Consultorio preventivo
o sala de urgencias

¿Cómo está tu salud espiritual? ¿Cuándo te hiciste tu último examen? ¿Te conoces a ti mismo o niegas lo que te sucede? La Iglesia nos enseña que de acuerdo con la gravedad y los efectos del pecado, éstos se pueden clasificar en: veniales, graves y mortales.

Veniales, leves o cotidianos. Son aquellos que no rompen la comunión con Dios. No nos separan de su amistad ni de su gracia pero, al ir en contra del modelo de vida cristiana, hacen que nos detengamos en nuestro camino hacia Dios y debilitan nuestra relación con él. Las personas que viven en un plano de complacencia de los sentimientos, de búsqueda de comodidades, de dejarse llevar por los estímulos e impresiones del mundo que les rodea, terminan, casi de manera inevitable, viviendo sistemáticamente de espaldas al Evangelio. Cuando los pecados veniales son muy frecuentes y repetitivos pueden convertirse en materia grave. Éstos se pueden perdonar sin necesidad de confesión mediante la oración del Padre Nuestro o del Acto de Contrición, agua bendita o una buena acción. Ante los pecados veniales sería conveniente utilizar ciertas “vitaminas” o “vacunas” que son las buenas obras y la oración.

Graves. Son acciones conscientes y libres que rompen radicalmente nuestra relación con Dios, nos alejan de él y ponen en peligro nuestra vida espiritual. El pecado grave no se da solo cuando por nuestras acciones despreciamos directa y formalmente a Dios o al prójimo sino, también, cuando consciente y libremente elegimos algo desordenado que transgrede gravemente las normas morales. De esta manera, despreciamos los mandamientos divinos y nos apartamos de la caridad. Un ejemplo de pecado grave es la inasistencia frecuente a la celebración dominical de la Misa. Con esa omisión, no solo se desprecia la invitación de Cristo a su banquete de amor, sino también hay un aislamiento y desinterés por la comunidad y sus necesidades. Otro ejemplo de pecado grave que puede convertirse en mortal sería iniciar relaciones sexuales o paralelas al matrimonio (amasiato) con consecuencias como: gusto desordenado del placer por el placer, búsqueda de placer sin amor, falta de respeto a la pareja, quitar importancia al sacramento del matrimonio, embarazos no deseados, abortos, etc. Ante un pecado grave es conveniente acercarse más al “médico”, hacer en el laboratorio espiritual un profundo examen de vida y duplicar las dosis de “vitaminas” y “vacunas”, especialmente con la asistencia a la Santa Misa.

Mortales. Rompen definitivamente nuestra amistad con Dios y nos excluyen de su reino. Nos privan de la caridad y de la gracia santificante sin la cual nadie puede salvarse. Además, destruyen nuestra inclinación fundamental hacia Dios, desorientan nuestra vida y nuestra persona. Impiden nuestra perfecta realización y nos privan de la felicidad eterna. El pecado mortal tiene que ver con la opción fundamental del hombre: Con Dios y con su amor o contra Él. Actualmente, existen muchos ejemplos de personas que han dado la espalda a Dios y a sus preceptos poniendo en peligro su vida espiritual. Tal es el caso de secuestradores, narcotraficantes y políticos que prefiriendo los bienes terrenos se olvidan de los valores del Evangelio.

Benjamín Franklin decía: “Los hombres conocen antes la necesidad de curar sus enfermedades que sus errores”.