La historia de la vida en la Tierra suma unos 4.000 millones de años aproximadamente. A nivel formal, y con el fin de facilitar su estudio, este amplio espacio de tiempo es compartimentado con el concepto de era, coincidiendo, de este modo, con las diferentes fases biogeológicas en las que se divide el proceso evolutivo y de especiación en nuestro planeta. En general, cada era está definida por la aparición y desaparición de un grupo animal dominante, o que fue elegido por los investigadores como característico de ese periodo en cuestión a modo de guía: son los denominados «fósiles directores». De esa manera contamos con varias eras, con subdivisiones internas, que en un sentido muy reduccionista y en función de los vertebrados serían: primaria (peces y anfibios), secundaria (primeros mamíferos, aves y grandes reptiles), terciaria (profusión de los mamíferos y primates) y cuaternaria, donde hace su aparición el hombre y que por fortuna para nosotros aún no ha concluido.
En este orden de cosas, el Cuaternario se encuentra acotado por el surgimiento del género Homo o lo que es lo mismo: un primate bípedo con capacidad de fabricar útiles. No obstante, en la actualidad es factible rastrear el nacimiento de ese ser en los momentos finales de la era terciaria y más concretamente durante el plioceno. En efecto, con respecto al hombre, podemos confirmar que abarca hasta hoy un abanico temporal que ronda, nada más, los 2 millones de años con inicio en el Plioceno y desarrollo en el Cuaternario, situando el principio de éste más o menos hace 1.800.000 años (en la actualidad el límite plioceno-pleistoceno se tiende a bajar hasta los 2,6 millones de años, inicio de la inversión paleomagnética Matuyama e instalación de los casquetes polares que repercutieron en el clima global del planeta).
Por otra parte, el estudio del devenir humano sobre la Tierra corresponde básicamente a la historia, la cual por los mismos motivos que aducíamos antes, o sea, por comodidad para el análisis de ese espacio cronológico, se vale también de las subdivisiones en edades o etapas ficticias: Historia del Mundo Actual (si queremos ser más precisos), Historia Contemporánea, Historia Moderna, Historia Medieval, Historia Antigua y Prehistoria. Esta última es la que nos corresponde estudiar en el presente libro y la entendemos como el periodo en el que no existen (o si se prefiere, no se han encontrado) textos escritos. Pero el vocablo empleado para designarla (prehistoria) puede llevar a confusión, ya que etimológicamente hablando hace alusión a los tiempos anteriores a la aparición del hombre, por ejemplo, a la era de los dinosaurios, lo que no deja de ser totalmente erróneo.
En este sentido, nos gustaría dedicar unas líneas a aclarar qué significa la etapa prehistórica. Desde una óptica cuantitativa, la Prehistoria comprende prácticamente todo lo que denominamos Historia; si esta afirmación resulta un poco sorprendente, pensemos en lo siguiente: teniendo en cuenta que los primeros textos, redondeando, se fechan hace 5.000 años (escritura cuneiforme sumeria c. 3.200 a. C. y jeroglífica egipcia c. 3.050 a. C.), nos restarán 1.995.000 años de historia sin escritura. Así, si sobre una cuerda señalamos un centímetro para contabilizar mil años (1 cm = 1.000 años), obtendremos que desde el nacimiento de Jesús (la referencia que la mayoría de los occidentales escogen para computar el calendario) hasta el presente tan sólo ocupará 2 cm, el resto de los 20 metros totales pueden considerarse prehistoria. Este ejercicio nos muestra ni más ni menos que nuestra concepción del tiempo histórico es bastante relativa y normalmente sesgada, agravado por el hecho de que el 98 % de la enseñanza impartida tanto en colegios, institutos e incluso en la universidad están dedicados a esos 2 cm, dejando al margen el grueso de la historia de la humanidad.
Después de todo lo dicho, el lector comprenderá que esos ± 2 millones de años deben ser fraccionados en episodios de menor entidad numérica. El Cuaternario (fig. 1) queda entonces segmentado en dos etapas en virtud del desarrollo de diversos acontecimientos climáticos, en otras palabras, se utilizan eventos geológicos más o menos generalizados en el planeta para establecer las periodizaciones. El par de etapas geoclimáticas responden a los términos de Pleistoceno y Holoceno.
El Holoceno sería la última fase de la era cuaternaria, en la que vivimos en nuestros días. Está caracterizado por un clima atemperado, con distintos grados según el gradiente latitudinal, y cuya vigencia apenas incluye los 10.000 años desde el presente (en adelante 1.000 años = 1 ka Before Present —BP—, entendiendo como el presente a 1950), que cuantitativamente resulta una cantidad mínima en relación a los 2 millones que hemos comentado de historia, o, para ser más exactos, esos 1.990.000 años sobrantes de era cuaternaria o Pleistoceno.
Ante esta problemática, habrá que seccionar al Pleistoceno en las máximas etapas posibles para que actúen de demarcadores cronológicos, a fin de examinar la dinámica cultural del hombre en este espacio temporal tan amplio. Para delimitar los episodios pleistocenos se buscan evidencias globales detectadas a través de vestigios biogeológicos. Los fenómenos que tradicionalmente han sido empleados para esos propósitos fueron los factores climáticos, como arriba hemos dejado apuntado, en cuanto que durante el Pleistoceno acontecen una serie de enfriamientos periódicos que incidieron en general en todas las zonas de la Tierra: las glaciaciones.
Las subdivisiones clásicas que nos afectan a los europeos occidentales provienen de los estudios geológicos llevados a cabo por Penck y Keilhack en 1880, quienes analizaron los sedimentos morrénicos localizados en las zonas medias-altas de los Alpes. Estos investigadores dedujeron cuatro grandes procesos glaciares, a los cuales les otorgaron sustantivos de los afluentes del Danubio; a tenor de esto, de mayor antigüedad a más reciente, obtenemos las siguientes glaciaciones cuaternarias: Günz, Mindel, Riss y Würm, y otra más, Donau, al final del terciario. A su vez, entre las glaciaciones mencionadas se identificaron tres etapas de menor rigor climático llamadas interglaciares, que se conocen con los nominativos de los glaciares entre los que se encuentran, o sea: Günz-Mindel, Mindel-Riss y Riss-Würm; en la actualidad, y siguiendo estas ondulaciones crono-paleoambientales, podremos intuir que el Holoceno es un interglacial (o interestadial, cfr. infra).

FIG. 1. Cuadro general del Cuaternario.
A raíz de estos hitos se subdividió el Pleistoceno en una ordenación tripartita, acorde con las seriaciones académicas del momento: Inferior (alberga la glaciación Günz), Medio (con el interglaciar Günz-Mindel y las glaciaciones Mindel y Riss) y Superior (correspondería al interglaciar Riss-Würm y la glaciación Würm). Por otro lado, los depósitos sedimentarios ponían de manifiesto, a través de los avances y retrocesos de glaciares y los depósitos de morrenas terminales, que dentro de algunas glaciaciones habían episodios de mayor vigor del frío y otros menos álgidos, calificándose entonces como estadiales e interestadiales respectivamente. De este modo, la buena conservación del registro geológico más cercano en el tiempo ha permitido despejar en la glaciación Riss tres estadiales o momentos fríos (I, II y III) y dos interestadiales o fases atemperadas (Riss I-II y Riss II-III); lo mismo sucede con la glaciación Würm, pero en esta ocasión con cuatro momentos fríos (Würm I, II, III y IV) y los interestadiales Würm I-II, Würm II-III (también llamado Hengelo) y Würm IIIIV (sustantivado como Laugerie). Sin embargo, el mal estado o peor definición de los niveles más antiguos no han ofrecido la oportunidad de hacer lo propio con las primeras glaciaciones.
Pero las fechas y los periodos no estaban nítidos y era necesario hallar otros jalones que perfilaran los descritos. A la ayuda de este problema vino la técnica paleomagnética, que parte de los principios de derivación constante de la polaridad y campo magnético terrestre. Así, existen dos grandes eventos claros separados por diferencias de polaridad cuyo punto de inflexión cronológica coincide con la fecha en torno al 780 ka (estadio isotópico 19, cfr. infra). La zona temporal de polaridad negativa entre esos 780 ka hasta el inicio del Cuaternario (1,8 millones de años) recibe el nombre de Matuyama y el tramo de polaridad positiva, desde los 780 ka hasta hoy, se denomina Bruhnes. Entonces, el Pleistoceno Inferior abarca todo el episodio negativo y el Pleistoceno Medio-Superior el positivo. No obstante, en esas dos grandes magnetozonas han ocurrido cambios de polaridades inversas que apoyan aún más los cortes y marcas temporales.
Al hilo de esa cuestión, o de la necesidad de precisar cada vez más la temporalidad, intervinieron los métodos de datación radiométrica (carbono 14, series de uranio, potasio-argón…) y los análisis polínicos (estudio secuenciado de los pólenes de las plantas), los paleontológicos (estudio de los restos esqueléticos animales), etc., que posibilitaron, en medida de sus distintos rangos de efectividad, ofrecer fechas y/o eventos para los diferentes fenómenos paleoclimáticos en series estratigráficas bien conservadas (como las preservadas en los complejos cársticos), conformando el cuadro general que ahora utilizamos. Un ejemplo de esas apreciaciones es la aplicación del C14 en combinación con la palinología (además de la sedimentología y la paleontología de roedores), que propició, entre otros, la subdivisión del estadial Würm IV en tres pulsaciones más frías (Dryas I, II y III) y dos intervalos atemperados (Bölling y Alleröd).
Pero todo ello no es suficiente puesto que los registros geológicos productos del glaciarismo son demasiado desiguales desde una perspectiva tanto cualitativa como cuantitativa. Por esa razón es imprescindible indagar en otros procesos que permitan encasillar de forma diáfana y fiable las anheladas particiones internas del Pleistoceno, más que nada de las etapas antiguas. En este sentido, podemos decir que hoy en día la investigación cuaternarista maneja de manera efectiva las tablas proporcionadas por los depósitos marinos, en relación a las escalas de los estadios isotópicos del oxígeno (O16/O18).
De forma sucinta, los fundamentos de este método podrían explicarse del siguiente modo. La base de la cadena trófica marina parte del plancton y fitoplancton. En el plancton se encuentran unos seres micromacroscópicos entre los que están distintas especies de moluscos (foraminíferos) muy especializados y adaptados a las condiciones medioambientales dominantes. Cuando sobreviene un mínimo desajuste climático (enfriamiento o calentamiento de la superficie del agua a causa de las perturbaciones atmosféricas), esas especies animales, sometidas a la dinámica común en cualquier grupo faunístico, tienen que emigrar a otros ambientes más favorables o mueren; el hábitat que dejan es poblado por otra especie mejor adaptada a las nuevas condiciones. Los restos de los foraminíferos muertos descienden por gravedad al lecho marino, dando lugar a una serie estratigráfica de diferentes especies a lo largo de una columna sedimentaria continua y precisa por la sucesión reiterada de este fenómeno en el tiempo; además, los niveles inferiores de esa estratigrafía tendrán una excelente preservación al estar libres de la erosión, frente a los depósitos expuestos a los agentes continentales. Al mismo tiempo, es posible calcular las variaciones climáticas en función del volumen de hielo y de agua del mar a través de las proporciones de isótopos de oxígeno que conservan las conchas (carbonato cálcico) de los foraminíferos, a saber: estos moluscos durante su periodo de vida absorben continuamente los isótopos de oxígeno que permanecen en el agua, ahora bien, cuando sucede un cambio acentuado del clima, el O16 se evapora, mientras que el agua se enriquece de O18, de manera que los foraminíferos aspirarán más cantidad de O18 que de O16, constatándose así la diferencia entre unos y otros según la etapa geoclimática en que nos encontremos. A esto debemos añadir que los restos biológicos analizados son susceptibles de ser fechados por las técnicas radiométricas, al igual que pueden ser empleados para inferir la temperatura de las aguas y, por ende, de los continentes tras conocer los parámetros ecológicos en donde se desenvuelven las distintas especies.
Con todo, hoy por hoy, por medio de varios sondeos estratigráficos marinos efectuados en distintos puntos del planeta y recorriendo casi todos los ambientes latitudinales, estamos en condiciones de dibujar un marco cronológico general aplicable prácticamente a todo el pleistoceno (los llamados estadios isotópicos), a pesar de la falta de resolución para las partes más recientes. No obstante, esa falta de información está paliada en gran medida por la conjunción de otras disciplinas enfocadas a los rellenos cársticos (palinología, sedimentología, etc.).
Tenemos documentados cerca de un centenar de estadios durante el Pleistoceno, que son nominados numéricamente. Como convención, se entiende que un episodio impar se corresponde con un ambiente atemperado y, por contra, los pares con pulsaciones frías o menos cálidas. El Pleistoceno Inferior transcurre hasta el estadio isotópico número 20. Por otro lado, el Pleistoceno Medio iría desde el 19 al 6; la antigua glaciación Mindel integraría los estadios isotópicos del 18 al 12, ya que el 19 se refiere al interglaciar Günz-Mindel y el 11 al Mindel-Riss; en conjunto, la primera parte del Pleistoceno Medio posee una duración desde el 780 ka al 370 ka. La segunda mitad del Pleistoceno Medio corre paralela al complejo rissiense, o lo que es igual, desde el 370 ka al 128 ka, o del estadio isotópico 10 al 6; ahora parece haber una concomitancia grosso modo entre las fluctuaciones estadiales-interestadiales y los propios estadios isotópicos; es decir, el Riss I se compara con el estadio 10, el Riss I-II con el 9, el Riss II con el 8, el Riss II-III con el 7, y el Riss III con el 6. También detectamos dos inversiones negativas en la curva paleomagnética dentro de la zona de polaridad positiva Brunhes, o sea, alrededor del 300 ka el subcrón Levantin y sobre el 200 ka el denominado Jamaica.
Por último, el Pleistoceno Superior arranca con el tradicional interglacial Riss-Würm (uno de los momentos más cálidos de toda la serie cuaternaria, incluso más que en la actualidad) presentando dos grandes etapas: la antigua y la reciente, que comprenderían los restantes estadios, desde el 5 al 1, discurriendo entre el 128 ka hasta el 10 ka. El estadio 5 obtiene asimismo cinco partes (5a-e), siendo las 5e, c y a, cálidas, y las 5 d y b, más frescas.
El Pleistoceno Superior antiguo consta, como dijimos, del interglacial Riss-Würm (estadio 5e) hasta el estadio 3, equiparados en líneas generales con el estadial Würm I (estadios 5d-a y 4) entre los 115 al 65 ka, el interestadial Würm I-II (o subestadio 3c) desarrollado entre el 65-60 ka, y el estadial Würm II (o subestadio 3b) desde el 60 al 40/35 ka.
Para concluir, el Pleistoceno Superior reciente (entre el 40/35-10 ka) proyecta los estadiales clásicos de Würm III y IV, este último nombrado además como Tardiglaciar, donde comienza a desfigurarse la curva isotópica como consecuencia de los fenómenos erosivos que desmantelan el techo de las secuencias, pero afortunadamente son las fases mejor atestiguadas en los depósitos detríticos cársticos y gracias a la intervención de diferentes disciplinas científicas complementan de manera satisfactoria las seriaciones paleoclimáticas y cronológicas que demandamos. En primer lugar, el interestadial Würm II-III, o Hengelo (subestadio 3a), estaría delimitado por las fechas de 40-35 ka; después, el Würm III (estadio isotópico 2) desde los 35 a los 20 ka, con tres periodos atemperados en torno a los 31-30 ka (Arcy), entre los 29-27 (Kesselt) y entre los 24-23 ka (Tursac).
El tránsito del Würm III al IV viene establecido por el interestadial Laugerie, que posee unas dataciones que lo enmarcan entre el 20-19 ka. A continuación aparece el Tardiglaciar o Würm IV, en el que, como ya dejamos apuntado, se distinguen tres pulsaciones frías llamadas Dryas, separadas por fases menos gélidas (Bölling y Alleröd); no obstante, aún es posible afinar más en el inicio del Würm IV, subdividiendo el Dryas I en tres niveles (Dryas Ia-b-c), entre los que se sitúan los estadios Lascaux y Pre-Bölling. Las dataciones precisan muy bien las fechas de duración de todos estos hitos paleoambientales:
— Dryas Ia, entre el 19 y los 17,5 ka.
— Lascaux, entre 17,5 y 16,5 ka.
— Dryas Ib, entre 16,5 y 14,5 ka.
— Pre-Bölling, entre 14,5 y 14 ka.
— Dryas Ic, entre 14-13 ka.
— Bölling, entre el 13 y 12,1 ka.
— Dryas II, sólo entre el 12,1 y el 11,8 ka.
— Alleröd, entre 11,8 y 10,7 ka.
— Dryas III, desde el 10,7 al 10,1 ka.
Por supuesto, debemos de puntualizar que todo esto hay que considerarlo como un marco global, salvando los procesos particulares a nivel regional, que provocan mayor o menor incidencia de los diversos factores climáticos en función de las posiciones latitudinales e influencias de la continentalidad o litoralidad.
Por lo que se refiere a la segunda etapa del Cuaternario, el Holoceno, prosiguen las subdivisiones habituales si bien con matizaciones en continuo aumento. Estaría definida por variaciones en los valores de humedad-aridez y manifestaría sucesivamente el Preboreal (10.750/10.100-8.750 BP) —retirada de los hielos—, Boreal (hasta el 7.450 BP) —elevación de la temperatura—, Atlántico (al 4.450 BP) —óptimo climático—, Subboreal (termina en el 2.650 BP) —menor humedad y algo más de frío— y Subatlántico —clima actual—, en el que nos encontramos, aunque entre 1560 y 1860 de nuestra Era (después de Jesús) se sufrió un leve enfriamiento conocido como la «pequeña edad del hielo».
Al mismo tiempo, en los últimos años, se están desarrollando otros tipos de estudios que tienden a puntualizar todavía más las compartimentaciones cronológicas según los cambios ambientales, sobre todo del Pleistoceno Superior reciente. Cabe destacar en esa línea los análisis de isótopos estables y las dataciones dentro de la serie del uranio de los espeleotemas. En efecto, las cavidades cársticas son asimiladas a «trampas» del CO2 atmosférico a lo largo de los episodios vadosos, cuando el nivel freático ha descendido a zonas inferiores del macizo y comienza la formación de los relieves carbonatados o relleno litoquímico (espeleotemas: estalactitas, estalagmitas, etcétera); la infiltración cárstica recoge el anhídrido carbónico de la superficie, dependiendo del grado de pluviosidad/temperatura y lo deposita en las cuevas como distintas modalidades de concreciones de calcitas (cfr. infra), de modo que en una estalagmita tenemos registrada en todas sus capas de crecimiento las condiciones climáticas del exterior; si datamos conjuntamente la base y el ápice de la concreción, podremos reconstruir incluso a nivel anual los parámetros medioambientales reinantes en ese sitio.
En el cuadro cronológico antes expuesto encuadramos las diferentes etapas históricas ágrafas, dicho de otra manera: el tiempo durante el cual las sociedades humanas no necesitaban la escritura o bien el sistema de comunicación gráfico no estaba generalizado (Prehistoria). Por otra parte, no debemos olvidar que los cambios medioambientales acontecidos en el pleistoceno conllevan consecuencias en el ecosistema y, lógicamente, repercusiones de índole, al menos, económicas en los grupos humanos predadores cuyos modos de vida estuvieron determinados por el aprovechamiento del entorno. Por ejemplo, la alternancia de periodos fríos y cálidos trastoca y modifica el paisaje, la vegetación y la fauna existentes, pero también afecta a los niveles del mar en las zonas costeras. Esto es, en los momentos gélidos, al acumularse el agua de lluvia helada en los casquetes polares (que, además, bajan en latitud), las aguas descienden o sufren regresiones, al contrario que en los subsiguientes episodios cálidos, cuando los océanos invaden los terrenos liberados a causa del mayor volumen del mar alimentado por las aguas de deshielo; es lo que se conoce como transgresión, un fenómeno similar al actual «efecto invernadero» que derrite los hielos antárticos y boreales, aunque con la diferencia que esto es un suceso artificial, mientras que aquéllos son propios de los ciclos climáticos naturales. Lo dicho nos da pie para adentrarnos a continuación en el comentario, a grandes rasgos, de la dinámica cultural de las primeras sociedades prehistóricas, con el propósito de ofrecer un panorama que actúe de hilo conductor en nuestro análisis del conjunto de documentos históricos que nos ocupa: las manifestaciones artísticas, fuentes que deben ser estudiadas dentro de su contexto cronocultural (véase figura 1).
Durante el Pleistoceno Inferior y Medio (Paleolítico Inferior), vemos surgir y extinguirse varias especies de homínidos (primates bípedos) y hombres (homínidos que fabrican útiles) cuya subsistencia estaba basada en la recolección de productos vegetales y el carroñeo de animales muertos. Los esquemas tecnotipológicos exponen que los hombres y mujeres del Pleistoceno Inferior confeccionaban artefactos precarios o de uso inmediato tallando guijarros como apoyo a las actividades económicas. En el Pleistoceno Medio, el genérico Homo erectus (para no entrar en precisiones antropológicas que no afectan al contenido de este libro, pero que no dejan de ser apasionantes como problema histórico) crea otros prototipos líticos adaptados a las necesidades alimentarias provocadas por la colonización de nuevos territorios (Eurasia) desde África. Entre los instrumentos paradigmáticos del momento, contamos con los bifaces o piezas multifuncionales (sirven para cortar, hendir, punzar, etc.), talladas por las dos caras y con tendencia hacia las formas geométricas (triangulares, ovaladas, lanceoladas, etc.), cuando el/la artesano/a regulariza sus filos; son muy típicos del tecnocomplejo Achelense, si bien coexisten con otras industrias pétreas donde no se emplean este tipo de útiles.
Seguidamente, y de acuerdo con los planteamientos comúnmente aceptados, es en el Pleistoceno Superior de Europa donde se ubica la aparición y desaparición de una nueva especie humana, Homo sapiens neandertalensis, y el consecuente desarrollo de una cultura material concretada en los denominados tecnocomplejos musterienses (Paleolítico Medio). Pero, al mismo tiempo, también detectamos la primera llegada de los hombres anatómicamente modernos, el Homo sapiens sapiens (nosotros), con su extraordinaria dinámica cultural como exponente de una estrategia adaptativa al medio; no obstante, hay que aclarar que la clasificación de los neandertales como «menos sapiens» la hemos formulado nosotros (los sapiens sapiens), quizás motivada por un inconsciente e inconfesable antropocentrismo salvaguardado por el hecho de no existir ningún neandertal vivo que pudiera protestar y defender su mayor capacidad craneana y conducta respecto a la nuestra.
Al término del Tardiglaciar, comienza otro cambio socioeconómico fundamental que desemboca en la actualidad, como es la producción de alimentos en virtud de la domesticación de plantas y animales. Con todo, el Pleistoceno Superior constituye una de las etapas más trascendentes de la Historia, ya que será entonces cuando ocurran toda una serie de «revoluciones» socioeconómicas que llevarán a la extinción de todas las especies humanas conocidas, a excepción de una de la que hoy por hoy nos hacemos gala.
Las industrias de los neandertales se realizan a lo largo de la primera mitad del Pleistoceno Superior, es decir, en el clásico Würm I y II (estadios isotópicos 5 a 3) y comprenden el denominado Paleolítico Medio. A su vez, el Paleolítico Superior, característico del hombre anatómicamente moderno, incluye los estadios 2 y 1, o los estadiales Würm III y IV.
Hay que decir que ambas especies humanas (independientes genéticamente, o sea sin posibilidad de procreación entre ellas) llevan un sistema económico sustentado en el modo cazador-recolector, o, lo que es lo mismo, en la depredación de los recursos del entorno, que conlleva una movilidad en el territorio explotado en busca de esos recursos bióticos y cierta precariedad en el régimen subsistencial. Sin embargo, la tecnología musteriense, a pesar de su variabilidad, fue muy conservadora aunque efectiva para los neandertales europeos si tenemos en cuenta la cantidad de milenios que sobrevivieron gracias a ella. Por contra, los hombres modernos, los sapiens sapiens, a partir de la segunda mitad del Pleistoceno Superior, se ven envueltos en una fenomenología que les obliga a la especialización y perfeccionamiento cada vez mayor en las armas de caza y en el conocimiento del medio con el fin de proveerse y asegurarse los alimentos, con repercusiones de índole social en la organización de esas actividades y el surgimiento de las representaciones artísticas dentro de un sistema de información cultural que favorece la cohesión intergrupal. Además, parece ser que en los primeros episodios asistimos al choque entre neandertales y modernos, con fuerte competencia entre ellos a causa del aprovechamiento de los mismos recursos, lo cual provoca el desplazamiento y sustitución biocultural de los neandertales por los modernos, posiblemente a causa de esa tecnología más «avanzada» y una mejor organización social.
Detengámonos un poco en observar las respuestas culturales ofrecidas por los grupos humanos del final del Pleistoceno a tenor de estas propuestas y de su relación con el arte. Lo primero que debemos dejar claro es que la creación de las manifestaciones artísticas de manera generalizada es obra en exclusiva del Homo sapiens sapiens (cfr. infra) desde sus primeras evidencias industriales del Auriñaciense. Sabemos que durante los miles de años de vigencia y dominio de los neandertales en Europa éstos no necesitaron de ningún tipo de grafía o representación para transmitir su cultura, y no obstante sobrevivieron mucho más tiempo del que llevamos nosotros. Así, los objetos líticos de las industrias musterienses del Paleolítico Medio fueron suficientes para hacer frente a la vida cotidiana de los neandertales, acorde con un sistema de aprovechamiento oportunista del entorno que requería de una movilidad acusada en colectivos de escasos individuos.
Pero alrededor del 40 ka entró en la escena europea, territorio neandertal por excelencia, otra especie humana distinta: el Homo sapiens sapiens u hombre moderno, cuyos orígenes se remontan al 100 ka en el sur de África y que en su expansión hacia el norte han «convivido» con los neandertales en las mismas áreas del Próximo Oriente, fabricando las dos especies idénticas industrias musterienses (Paleolítico Medio). Los nuevos «colonizadores» portan el tecnocomplejo Auriñaciense e inician el Paleolítico Superior europeo. Estos sujetos penetraron por el Este provistos de vestimentas con adornos personales sofisticados y toda una tecnología de artefactos líticos y óseos mucho más eficaces para las tareas cinegéticas que los instrumentos musterienses; sirva de ejemplo de lo que decimos las puntas de proyectil arrojadizas (puntas de sílex y azagayas) con las que disminuyeron el riesgo de accidente y aumentaron la seguridad de éxito en el enfrentamiento con cualquier animal. Esta circunstancia hace que la competencia por un determinado recurso faunístico con los neandertales se resuelva favorablemente hacia los modernos; por lo tanto, aquéllos tienen que buscar nuevos territorios y dirigirse a otras tierras. El final de este proceso de desplazamiento, de base tecnocultural, da como consecuencia la desaparición progresiva de los neandertales, que «huyendo» de la presión ejercida por los nuevos pobladores se van desplegando hacia los territorios occidentales primero y latitudes meridionales después, extinguiéndose definitivamente en el fondo de saco geográfico de Andalucía en los albores del Würm III. Por otro lado, en algunos lugares de Europa, y justo en los momentos de interacción cultural entre sendas especies, los neandertales conviven con los recién llegados y copian algo de sus tecnologías, naciendo así las industrias aculturadas Chatelperroniense en la Francia pirenaica y la Cornisa Cantábrica, el Ulluziense en el norte de Italia, el Szeletiense en Europa oriental o el Olcheviense en Croacia-Eslovenia; en zonas del Cantábrico y los Pirineos incluso se turnaron en la ocupación de una misma cavidad, como ponen de manifiesto las interestratificaciones chatelperronienses (neandertales «aculturados») y auriñacienses (hombres modernos).
Según los planteamientos teóricos, tras y durante el exterminio de los neandertales, los hombres modernos del Paleolítico Superior Inicial (Auriñaciense y Gravetiense), encuadrados en el clásico Würm III, entre el 40/35 al 21 ka, continúan con un régimen económico fundamentado en la recolección y caza oportunista, o sea, no seleccionan los productos a depredar. El sistema, como ya sabemos, requiere un cierto grado de movilidad o nomadismo y densidades de población bajas, que disfrutan de un territorio considerable en secuencias de uno o varios años, desplazándose dentro de las áreas de recursos con campamentos temporales y partidas logísticas de abastecimientos puntuales en campamentos efímeros.
La supervivencia del sistema implicaba entrar periódicamente en contacto con grupos similares y establecer relaciones sociales sustentadas mejor por vínculos parentales, con el propósito de encontrar pareja y eliminar el peligro de la endogamia, transmitir los conocimientos sobre el medio y los recursos, compartir o asegurarse los alimentos ante una época de penuria, apaciguar los probables conflictos intergrupales al converger en una misma zona, etc.
Además, en el Paleolítico Superior Inicial, donde los bienes escaseaban a causa de los fríos glaciares, las necesidades de movilidad para la explotación del entorno y los contactos regulares de los grupos conllevaron la construcción de una amplia red de intercambio de información cultural y simbólica con las representaciones artísticas como intermediarias. Pongamos por caso los elementos ornamentales individuales de todo el Auriñaciense o las estatuillas femeninas que sembraron Europa en el Gravetiense (cfr. infra).
El Paleolítico Superior Reciente incluye los tecnocomplejos Solutrense y Magdaleniense, que abarcan el último estadial de la glaciación Würm, el Würm IV o Tardiglaciar. Con su advenimiento asistimos al progresivo desarrollo de la especialización en la depredación del medio y las técnicas de conservación y/o almacenamientos de los recursos alimenticios (básicamente a través del ahumado), aparecen nuevas tecnologías que conducen al surgimiento de la industria Solutrense (21-16,5 ka, primera mitad del Tardiglaciar), la cual consigue el perfeccionamiento jamás alcanzado en la talla de la piedra y en la fabricación de puntas arrojadizas, y quizás hasta el invento del arco y la flecha. La eficacia en la caza trae consigo el disponer de más alimentos y la posibilidad de mantener a un mayor número de bocas, comprobándose un aumento poblacional en toda Europa occidental, al que hay que añadir el contingente procedente de las áreas centroeuropeas forzado a emigrar ante la bajada latitudinal de los hielos polares en determinadas épocas de fríos extremos (c. 18 ka).
Todo da lugar a la reducción de la movilidad de los grupos, pues la especialización y control en la depredación más el almacenamiento ayudan a reducir el territorio explotado según la predicción de la concentración de recursos en un lugar y en un momento dados (paso de manadas de herbívoros, agregaciones para el acoplamiento, subida de salmones, maduración de frutos y bayas…), luego el territorio disminuye de tamaño y los hábitats adquieren un cariz estacional cíclico; los contactos sociales intergrupales se organizan en función de la abundancia de los recursos, aunando esfuerzos en un trabajo colectivo para obtener mayores rendimientos y «festejando» la provisión de alimentos en sitios especiales en el orden simbólico (tal vez cerca de las cuevas decoradas, ya que es ahora cuando comienza a explayarse el arte parietal).
Pero a pesar de todo la máxima especialización del modo cazador-recolector la desempeña la industria Magdaleniense (16,5-11 ka), que realiza prototipos sobre todo en sustancias orgánicas (hueso y asta) ex profeso para una actividad de caza o especie particular. Son los periodos donde se diversifican los recursos, aprovechándose casi todo lo disponible desde fórmulas planificadas, dando lugar a una gran regionalización cultural y una acusada restricción en la movilidad. Este nomadismo limitado prácticamente a un único valle resulta suficiente para apropiarse de los alimentos imprescindibles (p.e., movimiento estacional con asentamientos de primavera-verano en la montaña e invernada en la costa); se cazan los herbívoros gregarios, se recogen los moluscos marinos, se capturan los salmones, se abaten aves migratorias y reptiles terrestres, se atacan las colonias de mamíferos acuáticos, se pesca en roqueros e incluso en algunos sitios en alta mar. Por otra parte, se vuelven a poblar las zonas más septentrionales de Europa ante la retirada de los hielos tras el pleniglaciar superior del c. 18 ka.
Nos encontramos ya, a partir del 11/10 ka, en el término de la glaciación Würm en Europa occidental, entrando así en los episodios posglaciares u Holoceno alrededor del 10 ka. Las sociedades de estas etapas (Epipaleolítico) prosiguen con unos sistemas económicos basados en la caza y la recolección, pero deben emprender nuevas estrategias tecnológicas dirigidas a otros recursos como consecuencia, entre otros factores, del cambio climático. Este hecho agudiza la regionalización y fragmentación cultural, de manera que verificamos el despliegue de un abanico de industrias locales adaptadas al aprovechamiento de los diferentes entornos donde se ubican y la ocupación de los nuevos lugares liberados por los hielos glaciares: Aziliense, Epipaleolítico Microlaminar, Tardenoisiense, Epipaleolítico Geométrico, Asturiense…; al mismo tiempo, la disgregación regional dará al traste con el arte rupestre y mueble del Paleolítico Superior, quizás porque ya han perdido su carácter de cohesión cultural a grandes distancias y los mecanismos socioeconmicos son otros, quedando reducidas las expresiones artísticas a elementos geométricos sobre pequeños soportes mobiliares.
Sin embargo, en el Próximo Oriente acontece un fenómeno análogo al descrito en el subcontinente europeo pero con un final distinto, esto es, un revolucionario cambio económico con repercusiones culturales contundentes de las que hoy en día somos sus inmediatos herederos; nos estamos refiriendo al invento de la producción de alimentos: ganadería y agricultura (Neolítico). A los grupos predadores que empiezan a ensayar con las primeras experimentaciones productoras se les denomina, por lo general, mesolíticos, y llegaron a esta innovación tan fundamental en la historia al existir en sus zonas ciertas especies (agriotipos) vegetales y animales (cereales y ovicaprinos) que eran susceptibles de ser sometidas a la selección genética artificial, o sea, la domesticación.
Hablar de la producción de alimentos o de proceso de neolitización es sinónimo de enormes transformaciones tecnológicas y sociales. Así, el cuidado de los campos cultivados y del ganado obliga a la sedentarización y la realización de un complicado acervo de nuevos artefactos para los trabajos emanados de la propia actividad económica (cerámica, piedra pulimentada…). Este sistema subsistencial se expandirá con relativa celeridad desde Oriente Próximo, la cuna, hasta la Península Ibérica en torno al 7.000 BP. Ciertos autores han señalado que la rápida aceptación de las nuevas técnicas por parte de los grupos que habitaban la costa mediterránea (los portadores del tecnocomplejo Epipaleolítico Geométrico) se debe, o al menos fue favorecida, entre otras cuestiones, por el estado de semisedentarización o movilidad restringida de los aborígenes de esos territorios. Asimismo, asistimos a la recuperación de los soportes rocosos para plasmar representaciones figurativas que, en ocasiones, consiguen también su correlato en soportes vasculares y pétreos: Arte Macroesquemático, Arte Levantino y Arte Esquemático.
Por fin, tendremos que esperar hasta c. III milenio a. C. para percibir otras modificaciones de importancia: las primeras sociedades metalúrgicas o edades del Cobre y Bronce. Paralelo al desarrollo tecnológico de la minería suceden cambios culturales con base en la economía y la sociedad; la población tiende a concentrarse en construcciones monumentales o poblados, la producción agropecuaria queda garantizada e incluso la redistribución de los excedentes y hasta se plantea la jerarquización social.