Normalmente se define la radiestesia como la ciencia que permite percibir las radiaciones de la naturaleza mediante el empleo de medios físicos (varillas o péndulos) o por conductos humanos paranormales.
El término radiestesia (del latín radius, «radio», y del griego aisthesis, «sensibilidad») fue acuñado en 1919 por el abate Bayard, profesor de la universidad católica de Lille, y por el célebre zahorí abate Bouly, párroco de Hardelot, una aldea del Paso de Calais (Francia). Unos diez años más tarde, Émile Christophe antepuso a la palabra radiestesia el prefijo tele- para referirse a la radiestesia a distancia.
Historia de la radiestesia
Nuestros antepasados prehistóricos fueron probablemente los primeros que se aprovecharon de los descubrimientos de ese extraño arte, de esa ciencia actualmente aceptada que sus descendientes, hace más de sesenta años, bautizaron con el nombre de radiestesia.
En las paredes de algunas grutas prehistóricas se han encontrado figuras humanas grabadas en la piedra que, según los especialistas, son representaciones de hechiceros o brujos. Y uno de estos primitivos retratos, rematado por una cabeza de bisonte, blande un objeto alargado...
En cualquier caso, actualmente sabemos que el arte del zahorí data de los tiempos más remotos. Los chinos, al parecer, lo practicaban hace milenios y llegaron a ser verdaderos expertos en el hallazgo de fuentes, tesoros, yacimientos minerales... Utilizaban una curiosa varilla ahorquillada.
Los egipcios debían de conocer igualmente este arte. Las excavaciones en el Valle de los Reyes han permitido descubrir varillas, bolas de madera ensartadas en suspensión e instrumentos parecidos a los péndulos.
También la Biblia y los textos sagrados contienen numerosas alusiones a la varilla o al bastón que, en forma de cetro, «es el atributo indispensable de todos los reyes...». Moisés, según san Pablo, fue un gran mago «y estaba instruido en todas las ciencias y los secretos de los egipcios. Esto le permitió, entre otros prodigios, hacer brotar agua de la roca de Horeb, aunque se hallaba en pleno desierto. Para ello le bastó con golpear la piedra con su bastón de madera de almendro». Es decir, una auténtica acción de zahorí.
En la mitología griega vemos que Atenea se servía de una varilla, bien para rejuvenecer a Ulises, bien para envejecerlo. Hermes blandía su caduceo cada vez que le apetecía enviar un alma a los infiernos o desencadenar los elementos. Igualmente Circe y Medea no podían prescindir de su varilla para sus prácticas de hechicería y magia.
Entre los romanos la varilla llamada lituus (una especie de bastón en forma de cayado) constituía principalmente un instrumento de adivinación, el cual, con frecuencia, se empleaba también para fines profanos. Recordemos que en su tratado De divinatione, Cicerón alude veladamente a un proverbio «sobre los buscadores de tesoros con una varilla».
Una aplicación del lituus más próxima a la radiestesia era la siguiente: «Cuando las legiones romanas irrumpieron en las Galias y Germania —refiere M. Moine—, iban precedidas por portadores de varillas, cuya misión consistía en descubrir las aguas subterráneas necesarias para el consumo de las tropas. Así se descubrieron —probablemente por casualidad— cierto número de fuentes termales».
Los etruscos poseían grandes conocimientos sobre las influencias telúricas y cósmicas. Para acelerar el crecimiento de las plantas o desviar los rayos del sol, solían plantar estas varillas en el terreno de siembra.
Brujos y zahoríes
Durante la Edad Media la radiestesia se vio clasificada entre las prácticas de brujería. Porque ¿cómo no atribuir a los brujos y a los demonios unos efectos cuyos mecanismos no podían explicarse? Un manuscrito del siglo XI menciona que la varilla y el péndulo se habían convertido en muchos casos en instrumentos de magia o brujería.
El propio Lutero, en 1518, condenó solemnemente el empleo de la varilla, porque sospechaba que esta servía de intermediaria a un comercio ilícito con el diablo. La Inquisición persiguió con dureza a los zahoríes. Y es que por aquella época eran muchos los que utilizaban las indicaciones de la varilla con fines de hechicería y adivinación.
A mediados de 1521, el monje benedictino Basilio Valentín escribió un libro en el que enumeraba siete clases de varillas que los mineros austriacos empleaban habitualmente para descubrir filones de minerales o de carbón.
En el siglo XVII, Jacques Aymar encontró las huellas de tres criminales en el camino entre Lyon y Aviñón por medio de una varilla, una hazaña que impresionó a las autoridades y les decidió a devolverle las cartas de nobleza que le habían retirado.
A finales del siglo XVIII, e inspirado en los trabajos de Gray y Wheler, el famoso Antoine Gerboin, profesor de la facultad de Medicina de Estrasburgo, adoptó el péndulo por considerarlo más práctico que la varilla. Hoy es el instrumento habitual entre quienes practican la radiestesia.
El abate Mermet, uno de los pioneros de la radiestesia actual, continuó con los métodos de sus predecesores, el abate Paramelle, fray Theodoras y el abate Racineux, y descubrió varios lugares arqueológicos. Actuaba por encargo del Papa. Se dice que, asimismo, encontró el rastro de los últimos supervivientes de una expedición al Polo Norte. Gracias a su péndulo, hallaba el rastro de los asesinados y de los suicidas.
En mayo de 1919 el abate Mermet, de acuerdo con el abate Racineux, llamado príncipe de los zahoríes, realizaron unas sorprendentes demostraciones de prospección a distancia. Pronto fueron imitados por un gran número de adeptos de la varilla y del péndulo.
A partir de esta fecha, la radiestesia se lanzó a la conquista del gran público. Algunos radiestesistas alcanzaron una fama notable, como: el abate Bouly (1865-1958), llamado el padre de la radiestesia; Henry de France (1872-1947), el aristócrata de la radiestesia; Joseph Treive (1877-1946), especializado en la prospección a distancia, y el ingeniero belga Victor Mertens, uno de los más eminentes radiestesistas modernos, entre otros.
Fundamentos de la radiestesia
Al término de la Segunda Guerra Mundial muchos radiestesistas colaboraron activamente para encontrar material de guerra oculto. Y, a pesar de haber demostrado en numerosas ocasiones la veracidad de su ciencia, en algunos países europeos y americanos, la radiestesia todavía no está considerada como una profesión, sino tan sólo como una paraciencia.
Igual que una moda, en la actualidad muchas personas pretenden hacerse radiestesistas en un par de días. Y esto se debe a que ignoran que esta ciencia, como el resto, exige estudio, práctica y prudencia. El señor Soriano, presidente de la Asociación de Radiestesia de España, ha manifestado recientemente: «La radiestesia no es nada extraordinario, no está relacionada con lo sobrenatural. En realidad, todo el mundo puede ser radiestesista, tan sólo se necesita tener el sistema sensorial muy desarrollado, lo que puede conseguirse entrenándose. Todos los objetos emiten ondas distintas, que se captan con el péndulo».
Es justo reconocer que en la radiestesia —como en todas las disciplinas— existen charlatanes, incapaces, iluminados y explotadores, pero también cuenta con muchísimos investigadores sinceros y operadores competentes.
El doctor S. Stromp, geólogo holandés al que la Unesco le encargó una investigación sobre la radiestesia, declaró que las reacciones físicas provocadas en el ser humano por la presencia de agua o de minerales en el subsuelo eran claramente detectables mediante un electrocardiograma. Por consiguiente, sucede algo entre el elemento buscado y el radiestesista. Pero ¿qué?
La radiestesia tradicional parte del principio de que todos los cuerpos emiten radiaciones, las cuales escapan (excepto en los cuerpos llamados radiactivos) a las investigaciones de los sabios, pero que pueden ser captadas por zahoríes o radiestesistas... Parece ser que todos estamos sumergidos en esas ondas. Sin embargo, esos rayos fundamentales, como los llaman los profesionales, son siempre idénticos en un mismo objeto; es decir, cada cuerpo detectado debe enviar al radiestesista unas características precisas.
Y, sólo a base de experimentar, el zahorí aprende que tal o cual sobresalto de su varilla, tal o cual giro de su péndulo, corresponde a un determinado cuerpo. Ha de tenerse en cuenta, no obstante, que esta gama de movimientos sólo le resultan útiles a él. En efecto, los reflejos musculares del organismo, que hacen moverse la varilla o el péndulo, no se dan de la misma manera en una persona que en otra.
Sin embargo, hoy se enfrentan dos grandes tendencias contradictorias: la de los partidarios de la radiestesia física, en la que no participa el pensamiento, y la de los·adeptos de la radiestesia mental, que se basa en el instinto, cuya existencia no pueden negar ni los racionalistas más exigentes.
En resumen: existe un modo sensorial capaz de captar ciertas ondas y radiaciones. Si el primero emplea como receptor nuestro sistema neuromuscular, el segundo método, que es más general que el primero, pone en acción nuestra voluntad y ciertas facultades de nuestra alma. Estos dos procesos de trabajo se dan conjuntamente de modo inconsciente.
De cuanto antecede se deduce que toda persona capaz de concentrar su pensamiento «puede practicar con éxito la radiestesia después de un entrenamiento simple y racional».
La radiestesia sensorial
Sin duda, este método constituye el primer paso en la formación de un radiestesista, por la satisfacción y seguridad que ofrece. Luego, con el tiempo, se pasa a la telerradiestesia y de esta a la radiestesia mental. Generalmente, se admite que el radiestesista, mediante este método, capta ondas e irradiaciones.
Para que se produzca una onda es preciso que se cumplan simultáneamente dos condiciones: que haya un desencadenamiento y un conjunto de puntos de movimiento concordante. Este se produce generalmente por un movimiento de origen rítmico, una chispa eléctrica, una corriente alterna, por ejemplo, o una vibración.
Una radiación proviene de una agitación, pero comunicada a un conjunto por ciertos fenómenos, tales como la desintegración de la materia.
Toda la naturaleza parece vibrar y el conjunto del universo mismo parece un complejo enmarañado de vibraciones con extensiones diversas. En cualquier caso, el estudio del espectro solar nos dará una idea perfecta de lo que la radiestesia sensorial cree captar.
Para ciertos expertos lo que diferencia la radiestesia y la telerradiestesia de algunos fenómenos mentales es que las primeras pueden ser provocadas casi a voluntad, mientras que los segundos son, en general, accidentales y espontáneos.
Todo ser humano puede compararse a un transformador de ondas y de vibraciones.
Algunos radiestesistas notables pretenden que, mediante el ejercicio de su arte-ciencia, se invocaría un sexto sentido, e incluso un séptimo sentido del zahorí, atrofiado por la falta de práctica. Los cinco sentidos atribuidos al hombre, vista, oído, olfato, gusto y tacto, podrían reducirse a uno solo: el del tacto. Así es, en efecto. Una onda de cualquier naturaleza es capaz, por su longitud, de influir sobre el cuerpo material del hombre, de tocarlo en un lugar cualquiera de su envoltura carnal.
Como algunos de estos lugares están particularmente desarrollados para la percepción y, por consiguiente, resultan sensibles a esa onda determinada, son, pues, tocados (tactilidad) por ella, entran en resonancia y traducen (transforman) la onda en el seno del organismo; los nervios la conducen y el cerebro (psiquismo) la interpreta.
¿Cuál es el instrumento indispensable para el radiestesista? El profesor Moine responde: «Lo es el propio radiestesista. Sus facultades conscientes e inconscientes, su sistema nervioso, su organismo entero». Seguidamente añade que la radiestesia es «el arte de utilizar el péndulo» o la varilla, de hacer intervenir la actividad inconsciente como ayuda para descubrir todo lo que está oculto a las facultades normales del individuo, pero cuya existencia sea real.