Vivimos nuestras particulares historias personales condicionadas por las bandas sonoras del momento. Una vez leí que el tema principal de la banda sonora de la película La misión había sonado en la ceremonia de centenares de bodas, aunque no tuvieran nada que ver con la película… La generación de parejas que se casaron en aquellos años unió aquel tema con su propia historia de amor. En cada época, en cada año, nos vemos abordados por la actualidad sonora que incide hasta en los recuerdos.
Nosotras tres, Jimena, Adriana y yo, estábamos viviendo el año más importante de nuestras vidas sin saberlo y al refugio de la banda sonora de una película que suscitó tantos elogios como críticas: La La Land. Por eso, cuando entré en el cóctel de aquella conocida marca de bebidas alcohólicas en los jardines del Museo Lázaro Galdiano, no me sorprendió que nos acompañara un grupo de jazz tocando una de sus canciones. A aquellas alturas de año, empezaba a resultar un poco reiterativo… por no decir un coñazo.
Pipa posó en la puerta, junto a un arco de arreglos florales. Llevaba un mono palabra honor blanco con estampado tropical y unas sandalias de tacón rojas impresionantes; estaba increíblemente guapa, con una coleta baja ondulada que caía sobre uno de sus hombros, y las fotos, con los contrastes de color, quedaron genial. A mi lado, Candela lo miraba todo maravillada.
—¡Qué pasada! —exclamó cuando nos fundimos entre la masa de invitados y un camarero nos ofreció un combinado.
Iba a decirle que estábamos allí por trabajo y que no podíamos relajarnos, pero me supo mal cortarla y yo también acepté el vaso bajo rebosante de mojito con su servilletita negra de cóctel.
—Venga, vamos a hacerle unas fotos más —contesté sonriente—. ¿Te atreves a hacerlas tú?
Ella asintió emocionada y se hizo cargo de la cámara. Con la celebrity imagen de la marca, con un par de contactos importantes, con los modelos que iban acercándose sonrientes a saludarla, sola fingiendo que no posaba… Cuando llevábamos unas doscientas fotos, Pipa se cansó y me hizo un gesto para que la dejásemos a su aire.
—Estoy bien —me dijo mientras se alejaba hacia una conocida—. Si necesito algo te llamo.
Candela pareció un poco decepcionada, no sé si porque Pipa no se había dirigido a ella más que para lo mínimo (látigo de indiferencia habitual, nada fuera de lo común) o porque pensaba que nuestra participación en el evento se acababa allí.
—¿Y ya está? —preguntó.
—Vamos a ver a la relaciones públicas de la marca y te la presento. Hay que hacerte tarjetas —me recordé más a mí misma que a ella.
—¿¡Tarjetas!? Esto es demasiado guay…
Le presenté a todas las personas que pude para que se sintiera integrada. Recuerdo que cuando empecé, aquello me reconfortaba: pensar que estaba haciendo contactos, que si desempeñaba bien mi trabajo terminaría por hacerme un nombre en la profesión (la de asistentes para todo/prostitutas emocionales, visto lo visto). Así que me esforcé por que Candela conociese a mucha gente: varias community managers, representantes de marcas y otras bloggers. Mi pupila lo miraba todo alucinada, pero era educada, correcta y muy simpática, aunque se le notaba preocupada por si su outfit no era suficientemente glamuroso.
—Relájate —la animé.
—Es que todo el mundo va tan elegante que me parece que tengo un cartel encima que grita que no pertenezco a este sitio.
—Somos del servicio, cielo. —Le guiñé un ojo—. Podríamos ir en chándal y nadie lo notaría.
Atisbé la melena espesa y morena de Raquel al fondo del jardín, junto al photocall de la marca, y animé a Candela a acercarnos.
—Ven, te voy a presentar a una amiga.
—¿Otra asistente?
—No. Es Raquel, del blog Cajón Desastre. Es encantadora y… no tiene asistente.
Me pareció que asentía significativamente, como si entendiese lo que quería decirle, pero yo en realidad no quería decir más de lo que dije. No había nada oculto tras esas palabras.
Me recibió con los brazos abiertos y una sonrisa enorme. Llevaba un pantalón de traje ceñido y una blusa vaporosa negra metida por dentro… con un escote hasta el ombligo. Los labios pintados de rojo…, juraría que de Ruby Woo, de MAC.
—¡Morenaza!
—Calla, loca. —Me reí abrazándola—. Mido metro y medio, la gente se va a reír si te oye.
Me separé de ella y la miré de arriba abajo a la vez que exclamaba un «GUAU» que la hizo reír. Con sus zapatos de tacón, medía unos diecisiete metros más que yo.
—Candela, ven. Esta es Raquel. Encantadora y guapa a partes iguales, y por eso la odiamos.
Nos echamos a reír y Candela se acercó a darle dos besos.
—Se acaba de incorporar a la oficina de Pipa —aclaré—. Nos va a echar una mano.
—¡¡Ya era hora!! ¡Bienvenida al infierno, pequeña! —se burló Raquel.
—No la asustes.
—Es broma. Has tenido la suerte de que te contrate la mejor persona de este mundillo: Macarena es la leche. Vas a aprender muchísimo de ella. Y para lo que necesites, aquí me tienes.
—Muchísimas gracias —respondió entusiasmada.
—Tengo que hablar contigo… —susurró Raquel, aprovechando que Candela se había quedado algo alelada viendo pasar a un actor de moda.
—¿Te ha llamado?
—Sí. Está aquí. —Sonrió—. Ha ido a por unas copas.
No supe qué decir y simplemente sonreí, pero Raquel dibujó una mueca con su boca.
—¿Esto está bien para ti? Quiero decir… si lo vuestro…
—No, no. Para —le pedí—. Te aprecio mucho, pero si no diera esto por terminado, no habría tirado la toalla. Bueno…, lo que quiero decir es que…, ¿me entiendes? Es difícil de explicar. Me da la sensación de que estoy hablando como una auténtica zorra.
Una sonora carcajada se escapó de entre los labios de Raquel, y después los estampó en mi sien.
—Por eso me caes tan bien, Maca, porque dices lo que piensas.
Un carraspeo nos hizo apartarnos de súbito y entre las dos apareció Leo cargado con dos copas de vino frío que ya empañaba el cristal. Camiseta gris oscura, pantalones chinos negros; natural, guapo, elegante, pero dejando claro que no le interesaba todo aquel postureo.
—Hola —saludé.
—Ey —respondió cortado—. El caso es que me pareció verte hace un rato.
—Allá donde esté Pipa…
—Ya. ¿Quieres? —Me ofreció su copa.
—No, no. No te preocupes. Yo estoy de servicio y ya me he bebido un mojito.
—Oye, Candela…, ¿por qué no vamos a por una copa para ti y otra para la jefa? —se ofreció Raquel claramente para dejarnos solos.
—¿Para Pipa?
—¿Pipa? —Raquel se echó a reír—. Yo centraría tus esfuerzos en Maca, que es más blandita. ¿Vino blanco o tinto?
—¡No, en serio! ¡Si me voy a ir en breve! —pedí.
—Otro mojito entonces.
Me guiñó un ojo justo antes de rodear a Candela por los hombros y desaparecer entre la muchedumbre que llenaba el jardín.
Leo se movió inquieto y yo miré mis pies.
—¿Tienes ayudante por fin?
—Sí. —Levanté la mirada y le sonreí—. Una batalla ganada.
—Eso está bien.
—Parece que la vida empieza a encajar y los engranajes funcionan.
—Nada como quitarse un peso de encima —bromeó.
Chasqueé la lengua y lo vi erguirse apurado.
—Mierda, no quería decir que… —intentó aclarar.
—No, no. Está bien. Hacer bromas sobre ello es el primer paso. Pronto podremos tomarnos un vino los tres sin que parezca tan raro.
—¿Es raro?
Me quedé mirándolo, estudiando su expresión. Parecía preocupado pero a la vez… más joven. Estaba claro que para Leo poner punto y final a lo nuestro, a la historia pasada de tortura emocional y recuerdos, también había supuesto soltar una carga.
—¿Puedo serte completamente sincera?
—Claro.
—Es raro verte y no sentir nada…, ni rabia ni celos ni intensidades. Estaba acostumbrada a que fueras una especie de fantasma del pasado siempre a punto de provocarme una angina de pecho.
—Me alegra haberme quitado la sábana de encima y dejar de darte miedo, pero debo confesar que a mí me pasa lo mismo.
Los dos asentimos un poco incómodos, porque una cosa era dejar marchar algo que no pudo ser y otra muy distinta convertirlo en un amigo del alma.
Iba a despedirme con intención de ir a buscar a Candela y Raquel y decirles que me marchaba, pero Leo empezó a hablar de nuevo:
—Te hice caso.
Levanté la mirada y le sonreí con vergüenza.
—Y me alegro mucho de que lo hicieras. Raquel está ilusionada.
—Lo sé. Yo, de algún modo, también lo estoy.
—¿De algún modo?
—Bueno…, es emocionante comprobar que uno puede volver a empezar, tenga la edad que tenga.
—Aún eres un crío. —Sus cejas se arquearon y me apresuré en aclarar mi comentario—. Quiero decir que tienes toda la vida por delante.
—Ah. —Se llevó la mano al pecho en un gesto teatral de alivio y sonrió—. Gracias, tú también.
—Sí. En ello estoy. —Suspiré—. Pero al parecer ahora eso de ligar de humano a humano está pasado de moda. Me han convencido para abrirme una de esas aplicaciones móviles, pero no me gusta el «mercado».
—¡Macarena está en Tinder! ¡No me lo puedo creer! —se burló.
—Ya, ya. No se lo digas a mi madre, por favor. Llevo unas pocas horas y creo que ya me he desencantado.
—Pues espera a tener citas. Es horrible.
—Parece que sabes de lo que hablas.
—Algún día te lo cuento. —Guiñó un ojo.
—Me voy —anuncié—. Estoy cansada, hace calor y no me gustan estas fiestas.
—Y te acabas de encontrar con tu ex, que según me han dicho es un cansino.
Los dos nos reímos y me puse de puntillas para darle un beso en la mejilla. El olor de su cuello me envolvió y respiré profundo…, pero ya no era Leo…, mi Leo. Era un Leo que seguía siendo guapo, inteligente, atractivo, caliente…, pero no era mío ni en los recuerdos. Demasiado para la nueva Maca.
—Pasadlo bien —susurré.
Su mano derecha se posó al final de mi espalda y me retuvo allí, junto a su mejilla. Escuché su respiración en mi oído y noté la duda en su garganta, como si no supiera si decirlo o no. Pero lo hizo.
—¿Sabré no cagarla, Maca?
Me aparté unos centímetros para mirarlo a la cara con las cejas arqueadas.
—¿Qué quieres decir?
—¿Podré estar con alguien sin ser un idiota integral?
Y dijo «alguien», no «ella» o «Raquel».
—Claro que sí —aseguré—. Por supuesto, Leo. Ella te gusta.
Tragué saliva.
—¿Es eso garantía de algo?
—Que te lo preguntes creo que ya es un gran paso. Y si tienes alguna duda, piensa en nosotros… y haz lo contrario de lo que hubiéramos hecho.
Eso nos hizo sonreír a los dos y di la conversación por terminada. El nuevo Leo olía muy bien y seguía siendo tan guapo como el antiguo. Una cosa es desembarazarte de los recuerdos y otra muy distinta que deje de gustarte el envoltorio que los contuvo algún día.
Me alejé entre la gente, adivinando las figuras de Raquel y Candela junto a la barra conversando con un cantante joven, alto, guapo y alternativo que las llevaba a todas de calle, a pesar de ser un imbécil de tomo y lomo. Estaba pensando en la advertencia cariñosa que hacerle a Candela para que no se dejase engañar, cuando alguien tiró de mi muñeca. Era Leo. De nuevo.
—Maca…
—Dime.
—Tinder no. Está lleno de tíos como yo.
—Suerte de no ser la misma Macarena que estaba loca por ti.
Y a ninguno de los dos aquello le pareció un insulto. Era una declaración de intenciones. ¿O no?