Un poco de historia

La rata se encuentra entre los mamíferos más antiguos del planeta, aunque no aparece con su nombre científico (Rattus) hasta principios del siglo XX. En efecto, hasta ese momento el nombre Mus designaba, sin distinciones, a ratas y ratones. De ahí la posible confusión entre las dos especies, origen de algunas afirmaciones grotescas. Prueba de ello es que J.F.D. Shrews-Burry, autor de Historia de la peste bubónica, estaba convencido de que la rata había abandonado Europa y después había regresado.

Pero la realidad es mucho más simple: ya presente en la Era Terciaria en las lejanas regiones de Asia y de África, la rata se convirtió en uno de los habitantes privilegiados de nuestras tierras en torno al año 1000, y no ha cesado de proliferar desde entonces, hasta el punto de conquistar nuevos territorios al ritmo de las grandes migraciones y otros movimientos de invasión, con el éxito que ya conocemos.

Así pues, mucho antes de que Mus decamanus se convirtiera en Rattus norvegicus y de que Mus rattus se denominara Rattus rattus, la rata formaba parte de la vida cotidiana del hombre. Y todo lo que se ha dicho de los ratones se puede aplicar con justicia a las ratas. Casi dos mil años antes de Cristo, ya encontramos rastros de su presencia en gran parte del planeta. Objeto de culto aquí (en Asia Menor, por ejemplo), animal de diversión o simple alimento allí (concretamente en China), las ratas entran en la historia —casi— a la vez que el hombre.

Compañera fiel, la rata ha seguido al hombre en sus desplazamientos y en su conquista del mundo

UNOS ORÍGENES MODESTOS...

La gran cantidad de ratas y su presencia bien visible nunca han dejado indiferentes a los hombres. Desde siempre, científicos, pensadores y gente del pueblo han multiplicado las hipótesis sobre el posible origen de estos animales... con más o menos racionalismo y acierto.

En la cultura egipcia, la idea más extendida era que los ratones —¿o quizás eran ratas?— nacían literalmente de los lodazales fértiles del Nilo. Según el filósofo Aristóteles, estos animales salían de las inmundicias; en esto no iba muy desencaminado, ya que, en realidad, las ratas suelen merodear por las zonas donde la basura —y, por tanto, la comida— es más abundante.

Un animal cargado de símbolos

Debido a que su existencia es indisociable de la del hombre y a que evoluciona cerca de este, pero en un universo que, por definición, es oscuro, repugnante y misterioso (sótanos, cloacas y otros calabozos), la rata es portadora de símbolos más o menos maléficos. En este sentido, coincide con los animales más odiados de la creación animal, como arañas, sapos, lagartos, culebras y gusanos. Todos son seres repulsivos por su morfología, pero más aún por los males que pueden producir: picaduras venenosas, mordeduras asesinas, quemaduras y ulceraciones diversas.

Más aún que estos pobres marginados, la rata presenta dos peligros mayores para el hombre: destruye sin escrúpulos sus reservas alimenticias, que, además, ensucia, y, sobre todo, ha sido transmisora de epidemias de peste que han diezmado poblaciones enteras a lo largo de la historia.

No sorprende, por lo tanto, que las ratas hayan sido asociadas de forma sistemática con el mal y la destrucción, como ocurría en el Antiguo Egipto, que incluso la consagró como diosa de la peste.

Por lógica o paradoja, China hizo de las ratas el símbolo de la prosperidad, sin duda porque su proliferación era sinónimo de cosechas abundantes. Es el primer animal del zodiaco chino y se supone que confiere a los nacidos en su signo una personalidad de liderazgo, un gran sentido de la economía y, como reverso de la moneda, una propensión a inmiscuirse en los asuntos de los demás; el año de la rata será rico en beneficios de todo tipo.

En Europa, la rata ante todo se considera un ser maléfico, y fue la pesadilla de los marineros de antaño, cuyo éxito en sus viajes de altura podía convertirse en una catástrofe si estos animales viajaban con ellos. En ese caso debían tener mucho cuidado con la integridad de las cuerdas y de las velas, y también con las provisiones, en las que causaban los mayores daños. Eran también el terror de los habitantes de las ciudades y del campo, en cuyas casas sembraban la muerte y la desolación con su papel de propagadoras de enfermedades.

En el mundo de lo imaginario y de los sueños, la rata tampoco ocupa un lugar envidiable, pues simboliza las fijaciones obsesivas y las destrucciones de la personalidad con toda la morbidez que ello supone.

La rata en las artes

La literatura y el séptimo arte también han explotado de manera importante el simbolismo negativo de la rata.

Entre los numerosos ejemplos que podemos encontrar, citaremos la novela de Albert Camus La peste, en la que el animal, vehículo de la enfermedad, siembra la muerte y la desolación a su alrededor. Y la gran escena de las cloacas de Los miserables de Víctor Hugo, en la que Jean Valjean huye por las alcantarillas, durante los enfrentamientos sangrientos de las barricadas, cargando con el cuerpo de Marius, herido e inconsciente. En este agotador periplo, se libra de mil peligros mientras hordas de ratas pasan por entre sus piernas.

Menos mórbidas son, sin embargo, las diferentes evocaciones de la rata que La Fontaine pone en escena en algunas de sus fábulas. En efecto, el pequeño roedor aparece en once de ellas, que son las siguientes (por orden cronológico): La rata de ciudad y la rata de campo, El gato y la vieja rata, El combate de las ratas y las comadrejas, La rana y la rata, El consejo de las ratas, El león y la rata, La rata que se retiró del mundo, La rata y la ostra, La rata y el elefante, El gato y la rata y Dos ratas.

En el ámbito del cine, Nosferatu el vampiro, de Murnau (rodada de nuevo en la década de 1980 por el director Werner Herzog), es, sin duda, el mejor ejemplo de utilización del simbolismo funesto de las ratas. En efecto, en esta película el pequeño mamífero aparece como el instrumento servil del mal. Igual de simbólica pero mucho más perversa fue la imagen de la rata utilizada en una de las más conocidas películas de propaganda nazi: ¡en esa escandalosa realización, todos los judíos aparecen con rostro de rata!

Hay que añadir a esta lista las numerosas escenas de las películas de aventura que tienen lugar en descampados o en cloacas —como en Indiana Jones— en las cuales las ratas ostentan un lugar privilegiado.

Recordemos también la conocida historia de El flautista de Hamelín quien, después de librar a la ciudad de las ratas conduciéndolas hasta la muerte mientras seguían el sonido de su flauta, se venga de los notables que se habían negado a pagarle, haciendo lo mismo con los niños.

Y finalicemos esta breve recapitulación evocando una conocida canción popular francesa, Perrine, cuya primera estrofa dice:

Perrine era sirvienta,

Perrine era sirvienta en casa del señor cura

Diguedondain Dondaine, en casa del señor cura

Diguedondain Dondé.

Habiendo recibido la visita de su novio a escondidas y a punto de ser sorprendida por el cura, la sirvienta lo obliga a esconderse «en la artesa», en la que acaba por olvidarlo. Y cuando lo recuerda súbitamente..., «al cabo de tres semanas», «las ratas se lo habían comido, Diguedondain Dondaine, las ratas se lo habían comido, ¡Diguedondain, Dondé!».

Las ratas como animales devoradores de hombres: aquello era algo que consagraba —ciertamente con humor, pero de manera bastante dramática— el horror supremo que suscitaban esos malditos animales, de los que algunas supersticiones antiguas intentaban protegerse poniendo, por ejemplo, ramas y flores de ajenjo en las habitaciones de las casas. De este modo se pensaba que se mantenía alejados a esos invitados cuya presencia era tan temida.

La rata y el ratón

En comparación con su pequeño «primo» el ratón, que, a pesar del temor y de la repulsión que suscita en ciertas personas, despierta también sentimientos de dulzura, de ternura y de ingenuidad, la rata parece aún más negra.

¡Qué contraste, en efecto, entre estos moradores de los mundos oscuros y sucios y los Mickey, Tom y Jerry o aquellos otros ratones generosos de La Cenicienta! ¡Qué abismo entre las ratas propagadoras de enfermedades y el gracioso Fievel (un ratón... macho) en los dibujos animados que llevan su nombre! ¡Y qué oposición con las tiernas representaciones de ratoncitos y ratoncitas creados por las ilustradoras Beatrix Potter, cuya obra está llena de amenos «retratos», y Gabrielle Vincent, cuya deliciosa Celestina, que tiene como particularidad ser huérfana y haber sido recogida por un oso, es la conmovedora heroína de emocionantes historias para niños!

¡Y qué decir del ratoncito Pérez, ese ladrón de dientes de leche que aprovecha el sueño de los más pequeños para dejar, a cambio, un regalo bajo sus almohadas!

Así pues, nos encontramos ante un doble aspecto de la realidad: una cara y una cruz, dos caras de una misma moneda. Símbolos de dulzura, de elegancia, de humor y de vivacidad, los ratones encontrarían su Mister Hyde en la raza de las ratas.

Oposición y complementariedad caracterizan la pareja rata-ratón, que se rechazan el uno al otro como si se tratara de los dos polos de un imán.

En cualquier caso, es interesante destacar que algunas de las primeras ilustraciones de las fábulas de Esopo que muestran escenas de ratones (al menos ese fue el término adoptado por los traductores para transmitirnos esos textos) no eran más que imágenes de ratas... o de ratones gigantes, lo que viene a ser lo mismo.

El equívoco entre rata y ratón se mantuvo por una cuestión de elección de vocabulario hasta que se distinguieron científicamente las dos especies y se bautizaron cada una de ellas con nombres específicos.

LA SAGA DE REDWALL (ROJOMURALLA)

Bajo la pluma del autor británico Brian Jacques, las ratas han protagonizado un sonado regreso a la literatura juvenil con la saga de Redwall*.

La oscura heroína de esta aventura fantástica medieval es la abominable rata Cluny —apodada la Plaga—, cuyo doble objetivo es apoderarse de la abadía de Mariel de Redwall y conquistar las tierras de Mousseray que la rodean.

La empresa que se propone es más fácil porque los monjes-ratones no practican el arte de la guerra, pero no cuenta con el joven Mathieu, novicio lleno de coraje, cuya fuerza y determinación darán muchos quebraderos de cabeza al terrible invasor...

Humor, suspense y grandeza son los ingredientes de esta emocionante historia, animada por un amplio elenco de personajes, en el que el Bien y el Mal se enfrentan a lo largo de numerosos capítulos repletos de peripecias y sobresaltos.

Desde la publicación de los tres primeros volúmenes de Cluny la Plaga —El Señor de la Guerra, La espada legendaria y La víbora gigante— en 1986 en el Reino Unido, la serie ha continuado con las aventuras de Martín el Guerrero (3 volúmenes) y las aventuras de Mattiméo, hijo de Mathieu (dos veces 3 volúmenes).

Ilustración de Éditions Mango

* Éditions Mango.

Un caro tributo pagado a la ciencia

Animal odiado y rechazado, la rata se ha visto, sin embargo, «redimida» por las múltiples experiencias científicas de las que ha sido objeto a partir de mediados del siglo XIX, tanto en psicología (estudio de los reflejos y del aprendizaje, por ejemplo) como en medicina (experimentos diversos). La película de Alain Resnais Mi tío de América nos ofrece un resumen sorprendente de las aportaciones de este pequeño mamífero para descifrar el comportamiento y para conocer los procesos de adaptación y de aprendizaje en los animales y en los seres humanos. En cuanto a la investigación médica, se siguen utilizando las ratas de forma masiva para estudiar los procesos biológicos relacionados con el desarrollo de las enfermedades, así como la validez de las vacunas y de otros medicamentos. Y la rata está también en primera línea en el ámbito de la conquista espacial, pues sirve de «cobaya» en algunos vuelos.

Compañeras de nuestra vida cotidiana, las ratas siempre nos han hecho los favores más apreciables... pagando un alto precio por el que no podemos más que estarles agradecidos.

Las ratas en refranes, proverbios, fábulas y otras expresiones populares

A pesar de su imagen por lo general negativa, la rata aparece algunas veces en ciertas expresiones que denotan ternura, como, por ejemplo, «mi pequeña ratita».

La tendencia del animal a acumular comida más allá de sus necesidades ha inspirado, por otra parte, una expresión representativa de la avaricia: ser rata. Y su vínculo con la pobreza, la miseria y la suciedad ha generado la expresión ser más pobre que las ratas, para señalar una extremada pobreza; se trata de una comparación tan cruel como eficaz.

Notemos también que la elaboración y la frecuente utilización de las trampas destinadas a cazar a este pequeño mamífero estuvieron en el origen de la expresión estar atrapado como una rata.

Además, se añaden a esas expresiones descriptivas afirmaciones morales cuya lista Jean de La Fontaine ha ampliado de manera considerable. Prueba de ello son los dos primeros versos de la conocida fábula El león y la rata:

Es preciso, en la medida de lo posible, hacer favores a todo el mundo:

muchas veces necesitamos de alguien más pequeño que uno mismo.

De hecho, el león atrapado en la trampa de una red debe su libertad a los esfuerzos de una rata que roe las mallas de la red. El autor lo cuenta de la manera siguiente:

Sin embargo, ocurrió que al dejar el bosque

en las mallas de una red quedó atrapado el león

de la que no le liberaron sus rugidos.

Señora Rata acudió e hizo tanto con sus dientes

que una malla roída deshizo toda la obra.

Paciencia y tiempo

hacen más que fuerza o rabia.

Esta rata es objeto de pruebas de laboratorio, por las que la raza paga un alto tributo

La fábula inspirada por Esopo titulada El gato y la vieja rata constituye otro ejemplo. En este texto, la astucia de la que dan muestra ambos animales da lugar a una extraña moraleja:

(El gato) blanquea su vestido y se enharina;

y disfrazado de esta guisa

se esconde y se acurruca en un arca abierta.

Estuvo muy bien hecho por su parte:

la raza ratonil viene a buscar su ruina.

Una rata, sin más, se abstiene de ir a olisquear por ahí;

era perro viejo, conocía más de una jugada;

había perdido incluso su cola en la batalla.

«Este montón de harina no me da buena espina»,

espetó desde lejos al general de los Gatos:

«sospecho detrás de ello de nuevo alguna maquinación:

de nada sirve ser harina;

pues, aunque fueras un saco de harina, no me acercaría».

Era propio de él;

apruebo su prudencia.

Era experimentado

y sabía que la sospecha

es madre de la seguridad.

Detengámonos un poco más en las lecciones de la experiencia y la expresión de la sabiduría tal y como aparecen en la fábula El gato y la rata. Un roedor se cruza con un gato desgraciado, que ha caído en la trampa de una red. Insensible a las llamadas del prisionero, que le ruega que lo saque de esta difícil situación, la rata pasa de largo y se topa con dos de sus más mortales enemigos: un búho y una comadreja. Como el gato le propone defenderla para siempre si le devuelve la libertad, la rata lo libera inmediatamente y se aleja. Algún tiempo más tarde, ambos se vuelven a encontrar, pero, a pesar de los términos de su contrato, la rata «no baja la guardia». Y ello parece apenar al gato, que tiene la firme intención de cumplir con su palabra y no agredirla:

¡Ven a besarme hermanito! —le dice—.

Tu desconfianza me ofende;

miras a tu aliado como a un enemigo.

¿Crees que he olvidado que,

después de a Dios, te debo la vida?

¿Y crees tú —replica el ratón—

que yo he olvidado tu naturaleza?

¿Puede ningún tratado obligar

a un gato a ser agradecido?

¿Puede alguien confiar en una alianza

impuesta por la necesidad?

Y no podemos acabar sin recordar una de las fábulas más conocidas, La rata de la corte y la rata del campo, cuyo texto reproducimos a continuación:

Invitó la rata de la corte

a su primo del campo

con mucha cortesía a un banquete

de huesos de exquisitos pajarillos,

contándole lo bien que en la ciudad se comía.

Sirviendo como mantel un tapiz de Turquía,

muy fácil es entender la vida regalada de los dos amigos.

Pero en el mejor momento algo estropeó el festín.

En la puerta de la sala oyeron de pronto un ruido

y vieron que asomó el gato.

Huyó la rata cortesana,

seguida de su compañero

que no sabía dónde esconderse.

Cesó el ruido; se fue el gato con el ama

y volvieron a la carga las ratas.

Y dijo la rata de palacio:

—Terminemos el banquete.

—No. Basta —respondió el campesino—.

Ven mañana a mi cueva,

que, aunque no me puedo dar festines de rey,

nadie me interrumpe,

y podremos comer tranquilos.

¡Adiós, pariente! ¡Poco vale el placer

cuando el temor lo amarga!

No quieras vivir rodeado de bienes,

si ellos van a ser la causa de tu desdicha.