INTRODUCCIÓN

¿Es posible que sea la acuarela la técnica pictórica más antigua del mundo? Ya fuera en las cuevas de Lascaux o en los antiguos petroglifos de Egipto y Grecia, siempre se podía observar la mezcla de agua con pigmentos de color. A lo largo de la Edad Media, los ilustradores de libros emplearon colores diluidos en agua para decorar los manuscritos. Estas miniaturas en papel vitela, con colores opacos en mayor o menor medida, constituyen el origen de la acuarela tal y como la conocemos en la actualidad.

Los pintores del Renacimiento italiano utilizaron la acuarela para el estudio y la realización de los modelli. Leonardo da Vinci (1452-1519), por ejemplo, realizó un número considerable de dibujos en los que empleó diversas técnicas y medios complementarios, incluyendo la acuarela, que sirvió para resaltar los trazos del dibujo. Hacia finales del siglo XV, Alberto Durero (1471-1528) fue el primer artista de renombre que se dedicó por completo a pintar con esta técnica: creó más de una centena de acuarelas, lo que le convirtió en el primer gran acuarelista de la historia del arte. Más tarde serían los pintores paisajísticos los que se apropiarían de la acuarela al observar las ventajas que les podía aportar a la hora de representar, entre otras cosas, los efectos de la luz.

Sin embargo, la acuarela tenía aún un largo camino que recorrer para llegar a ser considerada un arte autónomo. A lo largo de su historia, esta técnica siempre estuvo sujeta a los gustos y avances técnicos de la época. Parcialmente desprestigiada y parcialmente en el olvido, hubo que esperar hasta finales del siglo XVIII para que se aceptara una definición de la acuarela. Durante mucho tiempo se percibió como una técnica sin fundamento pues, conceptualmente, no estaba definida de manera precisa y, además, se concebía como un arte disperso, un mero pasatiempo realizado por simples aficionados. De hecho, la existencia de la acuarela rara vez se menciona en textos anteriores al siglo XIX o, de mencionarse, los conceptos se usan de manera arbitraria: en 1757, nada más y nada menos que Denis Diderot (1713-1784) seguía utilizando, erróneamente, la palabra «gouache».

No obstante, a pesar de ser haber sido considerada una técnica inferior, especialmente cuando se comparaba a esta con la pintura al óleo, los artistas nunca dejaron de trabajar con la acuarela y de buscar la manera de perfeccionarla. Alberto Durero recibió mucha más fama por sus trabajos en óleo y sus grabados, que realizaba por encargo, pero aun así, decidió trabajar también con acuarela, ya que le permitía expresarse de una manera más libre y espontánea. En Francia, a los acuarelistas se les permitió ingresar en la Académie Royale de Peinture et de Sculpture (en español, «Real Academia de Pintura y Escultura») bajo el reinado de Luis XV, en la última década del siglo XVIII. Unos años más tarde, en 1804, el fundador de la Society of Painters in Water Colours («Sociedad de Acuarelistas») de Inglaterra, reconoció oficialmente esta técnica como una disciplina artística independiente.

En busca de una definición de la acuarela

«En los manuscritos antiguos, los textos se adornaban con ilustraciones y figuras, realizadas sobre vitela o sobre la piel de terneros nacidos sin vida; es en estas obras donde se pueden apreciar las primeras miniaturas [...]; y este género se perfeccionará en Italia, Alemania y especialmente en Francia donde, bajo el reinado de Carlos V, pudo desarrollarse muy rápido. Sin embargo, el descubrimiento de la imprenta, que multiplicaba los libros, supuso el abandono de las miniaturas. Así, los artistas entregados a este género exquisito comenzaron a hacer pequeños motivos que enmarcaban y, más tarde, realizarían retratos con los que decorar bomboneras, brazaletes y, por último, abanicos. Los colores se aplicaban mediante la técnica de la aguada, es decir, usando colores espesos mezclados a menudo con el color blanco, lo que proporcionaba un aspecto de yeso y ligeramente harinoso. La acuarela fue el resultado de perfeccionar la aguada y las miniaturas; se puede emplear en múltiples géneros y se ha ido expandiendo poco a poco a lo largo de la historia del arte hasta llegar a nuestros días».

(Frederic August Antoine Goupil, Traité d’aquarelle et de lavis en six leçons [Tratado de la acuarela y el lavado en seis lecciones], 1858).

El término «acuarela», tal y como lo entendemos hoy en día, se empezó a utilizar de manera muy tardía en el lenguaje artístico. La palabra watercolour en inglés y acquerello en italiano, de la que derivan las palabras aquarelle en francés, Aquarell en alemán y acuarela en español, que literalmente significan «pintura al agua», se introdujeron rápidamente en el lenguaje corriente. Sin embargo, no será hasta mediados del siglo XIX cuando se introduzcan estos términos en los diccionarios, lo que explica que el léxico relacionado con la acuarela varíe tanto en los textos. Puesto que se trata de un tipo de pintura con agua, la pintura al temple, la aguada y el lavado pueden ser considerados los antecedentes de la acuarela. Precisamente por esto, resulta imposible analizar la historia de la acuarela sin antes hacer referencia a estas técnicas.

Por una parte, en la pintura al temple el color se mezcla con agua y luego, en el momento de pintar, se diluyen los pigmentos con pegamento animal templado o con goma arábiga. Esta técnica era muy popular antes de la invención de la pintura al óleo y, al contrario que la acuarela, la témpera se realizaba sobre madera o lienzo. Así, el único punto en común con la acuarela es que es considerada una pintura «al agua». Por otra parte, el lavado es un procedimiento que alberga características tanto del dibujo como de la pintura, y consiste en utilizar un pigmento, a menudo tinta china, diluido en agua. Este procedimiento fue muy popular a lo largo del siglo XVII y tuvo una influencia considerable en el desarrollo de la acuarela inglesa del siglo XIX. Hoy en día, el lavado es considerado la principal técnica de la acuarela como género pictórico, cuyas capas translúcidas permiten conseguir el efecto del claroscuro de manera muy sutil.

Respecto a la aguada, se trata de una técnica similar a la acuarela y es aquella con la que guarda una relación más estrecha. Es una pintura opaca con una consistencia espesa, preparada mediante la combinación de colores con una mezcla de agua y goma arábica. A menudo podemos encontrar obras en las que se usa la acuarela y la aguada de forma conjunta y, de hecho, durante mucho tiempo la línea que separaba estos conceptos era muy difusa.

En la lengua inglesa existen diferentes términos para designar esta técnica –gouache, opaque, watercolour o bodycolour–y, en la actualidad, es muy común utilizar la palabra «gouache» para sustituir a los tres términos. En el siglo XIX, los acuarelistas ingleses sostenían la idea de que la acuarela auténtica tenía que estar libre de la técnica de la aguada para ser considerada pura. Así, en la actualidad la acuarela se define como la técnica pictórica en la que se mezclan pigmentos triturados con agua, aplicados sobre papel y cuyo efecto es transparente.

La búsqueda de translucidez que perseguían los artistas fue el punto de partida para las investigaciones estilísticas, y los pintores consiguieron que las técnicas evolucionasen utilizando nuevos instrumentos: cuchillos, brochas, esponjas, trapos e incluso las uñas. La anécdota del cuadro Helvoetsluys; la ciudad de Utrecht, 64, haciéndose a la mar de Turner (1775-1851) ilustra esto a la perfección: si bien su obra se expuso en el Salón de París de 1832, le parecía tan insustancial que decidió añadir con su propio dedo una mancha roja en el mar que transformó así en una boya.

Una técnica controvertida

«And never yet did insurrection want / such water-colours to impaint his cause». [Henry IV, Parte 1, Acto V, Escena 1, Verso 1597]

«Jamais révolte n’a manqué / De ces enluminures pour en revêtir sa cause». [William Shakespeare, ibid., traducción de François Guizot, 1863]

«Und niemals fehlten solche Wasserfarben / Dem Aufruhr, seine Sache zu bemalen». [William Shakespeare, ibid., traducción de August Wilhelm Schlegel y Dorothea Tieck, 1800]

En 1597, el escritor inglés William Shakespeare (1564-1616) utilizó la palabra compuesta «water-colours» en la obra Enrique IV. Tanto la versión inglesa como la alemana hacen referencia a la palabra «acuarela» tal y como la utilizamos hoy en día; sin embargo, en francés, François Guizot (1787-1874) decidió traducir el mismo término utilizando el término «enluminures» («iluminaciones» o «ilustraciones»). Y es que, como hemos visto, la acuarela se desarrolló a partir del arte de la ilustración de libros. Por último, la traducción alemana, «Wasserfarbe», mantuvo el sentido literal de la palabra inglesa watercolour («pintura al agua»), en lugar de Aquarell («acuarela»).

El poeta francés Yves Bonnefoy (nacido en 1923) propuso una nueva traducción del mismo verso: «Jamais certes une insurrection n’a manqué / De ces couleurs d’un sou pour orner sa cause…». Con esta elección de las palabras se refiere discretamente a la acuarela: William Shakespeare hace referencia a una pintura muy barata, fácil de preparar y asequible técnicamente. La acuarela mantiene la reputación de ser una pintura económica: económica en el sentido de la inversión, pues es más barata que el óleo, también por el tiempo invertido, se seca antes, y por el espacio, ya que los artistas, a diferencia de los pintores con óleo, trabajan normalmente utilizando formatos más reducidos, como cuadernos de dibujo.

A partir de finales del siglo XV la utilización de la acuarela creció debido a las grandes expediciones, pues se podían esbozar fácilmente los paisajes y las especies que se iban descubriendo. Además, también resultaba útil para los estudios científicos: muchos botánicos y cartógrafos recurrieron a la acuarela sin ser, no obstante, considerados artistas.

Hasta ese momento, la acuarela mantenía el estatus de ser una mera herramienta de estudio auxiliar. En los siglos XIX y XX, los pintores orientalistas partieron hacia mundos de brillantes y novedosos colores y, equipados con algunos tubos de acuarela, llenaron sus cuadernos siguiendo el ejemplo de Paul Klee, cuya experiencia en Túnez se puede leer en su diario:

«Miércoles, 9 de abril, Túnez. La cabeza llena de impresiones nocturnas del día anterior. Arte – naturaleza – yo. Inmediatamente comencé mi obra y pinté con acuarela en el barrio árabe. Me dediqué a la síntesis de la arquitectura de la ciudad y de la arquitectura del cuadro. Aunque aún no era puro, estaba lleno de encanto, mezclándose el ambiente y la euforia del viaje: la parte de mí».

(Paul Klee, Diario, 1914)

Un arte de pobres, de aficionados, con un objetivo meramente funcional; durante mucho tiempo la acuarela no tuvo el reconocimiento de los profesionales del arte. Únicamente cuando los pintores empezaron a decantarse por este método en detrimento del óleo fue cuando este sería aceptado y legitimado. La historia de la acuarela cambió de rumbo, aumentando su producción y expandiéndose. A partir del siglo XIX, artistas como Turner (1775-1851) o Delacroix (1798-1863), y más tarde Cézanne (1839-1906), Kandinsky (1866-1944) y Klee (1879-1940), todos ellos aclamados por los críticos, comienzan a mostrar la belleza inherente de este arte y lo consagran ante los artistas y ante el público general. Esta aceptación comenzó a manifestarse: obras que se habían realizado empleando únicamente la técnica de la acuarela se exponían ya en salones oficiales, al lado de tradicionales pinturas al óleo. Charles Baudelaire (1821-1867), en su Salón de 1846, afirmaría al respecto:

«Este león de acuarela, además de por su belleza y actitud, alberga para mí un gran mérito: está realizado con gran sencillez. La acuarela se limita a su rol modesto, y no busca parecerse al óleo».

[Charles Baudelaire, Salón de 1846]

Un siglo más tarde, el artista Paul Colin (1892-1985) escribiría lo siguiente sobre Johan Barthold Jongkind (1819-1891):

«Las acuarelas de Jongkind: ese extenso período que va desde Nivernais a Delfinado, es aquel donde adquiere la maestría absoluta, donde este genio de la notación sintética dicta sus lavados más sutiles, los más vivos y los más sorprendentes. Cada hoja tiene un objetivo que solo él puede realizar con éxito y, aun así, nada parece más simple, más obvio y más banal que esos juegos rápidos de pincel cuyos trazos de bistre, azul y verde se superponen a una estructura apenas indicada, representando lo esencial, no solamente del paisaje que contempla, sino también todo lo que lo rodea».

[Paul Colin, J. B. Jongkind, 1931]

La acuarela, ¿pintura o dibujo?

Que la acuarela no fuera un medio aceptado durante tanto tiempo explica que tenga esa naturaleza híbrida. Los artistas del Renacimiento empleaban la acuarela para colorear dibujos, estudios y modelli, lo que se podría denominar «coloreado», «dibujos acuarelados» o «lavados topográficos». En estos casos, la acuarela era un medio decorativo pues, antes de que se pudiera liberar del omnipresente lápiz, se usaba como un mero complemento de otras técnicas. Por esta razón, resultaba difícil que se llegara a consolidar como una disciplina independiente. Uno de los factores decisivos para el desarrollo de la acuarela fue, sin duda alguna, la aparición de nuevas técnicas que, con la invención de colores de base química y hojas de papel más resistentes, facilitaron el uso de esta técnica.

«Nunca antes, en ninguna época, había alcanzado la acuarela matices tan brillantes; nunca los míseros colores químicos habían conseguido sobre el papel tales destellos propios de piedras preciosas, un resplandor similar al de una vidriera atravesada por los rayos de sol, un esplendor fabuloso de materiales y de carne».

[Joris-Karl Huysmans, A contrapelo, 1884]

La acuarela es una obra a color. Si nos basamos en el debate estético del siglo XVII conocido como «la querelle des colouris» («la disputa del color»), la acuarela se sitúa en un lugar intermedio: tenía tanto la supuesta inteligencia del dibujo como el encanto del color. Sin embargo, esto no fue aceptado de inmediato, y su condición ambigua no jugó precisamente a su favor. Por una parte, se trata de una obra a color, por lo que se encuentra más cercana a la pintura aunque, por otra parte, la acuarela se realiza sobre papel y, en los museos, este tipo de obras se solían conservar en los departamentos de artes gráficas, al lado de los dibujos y otros esbozos. Así, el soporte en papel se convierte en un elemento inseparable y distintivo de esta técnica. De hecho, para el pintor Delacroix:

«El encanto especial de la acuarela, junto a la cual toda pintura al óleo parece siempre rojiza y amarillenta, reside en esa transparencia continua en el papel; la prueba es que pierde esta cualidad cuando se emplea aunque sea solo un poco la aguada; con la aguada, esto se pierde por completo».

[Eugène Delacroix, Diario, 6 de octubre de 1847]

El objetivo de este libro es entender la compleja historia de la acuarela, una técnica que fue al principio ignorada y más tarde alabada. Gracias a las imágenes podremos analizar las características y tendencias de las respectivas épocas y ver cómo poco a poco se ha ido haciendo un hueco a lo largo de los siglos hasta convertirse en el arte consolidado que conocemos en la actualidad. En cada capítulo, con el objetivo de explicar los cambios principales de cada época, nos centraremos en un aspecto concreto de la acuarela. Así, revelaremos que todos los grandes maestros trabajaron con esta técnica y dejaron a su paso impresionantes acuarelas que es momento de (re)descubrir.

1. Maestro de la reina María, inglés. El arca de Noé, sacado del Salterio de la reina María, c. 1310-1320. Tinta sobre pergamino. British Library, Londres. Baja Edad Media.