SUEÑOS DE HACE DOS MIL AÑOS

«¿Qué es la vida, sino un sueño?». Con esta pregunta Lewis Carroll concluye uno de los sueños más encantadores y alusivos que han existido, el viaje fantástico de Alicia al País de las Maravillas. Desde el pasado más remoto el sueño nos estimula con sus innumerables porqués.

 No siempre son sueños de oro

No todos los sueños son iguales: algunos se mantienen vivos en nuestra memoria durante años, nos ayudan a comprendernos mejor a nosotros mismos, nos anticipan hechos destinados a concretarse en la realidad, a veces con la insistencia del sueño recurrente, que se repite siempre igual, en distintos momentos. Son los sueños que los antiguos definían como «sueños que salen de la puerta de marfil», es decir, preciosos, verdaderos, dignos de ser interpretados como mensajes de los dioses, distintos de los que «salen de la puerta de cuerno», más insignificantes y burdos, sueños que se diluyen rápidamente, al despertar, como el azúcar en el café de la mañana, porque están causados simplemente por una comida demasiado abundante, por la posición en la que hemos dormido o por fragmentos de lo que hemos visto, pensado u oído durante el día.

 Planeta sueño

Bellos, coloridos, eróticos, terroríficos, alegres, melancólicos, pero en el fondo siempre misteriosos, los sueños se nos parecen, son la imagen de nuestra vida, están hechos de nuestra misma materia. Se entrelazan con nuestra vida cotidiana, el trabajo, la familia, los amores; reflejan nuestras emociones, contienen nuestros recuerdos, revelan nuestras esperanzas, intereses, problemas, miedos, nuestros deseos secretos, los que no nos atreveríamos a confesar ni a nosotros mismos. Hay quien los considera un mecanismo de alarma de enfermedades que están todavía en fase de desarrollo. Otros, en cambio, son un milagroso lavado de las emociones contra las sustancias tóxicas acumuladas por el sistema nervioso, o también un recurso del cerebro para reforzar la memoria o animar la creatividad.

 Freud: la base de los sueños es la sexualidad

Freud otorga a los sueños el papel de válvulas de escape de los deseos reprimidos; los considera verdaderas fábulas construidas por la mente expresamente para colmar los deseos que se agitan en nuestro interior. Tanto es así que si no lográramos soñar, acabaríamos despertándonos. Sin embargo, los niños muy pequeños, todavía ajenos a las reglas y las prohibiciones, sueñan sus deseos tal como son: el juguete, el pastelito, los mimos de mamá. Las emociones de los adultos, para Freud siempre relacionadas con la esfera sexual, son demasiado fuertes para dejarnos dormir en paz. Por esta razón el subconsciente las disfraza, recubriéndolas con otros símbolos, trasladados de experiencias del día recién transcurrido, a través de un lenguaje secreto, que transforma el sueño en una especie de jeroglífico, en donde cada imagen y cada detalle ocupan el lugar de otro que no podemos admitir y reconocer como nuestro. Así, soñamos con el gato, la serpiente o el caballo en lugar del pene y la agresión, o el columpio en lugar de la relación sexual; la gruta y el agua representan a la madre, la casa es el cuerpo, la bodega y el baño, los genitales. Para interpretar el sueño solamente hay que excavar en la profundidad, desarmarlo y trabajar en cada pieza hasta encontrar su raíz secreta.

 Jung: los sueños como mensajes

Es distinto, en cambio, el posicionamiento del alumno de Freud más célebre, el psicólogo suizo Carl Gustav Jung, un estudioso de los símbolos. Según este, los símbolos forman parte del oscuro almacén que es el subconsciente de todas las personas, no sólo como bagaje de sus vidas, sino también como herencia de quienes las han precedido —el pueblo, la raza—, y son transmitidos como si se tratara de la estatura o el color de la piel, del código genético.

Jung recupera el pensamiento de los antiguos y ve en los símbolos que se amontonan en nuestros sueños mensajes preciosos, consejos, avisos del subconsciente, es decir, la parte más secreta y receptiva de nosotros mismos, capaz de comunicarse sin palabras con los otros seres.

 Dónde nacen los sueños

Durante mucho tiempo se ha creído que la fábrica de los sueños estaba localizada en la parte externa del cerebro, llamada córtex. Pero, al parecer, el responsable de la escena onírica es el tronco del encéfalo, un área un poco primitiva que el hombre comparte con muchas especies animales, capaces también de soñar. Basta con mirar a un perro o un gato mientras duermen, observar sus movimientos, escuchar los sonidos que emiten, para darse cuenta de que están soñando: con la madre, con la comida o con un misterioso agresor. Lo mismo ocurre en el bebé e incluso en el feto, dentro del vientre de la madre.

El sueño se inicia con la vida, antes de que empiecen a desarrollarse la conciencia, los sentidos, los recuerdos. Entonces, el hecho de comenzar a soñar antes de tener experiencias significa que el material de los sueños, los archivos de imágenes y símbolos que vienen a nuestro encuentro cada noche, está en nuestro interior, como lo demuestra un hecho muy sorprendente: los ciegos de nacimiento sueñan formas y colores que nunca han visto.

 El tiempo del sueño

Se pudo determinar hace cuarenta años, por obra de dos científicos, Aserinski y Keitman, quienes, realizando un electroencefalograma a una persona dormida, descubrieron que los sueños aparecían varias veces a lo largo de la noche. El sueño no es constante, se divide en cuatro fases, llamadas REM en las que se alternan momentos de profundidad, en los que no se producen sueños, con otros más ligeros, cargados de imágenes oníricas, a lo largo de los cuales los ritmos eléctricos cerebrales adoptan valores y frecuencias típicos de la vigilia, y simultáneamente los músculos se hacen pesados, la respiración se acelera y los ojos se mueven rápidamente debajo de los párpados cerrados. Cada noche vivimos de tres a cinco fases de sueño: la primera, a la hora y media de dormir, dura unos diez minutos, y las otras, más seguidas, son cada vez más largas. Estas últimas son los famosos sueños del alba, los únicos a los que daban crédito las antiguas claves interpretativas, quizá porque son los que recordamos mejor y con más cantidad de detalles. Además, las fases del sueño no son iguales en las distintas etapas de la vida: los bebés sueñan mucho, la mitad del tiempo que duermen como mínimo, mientras que los ancianos sueñan muy poco, y las personas de más de cien años, casi nunca.

 El sueño y las cifras

Satisfacen deseos, resuelven problemas, ayudan a adaptarse a la vida. Y sin embargo, no todo el mundo puede decir que tiene una buena relación con sus propios sueños. Casi la mitad de la población admite que sueña con frecuencia, pero sólo una persona de cada cuatro es capaz de recordar el contenido del sueño, lo cual puede ser una suerte porque los sueños agradables no superan el 25-30 %, los neutros oscilan entre el 20 y el 25 % y el 50 % restante son pesadillas.

Pero, ¿cuántas veces soñamos? El 60 % de las personas que sueñan lo hacen una media de una vez al mes; el 15 %, cuatro veces por semana. En realidad son muchas más; una vez al día, como mínimo, tal como reconoce el 6 %. Lo que ocurre es que no conservamos el sueño en la memoria. De ahí se deducen las cifras siguientes: una hora y media cada noche o, lo que es lo mismo, veinte días al año o entre cuatro y cinco años a lo largo de la vida.

 ¿Quién no sueña?

Aproximadamente un 7 % de la población está convencida de que no sueña. Sin embargo, la ciencia confirma que es imposible no hacerlo. Todos soñamos, sin excepciones, porque el sueño es una actividad cerebral indispensable para el equilibrio mental. Si no soñáramos, enloqueceríamos. Pero a menudo preferimos borrar las imágenes que nos podrían crear una crisis y nos convencemos de que no hemos soñado. Por otra parte, la falta de coherencia y las transformaciones tan frecuentes que se producen en los sueños dificultan su recuerdo. Salvo cuando son tan «reales» que nos impresionan durante mucho tiempo, los sueños desaparecen al cabo de pocos minutos después de despertar, o bien se modifican o se borran parcialmente. Para recordarlos conviene escribirlos, contarlos o, mejor aún, comprometerse con uno mismo antes de dormir, mirándose en el espejo y repitiendo en voz alta varias veces: «Mañana recordaré mis sueños».

 ¿El sueño ha cambiado a lo largo de la historia?

En líneas generales, no. Si retrocedemos en el tiempo, hasta la época de las culturas egipcia y asiria, descubrimos que los deseos de los hombres se han mantenido invariables: el amor, el éxito, la muerte, la guerra. Cambian los detalles: el automóvil sustituye al carro, el rey se convierte en primer ministro, la cabaña, en rascacielos.

Según Calvin Hall, un americano pionero en el estudio de los sueños, en los años cincuenta del siglo XX se manifestaba claramente la diferencia de papeles entre los varones y las mujeres: los hombres soñaban con el trabajo, la competición y el sexo, mientras que las mujeres lo hacían con temas afectivos, la familia y la comida. Veinte años después, al repetir el estudio, la emancipación de la mujer había comportado un cambio en los sueños: en las visiones nocturnas masculinas habían entrado las papillas, los pañales y los mimos, mientras que las mujeres habían pasado a ser, también en los sueños, más protagonistas y agresivas.

 El sueño, espía del futuro

Tanto si los «incubaban» expresamente (los sacerdotes y los chamanes), como si el mensaje de los dioses les llegaba por casualidad, los antiguos tenían muy en cuenta los sueños, a los que otorgaban el mismo rango que a las profecías. Tanto es así que, en tiempos de César, la persona que hubiese tenido un sueño de posible interés para la ciudad tenía la obligación de contarlo a las autoridades competentes.

En efecto, en la parte inconsciente de la psique, junto con los restos de la vida diurna, miedos, complejos y recuerdos, hay fragmentos de comunicación con el plano sutil, de fenómenos paranormales, de percepciones extrasensoriales que los especialistas llaman telepatía, clarividencia o precognición. Lo paranormal se manifiesta a través de los sueños cuando, por ejemplo, soñamos, sin elementos objetivos que permitan suponerlo, que la tía Catalina nos llama, que mañana nos pondrán una multa, que nuestro marido está en la playa y no en una reunión, como ha dicho. Como si estuvieran catalizados por la antena del sueño, mensajes, consejos, reproches e informaciones prefieren la complicidad de la noche para irrumpir en nuestra conciencia, a través de un mecanismo que, despiertos, distraídos por los estímulos que nos rodean o frenados por la razón, tendríamos dificultad para aceptar. Cada vez son más frecuentes los casos de sueños que han sacado a alguien de un apuro o han hecho posible un beneficio. También puede suceder que dos personas unidas por fuertes vínculos afectivos, especialmente los hermanos gemelos, construyan un puente mental entre ellas, hasta el punto de llegar a compartir el mismo sueño.

 Crear en sueños

Dormidos somos más creativos que despiertos. La historia del arte y de la técnica ofrece muchos ejemplos de casos en que una inspiración, una respuesta, una fórmula buscadas racionalmente sin éxito durante la vigilia pueden aflorar a la conciencia aferrándose a los hilos del sueño. Cuenta la tradición que Dante había soñado la Divina Comedia y que posteriormente la versificó. Lo mismo se dice del átomo de Bohr, de la máquina de coser, de la Polaroid. Y probablemente todavía escribiríamos con pluma y tintero si el inventor del bolígrafo, el húngaro Birò, no hubiera soñado que cargaba un fusil con una bola de plomo y un depósito de tinta para disparar contra la gente que se reía de él.

 El doctor llega de noche

Los chinos lo saben desde hace por lo menos treinta mil años: detrás de las fantasías oníricas muchas veces acecha una desgracia. Nos lo confirma una reciente estadística realizada en Occidente por el Instituto de Medicina Psicosomática Riza. Los datos que aporta el estudio son muy interesantes. Soñar con un caballo, especialmente si es de carreras, anuncia un trastorno cardiaco; un viento impetuoso, una dificultad respiratoria; un incendio, una inflamación. En el entorno del hogar, que normalmente es una imagen onírica del cuerpo, el techo representa una situación de estrés o una fuerte jaqueca, el baño, una disfunción genital, la cocina, un problema ligado a la alimentación y la bodega, que se relaciona con las partes más oscuras y más secretas, advierte de problemas intestinales, como estreñimiento o colitis.

 Máquinas para guiar los sueños

Zambullirse en medio del océano o ganar millones de dólares, convertirse en un alto dirigente o hacer el amor con Kevin Costner..., todo ello es posible con la última moda en materia de rarezas: la máquina para guiar los sueños, puesta a punto en marzo de 2002 por el psicólogo británico Keith Hearne. Se trata de un aparato del tamaño de un libro que, gracias a los impulsos eléctricos transmitidos por un sensor, advierte al durmiente del inicio del sueño y le permite dirigir conscientemente la escena sin despertarse, escogiendo el tema y los protagonistas que prefiere. Entonces, el sueño normal pasa a ser lúcido, una situación onírica en la que se sueña sabiendo que se está soñando, y simultáneamente se es actor, director y espectador de la película.

El arte de guiar los sueños tiene un precedente antropológico que aporta enseñanzas muy valiosas. Los senoi, un pueblo pacífico y creativo de Malasia, han sabido convertir el sueño, del tipo que sea, en un precioso momento de diálogo con uno mismo, un antídoto contra la agresividad, un pararrayos contra el ansia y la tensión. Desde niños, los senoi aprenden a revivir las experiencias oníricas, contándolas a la comunidad, que les enseña a comprenderlas. Pero eso no es todo. El niño aprende que siendo dueño de sus propios deseos puede superar cualquier obstáculo, y cuando el sueño parece tomar el peor rumbo, lo reconstruye desde el principio, inventando conscientemente el final. Con o sin máquina de los sueños, siguiendo los consejos de la psicóloga americana Jill Morris, que ha tomado como punto de partida a este pueblo, se puede aprender a derrotar a las pesadillas y a utilizar los mensajes de los sueños para resolver problemas espinosos y aumentar el potencial creativo, esa pequeña dosis de genialidad imprevisible que dormita en cada uno de nosotros.