El origen del mal

Es frecuente que ante la enfermedad o la muerte, la guerra, el hambre, la injusticia o la miseria humana nos preguntemos si Dios nos ha abandonado. Miramos hacia el cielo y blasfemamos contra Él o simplemente decimos: ¿Cómo es posible que permita esto? En ocasiones nos preguntamos: ¿Dios creó el mal?

La Biblia nos responde diciendo que si Dios es bueno, no pudo hacerlo. Pero, entonces, ¿cómo entender el mal? Con un poco de esfuerzo podemos comprender que los huracanes, las tormentas, las sequías o los terremotos son parte de la naturaleza. Podemos comprender que la naturaleza tiene leyes y límites que el ser humano debe conocer y afrontar con sabiduría y preparación, pero ¿qué sucede en el caso de los asesinatos, injusticias, robos, infidelidades, etc.? ¿Dios es el causante? ¿Por qué lo permite? La respuesta se puede encontrar en el segundo capítulo del libro del Génesis. Al leerlo sentimos que existe cierta contradicción entre este capítulo y el primero porque ambos hablan de la creación del mundo. Sin embargo, aunque el tema parece ser el mismo, la intención de cada capítulo es subrayar un tema distinto. El primero centra su mensaje en la bondad de Dios y en el ser humano como centro de la creación. El segundo explica que el origen del mal no está en Dios, sino en el mal uso de la libertad que nos aleja de la felicidad y del plan de Dios. Para ello, el texto utiliza a un personaje con forma de serpiente que, con base en engaños, hace que Adán y Eva tengan el deseo de ser como Dios y, en su intento, no solo rompan la armonía, amistad y confianza que tenían hacia él, sino también la que existía entre ellos. Al perder su máximo cobijo, se sienten desnudos. Adán y Eva no reflexionan correctamente. Llevados por el engaño, toman una decisión y una actitud equivocadas y, al utilizar incorrectamente el don de la libertad, tienen que afrontar las consecuencias. La amistad y confianza que antes les ligaba a Dios se convierte en miedo y sensación de desnudez: “Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí”.14 La admiración que Adán tenía hacia su pareja se convierte en acusación e, incluso, en reclamo a Dios porque él se la entregó: “La mujer que me diste, ella me dio del árbol, y comí”.15 Por su parte, la mujer no reconoce su responsabilidad y culpa a la serpiente: “La serpiente me engañó, y comí”.16 La narración enseña que cuando el ser humano no es capaz de comprender su limitación humana ni el plan de Dios, llega a sentir que el embarazo, el dar a luz, el trabajar la tierra y la muerte son una maldición: “Dios dijo a la mujer: Tantas haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos: con dolor parirás los hijos”.17 “Y dijo al hombre: ‘Maldita será la tierra por tu causa; con fatiga sacarás de ella el alimento de todos los días de tu vida. Te producirá espinas y abrojos, y comerás la hierba del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás’”.18 No obstante su desobediencia y la caída, la pareja –y en ella la humanidad– no fue maldecida por Dios. En la Biblia, Dios les ofrece una promesa de redención. Cristo enseñará un camino que restablezca la amistad con Dios, el gozo del paraíso y la vida eterna. La suerte de la serpiente (Satanás, el engañador) fue totalmente distinta porque fue condenada a arrastrarse sin poder aspirar a elevarse a los cielos. Como tarea puedes leer el capítulo 3 del Génesis.

La libertad y el libre albedrío son la puerta de todas las bendiciones o de todas las maldiciones. Ya lo decía el escritor romano Plinio el Joven (62-113): el mayor número de los males que sufre el hombre provienen del hombre mismo.


NOTAS

14 Génesis 3, 10.

15 Génesis 3, 12.

16 Génesis 3, 13.

17 Génesis 3, 16.

18 Génesis 3, 17-19.