LAS FORMAS DEL RITO

El rito puede ser definido como la repetición de palabras, acciones y gestos estructurados que, una vez se han revelado como eficaces en una situación concreta, son repetidos en situaciones idénticas o similares, con el objetivo de obtener el mismo resultado. Si algunas danzas han sido asociadas con resultados positivos referidos a un determinado fenómeno, por ejemplo la llegada de la lluvia, cada vez que se quiera conseguir ese mismo efecto se repetirá con exactitud la misma danza.

Si lo que se pretende es realizar un cambio de estado en la vida de una persona, para que pase de una fase de su vida a otra (por ejemplo, del estado seglar al sacerdotal), se seguirá un mismo rito apropiado (la ordenación sacerdotal), compuesto por diferentes comportamientos, palabras y acciones, sin los cuales el cambio de estado no podría realizarse. El rito debe ser realizado por completo: de hecho, la falta incluso de un solo elemento puede invalidar su eficacia. Por este motivo en la ejecución de los ritos se mantienen tradiciones muy antiguas, que se remontan a los orígenes de la vida humana en la Tierra.

El rito iniciático

El rito iniciático se propone como objetivo separar a una persona, sometida a una atenta evaluación, de los demás miembros de la comunidad, para asociarla a una categoría más restringida de personas de alguna manera «especiales»: clase sacerdotal, hombre de medicina, vidente, guerrero, etc. Este procedimiento está estrechamente unido a los ritos de paso, utilizados por todas las comunidades humanas a lo largo de la historia para integrar al individuo en su desarrollo en las diferentes fases de maduración psicofísica, en el interior del tejido social.

El rito iniciático se caracteriza con frecuencia por una primera fase preparatoria, de expiación y purificación, después por una segunda fase de renuncia a la condición anterior a la iniciación (muerte ritual) y por una tercera (renacimiento), en la que la persona es integrada en una nueva categoría de individuos.

Normalmente, la iniciación va asociada a una evidente predisposición por parte de quien es iniciado: la vocación (vocatio), que se manifiesta en la tendencia a aceptar el mensaje y el comportamiento típico del grupo restringido al que se desea pertenecer. La vocación puede ser interpretada como una verdadera llamada que llega desde arriba, o bien como fruto de la experiencia del mundo. En el primer caso, es vivida de una manera dramática, como una visión estática, con frecuencia seguida de algún grave trauma (por ejemplo: combate con un animal feroz, grave accidente, periodo de enfermedad o problemas nerviosos).

La vocación por sí sola no es por lo general suficiente para crear un seguidor (adepto) completo, igual que una iniciación sin vocación, aunque pueda ser entendida como formalmente válida, no permite al seguidor continuar seriamente el consiguiente proceso iniciático. Por ejemplo, en numerosos pueblos, una iniciación no acompañada de una llamada sobrenatural no es considerada suficiente para conceder a un candidato la función de chamán u hombre sanador.

Ritualidad religiosa y ritualidad mágica

Conviene distinguir entre dos términos importantes: teúrgia y magia.

La teúrgia consiste en implorar a la divinidad, que siempre puede rehusar atender la petición, una acción en favor de la persona que solicita la intervención.

La magia, por el contrario, no pide, sino que impone a la divinidad o a la entidad sobrenatural una respuesta casi mecánica a la petición realizada, no proponiendo sino obligando, por ejemplo, a un determinado comportamiento.

Tradicionalmente, el problema de la diferencia entre los dos conceptos ha sido resuelto subrayando que la magia, por su carácter más coercitivo en su relación con la divinidad, se movería más allá de los cánones religiosos comúnmente aceptados y que tendría como objetivo la satisfacción de específicos deseos individuales; mientras que la teúrgia, de carácter más vinculado a la imploración, se situaría por completo en el terreno de la ritualidad religiosa aceptada y estaría generalmente orientada a conseguir el bien de muchos.

Explicado en estos términos se trata de una definición reducida, pero que en todo caso resulta útil para comprender cómo la teúrgia puede aproximarse ocasionalmente a la ritualidad religiosa mucho más que a la mágica. Por ello es necesario desconfiar del valor de tal simplificación. De hecho, inmediatamente surge una primera objeción: si se analiza la historia del pensamiento tradicional en general, vemos cómo la definición de lo que es mágico y de lo que es teúrgico depende de la visión religiosa del momento y del lugar. Lo que es aceptado por una cultura y forma parte de su tradición religiosa más conocida, es considerado, normalmente, como perteneciente a la esfera de la religión oficial (o aceptada) y por ello, si se trata de rituales religiosos, estos son percibidos como teúrgicos. En cambio, todo aquello que es tenido como ajeno a la tradición religiosa aceptada, es considerado como extraño y, por lo tanto, mágico.

El rito iniciático supera en parte esta contraposición, porque sólo pasa a tener una importancia real después de que la divinidad haya expresado su voluntad de un modo u otro a través del proceso de la vocación. La iniciación no hace más que corroborar aquello que, a un nivel más elevado, ya ha sido decidido. El rito iniciático funciona, pues, de manera inversa al rito mágico o teúrgico, ya que no es el iniciado, chamán o brujo el que impone o implora alguna cosa, sino que son los espíritus o la divinidad los que, después de haber elegido al candidato, evidencian las capacidades durante las pruebas iniciáticas, demostrando así que el candidato está realmente en comunión con el mundo sobrenatural. Esto es valido, de una forma especial, para la iniciación de tipo chamánico.

Ritualidad como imitación del comportamiento de los dioses o de los héroes mitológicos

Uno de los aspectos más interesantes de las civilizaciones antiguas (y de las tradicionales) es la convicción de que el ser humano pueda tener parte activa en el ordenamiento del cosmos, mediante la imitación del comportamiento de los dioses, autores de la obra de magia más grande: la creación. Esto implica la ejecución minuciosa de rituales que no pueden y no deben apartarse de todo lo realizado por los dioses, so pena de que decaigan sus valores.

En la física vibracional esta concepción halla su plasmación en las llamadas ondas de forma, emitidas, según los radiestesistas, por objetos bidimensionales o tridimensionales y por los movimientos de la danza y del ritual realizado por los iniciados. Más allá de los gestos y de los materiales utilizados, lo que se dice debe ser absolutamente perfecto para poder obtener el efecto vibracional deseado, igual que es imprescindible que una figura dibujada, por ejemplo un pentágono, deba reproducir exactamente su arquetipo, so pena de que decaiga su valor energético.

Los ejemplos que proceden de la tradición son numerosos. Entre estos se pueden citar los antiguos libros mágicos medievales, auténticos tratados de magia (del francés grimoire, «tratado»), que imitan con frecuencia los manuales de exorcismo de la Iglesia católica y que se remontan a antiquísimas usanzas mágico-religiosas, cuyo recorrido puede ser seguido hasta llegar al Libro de los muertos del antiguo Egipto. La técnica utilizada es la de la gradual identificación con la divinidad. Precisamente como en el Libro de los muertos egipcio, la fuerza constrictiva de la acción mágica depende del hecho de que quien habla no es el mago (o el difunto), sino la divinidad misma.

Véase, por ejemplo, el comienzo de esta importante obra de la religiosidad del antiguo Egipto: en el primer capítulo del Libro de los muertos, el que habla (es decir, el difunto y, por él, el sacerdote lector) se identifica en primer lugar con el dios Thot, que desarrolla su actividad siempre al lado de Osiris y Horus y contra sus enemigos. A continuación, Thot (es decir, el sacerdote en lugar del difunto) se dirige a los conductores de las almas para que juzguen también el alma del difunto (que toma el nombre de Osiris) en la morada de Osiris. En especial, se pide que el difunto pueda encontrar la vida, como vivos están los dioses que habitan en la otra dimensión: que pueda ver, oír, sentarse y mantenerse derecho como ellos. Se pide que pueda entrar y salir sin ningún impedimento de la morada de Osiris, y todo esto mediante la recitación de esta fórmula (es decir, el texto leído). Además, declara que no se le ha encontrado ninguna culpa al difunto en la balanza del juicio. En este momento, es nuevamente el difunto el que habla, felicitándose de poder ser asimilado a los dioses que habitan en la morada de Osiris.

Upuaut, la divinidad egipcia que acompañaba a los difuntos ante la presencia de Osiris. (FS)

En épocas posteriores, el Grimorio (Libro mágico) de Pedro de Abano (1257-1315), obra que se proponía encantar a los espíritus del aire, es otro ejemplo revelador de este proceso. El mago, después de ser identificado con las características del poder de la divinidad, acaba por identificarse con ella, hasta el punto de que, al término del acto mágico, no es ya el mago, sino el mismo dios quien habla a través de él.

Entre las poblaciones tradicionales se cita una tradición de los indios pomos, de California septentrional, que veneran al héroe de sus orígenes, Kuksu. Este (junto a otros personajes mitológicos) es representado por danzantes provistos de máscaras y vestidos rituales, cuyo objetivo es repetir las acciones realizadas en el principio de los tiempos, mediante la renovación de la cosmogonía del mito.

La muerte ritual

Un elemento fundamental en cualquier rito de iniciación es la muerte ritual. Esta expresión se refiere al paso de un estado a otro de manera definitiva, es decir, que lo que muere es la condición anterior en la que se hallaba la persona antes de la iniciación. Como dice el Evangelio, el grano debe morir para poder dar sus frutos; así, el proceso alquímico de la muerte y de la putrefacción es un paso obligado para las siguientes fases de transformación y crecimiento de la sustancia. En efecto, lo que muere es únicamente la corteza superficial, no la fuerza interna, espiritual, que se traslada a la superficie por la superación del impedimento que suponía la materia que la atenazaba. Como veremos más adelante, no debemos olvidar el proceso gnóstico de la emanación que se encuentra en la base de esta visión de la vida: todo procede del Padre, entidad espiritual que está en el centro de la existencia. La energía espiritual que emana de él se difunde por todas partes, pero a medida que se aleja del centro comienza a decaer, perdiendo luminosidad y transformándose en materia, que finalmente no sería nada más que energía congelada. Esta última, sin embargo, no deja de vibrar en el interior de la materia misma, núcleo energético que contiene su esencia más verdadera: liberarla y conducirla hasta la superficie significa alcanzar su estado más elevado. Lo mismo debe sucederle a la persona que se somete a la iniciación: de hecho, el adepto, después de ser purificado, es desnudado, en condición de penitente, y, con los ojos tapados, es introducido en un ambiente oscuro, que podría ser incluso el interior de un ataúd, para simular su muerte. Se evoca así el antiguo mito de Osiris, divinidad egipcia que murió para resurgir después en otra dimensión. En todo este proceso, el adepto, incluso si se le deja a solas para meditar consigo mismo, tiene siempre cerca a un guía: entre los antiguos egipcios, este guía era Upuaut (que tenía el mismo aspecto que Anubis, pero con funciones de acompañante), que conducía al iniciado, con los ojos tapados, por un recorrido lleno de obstáculos, sujetándolo por la mano o por el brazo. Al acabar el proceso de iniciación el adepto, ya iniciado, no es la misma persona de antes: una señal, un símbolo, a veces indeleble, lo distingue de los demás seres humanos no iniciados. Una flagelación ritual, por ejemplo, dejará heridas permanentes en los iniciados en los misterios dionisiacos (como puede verse en uno de los frescos de la villa de los Misterios de Pompeya); también tatuajes dolorosos, u otras mutilaciones, distinguían a los seguidores de las diferentes tradiciones, con origen en diferentes áreas geográficas, incluso muy alejadas entre sí.

MISTERIOS E INICIACIÓN

Los misterios son formas secretas de interacción con lo sagrado que se basan en una iniciación y en numerosas prácticas mágicas, místicas y devotas orientadas a favorecer el contacto con la divinidad y la evolución, ya sea espiritual o material, del participante.

Dado que los misterios se revelan a un público formado por adeptos, que deben mantener necesariamente el secreto sobre aquello que les es enseñado y que ellos ven, resulta extremadamente difícil, por no decir imposible, reconstruir el contenido simbólico, iniciático y formativo. Además, con la desaparición de muchas tradiciones misteriosas, ha empezado a faltar también la transmisión entre maestro y discípulo, y entre iniciado y adepto, típica de este sistema de conocimiento.

De la misma manera que Upuaut acompañaba al difunto al juicio divino, el hermano masón conduce al postulante, vestido de penitente y con los ojos vendados, por un recorrido iniciático. (FS)

Historia y características de los misterios

El término misterio está unido sobre todo a la civilización griega antigua, de la que toma el nombre (del vocablo mysterion). Los misterios griegos nacieron como resultado de la convergencia de tradiciones diversas: preindoeuropeas, indoeuropeas, orientales y africanas. Ciertamente, se ha producido un largo debate sobre la posible procedencia egipcia de algunas formas misteriosas y religiosas griegas, pero si no hay dudas respecto a algunos periodos (probablemente desde el siglo VII a. de C. y seguramente desde Tales y Pitágoras), es difícil mantener la conformidad para periodos más antiguos, a pesar de que algunos autores griegos han defendido dicha posibilidad. En efecto, ciertas costumbres, como el traslado de imágenes de las divinidades de un templo a otro, mediante la construcción de auténticas vías sagradas, en las que se realizaban paradas en las capillas o santuarios, están muy cerca del traslado mediante embarcaciones sagradas de los dioses egipcios de un santuario a otro, propio de todos los periodos de la civilización egipcia. Otro aspecto característico, además de la religiosidad griega, es la importancia local del culto a los dioses, con intervención directa de algunas familias que actuaban como intermediarias (sacerdotes, servidores, oráculos) entre los fieles y los dioses. De esta forma se crearon auténticas dinastías familiares que durante siglos se encargaron del mantenimiento de los templos, oráculos y centros de oración. Un proceso parecido a este debió producirse para los misterios, organizados por sociedades privadas (y, por lo tanto, lejos del culto público oficial) a menudo ligadas a una tradición familiar.

LA TERMINOLOGÍA

El mundo griego utiliza diferentes términos para definir los misterios, cuyo valor semántico a veces se superpone. Los mayores problemas interpretativos se deben al hecho de que el término misterio ha sido analizado y transmitido hasta nuestra cultura moderna sobre todo por la tradición cristiana, que ha modificado parcialmente su significado inicial. Originalmente los misterios (ta mysteria, en sentido amplio, incluso aunque el término fuera con frecuencia utilizado para referirse a los misterios de Eleusis) no eran más que una de las diferentes formas previstas oficialmente en el calendario litúrgico que regulaba la vida religiosa de los griegos. Existían, sin embargo, numerosas variantes locales de fiestas y celebraciones, por lo que no se podía hablar de un único calendario válido para todos, hasta el punto de que en numerosas ocasiones se producían interminables discusiones sobre cuándo debía comenzar una determinada fiesta.

En cualquier caso no se trataba de una cuestión banal o exclusivamente de carácter religioso, porque, por ejemplo, las treguas en periodos de guerra estaban relacionadas precisamente con el desarrollo de determinadas celebraciones: proclamar el comienzo de una fiesta de importancia nacional, cuando el enemigo estaba a las puertas, constituía un excelente sistema para revitalizar el cuerpo social y evitar una posible derrota y una invasión. Desde el punto de vista terminológico, el concepto de misterio (incluida la práctica ritual) es expresado con tres términos diferentes: òrghia, teleté y myesis. El primero, òrghia, próximo a ergon («obra», «acción»), indica la acción que recibe (o que realiza) el iniciado durante el rito. Con frecuencia se utiliza el participio orghiasmenos (literalmente «obrado»). Teleté[1] es un término más genérico, que en un principio se refería a los valores religiosos, aunque desde el periodo helenístico comenzó a referirse también a los caminos del conocimiento. El tercer término, myesis, nos lleva hasta el verbo myo («el hecho de cerrar los ojos, apretar los labios») y subraya el comportamiento del iniciado, que no desvela los secretos descubiertos y no habla con nadie que no sea a su vez un iniciado.