Prólogo

Conocí a Taisen Deshimaru, el hombre que llevó el zen a Occidente, en 1970, en Francia.

Con él me introduje en las sendas del zen, guiado por sus gestos precisos y por sus extrañas palabras: una incomprensible mezcla de francés y japonés, porque hacía poco que había llegado a Francia.

Lo recuerdo, en el dojo, hierático y poderoso; sentado en la mesa, cuando a menudo se reía por cualquier frase impertinente; pero también vestido el último día con el ritual hábito violeta, saludando a los discípulos que habían llegado de diferentes países de Europa.

Me regaló un clásico dibujo zen: un solo círculo, perfecto.

Desde que le conocí quise saber más de la cultura japonesa. Leí libros de poesía y de historia, libros de zen y de shinto, la antigua religión. Quise profundizar y también practicar todas las artes, incluso las marciales, así como la macrobiótica y, obviamente, el zen.

He intentado comprender y apreciar la visión del mundo de este pueblo, que se ha desarrollado durante siglos por caminos lógicos diferentes de los occidentales, con una visión que, sin embargo, me es afín. Estética y esencial, refinada y ciertamente libre, no nos condiciona: aquello que se vive, y de lo que no se puede hablar, es lo que se hace. Ahora intento agradecer a mi manera, estos dones a quienes me los han regalado: palabras, sonrisas, intuiciones y síntesis. De este modo, trato de devolver a quienes me han colocado en este camino extraño que es la vida, la esencia del zen tal y como yo, un occidental, lo vivo.

El zen, que es una síntesis de la cultura budista india y de la taoísta china, expresa la metafísica de las dos civilizaciones, no en las especulaciones abstractas, sino en la práctica.

Este libro es mi intento de mostrar el zen. Pero, como decían los antiguos chinos, de manera fácil y sencilla. Fácil de comprender y, sobre todo, fácil de realizar.

Después de haber leído libros de ciencia acerca de los experimentos llevados a cabo sobre las funciones cerebrales durante la meditación zen, o de filosofía sobre el koan, y sus facetas abstractas e intuitivas, sólo deseo mostrar el capullo de una flor sin convertirlo en un subproducto cultural ni tampoco mitificarlo, ya que no se trata de una nueva religión para devotos.

Sencillo y práctico, porque es útil, y bello en su abstracción, porque es fácil de captar mediante la intuición que deriva de la experiencia, el zen es una pequeña joya de la humanidad: tiene la precisión y la belleza de lo que es perfecto.

Está encerrado en unos pocos gestos esenciales, y casi todo está allí.

El resto está en el interior.

Pero allí está casi todo.

El resto, sin embargo, está más allá.