La mitología griega menciona que Hércules tuvo que enfrentar a la Hidra de Lerna, un terrible monstruo que, con su simple aliento, envenenaba las aguas y secaba los campos. Tenía múltiples cabezas secundarias que, cuando llegaban a ser cortadas, renacían inmediatamente. Solo podría vencerla quien fuera capaz de cortarle su cabeza principal.
Así lo hizo Hércules. Después cortó las demás cabezas y, para evitar que renacieran, quemó sus cuellos para que los tejidos jamás se reconstruyeran. Los cristianos tenemos que vencer cotidianamente a algo semejante a la Hidra: los siete pecados capitales. Pecado es toda acción u omisión contraria al bien. Es un desorden porque hace perder el sentido y el camino de lo correcto. No solo afecta a quien lo comete. Es una ofensa a Dios y al prójimo. Puede dañar a la persona, a la pareja, a la familia, a la comunidad y a la naturaleza. La Iglesia llama pecados capitales a los que dan origen a todos los demás. Son como un monstruo de mil cabezas y cada cabeza es un pecado distinto. Los pecados capitales son: soberbia, avaricia, lujuria, ira, envidia, gula y pereza. Cada uno de ellos se vence con un arma especial.
Mientras no se conozca al enemigo no se le puede vencer.