Fue el jefe de uno de los aparatajes de espionaje más formidables que ha conocido el mundo.

Creó una organización secreta cuyo objetivo era asesinar a Adolf Hitler, su jefe, a quien parecía servir lealmente.

Infestó las ciudades y puertos chilenos con espías nazis provistos de enormes sumas de dinero, armas, explosivos y códigos secretos.

Conocía Chile como la palma de su mano. De hecho, participó en la primera batalla naval de la Primera Guerra Mundial, librada frente a Coronel, en Chile.

Atravesó la mitad del mundo usando un pasaporte chileno a nombre de Reed Rosas. Pese a ser alemán, hablaba español perfecto, con acento chileno.

Su nombre real, que ha inspirado decenas de libros de ficción y no ficción, así como películas, era Wilhelm Canaris.

Esta es su historia, una historia increíble, completamente entroncada con la de nuestro país.

Un viaje de novela

Puede sonar extraño, pero entre mexicanos y teutones existen profundos vínculos, los que fueron muy fuertes hasta entrados los años cuarenta del siglo pasado, y eso es algo necesario de mencionar para poder entender los increíbles sucesos que voy a narrar a continuación.

En ese contexto, lo más kafkiano de esos vínculos fue el hecho de que, en algún momento de su historia, México «decidió» convertirse en una monarquía aunque, claro, le faltaba un rey.

En 1863, Napoleón III invadió México bajo la excusa de cobrarse algunas deudas pero, en realidad, estaba interesado en ejercer desde allí influencia en América Latina, para bloquear de algún modo a los estadounidenses, que en ese entonces se desangraban en su Guerra Civil. Apoyado por el conservadurismo católico de las elites mexicanas, Napoleón III decidió convertir a México en una monarquía y para ello puso en el trono al archiduque Maximiliano de Habsburgo, hermano de Francisco José I (emperador de Austria).

Como decía Iñaki Echavarne, uno de los personajes de Roberto Bolaño en Los detectives salvajes, «todo lo que empieza como comedia acaba como tragedia». Fue así como tres años más tarde, en 1867, el pobre Maximiliano terminó siendo ejecutado en México, el 19 de junio de 1867, por las tropas de Benito Juárez. Y disculpen la digresión, pero es imposible no contar que ese hecho aún es recordado… en Chile.

En serio. El 19 de junio de 2017, en la página de defunciones del diario El Mercurio, apareció un perdido obituario que invitaba a una misa, «con motivo de cumplirse hoy el 150 aniversario del trágico fallecimiento del emperador Maximiliano de México». El oficio religioso, rezaba el aviso, se oficiaría en la parroquia de San Juan Apóstol, en Vitacura, y a él convocaban los «descendientes de Heinrich Ludwig Wiechers»14.

En fin. Regresemos a México.

Como decíamos, las relaciones entre mexicanos y alemanes siempre han sido estrechas, al menos en las épocas en que los segundos tenían aspiraciones imperiales y veían a EE.UU. como un serio competidor a nivel americano, por lo cual se aplicaba a la perfección el viejo dicho aquel de que «el enemigo de mi enemigo es mi mejor amigo». Es más, ese país entró a la Segunda Guerra Mundial justamente a consecuencia de un incidente que implicaba a sus vecinos del sur y a los germanos: el famoso telegrama Zimmermann.

El 17 de enero de 1917 los británicos interceptaron un telegrama enviado por el ministro alemán de Relaciones Exteriores, Arthur Zimmermann, al embajador en Washington DC, Johann von Bernstorff. El documento estaba criptografiado, pero pudieron descifrar una parte y luego completaron su decodificación al interceptar otro telegrama, con el mismo contenido, que Zimmermann envió al embajador alemán en México, Heinrich von Eckardt. El telegrama que los británicos entregaron a Estados Unidos decía que el 1 de febrero comenzaría una guerra submarina «sin restricciones», pero que se intentaría que EE.UU. permaneciera neutral.

El cable indicaba que si ello no se conseguía, se ofrecería una alianza a México, «sobre las siguientes bases: guerra conjunta, tratado de paz conjunto, generosa ayuda financiera y acuerdo por nuestra parte de que México podrá reconquistar los territorios de Texas, N. México y Arizona». La idea de Zimmermann, además, era invitar a Japón a esta alianza.

Pues bien, hay que tener en cuenta todo lo anterior, porque fue en México donde el SMS Dresden inició uno de los viajes más novelescos de la historia. Y claro, el barco de guerra alemán no estaba por casualidad en ese país, sino que a fines de diciembre de 1913 había sido enviado por el gobierno del Káiser Guillermo, en medio de una situación interna extremadamente compleja en la política mexicana, que desembocó en el derrocamiento del dictador proalemán Victorino Huerta por las huestes de Pancho Villa en julio de 1914.

Para huir del país, Huerta abordó el Dresden junto a su familia y una serie de diplomáticos alemanes. Sin embargo, según anota el cronista Carlos Johnson Edwards en la Revista de Marina, junto a ellos subió al buque un enorme tesoro, compuesto por las joyas, dinero y objetos de valor de los alemanes que estaban en México y que, temiendo ser saqueados en medio de la revuelta, dejaron todo en poder del capitán del buque, Erich Köhler, a fin de que sus especies de valor fueran repatriadas a Alemania. Johnson asegura que dicho tesoro había sido embalado «en una gran caja que es guardada secretamente en un lugar de las bodegas de la sentina»15.

El barco enfiló a Haití, país en el cual el mando del Dresden fue asumido por el capitán Fritz Emil Lüdecke, en reemplazo de Köhler, y luego dejaron en Jamaica al derrotado caudillo mexicano. No obstante, el viaje se vio alterado por otro hecho. A fines de julio, a Lüdecke se le ordenó quedarse detenido a la espera de nuevas instrucciones, pues la guerra reverberaba por todas partes.

Claro. Cerca de un mes antes, el 28 de junio, el grupo terrorista Mlada Bosna había logrado asesinar en Sarajevo al archiduque Francisco Javier, heredero del trono austrohúngaro (y familiar de Maximiliano), y a su esposa Sofía, la gota que rebalsó el vaso en medio del clima de extrema tensión que se vivía desde hace años en toda Europa.

El 1 de agosto, Alemania declaró la guerra a Rusia y tres días después Inglaterra hizo lo propio con Alemania. El capitán del Dresden recibió la confirmación de que Alemania estaba en guerra con Rusia, Francia, Bélgica e Inglaterra, por lo que cualquier buque de esos países era un enemigo.

Ah, y que no se nos olvide: si bien Huerta quedó en Jamaica, no sucedió lo mismo con la valiosa caja llena de joyas.

Ya veremos qué fue —supuestamente— de ella.

La EtappenDienst

Luego de una serie de conatos con buques mercantes de los países a los cuales Alemania había declarado la guerra, el capitán Lüdecke recibió la orden de reunirse con la flota comandada por el mítico almirante Maximilian Graf von Spee en Isla de Pascua, lugar al cual el Dresden llegó en octubre de 1914.

Los buques alemanes encabezados por Von Spee enfilaron hacia el sur y frente a la ciudad de Coronel, en el centro de Chile, se produjo la primera batalla naval de la guerra, el 1 de noviembre de 1914. En ella, los británicos sufrieron una vergonzosa derrota al perder los navíos Good Hope y Monmouth. El hecho le costó la vida a cerca de mil setecientos marinos, cuyos restos mortales se perdieron para siempre en el mar chileno.

Los alemanes enfilaron hacia Valparaíso, donde el capitán Lüdecke y su oficial de inteligencia, el teniente primero Wilhelm Canaris, fueron saludados por el cónsul general de Alemania en Chile, pero fue una visita breve. Sabían que si no se iban pronto les pedirían que se fueran, dada la neutralidad que el país tenía ante el conflicto que acababa de estallar frente a sus narices y la presión que los británicos estaban comenzando a ejercer para que Chile —país calificado de germanófilo desde siempre— dejara de ser tan amable con los alemanes.

Von Spee ordenó a su flota poner rumbo hacia el sur, con destino a las Malvinas, persiguiendo a los buques ingleses sobrevivientes, los que sabían se dirigían hacia allá. No obstante, era una estratagema, pues los alemanes eran esperados, en secreto, por los dos acorazados más poderosos de la flota de la reina, el Invincible y el Inflexible.

Ahí fue cuando entró en acción una de las primeras y más misteriosas redes mundiales de la historia del espionaje, el Etappen Dienst o E-Dienst, que en lo formal era una especie de listado de alemanes localizados en distintos puertos del mundo que podían ayudar cuando algún buque de esa nacionalidad requiriera algo.

Su nombre en español, de hecho, es muy inofensivo, pues se traduciría en algo así como «Servicio de etapas» o «Servicio de postas».

Los norteamericanos tenían claro que el objetivo de fondo era otro. La E-Dienst existía desde 1898, y en 1908 el entonces jovencísimo y recién graduado oficial naval alemán Wilhelm Canaris había formado parte de ella, montando sus primeras bases en Brasil y Argentina, según relata uno de sus biógrafos, Michael Mueller16, quien agrega que Canaris además había instalado en esos países y también en Chile un sistema de informaciones que, en caso de guerra, debían circular a través de los sistemas telegráficos que usaban tres líneas navieras alemanas: Norddeustcher Lloyd, Hapag y Kosmos.

Según un documento secreto norteamericano, desclasificado recién a inicios de 2017, la E-Dienst se había formado por instrucciones del almirantazgo alemán con el objetivo de prestar apoyo logístico a los barcos alemanes en puertos extranjeros, pero también «para recolectar y transmitir —a otros Etappen, a los barcos de guerra y al almirantazgo en Alemania— inteligencia de importancia para la guerra y, si se da la oportunidad, para interferir y despistar a los servicios de inteligencia y sabotaje enemigos»17.

El mismo reporte calificaba a la E-Dienst como, en definitiva, «una organización de espionaje que emplea agentes secretos». Estos, por lo general, resultaban ser «respetables hombres de negocios o agentes navieros de origen alemán establecidos en puertos de todo el mundo», de los cuales se esperaba que tuvieran un buen conocimiento de la política del país en que estaban y que recibían sus instrucciones directamente desde los capitanes de los buques a quienes asistían, o de los agregados navales.

De hecho, hacia el final de la Segunda Guerra Mundial los servicios secretos de EE.UU. habían identificado a lo menos a catorce agentes de la E-Dienst operando en Chile, algunos de ellos vinculados a las redes de espionaje nazis descubiertas por la PDI en 1942 y 1944. De ellos, seis operaban en Punta Arenas, siendo el más destacado en esa ciudad y en todo Chile Alberto Pagels, quien venía prestando servicios a la E-Dienst desde 1914, y que se convirtió en un hombre clave en toda esta historia18.

Según recordaba Robert Ridell, Pagels era un ex soldado alemán que había participado en la insurrección bóxer en China, en 1900. Posteriormente, ya establecido en Punta Arenas, sufrió graves lesiones en la mano izquierda, a consecuencia de la explosión de un fusil británico que se había traído desde Asia.

Ridell lo definía, por ende, como un hombre enfermo, pero al mismo tiempo señalaba que, para fines de 1914, Pagels «estaba en la flor de la vida», aseverando además que «era un marino barbirrojo de hercúlea contextura, intrépido, y profesaba una inquebrantable lealtad a su patria»19.

El escondite del tesoro

La presencia de Pagels y de tantos agentes de la E-Dienst en Punta Arenas no era casualidad. James Bisher señala que dicha ciudad, que por aquellos años solo contaba con 10 mil habitantes, se había convertido «en un ebullente centro de inteligencia y logística secreta»20 como consecuencia de la guerra, y eso corría para todos lados, pues la periodista chilena María Estela Parker de Bassi, quizás una de las mejores investigadoras sobre Canaris y el Dresden, señala que por aquella época «el servicio de espionaje inglés en Magallanes era eficientísimo, ayudando a que así fuera los residentes británicos, aliados y simpatizantes»21.

Una buena muestra de ello es que, a mediados de noviembre de 1914, los mandos navales alemanes enviaron allá a uno de sus mejores espías en Occidente, el capitán Carl Zur Helle, un hombre de quien se decía tenía relaciones de amistad con el emperador Guillermo II y el cual se creía había actuado varios años como espía en Estados Unidos, viviendo en un lujoso departamento a dos cuadras de Central Park con su supuesta esposa, una mujer que decía ser estudiante de Arte pero que, en realidad, también era una espía.

Hacia 1914, relata Bisher, Zur Helle estaba trabajando como jefe de la E-Dienst en el puerto de San Pedro, en la ciudad californiana de Los Angeles, desde donde fue redestinado a Punta Arenas.

A principios de diciembre, el oficial ya estaba en dicha ciudad y fue él quien llegó hasta la casa de Pagels la noche del 6 de diciembre de 1914, literalmente sacándolo de la cama, pues por intermedio del consulado alemán acababa de recibir un telegrama enviado desde Montevideo, donde los servicios secretos alemanes se habían enterado de la trampa que esperaba a Graf Spee y su flota en Las Malvinas, lo que no podían transmitirles radialmente desde allí, pues los escucharían y ello podría revelar la ubicación de su flota.

De todas maneras, Zur Helle creía que no había peligro en llegar navegando hasta el Amasis, un buque carguero de la línea Kosmos, que se hallaba en bahía Hewett, al sur de Punta Arenas. Desde allí, dijo a su subordinado, podrían informar radialmente a Graf Spee sobre lo que estaba ocurriendo y evitar que los británicos escucharan la transmisión, como sucedería si se comunicaban desde Punta Arenas.

Pagels partió de inmediato, junto a su compatriota Hans Schindlich (también veterano de la guerra en China), en su pequeño bote llamado Elfriede, de escasos nueve metros de eslora. Navegaron tres días, hasta que el 9 de diciembre se cruzaron con el Dresden, pero el navío simplemente no se detuvo ante las señales del Elfriede.

Ellos no lo sabían, pero el día anterior la flota alemana había sido prácticamente borrada de la faz del planeta cerca de las Malvinas, salvo el Dresden, el único navío que logró escapar de la feroz venganza de los británicos por la batalla de Coronel.

Lüdecke quería llevar el Dresden a Punta Arenas, pero los británicos lo seguían muy de cerca, y ello obligó al capitán a esconderse en el canal de Beagle. No obstante, allí fue hallado por la torpedera Condell, la cual notificó al buque alemán que debía moverse de allí, dado que era un navío beligerante en aguas de un país neutral.

Finalmente lograron llegar de todos modos a Punta Arenas, donde Lüdecke y Canaris negociaron con el comandante de la base naval local una estancia de cincuenta horas en ese puerto, a fin de reabastecerse.

Sin embargo, los británicos lo estaban esperando y luego de abandonar la ciudad comenzó una feroz persecución por los canales y fiordos patagónicos, de la cual el Dresden pudo salvar gracias a que finalmente comenzaron a ser guiados por Pagels y por los capitanes de varios barcos alemanes civiles, como el Sierra Córdoba, el Explorador o el Kosmos.

Pagels estuvo guiando el Dresden hasta febrero de 1915, cuando Lüdecke decidió salir a mar abierto. No obstante, sufrió una falla mecánica y decidió internarse nuevamente por los meandros de los canales del sur hacia un lugar espectacular: el fiordo de Quintupeu, un estrecho y profundo filón de agua verdosa situado en el golfo de Ancud, al frente de Chiloé, por Chile continental.

Se trata de un lugar bien conocido por los pescadores y por personajes como el corsario Francis Drake, que se refugió allí en 1578, no solo debido a la protección natural que ofrece, sino también a la inestimable cascada de agua natural que posee y que cae directo hacia el mar, lo que permite a cualquier buque posarse bajo ella y reabastecer sus estanques.

El 6 de febrero de 1915, el Dresden tiró sus anclas en Quintupeu, guiado por una goleta comandada por Enrique Oelckers (un alemán residente en Calbuco), quien acudió en ayuda del navío alemán junto a decenas de colonos alemanes de Calbuco y Puerto Montt, los que se preocuparon no solo de llevar víveres y mecánicos para reparar las dañadas maquinarias del buque, sino que además consiguieron un abundante número de damas alemanas para que fueran a alegrar los espíritus —es de suponer que no fue lo único que les alegraron— de los marinos.

Precisamente allí habría sido donde, además, decidieron desembarcar el tesoro que portaban.

De acuerdo al relato de Johnson, para ello fabricaron una gran caja de madera y «en una bodega de la sentina, el teniente Canaris, Karl Hartwin, el torpedero; y Gregor Bitter, el carpintero, en estricto secreto, envuelven la caja del tesoro con linóleum y la sellan con brea, para luego introducirla en el mentado cajón y concretarlo con la mezcla que el carpintero ya tenía preparada. Terminada esta última operación, Bitter introdujo en la mezcla dos ganchos de fierro para posteriormente y, una vez fraguado, izar el pesado bloque con la grúa de torpedos»22.

Siempre según Johnson, Lüdecke habría decidido hundir dicho tesoro allí, en Quintupeu, argumentando que «nuestro destino es demasiado incierto como para continuar con esta responsabilidad»23.

Transcurrida una semana, una vez reparadas las máquinas, solo quedaba levar anclas y seguir escapando, lo que se hizo a la mañana siguiente, el 14 de febrero, siempre bajo las directrices que Zur Helle les enviaba desde Punta Arenas.

Mientras ascendían hacia el norte, los alemanes divisaron a los lejos el crucero Kent, que les empezó a seguir, sumándosele el Glasgow y el Orama, hasta que finalmente los británicos cercaron al Dresden en la isla de Juan Fernández, el 14 de marzo.

Hubo un feroz bombardeo y tras mandar a Canaris a parlamentar con los ingleses, Lüdecke ordenó hundir el buque. Hubo quince fallecidos y los heridos fueron transportados por el Orama a Valparaíso, mientras que los buques Esmeralda y Zenteno (chilenos) derivaron a los restantes prisioneros a la isla Quiriquina, propiedad de la Armada y situada al frente de Talcahuano, a pocos kilómetros del sitio donde tres meses antes ellos mismos habían propinado una mortal herida a la flota británica.

El escape

La vida en Quiriquina era muy bucólica. La mayor entretención que tenían los germanos era construir casas de muñecas de gran tamaño y esperar los domingos cuando llegaba una barcaza, en la cual viajaban numerosos miembros de la colonia germana de Concepción y Talcahuano, que los agasajaban como héroes.

Uno de los internados, el teniente Friedrich Fleischer, contaría que «bajo la enérgica conducción de nuestro siempre fiel von Erckert24, los cónsules Gesswein en Concepción y el agente consular Schuyler en Talcahuano, la colonia alemana resulta un gran apoyo. Nos proveen de ropa interior y vestimentas y todo lo que se necesita para llevar una vida confortable. Los domingos van todos los alemanes de la zona a visitarnos a la Quiriquina»25.

En ese contexto, «la red de inteligencia alemana en Chile y Argentina pronto comenzaría a trazar planes para ayudar a escapar a algunos de los internados»26.

Para el teniente primero Canaris era una estancia especialmente aburrida. Según relata María Parker de Bassi, el relajamiento de las medidas de seguridad impuestas por la Armada permitió a varios de los oficiales viajar a Concepción en más de una oportunidad. Es más. En su libro sobre el Dresden la autora reproduce el testimonio que le dio Sofía Boettinger, cuñada de Jorge Becker, agente de la línea de vapores Kosmos, en Talcahuano.

Ella relató que «el comandante Lüdecke, Arnold Boeker, Wilhelm Canaris y otros llegaban a visitarnos, porque tenían cierta libertad para ir a Talcahuano y alrededores. Eran muy finos y cultos y disfrutaban enormemente con la música selecta. Canaris era uno de los más asiduos a la Quinta Olga, nuestra casa. Físicamente lo recuerdo como no muy alto, de pelo negro, tez mate y ojos azules. No parecía alemán, tampoco era buenmozo, pero tenía una personalidad atrayente»27.

Boettinger señalaría también que «todos deseaban volver a Alemania a luchar por su país, pero él en especial era el más insistente en tratar de lograrlo. Hablaba castellano como un chileno, sin ningún acento extranjero. Mi cuñado, como descendiente de alemán, comprendió su gran inquietud por regresar a la patria y le proporcionó dinero, un pasaporte falso y lo necesario para su viaje».

La fecha exacta de la fuga de Canaris siempre ha sido objeto de algunas controversias, aunque el informe 280 de la Sección Confidencial (Inteligencia) de la Armada, cuyo original se encuentra en el Museo Marítimo Naval de Valparaíso, asevera que el teniente Canaris se fugó desde la isla en un bote, el 6 de agosto de 1915.

Al llegar a la caleta de Tumbes fue recogido por Becker y otros alemanes, que lo llevaron a la Quinta Olga. Boettinger relató a Parker de Bassi que «una mañana él llegó de la Isla Quiriquina y todo estaba como tenso. A mí no me permitieron salir de mi cuarto, por lo que observé desde la ventana. Vestía su ropa de siempre, no recuerdo si un uniforme o terno formal con que nos visitaba y una maleta. Estuvo un buen rato dentro de la casa y salió luego vestido como un “falte”, que era el nombre que se daba a los vendedores que viajaban de pueblo en pueblo vendiendo baratijas. Ropa muy usada, una gorra que le cubría gran parte de la cara y a la espalda cargaba una bolsa de lona con sus papeles, efectos personales y supongo que algo de mercaderías para justificar su disfraz. Su maleta, típica alemana de la época, de suela gruesa y pesada, quedó en nuestra casa a instancias de mi hermana para que tuviera mayor movilidad al cruzar la Cordillera de Los Andes, como creo que lo hizo»28.

Así, gracias a su impecable manejo del español ya sus rasgos latinos (era descendiente de italianos y griegos), Canaris escribía la primera página de su impresionante historia.

«El mirón»

Nacido en 1887 en el seno de una acaudalada familia, dueña de una fundición de Dortmund, de niño era llamado «Der Kieker», algo así como «El mirón», debido «a su capacidad de observación y su curiosidad insaciable»29.

En 1905 ingresó a la Academia Naval de Kiel, donde se especializó en artillería naval, egresando en 1907. Un año más tarde ya era teniente y estaba a bordo del Bremen, con el cual viajó a América Latina por primera vez.

Uno de sus biógrafos, Richard Bassett, señala que en dicha travesía «los chilenos lo recibieron con particular agrado, hasta el extremo de reforzar los lazos entre las respectivas armadas. Canaris llegó a ser condecorado con la Orden de Bolívar: en ese momento hablaba español a la perfección, con acento de Chile, y era un experto en todas las corrientes y personalidades políticas del país»30.

Sin duda alguna, su conocimiento de Chile fue uno de los factores que contribuyó a su fuga, además de la ayuda de diferentes descendientes de alemanes, como los que lo escondieron durante varios días en diferentes casas de Talcahuano y Concepción, hasta que finalmente tuvo en su poder el preciado documento que esperaba y que le entregó Jorge Becker: un pasaporte chileno auténtico, que certificaba que el hombre que allí aparecía era Reed Rosas, hijo de madre británica y padre chileno, viudo y vendedor viajero de profesión.

Según la historia que Canaris creó para justificar su arribo a Europa, se supone que estaba viajando a Holanda con el fin de recuperar una propiedad que había heredado allí de su madre, y de la cual no había tomado posesión. Confiado en su documento de identidad, Reed Rosas viajó en tren a Osorno, 540 kilómetros al sur de Concepción, donde proporcionalmente se ha concentrado siempre la mayor colonia alemana en Chile.

Allí lo esperaba el cónsul alemán Karl Wiederhold31, quien lo ayudó a esconderse por varias semanas en distintos lugares de Osorno, como la mansión de la familia Von Geyso, ubicada a los pies del río Damas; en el acceso al sector de Francke, y en el fundo de la familia Eggers, situado en el camino a Puyehue, cerca de la frontera32.

Los Eggers dejaron a Canaris en las cercanías de las termas de Aguas Calientes, desde donde emprendió el viaje a caballo por las complejas rutas que los contrabandistas habían usado en tiempos remotos. Pasados varios días en medio de las montañas y lagos de la región, finalmente llegó al sector donde hoy se emplaza la ciudad argentina de Villa La Angostura, y luego se encontró con la pampa patagónica en todo su esplendor.

Siguió las instrucciones que le había entregado Wiederhold y en la punta norte del Nahuelhuapi lo esperaba otro miembro de la familia Eggers con un bote en el cual atravesaron hacia el sur, llegando finalmente a Bariloche. Allí, Canaris fue protegido una vez más por el círculo de amistades alemanas que siempre procuraron apoyarlo en su cometido, en este caso Christian Lahusen y el barón Luis Von Bülow, también amigos de Wiederhold.

A continuación, Canaris abordó un barco a vapor en Puerto Atlántico para llegar a Buenos Aires, donde la familia Von Bülow lo ayudó una vez más, en concurso con la embajada germana. Gracias a ello, y siempre utilizando su identidad falsa, tomó el vapor Frisia, que luego de pasar por el puerto inglés de Plymouth (donde nadie sospechó de él) lo dejó en Rotterdam, desde donde retornó a Alemania.

Su hazaña causó asombro en el alto mando de la Marina y fue rápidamente ascendido, siendo además recibido nada menos que por el mismísimo káiser Guillermo.

Pese a que su primer destino tras el regreso a la patria fue la base naval de Kiel, como comandante de una lancha misilera, el entonces jefe del IIIB, el Departamento de Inteligencia exterior militar alemán, el coronel Walter Nicolai, estimó que un hombre que había dado esa muestra de audacia y que, además, poseía evidentes dotes de espía, no podía desperdiciarse dejándolo a cargo de un barco, por lo cual solicitó su traslado al IIIB. Aprovechando que poseía pasaporte chileno y su dominio del español, lo envió de inmediato a España, donde Canaris comenzó a trabajar como espía.

Durante su período en España, según el ex agente de la OSS (Office of Strategic Services, predecesora de la CIA) Kurt Singer, habría sido Canaris quien reclutó a la más famosa espía alemana de la Primera Guerra Mundial: la holandesa Margarita Gertrudis Zelle, más conocida por su nombre artístico de Mata-Hari, a quien habría conocido viéndola cantar en el bar El Trocadero de Madrid y con la cual (decía Singer) habría tenido un fogoso romance, el que habría aprovechado para convencerla de colaborar con el imperio alemán. En todo caso, hay otros biógrafos de Canaris, como André Brissaud, que refutan esta información, aseverando que Canaris y Zelle solo habrían coincidido durante un mes en la capital española, sin que existan mayores pruebas del romance ni de su captación como espía33.

Lo cierto es que Canaris estuvo hasta febrero de 1917 en España. Se dirigió luego a Italia y allí fue arrestado, tras un soplo proveniente de los servicios de inteligencia franceses. Aunque fue liberado, volvió a ser detenido pero una vez más logró zafar de la prisión, al parecer —según el historiador Richard Basset— gracias a una gestión realizada por el propio Vaticano, situación que se repetiría años más tarde, aunque en beneficio de otros personajes.

Finalmente, Canaris logró regresar a Madrid, donde habría sido el cerebro que sugirió iniciar una guerra bacteriológica, infectando con cólera la frontera con Portugal, propuesta que no fue acogida por sus superiores. En la misma línea, él también habría sido quien propuso contaminar con ántrax las provisiones de carne que llegaban desde Argentina a los países enemigos de Alemania.

Casi al finalizar la guerra y habiendo ya establecido contacto con las más opulentas familias españolas, regresó a Alemania, donde se le impuso la medalla de hierro de primera clase por sus servicios en la península ibérica y se le recompensó con el mando del submarino U-34, a cargo del cual hundió más de una decena de buques enemigos.

Tras la capitulación y las condiciones que fueron impuestas a Alemania en el Tratado de Versalles, Canaris siguió en servicio activo, pero se introdujo de lleno en la política contingente. Se integró a los Freikorps que combatieron los intentos revolucionarios encabezados por Rosa de Luxemburgo y Karl Liebeknecht, e incluso durante mucho tiempo se le atribuyó el homicidio de este. En una muestra más de su osadía, rescató de la cárcel a uno de los implicados en el crimen. Finalmente, Canaris fue arrestado, pero tras ser juzgado por un tribunal militar, quedó exonerado de todas las acusaciones.

Para 1923 su carrera naval seguía en ascenso. Estaba a cargo del buque de instrucción Berlín, donde en medio de una nueva camada de cadetes se encontraba un hombre que ya había caído bajo el influyo del nacionalsocialismo que estaba predicando Adolf Hitler. Se trataba de Reinhard Heydrich, quien algunos años más tarde sería determinante para el futuro de Canaris y también de otros de los criminales nazis que arribaron a América Latina, como Walther Rauff, Klaus Barbie o Friedrich Schwend. Algunos autores sostienen que fueron amigos durante un tiempo, aunque algunos años después, ya instalados ambos en posiciones de poder, se convirtieron en enemigos mortales, como ya veremos…

Durante los años siguientes, y siempre en la Armada, Canaris participó activamente en las labores clandestinas destinadas a conseguir el rearme alemán, el cual había sido prohibido en el Tratado de Versalles. Así, el oficial viajó a Japón y España en medio de los intentos por reconstruir la antigua flota imperial, y estuvo también en Chile y Argentina, aprovechando sus inmejorables contactos. En 1931, en la base naval de Kiel, asumió el mando del buque Schlesien y al año siguiente, el del Silesia.

Ya con los nazis en el poder, el 1 de enero de 1935, Canaris pasó a ocupar la jefatura del Abwehr, el aparato de inteligencia exterior de las Fuerzas Armadas alemanas, organización que rivalizaba con el Sicherheitsdienst (SD), o Servicio de Seguridad, a cuya cabeza se encontraba quien fuera su cadete, Reinhard Heydrich.

Formado en las tradiciones militares prusianas, al asumir, Canaris dijo a sus oficiales que, tal como se lo había enseñado el coronel Nicolai, «el servicio de inteligencia es un dominio de caballeros», aseverándoles que esa sería la regla principal de su liderazgo34.

Pese a que Canaris no era parte del NSDAP, el Partido Nazi, era un hombre muy respetado por sus hazañas y contactos, y en ese momento aún contaba con la plena confianza de Heydrich. Además, era un anticomunista ferviente. Por lo tanto, una de las primeras tareas que se impuso fue trabajar en la implementación de sistemas de espionaje en todo el mundo, pero especialmente en América Latina, para lo cual aprovechó los contactos que ya poseía en ciudades como Concepción, Talcahuano, Osorno, Bariloche y Buenos Aires.

Lo anterior está confirmado por un informe secreto desclasificado por la National Security Agency (NSA), que señala que para el Abwehr, «América Latina fue probablemente su mayor teatro de operaciones»35.

Por cierto, en ello podía haber una buena cuota de sentimentalismo de parte del almirante. Richard Bassett relata en su biografía de Canaris una anécdota que refleja de buen modo lo anterior, y que tuvo como protagonista al agregado naval chileno en Alemania, Alfredo Hoffmann.

Según Bassett, quien cita como fuente los diarios privados del marino chileno, este tenía una buena relación con Canaris, tanto porque era descendiente de alemanes como por la ayuda que el entonces vicealmirante había recibido en Chile.

De ese modo, durante una visita que Hoffmann le hizo, Canaris le preguntó si había algo que él podía ofrecerle, haciendo presente que «nunca olvidaré con qué generosidad los chilenos me prestaron su auxilio. Haré cuando esté en mis manos para ayudarle»36.

Hoffmann le dijo entonces que quería asistir a ver las maniobras de la flota alemana en el mar Báltico. Canaris alzó mucho la voz y replicó que era imposible, diciendo que «tales ejercicios se hallan fuera de la competencia de un agregado naval». Sin embargo, luego de ello, hablando en voz baja, le dijo que como chileno y oficial de Marina, no le podía negar eso y que alguien tomaría contacto con él.

«Unas semanas más tarde, cuando Hoffmann había abandonado ya toda esperanza de contemplar las maniobras, se le presentó un oficial del Abwehr con un falso pase de periodista y una identidad enteramente nueva para el tiempo que duraran las maniobras. El agregado no pudo sino sentirse confundido», explica el autor, aunque seguramente Hoffmann debe haber entendido que Canaris sabía o sospechaba que había micrófonos en sus oficinas y que por ello habló a voz de cuello, negándole el permiso, sabiendo que eso era lo que quedaría registrado en el audio.

Como buen superagente secreto, Canaris tenía fama de ser un hombre elusivo, casi sin sombra, del cual nada se sabía durante largos períodos. Los mismos jerarcas máximos del reich pasaban meses sin tener noticias suyas o por lo menos sin verlo físicamente. Constantemente estaba cambiando de domicilio y para sus comunicaciones muchas veces utilizaba palomas mensajeras, pues desconfiaba de los mensajes radiales o telegráficos. Pese a que los criptógrafos nazis aseguraban que sus sistemas de transmisión eran inviolables, él sospechaba que la inteligencia aliada podría quebrar los códigos en cualquier momento, tal como sucedió.

También era un maestro del divertimento y lo demostró en 1937, cuando logró falsificar una serie de documentos que después filtró al Partido Comunista ruso. De acuerdo a tales papeles, el hombre clave del Ejército Rojo, el mariscal Tukachevski, estaba conspirando junto a otros siete generales para terminar con la vida de Josef Stalin. El 12 de junio de ese año todos los oficiales involucrados en el supuesto complot fueron ejecutados, a pesar de que eran leales al dictador comunista.

Además, se involucraba directamente en todas las acciones importantes que tenían lugar. En 1938, por ejemplo, viajó personalmente a Inglaterra —con su pasaporte chileno a nombre de Reed Rosas— para robar los planos de una nueva ametralladora aérea.

La organización Canaris

Sin embargo, ese mismo año ya se había dado cuenta de que estaba trabajando para un régimen brutal y que su antiguo camarada Heydrich (con quien además eran vecinos) era un asesino de rasgos psicopáticos, pero cualquiera que hablara con Canaris quedaba convencido de que era, como casi todos los generales de Hitler, un militar belicoso y despiadado, decidido a destruir a sus enemigos por cualquier medio que fuera posible.

Como jefe del Abwehr se preocupó con extremo celo de intentar hacer bien su trabajo de espionaje, creando una de las redes de espionaje internacional más formidables de las cuales se tenga memoria. Aumentó en casi mil por ciento la dotación de su servicio e incluso implementó empresas de fachada destinadas a lavar dinero (proveniente, entre otras fuentes, del tráfico de armas y gemas preciosas) y financiar así sus actividades clandestinas.

En los países neutrales, el Abwehr funcionaba bajo el nombre de fachada de Kriegsorganisation (KO, u «Organización de Guerra»), utilizando por lo general legaciones diplomáticas para la actuación de sus agentes, como sucedió en Chile o Argentina, y aprovechando la E-Dienst.

Acá, de hecho, el Abwehr logró una penetración exagerada, aprovechando el hecho de que hacia 1932 el NSDAP, el Partido Nazi alemán, había instalado en Chile todas sus estructuras, como las ligas juveniles y femeninas, intentando de algún modo «nazificar» el país. Ello motivó varias denuncias, hasta que en 1937 se efectuó una reunión nazi en Puerto Varas, de la cual trascendieron fotos en que se veía la bandera alemana con la suástica junto a la chilena.

A consecuencia de ello el ministro Humberto Mewes, de la Corte de Apelaciones de Valdivia, inició una investigación por Ley de Seguridad Interior del Estado, que encomendó a la Policía de Investigaciones, gracias a la cual se desbarató el Partido Nacionalsocialista en el sur del país (aunque finalmente la Corte Suprema absolvió a todos los imputados).

Hacia 1939, la PDI entendió que para investigar estos hechos requería de personal especializado en la materia, creando así el hoy famoso Departamento 50, que quedó al mando del comisario Hernán Barros Bianchi.

Esta unidad secreta comenzó a investigar, con asistencia técnica provista por el FBI, y de ese modo descubrió que había dos grandes redes de espionaje nazi operando en nuestro país, las que eran dependientes del Abwehr y que enviaban información radial a Hamburgo. Ambas organizaciones, identificadas radialmente como «PYL» y «PQZ», fueron totalmente desarticuladas y sus integrantes detenidos, así como incautadas las maquinarias y fondos con que contaban.

Estas indagatorias permitieron descubrir que la extensión del nazismo era mucho más grande de lo que se pensaba, que habían infiltrado a instituciones como el Servicio Nacional de Aduanas, la Fuerza Aérea de Chile y la propia PDI, y que incluso interceptaban las comunicaciones de la Armada.

Además, se sabía que el Abwehr también había establecido un equipo de sabotajes que actuaba en toda América Latina (y que tenía como objetivo la destrucción del Canal de Panamá en el momento en que radialmente les dijeran la palabra clave «Cíclope»), la que estaba a cargo de Alberto Von Appen. Appen era el nazi más importante de América Latina para el FBI norteamericano, que lo identificó como el jefe de una red de sabotaje de nivel continental que, operando desde Valparaíso, tenía como objetivo final destruir el Canal de Panamá. En febrero de 1945 fue detenido por detectives chilenos, luego de lo cual se detuvo a decenas de otros miembros del Abwehr en toda la región37.

Mientras Canaris movía sus piezas en América Latina, en Europa también hacía lo propio y proveía a las Fuerzas Armadas alemanas de información vital para su avance en los territorios que iban ocupando, al tiempo que infiltraba partidos de izquierda en toda Europa, e incluso intentaba penetrar el interior del Special Intelligence Service (SIS), la unidad del FBI dedicada a combatir el espionaje nazi en América Latina.

Pero eso no era todo.

Detrás de todos sus esfuerzos para implementar un implacable servicio de espionaje favorable al régimen nazi, Canaris tenía una doble vida, ya que al mismo tiempo dirigía una segunda asociación secreta, conocida por la inteligencia estadounidense como «La organización Canaris», o «Canaris Org», la cual tenía un solo objetivo: asesinar a Adolf Hitler y borrar el nazismo de la faz de la tierra.

Así, tal cual.

Durante varios años, los aliados tuvieron claro que Canaris no tenía mucho apego a su jefe, y de eso daban cuenta las varias reuniones que tuvo incluso con sus rivales de la OSS norteamericana, si bien nunca estuvieron totalmente convencidos de su sinceridad. Tampoco confiaban mucho en él al interior del nazismo, donde Canaris levantaba sospechas no solo por su origen aristocrático y por el hecho de que no militara en el partido, sino por la gran inquina personal que fue adquiriendo en su contra su ex amigo Heydrich. Como sabueso despiadado que era, prontamente olfateó las intenciones de Canaris y, poco a poco, fue minando su imagen ante Hitler, quien lo tenía entre ceja y ceja desde que el almirante intentara convencerlo de que invadir la Unión Soviética era una locura.

No obstante, más allá de la sospecha de deslealtad, no había pruebas que incriminaran a Canaris. En realidad, era muy difícil conseguirlas, pues no cabe duda de que hacia el año cuarenta el almirante era el hombre más versado en materias de inteligencia y espionaje en toda Europa (y probablemente en todo el mundo) y sabía perfectamente bien cómo ocultar sus huellas. El mismo Heydrich lo calificaba como «un viejo zorro en el cual no se puede confiar»38.

Las cosas parecieron tornarse más favorables para Canaris en 1941, cuando un extraño documento llegó a manos del presidente de ese país, Franklin Delano Roosevelt. Se trataba de un mapa de América Latina que en su esquina superior izquierda solo dice geheim (secreto) y que muestra a nuestro continente dividido en apenas cinco países.

Uno de ellos es Chile, que comprende el territorio actual, más buena parte de Perú y de Bolivia. Argentina, en tanto, con el mismo nombre, aparece absorbiendo a Uruguay y partes de Paraguay y Bolivia. Brasil toma también fracciones de esos países, mientras que la Guayana francesa se extiende a Surinam y Guyana. El último país y único que cambia de nombre es Neuspanien (Nueva España), conformado por Colombia, Ecuador y Panamá.

Roosevelt ya estaba suficientemente espantando con los nazis y sus planes expansionistas. El 27 de mayo había declarado «una emergencia nacional ilimitada», refiriéndose a Hitler y sus huestes, a quienes acusó de querer «dominar el mundo», agregando que «me limito a repetir lo que ya está escrito en el libro nazi de la conquista del mundo. Ellos planean tratar a las naciones latinoamericanas tal como hoy tratan a los Balcanes. Luego planean estrangular a los Estados Unidos de América», planteó.

Cinco meses exactos después, el 27 de octubre de 1941, el supuesto mapa nazi llegaba a las manos del presidente norteamericano, tras lo cual este pronunció un famoso discurso radial en el cual haría un planteamiento aún más dramático:

«Estoy en posesión de un mapa secreto realizado en Alemania por el gobierno de Hitler, por los planificadores del nuevo orden mundial. Es un mapa de Sudamérica y de parte de Centroamérica, tal como Hitler propone reorganizarlas. Hoy, en esa área hay catorce países distintos, sin embargo, los expertos geógrafos de Berlín han borrado inexorablemente todas las fronteras existentes y han dividido Sudamérica en cinco estados vasallos, sometiendo todo el continente a su dominio y también han dispuesto que el territorio de uno de estos nuevos estados títeres incluya la República de Panamá y nuestra gran vía de comunicación, el canal. Ese es el plan»39.

Al día de hoy, la mayoría de los historiadores de la Segunda Guerra Mundial y del mundo de la inteligencia están más o menos de acuerdo en que dicho mapa había sido una maniobra de inteligencia de los ingleses, ideada como un plan para convencer a Roosevelt de entrar en el conflicto, sabiendo que la idea de tener a los nazis en su patio trasero no sería de mucho agrado para el gobernante y, por ende, contarían con el apoyo estadounidense, sin el cual estaban irremisiblemente destinados a perder la guerra.

El periodista Tim Weiner, por ejemplo, asegura que el mapa fue proporcionado al jefe de la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS) norteamericana, William J. Donovan, por efectivos de la inteligencia británica, que aseguraban habérselo robado a un agente alemán en Río de Janeiro. No obstante, Weiner asevera que «lo cierto es que se trataba de una falsificación elaborada por la inteligencia británica. La estratagema, calculada para ayudar a precipitar a Estados Unidos en la guerra europea, permanecería en secreto durante décadas»40.

Otros autores, sin embargo, señalan que dicho mapa colgaba en las oficinas de la embajada alemana en Buenos Aires, desde donde habría sido robado por los británicos, y que formaba parte de un estudio destinado justamente a redefinir las fronteras del continente.

Haya sido real o no, era verosímil, y eso finalmente empujó a Roosevelt a declarar la guerra a Alemania, que era algo que Canaris esperaba con ansiedad, pues creía que los estadounidenses podrían ser unos buenos aliados en su lucha subterránea contra Hitler.

Matar a Hitler

Pocos meses después, ya en 1942, Hitler se terminó por convencer definitivamente de que Canaris no le era leal y, de manera gradual, sus burócratas comenzaron a desmantelar el Abwehr, quitándole atribuciones a su director, restándole personal y vigilándolo. La excusa oficial para hacerlo fueron los supuestos malos resultados en materia de inteligencia, pero la verdad era otra.

A la convicción casi absoluta del führer en orden a que el almirante complotaba en su contra, se sumaba la sospecha de que Canaris había formado parte de «la Orquesta Roja», una audaz organización de espionaje prosoviética que fue descubierta en 1942, infiltrada en los más altos niveles del nazismo, y en la cual actuaban algunos oficiales de la Abwehr.

En febrero de 1944 le dieron el golpe final, cuando el Abwehr fue definitivamente subsumido por la RHSA (sigla de Reichssicherheitshauptamt, o Servicio de Seguridad Central del Reich), un apéndice de las SS que en 1939 ya había absorbido también al SD, a la KRIPO, la policía criminal, y a la Gestapo, la infame policía política del nazismo.

A Canaris se le concedió una salida digna, como director de la oficina de guerra económica, dependiente de la RHSA, pero corto tiempo después se halló la excusa para eliminarlo.

El 20 de julio de 1944, Hitler y sus incondicionales llegaron hasta Rastemburg, nombre del cuartel secreto que el líder nazi se había hecho erigir en los bosques de Prusia en 1941, un complejo de túneles y construcciones fuertemente custodiadas también conocido como «la guarida del lobo».

A las 10.15 de ese día aterrizó el avión que trasladó hasta las inmediaciones de Rastemburg al coronel Claus Shenk von Stauffenberg, quien debía participar en una reunión con Hitler y su alto mando. Tras desayunar se reunió con el general Erich Fellgiebel, encargado de las comunicaciones en el cuartel y otro de los conspiradores. Un poco antes de las 12.30, todos ingresaron a la sala de reuniones.

Luego de saludar y darle la mano a Hitler, el coronel solicitó permiso para ir al baño, adonde fue con su inseparable maletín de cuero café. Regresó de inmediato y comenzó a escuchar la perorata del general Adolf Heusinger, quien daba cuenta de las novedades en el frente oriental. Todos estaban inclinados sobre la gruesa mesa de mapas, en la cual el general mostraba los avances de las tropas. Sin que nadie lo advirtiera, Stauffenberg dejó debajo de la mesa su maletín.

—Debo llamar urgente a Berlín— musitó, solicitando permiso para salir.

Siete minutos después explotó la bomba que poco antes el coronel había dejado debajo de la mesa y la cual había activado tras su salida al baño.

El explosivo había sido preparado por el teniente de Ejército Phillip von Boeselager y se trataba del segundo intento de dicho grupo por matar a Hitler. El primero había sido el 15 de julio, cuando Stauffenberg había sido citado a Rastemburg, pero se abstuvo de instalar los explosivos, dado que Himmler se había ausentado. La idea era matar a todos los cercanos a Hitler y luego arrestar a sus otros esbirros, especialmente al ministro de propaganda, Joseph Goebbels; al jefe de la Marina, Karl Doenitz; y al mariscal Von Ribbentrop.

Nunca se supo exactamente qué fue lo que salvó a Hitler. Él siempre lo atribuyó a sus supuestos poderes esotéricos, pero los expertos en explosivos de la Gestapo dieron una explicación más terrenal: el maletín con la bomba inicialmente había sido puesto a un costado de la mesa, pero uno de los oficiales casualmente lo pateó, moviéndolo hacia el interior de ella.

Igual que en el caso de un terremoto, donde una de las recomendaciones más saludables es esconderse debajo de una mesa, la superficie de esta absorbió en gran medida la explosión. El resto de la onda salió despedida hacia un costado, pero debido a que el día estaba muy caluroso, Hitler había ordenado abrir un largo ventanal que recorría casi toda la habitación. Como el estallido mata por la descompresión de los gases, estos actúan igual que cualquier fluido; es decir, expandiéndose. Si las ventanas hubieran estado cerradas, nadie habría sobrevivido. Sin embargo, gran parte de la explosión salió hacia afuera.

Solo tres de los presentes murieron, mientras que Hitler y sus incondicionales sobrevivieron casi sin rasguños. Stauffenberg, tras constatar la explosión, logró salir rápidamente de la fortaleza nazi, consiguiendo llegar al aeródromo y regresar a Berlín, solo para ser arrestado y luego ejecutado.

La cacería de brujas que se desató en contra de quienes participaron en la llamada «operación Walkiria» fue peor que la efectuada en contra de «la Orquesta Roja». Cientos de ejecuciones sumarias se sucedieron en los días siguientes, pero los complotados más importantes recibieron un trato distinto.

El primero de los «notables» en caer fue el mariscal de campo Erwin Rommel, el famoso «Zorro del Desierto», quizás el mayor héroe militar de la Alemania nazi.

Pese a que cuando se cometió el atentado el mariscal estaba en cama, Hitler creyó que había sido él quien se encontraba detrás del plan. De todas maneras, el dictador sabía que no podía ejecutar tan fácilmente al mayor héroe que tenía el pueblo germano, por lo cual envió a dos generales a su casa con un mensaje: podía optar por suicidarse, caso en el cual recibiría un funeral de Estado, con todos los honores, y su familia quedaría resguardada por una generosa pensión, o bien ser degradado, arrestado y llevado a un juicio público.

Rommel sabía que no se le permitiría llegar vivo a testificar, por lo cual prefirió tomarse la pastilla de cianuro que le habían dejado los emisarios. La causa oficial de muerte, según se dijo en el grandioso funeral que le organizó Goebbels, fue un «infarto masivo al miocardio». Miles de alemanes lo lloraron.

A quien muy pocos lloraron, no obstante, fue a otro hombre mucho más fundamental en toda esta historia, pero que era un desconocido para la gran masa.

Unos días después del atentado, el almirante Canaris fue detenido por la Gestapo, acusado de haber salvado a cientos de judíos y gitanos y de dos actividades de traición.

La primera de ellas había sido cometida en 1943, cuando el almirante se reunió en Estambul con el ex gobernador de Luisiana, George Earle, quien estaba actuando como embajador de EE.UU. en Turquía, al que ofreció llegar a un acuerdo de paz. Pese a que el diplomático efectuó todas las gestiones necesarias, Washington no tuvo respuesta para la petición.

La otra había ocurrido unos meses después, cuando Canaris había viajado a España, supuestamente para reunirse con su amigo el caudillo Francisco Franco, pero la misión que cumplió allí en realidad fue muy distinta. Se trató de un encuentro con el general Donovan, de la OSS, a quien propuso un plan de paz que contemplaba la muerte de Hitler, un cese de las hostilidades en el oeste y un ataque conjunto contra la Unión Soviética.

Apenas fue apresado, el almirante fue trasladado al cuartel de la Gestapo en la calle Príncipe Alberto, en Berlín, donde fue reiteradamente torturado. Todo el día lo pasaba en una celda de castigo, encadenado de pies y manos y, a diferencia de los demás conjurados, no se le dio muerte de inmediato.

El 7 de febrero de 1945 fue derivado al campo de concentración de Flössenburg, junto a otros dos oficiales arrestados. Estaban todo el día en una celda de castigo con la luz encendida y solamente eran sacados a algunas horas para limpiar el piso o los baños, habitualmente provistos de un cepillo de dientes. Los brutales interrogatorios se sucedían día tras día, hasta que finalmente decidieron someterlos a un juicio donde fueron declarados culpables, luego de que Canaris confesara que efectivamente había participado en el intento de asesinar al canciller.

Un poco más de dos meses después, el 9 de abril (veinte días antes de la caída del régimen), Canaris fue llevado al patíbulo junto a otros dos presos de alto rango. Varios oficiales de la Gestapo obligaron a los caídos en desgracia a desnudarse. Los prisioneros fueron subidos uno a uno al cadalso. Los verdugos pusieron los dogales sobre sus cuellos. Al lado de Canaris estaba el mayor general Hans Oster, su amigo y ex segundo hombre en el servicio de inteligencia.

Cuando el verdugo pateó la banca sobre la cual estaba parado Canaris, le escucharon decir: «Muero por mi patria y con la conciencia limpia. Solo cumplí con mi deber cuando tratamos de oponernos a las políticas criminales de Hitler».

No sería sino hasta varios meses después de la caída de Hitler que los norteamericanos tendrían por fin antecedentes concretos de la real dimensión de la conjura de Canaris hacia Hitler, cuando el mayor general Erwin Von Lahosen, jefe de la sección de sabotaje del Abwehr, prestó una serie de declaraciones ante el Tribunal Militar Internacional de Nuremberg, como testigo, y también ante los equipos de inteligencia estadounidenses.

Fue ante ellos que reveló que al asumir como jefe de la sección II del Abwehr, en 1939, tuvo una larga conversación con Canaris, quien le dijo que el triunfo de los nazis en la guerra significaría «una catástrofe más allá de cualquier comprensión para Alemania y toda la humanidad» y que, por ello, debían efectuar una serie de acciones, tanto de manera pública como en secreto.

A nivel público, como ya sabemos, la idea es que seguirían actuando tal como se esperaba de ellos, infiltrando espías en países como Chile o Argentina, organizando sabotajes y efectuando misiones de inteligencia rayanas en lo legal. Secretamente, sin embargo, buscarían varias cosas. En el caso de la sección II del Abwehr, relató Lahosen, Canaris le encomendó eliminar gradualmente de allí a todos los espías de la SD y Gestapo infiltrados, con un objetivo bien claro: «dar forma a las fuerzas antinazi y prepararlas para todos los actos ilegales que fueran posibles en el futuro, contra el sistema»41.

En otras palabras, le encomendó convertir el aparato de sabotajes de la inteligencia militar alemana en una maquinaria dispuesta a actuar en cualquier momento en contra de la propia jerarquía nazi, mostrando hacia fuera una gran actividad, pero fallando en todo lo que se pudiera fallar y previniendo «cualquier orden de cometer secuestros, asesinatos, envenenamientos o acciones similares, relacionadas con los métodos de la SD».

Del mismo modo, el almirante le encomendó tomar contacto con todas las organizaciones antifascistas que pudiera. Según su relato, hacia 1937 Canaris había comenzado a llevar un archivo especial con todo lo que sabía de Hitler, con el fin de, en algún momento, exponerlo. Sin embargo, Lahosen asegura que dicho documento fue requisado por la Gestapo.

«Él sentía una profunda repulsión por los métodos bestiales y brutales del nazismo… veía en Hitler a la encarnación del mal y del demonio», explicó el general a sus interrogadores42, agregando que pese a la careta militarista que usaba, la Organización Canaris salvó la vida de innumerables personas, muchas de ellas judías o pertenecientes a países enemigos, aseverando que todo ello se hizo simplemente porque el almirante era un hombre que poseía coraje moral.

Quintupeu

Unos tres meses después de la ejecución de Canaris, un submarino perdido, un U-Boot, emergió borboteando en medio de las frías aguas de Quintupeu.

Se trataba de uno de los dos submarinos alemanes que desde hacía un par de años a lo menos atacaban barcos mercantes en el extremo sur de Chile, y que cada cierto tiempo eran reabastecidos por integrantes de la E-Dienst, que viajaban desde Puerto Montt y Ancud a llevarles comida, vestuario, combustible y también a un ingeniero mecánico, que era quien revisaba las máquinas.

Ese ingeniero era Heinz Brühn, un hombre que viajaba desde Santiago a cumplir con esa misión secreta. Se trataba del hermano de Carlos Brühn, uno de los integrantes de la red de espionaje del Abwehr desarticulada hacia 1944 por la PDI.

En su lecho de muerte, muchos años más tarde, Heinz relataría a su hijo Peter la real naturaleza de los viajes que realizaba cada cierto tiempo al sur, y recordaría con mucho detalle el último que hizo43. Hacía varias semanas ya que el nazismo había caído en Alemania y cuando Brühn y sus cófrades se encontraron con el último submarino, tuvieron que informar a la tripulación que ya no había guerra y que Hitler se había suicidado.

Luego del desconcierto, el capitán del U-Boot decidió hundirlo, en la zona más profunda del fiordo. Hicieron una ceremonia naval en la cubierta, para dar de baja el submarino, y luego de ello abrieron sus válvulas, inundándolo y lanzándolo a pique.

Parte de la tripulación regresó de inmediato a Europa y otra parte se quedó viviendo en distintos lugares de Chile. Hasta hoy en día, cada cierto tiempo, se organizan expediciones provistas de sondas y sofisticados equipos de grabación submarina, que viajan a Quintupeu con la esperanza de hallar ese submarino, la caja del tesoro del Dresden, o bien, ambos.

Sin embargo, el mar chileno, obstinado y duro como siempre, hasta el momento se ha negado a que esos fantasmas salgan a flote.