Estaba enamorada de mi mejor amigo.
E imaginaba que podía ser peor. Podría haber estado enamorada de un estríper o un drogadicto. Kyler Quinn no era ninguna de esas cosas. Aunque podría haber pasado sin problemas por estríper, porque estaba buenísimo, tenía un precioso pelo castaño que llevaba siempre despeinado, y era tan adictivo como cualquier droga.
Lo vi antes de que él supiera siquiera que yo estaba allí. Era imposible no ver a Kyler, ni siquiera en el abarrotadísimo Dry Docks, donde toda la universidad estaba de fiesta celebrando el principio de las vacaciones de invierno. Y todo el mundo se arremolinaba a su alrededor, en especial las chicas.
Siempre estaba rodeado de chicas.
No estoy diciendo que Kyler pareciera un dios, porque las esculturas de dioses griegos y romanos no solían ser muy atractivas. Y, además, la tenían muy pequeña. Dudaba mucho de que él tuviera alguna carencia en ese sentido, porque siempre llevaba detrás una cola infinita de chicas que volvían a por segundos y terceros revolcones. La belleza de Kyler era muy masculina. Tenía una nariz un poco ganchuda que sobresalía entre unos pómulos anchos, la mandíbula muy bien definida y unos labios carnosos muy expresivos. Se había roto la nariz en una pelea el primer año de universidad.
Todavía me sentía mal por su nariz.
¿Y cuando sonreía? Ufff, ese chico tenía los hoyuelos más pronunciados del mundo.
Tenía los ojos de un cálido tono marrón, un color café que se oscurecía cuando se alteraba por algo, y estaba segura de que en ese momento estaba muy excitado.
Me paré en medio del bar y eché la cabeza hacia atrás. Suspiré con fuerza, me dieron ganas de darme una bofetada. Kyler no solo estaba fuera de mi alcance porque hubiéramos sido inseparables desde el día que me tiró de ese tiovivo y me dijo que tenía piojos cuando intenté cogerlo de la mano. Yo me vengué inmovilizándolo y obligándolo a meter la cara en un charco de barro al día siguiente. A la gente le costaba mucho entender por qué nos llevábamos tan bien. Ni siquiera yo lo entendía. Nos complementábamos como un león y una gacela. En realidad, nos complementábamos como un león y una gacela coja que no tenía ninguna posibilidad de escapar de su depredador.
Yo era la gacela coja.
Mientras me acercaba a la mesa donde estaban él y nuestro amigo Tanner, apareció una rubia con las piernas más largas del planeta y se sentó en el regazo de Kyler. Él rodeó la cinturita de avispa de la chica y yo sentí una estúpida e imperdonable punzada en el estómago.
Sí, puede que Kyler no fuera estríper, drogadicto o terrorista, pero era un mujeriego.
Me di media vuelta en el último momento para marcharme en dirección a la barra, y casi choco contra la espalda de alguien. Puse los ojos en blanco. Una conmoción cerebral me vendría de muerte. Había miles de lucecitas navideñas colgando del borde de la barra y pensé que era un poco peligroso con tanto borracho derramando bebidas. Encontré un taburete vacío en la barra y esperé a que me viera el camarero. Yo parecía una niña de dieciséis años, y siempre me pedían el DNI. Cuando llegó el camarero, me pidió lo de siempre y yo también pedí lo de siempre: un ron con Coca-Cola light.
Escuché una risita por encima del murmullo de conversaciones y música del bar. Era como una especie de baliza. No iba a hacerme ningún bien mirar, y no tenía ningún motivo para fastidiarme la noche tan pronto. Crucé los tobillos. Apoyé las manos en la barra. Tamborileé con los dedos al ritmo de la canción a la que apenas estaba prestando atención. Clavé los ojos en la hilera de botellas de alcohol que tan bien conocía mi otra mejor amiga.
Pero al final miré, porque era una chica y me gustaba hacer tonterías.
La rubia estaba sentada a horcajadas encima de Kyler. La cortísima falda vaquera que llevaba se le había subido hasta la cintura. Viendo cómo iba vestida, nadie habría dicho que estuviéramos en invierno, pero debo admitir que yo también me pondría esa falda si tuviera unas piernas como las suyas.
Él estaba de espaldas a mí, pero debió de decirle algo interesante al oído, porque la chica volvió a reírse. Le clavó sus preciosas uñas rosas en los hombros y le arrugó la tela del jersey negro. Después subió las manos y le apartó el pelo de la frente.
Ya no podía dejar de mirar. Parecía masoquista.
Kyler ladeó la cabeza y la echó para atrás. Ahora podía verle la mitad de la cara, y estaba sonriendo. No era una de las enormes sonrisas con las que le aparecían esos hoyuelos tan apetecibles, pero sabía que estaba luciendo esa media sonrisa, esa sonrisa de medio lado tan exasperante e increíblemente sexy. Le posó las manos en las caderas.
—Aquí tienes.
El camarero me trajo el combinado.
Dejé de mirarlos y me volví hacia él apartándome un mechón de larguísimo pelo negro de la cara.
—Gracias.
Me guiñó el ojo.
—No hay de qué.
El camarero se marchó a servir a otro cliente y yo me quedé allí preguntándome por qué me habría guiñado el ojo. Mientras pensaba que probablemente no debería haber dejado que Kyler me convenciera para salir esa noche, cogí el vaso y tomé un sorbo más largo de lo habitual. Me obligué a tragarme el alcohol a pesar de lo mucho que me quemó la garganta.
Justo cuando dejaba el vaso, alguien me abrazó por detrás. El perfume con olor a vainilla y el gritito agudo delataron a la culpable.
—¡Estás aquí! Te he visto desde la otra parte de la barra y he intentado llamarte —dijo Andrea haciéndome girar sobre el taburete. Llevaba los rizos pelirrojos revueltos en todas direcciones. Mi compañera de habitación parecía una niña pelirroja crecidita con un problema con la bebida. Como dejaban bien claro las dos cervezas que llevaba en las manos.
—¿Cuánto has bebido ya? —le pregunté.
Ella puso los ojos en blanco.
—Esta cerveza es para Tanner, bruja.
—¿Y desde cuándo le llevas cervezas a Tanner?
Andrea se encogió de hombros.
—Esta noche está agradable. Y yo también estoy siendo agradable.
Tanner y Andrea tenían una relación rara. Se habían conocido el año anterior, y lo suyo fue odio a primera vista. Pero, por algún motivo, siempre acababan en los mismos locales y supongo que tropezaban y acababan besándose por accidente. Se habían liado unas cuantas veces, se habían peleado bastantes veces más, y ahora ella le llevaba bebidas. No acababa de entender el rollo que se llevaban.
—¿Cuánto tiempo lleváis aquí? —pregunté.
—Como una hora. —Se metió entre mí y la chica que ocupaba el taburete de al lado—. Ya llevamos un buen rato presenciando el clásico Desfile Oficial de Chicas de Kyler.
Hice una mueca.
—Ya lo veo.
—Sí, ya me he dado cuenta de que lo has visto. Por eso estabas pasando completamente de mí. —Le dio un trago a la cerveza—. ¿Vienes a la mesa?
¿A la mesa donde la rubia estaba prácticamente fornicando con Kyler? Voy corriendo.
—Iré dentro de un rato.
Mi amiga hizo un puchero.
—Date prisa. Kyler pasará de esa tía en cuanto vengas, y así no tendré que preocuparme de pillar ningún herpes.
—El herpes no se contagia por el aire —le expliqué.
—Sí, eso dices ahora, pero después se mezcla con la clamidia y las verrugas genitales y se monta un herpes de la leche. —Arrugó la nariz—. Lo respiras y ¡pam! Te pasas toda la vida tomando antivirales.
Andrea pensaba doctorarse en medicina después de la universidad, y yo pensé que, si de verdad pensaba que todo lo que había dicho era posible, debería repetir algunas de las clases. Pero yo sabía cual era el verdadero problema, y no iba de eso.
Aunque solo había una chica con Kyler, también había dos o tres chicas más por ahí revoloteando. Miré por encima del hombro. Sí. Dos chicas. Andrea no quería que me fuera con ellos para asegurarse de que Kyler se comportaba. A ella se le daba tan bien como a mí esconder sus sentimientos.
Lo que no quería era que ninguna de esas chicas acabara en el regazo de Tanner, cosa que parecía a punto de ocurrir. Una de las chicas estaba hablando con él: siempre iba rapado, tenía un montón de tatuajes y era hijo de un policía. Tanner no parecía muy interesado, y le estaba diciendo algo a Kyler. A la rubia no le hizo gracia que Kyler dejara de prestarle atención. Se dio media vuelta, cogió un cubito de hielo de una de las copas de la mesa y se lo metió en la boca. Con la otra mano se acercó la cabeza de Kyler.
—Vaya, mira eso. —Andrea resopló—. Creo que una vez vi hacer eso en una película de los años ochenta. ¿Esa chica no tiene vergüenza o qué?
Se me encogió el estómago como si estuviera en lo alto de una montaña rusa. Eso no tenía nada que ver con la vergüenza. Se trataba de ir a por lo que una quería. Una parte de mí envidaba a la rubia, una parte enorme de mí.
—Espero que sus bocas no se estén tocando, porque ahora solo puedo pensar en el herpes.
Andrea se separó de la barra.
—Emm…
Se estaban besando.
Maldita sea.
Kyler se separó un segundo después masticando lo que imaginaba que sería el hielo que la rubia había compartido con él.
—Qué asco —murmuré dándome la vuelta. Andrea hizo una mueca, porque ella lo sabía, era la única que lo sabía—. Ya iré dentro de un rato. Primero me acabaré la copa.
—Vale. —Sonrió, pero tenía una mirada triste—. Sydney…
Ahora me sentía como una mierda coja.
—No pasa nada, en serio. Enseguida voy.
—¿Cuando termines la copa? —Asentí, y ella suspiró—. No te has terminado un combinado en la vida, pero te estaré esperando. No te eternices. —Empezó a darse la vuelta y después se volvió hacia mí; por poco se le cae uno de los botellines de cerveza—. Bueno, mejor tómate el tiempo que necesites.
—¿Qué?
Sonrió de oreja a oreja.
—Mira quién acaba de entrar.
Estiré el cuello para mirar en la misma dirección que ella.
—Oh.
—Exacto. —Andrea se inclinó y me dio un beso en la mejilla—. Olvídate del mujeriego de Kyler. —Asintió en dirección a la puerta—. He ahí un tío bueno que está más que dispuesto a terminar con tu celibato.
Me sonrojé. Antes de que pudiera discutirle eso del celibato, Andrea se había esfumado y yo me quedé mirando a Paul Robertson.
Paul era nuevo en el grupo; lo había conocido en la clase de Proceso Cognitivo. Y era…, estaba muy bueno. Era simpático y divertido. Era perfecto, la verdad, pero…
Se paró justo al borde de la pista de baile y se quitó la gorra. Miró hacia la barra y se pasó la mano por el pelo rubio. Cuando me vio esbozó una sonrisa enorme. Me saludó con la mano y se fue abriendo paso entre las personas que estaban amontonadas alrededor de las mesas.
Paul me vendría perfecto en ese momento de mi vida, y solo por ese motivo necesitaba dejar de pensar en lo inalcanzable y empezar a pensar en lo que tenía delante de las narices.
Respiré hondo y esbocé una sonrisa con la esperanza de que pareciera sexy. Esa noche era el momento perfecto.
Estaba empezando a dolerme la cabeza. Por la forma en que la chica se contoneaba encima de mí como si pudiera montármelo con ella allí mismo, iba a ser una noche muy larga. Mordí el trozo de hielo, aunque me dieron ganas de escupirlo.
Pero habría sido una grosería.
Tendría que haber estado de humor para celebrarlo, pero no lo estaba. Solo quedaba un semestre más de universidad, ¿y luego qué? ¿Tendría que ponerme a trabajar en el negocio familiar y toda esa mierda? Era lo último que quería. Bueno, no necesariamente lo último. Probablemente, lo último que quería hacer era intentar explicarle a mi madre por qué no me emocionaba hacer carrera en el mundo de la restauración. Nunca quise dedicarme a eso, pero ya habían pasado casi cuatro años de universidad y estaba a punto de graduarme en empresariales.
Alargué la mano por detrás de la chica y cogí el botellín de cerveza. Tanner me miró arqueando las cejas. Sonreí mientras él contestaba a lo que fuera que le había dicho la morena. Algo sobre que se había depilado el día anterior. ¿En serio? Era lo último que ninguno de los dos quería escuchar.
Saber que la cosa estaba despejada antes de meterse en faena tenía sus ventajas, pero Tanner no parecía muy interesado.
—Kyler —me ronroneó la rubia al oído mientras contoneaba el trasero—, no pareces muy contento de verme. Yo me alegro mucho de volver a verte.
Y, por lo visto, yo tampoco estaba muy interesado. Tomé un buen trago de cerveza, consciente de que tenía que ir con cuidado. Se suponía que ya conocía a esa chica —la conocía en ese sentido—, pero era incapaz de ubicar su cara o su culo, y eso suponía un problema. ¿Cómo era posible que no la conociera si me había acostado con ella?
Joder.
A veces me daba asco a mí mismo.
La rubia se inclinó hacia delante y me pegó las tetas a la barbilla. Vale. Quizá no me repugnara tanto.
—Guapa —dije señalando el botellín—. Vas a tener que dejarme respirar.
Se rio y se echó hacia atrás para que yo pudiera beber. Me pasó las manos por el pelo y me lo apartó de la frente. Reprimí las ganas que tenía de apartarle las manos.
—¿Luego me tocarás la guitarra un rato?
Alcé las cejas.
—¿Te he tocado la guitarra alguna vez?
Tanner se atragantó entre risas.
La chica —esperaba que su amiga dijera su nombre cuanto antes— frunció el ceño.
—¡Sí! —Me dio una palmada juguetona en el pecho—. La tocaste con esos dedos tuyos tan maravillosos y talentosos, y después tocaste más cosas.
Ah.
Tanner se apoyó en el respaldo de la silla.
—Vaya, el chico de los dedos maravillosos.
—Maravillosos y talentosos —le corregí.
Negó con la cabeza, y apartó la vista mientras la morena se acercaba a él y deslizaba los dedos por el tatuaje que asomaba por debajo de su manga subida.
—¿No te acuerdas? —Frunció su brillante labio inferior—. Estás hiriendo mis sentimientos.
Resopló y tomé otro sorbo mientras paseaba los ojos por el bar abarrotado. A veces no tenía ni idea de cómo acababa en situaciones como aquella. Vale. Eso era mentira. Lo que tenía entre las piernas era el responsable de que acabara en esas situaciones.
Pero era mucho más que eso.
Siempre había sido más que eso.
—Kyler —gimoteó la chica.
Respiré hondo y me volví hacia ella esbozando mi sonrisa más encantadora.
—¿Sí?
—¿No vas a compartir?
Antes de que pudiera contestar, me quitó el botellín de la mano y se bebió casi la mitad de la cerveza. Alcé las cejas. Vaya. Eso había sido bastante impresionante… y desagradable.
Su amiga se rio.
—Caray, Mindy, tómatelo con calma esta noche. No pienso volver a llevarte, borracha hasta la residencia.
¡Ajá! ¡Se llamaba Mindy! Ya me sentía un poco mejor.
Mindy se encogió de hombros y se volvió hacia mí. Se inclinó hacia delante y cuando habló le olía el aliento a cerveza.
—Eres tan sexy… ¿Te lo han dicho alguna vez?
—Una o dos veces —contesté deseando tener otra cerveza.
Andrea apareció en la mesa con dos cervezas en la mano. Una era para ella y la otra para Tanner, así que no me servía. Me miró y resopló.
—Como si Kyler necesitara que le masajearan el ego.
—Kyler necesita que le masajeen otra cosa —murmuró Mindy apretándome la entrepierna con las caderas.
Andrea puso cara de asco mientras se sentaba al otro lado de Tanner. Su mirada no me afectó. Aunque, si hubiera sido otra persona…
—¿Has visto a Syd? —pregunté.
Andrea me miró por encima del cuello del botellín con los ojos entornados. No me contestó.
Me recosté en la silla y suspiré.
—La he invitado.
Tanner arqueó una ceja.
—Ya sabes que Syd está en la residencia haciendo el equipaje para el viaje. En realidad, lo más probable es que esté repasando las cosas que ha metido en la maleta.
Sonreí. Probablemente estuviera pensando una y otra vez en lo que iba a llevarse.
—¿Y a quién le importa lo que esté haciendo? —Mindy se cruzó de brazos, y al hacerlo pareció que tuviera las tetas todavía más grandes. Imposible. Miró a su amiga—. Necesito otra copa.
—Yo también —dije moviendo las rodillas para que se bajara de encima de mí. No pilló la indirecta. Suspiré—. Ya que te has tomado mi cerveza, ¿por qué no traes otra?
Mindy volvió a hacer pucheros.
—¿No has visto el montón de gente que hay en la barra? Tardaría una eternidad.
—Podrías levantarte tú —sugirió Andrea.
Miré la barra por encima del hombro. Estaba llena de gente. Mierda. Parecía que estuviera allí la mitad de la universidad.
El aliento con olor a cerveza de Mindy me rozó la mejilla.
—Deberías ir a buscar bebidas, cielo. Me encantan los chupitos de gelatina.
—No soy tu cielo.
Miré a las personas que estaban en la barra. ¿Ese era Paul? No solía ir mucho por allí, a menos que fuera Syd. Un momento… Me incliné hacia un lado para poder ver a la persona que estaba detrás de un tipo enorme. ¿Era Syd la que estaba en la barra? ¿Con Paul?
Volví a notar el contacto de una mano en el pelo.
—Pues hace un par de semanas sí que eras mi cielo.
—Qué interesante —murmuré.
El tipo se apartó con un par de cervezas en la mano y, vaya, pues sí que era Syd. Llevaba la melena negra suelta y tenía las piernas cruzadas a la altura de los tobillos. Parecía tan diminuta allí sentada que me sorprendía que hubiera conseguido que le sirvieran algo.
También me sorprendió que estuviera en la barra, sin mí, y con Paul.
¿Qué diantre fallaba en aquella imagen?
Me di la vuelta y fulminé a Andrea con la mirada.
—¿Cuánto hace que está aquí?
Se encogió de hombros.
—No lo sé.
Me enfadé.
—No debería estar sola en la barra.
Mindy dijo algo, pero no la estaba escuchando. En ese momento tenía una maravillosa capacidad auditiva selectiva.
Andrea y Tanner intercambiaron una mirada que ignoré. Por lo tanto, esa mirada nunca existió.
—No está sola —me dijo con dulzura.
—A eso me refiero. —Agarré a Mindy de las caderas. Ella se emocionó. Era una pena que yo estuviera a punto de reventar su burbuja de excitación. Me la quité del regazo y la puse de pie—. Ahora vuelvo.
Mindy se quedó con la boca abierta.
—¡Kyler!
La ignoré. También pasé de la sonrisita de Andrea y de la forma en que Tanner puso los ojos en blanco cuando me levanté y me di la vuelta.
Syd no debería estar sola en la barra. Me daba igual que estuviera con Paul, eso no contaba. Necesitaba a alguien que cuidara de ella, que vigilara, porque Syd…, bueno, tenía esa pinta de chica ingenua que atraía a un montón de imbéciles.
Capullos como Paul y otros chicos como yo, cuyo único interés era llevarse a las chicas a la cama. Pero con Sydney Bell yo era muy diferente. Y siempre había cuidado de ella. Y ese momento era exactamente igual que cualquier otro.
Sí, y ese era el motivo exacto por el que estaba a punto de meterme en su pequeña conversación.