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Sydney

—Hola —dijo Paul ocupando el taburete que Andrea había dejado libre—. No sabía que salías. No has dicho nada en clase.

—Ha sido una decisión de último minuto. —Tomé un sorbo de ron con Coca-Cola. Ya estaba aguado—. ¿Cómo te ha ido el examen?

—Creo que ha ido bien. ¿Y a ti?

Me encogí de hombros.

—Creo que he aprobado.

—Seguro que lo has bordado. —Dejó de mirarme para pedir una Sam Adams cuando el camarero se acercó—. ¿Ya has hecho la maleta para el viaje de mañana?

Al día siguiente era nuestra salida de esquí anual a Snowshoe Mountain. Para Paul sería la primera vez, pero Kyler y yo llevábamos yendo a la casa de esquí de su madre desde que éramos niños. Era el segundo año que venían Andrea y Tanner, y también vendrían algunos de los otros amigos de Kyler. Normalmente, íbamos un buen grupo.

—La preparé el fin de semana pasado —reconocí entre risas—. Soy muy previsora.

Paul sonrió.

—Yo todavía no la he hecho. Por cierto, gracias por invitarme. Nunca he estado en Snowshoe.

Cosa que era sorprendente, porque había crecido en el pueblo de al lado, y yo siempre había pensado que cualquier persona que viviera en Maryland habría estado en Snowshoe en algún momento.

—No hay de qué. Dijiste que te gustaba esquiar y hacer surf, era lógico que te invitara. Kyler estará esquiando día y noche, así que seguro que tienes a alguien con quien subir a las pistas.

Paul posó sus ojos azules en la mesa que ocupaban los otros.

—No sé yo.

Fruncí el ceño y me negué a mirar lo que estaba ocurriendo en la mesa del pecado y el sexo. Probablemente ya estuvieran haciendo bebés.

—¿A qué te refieres?

—No tengo la sensación de que Kyler sea un gran admirador mío. —Volvió a mirarme y se encogió de hombros—. En fin, ¿volverás a casa cuando bajemos de Snowshoe?

Asentí.

—Sí. Pasaré las Navidades con la familia y me quedaré allí hasta que empiece el semestre de primavera. ¿Y tú?

—Yo pasaré una parte de las Navidades en Bethesda y después me iré a Winchester con mi madre. —Rascó la etiqueta del botellín con el ceño fruncido—. Mis padres se divorciaron hace unos años, así que voy de una casa a otra.

No lo sabía.

—Lo siento.

Esbozó una sonrisita.

—No es para tanto. Así celebro la Navidad dos veces; no me quejo.

Tomé otro sorbo rápido y dejé la copa en la mesa.

—El doble de regalos.

—El doble de diversión. —Clavó los ojos en la cerveza. Ya había arrancado la mitad de la etiqueta—. Mira. He pensado que podríamos…

Unos brazos fuertes me rodearon la cintura por detrás. Alguien me levantó del taburete y dejé de gritar cuando choqué contra una pared de músculo. Me quedé atrapada en un abrazo de oso que olía a aire fresco y a una colonia suave.

Solo había una persona en el mundo que me diera esos abrazos, que estuviera así de firme…, que fuera tan agradable.

La voz grave de Kyler me resonó por todo el cuerpo.

—¿Cuándo has llegado?

Mis pies seguían sin tocar el suelo.

—Hace un ratito —jadeé agarrándome a sus antebrazos por encima de su suéter.

—¿Y qué has estado haciendo? ¿Esconderte de mí?

Paul se apoyó en la barra y sonrió, pero estaba tenso. Tampoco podía culparlo. Kyler siempre aparecía de repente y se adueñaba de todo.

—No me estaba escondiendo —le dije sonrojándome al mirar a Paul—. ¿Y puedes dejarme en el suelo?

—¿Qué pasa si no lo hago? —bromeó—. Eres tan pequeña que podría meterte en mi bolsillo.

—¿Qué? —Me reí—. Bájame, idiota. Estaba hablando con Paul.

—Lo siento, Paul, te la voy a robar. —Kyler no lo sentía en absoluto. Reculó sin darme ninguna alternativa, porque era imposible que pudiera liberarme de su abrazo. Se dio media vuelta, se sentó en una silla cerca de la mesa en la que había estado antes y me colocó sobre su regazo, donde me senté de lado. Me rodeó la cintura con los brazos—. Me tienes muy descontento, Syd.

Alcé una ceja con el corazón desbocado. Era la única persona que me llamaba Syd; bueno, era el único al que le dejaba hacerlo sin darle un puntapié en la espinilla—. ¿Ah, sí? ¿Por qué?

—Porque estás hablando con ese imbécil.

—¿Qué imbécil?

Se inclinó hacia delante, apoyó la frente en la mía y me quedé sin aliento. ¿Por qué siempre tenía que acercarse tanto? Y la verdad era que lo hacía siempre.

—Paul.

—¿Qué pasa con Paul? —Le posé las manos en los hombros para empujarlo, pero él apretó los brazos y me inmovilizó—. ¿Estás borracho?

—¿Si estoy borracho? ¿Ahora vas a herir mis sentimientos, Syd?

Sonreí.

—Tú no tienes sentimientos.

—Vaya, vaya. Eso ha sido una grosería. —Bajó sus larguísimas pestañas y ocultó los ojos mientras agachaba la cabeza y frotaba la mejilla contra la mía. Yo le clavé los dedos en los hombros, presa del deseo—. Claro que tengo sentimientos, Syd.

Tardé un momento en contestar.

—Estás lleno.

Frotó la mejilla contra la mía como si fuera un gato pidiendo que le rascaran la barriga, y yo me resistí a la necesidad de ronronear.

—Estoy lleno de algo.

—¿De orín y vinagre? —sugerí mientras trataba desesperadamente de ignorar cómo me latía el pulso en las zonas del cuerpo adecuadas.

Kyler se rio mientras se apoyaba en el respaldo de la silla que había secuestrado.

—Volvamos a la parte seria de la conversación.

—Que es esta: ¿por qué te has puesto en plan Papá Noel?

Kyler levantó la vista y me miró fijamente.

—Vaya, qué interesante. ¿Este año has sido buena o mala, Syd?

Abrí la boca, pero no salió nada. Me sonrojé al ver su mirada cómplice.

—Ya sé lo que has sido. —Me dio un beso en la frente—. Has sido buena.

Dejé caer los hombros. Yo no quería ser buena. Yo quería ser mala, como la rubia. Cuando la había tenido sobre el regazo hacía unos minutos, dudaba mucho que Kyler hubiera estado bromeando con ella. Quizá tendría que coger un cubito de hielo y ver qué hacía él, aunque eso significaría que tendría que cogerlo de cualquier vaso de por allí, y eso sería asqueroso, en especial después de la conversación sobre el herpes.

Tenía que cambiar de tema.

—¿Te sigue pareciendo bien que deje el coche en tu casa mañana y me lleves a casa cuando bajemos de Snowshoe?

—Claro. ¿Por qué no iba a parecerme bien?

Encogí un hombro.

—Solo quería asegurarme.

Y entonces Kyler se puso serio de golpe, demostrándome que no estaba bebido en absoluto.

—No tienes por qué asegurarte de esas cosas, Syd. Si necesitas que alguien te lleve a donde sea a las dos de la mañana, puedes llamarme.

Agaché la cabeza.

—Ya lo sé.

—Aunque querría saber lo que estabas haciendo a esa hora de la madrugada —añadió, como si la idea de que yo estuviera por ahí tan tarde fuera inconcebible—. Lo que quiero decir es que, si lo hubieras tenido claro, no tendrías por qué haber confirmado una cosa como esa. Puedes contar conmigo.

Me eché el pelo hacia atrás y asentí.

—Gracias.

—No tienes por qué darme las gracias. —Guardó silencio un momento y tensó los brazos—. Es un imbécil.

—¿Eh? —contesté con un parpadeo.

Kyler estaba mirando por encima de mi hombro con los ojos entornados.

—Paul. Nos está mirando fijamente. No me gusta cómo te mira.

Estuve a punto de darme la vuelta.

—No nos está mirando fijamente, idiota. Estábamos hablando antes de que tú llegaras, y probablemente esté esperando a que yo vuelva. Y no es imbécil.

—Pero yo no quiero que vuelvas.

Suspiré. ¿Era de extrañar que no hubiera tenido una cita en años teniendo un amigo como Kyler? Había otros motivos, pero aun así. Kyler actuaba como si fuera una mezcla de padre y hermano mayor.

—Eso es absurdo.

Me miró fijamente.

—No me cae bien. Y puedo hacerte una lista de las razones.

—Paso.

—Te estás perdiendo una estimulante lista de motivos.

Puse los ojos en blanco.

—Pues a mí tampoco me gusta la rubia. Y también tengo una lista muy emocionante de razones.

Alzó una ceja.

—¿La rubia? Ah. ¿Te refieres a mi nueva amiga?

—¿Amiga? —Me reí—. No creo que la palabra «amiga» sea la que mejor la describa.

Kyler suspiró, se inclinó hacia delante y me apoyó la barbilla en el hombro.

—Tienes razón. No es el término adecuado.

—Vale. Debes de estar borracho si estás admitiendo que tengo razón.

—Esta noche estás en plan listilla. —Me deslizó la mano por la espalda y me estremecí—. ¿Tienes frío?

Como no pensaba admitir la verdad, mentí:

—Un poco.

—Mmm… ¿Sabes qué?

Kyler me estaba empujando por la espalda, y yo me eché hacia delante. Le posé la mejilla en el hombro y cerré los ojos. Por un momento me resultó fácil fingir que no estábamos en un bar donde sonaba una música espantosa y, mejor aún, que estábamos juntos.

Juntos, de la forma que yo quería estar con él.

—¿Qué? —pregunté acurrucándome un poco más y dejándome llevar por el momento.

—Esa chica no es mi amiga. —Notaba su aliento cálido contra la oreja, y me encantó sentirlo—. Tú has sido mi mejor amiga de siempre. Llamarla así es un insulto hacia ti.

No dije nada. Y tampoco lo hizo Kyler después de eso. Nos quedamos allí sentados un rato más. Una parte de mí se moría por subirse a una silla y gritarle a todo el bar que Kyler me tenía más consideración que a la rubia. Pero la otra parte quería volver a casa y acurrucarse en una esquina, porque eso no cambiaría el final de la noche. Yo volvería a la residencia sola, y él se llevaría a la rubia a su apartamento.

Ocurría lo mismo cada fin de semana, y sabe Dios cuántas veces a lo largo de la semana.

No había nadie que pudiera sustituirme en su vida. Eso ya lo sabía. Yo era la amiga que lo sabía todo de él, y en quien confiaba más que en nadie.

Era la mejor amiga de Kyler.

Y, por eso, él nunca me querría como yo lo quería a él.