Las cantatrices
(Carlos Leppe, 1980-1981, video-instalación a cuatro canales)
Exhibida en Galería Sur, en noviembre de 1980, para la exposición Sala de espera, y luego en octubre de 1981 en Cuerpo correccional para el cierre del Primer Encuentro Franco Chileno de Video Arte26, la video-instalación Las cantatrices se compone por un tríptico de monitores-tv, que muestra una performance del artista, más un cuarto monitor donde vemos en un primer plano fijo a una mujer, Carolina Arroyo, relatando a modo de testimonio, lo que fue el parto y la posterior crianza de su hijo Carlos Leppe.
En el tríptico se aprecian secuencias con diversas tomas, que van desde planos detalles a planos más abiertos, en los que se revela al artista enfundado en yeso, desde el cuello hasta los glúteos y muñecas, y a ratos también con fórceps que le abren y fijan la boca. A partir de esta imposibilidad de cuerpo/masa, Leppe, maquillado teatralmente, listo para el espectáculo, intenta cantar una ópera. Este intento se repite en los tres monitores, pero con una variación: el color de fondo. Leppe lleva a cabo su performance ante la cámara video, una vez en fondo blanco, otra en azul y la tercera en rojo. Cada monitor un color, un telón de fondo que instala el cuerpo del artista dentro de un espacio simbólico más amplio que la intimidad de su biografía; la patria.

Es la simultaneidad la que se convierte en el sustrato para la efectividad de la video-instalación, simultaneidad que permite la repetición de la performance en los tres monitores; reproducción que “robustece” la presencia del artista. Es a Leppe triplicado el que vemos en el ensamble, investido de una coraza que, más que protegerlo, por su materialidad, le atribuye la necesidad de sanación. Es el cuerpo intervenido, pero igualmente histriónico el que contrasta con el cuarto monitor, donde la madre relata un parto tortuoso, por él, este niño sobredimensionado, que “tuvo que ser sacado con fórceps, y además le succiona el calcio”, la deja sin dientes y sin fuerza. El peso de ser la madre de Leppe, que al parecer revalida y replica el artista en su forma onerosa y dura de mostrarse frente a los otros.

El peso de ser la carne del artista, que, a sus 28 años, contra viento y marea se pone por delante a cantar una opereta, con la madre recordándole lo fatal de su existencia y el yeso oprimiéndole el tórax, en un país donde eso, la tortura, está ocurriendo fatídicamente. El efecto espejo que producen los monitores, las réplicas de la imagen, están a la altura de esta historia desbordada, inclemente y barroca, que nos recuerda en escena la catástrofe ciudadana que se está padeciendo. El gesto de cantar con la impostada voz femenina “tragándote tu voz natural” […] “vocalizándote como cantatriz en una lengua no natural sino extranjera, como tal no materna”27, termina por modular “el espectáculo” hacia la representación de la crueldad, aspecto que liga a Leppe a una tradición artística que excede lo plástico y las fronteras de la representación visual, instalando al cuerpo como eje central, mediante el cual los planos de la enunciación y la representación se trenzan como una entidad indisoluble: autor y conflicto convergen en un mismo espacio; el plano video.
CA