Soberbia y avaricia: pecados capitales
Es, correcto y positivo que el hombre tenga una sana autoestima y orgullo de sí mismo. Esto no es malo. La soberbia infunde el deseo incorrecto, egoísta, desordenado y enfermizo de grandeza personal. Propicia que la persona se sienta Dios.
Esto la lleva a pensar que su valor está por encima de los demás, que solo son válidos su verdad, proyectos, decisiones, actitudes, pensamientos y sentimientos. Con esta actitud hace menos a sus semejantes. La soberbia es la cabeza de todos los pecados capitales. Ocasionó el pecado de desobediencia de Adán y Eva y les hizo perder la amistad con Dios. Por ella, los ángeles rebeldes se negaron a obedecer y servir a Dios. Este pecado es causa de competencias desleales. Sus efectos son: la presunción, que es excesiva confianza en sí mismo; la ambición, que es la búsqueda desordenada de dignidades y honores; la vanagloria, que busca solo el aprecio de los hombres; la hipocresía, que simula virtudes que se carecen. Cristo nos enseñó a vencer la soberbia con el arma de la humildad.
Los bienes materiales no son malos. No es malo poseerlos ni administrarlos correctamente. Es lícito buscar y amar los bienes temporales con fines honestos, como proveer las necesidades de la vida, el sostén y afianzamiento de la familia. El hombre tiene derecho, mediante un trabajo honesto y el ahorro, a contar con los bienes necesarios para su desarrollo integral. Sin embargo, cuando los bienes se convierten en obstáculo para la salvación se cae en la avaricia. Este pecado propicia el apetito desordenado de los bienes temporales, el deseo de poseer, sin necesidad real, todas las cosas terrenas y mundanas. Propicia el apego a las cosas terrenas, la dependencia de ellas y el endurecimiento del corazón hacia los pobres y desvalidos. Aleja a la personas de Dios y del prójimo haciéndoles creer que no necesitan de Dios ni de una vida espiritual porque la felicidad está en las cosas materiales. Propicia que el avaro tenga al dinero como ídolo. Por avaricia el hombre es capaz de venderse o prostituirse, cometer fraude, robo, secuestro, robo, corrupción y homicidio. Por avaricia los gobernantes cometen injusticias y descuidan al pueblo, la policía acepta el soborno y la corrupción, los ministros de cualquier credo se corrompen y olvidan su misión, los matrimonios se divorcian, los jóvenes dejan su carrera cuando comienzan a recibir recursos económicos, los abogados mienten para defender a los culpables en detrimento de los inocentes, los equipos deportivos se venden convirtiendo el deporte en solo negocio, etc. La avaricia se combate con generosidad.
“Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia. Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre. Entonces él llamó a sus discípulos y les dijo: ‘Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir’.”26
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