El esoterismo

A menudo, se suele relacionar magia y esoterismo. En realidad, el esoterismo carece de una definición precisa y es objeto de muchos discursos, y se convierte así en una especie de caja vacía en la que cabe cualquier explicación. Pero, más allá del uso que se haga de él, sería conveniente reflexionar sobre este concepto de una manera objetiva para comprender sus facetas más complejas y proporcionar una clave de lectura que incluso los no especialistas pudiesen utilizar.

El esoterismo también puede analizarse con las herramientas propias de la ciencia y la sociología que abordan los aspectos específicos del tema, introduciéndolos en un contexto exclusivamente histórico y cultural, abstracción que se hace en cualquier profundización hermética. Sin embargo, esta solución puramente formal y basada en un análisis cultural corre el riesgo de resultar incompleta y poco satisfactoria.

Esotérico y exotérico

El adjetivo esotérico viene del griego esoterikos («reservado a los únicos adeptos») y se aplica a todo lo que es misterioso o incomprensible para la mayoría de las personas, lo que impide revelar a los no iniciados algunas partes de un rito o de una doctrina, sobre todo religiosa. A este adjetivo se le opone el término exotérico, del griego exoterikos («destinado al público»). En filosofía, la enseñanza escolástica esotérica (interior) estaba reservada a un grupo limitado de discípulos. Por el contrario, la parte exotérica (exterior) era una actividad didáctica y filosófica que no se practicaba en la escuela, sino en público.

Así pues, el lenguaje esotérico solamente es accesible a los miembros de una secta que obedecen a una serie de reglas —aunque no siempre sean las del pensamiento científico— que se pueden oponer a la relación con la cultura corriente. En el mundo clásico en el que nació, la enseñanza esotérica estaba reservada a un círculo restringido de discípulos y se dispensaba con formas secretas y misteriosas. Así, por ejemplo, debido a su contenido puramente científico, los libros de Aristóteles eran esotéricos en ciertos aspectos, ya que sólo estaban destinados a sus adeptos.

Por extensión, el término esotérico evoca lo que es propio de las doctrinas o de las concepciones religiosas de carácter misterioso (teosofía, gnosticismo, etc.), y de las prácticas de sociedades secretas y de sectas en las que la verdad era revelada, a través de muchos grados de iniciación, a una cantidad restringida de afiliados.

Sería conveniente precisar que al profano se le suelen escapar los límites de este contexto, pues tiene dificultades en situar las coordenadas propias de los principios del pensamiento esotérico. Consecuentemente, esotérico también sugiere que sólo se puede acceder a la comprensión de un símbolo, de un mito o de lo real, mediante un esfuerzo personal de elucidación progresiva. Se podría incluso llegar a decir que la definición de exotérico nos remite básicamente a la forma, mientras que la de esotérico está sobre todo relacionada con el contenido.

Este reparto de papeles es una de las claves del esoterismo, donde la armonización entre expresión y contenido, e incluso su repercusión total, determina la función principal del símbolo.

El recurso al simbolismo significa que el esoterismo emplea un conjunto de formas y figuras que permiten llegar a evocaciones particulares que responden a necesidades precisas de expresión. Justamente porque se basa en esta estructura simbólica, esoterismo puede definirse como la doctrina según la cual una ciencia particular no será enseñada a los no adeptos. Esta es una definición relativa, ya que lo que es secreto y reservado en un país o en un grupo, puede no serlo en otros lugares.

En la actualidad, el concepto de esoterismo sugiere la existencia de un campo específico y vasto del que no se perciben sus límites múltiples, comunes en otros terrenos explorados más a fondo por las «ciencias humanas». En otras palabras, el esoterismo puede considerarse como un sistema de creencias, religiosas y filosóficas a la vez, basado en prácticas y técnicas ocultas. Puede interpretarse, entonces, como una especie de lenguaje accesible sólo a unas pocas personas, un conjunto codificado de signos, símbolos y significados que sólo comprenden aquellos que conocen ese sistema de comunicación.

El tema dominante del esoterismo, entendido como «contenedor» de conocimientos reservados a un círculo restringido de personas, es su carácter secreto. Desvelar un determinado patrimonio de conocimientos es traicionar al grupo al que se pertenece, destruirlo es dar a conocer al profano los elementos básicos de un saber que, si se interpreta sin haber recibido la preparación adecuada para recibir mensajes profundos, puede ser envilecido, mal interpretado y, sobre todo, perderse en el caos de la ignorancia.

En tanto que elementos característicos del esoterismo, el secreto y lo oculto tienen raíces profundas en la historia de grupos que practicaban religiones misteriosas y magia. El escritor latino Apuleyo escribió —con motivo del juicio que se celebró contra él el año 155 d. de C. donde fue acusado de magia— que le resultaba fácil comprender que todas las enumeraciones de misterios pareciesen tonterías y que, debido a su desprecio por las cosas divinas, no se le pudiera creer cuando evocaba el carácter sagrado de los símbolos y de tantas otras ceremonias.

Así es como aparecen dos aspectos del esoterismo, más exactamente dos «aplicaciones»:

 una práctica, que comprende conocimientos y rituales con un lenguaje críptico no accesible a los profanos;

 otra interior, que hace del esoterismo una experiencia de vida en armonía con el resto del universo.

APULEYO

Nació en Madaura (Numidia) en el año 125 d. de C. y realizó estudios de gramática y retórica en Cartago. Posteriormente se trasladó a Atenas, donde extendió y diversificó sus conocimientos a la vez que se inició en el culto de los misterios. Luego, tras vivir en Roma durante un tiempo, volvió a Cartago, donde fue un conferenciante brillante y muy solicitado.

Su vida estuvo marcada por un acontecimiento que dio mucho que hablar: el juicio que contra él interpusieron los padres de una rica viuda, Pudentilla. Según la acusación, Apuleyo habría decidido casarse con ella utilizando prácticas mágicas para apoderarse de su dote.

Fue en esa ocasión cuando Apuleyo escribió una apología sofisticada, Pro se de magia liber, que era una muestra de todos los estilos de retórica. Se cree que el juicio tuvo una resolución a su favor debido la habilidad y la seguridad de su defensa. Otra obra famosa de Apuleyo es Metamorfosis, más conocida como El asno de oro.

Se reconoce al esoterismo en la necesidad de poseer no sólo un conocimiento «diferente», sino, sobre todo, en la de hacer referencia a un modo de vida alejado de los demás —su saber y el «no saber» de los otros—, lo que se realiza por medio del lenguaje del símbolo.

Cultura animi philosophia est, afirmaba Cicerón: esta cultura es el contenido esotérico del saber, el carburante intelectual que, mediante la creación del símbolo, permite al especialista en esoterismo entregarse a sus especulaciones, sus comparaciones y su gestión cultural transversal.

A los profanos se les niega el acceso al saber esotérico, están aislados por las barreras de los símbolos establecidos que circunscriben una cultura, le asignan un valor específico y la ocultan a los no iniciados. La persecución obstinada que sufrieron los templarios, los adamitas, los rosacruces, los francmasones y muchos otros, y el interés en diabolizar a estos grupos que sólo se interesaban por los aspectos filosóficos de la existencia es evidente. Tal comportamiento castigador aumentó aún más cuando los medios de comunicación se interesaron por el esoterismo, a veces mezclándolo todo. Así, algunas culturas esotéricas se han hecho superficialmente públicas y, por el hecho de ser marginales, han sido interpretadas como experiencias que hay que condenar globalmente puesto que no tienen nada que ver con las reglas y el contenido filosófico de los grupos establecidos.

Por otro lado, al hombre moderno prácticamente no le interesa la búsqueda esotérica, pues está preso en sus contradicciones y en su carrera hacia el bienestar material que la mayoría de las veces ahoga toda voluntad de conocimiento interior. Según algunos antropólogos, la civilización moderna es una verdadera anomalía: es, en realidad, la única que se ha desarrollado en un sentido puramente material; la única, además, que no se basa en principios de orden superior. Esta evolución material, que se persigue desde hace siglos y cada vez se acelera más, viene acompañada por una regresión intelectual que el hombre es incapaz de compensar. Por lo tanto, la pérdida o el olvido de la verdadera intelectualidad es lo que ha hecho posible los dos errores que aparentemente se oponen, pero que, en realidad, son correlativos y complementarios: racionalismo y sentimentalismo.

Esoterismo y ocultismo

A menudo, esoterismo, magia y ocultismo se consideran sinónimos, lo que causa preocupación y hace aún más compleja la evaluación serena de estos fenómenos. La palabra «magia» designa las actitudes espirituales y mentales y las prácticas rituales existentes en cualquier cultura que actúan sobre la naturaleza o el hombre por medio de palabras, pensamientos, gestos, bailes y sonidos. El mago (brujo o chamán) es la persona más cualificada —teniendo en cuenta sus aptitudes psíquicas particulares— para practicar la magia. Predice el futuro y obra en beneficio del grupo del que forma parte, actuando sobre el clima, la caza, los productos de la tierra y la salud, pero también puede causar enfermedades y catástrofes o la muerte a distancia de los enemigos del grupo o personales.

La palabra ocultismo se utilizó por primera vez en la segunda mitad del siglo XVI e indicaba lo que nuestro espíritu no podía captar, lo que estaba más allá de la comprensión y del conocimiento ordinarios. Alrededor de este tema se incorporaron falsas interpretaciones, provocando que se perdiera de vista su valor efectivo.

Las prácticas, las técnicas y los procedimientos que se pueden considerar como ocultos son aquellos que:

 desencadenan fuerzas ocultas o secretas de la naturaleza o del cosmos que no pueden medirse ni conocerse con instrumentos de la ciencia moderna;

 tienen como consecuencia resultados prácticos, por ejemplo, conocer acontecimientos determinados o alterar su curso.

LOS DIFERENTES TIPOS DE MAGIA

Existen esencialmente dos tipos de magia. El primer caso sería la magia de imitación, que parte del principio «lo semejante actúa sobre lo semejante». Esta magia se califica como simbólica, ya que el acto mágico es un símbolo que reproduce lo que se desea, o incluso como homeopática. Por ejemplo, si para conseguir que llueva se imita el fenómeno de la lluvia derramando agua e imitando el sonido de un trueno, se trataría de magia simbólica.

En el segundo caso se habla de magia simpática o contagiosa. Se basa en el principio que dice que «la parte actúa sobre el todo» y se practica sobre un elemento que pertenezca a una persona determinada o a una cosa. El daño que se causa al quemar, al enterrar o al golpear un objeto que le pertenece o que forma parte de su cuerpo (uñas, pelo, ropa, foto que reproduzca sus rasgos), entra en el ámbito de este segundo tipo de magia.

Existe otra subdivisión, la magia positiva, practicada para obtener lo que se desea, y la magia negativa, para evitar lo que se teme.

Para finalizar, en función de los objetivos, buenos o malvados, de la práctica ritual, puede hablarse de magia blanca o de magia negra.

Si quien ejerce la actividad oculta no es simplemente un agente, sino una persona que ha adquirido un saber especializado y unas técnicas apropiadas, y si estas últimas han sido aprendidas o transmitidas según procedimientos organizados socialmente (pero no disponibles públicamente) que se han convertido en comunes y rituales, entonces sí que podemos hablar de ciencias o artes ocultas.

La relación entre esoterismo y ocultismo evoca, por lo tanto, una dimensión donde la experiencia filosófica y religiosa del esoterismo y la mágica del ocultismo se sitúan finalmente en el mismo plano, con una posible tensión entre dos contextos (religión y magia) aparentemente opuestos. Desde un punto de vista superficial, la laicización del esoterismo ha desembocado en su apertura a las prerrogativas del arte mágico, lo que ha causado la afirmación de objetivos falsos donde la búsqueda interior acaba pasando a un plano de investigación puramente materialista. La alquimia se sitúa en este caso emblemático. Como sabemos, las antiguas investigaciones dedicadas al estudio del hombre se reducían a la búsqueda vulgar de medios para transformar materiales en oro. La matriz esotérica de la alquimia fue objeto de especulaciones y profundizaciones imposibles de resumir aquí; simplemente diremos que alquimia y esoterismo tienen muchos puntos en común, sobre todo en lo referente a su estructura, aunque sus características sean diferentes. En algunos aspectos, la alquimia está muy cercana al esoterismo, en particular, a su manera críptica de situarse frente a la ciencia oficial, que, según sus fundamentos experimentales, niega todo aquello que escapa a una comprobación inmediata en laboratorio. Pero, sobre todo, a lo que da de lado es a cualquier tipo de conocimiento que tienda a asociar, objetivamente y no siempre sistemáticamente, dos culturas muy diferentes: la cultura humanista y la científica. El esoterismo, que a menudo se presenta como interlocutor —a veces de una manera provocadora— en relación con la ciencia, suscita dudas y críticas por parte de una determinada cultura académica condicionada por la metodología racional y positivista. El símbolo esotérico ha encontrado en la tradición literaria y filosófica un terreno fértil de desarrollo y diálogo. Es sintomático, por ejemplo, que Anatole France observase, a finales del siglo XIX, que muchas obras literarias de su época no pudiesen ser comprendidas si no se tenía un cierto conocimiento de las ciencias ocultas. El esoterismo ocupaba un lugar importante en la imaginación de poetas y novelistas de aquella época. Anatole France constataba, además, que se recurría sin cesar a Apuleyo y a Flégont de Tralle.

Como hemos podido comprobar, para nosotros, los occidentales, el acceso a la cultura esotérica no es fácil ni inmediato: nos falta la armonía para el acercamiento maduro a ese saber y, sobre todo, nos falta un conocimiento teórico del tema.