Jesús de Nazaret.

 

Diversos griales en la cristiandad

 

Por ende, más allá de esa relación del término grial con enseñanzas ocultistas y espirituales, si tomamos la palabra por la vertiente de la reliquia, nos encontraremos que existen diversos griales, es decir, diversos cálices que, según los fieles, están entre los candidatos a ser el que habría sido utilizado por Cristo durante la Última Cena. Su fama nace en el medievo, en el siglo XII, cuando se extiende el mito del Grial gracias a la literatura trovadoresca; así, toda Europa se disputa su custodia y cada cual dice estar en posesión de la verdadera reliquia.

En Inglaterra, por ejemplo, existen tres griales: el vaso de Nanteos, el grial de Hawstone y el cáliz de Ardagh. El que posee más tradición es el vaso de Nanteos, un cuenco de madera que, según sus custodios durante mucho tiempo, la familia Powell, procedería de la abadía de Glastonbury, donde, a tenor de la leyenda artúrica, José de Arimatea lo habría depositado. Si tenemos en cuenta los recientes análisis a los que ha sido sometido, el vaso de Nanteos fue creado en el siglo XIV.

Curiosamente, en América también hay un grial: el cáliz de Antioquía. Forma parte de la colección del Metropolitan Museum of Art de Nueva York. A pesar de que la prestigiosa institución lo dató entre los años 350 y 500 d. C., son muchos los que se acercan a contemplar esta pieza considerando que es el «cáliz del Mesías». Y sin irnos tan lejos, en Italia, tenemos al Santo Catino y la Sacra Catina, ambos en Génova. Como se observa, hay muchos griales, pero según el estudioso Jesús Callejo: «Aunque hay unos doce en toda la cristiandad, analizando cada uno llegamos a la conclusión de que solo dos resisten las pruebas arqueológicas, históricas y legendarias: el de Valencia y el de León».

 

 

El cáliz de doña Urraca, el secreto oculto en la «capilla sixtina» del Románico

 

En el año 2014 y gracias a una investigación histórica, el grial, un objeto de leyenda con gran empaque en el campo de la literatura y de los enigmas, pasó de ser un elemento intangible a una realidad con nombre propio: el cáliz de doña Urraca.

 

Una noticia inolvidable

 

Aquel día de finales de marzo de 2014, el Diario de León amaneció con el siguiente titular:

 

EL SANTO GRIAL ESTÁ EN LEÓN

 

A esta lapidaria frase le seguían otras dos que no tenían desperdicio: «Una investigación histórica descubre que el cáliz de doña Urraca es la copa de la Última Cena. Unos papiros egipcios revelan que llegó hace mil años a San Isidoro como regalo de un emir a Fernando I». Devoré la información, unas líneas que aquel día estaban en boca de todos los seguidores de lo enigmático. Pero, más allá de mi sorpresa como aficionada, yo quería investigar aquel asunto. Necesitaba saber más. Tanto es así que me puse en contacto con la editorial Reino de Cordelia. En la publicación del Diario de León se decía que toda la investigación histórica sobre aquel objeto se había recogido en un libro titulado Los Reyes del Grial, cuyos autores eran Margarita Torres Sevilla y José Miguel Ortega del Río. Añadían, además, que el ensayo saldría a la venta unos días después, a principios de abril. Yo no podía esperar tanto. Conseguí que la editorial me enviara el libro a la mayor brevedad y pude acercarme al grueso de la investigación antes de que llegara a las tiendas. Por aquellos días tuve la oportunidad de entrevistar, en varias ocasiones, a todos los artífices de la investigación, especialmente a Margarita Torres Sevilla y José Miguel Ortega del Río. Paso a relataros la historia que me transmitieron.

 

La colegiata de San Isidoro de León guarda un enigma

 

Coincidiendo con la publicación de Los Reyes del Grial, el museo de la colegiata de San Isidoro de León se convirtió en una de las salas más visitadas de nuestro país. ¿La razón del cambio? Un objeto legendario respaldado por una investigación histórica. De entre la valiosa colección que guarda este indispensable enclave leonés sobresale un elemento que había pasado desapercibido hasta entonces: el cáliz de doña Urraca. Lo cierto es que para los leoneses esta copa era especial desde hacía mucho tiempo, no solo por ser uno de los más bellos y ricos cálices que se conservan, sino porque el antiguo abad y académico de San Isidoro, Antonio Viñayo, llevaba décadas asegurando, de viva voz y hasta en la prensa, que se trataba de la copa que utilizó Jesús de Nazaret durante la Última Cena. No es que el estudioso quisiera conferirle un aura mágica a uno de los tesoros de León, sino que tenía sospechas de que esta pieza era mucho más valiosa de lo que a simple vista parecía. Antonio Beltrán, quien fuera catedrático de Arqueología de la Universidad de Zaragoza y uno de los mayores estudiosos del cáliz de Valencia, determinó que la parte superior del cáliz de doña Urraca —un cuenco de ónice enriquecido más tarde por la princesa castellana— era de procedencia romana y oriental y, por sus características, fechó su origen entre los siglos II a. C. y I. d. C. Estos datos comenzaron a crear un rumor que solo había calado hondo en León. Y, de hecho, una mujer que cuando Viñayo y Beltrán realizaban sus investigaciones ni siquiera había nacido se quedó con la copla y no la olvidó al convertirse en historiadora y profesora de Historia Medieval de la Universidad de León: Margarita Torres fue la artífice de una investigación que, pista a pista, ha arrojado nuevos datos sobre la reliquia más perseguida de la cristiandad.

 

Los tesoros árabes de San Isidoro

 

El estudio que ha relacionado el cáliz de doña Urraca con el mito del Grial surgió por el trabajo de un equipo de la Universidad de León que estaba estudiando las piezas árabes custodiadas en la Real Colegiata de San Isidoro, impresionante enclave de factura románica alzado sobre templos anteriores por orden del rey Fernando I de León (1016-1065 d. C.) y su esposa, la reina Sancha (1013-1067 d. C.). La advocación elegida para la consagración del lugar —que se efectuó en el año 1063— fue la de San Isidoro, santo sevillano del que mandaron traer sus restos hasta León. «Dentro del interés de las instituciones por conocer mejor nuestro pasado, se nos encargó en su momento, precisamente por llevar tiempo trabajando sobre temas isidorianos, que nos ocupásemos de estudiar las piezas de procedencia islámica custodiadas en el museo de San Isidoro. Así fue como un arca de plata nielada, del visir egipcio Sadaqa ibn Yusuf, nos llevó tras la pista», me contaba Margarita Torres. Piezas como esta, que todavía pueden observarse en dicho museo, los llevaron a preguntarse por las relaciones entre el Reino de León y la dinastía fatimí de Egipto durante el siglo XI. Aunque, a priori, la presencia de tesoros árabes en San Isidoro de León no parecía guardar relación con el cáliz de doña Urraca, todo cambió debido a una impresionante casualidad. Y es que Gustavo Turienzo, historiador medieval doctorado en Filología Árabe por la Universidad Complutense de Madrid, encontró en El Cairo un texto que parecía explicar no solo la procedencia de los objetos árabes de San Isidoro, sino también por qué la hija de Fernando I de León y doña Sancha, doña Urraca (1033-1101 d. C.), había donado todas sus joyas para enriquecer un cuenco sin aparente trascendencia.

 

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Cáliz de doña Urraca, considerado desde el año 2014 como el grial leonés.

 

Unos pergaminos en El Cairo

 

Gustavo Turienzo se encontraba en la Biblioteca Nacional de El Cairo cuando dio con el documento clave de esta historia. Me contó su impresionante hallazgo una tarde de primavera en Madrid, cuando tuvo a bien reunirse conmigo para hablar de esta historia. Me dijo que fue durante una estancia en Egipto a causa de otra investigación cuando se decidió a examinar dos láminas que sobresalían del interior de una caja de aquella biblioteca cairota. No esperaba hacer ningún gran descubrimiento entre todos los papeles que lo rodeaban, pero la casualidad quiso que cayera en sus manos un texto que había pasado desapercibido hasta ese momento: «Cuando hay tantos papeles antiguos la curiosidad es muy fuerte. Estaba ojeando las cajas cuando encontré unos documentos que pertenecían a otro lugar, a la Universidad de Al Azhar. Estarían allí por alguna razón administrativa o burocrática, a saber. Lo que me llamó la atención fue leer el nombre de Fernando, porque, desde luego, no es habitual por aquellas tierras. Concretamente ponía Ferdinand al Kabir: Fernando I el Magno. A medida que fui leyendo los textos, los pelos se me pusieron de punta. Recogí rápidamente una traducción y me la traje a España», me explicó. El primer documento que Turienzo tradujo aquel día hacía referencia a un escrito cuya autoría recaía en un autor musulmán muy famoso por sus biografías de hombres sabios: Abu-l-Hasan Ali ibn Yusuf ibn al-Qifti (1172-1248 d. C.). Según el pergamino recién descubierto, Al-Qifti habría afirmado que «la Copa que dicen los cristianos que es la Copa del Mesías», un objeto custodiado en Jerusalén y con fama de milagroso entre cristianos y musulmanes, había sido enviado a Ali ibn Muyahid ad-Danii, por entonces sultán de un territorio del Levante español: Denia. Este sultán hispano había sido muy generoso con el imán fatimí Al-Mustansir (1029-1094 d. C.), pues había donado un barco repleto de alimentos para que Egipto superara la gran hambruna que consumía al territorio en aquellos momentos. «En torno al 1054-1055 el clima en Egipto estaba deteriorado. Había una serie de sequías que provocaron unas hambrunas terribles y, en consecuencia, movimientos revolucionarios y todo tipo de ataques. Cuando llegó a una situación desesperada, el imán se vio obligado a pedir ayuda a todos los emires musulmanes. Parece ser que, a estas peticiones de ayuda, solo prestó oídos el sultán de Denia», en palabras de Gustavo Turienzo. Y como seña de agradecimiento y para corresponder a su ayuda, el imán Al-Mustansir le envió una embarcación cargada de tesoros, entre ellos, el famoso y venerado cáliz del que habla el texto. De hecho, el pergamino va más allá y explica que el sultán de Denia, «como ya había recibido algunas informaciones sobre el poder de la Copa, se la pidió al imán excelso Al-Mustansir, a cambio de cuanto fuera menester darle por su entrega [mancha en el texto] pues su intención era enviarla al rey de León, Ferdinand al Kabir, [...] para fortalecer la amistad con él». En el documento también se refleja el temor de los cristianos a que esta reliquia única sufriera algún percance durante el traslado hasta Denia. Es por ello que, tal y como se comenta en el texto hallado por Turienzo, encomiendan su protección durante el viaje a «un obispo franco de Al-Yalaliqa (León), que recoge Al-Masudi en su libro, que estaba de peregrinación por entonces en Jerusalén». En resumen, el contenido íntegro que aparece en dicho papiro es el siguiente:

 

Dice Al-Qifti que la Copa que dicen los cristianos que es la Copa del Mesías —la paz sobre él—, utilizada durante la celebración con sus seguidores —que Dios sea misericordioso con ellos—, se encontraba en una [mancha] de las iglesias pequeñas que están en los alrededores de Jerusalén —pedimos a Alá que la reintegre al país del Islam—. Esta iglesia es famosa por la presencia de las reliquias del obispo Yacub [mancha], firme discípulo del Mesías —la paz sobre él—. Y allí estaba la Copa, bajo la protección de algunos rumíes valientes, que habían juramentado su protección, oculta tras una doble cortinilla, en un nicho entre las paredes, lejos del alcance de la vista. Los cristianos insisten que esta Copa tiene poderes [mancha] medicinales extraordinarios, rumor que es propalado [mancha] por las lenguas de cristianos y musulmanes, incrementando la fama y popularidad de la Copa. Y la gente de ciencia y doctrina la ignoran, e incluso algunos musulmanes rechazan firmemente que exista ninguna iglesia [mancha] curación. En el año de la gran hambruna (447), Ali ibn Muyahid ad-Danii envió un barco con gran cantidad de víveres hacia el país de Egipto. Y como ya había recibido algunas informaciones sobre el poder de la Copa, se la pidió al imam excelso Al-Mustansir, a cambio de cuanto fuera menester darle por su entrega [mancha] pues su intención era enviarla al rey de León, Ferdinand al Kabir, [mancha] rey de este país, en el año 429, para fortalecer la amistad con él. Este rey estaba afectado por la fuerte enfermedad de la piedra, la cual le hizo perecer penosamente. Aunque otros dicen que Ali en realidad era cristiano y que su madre estaba todavía viviendo en el país de los cristianos, pero que no había podido acompañarle. Los guardianes infieles [en religión: cristianos] temían que la Copa cayera en manos de los musulmanes durante el traslado de un lugar a otro. Al saber del odio que los judíos y la gente de ciencia y doctrina tenían a la Copa y [mancha] al acto de peregrinación [mancha], se la encomendaron a un obispo franco de Al-Yalaliqa, que recoge Al-Masudi en su libro, que estaba de peregrinación por entonces en Jerusalén. Acompañado de algunos guardias de la Copa y de sus propios hombres, el obispo [mancha] cogió lo necesario para el viaje, y con prisa se puso en camino [mancha]. Y es conocido que durante el viaje [mancha]...[4]

 

Si ya de por sí este primer texto, que dormía el sueño de los justos hasta ahora, contiene unas líneas que tienen mucho que decir sobre la historia del grial, la conmoción de Gustavo Turienzo aumentó cuando echó mano del segundo pergamino de la caja. En él se exponía una petición de Saladino (1138-1193 d. C.), sultán de Egipto y de Siria, que pedía que se le enviara «el trozo de piedra santa, la cual desprendió de la Copa con una gumía, el primero de los hombres de Bani-I-Aswad en el año 447 [de la Hégira], cuando el malvado Al-Mustansir le nombró jefe de la expedición con dirección a Denia en el extremo de Occidente [mancha en el texto]. Y es sabido cómo tal proceder ennegreció su cara y sus manos [mancha en el texto]». Añade, además, que dicha esquirla había sido enviada a Saladino y había obrado el milagro de curar a su hija «después de imponerle el trozo de piedra sobre su cuerpo». En concreto, esta es la traducción completa:

 

El estado de nuestra hija, la cual, como sabes, padece de la enfermedad del flujo de la sangre y el mal de la piedra, y habiéndonos aconsejado previamente por los médicos y por el muftí de Jerusalén, ordenamos que nos sea enviado el trozo de la piedra santa, la cual desprendió de la Copa con una gumía, el primero de los hombres de Bani-I-Aswad en el año 447, cuando el malvado Al-Mustansir le nombró jefe de la expedición con dirección a Denia en el extremo de Occidente [mancha]. Y es sabido cómo tal proceder ennegreció su cara y sus manos [mancha]. La esquirla tomada de la Copa fue enviada a Salah ad-din, que Dios se apiade de él, y tras la curación de su hija después de imponerle el trozo de piedra sobre su cuerpo, ordenó que fuera guardada en una alacena en la casa de la riqueza [tesoro público de los musulmanes].[5]

 

Según ambos documentos, un objeto de poder muy importante había sido enviado hasta Denia junto con otros tesoros de procedencia árabe. También se explica en el segundo texto la intención del sultán de Denia, Ali ibn Muyahid ad-Danii, de enviar «la Copa que dicen los cristianos que es la Copa del Mesías» al rey Fernando I de León, y en una fecha muy concreta —1054/1055 (447 de la Hégira)—. Pero ¿por qué motivo el sultán de Denia quería entregarle un objeto de tanto valor a un monarca que consideraba infiel? Según me contó aquella tarde Gustavo Turienzo, la razón es doble: «Por un lado, existían rumores de que no es que fuera tibio en religión, sino que ni siquiera era musulmán. Si él hubiera retenido esa pieza, se habrían alzado en su contra. Se deshizo de ella, y le vino muy bien, porque en ese momento se inicia la presión de Fernando I contra el Levante. Si analizamos la historia del siglo XI en España veremos que León, en ese momento, desarrolla una vía expansiva. Encuentra que su puerto natural de salida hacia el Mediterráneo es Valencia, y ejerce una presión enorme allí. Era necesario aplacar a Fernando I». Margarita Torres, por su parte, me comentaba que «a veces nos olvidamos del papel tan destacado que jugaron los distintos territorios de la península ibérica en la Edad Media y de sus relaciones. Olvidamos que León, en tiempos de Fernando I, es el reino más poderoso de la piel de toro y que los reyes taifas se someten a su autoridad». Para el sultán de Denia, añade Torres, conseguir la copa «representaba poseer la reliquia más preciada de la cristiandad y, con ella, poder conseguir la amistad de un rey de León tan peligroso como era, en aquel momento, Fernando I el Magno. No olvidemos que a este monarca le entregaban tributos, en concepto de parias, los emires de Zaragoza, Toledo, Sevilla y Valencia. Y que, en un par de ocasiones, llega a plantarse con sus ejércitos en el Levante. De hecho, en 1065, asediando en persona Valencia, solo la enfermedad que le llevó a la muerte, y obligó a sus hombres a volver a León, impidió, quizá, su conquista, décadas antes que la del Cid. Con un hombre así, mejor llevarse bien».

Si lo relatado finalmente en los documentos se cumplió y es real, es decir, si el cáliz y demás objetos árabes fueron enviados al Reino de León, el arca de plata nielada de Sadaqa y los tesoros islámicos de San Isidoro debían pertenecer al envío realizado por Al- Mustansir a Denia. Es la conclusión a la que llegó la historiadora Margarita Torres cuando tuvo conocimiento de los hallazgos de Gustavo Turienzo. Tras descubrir la existencia de estos documentos únicos, decidieron volver a enviar al arabista a la Universidad de Al Azhar, en El Cairo, para realizar un estudio y un vaciado de los textos. Aunque no fue fácil, consiguió localizarlos de nuevo y pudo confirmar que se trataba de escritos del siglo XIV, de época tardomedieval. «Los dos documentos fueron contrastados científicamente. El nivel de árabe que requieren es altísimo, estilo retórico del siglo XI. Lo que va surgiendo al hilo de la lectura impresiona, pero ha sido Margarita quien ha puesto los textos en correlación con el cáliz de doña Urraca», me argumentó Turienzo durante nuestra entrevista.

Es importante señalar que, aunque los pergaminos están fechados en el siglo XIV, hacen referencia a escritos y hechos del siglo XI. Algunos podrían pensar que este extremo resta veracidad al relato pero, según expertos en documentos árabes, hay un detalle que no debe pasarse por alto: «La transmisión documental es bastante rigurosa, porque en el mundo islámico tiene una validez casi sagrada. Si pone “dice Al-Qifti” es porque lo dijo, seguro, de eso no me cabe la menor duda. Una tradición histórica es más o menos válida según la cadena de transmisores. Por eso usan la expresión “nos contó”, “nos dijo”, para que quede claro que fue así, y eso es sagrado», me aseguró Gustavo Turienzo.

Continuando con las incógnitas de este caso, el arabista se pregunta, según me confesó en aquella entrevista, si el imán Al- Mustansir era realmente conocedor del poder de la reliquia enviada hacia Denia. «Yo creo que había dejado el Gobierno en manos de un miembro de la familia Sadaqa y que él no sabía que eso había sido enviado. Pienso, y esto habría que analizarlo en profundidad, que Sadaqa tomó la iniciativa y que puede estar relacionado con su muerte un año más tarde, cuando Al-Mustansir lo descubre.» No podemos pasar por alto que se conserva una carta, recogida por un compilador árabe llamado Abul Hassan, en la que el sultán de Denia escribe al imán cairota para agradecer el regalo recibido: «[...] Y entre todos los valiosísimos presentes enviados, prueba de tu generosidad, sobresale por sus merecimientos el Destino de los Destinos, la Copa colmada de misterio [...] Ese presente ha prodigado generosamente los portentos hasta que ha llegado a tus manos y [...] cada uno de ellos, siendo más maravilloso, quedaba superado por el siguiente milagro. ¿Qué misterios inefables no contiene una reliquia tan deslumbrante?». La valiosa y sorprendente información de la carta —ampliamente recogida en Los Reyes del Grial—, indicaría que la reliquia llegó a Denia, y que Al-Mustansir supo de la noticia, aunque lo que desconocemos es si sabía previamente que había sido enviada.

Pero, volviendo a los pergaminos cairotas, el contenido más impactante, amén de lo ya mencionado, es el pasaje en el que se cuenta que un miembro de la comitiva que trae el cáliz a Denia hace saltar una esquirla con una gumía —especie de daga ligeramente curvada que se usaba por entonces en Oriente— y esta se separa de la copa y vuelve a Egipto, donde obra algunos milagros. Si «la Copa que dicen los cristianos que es la Copa del Mesías» finalmente llegó hasta León, debió ser sin un pequeño trozo de la parte superior, tal y como se cita en el pergamino. «Pues bien: a la copa romana de ágata que forma el cuerpo superior del cáliz de Urraca... le falta una esquirla», me confesó Margarita Torres.

 

Si quieres ocultar algo... ponlo a la vista de todos

 

El conocido como cáliz de doña Urraca, hija primogénita de los reyes Fernando y Sancha, reina de Zamora e infanta de León, se compone de dos piezas de ágata-ónice unidas entre sí por un armazón de oro. «Su parte superior, en forma de copa, está recubierta por un cuenco de metal, semiesférico, unido a una guarnición a manera de corona áurea decorada con piedras preciosas y semipreciosas, aljófares y un camafeo en el que aparece representado un rostro»; son unas líneas de Los Reyes del Grial, la obra en la que Margarita Torres y el doctor en Historia del Arte de la Universidad de Valladolid José Miguel Ortega han plasmado esta investigación. Se sabe que la copa fue enriquecida por doña Urraca con sus propias joyas gracias a una inscripción que figura en la parte inferior de la misma, donde reza:

 

IN NOMINE DOMINI URRACCA FREDINANDI

 

Según Torres y Ortega, los artífices de este estudio, la copa cobra gran fama desde su creación y aparece citada en diversas crónicas medievales, entre ellas, la de Lucas, obispo de Tuy en el siglo XIII; en la obra Viages del humanista del siglo XVI Ambrosio de Morales; o en Vida de San Isidoro Arzobispo de Sevilla, redactada por fray Tomás de Granda y el padre José Manzano en el siglo XVIII. Como decíamos, aunque Margarita Torres sabía que la pieza era importante y, por otro lado, que según los pergaminos encontrados por Gustavo Turienzo, la copa que los cristianos de Jerusalén consideraban el cáliz de la Última Cena habría llegado hasta León, hasta que reparó en el detalle de la esquirla no cayó en la cuenta del verdadero significado e importancia del cáliz de doña Urraca.

En el año 2010 se celebró el mil cien aniversario del Reino de León. Con motivo de tan significativa fecha, se mandó realizar una réplica exacta del cáliz de doña Urraca, y el encargado de llevar a cabo el trabajo fue el orfebre granadino Rafael Moreno. Margarita Torres, que estuvo presente en este proceso, y José Miguel Ortega, ahondan en la pequeña fractura que presenta la parte superior del cáliz de doña Urraca explicando que, durante la elaboración de la réplica, «se advierten ciertas características que habían sido a menudo ignoradas en las descripciones de la copa. Destaca la rotura en el vaso superior [...] Llama principalmente la atención la pericia con que se produjo a cabo la fractura, impidiendo una rotura mayor. Y se advierte que fue realizada de un golpe central con un objeto punzante que en el momento hizo saltar una pequeña esquirla», exponen. Como se observa, la fractura que presenta el cáliz de doña Urraca parece casar a la perfección con lo relatado en los pergaminos de la Universidad de Al Azhar.

Es conveniente aclarar que la reliquia que habría viajado desde Egipto a León no es la totalidad del cáliz de doña Urraca. Se trata solo del cuenco que forma la parte superior de la copa; el resto es añadido de doña Urraca para enriquecer el que consideraba el cáliz utilizado por Jesús de Nazaret durante la Última Cena. Esta pieza fue identificada por el catedrático de Arqueología Antonio Beltrán y por otros especialistas anteriores a esta nueva investigación, como romana y oriental, con un marco cronológico entre los siglos II a. C. y I d. C. A pesar de que algunos medios de comunicación afirmaron, en su momento, que la datación de la pieza se realizó mediante el método del carbono 14, la medievalista Margarita Torres me desmintió el bulo: «Es absurdo siquiera plantearlo para una copa realizada en piedra, pues, como método de datación, amén de no ser cien por cien preciso, no puede emplearse jamás para este tipo de objetos arqueológicos». La copa está considerada como perteneciente a la época de Jesús porque encaja con los patrones propios del periodo helenístico-romano, «y, dentro de estos, es más cercana a los paralelos tipológicos en ágata, sardónice, ónice y vidrio que nos permiten una datación aproximada más acotada entre los siglos II a. C. al I d. C.», cronología que se ve apoyada por copas de idéntica factura que se han encontrado en diversas excavaciones en Tierra Santa y en suelo romano, en general. Aunque, tal y como expone la historiadora, «fuimos más allá, y, a través de los textos que recogen los principales lugares de peregrinaje cristiano en Jerusalén entre los siglos IV y XI (Breviarius A, Guía Armenia, Peregrino de Piacenza, etc.), se menciona que, en la iglesia del Santo Sepulcro, existe una capilla del cáliz que Cristo usó en la Última Cena, y que fue allí venerada por miles de peregrinos de todo el mundo. En ellos se especifica su material: el mismo que el de la copa del cáliz de Urraca. No cabe duda: la copa que los cristianos de Jerusalén —lugar donde celebró Cristo la Última Cena, no lo olvidemos— consideraban que, esa y no otra, era la que sostuvo Jesús, es la que hoy podemos admirar dentro del armazón de oro y joyas del cáliz de doña Urraca», asevera Margarita Torres. Como vemos, las joyas de la infanta leonesa sirvieron para camuflar un secreto que, durante un milenio, ha estado a la vista de todos. Si ya de por sí todas las piezas de este puzle parecen encajar, existen en León otras pruebas que apoyan esta teoría. Doña Urraca, que como nos ha demostrado su celo y su protección, conocía el origen de la pieza que había caído en manos de su padre, dejó pistas que, aunque de manera discreta, ponían de manifiesto el secreto oculto en San Isidoro de León. Para descubrirlo, solo hay que echar un vistazo al panteón real de la colegiata.

 

El grial representado en la «capilla sixtina» del arte románico

 

Sin duda, el lugar más emblemático de San Isidoro de León es el panteón real. Construido junto a la iglesia edificada por orden de Fernando I y doña Sancha, el panteón está dividido en tres naves con seis espacios cubiertos por bóvedas que se apoyan en siete arcos. Dividido por dos columnas centrales, este espacio ha sido la última morada de más de una veintena de monarcas leoneses y diversos nobles. En la actualidad, tan solo se conservan tres tumbas originales debido a los estragos causados por la Guerra de la Independencia española, tiempo en el que las tropas napoleónicas utilizaron este excepcional lugar como cuadra para los animales. Al parecer, las tumbas eran usadas como comederos. A pesar de todo, hoy día todavía se advierte la grandeza de este lugar, sobre todo por sus elaborados capiteles y, sin duda, por sus pinturas al fresco, que han propiciado que el panteón real de San Isidoro sea considerado la «capilla sixtina» del arte románico.

 

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Escena del cenáculo del Panteón Real de San Isidoro de León, donde san Marcial parece sostener la parte superior del cáliz de doña Urraca.

 

La decoración del panteón corrió a cargo de un personaje que, tras lo mencionado anteriormente, ustedes ya conocen muy bien: doña Urraca. Ella fue continuadora de una curiosa tradición única y exclusiva del Reino de León: el infantazgo, «institución de acogida para las infantas leonesas que gobernaba la mejor parte de los monasterios del reino», en palabras de Antonio Viñayo. En los frescos del panteón —encargados por doña Urraca y materializados por la mano de un pintor anónimo a finales del siglo XI o principios del siglo XII— se observan escenas del Nuevo Testamento que nos exponen la vida de Jesús. Pero el motivo central de la pintura «curiosamente, es la Última Cena», apunta Torres. En esta pintura del cenáculo aparecen Cristo, los apóstoles y otras dos figuras que cierran la composición: san Matías (o san Macías, que, según la tradición, fue elegido apóstol cuando Jesús ya había fallecido) y san Marcial, Marcialis Pincerna. Se trata de dos figuras que, según lo reflejado en la Biblia, no deberían estar ahí. Como se explica en Los Reyes del Grial, la aparición de san Marcial «está fuera de contexto, pero su razón puede deberse a una controversia teológica del siglo XI». Al parecer, se tenía interés en convertir al primer obispo de Limoges, san Marcial, en discípulo directo de Jesús, y para ello no dudaron en situarle en una de las escenas bíblicas más representadas: la Última Cena. Le nombraron —aunque pueda parecer cómico— escanciador de vino oficial de aquella perpetuada cena, y así es como en un concilio «se le nombra copero de la Última Cena y por tanto discípulo». De esta guisa encontramos a san Marcial en las pinturas al fresco de San Isidoro, aunque lo que realmente nos interesa es lo que porta en su mano. «El arte, a lo largo de los siglos, ha tenido unos códigos. Algunos, sencillos o conocidos, otros, bien por el paso del tiempo o por interés del artista, más complicados o desconocidos. En este caso ha quedado demostrado que la mejor manera de mantener una cosa oculta es a la vista de todos. Por ejemplo, sin saber qué sostenía san Marcial en la mano en la pintura de la Última Cena del panteón real de San Isidoro de León, el mensaje no podía reconocerse», me comentó, en su momento, José Miguel Ortega, pues lo que sostiene san Marcial es un objeto idéntico a la parte superior del cáliz de doña Urraca, a la reliquia que habría llegado de Oriente en tiempos de Fernando I.

En el arte románico es importante seguir la mirada de los personajes y, en el panteón real, los ojos de san Marcial se dirigen directamente a los de Jesús, que, si hacemos caso a todo lo que ya hemos enumerado, es, en realidad, el dueño del cáliz que sostiene el santo. Los autores de Los Reyes del Grial rescatan, también, otro dato presente en uno de los pergaminos egipcios, donde se dice que «un obispo franco de Al-Yalaliqa [León], que estaba de peregrinación por entonces en Jerusalén», acompaña a la copa durante el viaje. Y continúan: «Sabemos que ese mismo año Elinand, obispo de Laon, peregrinó a la Ciudad Santa». Entonces ¿puede ser esta pintura una representación del obispo trayendo la reliquia sana y salva hasta León? Se desconoce este extremo, aunque hay otros detalles griálicos en el panteón de San Isidoro, como una representación del cáliz. Justo en un fresco del «calvario ante el que se arrodilla el rey Fernando, aparece, de nuevo, la imagen del cáliz. Siempre se había interpretado en clave eucarística, pero ahora, quizá, sea necesario incidir más en este aspecto», señala Margarita Torres, añadiendo que esa copa que porta José de Arimatea en el fresco románico es idéntica al cáliz de doña Urraca.

Cuando llegamos a un punto tan avanzado de esta historia, es conveniente formular una pregunta que muchos ya se han hecho. Si los autores de esta investigación están en lo cierto, y la reliquia finalmente llega a León, ¿por qué se camufla bajo la efigie del cáliz de doña Urraca? ¿Por qué mantenerla en secreto en una época en la que los centros de peregrinación estaban en auge y aportaban prestigio, dinero y notoriedad? Los estudiosos consultados coinciden en la prudencia y en la responsabilidad como posibles razones del silencio. «Lo mejor es centrar la atención en otra historia para proteger la copa. Es una responsabilidad muy grande y estas cosas no se sueltan así a lo grueso», me comentó, en su momento, Gustavo Turienzo. Por otro lado, Torres y Ortega afirman que «la escasez de documentación, que hace enormemente complicada la respuesta, llega a ser sospechosa» y «la importancia del objeto hace que los monarcas leoneses sean extraordinariamente prudentes [...] pues, en el fondo, se ha producido un robo a la Iglesia ortodoxa. Y su divulgación lleva consigo más perjuicios que beneficios». Quizá, el punto más oscuro de esta historia sea reconstruir la vida de la reliquia anterior al siglo IX, momentos en los que se gesta la historia de la pieza. Unos inicios que, según Torres y Ortega, nos llevan a Jerusalén, donde el objeto cobra fama por ser aquel del que bebió Cristo en la Última Cena y por representar el rito que, según los Evangelios, quedó inaugurado aquella noche: la Eucaristía. Si, realmente, esa pieza se conservó, tuvo que ser en Jerusalén. En Los Reyes del Grial, los autores aseguran que las primeras comunidades cristianas «siguen una tradición oral muy cercana en el tiempo y quienes la transmiten tienen una especial preocupación por que se mantenga fiel a los hechos. Estos elementos son de una gran importancia si tenemos presente que, junto a estas tradiciones, se conservaron objetos importantes de la vida de Cristo». Si se hubiera conservado el cáliz de Jesús «es más verosímil que permaneciera en la ciudad santa de Jerusalén, donde se encontraba la comunidad cristiana más organizada y numerosa», explican. Las fuentes cristianas que se han conservado hablan de la presencia del cáliz en Jerusalén desde el siglo IV hasta el siglo IX. Después, si hacemos caso a las fuentes musulmanas descubiertas por Gustavo Turienzo, se asegura que el cáliz fue trasladado a mediados del siglo XI a León. A pesar de todo, hay que tener en cuenta que las fuentes historiográficas no están completas. Tanto en Jerusalén como en Egipto y en León, se han dado numerosos saqueos, incendios y acontecimientos que han hecho desaparecer infinidad de documentos que hubieran cerrado este relato. Gustavo Turienzo, además, añade que, ya en los primeros tiempos de Jerusalén, se citan, premeditadamente, otras reliquias menores pero no el cáliz, posiblemente «con la intención de protegerlo». Aun así, según los autores de Los Reyes del Grial, se cuenta con algunos datos exactos: «la última vez que aparece el cáliz de Nuestro Señor, que es como lo denominaban, en las fuentes cristianas, es en un texto llamado Commemoratorium datado hacia el 808. Después, las fuentes musulmanas vuelven a dar información hacia el 1055 asegurando que el destino final es León», explica Ortega. Hay que destacar, según los expertos, que tanto fuentes cristianas como musulmanas coinciden: la reliquia era guardada en una capilla de la iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén, donde era visitada por peregrinos, y algunos de ellos la describieron en textos que han llegado hasta nuestros días. Después, a la luz de esta investigación, la copa habría acabado en manos musulmanas, y, también, cobrando fama de sagrada y milagrosa: «No olvidemos que Jesús es un profeta que solo cede en importancia ante Mahoma», me comentaba Turienzo. Esto, quizá, explicaría los constantes intentos de saqueo al Santo Sepulcro, no solo producidos por la necesidad de ofender, «también para recuperar la pieza», conjetura el arabista.

Sea como fuere, el interés que la figura del Grial sigue generando hoy día ha hecho que esta investigación haya sido conocida internacionalmente. Desde que se divulgara la noticia, el Museo de San Isidoro, debido a la gran afluencia de visitantes, se vio obligado a habilitar una nueva sala de exposición para poder mostrar la pieza de forma única y con las medidas de seguridad pertinentes. Ese nuevo espacio, tal y como amablemente me explicó la gerente del museo, Raquel Jaén, durante mi visita, ya lleva unos años en funcionamiento. En él, todo el que se acerque hasta la Real Colegiata de San Isidoro de León podrá descubrir una pieza que invita a soñar. Esto me ocurrió a mí cuando en una fría noche estuve a solas con el grial leonés. Y lo mismo ocurre en la catedral de Valencia.

 

 

El santo cáliz de Valencia, el peso de la historia y de la tradición

 

Hasta la aparición en escena del cáliz de doña Urraca, el único grial que reunía las pruebas arqueológicas e históricas para sustentar que aquella historia podía ser algo más que un mito era el santo cáliz de la catedral de Valencia. Era y sigue siendo objeto de gran veneración entre los cristianos. Tanto es así que la Santa Sede concedió a Valencia un Año Santo perpetuo quinquenal en torno a esta reliquia, que custodia la catedral valenciana desde el siglo XV. Pero ¿cuál es su devenir anterior? Yo quería conocer el pasado de esa copa alejandrina y, para ello, me puse en contacto con Jorge Manuel Rodríguez Almenar, doctor en Historia del Arte, licenciado en Derecho, profesor de la Universidad de Valencia, presidente del Centro Español de Sindonología (CES) y uno de los mayores expertos en el grial valenciano. Él fue el encargado de despejar aquellas incógnitas que nacieron en mí cuando, siendo adolescente, visité la catedral de Valencia en una excursión organizada por el colegio en el que estudié, el Sagrado Corazón de Jesús y M.ª Inmaculada de Miajadas (Cáceres).

 

El mito que se tornó realidad gracias a la arqueología

 

Hasta los años sesenta el cáliz valenciano tenía fama debido a la tradición y a las leyendas que le rodeaban. Pero aquello cambió cuando el arzobispo Marcelino Olaechea decidió averiguar qué era aquello realmente. Y para ello solicitó ayuda a Antonio Beltrán, por entonces catedrático de Arqueología de la Universidad de Valencia. «Según nos contó personalmente Antonio Beltrán, él era muy reacio a hacer este estudio. Le dijo el arzobispo: “Yo quisiera que usted hiciera una conferencia sobre el santo cáliz”. Y Antonio Beltrán dijo: “No, porque previamente debería estudiarlo y para ello tengo que desmontarlo, tocarlo y ustedes no me van a dejar”, añadiendo: “Y yo tengo mis dudas de que sea el santo cáliz”. El arzobispo dijo: “Yo también, pero quiero que me lo diga un catedrático de Arqueología”», cuenta Jorge Manuel Rodríguez Almenar.

Así, Antonio Beltrán realizó sus estudios, que fueron publicados en 1960 bajo el título El Santo Cáliz de la Catedral de Valencia. Para llevar a cabo su investigación, el experto desmontó el relicario del que forma parte el cáliz y contrastó datos con distintos especialistas «entre ellos del Museo Británico, pues tienen bastantes copas de la época romana, y también con profesionales italianos», señala el presidente del Centro Español de Sindonología. Una de las conclusiones a las que llegó el profesor Beltrán fue que se trataba de una copa de origen oriental de entre el siglo II a. C. y mediados del siglo I d. C. En cuanto al material, expertas en gemología de la Universidad de Zaragoza «han determinado que, según la clasificación internacional de piedras preciosas, se puede definir su material como una ágata veteada. Porque el ónice y otros materiales que se han citado son todos variantes del cuarzo, y es muy difícil determinar exactamente qué variedad es», explica Rodríguez Almenar.

Precisamente, el material del que está hecha la copa es el que le otorga una de sus características más especiales. En algunas iglesias románicas del Pirineo aragonés del siglo XII se representa a la Virgen sosteniendo una copa de la que se desprendían rayos, como si ese objeto refulgiera. El experto señala: «Ese fulgor es real, es lo que le ocurre a nuestro santo cáliz. Si le colocas una linterna parece una antorcha ardiendo. Es impresionante, cuando se le pone la luz adecuada no tiene nada que ver, se ve como una llamarada. Es debido a que tiene un grosor de tres milímetros y al tipo de piedra, semitransparente».

 

Desde Roma hasta Aragón

 

¿Qué dice la tradición sobre el pasado de esta reliquia valenciana? Cuenta que esta pieza fue llevada a Roma por san Pedro y que la fueron custodiando distintos papas hasta el siglo III, en concreto hasta el pontificado de Sixto II. San Lorenzo, diácono de este papa, habría recibido la orden de salvar la pieza y habría enviado el grial hasta su tierra natal: Huesca. La razón: librarlo de la persecución del emperador Valeriano a los cristianos, que buscaba los «tesoros de la Iglesia» para paliar la crisis económica que atravesaba el Imperio.

En cuanto a la estancia del cáliz en Roma, Jorge Manuel Rodríguez Almenar asegura que hay «una referencia importantísima» que ha pasado desapercibida. «Una frase del Canon Romano que dice en el momento de la consagración, a Jesús, “Tomando este mismo (et hunc) cáliz famoso en sus santas y venerables manos...”.» «Este texto solo existe en la plegaria eucarística de Roma, en la parte de la consagración, y se puso por escrito en el siglo II. Indica que los papas utilizaban “el mismo cáliz” y hay referencias que dicen que solo usaban uno», asegura.

San Lorenzo es, según la tradición, quien procura que ese cáliz que se conservaba en Roma llegue hasta España, en concreto, a Aragón. Cuando quise conocer el pasado oscense del grial estuve charlando con mi amigo Carlos Ollés, aragonés y gran estudioso de estas temáticas. Carlos me explicó que «la razón de que fuera esta zona de Aragón la receptora de la codiciada reliquia la tiene san Lorenzo, santo y mártir natural de Huesca. Corre el año 259 d. C. cuando san Lorenzo entrega a uno de sus discípulos aventajados, llamado Precelio, la reliquia, con la orden de llevarla a Huesca, a casa de sus propios parientes, para que la custodien».

Carlos Ollés continúa explicando que, precisamente, en la casa del santo, donde se escondió la copa, siglos después nace una comunidad religiosa y cuando se fundó el monasterio de San Pedro el Viejo, en Huesca, se recogió y guardó el grial hasta la época de la invasión musulmana de la península ibérica. «A partir de esta fecha y por miedo a que cayese la reliquia en manos de los musulmanes, empieza un continuo trasiego por distintos templos pirenaicos en un afán de esconder y proteger el grial. De todos los templos por los que pasó, para mí los más relevantes son: San Pedro de Jaca (la primera catedral de España); San Juan de la Peña; San Pedro de Siresa, Santa María de la Serós, en la población de Santa Cruz de la Serós, único monasterio regido por abadesas que poseyó el grial. La cueva de Yebra de Basa en Jaca, magnífico templo rupestre; o San Adrián de Sasabe, en la población de Borau», apunta el estudioso.

En todos los lugares indicados existen leyendas griálicas y hasta nombres, recovecos, marcas o pinturas que se relacionan con esta pieza. «Deambuló por tantos sitios para evitar un posible expolio por parte de quienes codiciaban este tipo de objetos de poder... El tránsito entre distintas iglesias se hacía de un día para otro y siempre con la orden expresa del superior del monasterio de San Juan de la Peña, que decidía qué templo acogería el cáliz. Algunos de estos lugares poseían urnas especiales para contener la reliquia y a día de hoy se pueden ver en el Museo Diocesano de Jaca. En otros lugares sacros, simplemente emparedaban el grial hasta su partida hacia otro monasterio. La repercusión de esta reliquia fue tan grande en dicha zona que hasta uno de los picos prepirenaicos lleva su nombre: el famoso pico Gratal. El nombre hace referencia expresamente al grial, y es que en sus cercanías existen varias cuevas de anacoretas, pequeñas iglesias rupestres, donde también se tiene constancia de que se ocultó esta pieza», expone Carlos Ollés.

El último templo que acogió el grial fue San Juan de la Peña, donde existe un documento del año 1071 en el que se refieren a un precioso cáliz de piedra. En 1399 fue entregado a Martín el Humano, rey de Aragón, quien lo llevó al Palacio Real de La Aljafería de Zaragoza. Después lo trasladó a Barcelona, y aparecía ya en el inventario de sus bienes. Más tarde, hacia 1424 uno de sus descendientes traslada el grial al Palacio Real de Valencia y termina en la catedral en 1437. Rodríguez Almenar aclara que Alfonso el Magnánimo «empeña su relicario a la catedral de Valencia para que los canónigos le presten dinero para sus batallas en Nápoles. No devuelve el préstamo y por eso se lo queda el cabildo catedralicio».

 

Protegido por la monarquía aragonesa

 

En este sentido, es llamativo otro aspecto que comenta Jorge Manuel Rodríguez Almenar: la relación del grial con la monarquía aragonesa.[6] «Eso hace que durante toda la Edad Media se entienda que los reyes demuestran su legitimidad precisamente por las reliquias que tienen en su monarquía», expone. De hecho, el estudioso también piensa que el rico relicario que tiene la copa, el pie con asas, lo puso la monarquía y no la Iglesia. «El santo cáliz tiene la copa, el grial en sí, y luego tiene un vástago con asas de oro y una especie de naveta, una copa alargada puesta boca abajo, para que haga de pie. Estos añadidos se están estudiando en la actualidad por parte de Gabriel Songel, catedrático de diseño de la Universidad Politécnica de Valencia. Este experto cree que el relicario está hecho por un orfebre de muchísima categoría (lo que excluye a los monjes de un monasterio). Es propio de reyes. Songel asegura, además, que el relicario sigue un patrón medieval muy concreto y que se hizo todo al mismo tiempo, muy probablemente en el siglo XI. Esto se sabe porque tiene una inscripción en letra cúfica datable en el siglo XI, anterior a las leyendas sobre el grial que circulan durante la Edad Media. La inscripción es una filigrana, pues han conseguido que se lea a la vez en árabe y en hebreo: “Jesús es Dios”. Eso aparece después en el texto del Parsifal, donde se dice que hay una inscripción en el pie del cáliz donde pone el nombre y la naturaleza», explica.

 

Las leyendas del grial

 

Como ya hemos explicado al inicio de este capítulo, las leyendas relacionadas con el grial se difundieron por Europa durante toda la Edad Media. Su origen está en Chretien de Troyes, que dejó inacabada su obra Perceval o el Cuento del Graal, lo que dio origen a que surgieran todo tipo de teorías en cuanto a la auténtica naturaleza del grial.[7] Más tarde, Wolfram von Eschenbach relaciona directamente esta pieza mítica con un cáliz. Una de las vías de estudio del grial está siendo el análisis de este tipo de leyendas, buscando una base real en las mismas. Así, desde el Centro Español de Sindonología señalan que hay investigadores como Michael Hesemann que sitúan el origen de estas leyendas en España, «precisamente porque desde el punto de vista de la crítica literaria la palabra grial —es una pista importante— solo se usaba en la península como nombre vulgar y pasará a las otras lenguas como nombre propio», en palabras de Jorge Manuel Rodríguez Almenar.

Pero, como en todo asunto fascinante, en este punto también está servida la polémica. Desde que en el año 2014 saliera a la palestra el cáliz de doña Urraca, los seguidores de ambas copas han tenido enfrentamientos buscando defender la singularidad de cada una de ellas. Y si bien desde Valencia defienden que las leyendas griálicas surgen con el cáliz que se guardaba en San Juan de la Peña, en León opinan que están inspiradas en la monarquía leonesa. Tanto es así que en la obra Los Reyes del Grial se expone un paralelismo entre diversos aspectos de este mito y la historia real del cáliz leonés. Toman como referencia la historia de Parsifal, en la que se habla de que «el viejo rey Titurel funda un templo para custodiar la copa. Ya anciano, decide confiar el grial y todo lo que representa a su hijo Frimutel. La temprana muerte de este fuerza a que el cáliz acabe en manos del segundogénito, Anfortas, quien rompe la confianza sagrada en los custodios del grial por culpa de sus aventuras amatorias. Este rey sufre de una gravísima herida en la pierna que le deja cojo y, por culpa de sus pecados, el reino se encuentra yermo y sin heredero varón, ocasionando no pocos problemas, que se hacen patentes a la llegada de los héroes caballerescos que buscan el cáliz», aseguran en dicho libro, añadiendo que la historia es similar a la del Reino de León en tiempos de Fernando I: el rey construye San Isidoro, donde se custodia la copa; su hijo primogénito muere y el segundo, Alfonso VI, pasa a ser monarca; además sufre una gravísima herida en la pierna durante una batalla y tiene varias hijas bastardas fruto de sus aventuras amorosas. Además, Alfonso VI pierde a su primogénito y el Reino de León se queda sin heredero masculino.

Con todo, la teoría leonesa ha sufrido un ataque en los últimos tiempos. Algunos medios de comunicación se han hecho eco de la opinión de un arabista adscrito al CSIC que ha planteado errores en la datación de los hechos y en las traducciones de los documentos egipcios que aparecen en Los Reyes del Grial. La opinión de este experto la comparte en la actualidad el arabista Gustavo Turienzo, parte activa en la investigación que plantea el citado libro y quien, en su momento, me realizó declaraciones sobre su participación en este estudio, aunque ahora defiende que su opinión es otra y, según me ha manifestado, no desea volver a realizar declaraciones sobre la cuestión. Por su parte, Margarita Torres y José Miguel Ortega aclaran que lo expuesto por el arabista del CSIC «es la opinión de una persona y no de la institución» y explican que un doctor en filología árabe y titulado en teología islámica ha realizado una nueva traducción que va en la misma línea que lo que se ha defendido, desde un principio, en Los Reyes del Grial y que ha sido avalada por expertos del prestigioso Instituto Smithsonian.

Sea como fuere, los griales de León y de Valencia son objetos con un pasado que, a pesar de legendario, hunde sus raíces en la historia y, aunque no nos aseguran que Jesucristo alguna vez posó sus labios en ellos, sí que reflejan lo que, en el fondo, convierte una simple copa en un objeto de poder: la fe que miles de personas le han otorgado a lo largo de los siglos.

 

 

El sagrado mantel de Coria, una pieza única en la cristiandad

 

En un mundo globalizado es difícil mantener la discreción; más aún si se trata de la existencia de piezas únicas relacionadas con Jesús de Nazaret. Pero ocurre, y sucede, precisamente, porque hay quienes se han encargado de proteger estos objetos con el fin de que no se pierdan. En Coria, un pequeño pueblo de Cáceres, en el noroeste de Extremadura, con apenas 13.000 habitantes, se conserva una reliquia muy desconocida: el sagrado mantel sobre el que, si atendemos a la tradición bíblica, Cristo habría instituido el sacramento de la Eucaristía. Existe un único mantel sagrado en toda la cristiandad, aunque hay pequeños trozos en lugares como un monasterio cerca de Colonia (Alemania) o Monforte de Lemos (Galicia); sin embargo, aunque se piensa que algunos de estos trocitos podrían proceder de la reliquia cauriense, no existe ningún tipo de comprobación científica. En palabras de Óscar García Ballesteros, técnico del museo de la catedral de Coria: «En cuanto al monasterio de Colonia, en Gladbach, a principios del siglo XX el obispo cauriense don Raimundo Peris Mencheta comienza a realizar investigaciones, remontándose a la época de Felipe II y a la condesa de Lemos, y encuentra reliquias que pudieran haber pertenecido a Carlomagno, incluso un trozo de mantel, que dicho obispo conjetura con que pudiese ser parte del nuestro. Y que de ese trozo de mantel y por mediación del referido Felipe II llegase a Monforte de Lemos un pedazo minúsculo que está siendo estudiado por el Centro Español de Sindonología, dentro de su área científica». Desde que descubrí la existencia de este objeto, del supuesto mantel de la Última Cena, he visitado Coria en varias ocasiones con el fin de acceder a todos sus misterios. Gracias a Óscar García Ballesteros he podido conocer todos los aspectos relacionados con esta reliquia tan especial.

 

El mantel que se llenaba de alimentos

 

Varias leyendas intentan explicar la presencia de este mantel en tierras extremeñas. ¿Qué hace en el suroeste de la península ibérica si realmente su origen está en el Jerusalén de la Última Cena? Una de las teorías afirma que la pieza habría sido trasladada hasta Roma, en el siglo III, por santa Elena, madre del emperador Constantino y personaje muy asociado con el mundo de las reliquias. De ahí, aseguran, habría pasado a Carlomagno, y de este a los templarios. Afirma la leyenda que habría llegado hasta Coria tras la conquista de la ciudad por parte de Alfonso VII pero, en todo caso, la mayoría de las teorías coinciden en señalar a los caballeros templarios como los responsables de la llegada del mantel a Extremadura, y es que tenemos muchos datos de la presencia del Temple en esta región española. En Coria, en concreto, estuvieron un par de años en torno a la segunda mitad del siglo XII. «Hay muchos autores que han recogido la leyenda que dice que los templarios tenían un mantel de la Última Cena y que haciendo una serie de conjuros se llenaba de alimentos. La base de realidad de esta leyenda estaría en la costumbre de los templarios de, cada Jueves Santo, sacarlo para dar de comer a los pobres», me explicaba Óscar García en una de mis visitas al sagrado mantel, añadiendo que «no se puede afirmar con rotundidad pero podría ser que los templarios, cuando cae la orden, durante su huida hacia Portugal a comienzos del siglo XIV, se refugiaran en Coria y dejaran el mantel en la catedral; pero todo son conjeturas e hipótesis». Tras ser escondida, la reliquia habría aparecido más tarde en un arca, con motivo de obras o reformas en dicha catedral.

 

Referencias documentales más antiguas

 

Se conserva en el museo catedralicio de Coria una bula del papa Luna, Benedicto XIII. Data de 1404 y lo que dice es que se otorga indulgencia plenaria a los visitantes del relicario cauriense. «En este pergamino se dice que aparecen las reliquias en ciertas arcas o cajas, y aunque no se cita el mantel se piensa que, muy probablemente, esta pieza ya formaba parte de ese conjunto de reliquias», explica Óscar García. La bula también señala que esas reliquias eran exhibidas el día de la Invención de la Santa Cruz, el 3 de mayo, y que acudían miles de fieles desde lugares lejanos con el fin de poder contemplar estos objetos.

 

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Lourdes Gómez ante el mantel de la Última Cena que se custodia en la catedral de Coria (Cáceres). Fotografía de Yohanan Díaz Vargas.

 

«Hay que aclarar que se menciona muy pocas veces el mantel en los archivos de la catedral», en palabras de García. «Además, en las pocas ocasiones en las que se habla del mismo siempre se le cita en plural, como “los manteles en los que Cristo instituyó la Eucaristía”», añade. Óscar apunta a una posible explicación: «Algunos estudiosos de etimología y lingüística afirman que esto es una manera común de denominar al mantel por ser una pieza única y singular; hablan de él en plural para remarcar su importancia».

 

Proteger el mantel del fervor religioso

 

Está documentado que en los siglos XV y XVI llegaban a Coria más de cuatro mil personas para venerar el mantel. Este fervor provocó que este sufriera celebración de eucaristías, besos, desgarros, etcétera. Tanto es así que Óscar me comentó hace pocos meses que hasta fechas recientes ha habido personas que, arrepentidas, han devuelto trozos de la reliquia. La última ocasión fue en el año 2000, cuando una persona devolvió uno de los pedazos mediante secreto de confesión. Con todo, el mantel no es una pieza que tenga milagrería asociada, aunque sí se sabe que lo sacaban a la calle en época de sequías con el fin de atraer la lluvia a la comarca.

Por todos estos detalles, el cabildo catedralicio ha tenido muchos problemas a lo largo de los últimos siglos, debido, principalmente, a los tumultos que formaban los fieles. «Se sabe que la catedral se modificó por ello; de hecho, se tiró la vieja y se construyó una catedral más grande, pero tampoco cabían. La documentación indica que los fieles se subían a los retablos, a las rejas, a los bancos, se pegaban... Por eso se decide construir un balcón para la exposición y veneración pública de la pieza. Es un balcón que, según algunos estudiosos, se realiza para la visión de autos sacramentales, pero indudablemente tiene elementos, figuras, referencias que hacen pensar que se hace para la exposición de reliquias: escudos con las cinco llagas de Cristo, látigos, clavos en las manos, la cruz, etc. Es decir, el balcón se hace pensando en las reliquias de la Pasión», apunta Óscar García, quien añade que «la catedral se modificó porque era muy pequeña y estaba para “se caer”, siendo el acto más numeroso el de la veneración de las reliquias y el mantel, por lo que pensamos que dicha veneración tendría que ver en la decisión, pero no es una afirmación documentada, de ahí que tiempo después apareciese el famoso “balcón de las reliquias”». Este lugar todavía se conserva y está situado en un lateral de la puerta del Evangelio de la catedral de Coria.

Tal era el fervor religioso que se respiraba en Coria en su momento, que el obispo Juan Álvarez de Castro decidió, en 1791, prohibir las ostensiones públicas. El motivo: proteger el mantel de los extremismos de los fieles y, también, de la Guerra de la Independencia española. Pensaban que una posible invasión francesa podría acabar con el preciado objeto, y no estaban errados, ya que los franceses llegaron hasta Coria y asesinaron al obispo Álvarez de Castro propinándole dos disparos en los testículos.

 

Estudios científicos realizados al sagrado mantel cauriense

 

Lo que más llama la atención cuando se está frente a la arqueta que contiene el mantel de Coria es que ese tejido no da la impresión de tener la antigüedad que los expertos le atribuyen. Está sorprendentemente bien conservado, algo que muchos consideran un milagro. Hay que aclarar que a pesar de que en el museo de la catedral de Coria existe una réplica extendida del mantel, donde el visitante puede hacerse una idea exacta de las dimensiones de la pieza, el original se conserva doblado en una arqueta realizada en plata madrileña y regalada por un obispo que fue consagrado en Michoacán (México), Francisco de Luna y Sarmiento, quien estuvo ocho años destinado en Coria (de 1675 a 1683).

El primer estudio científico que se lleva a cabo sobre el mantel se realiza en 1960 por parte del Museo de Ciencias Naturales de Madrid. Óscar García asegura que «intervinieron expertos como el profesor Carreto Ibáñez o el gran experto en tejidos e historiador del arte Manuel Gómez Moreno. Miguel Ángel Muñoz de San Pedro, conde de Canilleros, también estuvo presente en el estudio y publicó un libro al año siguiente.[8] En esa obra él no explica muy bien qué se hace al mantel pero dice que los expertos estaban convencidos de que tenía una antigüedad superior a los dos mil años. Con respecto al tejido del mantel, señalan que se trataba de lino procedente de Arabia Saudí. El museo de la catedral de Coria se ha puesto en contacto con el Museo de Ciencias Naturales de Madrid para encontrar los documentos relacionados con este estudio, pero no aparecen en ninguna parte».

 

El mantel de Coria y la sábana santa, ¿juntos en la Última Cena?

 

El profesor John Jackson, excientífico de la NASA y director del Turin Shroud Center de Colorado, cree que el sagrado mantel de Coria y la sábana santa habrían sido los manteles utilizados durante la Última Cena. «En el año 2006 el profesor John Jackson se interesa por el mantel. A través del Centro Español de Sindonología se entera de la existencia de la reliquia y envía a Coria a un grupo de expertos. Estos estudiosos observan que el mantel es de lino de la península arábiga y que la sarga va haciendo rombos concéntricos con una angulación de unos 45 grados. También se percatan de que el tinte es índigo natural, antiquísimo, posiblemente del siglo I. En cuanto a la antigüedad del mantel, consideran que sería superior a los dos mil años. Y la torsión del tejido es la misma que la de la sábana santa y el pañolón de Oviedo», explica Óscar García.

El profesor Jackson ha estado dos veces en Coria, en 2006 y en 2007, y está pendiente una próxima visita. Pero ¿por qué está este profesor tan interesado en la pieza? Parece ser que, desde el año 1978, cuando Jackson investigó la síndone, tiene la idea de que la sábana santa podría ser un mantel y, más en concreto, el que utilizara Cristo durante su última Pascua judía. El equipo del profesor Jackson cree que ante la precipitación con la que ocurrieron los hechos tras la condena de Jesús de Nazaret, se valieron de lo que tenían a mano en aquel momento para amortajar su cuerpo: el mantel de la Última Cena. «En esta celebración se usaban dos manteles y su idea es que el de Coria es uno de los manteles y el otro sería la sábana santa. El de Coria cree que sería el mantel propiamente dicho, por la riqueza decorativa que tiene, y la síndone podría ser el mantel que se usaba por puro simbolismo, para tapar los alimentos por aquello de la huida de Egipto y la caída del maná bíblico. Ese mantel simboliza el resguardar los alimentos del polvo del desierto», expone el técnico del museo de la catedral cauriense. Hay que tener en cuenta, además, que las dimensiones de ambas piezas son prácticamente idénticas: de largo la sábana santa mide 4,36 metros y el mantel de Coria 4,32 metros (teniendo en cuenta los trozos que le faltan); en cuanto a la anchura, la sábana santa mide 1,10 metros y el mantel de Coria 92 centímetros.

«Que ambos estuvieron en la Última Cena es una teoría absolutamente personal de Jackson, que no sé de nadie más que la comparta», me comentó en su momento Ignacio Dols, director del centro de estudios del mantel de la catedral de Coria. Dols estuvo presente durante todos los exámenes que el equipo de Jackson realizó a la reliquia en 2006 y 2007. «Él me comentó sus hipótesis iniciales pero no el resultado de sus estudios. En principio queda pendiente para su próxima visita, dos veces suspendida en los últimos años», me aclaraba el experto, quien señala que «al margen de cualquier connotación religiosa, ya tiene un indudable valor como pieza arqueológica textil. Y a ello se le une el valor que le otorga una tradición de veneración continuada durante seis siglos. Investigar sobre la autenticidad de la tela en cuanto a su posible origen judío en el siglo I es uno de los retos de la ciencia». Por su parte, Óscar García aclara: «Nosotros tratamos la pieza con mucha cautela, con mucha sensibilidad, sin afirmar nada. Eso lo tienen que realizar los científicos y Jackson de momento quiere comprobar si su hipótesis, la de los dos manteles, es o puede ser factible, sin darnos datos concretos e intentando fechar la pieza, ya que él cree que puede tener una gran antigüedad, pero todavía sin confirmar y apoyándose en el estudio de 1960».

Actualmente, el mantel de Coria sigue en proceso de investigación y hay que esperar a que John Jackson publique el resultado de sus pesquisas para conocer más datos sobre una reliquia tan fascinante, sobre un objeto que a pesar de que puede ser visitado cada día en la catedral de Coria, sigue siendo una pieza muy desconocida.

 

 

La santa espina de Mula, ¿un pedazo de la corona de Cristo?

 

Durante el verano del año 2016 algunos medios de comunicación publicaron que el obispo de la diócesis de Cartagena (Murcia) había firmado un documento en el que permitía la exposición pública de una supuesta espina de la corona de Cristo. Comencé a indagar en el asunto y descubrí que se trataba de una reliquia apenas divulgada. Además, llamaba la atención el hecho de que en pleno siglo XXI una autoridad eclesiástica expidiera un documento oficial para refrendar la valía de una pieza de este tipo. Decidí desplazarme hasta Murcia para investigar el asunto y logré acceder al monasterio de la Encarnación en el municipio murciano de Mula, con el fin de descubrir la historia de dicha reliquia. En compañía del cronista oficial de la localidad, Juan González Castaño; del investigador muleño Juan Gutiérrez; la concejala de cultura del ayuntamiento del municipio, Paqui Imbernón, y de los periodistas Claudia Madrid y Moisés Garrido, pude consultar preciados documentos del archivo de este monasterio muleño y lo más importante: ver de cerca la espina que con tanto celo custodian las hermanas clarisas del monasterio de la Encarnación. Gracias a la amabilidad de la madre abadesa de esta comunidad, sor María del Carmen Parras, conocí todos los detalles de un relato fascinante.

Obligadas a abandonar la clausura

 

La comunidad de religiosas se encontraba rezando en el coro del monasterio cuando la madre abadesa tuvo noticia de que unos hombres la andaban buscando. Era la tarde del 24 de julio de 1936. Cuando llegó hasta el torno, sor María de San Francisco Escámez recibió el aviso de que tenían tres horas para abandonar el edificio. En dos libretas que se conservan en el archivo del Real Monasterio de la Encarnación de Mula, sor María de los Ángeles Ruiz Gómez cuenta todo lo relativo a la expulsión del convento con motivo del estallido de la guerra civil española. La religiosa expone en estos diarios que, dada la situación política que atravesaba España, debían haber tomado medidas para salvar lo máximo posible, pero no lo hicieron, y la noche de la expulsión dejaron todo como estaba, «con toda su riqueza, con toda su hermosura de imágenes, cuadros de firmas elevadísimas, lienzos, tapices, piedras, reliquias, con todo el encanto de su huerto y de sus claustros, con el delicioso aroma de sus flores, con la histórica escultura de su templo, de su camarín...».

Sobre las dos de la madrugada del día de Santiago, el 25 de julio, las quince religiosas, portando un hato con algunas prendas, se dispusieron, por orden de los ocupantes, a abandonar la clausura, no sin antes despedirse del cuerpo de la madre fundadora del convento, sor Mariana de Santa Clara. A la salida del mismo, según la crónica de sor María de los Ángeles Ruiz, las monjas fueron cacheadas por unas mujeres encargadas de comprobar que no sacaban nada más que lo estrictamente permitido. Con todo, se les escapó un detalle: la primera sacristana del convento, sor María Jesús Dato, de cincuenta y cinco años y natural de Mula, portaba escondida entre sus ropas una reliquia, una supuesta espina de la corona de Cristo que llevaba en el monasterio desde su fundación en el siglo XVII.

 

La espina emparedada

 

Durante el periodo de obligado exilio de las hermanas, la santa espina estuvo con sor María Jesús Dato en casa de su hermana carnal. Idearon un escondite perfecto para el venerado pedazo de madera: un pequeño armario, apenas un hueco excavado en la pared, que al mismo tiempo fue tapado. En efecto, la espina fue emparedada para asegurar su protección.

«Sor María Jesús Dato tuvo la iluminación de sacar del relicario la santa espina y se la escondió. Cuando estuvo fuera se percató de que se había caído un papelito que llevaba, la “auténtica”. Ella relata que era una especie de pergamino escrito en latín. No la dejaron volver a entrar, pero gracias a Dios se conserva el lacre», expone sor María del Carmen Parras, actual madre abadesa de la comunidad de hermanas clarisas del monasterio de la Encarnación de Mula. La «auténtica» es el documento que debe tener toda reliquia y que acredita la autenticidad de la misma.

El fragmento de madera estuvo escondido en la casa familiar de sor María Jesús Dato durante toda la guerra civil, un tiempo en el que la comunidad de hermanas clarisas de Mula estuvo fuera de clausura. «El edificio se quedó sin nada, destruido. Se utilizó como cárcel durante la contienda y muchos de los bienes fueron saqueados. Otros pudieron salvarse gracias a la intervención de la junta de recuperación del Gobierno republicano. Esos objetos de valor se guardaron en el Museo de Bellas Artes de Murcia y fueron devueltos tras la guerra», en palabras de Juan González Castaño, historiador, cronista oficial de Mula y autor, junto a Manuel Muñoz Clares, de la obra Historia del Real Monasterio de la Encarnación de religiosas clarisas de la ciudad de Mula (Murcia).

Al mes y medio de terminada la guerra, en 1939, las hermanas volvieron al monasterio, más concretamente al hospicio, la única parte del edificio que había quedado en condiciones de ser habitada. Las pérdidas materiales fueron muchas, aunque lo que más afectó a la comunidad de hermanas clarisas fue la profanación del cuerpo de sor Mariana de Santa Clara. Así lo relatan Juan González y Manuel Muñoz en su libro: «Fue destrozado el cuerpo de la fundadora, fallecida en 1706, que permanecía incorrupto en el coro bajo, en una caja en una especie de hornacina junto a la pared sur. Se abría el ataúd todos los años que había elección de prelada y en él se tocaban rosarios, medallas, escapularios, etc. [...] Los restos fueron quemados en el patio conventual, indicando testigos presenciales la rapidez con que se consumieron».

Haciendo un inciso, me fascinó conocer algunos pasajes de la vida de sor Mariana de Santa Clara, una religiosa a quien se le atribuían facultades paranormales. De la madre fundadora del convento que nos ocupa se dice que «fue tan favorecedora de los habitantes del Purgatorio que se le conoció en Trujillo y en Extremadura en general —de donde era originaria— como la Monja de las Ánimas», explican Juan González y Manuel Muñoz en su obra sobre el monasterio muleño. En los textos que he podido leer sobre la vida de esta monja, se indica que tenía el don de la clarividencia y que a través de un sueño supo que sería fundadora de un convento en Murcia; también se le atribuyó el don de la bilocación, esto es, la capacidad de poder estar en dos sitios a la vez; y es que algunos testigos declararon haberla visto en Madrid cuidando a un enfermo cuando se encontraba en clausura en el monasterio de la Encarnación, a muchos kilómetros de distancia. Igualmente, son sonados sus encuentros con el demonio. Hasta se ha llegado a decir que este la empujó por unas escaleras y la mató, pero que consiguió resucitar por intervención divina. Lo mismo que en una ocasión en la que se encontraba en el coro de su convento de Trujillo (Cáceres) cuando ella misma manifestó que el diablo soplaba en sus oídos y le impedía rezar, por lo que tuvo que combatir con el siniestro personaje. Pero, sin duda, su facultad más famosa era la de interceder por las ánimas del purgatorio, a las que dicen que era capaz de ver y ayudar en este trance. Y tampoco se queda atrás, según estas crónicas consultadas, sor Manuela María de Cristo, otra religiosa del monasterio de la Encarnación: «Eran tan frecuentes en sus últimos años las apariciones de almas, que casi no pasaba día sin visita, ya de sus devotos y conocidos, y ya de los padres, parientes, y bienhechores de la Comunidad y Religiosas». González Castaño y Muñoz Clares añaden que «esta monja cuidaba, sobre todo, de sus compañeras fallecidas, como pasó con sor Anarda Rosalía de Jesús, a cuyo espíritu vio bajar al Purgatorio sin perderlo de vista en una semana que permaneció en él, favoreciéndolo con peticiones y oraciones hasta que “el día del glorioso San Joseph la vió salir gloriosa a la celestial Jerusalén”. Luego esta le pagó sus desvelos apareciéndosele y consolándole en sus aflicciones».

Hay que tener en cuenta que en la época en la que se funda el monasterio de la Encarnación, en pleno Barroco, se vivía una religiosidad extrema y cada suceso de la vida cotidiana se pasaba por el tamiz de la religión. Uno de los episodios más curiosos ocurrió en 1680, cuando, faltando aceite para guisar, pidieron a un hortelano que entrara en clausura e intentara extraer algo del suelo de una tinaja que había tenido aceite. El hombre no pudo encontrar aceite en condiciones, pero vertió una buena cantidad de agua en el interior del recipiente, con objeto de limpiarlo. Cuando volvió a entrar en el convento, según el testimonio que se conserva en el archivo del monasterio, «quedó pasmado el hombre, viendo que lo que sacaba en lugar de agua, era verdadero aceyte». Desde entonces fue conocido como «el aceite del milagro». El escribano Luis de Guevara dio fe del suceso y aún en 1736 se conservaba una porción de aquel óleo del milagro. También se habla, en los documentos disponibles, de apariciones de santos, de ánimas, de fantasmas, como los del rey Felipe V y su esposa María Luisa de Saboya, apariciones de demonios bajo distintos disfraces y hasta músicas celestiales surgidas de la nada.

 

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Relicario en el que se conserva la santa espina, pieza que se custodia desde hace siglos en el Real Monasterio de la Encarnación de Mula (Murcia).

 

Volviendo al tema que nos ocupa, la profanación del cuerpo de sor Mariana de Santa Clara y la pérdida de bienes de gran valor generó en la comunidad de religiosas el temor de dar a conocer la supervivencia de la santa espina. A pesar de que al volver al monasterio se picó la pared de la casa de sor María Jesús Dato para recuperar la reliquia, «esta no fue venerada enseguida. Estuvo escondida hasta que se estabilizó la situación», asegura sor María del Carmen Parras. Antes de la guerra se veneraba públicamente el último domingo de noviembre, solemnidad de Cristo Rey, costumbre que se recuperó tras un tiempo de prudencia y que ha llegado hasta nuestros días.

 

Reconocida por la diócesis de Cartagena

 

Debido a que durante la salida del monasterio, como hemos explicado, se perdieron los documentos de autenticidad de la santa espina, en 2016 el obispo de la diócesis de Cartagena, José Manuel Lorca Planes, expidió un documento en el que explica que «habiendo sido informado de la existencia de una posible reliquia de una espina de la Corona de Nuestro Señor Jesucristo en el Real Monasterio de la Encarnación de Religiosas Clarisas, de la ciudad de Mula, en esta diócesis de Cartagena, he pedido que se hiciera una exhaustiva indagación en los documentos que puedan atestiguar la autenticidad de dicha reliquia, dado que durante la contienda civil española entre los años 1936 y 1939 se perdieron las certificaciones de autenticidad de la misma». Por tal motivo, la diócesis mandó estudiar los documentos disponibles en el monasterio y la trayectoria de la reliquia.

Hay que aclarar que no se trata de la única espina que veneran los cristianos. En la catedral de Notre Dame se custodia la que está considerada como la corona de espinas de Jesús de Nazaret. Balduino II de Constantinopla se la vendió al rey Luis IX en el año 1239, fecha en la que llegó a París; según las crónicas, el 18 de agosto, para ser más concretos. Oculta en el interior de un relicario de oro, la corona llegó en procesión hasta la capital francesa, ante un entregado pueblo parisino que se echó a las calles para presenciar el histórico momento. El documento más antiguo en el que se habla de esta reliquia está datado en el 409 y es el relato de la peregrinación de san Paulino de Nola. También en el siglo V existe un relato de san Vicente de Lerins en el que se dice que la corona tenía forma de un casco que cubría toda la cabeza. Sea como fuere, la que hoy día se conserva en París, según un estudio realizado por expertos botánicos, tiene 21 centímetros de diámetro y está trenzada con una especie de junco que crece en la cuenca mediterránea. En cuanto a otras espinas, en 1870 el arquitecto francés Charles Rohault de Fleury contabilizó hasta un total de 139 veneradas en iglesias de toda Europa, la inmensa mayoría de las cuales no hay duda de que son falsas y otras tantas serían reliquias de tercera clase que habrían estado en contacto con las auténticas. Son muy pocos los casos en los que se cuenta con documentos y tradición acreditada. En cuanto a las especies de las que proceden estas espinas, habría tres destacadas: un arbusto llamado zizyphus vulgaris, que crece en los alrededores de Jerusalén; el arbusto rhammus lycioides, que se da en la cuenca mediterránea, y el cardo gundelia tournefortii, que crece en Oriente próximo y medio. Existen reliquias de espinas en iglesias como Reims, Saint Denis, Toulouse y Burdeos, en Francia; Roma, Pisa y Vicenza, en Italia; Malmesbury, en Inglaterra; Namur, en Bélgica, o Zamosc, Miechowie y Bocki en Polonia.

En relación a la santa espina muleña, el 25 de julio de 2016, día de Santiago, ochenta años después de la precipitada salida de la comunidad del monasterio, el obispo firmó un documento en el que autorizaba que «la considerada como santa espina de la corona de nuestro Señor Jesucristo, que existe en el monasterio de la Encarnación de la ciudad de Mula desde la fundación en el siglo XVII, sea ubicada en una dependencia de fácil acceso de los fieles para su veneración pública». Con estas líneas volvía a darse a conocer una reliquia caída en el olvido, por pocos conocida y con una ajetreada historia tras de sí. Una existencia que ha ido unida a un vidente, fray Pedro de Jesús, que no solo propició su llegada hasta Mula, sino también la creación del monasterio en el que se guarda.

 

El vidente del Niño Jesús

 

Pedro Botía, más tarde Pedro de Jesús, nació en Mula en 1633, y quedó huérfano a temprana edad debido a una gran epidemia de peste que asoló el entonces Reino de Murcia en 1648. El hachazo epidémico llevó a la tumba a más del cincuenta por ciento de la población de Mula en apenas cuatro meses. En aquel ambiente de crisis social, de un pueblo que buscaba consuelo en Dios ante tanta calamidad, Pedro Botía se convirtió en vidente del Niño Jesús.

Ocurrió en una zona de la huerta de Mula conocida como «el Balate», donde Pedro Botía trabajaba como pastor. «Dice la tradición, que no la historia, que estaba pastoreando un hato de ganado cuando tuvo la visión de Cristo en forma de niño. Según cuentan, se apareció para consolarle. Y fue una aparición personal, es decir, él no la comentó hasta pasados como mínimo veinte años, cuando ya era lego franciscano», explica Juan González Castaño.

Según expuso el fraile, el niño que se le apareció tenía una cruz en la mano derecha, vestía un traje de nazareno y le preguntó qué le ocurría. Pedro compartió con él sus penas y le preguntó quién era, a lo que este respondió que se trataba del «Niño de Belén», y alargándole el trozo de madera le dijo «toma mi cruz y sígueme». Tan al pie de la letra se tomó el mandato de la visión, que a los veinte años de edad ingresó en el convento de los Franciscanos de Orihuela (Alicante), eligiendo el nombre de fray Pedro de Jesús Botía. A lo largo de su vida vivió en otros conventos, como el de San Ginés de la Jara, además de cumplir algunos deseos, como viajar a los Santos Lugares. Precisamente durante este viaje a Tierra Santa tuvo otra aparición de un niño que le pidió que volviera a España, según contó él mismo. En la travesía de regreso, Pedro Botía coincidió con el conde de Lemos, quien se interesó por el humilde y sencillo fraile, y le pidió que le acompañase a Madrid, donde le introdujo en la Corte.

Fray Pedro de Jesús se convirtió así en consejero y director espiritual de nobles como el duque de Alba, el duque de Medina Sidonia y del Infantado y, especialmente, del príncipe don Juan José de Austria, hijo natural de Felipe IV y hermano del rey Carlos II. La relación entre el príncipe y el fraile fue tan estrecha que «dice la tradición que dormía en un cuarto pegado al de su señor por si por la noche tenía que pedirle consejo», asegura González Castaño.

 

La espina llega a Mula en el siglo XVII

 

En 1679, cuando Juan José de Austria fallece «dona una de las partes más importantes de su legado, su relicario, a fray Pedro de Jesús. El Barroco fue una época caracterizada por el auge y el acopio de reliquias y este príncipe poseía muchas y muy valiosas», señala el historiador González Castaño. Hay que añadir que de Juan José de Austria no solo obtiene Pedro Botía un gran conjunto de reliquias, sino también la protección del monasterio de la Encarnación de Mula, de cuya fundación fue máximo promotor el fraile. «Él logró, a través de Juan José de Austria, que el rey Carlos II aceptara el real patronato del futuro monasterio, del que el príncipe fue su primer protector y, a la muerte de este, tal responsabilidad recayó en el rey Carlos II y en los reyes sucesivos de España hasta nuestros días», añade.

Según el testimonio de fray Pedro de Jesús, la santa espina presente en el monasterio formaba parte del relicario que heredó de Juan José de Austria. Al parecer, el fraile repartió las piezas de la colección entre el Real Monasterio de la Encarnación y los franciscanos de San Ginés de la Jara, en Cartagena, cuyo convento se situaba junto al mar Menor. «Sabemos fiablemente que las reliquias están aquí desde los años ochenta del siglo XVII, cuando se funda el monasterio y se abre a las hermanas clarisas. La comunidad llegó a Mula en 1677, pero hasta que terminaron las obras del monasterio ocuparon una propiedad de un sacerdote en la calle del Caño. Allí es donde, seguramente, fray Pedro trajo las primeras reliquias, hasta su traslado al monasterio de la Encarnación», en palabras del cronista oficial.

En efecto, la santa espina no es la única reliquia que se conserva en el monasterio. En el mismo relicario en el que se encuentra, hallamos lo que se considera un trozo de soga de la cama de san Francisco de Asís. También, un trozo de piedra del sitio en el que se fijó la cruz de Jesús de Nazaret, según la tradición, y otros objetos curiosos como un supuesto cordel con el que se ató a Cristo, una porción de hueso de san Clemente y hasta un pequeño mechón de pelo de la Virgen María. Existe en el monasterio constancia, igualmente, de la veneración de una pequeña porción de un clavo de Cristo y dos lignum crucis, quizá los objetos más queridos por las clarisas junto con la espina. Según los documentos que se conservan en el archivo del monasterio, se contabilizan más de una treintena de reliquias, como «una cabeza de santa Columba mártir, una canilla de san Blas Obispo, un pedazo de hueso de san Ángel Mártir, una poca de sangre de santa Cándida Virgen y Mártir, dos reliquias de las once mil vírgenes, etc.». A este legado habría que añadir el relicario donado por Pilar de la Canal y Rosique tras la guerra civil, para enriquecer el patrimonio del monasterio. Entre las piezas de este relicario encontramos «una piedra minúscula donde estaba la casa de la Virgen, huesitos de san Celso, un trozo de piedra de las catacumbas de santa Inés, un pañito tocado en la carne de santa Teresa, un trozo de velo de la madre fundadora, sor Mariana de Santa Clara, una avellana del árbol que plantó santa Teresa en Ávila, una piedra del sepulcro de la Virgen, tres hojas de las oliveras del huerto de Getsemaní, una vela que alumbró en el sepulcro de san Francisco, un poco de tierra “de donde cayó leche de la Virgen”» y un largo etcétera. Como se observa, hay que interpretar muchos de estos objetos a la luz de la fe, puesto que se trata de tradiciones que, en la gran mayoría de los casos, no tienen un sustento histórico.

En este sentido, ¿hasta qué época se remonta la información escrita sobre la santa espina de Mula? ¿Cómo llega a manos de Juan José de Austria? ¿Qué documentos dan fe de su autenticidad? Para Juan González Castaño la pista de esta reliquia «se remonta, como mínimo, a unos ciento veinte años antes de su llegada hasta Mula. Muy probablemente la santa espina y algún lignum crucis de los dos que había en la localidad provienen de Felipe II. Él no solo tenía un gran relicario en El Escorial. En Madrid, en el alcázar, tenía una capilla con muchísimas reliquias. Una parte de ese relicario que estaba en Madrid es el que yo modestamente pienso que pasó primero a su hijo Felipe III, después a Felipe IV y este, puesto que quería muchísimo a Juan José y fue al único hijo fuera del matrimonio que reconoció, se lo regalaría a Juan José de Austria. Y parte del mismo es el que llegó al monasterio de la Encarnación a través de fray Pedro de Jesús». Pero en su libro, Juan González también recoge otra hipótesis, y es que podría ser «una de las dos que sor Mariana de la Cruz y Austria, monja de las Descalzas Reales, entregó a fray Pedro de Jesús, extraída de un relicario que llegó a España con la hija de Carlos V, la emperatriz María».

En cuanto a los documentos disponibles sobre la santa espina, hay que citar el que se realiza con motivo de la visita pastoral a Mula del obispo de la diócesis de Cartagena Luis de Belluga y Moncada en 1715. Por boca del propio fray Pedro de Jesús, que vivía en el monasterio de la Encarnación por entonces, conoce el obispo la procedencia de la santa espina y expide un documento certificando su existencia. Lo mismo ocurre posteriormente con el obispo Juan Mateo López Sáenz y con su homólogo Ramón Sanahuja y Marcé. Este último, en concreto, expidió un documento tras la guerra civil, para certificar que la reliquia que había vuelto al monasterio era la misma que se adoraba en casa de sor María Jesús Dato en un armario emparedado y que había sido traída hasta Mula por fray Pedro de Jesús.

 

No ha sido analizada desde un punto de vista científico

 

Desde el Real Monasterio de la Encarnación de religiosas clarisas de Mula aseguran que no tienen conocimiento de que la santa espina haya sido analizada desde un punto de vista científico. «Sí que han venido algunos entendidos que se han sorprendido al verla, porque pensaban que se iban a encontrar con un fragmento, no con una espina entera, eso es bastante inusual. Pero nunca se ha ido más allá, al menos que sepamos, en el análisis de la reliquia», explica la madre abadesa, quien, durante nuestra visita al monasterio no solo nos mostró la reliquia y nos permitió tomar cuantas fotografías fueran necesarias; también nos enseñó todos los documentos relativos a la santa espina, así como otros objetos de valor, añadiendo una visita guiada por el monasterio que incluyó áreas de acceso restringido, motivo por el que no puedo dejar de agradecer públicamente su amabilidad.

La actualidad que cobró en el año 2016 esta reliquia estuvo unida a la celebración, en 2017, del Año Jubilar de Caravaca de la Cruz. «Nos preguntaron si se podía hacer una parada de estación en el monasterio por la presencia de la santa espina. Al principio pedimos prudencia y dijimos que el caso debía ser analizado por el obispado, porque no quiero fraudes. Si no fuera una cosa que a lo largo de la historia está confirmada y que es cierta yo no permitiría su veneración», argumenta sor María del Carmen Parras, añadiendo que «el señor obispo ha autorizado, a la luz de la documentación y del análisis, el culto a la reliquia. Ha declarado parada de estación aquí, como parte del vía crucis. Aquí sería la contemplación de la coronación de espinas y ya en Caravaca la crucifixión de Nuestro Señor Jesucristo». Sor María del Carmen analiza lo ocurrido desde un punto de vista providencial: «Nuestro Señor algo quiere para la comunidad, para el pueblo de Mula y para todos los fieles. No existe la casualidad. Justo ochenta años después de haber salido la santa espina de esta casa, el mismo día de Santiago, el obispo firma un documento y vuelve a darse a conocer. Esto hay que analizarlo desde la fe».

Con todo, la madre abadesa admite que pueden existir críticas sobre la expedición de este documento coincidiendo con la llegada de un año jubilar en la comunidad autónoma y analizándolo desde el punto de vista del turismo religioso. «Si hay críticas, es normal, nunca faltan en cualquier acontecimiento, pero no nos va a afectar para analizar este hecho desde la fe. Es verdad que ciertos sectores que promocionan Caravaca pueden hacer también críticas, pero sigo manteniendo que todo esto es providencial.» Por otro lado, también me comentó que solo iba a permitir la exhibición pública de la reliquia si se guardaba el debido respeto que el lugar y el objeto merecen: «La veneración de la santa espina tiene que ser a ella, no se puede idolatrar ni el entorno ni lo que en sí lleva al monasterio, ni nada. En el momento que la comunidad de religiosas observe que no se venera de una manera seria, respetuosa y desde la interiorización, de un objeto que tiene una pequeña mancha de sangre en la punta que consideramos que es de Nuestro Señor, la santa espina inmediatamente se recoge. Por mucho decreto que haya del señor obispo aprobando la ubicación, por mucho interés que tenga el ayuntamiento, por mucho interés que tenga el turismo, por mucho interés que haya, si esta santa reliquia no se venera como se merece, automáticamente se guarda».

Actualmente son seis religiosas las que forman la comunidad de hermanas clarisas del Real Monasterio de la Encarnación y ellas son las encargadas de mostrar la reliquia a todo el que se acerca a contemplarla. La conocida como santa espina del Real Monasterio de la Encarnación de religiosas clarisas de Mula no tiene milagrería asociada. Y si alguna vez ha existido algún hecho milagroso unido a la intervención de la reliquia no ha sido archivado, estudiado ni divulgado. Se trata de una muestra más del carácter humilde, sencillo y puramente franciscano de la comunidad de clarisas. Un carácter que mantienen a pesar de la afluencia de visitantes para contemplar un trozo de madera que llevan protegiendo desde hace siglos, que se guarda en un sencillo relicario de plata, sin joyas ni piedras preciosas, y que está cuidado por unas religiosas que no obtienen ningún beneficio con su exhibición. Tan solo la divulgación de la fe que profesan.

 

 

La sábana santa, reliquia entre reliquias

 

No existe otro objeto que tenga la capacidad de convertirse en el corazón de la cristiandad cada vez que es mostrado de manera pública a los fieles. Tampoco hay una pieza que haya generado tanta controversia y opiniones encontradas a lo largo de la historia. Muchos son los que han dado carpetazo al misterio tomando una de las dos posturas e ignorando los estudios que, a favor o en contra, siguen indicando que este asunto no es un caso cerrado. Es triste que los interesados en estas temáticas suelan tener posturas radicales. Lo he vivido en carne propia en los últimos años, cuando he visto cómo algunos defensores de su autenticidad no han visto con buenos ojos que me acerque a esta reliquia desde una posición de prudente duda. Y lo mismo ha ocurrido con aquellos que piensan que es un fraude y que es de ignorantes estudiar piezas que creen con fervor —el mismo que el de los fieles— que son falsas. Si algo he aprendido en este tiempo es a tratar de respetar las opiniones de los demás y a luchar contra la posesión de verdades absolutas, que tanto mal están causando a nuestra sociedad. Pretendo en estas líneas reflejar lo que he descubierto sobre la sábana santa a través del periodismo y de entrevistas con expertos, no sentar cátedra sobre la cuestión.

 

Qué nos dice la sábana santa

 

Durante el tiempo en el que ejercí como presentadora del programa Escrito en el Aire de Canal Extremadura TV, un espacio en el que analizábamos, desde un punto de vista forense, psiquiátrico y policial, multitud de casos de crónica negra, aprendí una frase que ya he hecho mía: «Como dicen los forenses los muertos siempre hablan y sus palabras permanecen escritas en el aire». Igual que los muertos, la sábana santa también habla y, además, nos cuenta muchas cosas.

Se trata de un lienzo de lino que mide 4,36 metros de largo y 1,10 metros de ancho. Tejido en sarga de espiga, sobre una sola cara aparece la impronta frontal y dorsal de un hombre barbado de 1,81 metros de altura aproximadamente, que presenta signos de haber sido torturado y crucificado. Solo una parte del tejido está afectada por la formación de esta imagen, que posee una coloración muy tenue. Además, presenta sangre humana del grupo AB y otros indicios biológicos de procedencia humana.

El hombre de la sábana santa parece encontrarse en posición de rígor mortis, rigidez que surge en todo cadáver a las veinticuatro horas del óbito y suele perdurar durante las doce siguientes. Esa sería la explicación de que tenga las piernas flexionadas y la cabeza levantada. En cuanto a la altura del hombre, si bien, como hemos indicado, parece medir 1,81 metros, muchos sindonólogos, esto es, los expertos que se dedican a estudiar esta reliquia, sugieren que habría que quitar un centímetro a esa cifra si tenemos en cuenta que el paso de los siglos ha provocado una elongación de la tela.

Las partes del tejido en las que se perfila la impronta poseen marcas que indicarían que este hombre sufrió más de un centenar de azotes repartidos por casi todo el cuerpo, incluida la zona del pecho, pero en menor medida que en otras zonas anatómicas, según los expertos para evitar que uno de los golpes produjera un fallo cardiaco. Yendo más allá y analizando de manera minuciosa estas señales, podemos intuir la clase de objeto que las produjo: látigos con correas y con bolas en sus extremos, del tipo conocido como flagrum taxilatum romano.

Los análisis forenses que se han realizado al hombre de la sábana santa indican que sus muñecas fueron atravesadas por un clavo que se ajustó entre los huesos del carpo. En cuanto a los pies, parece que fueron clavados juntos, uno sobre el otro, atravesando el espacio entre el segundo y tercer metatarsianos y provocando un alargamiento de la pierna derecha.

La treintena de señales que se dan en la zona de la cabeza remiten a un casco de espinas que produjo lesiones en frente, sienes, región superior y nuca, una de las cuales dejó un reguero de sangre que cruza la frente. En la cara, igualmente, presenta áreas donde se percibe que recibió golpes. Uno de ellos le desvió y magulló la nariz, pero no la fracturó.

Los expertos en sindonología también exponen que este hombre sufrió una herida después de muerto. Se trata de una incisión profunda en el costado que fue realizada con un instrumento que se introdujo horizontalmente; no muestra turgencia en las comisuras, esta es la razón por la que afirman que no estaba vivo al momento de producirse esta herida, de la que manó, afirman quienes han analizado el lienzo, sangre post mórtem y otros fluidos biológicos.

Por último, el hombre de la síndone muestra magulladas las rodillas, el hombro derecho y la zona escapular izquierda, se cree que por cargar algún objeto muy pesado; y presenta, añaden, marcas de cuerdas en los tobillos.

Más allá del análisis forense, del hombre de la sábana santa se ha dicho prácticamente de todo. Desde que se trata de un cuerpo perfecto de varón, frase que pronunció el afamado doctor Gregorio Marañón, hasta que presenta deformidades incompatibles con un cadáver humano, tal y como ha manifestado en sus obras el escritor Juan Eslava Galán; de hecho, hay críticos que esgrimen que el hombre representado en el lienzo es más alto por la espalda que frontalmente. Y hay, igualmente, quien afirma, como el doctor Miguel Ángel Pertierra, que este hombre estaba vivo, teniendo en cuenta los daños que presenta y las sustancias con propiedades curativas, como el aloe, que se han hallado en la tela.

 

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Talla del hombre de la síndone, con las lesiones que aparecen reflejadas en la sábana santa, de Juan Manuel Miñarro.

 

Ya existe imaginería religiosa creada a partir de las características del hombre de la sábana santa. El pionero de estas creaciones ha sido Juan Manuel Miñarro, maestro escultor sevillano, catedrático de la Facultad de Bellas Artes y miembro del Centro Español de Sindonología. Tuve la oportunidad de visitar a Miñarro, quien amablemente me recibió en su taller sevillano. Estuvimos hablando de su oficio y me explicó que decidió trabajar sobre la síndone «reuniendo información de calidad y poniéndome en contacto con el Centro Español de Sindonología, para hacer un primer retrato, con el apoyo de mi discípulo Daniel Guzmán». Los cristos que ha confeccionado a partir de la reliquia le han aportado un amplio conocimiento sobre la misma, tal y como me manifestó durante nuestra conversación: «Conocemos muchísimos datos, sobre todo médico-legales, de la antropología física y de la antropología forense. La tradición dice que la sábana perteneció a un hombre ajusticiado y los datos que tenemos avalan este hecho. La sábana fue utilizada como paño mortuorio. Fue usada por alguien plagado de estigmas y marcas muy propias de instrumentos romanos como el flagrum taxilatum. El hombre fue coronado de espinas y posee heridas en los pies y en las muñecas que nos hablan de un crucificado, con clavos de unos 14 milímetros. Su costado fue atravesado por una lanza, con características perfectamente atribuibles a las lanzas que utilizaban los romanos. Todo esto está perfectamente narrado en la síndone. Con respecto a la sangre, se determinó en los ochenta que nos encontramos ante sangre humana. Hay sangre venosa, sangre arterial, sangre vital y sangre cadavérica, con un grupo sanguíneo concreto, el AB. Alrededor de cada reguero de sangre hay unos halos que solo se visualizan con luz ultravioleta y que pueden identificarse perfectamente con el suero sanguíneo. Todos estos detalles dan una realidad científica palpable».

 

Entre las brumas de la leyenda y la historia oficial

 

La historia espiritual de la síndone —palabra que viene del griego y que fue usada en francés por el cronista Robert de Clari en 1203: sydoine, sudario— comienza en la Biblia. En el Evangelio según San Juan leemos el siguiente pasaje, cuando se habla de la resurrección de Jesús: «Enseguida llegó Simón Pedro, entró en el sepulcro y vio los lienzos por el suelo; el sudario con que le habían envuelto la cabeza no estaba en el suelo con los lienzos, sino doblado en alguna parte».[9]

Estas líneas son las que empiezan a instalar en la mente del creyente que existirían unos lienzos que se encontraron en el sepulcro de Jesús de Nazaret. De ahí que antes de aparecer la sábana santa de manera fehaciente y constatada en Lirey (Francia) durante el siglo XIV, existan relatos que nos hablen de una misteriosa pieza que coincide en características con la síndone, aunque no se puede demostrar que se trate del mismo lienzo, pues existen muchas copias repartidas por toda la cristiandad.

Hay ciertos relatos, como el de un peregrino que en el 570 reflejó que había un sudario en un monasterio junto al río Jordán o la famosa historia del rey Abgar de Edesa, en la actual Turquía. Algunos evangelios apócrifos reflejan que este monarca estaba en posesión de un sudario. Pero volvemos al mismo punto, no hay manera de determinar que estos apuntes se refieran a la reliquia que hoy día se conserva en Turín (Italia).

También se da una gran polémica en torno al Codex Pray, una obra que se conserva en la Biblioteca Nacional Széchényi de Budapest (Hungría) y está datada entre 1192 y 1195. Se trata del códice más antiguo que existe escrito en húngaro y en una de sus escenas aparece representada la sepultura de Jesús. En el dibujo se observa un lienzo similar a la sábana santa, que para muchos defensores de esta teoría se trata de la representación de la síndone porque el tejido tiene, esgrimen, la misma trama que la de la reliquia. Además, añaden, Jesús aparece representado sin paño de pureza, con los brazos cruzados sobre la pelvis; y lo que es más importante, señalan: Jesús es representado con solo cuatro dedos, detalle que también coincide con la sábana santa, debido a que los clavos de las muñecas habrían producido una rotura del nervio mediano y una contracción del pulgar hacia la palma, de ahí que no se pueda ver.

Se piensa que el lienzo que actualmente se custodia en Turín era venerado en Jerusalén allá por el siglo VII y que más tarde fue a parar a Constantinopla, donde habría permanecido hasta 1204, año en el que los cruzados saquearon la ciudad. Después, hay investigadores que opinan que los templarios se hicieron con la síndone y que de Constantinopla la habrían llevado a algunas de sus fortalezas más importantes, hasta recalar en Francia. Esta hipótesis ganó muchos adeptos cuando la historiadora Barbara Frale aseguró haber encontrado una declaración muy impactante en los archivos vaticanos. Se trataba, aseguró, de un documento de 1287 en el que un caballero llamado Arnaut Sabatier, quien compareció en el proceso inquisitorial contra los templarios, confiesa que al ingresar en la orden le llevaron ante una larga tela de lino sobre la que se apreciaba una imagen humana. Los seguidores de la teoría templaria opinan que esa tela era la sábana santa de Turín. Pero lo cierto es que todo son conjeturas cuando hablamos de su historia anterior a Lirey. De hecho, los detractores de la reliquia, como veremos más adelante, sostienen que precisamente fue creada en la época en la que surge su culto en Francia.

En noviembre de 2011 tuve la oportunidad de charlar con Julio Marvizón, meteorólogo e investigador del Centro Español de Sindonología, que publicó el libro La Sábana Santa. Aquel día conocí las conexiones que establecía entre los templarios y la reliquia: «El último gran maestre de la orden templaria fue Jacques de Molay, quien fue quemado junto a otro seguidor, Godofredo de Charnay. ¿Son una simple coincidencia los nombres y los apellidos Charnay y Charny?», en palabras de Julio Marvizón. Efectivamente, existe una gran similitud entre el nombre de este templario y el del primer portador conocido de la reliquia.

Entre las certezas que tenemos, se tiene constancia de que a mediados del siglo XIV un noble francés, Geoffroy de Charny, donó un sudario a cierta iglesia de Lirey (Francia) y que de ello tuvo conocimiento Clemente VI, ya que el dueño de la reliquia habría escrito a este para informarle de que tenía en su poder la tela que envolvió el cuerpo de Jesús. La nieta de este noble, tras hacer una gira europea para promocionar la reliquia, la donó a la Casa de Saboya en el año 1453. La sábana santa estuvo en manos de esta poderosa familia hasta el 18 de octubre de 1983, cuando se cumplió una de las últimas voluntades testamentarias del rey Humberto II de Italia, que era donarla a la Iglesia. Hasta aquel momento, el cofre en el que se conservaba la síndone tenía dos llaves: una pertenecía al obispo de Turín y la otra al jefe de la Casa de Saboya.

Antes de su llegada a la catedral de San Juan Bautista de Turín (Italia) en 1578, la sábana santa se custodiaba en la capital del ducado de los Saboya: Chambéry (Francia). Allí, en el año 1532 se produjo un incendio que le dejó las quemaduras que presenta hoy día. Ya en Turín también vivió otro fuego, esta vez en el año 1997, cuando un bombero la rescató rompiendo el cristal de la urna que la protegía.

Hasta los años setenta, los fieles que quisieran conocer esta reliquia solo podían hacerlo durante las escasas ostensiones públicas o a través de fotografías y pinturas. El 23 de noviembre de 1973 fue la primera vez que se exhibió en televisión, cuando el papa Pablo VI la describió a los espectadores como «sorprendente y misteriosa», absteniéndose de referirse a ella como «auténtica».

 

Lo que hemos ido descubriendo a través de la ciencia

 

En el último siglo la sábana santa nos ha contado más cosas que en todo su devenir anterior, gracias al oportuno micrófono de la ciencia. Las primeras sorpresas llegaron en 1898, cuando el abogado aficionado a la fotografía Secondo Pia recibió autorización para fotografiar la síndone. Al revelar la placa y observar el negativo, descubrió que allí había mucho más que contornos de color rojizo con forma humana. Se observaba el cuerpo entero de un hombre barbado con signos de haber sido maltratado.

Pocos años después de aquella extraordinaria imagen tomada por Secondo Pia, Yves Delage, médico y miembro de la Academia de Ciencias de Francia, y el biólogo Paul Joseph Vignon, intentaron reproducir la imagen del hombre de la sábana santa. Contrataron a varios artistas que usaron únicamente pigmentos que existiesen en la Edad Media, pero el informe que Delage presentó a la academia en 1902 ponía de relieve que, según sus pesquisas, se trataba de una auténtica reliquia histórica.

Pero, sin duda, el análisis más pormenorizado se llevó a cabo en 1978 por parte del equipo STURP, el Proyecto de Investigación del Sudario de Turín. Formaron parte del equipo más de cuarenta científicos norteamericanos, algunos miembros de la NASA. Impresiona ver una fotografía que muestra el camión que trasladaba los aparatos que el equipo STURP utilizó durante su análisis de la sábana santa. Más de dos toneladas y media de material repartido en cajas que se dispusieron en la biblioteca del palacio real de Turín, donde se llevó a cabo el estudio. Se tomaron, con cinta adhesiva de carbono puro, más de una treintena de muestras de la superficie del lienzo, se analizaron con luz polarizada, y se obtuvieron restos de polen y de otras partículas. Igualmente, se realizaron radiografías y se iluminó la superficie de la reliquia con rayos X. Una de las conclusiones más impactantes de este estudio llegó de la mano del profesor John Jackson, de la Universidad de Colorado, quien descubrió que el hombre de la síndone era una figura tridimensional, porque la intensidad de la impronta en cada punto de la tela parecía proporcional a la distancia del cuerpo.

Con respecto a los restos de sangre en la sábana santa, son muchos los expertos que han abordado la cuestión. Uno de los primeros fue el doctor Pierre Barbet, quien en 1950 aseguró que había en la reliquia sangre humana venosa y arterial. Por su parte, Pierluigi Baima Bollone, forense y quien fuera director del Centro Internacional de Sindonología, y el hematólogo Alan Adler, identificaron el origen humano de las manchas de sangre del lino, asegurando que pertenecían al grupo sanguíneo AB, minoritario en la población mundial pero elevado entre los judíos de Palestina. Los más críticos con la reliquia aseguran que, de existir estos restos, podrían haber sido añadidos con posterioridad. En cualquier caso, las manchas presentes en la síndone emiten el espectro de la metahemoglobina desnaturalizada, lo que según los expertos se corresponde con trazas de sangre de mucha antigüedad. Pero no falta quien, como el químico Walter McCrone, piensa que las manchas pueden no estar ocasionadas por sangre sino por pigmento rojo de óxido de hierro.

Con respecto a los estudios relativos a los pólenes, fue en 1978 cuando el polinólogo Max Frei descubrió en la síndone varias muestras endémicas de pólenes propios de la Judea del siglo I y también de Turquía, Francia e Italia, enmarcando así todos los lugares en los que habría estado la sábana santa. A pesar de todo, su trabajo también tiene críticas, como las del botánico francés Jacques Louis de Beaulieu, de la Universidad de Marsella, quien revisó el trabajo de Max Frei y aseguró que este había cometido errores al clasificar ciertos pólenes. Por otro lado, el botánico israelí Avinoam Danin investigó la sábana santa y llegó a la conclusión de que en ella se puede ver la huella de varias especies de flores que solo se dan en los territorios de Jerusalén y Palestina y que están colocadas alrededor de la cabeza del hombre de la síndone.[10]

No podemos dejar de abordar las polémicas pruebas del carbono 14 que se llevaron a cabo en 1988. El análisis fue liderado por Michael Tite, del British Museum, y los laboratorios que analizaron las muestras fueron la Universidad de Oxford, el Instituto Federal de Tecnología de Suiza y el laboratorio de la Universidad de Arizona. Se cortaron fragmentos del borde de la reliquia que se enviaron a estos enclaves mezclados con otros trozos pertenecientes a distintas épocas. El resultado fue que los tres dataron la sábana santa entre 1260 y 1390.

A pesar de todo, son muchos los expertos que se muestran críticos con este estudio. Entre los argumentos que esgrimen: que el calor que sufrió la reliquia durante el incendio de 1532 podría aportar una presencia de carbón superior a la normal; o que el carbono 14 es una prueba fiable para objetos recién desenterrados y protegidos del contacto humano pero no para una pieza como la síndone, y en este sentido aportan como ejemplo el de una momia que se conserva en Mánchester (Reino Unido). Cuando se analizó en 1970 dio como resultado que el vendaje era mil años más reciente que el esqueleto que envolvía, debido a la manipulación que había sufrido la tela y no el cuerpo.

Igualmente, se ha hablado de los parches presentes en la sábana santa. Se trata de esos añadidos que pusieron las clarisas tras el incendio de 1532. Hay quien piensa, como el investigador estadounidense Raymond Roger y la doctora Anna Arnoldi de la Universidad de Milán, que las pruebas de carbono 14 se realizaron sobre uno de aquellos fragmentos incorporados por las religiosas.

Pero, sin duda, el cuestionamiento más serio a esta prueba lo realizó Leoncio Garza-Valdés, de la Universidad de San Antonio (Texas). Este doctor especializado en microbiología desmontó la datación de una figura maya de jade que había sido catalogada como falsificación. Tras estudiarla en profundidad, determinó que poseía una pátina natural formada por bacterias. A raíz de las dudas planteadas por Garza-Valdés, volvieron a datar la figura y llegaron a la conclusión de que era quince siglos más antigua de lo que indicaba la primera prueba. Con respecto a la sábana santa, el mismo experto analizó en 1993 un fragmento que había sido guardado por Giovanni Riggi, científico encargado de tomar las muestras en 1988. Leoncio Garza-Valdés encontró una capa similar a la del objeto maya y determinó que estos organismos podían haber alterado la datación en 1.300 años.

 

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Juan Manuel Miñarro y Lourdes Gómez en el taller del imaginero en Sevilla.

 

Los estudios científicos también han tratado de encontrar una explicación al mayor enigma de la síndone: cómo se formó la efigie del hombre de la sábana santa. Para explicar este detalle se han aportado toda suerte de explicaciones: vapores de amoníaco emitidos por el cuerpo provocando una reacción química al mezclarse con el aloe esparcido en la sábana; que la humedad del cadáver absorbiera el aloe y manchara el lienzo, o la que más sentido tiene para los fieles: que al levantarse Jesús en el momento de la resurrección, su cuerpo despidiera una especie de descarga eléctrica e imprimiera la imagen. Juan Manuel Miñarro, del Centro Español de Sindonología, me manifestó en una entrevista: «Con todos los estudios y las pruebas que se han realizado no se ha podido determinar cómo surgió la impronta. Parece ser que es una alteración química del lino, pero no se sabe qué pudo provocar esos pequeños cambios de coloración que forman la imagen. El gran problema de la sábana santa es la impronta. El tejido está ya suficientemente estudiado, pero la impronta es lo que complica todos los aspectos de la sábana. Si no la tuviera, nadie ensayaría ninguna fantasía sobre cómo se pudo originar».

Está claro que los interrogantes siguen sin respuesta. En la actualidad continúan los estudios sobre la reliquia, y uno de los más llamativos tiene vinculación con España. Un grupo de científicos asegura haber encontrado conexiones entre la sábana santa y el sudario de Oviedo, un paño de lino con restos de sangre que mide 83×53 centímetros y que se custodia en la catedral asturiana. A pesar de que a la historia de esta última reliquia también la acompaña una polémica prueba de carbono 14 que la fecha en el siglo VII, estos expertos aseguran que está conectada con la síndone.

He tenido la oportunidad de entrevistar a Alfonso Sánchez Hermosilla, investigador de la Universidad Católica San Antonio de Murcia, forense del Instituto de Medicina Legal de Murcia y autor de este estudio, quien asegura que «ambas piezas envolvieron a la misma persona. Los resultados de las investigaciones criminalísticas, antropológicas, morfológicas y biológicas son concluyentes en la misma línea y es que todos los datos se pueden superponer y están a favor de que los dos lienzos cubrieron el mismo cadáver». El estudioso va más allá y me explicó que los restos que ha observado en estas reliquias indican que estuvieron en contacto con una persona que sufrió una herida penetrante en el costado: «Una herida que afectara el corazón de una persona que ha muerto de asfixia en la cruz y, además, como consecuencia de un castigo previo compatible con la flagelación, tendría una serie de lesiones internas y también habría una gran cantidad de líquido pleural y líquido pericárdico que solo podría salir al exterior del cuerpo si se produce una herida penetrante en el tórax. Si no se produce una herida de este tipo estos fluidos no habrían salido por boca y nariz y mucho menos a través de la piel. Esto es lo que encontramos en la síndone de Turín y lo novedoso es que hemos encontrado este tipo de fluidos y coágulos en el sudario de Oviedo», en palabras de Alfonso Sánchez Hermosilla. El experto asegura que el microscopio electrónico de barrido del que disponen en la Universidad Católica San Antonio ha sido clave para los estudios de sangre, pólenes y la composición de ambas piezas. «Los coágulos se corresponden con los que se forman en la aurícula derecha del corazón en los cadáveres de personas que han sufrido una larga agonía», añade. Aun así, asegura que todavía «estamos en el principio de la investigación» y que hace falta seguir estudiando estas reliquias para hallar más respuestas.

 

Última polémica

 

La sábana santa siempre está de actualidad y de su última polémica se hicieron eco medios de comunicación de todo el mundo. Fue el año pasado cuando surgió la existencia de un revelador estudio que aportaría datos esclarecedores sobre la sábana. Todos hicieron uso de la información transcribiéndola, limitándose a copiarla y titulando con frases como estas: «La impactante revelación sobre la sábana santa»;[11] «Detallan nuevo descubrimiento en la sábana santa»;[12] «La escalofriante revelación sobre la sábana santa tras ser analizada con sorprendentes técnicas»;[13] o incluso «Científicos prueban que la sábana santa de Turín tiene sangre posiblemente de Jesús».[14] Pero ¿qué hay más allá de los titulares? Lo que hicieron fue publicitar el trabajo de un equipo de científicos del Instituto de Materiales de Trieste y del Instituto de Cristalografía de Bari, ambos pertenecientes al Centro Nacional de Investigación de Italia, junto con la Universidad de Padua. El estudio fue publicado en la revista PlosOne, donde los profesionales que trabajaron en esta investigación aseguraron que el tejido de la sábana santa estuvo en contacto con sangre humana y, en concreto, que ese fluido emanó del cuerpo de una persona que fue torturada.

Según los participantes en el trabajo, entre ellos el máximo responsable, Elvio Carlino, las partículas que encontraron —gracias, añaden, a los métodos que recientemente se han desarrollado en el campo de la microscopía electrónica— no están presentes en la sangre de una persona sana, sino en alguien que ha tenido un «gran sufrimiento». En concreto, las partículas de las que hablan son la creatinina y la ferritina, que, según han expuesto, son elementos que suelen encontrarse asociados a cuerpos que han padecido torturas. Esta es, en síntesis, la información que circuló aquellos días por la red de redes, haciendo fruncir el ceño de los escépticos y provocando emoción entre los fieles.

Cuando leí lo publicado al respecto, lo primero que hice fue contactar con Alfonso Sánchez Hermosilla, quien se mostró firme en sus declaraciones: «La noticia, aparentemente, es muy interesante desde el punto de vista científico pero, desafortunadamente, no lo es tanto. De la información que aporta, la que es real no tiene demasiado valor porque son datos que ya se conocían desde hace muchísimo tiempo y no aporta nada nuevo a la investigación seria, y lo que parece que es novedoso, en realidad no lo es tanto».

El estudio anunciaba la supuesta presencia de sangre en la reliquia como una novedad, sin embargo, el doctor me aclaró: «Esto ya se sabía desde que el hematólogo Carlo Goldoni descubriera hematíes humanos en lo que hasta ese momento parecían manchas de sangre, esto fue en el año 1991. La primera prueba concluyente de que había sangre en la sábana santa se dio en cuanto se puso el microscopio sobre la reliquia y se vieron glóbulos rojos. Después se continuó investigando según el procedimiento habitual, el protocolo establecido que se usa en criminalística para investigar delitos, y se confirmó, con una serie de pruebas, que era sangre humana, y, más en concreto, del grupo AB».

Igualmente, el estudio parecía confirmar la presencia de creatinina en la reliquia, «una sustancia que está presente en la sangre de todas las personas sanas, sin ningún problema. Incluso puede estar en concentraciones elevadas en personas que realizan algún tipo de ejercicio o con alguna profesión vigorosa, como pueden ser agricultores, leñadores, albañiles, etc. Todo este tipo de personas tienen unas cifras más altas de lo normal de creatinina pero no supone que estos individuos tengan ningún problema. El estudio no habla de que haya cifras altas de creatinina por la sencilla razón de que la metodología utilizada no puede medir cantidades; solo puede, en principio, detectar estructuras morfológicas y conocer la composición atómica, pero no la composición molecular exacta, ni la cantidad presente», me explicó, en su momento, Alfonso Sánchez Hermosilla.

«En el pasado, cuando no había tanta tecnología, la detección se hacía de forma morfológica. Es decir, se veía la forma que tenía una cosa y se decía con qué porcentaje de probabilidad podía ser un elemento u otro. Hoy día, hay muchos más medios y en ninguna publicación seria se acepta una detección morfológica sin confirmarla, sin haberse usado otra metodología para comprobar que esa molécula que tiene el aspecto morfológico de creatinina realmente lo sea y no otras cosas que también tienen el mismo aspecto u otro similar que pueda prestarse a error en la identificación. No se ha confirmado por otro medio que no sea el microscopio, por lo tanto, puede ser creatinina o puede ser, perfectamente, cualquier otra molécula orgánica de un tamaño y de una composición similar. No se puede, de ninguna manera, afirmar que sea creatinina. Esto es un disparate, sinceramente», me aseguró el médico forense.

Esta investigación desarrollada en Italia contemplaba que la supuesta creatinina aparece contaminada con hierro en las muestras examinadas y esto sería, afirmaban, indicativo de que la persona a la que perteneció esa sangre habría padecido torturas. Alfonso Sánchez Hermosilla me manifestó que este detalle, «desde el punto de vista de la medicina legal y forense no tiene absolutamente ningún valor, no aparece en ninguna publicación científica seria de medicina legal y forense por la sencilla razón de que la creatinina se contamina con hierro en sangre de los cadáveres sea cual sea la causa de la muerte. Tanto si ha sido por causas naturales, por ejemplo si la persona ha fallecido de una parada cardiaca en su cama, tranquilamente, mientras dormía, y esto no es traumático ni violento en absoluto; o si ha sufrido un atropello tremendo por un tren y el cadáver está diseminado en fragmentos diminutos. En ambos casos la contaminación es exactamente la misma. ¿La razón? Que en la sangre cadavérica se destruyen los glóbulos rojos y su contenido es hemoglobina, muy rica en hierro. Este hierro contamina todo lo que toca, absolutamente todo. Y la creatinina es una de las cosas que se contaminan con hierro».

Por todo lo explicado, sería importante que los medios de comunicación fueran prudentes a la hora de divulgar estas informaciones que engañan a los creyentes y contaminan los trabajos de aquellos profesionales que sí llevan a cabo investigaciones serias y rigurosas.

 

Las acusaciones de fraude

 

No podemos dejar a un lado las sombras de fraude que han planeado sobre la sábana santa. Surgieron, de hecho, en el temprano 1389 cuando el obispo de Troyes, en Francia, envió un memorándum a Clemente VII para informarle de que su antecesor en el cargo «descubrió el engaño y cómo dicho lienzo había sido astutamente pintado, ya que de esa verdad testimonió el artista que lo había pintado».

Los que creen que la sábana santa es una pieza falsificada han apostado por todo tipo de personajes como autores de la creación: desde un tal maestro de Lirey hasta Leonardo da Vinci, de quien aseguran que con esta pieza consiguió tomar la primera fotografía de la historia. En la Edad Media ya se conocían sustancias fotosensibles como el bicromato de amonio, el sulfato de plata y el nitrato de plata; de hecho, los alquimistas árabes usaban sales de plata, que se ennegrecían al contacto con la luz, para adornar palacios y estancias nobles. Por otro lado, desde tiempos de Aristóteles se conoce la cámara oscura, capaz de proyectar de forma plana, en el interior del instrumento, una escena exterior. La cámara oscura era usada por muchos pintores en sus análisis de perspectiva, entre ellos Leonardo. Por lo tanto, los que apuestan por esta explicación exponen que si juntamos una sustancia fotosensible con un soporte como la tela y añadimos de por medio la cámara oscura, ya tenemos una cámara fotográfica. Y que eso fue precisamente lo que habría materializado Da Vinci en la sábana santa. Para Julio Marvizón, por ejemplo, esta hipótesis carece de cualquier tipo de legitimidad: «No entiendo cómo investigadores ingleses pueden hablar de protofotografía y de creación de Leonardo cuando este nace en 1452 y la síndone en 1453 está documentado que se encuentra en la Casa de Saboya», explicó en una conferencia que pronunció en el año 2011 en Sevilla.

Tampoco falta quien apuesta a que el hombre de la síndone fue el gran maestre de los templarios, Jacques de Molay.

 

Las copias de la sábana santa

 

Existen un centenar de copias de la sábana santa repartidas por toda la cristiandad. Todas fueron pintadas por artistas medievales tomando como modelo la que hoy día se conserva en Turín y solo algunas de ellas se santificaban por contacto con el objeto arqueológico original. Las más abundantes son de los siglos XVI y XVII, pues muchas de ellas fueron confeccionadas cuando la reliquia estaba en manos de la Casa de Saboya en Chambéry (Francia).

En España se conservan más de una veintena de copias, repartidas por municipios como Campillo de Aragón (Zaragoza), Santo Domingo de Silos (Burgos), Plasencia (Cáceres), Torres de la Alameda (Madrid), Jerez de la Frontera (Cádiz), Alicante, San Lorenzo del Escorial (Madrid) y Guadalupe (Cáceres).

En el año 2017, durante un rodaje del programa de Canal Extremadura TV Tras el mito, en el que trabajé como redactora, tuve la oportunidad de contemplar las dos copias de la síndone que se conservan en el monasterio extremeño de Guadalupe. Conseguimos mostrar las piezas por primera vez en televisión y fue una experiencia muy especial poder palparlas con mis manos.

La más antigua de las copias que se conservan en Guadalupe fue confeccionada, según reza en uno de sus extremos, en 1568. Es de gran tamaño, muy similar a la original que se conserva en Turín, y tiene al hombre de la sábana santa pintado en tonos marrones y las manchas de sangre en colores rojizos. El hombre dibujado tiene barba y porta una corona de espinas. Cuando esta copia fue elaborada, la síndone se encontraba aún en Chambéry (Francia), en el seno de la Casa de Saboya. Así se refleja en un escrito que posee en uno de los laterales, donde también se dice «que no solo ha sido tocada, sino que ha reposado encima del auténtico sudario de Nuestro Señor, de alguna manera para entrar en contacto con la santidad de aquella reliquia», en palabras de fray Antonio Arévalo, actual guardián del monasterio de Guadalupe.

La otra copia es mucho más pequeña y es posterior, cuando la síndone ya se encontraba en la catedral de San Juan Bautista de Turín. Fue traída hasta Guadalupe por un empleado de la infanta María de Austria, hija de Carlos V. Tiene dibujados dos ángeles que sostienen la reliquia.

Las dos copias guadalupenses se exhibían el día de San Jerónimo y también consta que se expusieran en alguna celebración de Viernes Santo. De hecho, mi abuela María me ha contado que hace décadas pudo ser testigo de una de estas improvisadas ostensiones.

La sábana santa ha tenido un gran impacto iconográfico a lo largo de la historia del cristianismo, pero su huella más palpable huye de los pinceles de los artistas. Está en la fe de los que a día de hoy siguen venerando este lienzo como el sudario de Jesús de Nazaret. Y también en la mente de los científicos que siguen estudiándola con el fin de aportar luz a uno de los mayores enigmas de la Iglesia.