Se han dedicado tantos libros y artículos a la vida y a la carrera de Hernán Cortés que parecería presuntuoso querer añadir algo más a esta lista. Sin embargo, aún no tenemos una buena biografía y hace muy poco que sus escritos —sus «cartas de relación» a Carlos V, su correspondencia general y sus directivas militares y administrativas— han sido objeto del profundo estudio crítico que merecían. En particular, el doctor Richard Konetzke ha llamado la atención sobre los aspectos constructivos de la carrera de Cortés como fundador de una sociedad colonial. Por su parte, un historiador austriaco, el doctor Viktor Frankl, ha analizado con agudeza la idea de «imperio» de Cortés y su deuda para con las tradiciones y formas de pensamiento medievales españolas. Otras aportaciones importantes han sido realizadas por estudiosos mexicanos: el doctor Manuel Alcalá, quien ha establecido un amplio paralelismo entre César y Cortés, aunque sin aportar ninguna prueba directa de la influencia del primero en el último, y la señorita Eulalia Guzmán, cuya intención al publicar una edición comentada de las dos primeras cartas de relación es presentar al conquistador de México como un consumado mentiroso y un monstruo depravado[25]. Aunque estos cuatro historiadores abordan la figura de Cortés desde puntos de vista muy diferentes, todos muestran lo mucho que aún se puede aprender sobre él mediante el estudio de sus escritos. Igualmente, es mucho lo que queda por descubrir antes de que podamos tener una imagen completa de Cortés no sólo como líder militar, sino también como colonizador y empresario y como político astuto y excepcional, con un notable talento para reutilizar viejas ideas en las situaciones sin precedente con las que se encontró en México.
Estos trabajos también han subrayado la necesidad de situar a Cortés firmemente en el contexto de la sociedad en la que nació, la sociedad tardomedieval y de comienzos del Renacimiento en España, puesto que en él se reflejan tempranamente los ideales y aspiraciones de esa sociedad y comparte el modelo de su desarrollo. Entre 1485, el año de su nacimiento, y 1547, el de su muerte, España pasó a través de un ciclo completo de experiencias que están curiosamente reflejadas en la carrera personal de Cortés. Nació en la época en la que Isabel y Fernando triunfaban al imponer la justicia y la autoridad real a una sociedad amenazada de desintegración bajo la presión de conflictivas ambiciones individuales. Ellos restauraron la comunidad del reino, permitiendo que se imbuyera de la confianza y resolución necesarias para completar la reconquista de su propio territorio, ocupado por los moros, y que se embarcara en una carrera de expansión por ultramar hacia África, Italia y las Antillas. La Castilla de los Reyes Católicos era un país que, aunque profundamente ligado a las tradiciones y valores medievales, se encontraba agitado por los ideales de los humanistas italianos, y agitado también, al propio tiempo, por aquellas aspiraciones de renovación espiritual y regeneración que a finales de la Edad Media sacudían toda Europa. Tal era la sociedad de la que venía Cortés y que le marcaría hasta el final de sus días.
Cortés abandonó España rumbo a las Indias en 1504, el año de la muerte de Isabel, y no volvió hasta 1528, cuando el nieto de ésta, Carlos V, estaba firmemente instalado en el trono de España. En el periodo intermedio, la sociedad cuidadosamente articulada que los Reyes Católicos habían construido estuvo sujeta a graves tensiones que culminaron con la revuelta de los Comuneros entre 1519 y 1521, precisamente los años en los cuales Cortés realizó su propia revuelta contra la autoridad legalmente constituida, para iniciar la conquista de México para su señor imperial[26]. La España a la que regresa triunfante en 1528 era una España erasmista, un país que se estaba reajustando traumáticamente a su nuevo papel histórico bajo el liderazgo de hombres inflamados por ambiciosas ideas de Imperio universal y por los ideales erasmistas de reforma. Pero ya entonces las ambiciones universales de Carlos y sus consejeros se veían empañadas por la amenaza de la herejía. Cuando Cortés vuelve a su patria por última vez, en 1540, la España humanista de su primera visita está ya profundamente teñida por los sombríos matices de la Contrarreforma.
La vida de Hernán Cortés abarca, por tanto, un periodo extraordinariamente rico y variado de la historia de España, en el que una sociedad medieval reorganizada y rearticulada, cada vez más expuesta a las influencias intelectuales exteriores, se vuelca hacia el exterior en busca de un Imperio de ultramar y se encuentra a sí misma inserta en una misión imperial y religiosa única. Cortés, al abarcar la transmisión de la edad media a la Contrarreforma, parece reflejarla en su propio desarrollo mental. Su correspondencia, cuando se lee a la luz de las preocupaciones políticas e intelectuales de la España de entonces, da la impresión de haber sido escrita por un hombre dotado con una mente especialmente sensible, alerta para detectar el más sutil cambio de opinión en un mundo que se encuentra a miles de kilómetros de distancia.
Esta gran sensibilidad, sin embargo, hace extremadamente difícil trazar el curso de su propio desarrollo intelectual, un problema que se complica aún más por la ausencia casi total de testimonios externos sobre sus intereses y conocimientos. Tan sólo se sabe que, como hijo de hidalgos de Extremadura que era, fue enviado a la edad de catorce años a Salamanca, donde permaneció dos años. No hay acuerdo sobre la forma en la que ocupó sus años en esta ciudad —aunque parece probable que se iniciara en el estudio de la gramática latina con la intención de estudiar Derecho—, pero sí se sabe que cansado de sus estudios volvió a su casa en Medellín, para irritación de sus padres, que deseaban que estudiara la rentable carrera jurídica[27]. De lo que no cabe duda es de que sus dos años en Salamanca, más otros dos largos años de aprendizaje y experiencia que pasó a continuación como notario en Sevilla y después en La Española, le proporcionaron cierto conocimiento del latín y lo familiarizaron profundamente con los métodos y las técnicas del derecho castellano[28]. Una historia cuenta que, cuando niño, era acólito en la iglesia de Santa María de Medellín y que allí aprendió los salmos, pero las escasas alusiones a la Biblia que aparecen en sus escritos están tomadas casi por entero del Nuevo Testamento, y su única cita directa en latín de los Evangelios la presenta con tal floritura que nos induce a ser escépticos sobre si sería capaz de citar algo más: « […] y aun acuérdome de una autoridad evangélica que dice: Omne regnum in se ipsum divisum desolivatur»[29].
Si sus conocimientos de la Biblia, aunque efectivamente explotados cuando la ocasión lo requería, solían ser esquemáticos, por el contrario, y como es natural, estaba muy versado en el tipo de literatura que se puede esperar que resultase familiar a un hidalgo castellano de finales del siglo XV, en concreto con los códigos legales de Castilla, y específicamente con el famoso código de Alfonso X, las Siete Partidas, recopilado entre 1256 y 1263 e impreso por primera vez en Sevilla en 1491. El doctor Frankl ha demostrado de forma convincente en qué medida conocía Cortés las Siete Partidas y su extraordinaria habilidad al utilizarlas para justificar y legalizar su difícil posición personal después de romper con el gobernador de Cuba, Diego Velázquez, y poner en marcha sin autorización la conquista de México[30]. Una vez aceptado el conocimiento por Cortés de las Partidas, es posible iluminar grandes parcelas de su pensamiento. Las Partidas, con sus referencias a Aristóteles y a la Antigüedad y con sus nítidas definiciones de conceptos tales como «fama», «traición» y «tiranía», constituyen, en cierta medida, una enciclopedia de derecho y teología, un código de conducta legal y militar capaz de proporcionar al hidalgo castellano un entramado de ideas admirablemente coherente.
Además de las Siete Partidas, las otras compañías literarias del caballero castellano eran historias, crónicas y romances de caballería. La familiaridad de los conquistadores con los romances está claramente atestiguada por el relato de Bernal Díaz de la conquista de México; el propio Cortés reconoce rápidamente una alusión cuando, al desembarcar en San Juan de Ulúa, Puertocarrero recita cuatro líneas de un romance de Montesinos, una alusión que, como se ha demostrado, expresa de manera gráfica el plan de venganza de Cortés contra su mortal enemigo, el gobernador de Cuba[31]. Igualmente bien testificada por Bernal Díaz está la tendencia de los conquistadores a comparar sus hazañas con las de los romanos, como por ejemplo en la arenga de Cortés a sus tropas durante la campaña de Tlaxcala: «Y a lo que, señores, decís que jamás capitán romano de los muy nombrados han acometido tan grandes hechos como nosotros, dicen verdad, y ahora y adelante, mediante Dios, dirán en las historias que de esto harán memoria mucho más que de los antepasados»[32]. Aquí ya está presente ese sentimiento de superioridad sobre las conquistas de la Antigüedad que distingue las últimas etapas del Renacimiento y que quedaría expresado en la dedicatoria de un libro a Cortés: «La mucha prudencia, humanidad y liberalidad con que tratava los negocios de guerra, en los quales tuvo tan nuevos ardides que no se puede decir que en alguna vuestra señoría ymitó a los antiguos»[33].
Si Cortés llegó a leer a algún autor clásico no está claro. Por lo que insiste en la referencia a la «necesidad» en la cuarta carta de relación, se ha sugerido que habría leído a Livio y que, por tanto, estaba familiarizado con esa idea de necesidad tan importante en Maquiavelo[34]. Pero no parece esencial el haber leído a Tito Livio para escribir el peculiar aforismo utilizado por Cortés: «No hay cosa que más los ingenios avive que la necesidad». Casi las mismas palabras son utilizadas por un personaje de la famosa novela de la época, La Celestina, publicada por primera vez en 1499, cuando dice que no hay mejor «despertadora y abivadora de ingenios» que «la necesidad y pobreza; la hambre»[35].
Corremos el peligro, al buscar el origen de sus ideas, de atribuir a Cortés una genealogía intelectual compleja. Él recitaba de corrido frases sorprendentes, como «porque no haya cosa superflua en toda la tierra» —una frase que podría ser, y de hecho ha sido, conectada con la fórmula aristotélica: Natura nihil facit frustra[36]—. La utiliza de manera muy hábil para justificar la sujeción forzosa de los indios chichimeca al gobierno de Carlos V, pero ¿de dónde la tomó originalmente? El molde de este pensamiento, como cabría esperar, es aristotélico y tomista, pero la frase, al parecer, era de uso corriente en la época y la pronuncia la mismísima Celestina («ninguna cosa ay criada al mundo superflua»[37]).
Parece que, en general, Cortés poseía un oído extraordinariamente sensible para las frases ingeniosas y suficiente talento como para utilizarlas de forma sorprendente. Esto hacía que transmitiera al mismo tiempo la sensación de originalidad y erudición, lo que no siempre estaba justificado. Era capaz, por ejemplo, de escribir a un potentado oriental comenzando con un pensamiento de regusto aristotélico: «Universal condición es de todos los hombres desear saber». Con toda probabilidad, se trataba de una expresión de uso común en la época, que aparece de la siguiente manera en las Siete Partidas: «porque los omes naturalmente cobdician oir e saber e ver cosas nuevas»[38]. La utilización por Cortés de tales frases y en particular la insistencia constante en sus cartas de relación sobre la importancia de «inquerir y saber» o de «saber el secreto de las cosas» ha sido utilizada con frecuencia para ilustrar la actitud típica del Renacimiento hacia el conocimiento. No está en duda la intensa sed de conocimiento de Cortés, pero no deja de ser significativo que ambas expresiones aparezcan en las instrucciones que le fueron entregadas por Diego Velázquez cuando éste le encomendó el mando de la expedición de México[39]. Es típico de Cortés el que se hubiera fijado en estas palabras y las hubiera repetido incansablemente en sus cartas al Emperador, con el propósito de mostrar su profundo respeto por la carta de instrucciones que por lo demás estaba desafiando activamente.
Tan sólo en una ocasión hay algo que nos sugiere de forma plausible cierta familiaridad directa con un autor clásico. Cuando se celebra una residencia en contra suya en 1529, un testigo declara haberle oído decir con frecuencia que «si las leyes se avían de quebrantar para reynar se han de quebrantar» y que acostumbraba a repetir «o César o nihil». El comentario sobre la desobediencia a la ley proviene originalmente de Eurípides y es citado tanto por Cicerón como por Suetonio en su Vida de César. No tendría nada de sorprendente que en algún momento Cortés hubiera leído lo que Suetonio escribió sobre César; pero esto no deja de ser una posibilidad; el hecho de que el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, instalado en Santo Domingo, utilice la misma cita cuando describe el desafío de Cortés a Velázquez, sugiere que era de uso corriente entre los españoles del siglo XVI[40].
Estos ejemplos nos muestran algo de la extrema dificultad que implica el definir con un cierto grado de precisión las fuentes del pensamiento de Cortés. La dificultad, sin embargo, no debe sorprendernos, pues, si bien Cortés era un hombre enormemente inteligente y con una capacidad instintiva para la creación literaria, no puede decirse de él que fuera culto o leído; además, durante su vida activa probablemente sus lecturas fueron en gran medida de carácter profesional, constituidas básicamente por los códigos legales castellanos y por aquellos documentos notariales u oficiales que de manera autodidacta aprendió a glosar e interpretar con consumada habilidad. Puesto que era muy sensible a la influencia del ambiente y aficionado a repetir ideas y expresiones que le llamaran la atención, sólo de modo muy general nos es posible enumerar las influencias formativas importantes en su vida. En concreto, todavía se conoce lamentablemente poco sobre la situación de su Extremadura natal durante los años de su infancia[41], y seguramente podría probarse, por medio de una investigación más profunda, que muchas de las ordenanzas militares y administrativas que sirven para ejemplificar hoy día su genio organizador están directamente inspiradas en modelos derivados de Extremadura y de la guerra en Granada. La figura dominante en Extremadura al final del siglo XV, don Alonso de Monroy, maestre de Alcántara, fue probablemente primo de Cortés —el padre de éste había luchado a su lado en las feroces guerras civiles—. Aunque Monroy sobrevivió en el exilio hasta 1511, mucho antes de su muerte pasó a la leyenda, gran parte de la cual, tal como la refiere un biógrafo de la época, parece un anticipo de la gran carrera del conquistador de México[42]. Poseía el mismo estilo de liderazgo militar, el mismo estilo de arengar a las tropas e incluso los mismos presagios. Los seguidores de Monroy le dijeron que se retirara cuando su caballo murió mientras lo montaba, pero él no prestó atención a sus advertencias porque, en palabras de su biógrafo, «estaba ya aparejada la hora de su mala fortuna». También Cortés rehusó regresar cuando murieron cinco de sus caballos mientras abandonaba de noche el campamento en Cempoala: «Todavía seguí mi camino considerando que Dios es sobre natura». Donde Monroy se encaminó al desastre, Cortés no sufrió daño. Su hora de infortunio estaba todavía lejos[43].
Su crianza en Extremadura, su relación con una figura legendaria de la vida extremeña, su típica educación de hidalgo por medio de las crónicas, los romances y el código de las Siete Partidas, todos estos hechos son importantes influencias formativas en la carrera de Cortés. A esto hay que añadir su estancia en Salamanca y su época de aprendizaje como notario, que le proporcionaron el conocimiento del latín, una considerable educación jurídica y una gran habilidad para elaborar e interpretar documentos. Están, por último, los quince años que pasó en La Española y Cuba como notario, secretario del gobernador, oficial municipal y encomendero, años que le proporcionaron experiencia administrativa y política y que le familiarizaron directamente con la situación americana y con los problemas de una sociedad colonial Todos estos hechos coadyuvaron a proporcionar el bagaje intelectual de Cortés al embarcar en 1519 para conquistar México.
Al abandonar Cuba con dirección a México, Cortés estaba profundamente convencido de la influencia de la Fortuna en el destino de los hombres. En su Crónica de la Nueva España Cervantes de Salazar habla de cómo Cortés, cuando todavía era notario público en la pequeña ciudad de Azúa, cerca de Santo Domingo, soñó una noche que su pobreza desaparecía de repente y que aparecía vestido con buenos trajes y servido por innumerables criados que se dirigían a él con sonoros títulos honoríficos.
Y aunque él —continúa Cervantes de Salazar— como sabio y buen cristiano sabía que a los sueños no se avía de dar crédito, todavía se alegró, porque el sueño avía sido conforme a sus pensamientos; los quales, con gran cordura encubría por no parescer loco, por el baxo estado en que se veya […] Dicen que luego después del sueño tomando papel y tinta, debuxó una rueda de arcaduzes: a los llenos puso una letra, y a los que se vaciavan otra, y a los vazios otra, y a los que subían otra, fixando un clavo en los altos […] Hecho esto dixo a ciertos amigos suyos con un contento nuevo y no visto: que avía de comer con trompetas o morir ahorcado y que ya yva conosciendo su ventura y lo que las estrellas le prometían[44].
La imagen de la rueda de la fortuna era bien conocida por los españoles de finales del siglo XV y comienzos del XVI, y la «adversa fortuna vuelve de presto su rueda» en numerosas ocasiones a lo largo de la historia de la conquista de México de Bernal Díaz[45]. La rueda de Cortés, no obstante, se convierte en noria —la tradicional rueda con arcaduces para sacar agua, que puede encontrarse en Extremadura y en otras regiones españolas—. Si en aquel tiempo era ésta una imagen corriente de la rueda de la fortuna, es algo que no está claro, aunque la propia Celestina, en la novela de Rojas, la describe de esta manera: «Mundo es, passe, ande su rueda, rodee sus arcaduces, unos llenos, otros vazios. Ley es de fortuna que ninguna cosa en un ser mucho tiempo permanesce: su orden es mudanzas»[46]. Pero la característica más importante de la rueda de Cortés es que puede ser detenida —extremo éste que subrayará más adelante cuando elija como divisa en Coyoacán, después de la caída de México, la fortuna con la figura plateada de un hombre que agarra un martillo en una mano y un clavo en la otra—. El lema dice: «Clavaré quando me vea do no aya más que posea»[47].
La creencia en que la rueda de la fortuna puede ser detenida en su movimiento clavándola sugiere una actitud hacia la Fortuna no muy distinta de la de Maquiavelo. En último término, la Fortuna puede ser dirigida por el hombre; pero esta tarea necesita de la ayuda divina, puesto que, al igual que en la Florencia de Maquiavelo[48] y hasta donde resultaba posible, la Fortuna había sido integrada dentro de un universo cristiano. A lo largo del epistolario de Cortés, la divina Providencia siempre está cerca para guiar y gobernar. Como él mismo recuerda al Emperador, nada es imposible para Dios[49]. Las batallas se ganan en situaciones de desventaja desesperada mediante la ayuda divina[50], y en numerosas ocasiones aparece «misteriosamente» Dios para ayudar a Cortés y a sus hombres[51]. Pero en la mentalidad de Cortés hay, además, una relación muy especial entre Dios y Carlos V: «Mas como Dios —escribe en su segunda carta— haya tenido siempre cuidado de encaminar las reales cosas de vuestra sacra majestad desde su niñez»[52]. Este favor divino reservado al Emperador es de gran importancia para Cortés, puesto que, como su fiel servidor, confiaba compartir las bendiciones que la Providencia manifestaba a su señor. Consiguientemente, «la real ventura de vuestra alteza» es uno de los temas recurrentes en las cartas de Cortés, hasta el punto de ver sus propias victorias como ganadas «con la ayuda de Dios y de la real ventura»[53].
Aunque Cortés veía en el favor divino y real un talismán para el éxito, también sabía que el hombre que aspira a dominar la Fortuna debe poseer naturalmente las cualidades de la astucia y el ingenio. Son precisamente éstas las cualidades que en Maquiavelo constituyen la virtù. La idea era familiar a los españoles del Renacimiento y nada puede ser más maquiavélico que la observación de uno de los personajes de La Celestina: «Conoscer el tiempo y usar el hombre de la oportunidad haze los hombres prósperos»[54]. Cortés, como las figuras del inframundo de La Celestina, anhelaba la riqueza porque le permitiría romper las barreras de la jerarquía social y acceder a los placeres de que gozaban los nobles y los ricos. Y las herramientas que eligió para satisfacer su ambición fueron las mismas que las empleadas por ellos. También él tenía que reconocer el momento y aprovechar la ocasión, y para esto no sólo bastaba tener cualidades innatas, sino que era igualmente necesario el conocimiento que proporciona la experiencia. En la correspondencia de Cortés hay una constante insistencia en la importancia de la experiencia, un tipo de conocimiento individual y personal de las cosas y los hombres que un número cada vez mayor de españoles del siglo XVI comenzaba a considerar superior al proporcionado por la autoridad tradicional[55].
No falta este ingenio en la manera en la que concibió Cortés la conquista de México, una operación tanto política como militar y dirigida al mismo tiempo contra el emperador azteca y contra el gobernador de Cuba. El cronista contemporáneo Fernández de Oviedo refiere en un pasaje la capacidad de Cortés «de novelar e traer a su propósito confabulaciones de mañoso e sagaz e diestro capitán»[56]. Los trabajos recientes sobre Cortés, particularmente los del doctor Frankl y la señorita Guzmán, han servido para confirmar su extraordinaria habilidad para inventar historias e idear planes. Como ha mostrado el doctor Frankl[57], la primera carta de relación es una brillante ficción en la que Cortés reconstruye el curso de los acontecimientos que le llevaron a desafiar al gobernador de Cuba y a fundar Vera Cruz, una reconstrucción profundamente deudora de ideas políticas y jurídicas tomadas de las Siete Partidas. El gobernador Velázquez, retratado con los tonos más sombríos, aparece como un hombre consumido por el interés personal y la codicia, mientras que el propio Cortés se pinta como fiel servidor de la Corona y firme defensor del bien común[58].
Pero es en su relato del enfrentamiento con Montezuma donde el poder de imaginación e invención de Cortés se manifiesta en grado sumo. Aunque todo el episodio está envuelto en un profundo misterio, lo que al menos parece evidente es que la narración que hace Cortés de lo ocurrido entre los dos hombres no debe tomarse, como se ha hecho durante mucho tiempo, de forma literal. Probablemente, la relación entre Cortés y Montezuma está envuelta ahora por una leyenda con dos niveles diferenciables. El nivel superior, que sirve de base a las interpretaciones modernas de la conquista de México[59], sostiene que Cortés fue el beneficiario inconsciente de una tradición azteca que decía que el rey-sacerdote Quetzalcóatl volvería por el este para reclamar lo suyo. Al parecer, sin embargo, no se ha encontrado ninguna evidencia que pruebe la existencia antes de la conquista de una tradición sobre Quetzalcóatl dirigiendo a sus seguidores a la tierra de Anáhuac. Es probable que las historias sobre el retorno por el este, al igual que aquéllas sobre los presagios que paralizaron el poder de decisión de Montezuma, surgieran sólo después de la conquista, y que la identificación de Cortés con Quetzalcóatl (que no aparece nunca mencionada en los escritos de Cortés) se hubiera realizado por primera vez en la década de 1540 por los franciscanos Motolinía y Sahagún[60].
Oculta por esta leyenda yace otra de tema parecido pero mucho menos concreta en sus detalles, de la que Cortés podría ser en gran medida responsable. Cortés relata dos discursos de Montezuma[61], ambos de contenido y tono tan inverosímil como para sugerir que están basados más en la fantasía que en la realidad. Los dos discursos van expresados en tonos que eran totalmente extraños para un azteca, pero que resultaban familiares a cualquier cristiano español. Ambos combinan sutilmente los temas de la llegada del mesías y el retorno del señor natural a sus vasallos, al objeto de preparar el gran clímax de la renuncia de Montezuma a su herencia imperial en favor de Carlos V. «Demos gracias a nuestros dioses —dice Montezuma— porque en nuestros tiempos vino lo que tanto aquéllos esperaban». La señorita Guzmán ha señalado con perspicacia que en todo el pasaje resuenan los acordes del Nunc Dimittis[62]. Sin embargo, las analogías con el Nuevo Testamento no terminan ahí. Montezuma finaliza su primer discurso de bienvenida con el dramático gesto de despojarse de sus vestidos para mostrar su cuerpo a Cortés, diciendo: «A mí véisme aquí que soy de carne y hueso como vos y como cada uno, y que soy mortal y palpable». ¿No suena esto como las palabras de Jesús a sus discípulos («Un espíritu no tiene carne y huesos como habéis visto que yo tengo») y a Pablo y Bernabé en Lystra («También somos hombres con las mismas pasiones que tú»)?
Es difícil evitar la sensación de que Cortés está utilizando toda su capacidad imaginativa con el propósito de pintar para el emperador Carlos V el cuadro solemne de una escena que quizá nunca ocurrió. Si la escena tenía una vaga escenografía bíblica, resultaría aún más impresionante, especialmente cuando a los antepasados de Montezuma se les empezaba a atribuir un lejano origen cristiano; y, lo que no deja de resultar irónico, Cortés presenta su relato de Tenochtitlán con palabras que ya de por sí poseen tonos bíblicos: «Bien sé que [estas cosas] serán de tanta admiración que no se podrán creer, porque los que acá con nuestros ojos las vemos, no las podemos con el entendimiento comprender»[63]. Pero si Cortés extrae de la Biblia lo que necesita para su escenografía general y de los códigos legales castellanos las ideas de soberanía y vasallaje que pone en boca de Montezuma, aún queda por dilucidar un tercer elemento de la historia: el mito del gobernante que vuelve desde el este. Se ha apuntado que Cortés escuchó a los indios de las Antillas una historia parecida[64], pero parece igualmente probable que la hubiera escuchado en su marcha hacia México y que la hubiera reservado para utilizarla en el futuro. De acuerdo con Bernal Díaz, dos caciques de Tlaxcala contaron a Cortés la profecía de que un hombre vendría de la región donde nace el sol y dominaría la tierra[65]. Si así fuera, la profecía debía referirse no a Quetzalcóatl, sino a Huitzilopochtli, el dios de la guerra, que aparece citado tanto en los escritos de Cortés como en los de Bernal Díaz bajo el nombre de «Ochilobos». En una carta escrita por don Antonio de Mendoza, primer virrey de Nueva España, y dirigida a su hermano, se afirma específicamente que los aztecas dieron la bienvenida a Cortés pensando que era «Ochilobos» y no Quetzalcóatl[66]. Fernández de Oviedo, al comentar la carta, no da crédito ni a la historia de Ochilobos viniendo del noroeste, ni a la de Cortés que fuera confundido con él; pero esto no descarta la posibilidad de que Cortés utilizara alguna leyenda local, la cual embelleció posteriormente para poder aprovecharla con su habilidad acostumbrada.
Cualquiera que sea el origen exacto del mito del regreso del gobernante, todo el episodio de Montezuma, tal como le fue contado a Carlos V, da testimonio de la notable fertilidad inventiva de Cortés. Esta habilidad creadora, la capacidad de construir a gran escala partiendo a menudo de los fundamentos más endebles, quizá sea la más sobresaliente de las características de Cortés. Le ayudó a sobrellevar los delicados problemas derivados del desafío a Velázquez y a llevar a cabo la conquista de México, inspirándole, además, la forma de abordar los trabajos de reconstrucción cuando cayó el Imperio azteca.
Sus planes para esa Nueva España que sería establecida sobre las ruinas del viejo México estaban profundamente influidos por sus experiencias en las Antillas, donde había visto la destrucción de toda la población indígena[67]. Debía evitarse a toda costa una repetición de este hecho, por lo que escribió, como el gran constructor renacentista que era, que la conservación de los indios era «el cimiento sobre que se ha de edificar esta obra»[68]. Tras sus planes para la creación de una sociedad ordenada de españoles e indios se encuentra una concepción que había tomado de los frailes. En agosto de 1523 llegaron a México los tres primeros misioneros franciscanos (los tres de origen flamenco), para ser seguidos en 1524 por los famosos «doce apóstoles», capitaneados por fray Martín de Valencia. En las cartas de relación cuarta y quinta, fechadas en octubre de 1524 y septiembre de 1526, hay signos claros de la influencia en el pensamiento de Cortés de los franciscanos. Éstos, que en su mayoría parece que estaban menos influidos por Erasmo que por las tradiciones apocalípticas italianas y por el pensamiento de Savonarola[69], llegaron con el ardiente deseo de establecer una réplica de la Iglesia de los apóstoles en un México todavía sin corromper por los vicios europeos. Cortés, en la primera de sus cartas, llamaba la atención sobre la importancia de informar al Papa de sus descubrimientos, con objeto de que se tomaran las medidas necesarias para la conversión de los nativos[70]. Pero ahora, en su cuarta carta, acompaña sus demandas de asistencia en el trabajo de conversión con un ataque a la mundanidad de la Iglesia y a la pompa y avaricia de las dignidades eclesiásticas. Esta diatriba, tan típica de las protestas europeas de la época contra la riqueza y la corrupción de la Iglesia, está claramente inspirada por los frailes, para los que solicitó derechos exclusivos en la conversión de México. También fueron ellos quienes inspiraron la profecía de la quinta carta: en México «se levantará una nueva Iglesia, donde más que en todas las del mundo Dios Nuestro Señor será servido y honrado»[71].
Los franciscanos proporcionaron a Cortés una visión más amplia, no sólo de la nueva Iglesia y de la nueva sociedad que habría de construirse en México, sino también del propio papel que él desempeñaba en el orden providencial. En su primera carta, Cortés ya había tenido el cuidado de insistir en que Dios había dispuesto el descubrimiento de México con el propósito de que la reina Juana y Carlos V obtuvieran una gracia especial mediante la conversión de sus habitantes paganos[72]. De lo que se seguía que él mismo, como conquistador que era de México, disfrutaba de un lugar especial en el plan divino. La actitud de los franciscanos le reafirmaba en esta creencia, puesto que para ellos aparecía, inevitablemente, como el agente elegido por Dios en un momento vital del ordenamiento de la historia del mundo, cuando la súbita posibilidad de convertir a la fe a incontables millones de hombres casi ponía al alcance de la mano el durante tanto tiempo esperado milenio. Además, gracias a la concurrencia de los franciscanos podía presentarse como el «medio» por el que Dios se complacía en darse a conocer a los indios[73].
Puesto que la visión franciscana era una visión universalista, no tendría nada de extraño el que Cortés hubiera recibido de los franciscanos el estímulo para ir más allá de los confines de México, una vez se hubiera completado su conquista. En su malhadada expedición de Hibueras, en 1524-1526, estuvo acompañado por dos franciscanos flamencos, uno de los cuales era Juan de Tecto, distinguido teólogo y antiguo confesor de Carlos V[74]. Quizá fuera del conocimiento directo que poseía Tecto tanto de la teología imperial de los consejeros del Emperador como de las corrientes del pensamiento erasmista de su país natal de donde Cortés extrajo su nueva concepción de un Imperio mundial bajo el dominio de Carlos V, que se convertiría así en «Monarca del universo», un Imperio que él podría ayudar a fundar prosiguiendo desde México a través del Pacífico hacia el Oriente[75]. Era ésta una visión compleja, compuesta por los sueños del propio Cortés de la conquista de Catay, de sueños erasmistas e imperiales sobre un Imperio universal, y de sueños franciscanos sobre la conversión de la humanidad como preludio esencial del fin del mundo. Persiguió su realización año tras año, pero como una quimera constantemente se le escapaba, hasta que, alrededor de 1526, pareció que su suerte le había abandonado.
Sin duda las angustiosas experiencias que vivió en la expedición de Hibueras cambiaron para siempre a Cortés, haciéndole consciente de lo inescrutable de la Providencia y de la impotencia humana. La quinta carta de relación, la que describe la expedición, es muy diferente en espíritu de las que la preceden. La fraseología que Cortés utiliza en ella es la de un hombre que ha pasado a través de una profunda prueba religiosa, por la que ha podido sentir al mismo tiempo su propia indignidad y el poder infinito de Dios. Ha desaparecido la confianza que, siete años antes, le había hecho capaz de continuar en Cempoala a pesar del infortunio de los caballos. Ahora, cuando su barco se ve obligado a retroceder tres veces, lo identifica como una señal celestial y regresa a puerto abandonando sus planes[76]. También ha desaparecido la confianza anterior en el poder infinito del hombre. En un lenguaje muy distinto del de sus primeras cartas, escribe: «Ningún seso de hombre bastaba para el remedio, si Dios, que es verdadero remedio y socorro de los afligidos y necesitados, no le pusiera»[77].
Después de todo, no era tan fácil dominar a la Fortuna y, desde la época de la expedición de Hibueras, parecía evidente que la rueda había iniciado su inexorable giro hacia abajo. Acosado por los oficiales reales y perseguido por la ingratitud real, en 1526 escribía amargamente a su padre: «Tengo por mejor ser rico de fama que de bienes»[78]. Aunque su fama ya estaba asegurada, pronto encontró un grupo de personas dispuestas a cultivarla. A su vuelta a Madrid, en 1528, entabló amistad con el embajador polaco en la Corte imperial, Juan Dantisco, amigo de Copérnico y centro de un amplio círculo humanista que incluía a Erasmo y a Valdés. La amistad fue debidamente celebrada por Dantisco en un poema en latín escrito después de que Cortés regresara a México: «El gran Cortés está lejos, el hombre que descubrió todos esos inmensos reinos del Nuevo Mundo. Él gobierna desde más allá del ecuador hasta la estrella de Capricornio, y aunque tan lejos, no se olvida de mí»[79].
Este afectuoso interés de los humanistas por el conquistador de México fue cumplidamente correspondido por Cortés en los últimos años de su vida, ya retirado en Madrid. Su casa se convirtió en el centro de una «Academia», en la que regularmente se celebraban discusiones sobre asuntos de interés humanístico y religioso[80]. El círculo de intelectuales que buscaba la compañía de Cortés hizo mucho para perpetuar su fama y sus ideas. Allí estaba Sepúlveda, cuyo tratamiento de la cuestión de los indios es, seguramente, deudor de sus conversaciones con él[81]; también Gómara, su primer biógrafo, que lo transformó en héroe típico de la historiografía del Renacimiento[82], o Cervantes de Salazar, una figura menor pero importante del mundo literario español, quien en 1546 dedicó a Cortés un diálogo sobre la dignidad del hombre[83]. La dedicatoria, escrita en términos debidamente exagerados, presenta a Cortés exactamente como él hubiera deseado. Contiene la referencia obligada a su distinción tanto en las armas como en las letras y la inevitable comparación con Alejandro y César, e incluso intenta propagar una nueva leyenda sobre Cortés al asegurar que quemó sus naves en lugar de embarrancarlas después de desembarcar en Vera Cruz[84]. Además, incluye una comparación todavía más lisonjera que aquélla referida a los héroes de la Antigüedad, ya que asimila el papel de Cortés respecto a los paganos de México con el de San Pablo en la Iglesia primitiva.
En este punto los humanistas hacen causa común con el otro grupo de admiradores de Cortés, los frailes. Los franciscanos eran muy conscientes de que le debían mucho, y saldaron su deuda presentándole en sus historias de la conquista como el hombre elegido por Dios para preparar el camino de la evangelización de la humanidad. Pero la deuda de Cortés con los franciscanos —generosamente reconocida en su testamento— no era menor, ya que, en una época en la que la España humanista estaba tan sólo comenzando a embarcarse mediante una sutil transmutación en la enormemente más compleja España de la Contrarreforma, hicieron mucho por añadir una nueva dimensión religiosa a su mundo. Y ningún mundo fue tan rico en imaginación y tan infinitamente moldeable como el mundo mental de Hernán Cortés.