¿Ciencia o fe?

Cuando yo cursaba los estudios de secundaria y preparatoria, comenzaron a chocar en mi mente las diferencias entre los conocimientos aprendidos en la escuela y en el catecismo de la Iglesia. Me preguntaba: ¿A quién hacerle caso? ¿A la Iglesia o a la ciencia?

Ciertamente la Iglesia no daba reconocimientos académicos ni títulos, por lo que comencé a pensar que en la escuela me enseñaban la verdad y en el catecismo me habían mentido. Por una parte, la ciencia me decía –aunque sin pruebas– que Dios no existía y, aunque los intelectuales no podían probar la no existencia de Dios, exigían que los creyentes comprobáramos su existencia. Sin embargo, como parecía estar de moda ser ateo y uno parecía más intelectual y rebelde, me dejé llevar por esta tendencia. Ser estudiante era casi sinónimo de ser ateo y de rechazar todo lo que sonara a espiritualidad o lo que no se pudiera ver. Más adelante, descubrí que hay muchas cosas que existen y, sin embargo, no se pueden ver. Descubrí que no todo es material y comencé a abrir una puerta a la fe. Cuando mis profesores hablaban del universo, en mi mente seguía una inquietud: ¿Quién o qué había creado el universo? Los maestros hablaban de la explosión del Big Bang o evolución, pero siempre quedaba una misma pregunta: ¿Qué había antes del Big Bang o qué fue lo que hizo que todo comenzara a evolucionar a partir de cierto momento? La ciencia puede dar un punto de vista a partir de la existencia de las cosas pero carece de elementos para afirmar qué existía en el principio o qué fue el principio de todo. Es curioso, de niño creía solo en la fe, luego solo en la ciencia y con el paso del tiempo pude descubrir que la ciencia no puede responder a todas las interrogantes. Por lo tanto, decidí ampliar mi visión del mundo y regresé a una fe más madura, con fundamento. Descubrí que Aristóteles, el famoso filósofo griego que vivió unos 300 años antes de Cristo, respondía a mi interrogante sobre el origen del mundo afirmando que en el mundo de la naturaleza hubo, desde el inicio, un primer motor2 que transmitió el movimiento a todas las cosas naturales y a quien nada mueve. Dice que este motor inmóvil3 es eterno,4 inmutable5 y acto puro.6 Con estas palabras, el sabio Aristóteles identifica a ese primer motor o motor inmóvil con Dios. Esta demostración de la existencia de Dios recibe el nombre de “prueba por el movimiento” y la expone en el libro VIII de su Física y en el libro XII de Metafísica, siendo un claro antecedente de la prueba por el movimiento que más tarde encontraremos en Santo Tomás. Es interesante mencionar que, con este elemento y muchos otros más, descubrí que la ciencia y la fe tienen sus propios límites y entendí que no hay incompatibilidad entre ellas. La ciencia puede responder a muchos cómos pero no a los porqués Un ejemplo: la ciencia puede decir cómo se originó tu vida y la mía, pero no puede decirnos para qué nacimos y cuál es el sentido de nuestra vida.

¿Crees que eres fruto de un accidente de la naturaleza o de un plan divino? “Lo esencial es invisible a los ojos. Solo se ve bien con el corazón.”

(Antoine de Saint Exupèry)


NOTAS

2 Lo que da movimiento.

3 Mueve todo pero él no se mueve.

4 Vive desde siempre y para siempre. No tiene principio ni final.

5 No cambia, siempre permanece igual.

6 En Dios no hay nada “posible”. Es decir: en él todo es real, todo es presente, nada es futuro. Es acto puro.