RUFUS

01:18 horas

Vamos en bici a Plutón en mitad de la noche.

Se nos ocurrió darle el nombre de «Plutón» a la casa de acogida en que vivimos desde que nuestras familias murieron o nos dieron las espaldas. Plutón en su momento fue degradado: de planeta a planeta enano, pero entre nosotros no nos tratamos como si el otro fuera inferior.

Hace cuatro meses que los míos me dejaron, pero Tagoe y Malcolm se conocen desde hace bastante más tiempo. Los padres de Malcolm murieron en un incendio provocado por un pirómano no identificado y, fuese quien fuese, Malcolm espera que esté ardiendo en el infierno por haberse llevado a sus padres cuando tenía trece años y solo las autoridades se interesaban —apenas— por él. La madre de Tagoe murió cuando era un simple chico, y su padre se dio el piro hace tres años, para escapar a sus deudores. Un mes más tarde, Tagoe se enteró de que su padre se había suicidado; el amigo sigue sin haber derramado una sola lágrima por su viejo y ni se molestó en averiguar cómo o dónde le sorprendió la muerte.

Antes incluso de saber que yo también iba a morir, tenía claro que mi hogar, Plutón, no iba a continuar siendo mi hogar durante mucho tiempo. No me quedaba mucho para cumplir los dieciocho años, y lo mismo pasaba con Tagoe y Malcolm: los dos cumplirán en noviembre. Estaba previsto que ingresara en la universidad, al igual que Tagoe, y nos decíamos que Malcolm seguramente ingresaría también, una vez que dejase de hacer tonterías. Ahora ya no tengo idea de lo que va a pasar y detesto pensar que al final no voy a tener que preocuparme por todos estos problemas. Pero bueno, lo único que ahora mismo importa es que seguimos estando juntos. Tengo a Malcolm y a Tagoe a mi lado, como llevo teniéndolos desde el primer día, desde que ingresé en la casa de acogida. Para bien o para mal, para divertirnos juntos o para discutir de nuestras cosas, siempre han estado a mi lado.

No tenía pensado dejar de pedalear, pero es lo que hago al ver la iglesia en la que entré un mes después del accidente fatal, el primer fin de semana que pasé con Aimee. Es un edificio gigantesco, con muros de ladrillo pintados de color blanquecino y las agujas en bermellón. Me gustaría tomar una foto de las vidrieras, pero lo más seguro es que el flash no las ilumine como es debido. Aunque tampoco importa. Si la imagen es de las que vale la pena subir a Instagram, siempre puedo recurrir al filtro lunar para conseguir ese clásico efecto en blanco y negro. El problema de fondo es que no veo que la foto de una iglesia tomada por un pedazo de no creyente como yo sea el mejor recuerdo que dejar a mis setenta seguidores. (Por no hablar de cómo etiquetar la imagen).

—¿Por qué te detuviste, Roof?

—Esta es la iglesia donde Aimee estuvo tocando el piano para mí —explico. Aimee es una católica bastante creyente, pero ni por asomo lo hizo con la idea de convertirme. Habíamos estado hablando de música, y mencioné que me gustaban algunas de las piezas clásicas que Olivia solía poner de fondo para estudiar. A Aimee le dieron ganas de que las escuchara, tocadas por ella misma—. Tengo que avisarle que me llegó la alerta.

A Tagoe le entra el tic. Sin duda está pensando en recordarme que Aimee dijo que necesitaba estar un tiempo sin verme, pero, qué diablos, estas cosas no importan cuando es tu Último Día.

Me bajo de la bici y la apoyo en el caballete. No me alejo mucho; sencillamente me acerco a la puerta, en el momento preciso en que un sacerdote sale de la iglesia acompañando a una mujer llorosa. La mujer está entrechocando los puños con sus anillos, con topacios, o eso me parece, como los que mi madre empeñó la vez que quiso regalarle a Olivia unas entradas para un concierto el día que cumplía los trece años. Esta mujer debe ser un Fiambre, o quizá conoce a uno. El turno de noche aquí no es una broma. Malcolm y Tagoe no paran de burlarse de las iglesias que nada quieren saber de Muerte Súbita y sus «aberrantes maquinaciones satánicas», pero es sabido que unos cuantos curas y monjas siguen trabajando hasta bien entrada la noche, a disposición de los Fiambres deseosos de confesarse, bautizarse y cosas por el estilo.

Si de veras existe un Dios, tal y como mi madre creía, espero que en este momento esté de mi parte.

Llamo a Aimee. El timbre suena media docena de veces; se dispara el buzón de voz. Vuelvo a llamar, y lo mismo. Vuelvo a telefonear, y el timbre tan solo suena tres veces antes del buzón de voz. Aimee está pasando de mí.

Tecleo un mensaje de texto: Me llamaron de Muerte Súbita. Quizá tú también podrías llamarme?

No. Enviar un mensaje así sería una cabronada.

Me corrijo: Me llamaron de Muerte Súbita. Puedes llamarme?

El teléfono suena antes de que pase un minuto, con el tono normal, y no con ese ominoso timbre característico de Muerte Súbita. Es Aimee.

—Hola.

—¿Estás hablando en serio? —pregunta ella.

Si no estuviera hablando en serio, Aimee me mataría por jugar a que «viene el lobo» con ella. Tagoe cierta vez recurrió a este tipo de jueguecito para llamar su atención, y Aimee puso punto final al asunto volando.

—Pues sí. Tengo que verte.

—¿Dónde estás? —No lo dice con desconfianza, y no está haciendo amago de colgar, a diferencia de lo sucedido en mis anteriores llamadas.

—Pues mira, estoy delante de la iglesia a la que me llevaste aquel día —respondo. Aquí se respira una paz de campeonato; me podría quedar el día entero —. Estoy con Malcolm y Tagoe.

—¿Cómo es que no estáis en Plutón? ¿Qué hacéis en la calle un lunes por la noche?

Necesito algo de tiempo para responder a esta pregunta. Quizá otros ochenta años, pero no cuento con ellos y ahora mismo no tengo ganas de contarle la verdad.

—Justamente estamos volviendo a Plutón. ¿Te parece que nos veamos allí?

—¿Cómo…? No. Quédate en la iglesia, y ahora mismo voy.

—No pienso morirme antes de arreglarlo todo y volver contigo, hablo en seri…

—¡No eres indestructible, tontito! —Aimee ahora está llorando, y la voz le tiembla tanto como la vez que el chaparrón nos pescó sin chaquetas—. Oh, por Dios… Lo siento, pero ¿tienes idea de cuántos Fiambres hacen promesas como la tuya… y luego les cae un piano encima, o algo parecido?

—Supongo que tampoco serán tantos. La muerte por aplastamiento pianístico no me parece demasiado probable, la verdad.

—Esto no tiene ninguna gracia, Rufus. Ahora mismo me visto; no te muevas de ahí. En media hora como máximo estoy contigo.

Espero que pueda perdonármelo todo, lo de esta noche también. Voy a hablar con ella antes de que lo haga Peck y contarle mi versión de lo sucedido. Tengo claro que Peck aún debe llegar a casa y asearse, para después llamar a Aimee por el móvil de su hermano, para contarle que estoy hecho todo un monstruo. Eso sí, espero que no se le ocurra llamar a la policía, o voy a pasar mi Último Día entre rejas o molido a palos por un agente con malas pulgas. No quiero ni pensar en ello; lo único que quiero es verme con Aimee y despedirme de los dos Plutones como el amigo que sé que soy, y no como el monstruo que esta noche he sido.

—Ven a verme al hogar. Simplemente… ven. Hasta la vista, Aimee.

Cuelgo antes de que pueda protestar. Me subo a la bici, mientras Aimee vuelve a llamar una y otra vez.

—¿Cuál es el plan? —pregunta Malcolm.

—Volvemos a Plutón —indico—. Vosotros dos vais a organizarme un funeral por todo lo alto.

Miro la hora. La 01:30.

Aún queda tiempo por delante, el suficiente como para que a alguno de los otros dos Plutones le llegue la misma notificación. No es lo que les deseo, pero quizá no voy a morir a solas.

O quizá es lo que tiene que ser.