Capítulo II

Trump communication machine

A finales de enero de 2017, el senador demócrata Cory Booker acusó al presidente de Estados Unidos y a su administración de «mentir repetidamente al público americano» y difundir «propaganda para engañar al público» (Squitieri, 27 de enero de 2017).

«Lleva una semana en el cargo y hemos visto al presidente de Estados Unidos y a sus funcionarios mentir repetidamente para el público americano y llevando a cabo lo que podríamos denominar propaganda para engañar al público», seguía Booker.

La periodista española Rosa María Calaf afirmaba, no hace demasiado, que «la ciudadanía cree que está informada cuando solo está entretenida». ¿Y si el entretenimiento en forma de información no fuera sino propaganda? Es la era de la propaganda autoritaria. Abróchense los cinturones…

Jason Stanley, filósofo estadounidense, profesor en la Universidad de Yale y autor de How Propaganda Works (‘Cómo funciona la propaganda’, en español), escribió cuatro días antes del 8 de noviembre, día de las votaciones, un artículo en el New York Times titulado «Beyond Lying: Donald Trump’s Authoritarian Reality» (‘Más allá de la mentira: La realidad autoritaria de Donald Trump’, en español).

«Trump se ha involucrado en tácticas retóricas sin precedentes en la historia electoral reciente. Ha sido francamente misógino y se ha apoyado en repetidas ocasiones en obvias falsedades», dice Stanley. Los medios de comunicación, según el filósofo, carecían de vocabulario para describir lo que estaba ocurriendo.

Esta campaña presidencial ha puesto de manifiesto que nuestra clase académica y los medios de comunicación han luchado insuficientemente para combatir el nuevo escenario que propone Trump.

Trump, de acuerdo con Stanley, es un practicante de otra cosa: la propaganda autoritaria. Esta es una forma de comunicación en la que un líder inventa una ficción que ofrece una narración que explica por qué los problemas de grupos enteros de personas tienen un origen simple y una solución aún más simple.

En este discurso, existe una conspiración de una élite corrupta que es la responsable de los problemas del país. Trump era el candidato del anti-establishment, el luchador contra el pantano o la ciénaga de Washington.

Para Stanley, «Donald Trump está tratando de definir una realidad simple como un medio para expresar su poder. El objetivo es definir una realidad que justifica su sistema de valores, con lo que el cambio de los sistemas de valores dé su audiencia».

Trump se encargó de conectar con la audiencia a través del miedo a los peligros que pueden asolar a la nación americana. El cuadro simple que está tratando de transmitir es que hay un desorden salvaje, debido a los ciudadanos de ascendencia afroamericana, y los inmigrantes. Lo hizo durante las elecciones y lo sigue haciendo una vez ha accedido a la presidencia como una demostración de fuerza, demostrando que es capaz de definir la realidad y conducir a otros a aceptar su sistema de valores autoritarios (Stanley, 4 de noviembre de 2016). No importa que las estadísticas oficiales apunten a mínimos históricos en la mayor parte del país; su batalla es por la hegemonía de la verdad y para ello tiene un aparato propagandístico de enorme valor.

«Tal vez nuestros medios de comunicación, así como nuestra clase académica, se supone que en una democracia liberal saludable no son susceptibles a la retórica autoritaria. Ahora sabemos que esta suposición es falsa», dice Stanley. Cuatro días antes de la victoria de Trump, los peores escenarios parecían que se iban a cumplir.

¿Por qué la gente compra en este tipo de ficciones? «Las masas están obsesionadas por el deseo de escapar de la realidad debido a la falta de vivienda en su esencial, que ya no pueden soportar sus aspectos accidentales, incomprensibles», escribía Hanna Arendt en El origen del totalitarismo. «La propaganda totalitaria se nutre de este escape de la realidad en ficción» (Harendt, 1951).

Maquinaria de guerra

La Trump communication machine, ‘máquina de comunicación de Trump’, son todos aquellos factores que determinan y envuelven la propaganda mediática del magnate convertido en presidente de Estados Unidos.

El concepto lo ha acuñado uno de los consultores de medios con mayor prestigio en España, Pepe Cerezo. La Trump communication machine es uno de los fundamentos de este libro, uno de los ejes conductores por los que pasa la comunicación en todo el mundo.

Para Cerezo, el concepto viene a ser determinar «cómo Trump sabe interpretar los nuevos cambios que se están dando a nivel social, a nivel de la digitalización del mundo, las relaciones sociales, el mundo del trabajo, los cambios tecnológicos, en un contexto incierto para muchas capas de la sociedad globalizada».

Pero Trump no es el Oráculo de Delfos solo. Es también alguien que se siente a gusto con el caos. «Trump no solo lo sabe interpretar sino también usar y crea una estrategia y una estructura para difundir su mensaje de forma más fácil posible, primando lo emocional a lo racional, envuelto todo en una capa de verdad. Además usando los medios de comunicación de una forma integral, 360 grados: a través de la televisión, la radio, los medios digitales, los canales sociales y los periódicos. Adaptando su mensaje a cada plataforma», dice Pepe Cerezo.

«Donald Trump tenía muchos conocimientos en el mundo de los medios pero sin tener un gran andamiaje ideológico y estratégico. Su estrategia era ganar como empresario de éxito que es. En este objetivo, ganar lo es todo y vale todo para conseguirlo. Delante de todo esto, el problema de los medios de comunicación es que no se dieron cuenta y lo despreciaron desde el principio. Esta maquinaria se ha ido autogenerando porque cada vez ha habido más usuarios y seguidores. Mientras, los medios tradicionales les interesaban porque les daba juego a nivel de audiencia, pero en el fondo pensaron que era una mala broma. Para muchos medios era el caballo perdedor, pero nos interesa que siga en la carrera porque nos da mucho juego».

Trump ha sabido aprovechar el debilitamiento de los medios de comunicación, que han perdido crédito y están en transición: «Engrasas tu maquinaria y sobrepasas lo que dicen o hacen los medios».

La era de los hechos alternativos

«Los hechos alternativos» con los que la asesora presidencial Kellyanne Conway se posicionó respecto a la toma de posesión de Trump puso en énfasis, a principios de 2016, la clara diferencia entre periodismo y propaganda, pero también entre la objetividad y la honestidad, por una parte, y la mentira y el engaño deliberado, por otra.

Cerezo cree que una de las causas del ascenso de los medios de pago es el efecto Trump communication machine (TCM). Coincidiendo con los primeros cien días de la llegada de Trump a la Casa Blanca, Cerezo publicó un análisis sobre el auge de los modelos de pago en los medios digitales.

«El pasado 2016 se reveló como el año en el que se consumaron dos fenómenos “altamente improbables”: el brexit y la elección de Trump». Son los llamados cisnes negros. Y la TCM ha servido como efecto «catalizador» para los medios de comunicación de todo el mundo.

La maquinaria propagandística de Donald Trump es una apisonadora que podríamos pensar que es un ente improvisado, como todo lo que pensamos que realiza Trump. Quizás infravaloramos su capacidad para llenar páginas y batir récords de visitas en todos aquellos contenidos que generan sus salidas de tono o sus políticas abruptas.

Calcular el porcentaje de improvisación sería equivocado, pues estaríamos otorgándole una visión muy cortoplacista a todas sus acciones. De la misma forma que Trump ha estado gran parte de su vida calculando el mejor momento para saltar a la presidencia de Estados Unidos, sus acciones de propaganda no son cuestiones que se tiñan de pura improvisación.

1. Las reglas de Roger Stone

Roger Stone, el Rasputín o el príncipe de las tinieblas de la política, es uno de los mayores consultores y lobistas de la comunicación política. Trabajó para Richard Nixon, Ronald Reagan y numerosos candidatos conservadores. El New Yorker lo definió como el «silencioso embaucador» y se vanagloria de ser el creador de Donald Trump como candidato político.

Nacido hace 63 años en Norwalk (Connecticut), su trayectoria se sitúa en el lado oscuro de la manipulación y fraguó su trayectoria política en los comités de jóvenes republicanos. Admirador de Nixon, Reagan y Roy Cohn, a finales de los años ochenta Trump meditaba dar el salto a la política. Roger Stone vio el valor que tenía el magnate para aplicar el éxito de los negocios al mundo de la política.

En 1988, Trump rivalizó con Pat Buchanan por el liderazgo del Partido de la Reforma, que había liderado Ross Perot. Era la tercera opción para romper el duopolio de republicanos y demócratas.

En esa ocasión, Trump se marcó un farol maniobrando para llamar la atención mediática. Una estrategia mediática que hizo que el magnate se retirara de la lucha con Buchanan, reforzando el partido republicano con Bush como candidato en el año 2000.

Stone había empezado su carrera como asesor político en las épocas de éxito de Nixon, desde la presidencia al Watergate; ascendiendo como consultor de Reagan; pasando por una caída en picado por un escándalo sexual durante la campaña presidencial en 1996 cuando era asistente de Bob Dole; poniendo énfasis en su papel turbio en el recuento de votos en Florida en el apretado resultado entre George W. Bush y Al Gore; hasta el patrocinio de ambiciones presidenciales de Donald Trump en los últimos treinta años.

Jeffrey Toobin afirmaba en abril de 2017 que Stone es la pieza que vincula Nixon y Trump, en su ideario y en su forma de hacer: «Nixon se hizo un nombre con el anticomunismo, en un momento en que la influencia comunista era casi inexistente en Estados Unidos. Del mismo modo, Trump se hizo un nombre en la política empujando la falsa afirmación de que Barack Obama no nació en Estados Unidos, una teoría de la conspiración que era mucho más absurda que las advertencias de Nixon acerca de la amenaza roja. Sin embargo, tanto Nixon y Trump aprovecharon en lados feos y reales de la América que teme a los extraños y que siente ira en un mundo cambiante» (Toobin, 25 de abril de 2017).

Roger Stone representa los cimientos de la maquinaria propagandística de Donald Trump. La maquinaria que propone un liderazgo fuerte; que considera que es mejor atacar hasta la saciedad; que es legítimo mentir para ganar unas elecciones; que hay que tener una fuerte presencia en los medios y en los espacios mediáticos alternativos y sociales; que se llega a la política para hacerse rico. Stone es un estrafalario libertario que ha fluctuado entre el establishment y el anti-establishment; que se ha servido de la administración pública para servir no solo como consultor sino también como lobista, ya sea para los republicanos o para dictaduras de todo el mundo gracias a la empresa Black, Manafort & Stone.

Y es que el espíritu propagandístico de Trump bebe directamente de las fuentes de quien ha sido uno de los grandes embaucadores de la política estadounidense. Así es cómo se refleja en el documental Get Me Roger Stone, que se puede ver en Netflix y en el que se desglosa la fulgurante carrera de Stone, así como su relación con los medios de comunicación.

«Lo importante es que la gente se quede mirando fijamente la televisión porque lo que cuenta es la audiencia», dice Stone, un habitual en las tertulias no solo de Fox News sino también de Infowars, el polémico medio de Alex Jones.

«Los medios de comunicación o son malvados o son vagos, y si entiendes eso puedes hacer lo que te dé la gana», afirma Jones en Get Me Roger Stone.

«Durante casi cuarenta años, Stone ha oscilado entre el Partido Republicano y la política nacional, tanto cerca del centro como en la periferia. A veces, sobre todo durante los años de Reagan, fue consultor político y grupo de presión que, en términos convencionales, tuvo un gran éxito trabajando para políticos como Bob Dole y Tom Kean», afirma Jeffrey Toobin en «The Dirty Trickster», el artículo del New Yorker que mejor ha radiografiado a Stone.

Dentro o fuera, en el interior del sistema o en la periferia. Stone no duda en calificar que con Trump también se ha iniciado la era de Stone en el documental dirigido por Morgan Pehme, Dylan Bank y Daniel Di Mauro. «Para ganar, debes hacer lo preciso. Fue la campaña más rastrera y fea —reconoce el propio Stone— que cree que es el momento de la política agresiva y los juegos sucios».

Lo divertido es que Stone habla como si el juego no fuera con él ni con sus acciones. Sus reglas no tienen límites. The Clintons’ War on Women, escrito junto a Robert Morrow, es uno de los libros de Roger Stone que se pueden encontrar con total libertad en Amazon. El libro es un panfleto contra la familia Clinton. Y es que Stone, entre otras cosas, afirma que Bill Clinton violó a decenas de mujeres y que Hillary las amenazó de forma reiterada. El ataque sistemático contra la candidata demócrata fue sistemático y sin piedad durante los últimos años y se repitió en numerosas conferencias y presentaciones de su libro y tertulias en los medios de la alt-right.

2. Inteligencia artificial

La inteligencia artificial y los métodos estratégicos a través del big data son parte fundamental de la maquinaria propagandística del actual presidente estadounidense. Así, en este sentido es fundamental entender el papel que tiene la maquinaria propagandística asociada a la inteligencia artificial que ha desarrollado una empresa británica llamada Cambridge Analytica.

Esta consultora presume de ser la artífice del triunfo de Donald Trump mediante el empleo de técnicas de big data y marketing personalizado. Cambridge Analytica usa una herramienta demográfica capaz de segmentar los mensajes electorales individualmente. Que sea efectiva no significa, no obstante, que sea infalible. Antes de ser contratada por la campaña, se conoce que la empresa británica trabajó para los candidatos republicanos Ted Cruz y Ben Carson.

«Estamos encantados de que nuestra revolucionaria aproximación basada en datos haya sido una parte tan integral en la victoria del presidente electo Donald Trump; ello demuestra el enorme impacto que puede tener una adecuada combinación de ciencia de datos de última generación, nuevas tecnologías y sofisticadas estrategias de comunicación». Así rezaba el comunicado de prensa del 9 de noviembre de 2016 difundida por los británicos.

Berit Anderson, CEO de Scout, pone énfasis en la importancia del trabajo de fondo de Cambridge Analytica en el artículo «The Rise of the Weaponized AI Propaganda Machine» (Anderson; Horvath, 9 de febrero de 2017). «En el pasado, la mensajería política y las batallas de propaganda eran carreras armamentísticas libradas en la prensa, en la radio y en la televisión. Esta nueva ola ha traído al mundo algo exponencialmente más insidioso: propaganda personalizada, adaptativa y, en última instancia, adictiva», dice Anderson, y subraya una idea bastante dura: «Silicon Valley pasó los últimos diez años construyendo plataformas cuyo estado final natural es la adicción digital. En 2016, Trump y sus aliados los secuestraron».

Cómo funciona Cambridge Analytica

Para Anderson, cualquier empresa puede agregar y comprar datos, pero Cambridge Analytica ha desarrollado un modelo para «traducir esos datos a un perfil de personalidad que se utiliza para predecir y, finalmente cambiar su comportamiento».

El éxito de este tipo de estrategia viene de la mano del doctor en Psicología Michal Kosinski y del desarrollo empresarial de Cambridge Analytica a través de la gestión de su CEO, Alexander Nix.

«Recoger grandes cantidades de datos sobre las personalidades de los votantes puede parecer inquietante, pero en realidad no es lo que distingue a Cambridge Analytica. Para Analytica y otras compañías como ellos, es lo que hacen con esos datos lo que realmente importa». ¿Cuál es el objetivo? Utilizando esos expedientes o «perfiles psicográficos», como los llaman en la empresa, no solo identifican qué votantes tienen más probabilidades de cambiar por sus causas o candidatos; utilizan esa información para predecir y luego cambiar su comportamiento futuro».

Según Anderson, en la campaña de Trump usaron entre cuarenta mil y cincuenta mil diferentes variantes de anuncios todos los días «que estaban continuamente midiendo las respuestas y luego adaptándose y evolucionando sobre la base de esa respuesta», dice Martin Moore, director del Centre for the Study of Media, Communication and Power del King’s College.

El artículo de Anderson es muy revelador y claro cuando explica que los analistas políticos en la campaña de Clinton, que estaban basando sus tácticas en los métodos de encuestas tradicionales, se rieron cuando Trump programó los eventos de campaña en un grupo de estados como Michigan, Pennsylvania y Wisconsin, que tradicionalmente habían caído a los demócratas. Pero Cambridge Analytica vio que tenían una apertura basada en el compromiso medido con sus posts de Facebook. Fueron los márgenes pequeños en Michigan, Pennsylvania y Wisconsin los que hicieron ganar a Trump las elecciones por sorpresa de todos.

El trabajo de Cambridge Analytica no es infalible, como se demostró en el caso de Ben Carson y Ted Cruz. Pero estos casos no son suficiente para enturbiar la propia campaña de marketing que la compañía ha realizado en los últimos meses.

«Solo he mostrado que la bomba existe», decía Michal Kosinski en la revista suiza Das Magazin (Grassegger; Krogerus, diciembre de 2016), que revelaba la capacidad de la aplicación a través de las redes sociales.

MyPersonality

En 2008, Michal Kosinski era un estudiante en Varsovia cuando su vida tomó una nueva dirección. Fue aceptado por la Universidad de Cambridge para hacer su doctorado en el Centro de Psicometría, una de las instituciones más antiguas de este tipo en todo el mundo.

El desarrollo de Kosinski junto a su compañero David Stillwell permitió la coordinación del proyecto MyPersonality. Esta aplicación permitió a los usuarios llenar diferentes cuestionarios psicométricos, incluyendo un puñado de preguntas psicológicas del cuestionario de personalidad sobre cinco rasgos: apertura, conciencia, extroversión, amabilidad e inestabilidad emocional (neuroticismo). Sobre la base de la evaluación, los usuarios recibieron un perfil de personalidad —individual y con cinco grandes valores— y podrían optar por compartir sus datos de perfil de Facebook con los investigadores.

Las elecciones estadounidenses, así como la campaña del brexit, pusieron de relieve que Cambridge Analytica utilizó el método de Kosinski para elegir qué noticias y anuncios debían ser distribuidos a través de las redes sociales en cada región estadounidense para luchar contra Hillary Clinton. «No he construido la bomba, solo he mostrado que existe», dijo en la revista suiza el psicólogo polaco.

En su página web, Cambridge Analytica hace la sorprendente afirmación que tiene perfiles psicológicos parametrizados a través de cinco mil datos de doscientos veinte millones de votantes estadounidenses.

No es por tanto afirmar que la Trump communication machine tiene en Cambridge Analytica la joya de la corona de la maquinaria propagandística.

Bots, páginas de Facebook, cuentas dummies en Twitter, webs con noticias falsas, y sobre todo, adaptación en tiempo real a la personalidad de los votantes. «Estas compañías —afirma Martin Moore— han encontrado una manera de transgredir 150 años de legislación que hemos desarrollado para que las elecciones sean justas y abiertas».

Hay datos que ponen los pelos de punta y van más allá de las redes sociales. Jonathan Albright, un profesor asistente y científico de datos en la Universidad Elon, comenzó a investigar los sitios de noticias falsas después de que Donald Trump fuera elegido presidente.

Financiación de Robert Mercer

Detrás de Cambridge Analytica hay uno de los grandes financiadores de campañas como la de Ted Cruz o el propio Donald Trump. Robert Mercer es un multimillonario estadounidense que financió la carrera de Trump con 13,5 millones de dólares y que tiene una participación de diez millones de dólares en la empresa británica. Es una pequeña cantidad comparado con las cifras que ha manejado a lo largo de los años en favor de tesis, negocios y movimientos ultraconservadores.

La periodista Carole Cadwalladr (The Guardian) lo denominó como el «multimillonario del big data que lucha contra los medios de comunicación» (Cadwalladr, 26 de febrero de 2017).

Media Research Center, un instituto que lucha contra la visión liberal de los medios de comunicación o Breitbart News son parte fundamental de la estrategia de Mercer de contrarrestar los legacy estadounidenses. Mercer apoya de forma clara los medios de la alt-right, y mientras Stephen Bannon estuvo al frente de Breitbart, este fue uno de sus medios favoritos, con más de dos mil millones de visitas al año.

3. Redes sociales, armas de difusión masiva

«La candidatura de Donald Trump no fue tomada seriamente por los grandes medios e incluso por el establishment de su propio partido, pero su uso estratégico de las redes sociales lo impulsó hacia la presidencia» (Alaimo, 17 de noviembre de 2016). Así de contundente se muestra Kara Alaimo, profesora asistente de Relaciones Públicas en la Universidad Hofstra. Alaimo, que anteriormente trabajó en la administración de Barack Obama como portavoz de Asuntos Internacionales del Departamento del Tesoro, considera que «aunque parezca saludable para nuestro sistema político que las redes sociales le den oportunidades a gente como él para hablarle al pueblo estadounidense, el modo en que se usaron en este ciclo electoral es muy peligroso para nuestra democracia».

Pero en una democracia tan consolidada como la estadounidense, las redes sociales se han convertido en el eje de debate sobre el cual pivota una comunicación presidencialista en la que el personaje (@realDonaldTrump) supera al cargo (@POTUS).

Es un caballo de Troya que golpea directamente con cada tuit a la primera enmienda, la que defiende la libertad de expresión y la libertad de prensa.

Los dos últimos presidentes, Barack Obama y Donald Trump, son finos estrategas en las redes sociales y llegaron al cargo con una sorprendente destreza y manejo de los canales sociales, que ayudan a llevar a la gente de una forma no mediatizada. Ambos, además, han sido candidatos anti-establishment que ganaron la presidencia con holgura al superar a sus oponentes en las redes sociales.

Según Reuters, Trump tuiteó más que cualquier otro candidato en la campaña presidencial y ganó en Twitter cuatro millones más de seguidores que Hillary Clinton y cinco millones más en Facebook.

La compañía de medios sociales SocialFlow calculó durante la campaña que Trump estaba obteniendo tres veces más exposición gratuita en redes sociales que Hillary Clinton. La empresa encontró que, para enero, el magnate se había convertido en «la persona de la que más se habló en el planeta» (SocialFlow, 21 de marzo de 2016).

Al cierre de la campaña electoral, la página de Facebook de Trump sumó 11,9 millones de «me gusta» frente a los 7,8 millones que registró la página oficial de Hillary. En Twitter se repetía la tendencia y la cuenta de Donald Trump (@realDonaldTrump) sumaba 12,9 millones de seguidores y la cuenta de Clinton (@HillaryClinton), 10,1 millones de seguidores.

Los principales canales sociales de Donald Trump son Twitter, Facebook, Instagram, Snapchat y YouTube. Aunque su perfil @realDonaldTrump es como un balcón más de la Trump Tower, su estrategia en el resto de las redes sociales destaca por su atrevimiento.

Como presidente de Estados Unidos, Trump cuenta con un importante legado promovido por Obama en la construcción de una identidad digital tanto de la presidencia como de la Casa Blanca.

La «culpa» es de Mark Zuckerberg

Pero si Twitter parece la principal vía de escape del presidente, Facebook se convirtió en una gran arma para la difusión de los mensajes de Trump, de las estrategias de fake news y, por lo que se sabe, de la supuesta ayuda rusa a la campaña del republicano.

A principios de septiembre de 2017 se descubrió que cuentas falsas rusas gastaron cien mil dólares en anuncios políticos en Facebook. Según la propia red social, hasta 470 cuentas asociadas al Kremlin compraron miles de anuncios con «mensajes sociales y políticos divisorios» en los dos últimos años. Facebook explicó estas conclusiones en su blog, a través del comunicado «An Update On Information Operations On Facebook». Entre junio de 2015 y mayo de 2017, la red social creada por Mark Zuckerberg contabilizó más de tres mil anuncios en páginas que violaban sus condiciones de servicio. «Nuestro análisis sugiere que estas cuentas y páginas estaban afiliadas entre sí y probablemente operadas desde Rusia», aseguró en septiembre el jefe de Seguridad de Facebook, Alex Stamos.

Antoni Gutiérrez-Rubí, asesor y consultor en comunicación, analizó el uso intensivo de Facebook en la campaña de Trump y, por otro lado, la herramienta de directos, Facebook Live. Un mes antes de la votación final, el 8 de noviembre de 2016, el candidato republicano disparó su uso y fue «determinante» (Faus, 7 de diciembre de 2016).

«La televisión de Donald Trump ha sido Facebook Live. Y su prensa, el muro de esta popular red, la que utiliza casi el 70 % de la población estadounidense. El presidente electo ha hecho del Live una poderosa herramienta de persuasión, convicción y movilización. Sin intermediaciones: sin periodistas, sin programas, sin canales, sin propietarios», afirma Gutiérrez-Rubí. Y es que según datos del consultor, los directos de Trump alcanzaron una audiencia de ciento diecinueve millones de visualizaciones mientras que Hillary Clinton llegó a treinta y un millones. «Trump fue más activo en los días decisivos: llegó a emitir diez directos diarios en la previa de los comicios, mientras que Clinton solo uno. Y eso se tradujo en el número de comentarios que propiciaron esas emisiones: 70.000 de media para Clinton por directo y 150.000 para Trump», según datos de Gutiérrez-Rubí.

El presidente y, anteriormente candidato republicano, es un early adopter de los medios sociales y un buen comunicador. En su primera entrevista, dejó clara su posición al respecto: «El hecho de que yo tenga tanto poder en términos de números con Facebook, Twitter, Instagram, etcétera, me ayudó a ganar todas estas elecciones en las que mis rivales gastaron mucho más dinero que yo», aseguró el presidente Trump.

Para Kara Alaimo, el uso intensivo de las redes sociales «perjudica» a Estados Unidos. Por una parte, porque simplifican el debate político: «Kerric Harvey, autor de Enciclopedia de redes sociales y política, dijo que Twitter “hace que lo que debería ser que una conversación sea solo un montón de notas post-it dispersas”». Por otro lado, «las redes sociales le dan combustible a la llamada era de la posverdad en política porque le permite a los candidatos burlar a los tradicionales fact checkers (reporteros y moderadores de debates) y así comunicarse directamente con el pueblo estadounidense».

Por último, Alaimo afirma que «las redes sociales están profundizando la brecha entre los estadounidenses más conservadores y los más liberales. Eli Pariser ha notado que los usuarios de redes sociales viven en una “burbuja de filtro” en la que las plataformas sociales adaptan el contenido que vemos según nuestros intereses, dejándonos no expuestos a otros puntos de vista».

No obstante, demonizar las redes sociales en función del ganador de unas elecciones no es algo muy honesto. Obama había dejado el listón muy alto. Donald Trump no ganará el Nobel de la Paz (aunque si Henry Kissinger lo ganó, nothing is impossible…), pero tiene una buena base ante un presidente que tras ocho años en el Despacho Oval ya es una marca global.

El candidato republicano supo aprovechar el camino de popularidad en la red que inició Barack Obama en 2008. Kori Schulman, responsable digital del Gobierno de Obama, afirmó que «durante los últimos ocho años, el Presidente, el Vicepresidente, la Primera Dama y la Casa Blanca utilizaron los medios sociales y la tecnología para involucrarse con la gente de todo el país y del mundo en los asuntos más importantes de nuestros tiempos».

En 1980, el politólogo Sidney Blumenthal acuñó el término de la «campaña permanente»: los políticos, los partidos y sus maquinarias electorales no están solo en periodo de autopromoción durante las semanas de campaña oficial.

Lo que empezó como la Oficina de Comunicación de la Casa Blanca durante el mandato de Richard Nixon, para controlar los medios de comunicación —y por tanto, la opinión pública—, se perfeccionó con la aparición de internet y sobre todo de las redes sociales. El nuevo capítulo se escribe con Trump. Su maquinaria propagandística es un complejo entramado de big data, inteligencia artificial, redes sociales, estrategia de comunicación, una personalidad absorbente, una relación muy particular con los medios, un entorno de consultores cambiante y muy familiar, entre otros factores.