
Águila real. Fotografía: Éric Baccega
Hablar de aves rapaces y de aves predadoras es lo mismo: nos referimos siempre a aquel grupo de animales voladores que atacan a sus presas y se las llevan aferradas por las garras para comérselas. No es de extrañar, pues, que las características típicas de estas aves sean los instrumentos que utilizan para aferrar y cortar, es decir, fuertes patas dotadas de garras poderosas y un pico encorvado y afilado. Ambas particularidades las diferencian del resto de las aves, con la salvedad de los loros, que tienen un pico similar al de las rapaces, aunque no lo utilizan para cazar (excepto una especie) sino para recolectar la fruta y comerla. Y en cuanto a las garras, no existe en la actualidad ninguna otra ave que las tenga tan poderosas.
En las siguientes páginas nos ocuparemos de un grupo muy concreto de rapaces o predadores: las rapaces diurnas. Son animales que, además, poseen una vista muy aguda (por algo decimos de alguien que tiene un «ojo de halcón» o una «vista de águila» para expresar que tiene una capacidad visual fuera de lo corriente), y que se diferencian de las rapaces nocturnas sobre todo porque se mueven y cazan durante las horas de luz, mientras que las otras lo hacen en el crepúsculo o durante la noche. El parentesco entre los dos grupos, que como veremos dan lugar a dos órdenes diferenciados —Falconiformes (diurnos) y Estrigiformes (nocturnos)— es muy estrecho.
Los dos grupos tienen en común el hábito de aferrar a la presa y lacerar la carne con el pico, que ambos tienen en forma de gancho, y también la fuerza de las garras. Sin embargo, tienen rasgos que las diferencian desde un punto de vista morfológico: la cabeza de los predadores diurnos generalmente está proporcionada con el cuerpo, y sus ojos son laterales; la cabeza de los predadores nocturnos es muy grande con respecto al cuerpo, y tienen el rostro aplanado y los ojos muy grandes. Además, las rapaces diurnas tienen una forma de cuerpo silvestre, alargada y longilínea, con la cola larga y las alas de aspecto ligero; las rapaces nocturnas, en cambio, son más rechonchas, con la cola corta y las alas anchas. Los Estrigiformes también tienen otras peculiaridades, menos llamativas pero muy importantes desde el punto de vista científico, que los diferencian de los Falconiformes. Por ejemplo, carecen de buche, tienen un arco sobre el hueso radial del antebrazo, poseen largas bolsas cecales en el intestino, tienen una estructura y una disposición diferente del plumaje, y la muda también es distinta. Otro elemento digno de mención es la evolución que han experimentado la vista y el oído, hasta el punto de que, visualmente, tanto los ojos como las orejas son únicos en el mundo de las aves.
El criterio que marca definitivamente la diferencia entre rapaces nocturnas y diurnas se halla en los estudios realizados recientemente sobre la estructura cromosómica y el ADN, que demuestran que los dos grupos han tenido una evolución completamente independiente, y que hay más afinidades entre los Falconiformes y algunas aves acuáticas como los chorlitos (orden Caradriformes), los pelícanos (orden Pelicaniformes) y las cigüeñas (orden Ciconiformes), e incluso otras aves marinas como los albatros (orden Procelariformes). Otra característica peculiar de las rapaces diurnas es la velocidad y la agilidad del vuelo («veloz como un halcón»), que les sirve para cazar mejor, pero también para exhibirse en las paradas nupciales. Un modo de volar, el suyo, magnífico, hecho de planeos, remontadas por las corrientes térmicas, picados y volteos.
En este libro descubriremos qué aves son, como están formadas, cómo viven, qué cazan y cómo se reproducen.
El capítulo final está dedicado a los centros de recuperación y a los consejos sobre qué se debe hacer en caso de encontrar un animal herido. El núcleo de este libro está formado por una serie de fichas descriptivas de las especies más importantes y más difundidas.