CAPÍTULO I

Presentación del método

Antes de entrar concretamente en el campo culinario conviene que comentemos la metodología a seguir en este libro. En primer lugar, aclaremos que no se trata de un libro de recetas al uso: puede aludirse a alguna de ellas en particular, pueden propocionarse en algún caso los ingredientes principales de ellas e incluso sus variante, etc., pero no contiene concreciones normativas para preparar específicamente ciertos platos. Tampoco se trata de un libro de historia de la cocina, pese a que a lo largo de su desarrollo se clarifique qué es propio del mundo prehispánico, qué del colonial y qué del republicano (sobre todo actual).

¿Qué es, entonces “La cocina peruana”, título que muy bien podría abarcar por sí solo el del conjunto subtitulado más arriba? Tal vez es un libro de filosofía de la cocina: a nosotros no nos cabe duda de ello. Pero esta filosofía es una filosofía aplicada, no un mero discurrir de razonamientos encadenados con algún criterio lógico estricto.

Precisando todavía un poco más, propondremos que el lenguaje humano no es sólo un mecanismo de comunicación. El lenguaje humano clarifica la mente mientras se escucha y se habla, se lee o se escribe: por eso mismo hemos querido disipar las propias nieblas del conocimiento y convence a las gentes, pero nosotros, en cambio, no hemos queridos ser muy enfáticos en estas dos funciones, expresiva y conativa del lenguaje: no está en nuestra intención hacer ningún tipo de manipulación como estamos viendo que se hacer en muchos libros sobre las culturas ancestrales peruanas. El lenguaje, por supuesto, informa, pero nuestra información será ya conocida en buena medida o en su totalidad por los lectores de este libro, de ahí que su referencialidad será muy probablemente nuestra propia referencialidad.

Diremos que hemos querido jugar, que aplicaremos la función lúdica del lenguaje a lo que escribimos y ello por una razón fundamental: la comida y el juego están muy próximos entre sí; se juega para luego consumir el producto de la apuesta o se come para luego desgastar energías en partidos familiares y partidas de cartas, entre copa y copa. Las grandes comidas comunitarias se hacen en tiempos de grandes fiestas (raymi y hatun raymi) y tienen un nombre por antonomasia pachamanca, esta misma palabra, además de la comida reina de un pueblo, viene a significar en quechua “comida campestre, jira”. Se come y se ríe, se ríe y se come. Y las grandes comidas que se suceden a lo largo de ocho días, cuando muere alguien (aya kacharpariy) pretenden, por esta vía, minimizar la pérdida, hacer frente al dolor, porque los duelos con pan son menos, o bien los duelos con pan menos serán, como dice el refrán en sus diferentes variantes, lo cual en quechua podría parafrasearse como ima llakipas chaskikunlla, mikhuna kaqtin. Digamos de paso que no se puede ser partícipe de las grandes comilonas, injustas como las del bíblico Epulón en el Evangelio o crueles como las de aquel Sardanápalo, el sátrapa asirio que comió tan bárbaramente como murió luego, haciéndose rodear de los suyos, como nos recuerda Delacroix en un célebre cuadro que se consumían en cada festín colonial (Olivas, 1998) o en los banquetes reales peninsulares, que suponían un dispendio incalculable, como recoge Martínez Llopis (1989), mientras la población yacía hambrienta a las puertas del palacio en busca de algunas migajas.

Para eso, es mejor quedarse con “Las bodas de Camacho” aquel ejemplo antológico de El Quijote, cuyo centenario celebramos este año:

“Hizo Sancho lo que su señor le mandaba, y poniendo la silla a Rocinante y la albarda al rucio, subieron los dos, y paso ante paso se fueron entrando por la enramada. Lo primero que se le ofrenció a la vista de Sancho fue, espetado en un asador de un olmo entero, un entero novillo; y en el fuego donde se había de asar ardía un mediano monte de leña, y seis ollas; porque eran seis medias tinajas, que cada una cabía un rastro de carne: así embebían y encerraban en sí carneros enteros, sin echarse de ver, como si fueran palominos; las liebres ya sin pellejo y las gallinas sin pluma que estaban colgadas por los árboles para sepultarlas en las ollas no tenían número; los pájaros y caza de diversos géneros eran infinitos, colgados de los árboles para que el aire los enfriase. Contó Sancho más de sesenta zaques de más de a dos arrobas cada uno, y a todos llenos, segúndespués pareció de generosos vinos; así había rimeros de pan blanquísimo como los suele haber de montones de trigo en las eras; los quesos, puestos como ladrillos enrejalados, formaban una muralla, y dos calderas de aceite mayores que las de un tinte servían de freír cosas de masa, que con dos valientes palas las sacaban fritas y las zambullían en otra caldera de preparada miel que allí junto estaba. Los cocineros y cocineras pasaban de cincuenta, todos limpios, todos diligentes y todos contentos. En el dilatado vientre del novillo estaban doce tiernos y pequeños lechones, que, cosidos por encima, servían de darle sabor y enternecerle. Las especias de diversas suertes no parecía haberlas comprado por libras, sino por arrobas, y todas estaban de manifiesto en un grande arca. Finalmente, el aparato de la boda era rústico; pero tan abundante, que podía sustentar a un ejército.” (Segunda parte, cap. XX).

El juego seguido en este libro de cocina es un juego léxico, no un juego instrascendente cualquiera ni la búsqueda de excesos de que están llenos los relatos de tipo dionisíaco. Las palabas de una lengua, sus expresiones más naturales, están llamadas a reflejar la filosofía subyacente a sus hablantes. Al hablar de cierto modo, al relacionar las palabras con algún criterio, al patrimonializar frases hechas y refranes, se va constituyendo una red de pensamiento que subyace a toda actividad humana, por muy creativa y novedosa que parezca. Y ahí es como mediante un método adecuado de análisis semántico se va profundizando en esa filosofía. Al comparar términos parecidos o alejar unos de otros los discordantes, al interesarse por las desviaciones connotativas de un término y sus metaforizaciones, al establecer relaciones meronímicas entre las cosas y construir cascadas de palabras jerarquizadas y redes demostrativas, etc.; al aplicar, en fin un método cognitivo, el método topológico-natural de carácter pragmático que propugnamos, se van desgranando rasgos que nos descubren los entresijos de las culturas. Y eso, que vale tanto para las fiestas como para las leyes, para las cosechas como para la caza o pesca, se aplica igualmente al mundo de la cocina. Y del mismo modo que el pensamiento mítico se descubre a través de los relatos recurrentes, así la filosofía de la cocina se revela haciendo un análisis de las formas léxicas que plasman las actividades culinarias emprendidas. No obstante, el método no es comparable.

Veamos, en primer lugar, como se constituye el mundo mítico. Existe un relato al respecto que podríamos parafrasear así:

Había una vez un cóndor (kuntur) que alardeaba desde lo alto del cielo, junto a las nubes, de su buena vista, de su rapirez en el vuelo y de la formaen que como una flecha se abalanzaba sobre las presas para, elevándolas luego con un poder majestuoso, consumirlas a destajo. Había también un zorro (atuq), que discurría lentamente, a ras de suelo, aproximándose al objeto de su alimento para ser en la mayoría de los casos fácilmente burlado, lo que le hacía quejarse sin parar al dios Sol (inti). Reconociendo la injusticia, un día el cóndor elevó a las alturas al zorro y lo llevó al banquete de los dioses para que viera su despilfarro y que la culpa de la pobreza no estaba en sus privilegios, ganados por la fuerza de sus garras y el poder volátil de sus alas, sino en el abuso divino. Allí llegó el zorro y sin salir de sus asombro se dio la gran comilona (rakrana), un atracón récord que lo dejó exhausto. Cuando se dio cuenta de su estado, el cóndor, avergonzado de su conducta porque lo había dejado al albur de sus propios medios, no supo qué hacer. Entonces, el zorro, con la improvisación que lo caracterizaba, tejió una soga (waskha) demasiado corta para bajar del cielo y no tuvo más remedio que llegar a la punta de ella y quedar suspendido en el vacío. Ya fuera por la fuerza con que bajaba, ya por el excesivo peso de su panza (wiksasapa) a raíz de la comilona se desprendió de las ataduras, cayó irremisiblemente y, llegando en picado al mundo sublunar del que procedía, se estrelló violentamente contra suelo, despanzurrándose (phatachikuy).

Aquí se interpreta por un lado el mundo de arriba y el mundo de debajo de la mitología andina, que no es ni más menos, en este caso, que el mundo de los ricos y los pobres. En nosotros puede estar la fuerza del rico cóndor y la debilidad del pobre zorro, porq somos compuestos de sombra y de luz, de opuestos siempre en dialéctica. Pero hay otra lección que sacar: cada uno tiene su rol y las religiones son el instrumento que los humanos se dan con el fin de que el estatuto de los roles no se modifique: los dioses, siempre todopoderosos e indiferentes, han sido creados a imagen y semejanza de aquellos que detentan los derechos y eluden los deberes. Puesto que no hay comida suficiente para todos en el mundo, unos deben procurarla y otros preferentemente consumirla, pero sólo serán castigados aquellos que pongan en peligro la distribución injusta de partida.

En este sentido, el método léxico es la contrapartida del mítico. En el diccionario, las palabras que generan las relaciones son las palabras patrimoniales, las del pobre, no las altaneras del arúspice (willaq umu), incomprensibles para la mayoría. Luego, tras la revisión de las palabras de unos y otros, que cada cual piense y obre en consecuencia y las utilice como mejor le convenga.

Introducción: la polisemia de las palabras

Cuando se quiere hacer un análisis léxico, es preciso conocer a fondo la metodología a seguir; si no, se corre el riesgo de malinterpretar la lengua. Como dijimos en otra parte (Calvo 2000), el desconocimiento de los procesos de patrimonialización del lenguaje, lleva a graves inexactitudes. Por ejemplo, todos los idiomas tienen palabras para conceptos como “preparar” (quechua allichay), pero no todos tienen necesariamente la misma palabra para significar “afinar un instrumento musical”, como sucede en quechua. ¿Qué conceptos generales abarca el verbo allichay? Habría que indicarlos uno a uno si se quiere profundizar en la semántica del término. Y si se desea ahondar en la psicología y filosofía del pueblo que habla quechua, habría que estructurar esos términos entre sí para poder conocerlos en sus límites. Pues bien, idéntico método requiere el estudio de la cocina. Veámoslo con este ejemplo inicial, que abarca también el acto de preparar los alimentos para comerlos el cual, como todos, hemos tomado de nuestro diccionario (Calvo, en prep.):

Allichay (verbo) <tr.>1:

Este verbo, cuya forma familiar actual sincopada es allchay, es derivado causativo de alli “bueno, bien” y tiene el significado general de “hacer que algo esté en mejor orden, o dure más, o sirva especialmente para los objetivos previstos”, como se ve en un primer bloque de acepciones:

1.

[+ord.]

arreglar, componer, ordenar; disponer, preparar

2.

[+cant.]

decorar; adornar, agraciar; asear; «cult.», ornar

3.

[± cant.]

acomodar; acondicionar; adecuar

4.

[int.]

adecentar, enriquecer; «coloq.», tratar {algo}

5.

[‡cant.]

apañar, sanear; aparejar, componer

6.

[+t.]

«fig.», conservar

Los matices los aporta el grado de preparación ([cant.]), si ésta afecta a la interioridad del objeto ([int.]) o a su duración ([t.]).

Por rasgos clasémicos, [mat.]/Material/arrastra a sucesivas interpretaciones en ese mismo marco:

7.

[int.]

enmendar; (t’iriy), remendar

8.

[ext.]

ataviar; alindar; alistar

En referencia a la alimentación tenemos:

9.

[alim.]

aliñar, condimentar, preparar; (misk’ichiy), aderezar, sazonar, «fam.», aviar {la comida}

10.

[part.]

marinar; «técn.», pasterizar, pasteurizar; merar

Si nos fijamos en lo sensorial, la música ([mús.]) ocupa también un lugar privilegiado:

11.

[mús.]

afinar; «cult.», modular

12.

[+cant.]

instrumentar

13.

[ext.]

afinar {un instrumento}

La frecuencia es la actividad de orden interno o externo recae sobre este mismo lexema, siendo especialmente significativa su aplicación a la restauración artística:

14.

[+fr.]

retocar; [-cant.] «fig.», consolidar {lo roto}

15.

[a.]

(allichapay; allichaykuy), restaurar

En allichay llega sin ningún género de dudas a la industria artesanal y a otras muchas actividades humanas más complejas: mecánica, marinería, arquitectura, etc.:

16.

[ind.]

(sillata allichay), recomponer, remontar {la silla}; echar {suelas al zapato}

17.

[mar.]

(uran allichay), carenar

18.

[mec.]

«técn.», imprimar

19.

[arq.]

reformar {la casa}

Por extensión polisémica, allichay se aplica a cualquier actividad no material, psicológica, abstracta o muy abstracta, como se puede apreciar en los cuatro bloques siguientes:

20.

[-mat.]

componer, resolver, solucionar {un problema}; «coloq.», reparar {un yerro}; remediar {una situación}; «fig.», endulzar {un asunto}

21.

[R.]

«fam.», responder {a una duda}; «cult.», satisfacer {una duda}

22.

[+cant.]

reforzar {una relación}

23.

[soc.]

normalizar

24.

[adm.]

racionalizar {el trabajo}

25.

[psíq.]

«fig.», curar {del sufrimiento}

26.

[abstr.]

componer, moderar, templar

27.

[± abstr.]

(allichapay), corregir, justificar, rectificar; (kamachikuy), regularizar

28.

[± abstr.]

dirimir {un asunto}

29.

[+cant.]

«fig.» (allicharquy), zanjar

30.

[=]

compaginar

31.

[neg.]

amañar

En la entrada léxica observamos toda una serie de rasgos que no se actualizan cada vez en el discurso, sino cuando conviene por el contexto hablado o escrito o bien por la situación de los interlocutores. No obstante, la referencia a cualquiera de las treinta y una acepciones de más arriba implica un fondo en el que se tienen en cuenta todas las demás, aunque no emerjan necesariamente. Si hablamos de allichay, en relación con la alimentación, no podremos excluir el rasgo de frecuencia que implica “retocar”, ni el de orden de “ordenar”, ni el de tiempo de “conservar”, ni el de cuantificación de fin de la acción de “zanjar”… Tampoco podremos olvidar el campo del arte en “restaurar”, por ejemplo: también en castellano la palabra restaurar remite tanto a un mueble o a un cuadro como a la acción de preparar alimentos con arte.

Obsérvese finalmente, en este campo de la cocina, que una palabra general como es allichay “aliñar” no está reñida con las relaciones particulares de ciertos modos de aliñar: marinar, pasteurizar o merar (este último con el rasgo [alc.]), que no son sino formas de condimento destinadas a dar vida temporal a los alimentos para que se puedan consumir posteriormente. Ello implica que la ramificación semántica de cada lengua involucrada se hace en la realidad de modo totalmente autónomo.

La sinonimia de las palabras

Para profundizar en el método semántico-léxico es necesario recurrir no sólo a la polisemia de los términos sino también a la sinonimia. Veamos enseguida de qué diferentes modos se dice “preparar” en quechua y cómo los diferentes lexemas empleados permiten que el hablante elija aquel que más convenga en cada ocasión de habla:

Preparar (verbo):

1.

[fut.]

(disponer, prevenir), allichay

2.

[±mat.]

(hacer {con alguna finalidad}), ruway; (hacer {para alguien}), ruwapuy; [adm.]} {un presupuesto} (presupuestar), ruway (organizar), kamariy (kamarikuy)

3.

 

(Organizar), kamariy (kamarikuy)

4.

 

«fam.» (dejar {listo}), alistay

5.

 

{en vertical} (apilar), pataray

6.

 

{el equipaje}, q’ipichakuy

7.

[agr.]

{la tierra}. Chakray.

8.

[alim.]

{la comida} (condimentar), allichay (allinchay) {un guiso} (guisar), misk’ipay
{un dulce}, chankay
{jora para su germinación}, quchay

9.

[med.]

{el instrumental} (colocar), churay

10.

 

{alguna droga}, tinkuchiy

11.

[ens.]

{para saber} (estudiar), yachay; {a alguien} (enseñar), yachachiy; «±apel.» (apercibir), allin yachachikuy.

Existen, en efecto, muchas maneras de decir “preparar” en quechua. Algunas son específicas como las empleadas en agricultura, medicina o en educación; otras son generales como allichay “disponer, preparar” o más generales todavía como ruway (“hacer”). Otras son mixtas como las empleadas en cocina, ya que nos podemos servir tanto de la palabra general allichay como de las particulares misk’ipay o chankay. Nos referiremos a ellas después, pero para lo que nos ocupa conviene destacar dos detalles de importancia:

a.La forma allichay se puede reforzar con la -n- espentética (allinchay) para indicar un grado de actividad más volitivo, una acción reforzada que requiere de mayor atención o mayor dedicación. Si bien el término reforzado no es exclusivo de la cocina, se aplica a ella por el esmero que requiere la correcta alimentación humana o por el arte que supone siempre una mayor perfección culinaria. La entrada no deja lugar a dudas:

Allinchay
(verbo):

1.Hacer {bien}; [afect.], mejorar, recomponer, reparar; «fam.», limpiar {de defectos}; [+cant.], adornar, ornar, ornamentar; atavia, engalanar; [+vert.], relevar; [±cant.], acomodar, aplicar; esmerar; {-mat.], regular; «fam.», apañar {un asunto}; [soc.] (sanp’ayachiy), pacificar.

(sust.):

2.Mejora, mejoría; perfección; [soc.]; regulación; {+cant.], adorno, ornato; [±cant.], acomodo, arreglo; [+abstr.], maestría, perfección.

Sin necesidad de hacer un análisis interno pormenorizado, se verá que las palabras del castellano que se corresponden con allinchay son más ponderativas. No sólo se arregla, se “mejora”; no sólo se adorna, se “ornamenta”; no sólo se “hace”, sino que uno se “esmera en hacer”. Como sustantivo, allinchay llega a significar no sólo aliño o arreglo, sino “mejoría” y, al límite mismo, “maestría”, perfección”. Ahí es donde queríamos llegar.

b.Por otra parte, la distinta sinonimia nos pone allichay y allinchay no sólo junto a misk’ipay (< misk’i “dulce”) y, específicamente, junto a chankay, sino también junto a quchay, lo que indica la importancia que se le da a la preparación de la chicha (aqha; antiguamente, aswa), en el orden alimentario y el cuidado que requiere la germinación del maíz (qura) para lograrla.

Del mismo modo que observamos las virtudes podemos examinar también las carencias encontradas. Así, si recurrimos al concepto de “limpieza”, podremos observar algo que nos llama la atención y que tenemos que estudiar a fondo. Limitándonos al campo que estudiamos, tenemos en quechua:

Pichay
(verbo):

1.

[fís.]

barrer, limpiar {con escoba}; «cult.», mondar

2.

 

abalear

3.

 

(kiru pichay), limpiar {los dientes}

4.

 

borrar, sacar {lustre}

5.

 

(qhaquy), raer; desgastar, rozar

6.

 

desatascar; «fig.», escamondar

7.

 

desmaquillar

8.

 

limpiar; despejar, quitar {trastos}

9.

 

expurgar

10.

 

mondar {el cauce}

11.

 

desbrozar {con la raíz}

12.

 

descombrar

13.

 

limpiar {lavando}

14.

 

purgarse

15.

 

«fig.» (pichakamuy) (qhisnkikuy), sonarse {la nariz}

16.

[±mat.]

limpiar {de defectos]

17.

 

limpiar {de dinero}

18.

[±abstr.]

anular, obliterar

19.

 

purificar

20.

 

lustrar

(sust.):

1.

[fís.]

escobada

2.

 

aseo, higiene, limpieza; «cult.», monda

3.

 

purga, purgación

4.

[±abstr.]

limpia

5.

[abstr]

limpiadura

6.

 

expurgación, expurgo

Son varios los lexemas quechuas con los que se expresa el concepto de “limpiar” y no podemos ser exhaustivos en un tipo de acción cuya variedad no conoce límites. Por ejemplo, “limpiar de escamas” es no sólo t’iqway (por el movimiento que se hacer), sino también qaranpay (“arrancar la piel”) o, sin profundizar tanto en la superficie, thupay (“raer”). Y así sucesivamente. De hecho, solamente un hablante nativo que conozca su lengua a fondo o alguien con un diccionario pragmático en las manos (como aquí el de Calvo, en prep.) podría llegar a la esencia léxica de un concepto en una lengua dada.

El culmen del concepto antedicho se presenta en alguna de sus acepciones. En este sentido, solamente llunp’aqchay y hanpiykuy podrían ser aprovechables para la idea que nos interesa: existe la posibilidad de sacar brillo a los objetos y hasta de producir la desinfección interna de ellos en un proceso natural o artificial.

Pero la variedad de conceptos anteriores no garantiza en sí misma que los pueblos que hablan quechua sean o no limpios en su higiene o en otras facetas de la vida. Sólo la equivalencia de pichay con “higiene” parece recordarnos esa relación (acepción 2 del sustantivo pichay) en el correspondiente intracampo. Hay que seguir analizando el concepto y entonces se descubre que de tres acepciones de “limpiarse”:

Limpiarse (verbo):

1.(aclararse), ch’uyakuy

2.{el cielo de nubes} (despejarse), picharikuy

3.{la dentadura} (cepillarse), k’atkiy

La tercera de ellas, la limpieza de la dentadura como k’atkiy nos lleva a un concepto que no implica limpieza stricto sensu, sino más bien forma forzada –si no brutal– de producir un efecto. Para ello hay que conocer k’atkiy:

K’atkiy (verbo):

1.limpiarse {la dentadura}

2.hurgarse {una herida}

K’atkina (sust.)

1.punción {en redondo}

2.mondadientes

K’atki (k’atku)

1.ranura {en la pared}, rendija

2.resquicio

Si k’atki es la ranura o hueco entre los dientes, k’atkiy equivale a “hacerse ranura en los dientes”, con lo que la limpieza es un acto muy poco cuidadoso, parece incluso que algo brutal: una limpieza tan expeditiva como contraproducente, mucho más agresiva que la seda dental y otros inventos de los estomatólogos.

La derivación de las palabras

Del mismo modo, la derivación, es decir, la capacidad de formar nuevas palabras con base en las más simples, nos ofrece ramificaciones semánticas importantes, que nos ayudan a precisar el alcance de los términos de base. Lo veremos de allichakuy, como continuación de las explicaciones dadas sobre allichay:

Allichakuy (verbo) <intr..>:

1.

[hum.]

arreglarse, ataviarse, componerse, ponerse {guapo}; engalanarse

2.

[±cant.]

acicalarse, adornarse; hermosear; asearse; «fam.», aviarse, quillotrarse

3.

[±cant.]

«fig.», afeitarse

Al igual que los humanos, los alimentos también pueden presentarse acicalados. En ocasiones el alimento es bello en el árbol o presenta una estampa elogiable, pero por lo general es el ser humano quien los embellece para la mesa, en tanto que por sí mismos, separados de su ámbito no pueden perfeccionarse, es decir presentarse de una manera galana. Al igual que nos ataviamos para un acto solemne o nos hermoseamos para una boda, así la materia básica se elige de modo adecuado, se corta de una manera especial o se ubica en el sitio central o preferente del plato de servicio cuando conviene. Por otra parte, es ser humano, ya vestido con sus mejores atuendos, se acicala con lazos (khipusqa), se pone alfileres en el pecho (tupu) y broches en la solapa (t’ipa) o se cuelga collares (walqana); así también el alimento ya conformado en el recipiente, recibe adornos verdes de hierbas aromáticas o encajes de natal, soporta encentados de azúcar caramelizada o luquetes de limón alrededor del vaso que lo soporta.

De esta manera, de un modo real o alegórico, la extensión de los significados viene a responder a una extensión de la actividad humana en cualquier campo y, por supuesto, también en el de la cocina.

Por otra parte, el significado esporádico de una palabra, la entrada efímera de un diccionario, puede no decir mucho en total, sino reflejar el concepto, como una actividad de paso. Solamente la derivación rica y orienta en una dirección hace interesante el concepto en cuanto se le hace convertirse en un significado interior de lenguaje. Es decir, que hay que saber encontrar la derivación compacta para poder decidir que un concepto está bien desarrollado. Pongamos para adentrarnos mucho más en el mundo de los fogones, la idea de “sazonar”. Este concepto está repartido en quechua entre tres lexemas básicos:

Sazonar:

1.(dar {el punto que debe tener}), chaninchay

2.(dar {sabor a la comida}), misk’ichiy

3.(preparar), allichay

Si nos centramos como ejemplo en el primero, chaninchay, derivado de chanichanin2, veremos que, a su vez, está arropado por derivaciones diversas, que extractamos:

Chaninchakuy (verbo):

1.autovalerse

2.autovalorarse

3.acreditarse

4.dosificarse, graduarse

5.avalorarse, revalorizarse

Chaninchapuy

1.(quykapuy), resarcir {por acuerdo previo}

Chaninkachay

1.poner los puntos sobre las íes

Chaninyachiy

1.imponer {respeto}

2.moralizar

(fr. Verbal):

1.dejar en su sitio

Ninguna de ellas alude a la cocina, pero en cambio nos orientan sobre el significado que cabe asignar a chaninchay3, una de cuyas acepciones es la que hemos ofrecido: “dar {el punto}, sazonar”. Véase que se habla en la acepción 4) de “dosificar”.

Y en enésimo lugar, hay que buscar sinónimos homogéneos para poder decidir de manera recta la diversificación conceptual que implica una verdadera profundización en la lectura e interpretación léxica.

Como este libro no consiste en un tratamiento sistemático de semántica sino que se introduce más bien en una semántica aplicada a un campo de acción, no vamos a desarrollar más a fondo esta metodología. Sólo conforme vayamos explorando los términos culinarios en quechua, ya como palabras patrimoniales, ya como préstamos, iremos precisando los conceptos operativos que hagan falta. La pregunta es: ¿Sabe y sabía el pueblo peruano cocinar? ¿Era buena la cocina andina? A ellos vamos a contestar desde ahora con palabras: no con nuestras palabras propias, sino con las palabras patrimoniales de la lengua, las cuales únicamente vamos a caracterizar de la manera más rigurosa posible.

1 Algunas de las abreviaturas del diccionario citado, traídas a los ejemplos aparecen en el apéndice 7. Se observará también la utilización del signo ¶ para los préstamos del quechua al español.

2 Según Calvo , en prep.: “válido; cabal, exacto; justo, neto; preciso; correcto; efectivo; armónico; alícuota, proporcional; oficial”, junto a las valoraciones psicológicas como “controlado, entero {en las emociones}; decidido, firme, resoluto; cuerdo, sensato, razonable; franco; tratable; formal, serio; fiel, leal; «coloq.», noble, responsable; condescendiente, deferente; mesurado, moderado; parco, templado; recto, riguroso, severo; disciplinar; minucioso, riguroso…”, en distintos contextos.

3 Según Calvo, en prep.: “cuantificar, precisar; apreciar, aumentar {el valor}, preciar; cuadrar {las cuentas}; justipreciar, tasar; aplicar, ponderar; sopesar; aquilatar, cifrar; valorar, valorizar, valuar; «fig.», vender {en su precio}; ajustar, capitular, concertar, pactar; calcular, estimar; evaluar; concertar {el precio}…” en distintos contextos.