Cada vez que me acerco a una colmena,

recuerdo con afecto a quienes me desvelaron por primera vez

los misterios de la vida de las abejas.

INTRODUCCIÓN

Imponente enjambrazón de abejas formada en la rama de un árbol. (Fotografía de Lanceau/Cogis)

El conocimiento «zoológico» de las abejas no ha transcurrido paralelo a la práctica apícola. Se ha tendido siempre a «producir» antes que a conocer. Por ello, la verdadera evolución en una actividad tan antigua no se ha producido hasta una época relativamente reciente. En 1761, el gran naturalista Carl von Linneo, que estableció la primera clasificación orgánica del mundo animal conocido en aquel entonces, denominó a la abeja Apis mellifica, nombre que todavía hoy distingue a la abeja criada por el hombre.

En 1901, se publicó la obra La vida de las abejas, de Maeterlinck, primer tratado moderno de apicultura, aunque sea más rico en imágenes poéticas que en observaciones científicas. De suma y fundamental importancia para el conocimiento de las abejas resultó toda la obra de Karl von Frisch, quien, tras realizar atentas observaciones y diversos experimentos, «comprendió» y «descifró» el lenguaje de las abejas. Su gran aportación le valió el Premio Nobel en 1973, y con él comenzó una nueva época en el estudio de las abejas.

Además, la evolución y la historia de la apicultura se han visto influidas por la aplicación de los primitivos sistemas de cría de las abejas. El hombre moderno ha aprendido a proporcionar a las abejas una vivienda, la colmena, para poder aprovechar al máximo su trabajo. En el pasado, las diversas instalaciones para la cría de las abejas se acondicionaban en un tronco hueco, en una cesta de mimbre o en una vasija de arcilla y paja trenzada. Las colmenas, en un sentido moderno, se dividen en tres categorías, que corresponden a tres momentos en el desarrollo de la apicultura. Tenemos la colmena rústica, de «panal fijo», caracterizada porque la construyen las propias abejas y no puede descomponerse. En las colmenas rústicas, la extracción de la miel se realiza destruyendo los panales, generalmente mediante la eliminación de la colonia de abejas. Las colmenas semirracionales, por el contrario, se componen de una cámara de cría y de un alza con panales móviles. Esto permite recuperar la miel sin matar las abejas, aunque no permite comprobar la fuerza y el desarrollo de la colonia del nido. Por último, tenemos la colmena racional, utilizada actualmente, que posee todos los panales móviles y permite examinar el nido y retirar la miel cómodamente. Con este modelo, el apicultor puede intervenir en el desarrollo del enjambre y, de esta forma, alcanzar un mayor aprovechamiento de la capacidad de la colonia.

Abeja obrera chupando el néctar. (Fotografía de Gissey/Cogis)

Miel envasada para ser vendida. (Fotografía de Vidal/Cogis)

En 1851, el abad estadounidense Langstroth construyó la primera colmena racional con panales móviles, y desde entonces se ha perfeccionado continuamente el modelo original. Durante cien años, el mercado de la colmena fue copado por dos modelos muy similares, el Langstroth y el Dadant-Blatt. Ambos se utilizan en la actualidad. Las especificaciones en modelos «fijos» y «móviles», «de 10» o «de 12» panales, no alteran su esencia.

Lo que distingue actualmente una apicultura seria y racional de una apicultura aproximativa y dubitativa es el modo de manejar la colmena y de hacer frente a las emergencias, provocadas por los múltiples enemigos de las abejas que amenazan con destruir las colonias, provocando un grave daño en la polinización de las plantas. No debemos olvidar que, de los miles y miles de especies de flores que reciben la visita de las abejas, cerca de mil especies se reproducen exclusivamente gracias a ellas, pues no poseen otro medio para realizar la polinización: ni otros insectos ni los agentes atmosféricos pueden cumplir esta función.

Colmenar en las montañas provenzales. (Fotografía de Gissey/Cogis)

(Fotografía de Gissey/Cogis)