MATEO

01:32 horas

Esto de leer las entradas en CuentaAtrás te deja lo que se dice hundido. Pero no puedo apartar la mirada, porque cada Fiambre registrado en el portal quiere compartir su historia contigo. Y cuando alguien sube su relato para que lo mires, lo que haces es prestar atención… aunque sepas que ese alguien al final muere.

Ya que no voy a salir de casa, siempre puedo estar presente en Internet, para los demás.

En el portal hay cinco secciones: historias más leídas, nuevas, locales, esponsorizadas, al azar. Como de costumbre, lo primero que hago es navegar por los casos locales, para asegurarme de que no hay algún conocido… No hay ninguno; bien.

Hoy no me vendría mal un poco de compañía, me digo.

Escojo un Fiambre al azar. Nombre de usuario: Geoff_Nevada88. Después de que lo llamaran cuatro minutos pasada la medianoche, Geoff se dirige a su bar preferido, con la esperanza de que en la puerta no le pregunten por su edad, pues solo tiene veinte años y hace poco perdió el carné falsificado que usaba para estos casos. Estoy seguro de que se las arreglará para colarse. Clico su entrada con el cursor; un tono sonoro me notificará la próxima actualización.

Miro otra entrada. Nombre de usuario: WebMavenMarc. Marc trabajaba como especialista en redes sociales para una empresa de refrescos, cosa que menciona dos veces en su perfil. No está seguro de que su hija vaya a poder encontrarse con él a tiempo. Me quedo con la sensación de que tengo a este Fiambre delante de las narices, de que está chasqueando los dedos para llamar mi atención, para que me ponga las pilas.

Debo visitar a mi padre, aunque esté inconsciente. Para que sepa que fui a verlo antes de morir.

Dejo el portátil a un lado, sin hacer caso a los tonos de aviso del par de cuentas que he clicado, y voy derecho al dormitorio de mi padre. Dejó la cama sin hacer la mañana que se fue al trabajo, pero yo más tarde la hice, asegurándome de doblar la colcha bien bajo las almohadas, tal y como le gusta. Me siento en su lado de la cama —el lado derecho, pues mi madre al parecer prefería el izquierdo, y él seguía viviendo la vida de forma compartida, como si ella continuara a su lado— y tomo la foto donde mi padre está ayudándome a soplar las velas del pastel de Toy Story con el que celebramos mi sexto cumpleaños. La foto deja claro que mi padre hizo todo el trabajo. Yo me limité a reírme de él. Según dice, lo que más le gusta de esta foto es precisamente la expresión traviesa en mi rostro.

Sé que resulta un poco raro, pero mi padre de hecho es mi mejor amigo, igual que la propia Lidia. Cosa que no podría reconocer en voz alta sin que los demás se rieran de mí. Tengo muy claro que la nuestra siempre fue una relación estupenda. No perfecta, pero estoy seguro de que cada par de personas en el mundo —en mi instituto, en esta ciudad, en la otra punta del planeta— tienen que vérselas con tonterías y con cosas importantes, y que los que están más unidos se las arreglan para encontrar un modo de superar los problemas. Mi padre y yo somos incapaces de mantener una de esas relaciones en las que un cabreo provoca que las personas dejen de hablarse, a diferencia de lo que sucede con ciertos Fiambres de los que escriben en CuentaAtrás. Detestan tanto a sus padres que se niegan a visitarlos en sus lechos de muerte o, a la inversa, no llegan a hacer las paces antes de morir ellos mismos. Saco la foto del marco, la doblo y me la meto en el bolsillo —no creo que mi padre vaya a molestarse porque esté un poco arrugada—; a continuación me levanto con la idea de ir al hospital, decirle adiós y asegurarme de que esta foto se encuentre a su lado cuando finalmente despierte. Lo que quiero es que mi padre se sienta en paz ni bien despierte, como si se tratara de otra mañana más, antes de que alguien le diga que me he ido para siempre.

Salgo de la habitación, decidido a hacer todo esto, y veo que en la cocina hay una pila de platos sucios. Mejor será que los friegue, para que mi padre no llegue a casa y se encuentre con esta pequeña pirámide de platos y tazones tan difíciles de lavar, manchados del chocolate caliente que estuve bebiendo.

Juro que no se trata de una excusa para no salir del piso.

En serio.