Capítulo I
Neuropsicología del daño cerebral adquirido. Traumatismos craneoencefálicos, accidentes
cerebrovasculares y tumores del sistema nervioso central
Introducción
El término daño cerebral adquirido (DCA) hace referencia a la condición en la cual
un cerebro cuyo desarrollo ha sido normal hasta ese momento sufre una lesión súbita
que genera una alteración en su estructura y en su funcionamiento.
La etiología del DCA es muy heterogénea. La causa más prevalente en los jóvenes son
los traumatismos craneoencefálicos, mientras que en el caso de los mayores son las
enfermedades vasculares cerebrales.
Independientemente de la etiología del daño, sus secuelas suelen abarcar tanto la
esfera física como la cognitiva, social y emocional del paciente, aunque la manifestación
clínica es muy heterogénea en función de numerosísimos factores. En casos leves, las
alteraciones pueden limitarse a la afectación mínima de una única función, pero en
daños moderados y severos se ven afectados prácticamente todos los ámbitos de la vida
del paciente, limitando su funcionamiento diario, su autonomía e independencia, sus
relaciones familiares y sociales, su desarrollo laboral, etc. La gravedad de estas
secuelas y su recuperación dependen de diferentes factores, tales como el tipo y la
gravedad de la lesión, la localización y su extensión, el estado premórbido del paciente,
la edad de aparición de la lesión, la eficacia de la intervención, etc.
Las consecuencias iniciales tras un DCA pueden situarse en un continuo en cuyos polos
se sitúan el coma profundo en un extremo y la recuperación hasta el nivel premórbido
en el opuesto. Entre ambos polos existe una gran variedad de grados de afectación,
entre los que se encuentran, de mayor a menor gravedad, el estado vegetativo, el estado
de mínima conciencia y toda una amplia gama de alteraciones físicas, cognitivas, conductuales
y emocionales que determinan el grado de dependencia, actividad (antes denominado
discapacidad) y participación (antes minusvalía) de la persona que ha sufrido el daño.
1. Etiología del daño cerebral adquirido
Dentro de las etiologías más frecuentes del DCA destacan, por su incidencia, los traumatismos
craneoencefálicos y las enfermedades cerebrovasculares. Pero existen otras condiciones
médicas menos frecuentes capaces de causar un daño cerebral y, por lo tanto, de generar
alteraciones neuropsicológicas de diferente gravedad.
1.1. Traumatismos craneoencefálicos
Los traumatismos craneoencefálicos (TCE) se definen como toda aquella lesión producida
por un impacto violento en el cerebro, ya sea por un agente externo que impacta contra
el cráneo, ya se por el choque de este contra un obstáculo. En función de la fuerza
con la que se produzca y del agente causante, el impacto puede dar lugar a una herida
contusa o penetrante. Así, en función del mecanismo de acción, se pueden clasificar
los TCE en abiertos, en los que un objeto penetrante atraviesa el cráneo y lesiona
el cerebro, y cerrados, en los cuales la lesión se produce como consecuencia de un
golpe violento. Los TCE también pueden clasificarse atendiendo a su severidad, de
forma que encontramos TCE leve, moderado y severo. El diagnóstico de la severidad
se puede realizar mediante diferentes pruebas, entre las cuales la empleada con mayor
frecuencia es la escala de coma de Glasgow. La sencillez y precisión de esta prueba
permite a cualquier profesional sanitario aplicarla en el momento en el que se produce
el daño; así obtiene resultados fiables que ayudarán a llevar a cabo un adecuado seguimiento
del paciente.
1.2. Enfermedades vasculares cerebrales
Las enfermedades cerebrovasculares (ECV) engloban todas aquellas lesiones producidas
por una interrupción o alteración del flujo sanguíneo cerebral, cuyas consecuencias
dependen del vaso sanguíneo afectado y de la extensión del daño producido. En función
de la etiología, las ECV se pueden clasificar en isquémicas y hemorrágicas. En el
primer caso, se produce una oclusión de una arteria cerebral, mientras que en el caso
de los accidentes hemorrágicos se produce una rotura de un vaso sanguíneo cerebral,
ya sea debido a una malformación arteriovenosa o venosa, o a una subida brusca de
presión arterial. Las enfermedades cardiovasculares pueden ocasionar una serie de
manifestaciones clínicas muy heterogéneas, aun tratándose de la alteración en una
misma arteria. Esta alta variabilidad sintomatológica, la complejidad de la fisiopatología
de estas alteraciones y la vulnerabilidad del sistema nervioso central hace que el
abordaje terapéutico de los accidentes cerebrovasculares sea muy complicado.
1.3. Tumores del sistema nervioso central
El crecimiento anómalo y descontrolado de células cerebrales (tumores primarios) o
de células tumorales que localizadas en otras áreas del cuerpo producen metástasis
cerebral constituye otra de las causas del DCA. En ambos casos, al daño producido
por la neoplasia en sí misma se deben añadir las consecuencias que sobre el cerebro
tiene el aumento de la presión intracraneal secundaria a la aparición del tumor. Además,
las diversas acciones terapéuticas que se llevan a cabo en estos casos (cirugía, quimioterapia
o radioterapia) también pueden ocasionar daños en el tejido cerebral, lo que hace
que el margen de intervención sea muy pequeño y el tratamiento sea muy complejo.
El avance en las últimas décadas de las técnicas de neuroimagen ha facilitado en gran
medida el diagnóstico de este tipo de alteraciones, pero aún queda mucho por hacer
terapéuticamente, puesto que los tumores suelen ser inaccesibles para la cirugía y
el efecto de la quimioterapia sobre el SNC está limitado por la presencia de la barrera
hematoencefálica.
1.4. Síndrome meníngeo. Hipertensión e hipotensión intracraneal
La afectación de las cubiertas meníngeas cerebrales y las alteraciones del líquido
cefalorraquídeo en el parénquima cerebral pueden provocar diferentes síndromes,entre
los que se encuentran el edema cerebral, la hidrocefalia o los síndromes de hipertensión
e hipotensión intracraneal. En este capítulo, profundizaremos en tales alteraciones:
estudiaremos sus causas, su fisiopatología, su cuadro clínico, su diagnóstico y su
tratamiento.
1.5. Enfermedades infecciosas del sistema nervioso central
La aparición de los antibióticos y las vacunas específicas redujo en gran medida,
a mediados del siglo pasado, las tasas de mortalidad y la gravedad de las secuelas
producidas por las enfermedades infecciosas del sistema nervioso central (SNC). Pero
en las últimas décadas han aparecido enfermedades infecciosas hasta ahora desconocidas
(o que no habían sido identificadas) y ha habido un rebrote de enfermedades prácticamente
erradicadas, debido, principalmente, a las grandes migraciones humanas actuales. La
respuesta médica ante este tipo de enfermedades debe ser inmediata y requiere un diagnóstico
y un tratamiento concreto y eficaz, puesto que las repercusiones que pueden tener
sobre las funciones físicas y cognitivas en caso contrario son, en algunas ocasiones,
devastadoras. Las manifestaciones clínicas y la severidad de las infecciones del SNC
dependen de diversos factores, entre los que cabe destacar el agente causal, la localización
de la infección, la edad de aparición, la duración de la enfermedad o la competencia
inmunológica de la persona que la sufre.
2. Epidemiología del daño cerebral adquirido
Como se ha señalado anteriormente, el daño cerebral adquirido (DCA), o daño cerebral
sobrevenido
«hace referencia a una lesión en el cerebro que sucede después del nacimiento y que
no está relacionado con enfermedades congénitas o degenerativas. Estas lesiones pueden
ser temporales o permanentes y provocar una discapacidad funcional y/o problemas de
adaptación psicosocial» (OMS; Génova, 1996).
El cerebro controla multitud de funciones, desde las más básicas (respiración, frecuencia
cardiaca), hasta las más complejas (capacidad de abstracción, expresión de emociones,
lenguaje), con lo que la variabilidad y la gravedad de los síntomas experimentados
por una persona afectada por DCA será muy amplia.
De la definición anterior pueden desprenderse diversas conclusiones:
-
Se trata de un tipo de lesión neurológica que acontece después del parto, y no está
relacionada con la presencia de problemas congénitos (parálisis cerebral, espina bífida,
hidrocefalia), dificultades en el desarrollo (retrasos psicomotores) o procesos neurodegenerativos,
en los cuales el cerebro se daña de forma progresiva (esclerosis múltiple, esclerosis
lateral amiotrófica, enfermedad de Parkinson, alzhéimer, distrofia muscular, etc.)
y no relativamente súbita o brusca, como en el caso del DCA.
-
No se trata de un síndrome clínico definido. La afectación de las distintas funciones
cerebrales (sensoriales, motoras, cognitivas y emocionales) puede ser única o múltiple,
con grados de gravedad que pueden ser variables en cada uno de ellos.
-
La evolución es, asimismo, variable.
Hay por tanto diversas causas o etiologías que pueden provocar un DCA, el cual ocurrirá
cuando un agente externo (ej.: un objeto contra el que se golpee la cabeza) o interno
(ej.: una hemorragia cerebral) alteren el funcionamiento del cerebro de forma más
o menos brusca. Basándonos en la incidencia, los dos grandes grupos de pacientes con
DCA incluyen los traumatismos craneoencefálicos (TCE) y los accidentes cerebrovasculares
o ictus. La tercera causa más común es la encefalopatía anóxica —deprivación aguda
del aporte de oxígeno al cerebro provocada, normalmente, por una insuficiencia respiratoria
o cardiocirculatoria. Otras etiologías menos frecuentes son los tumores cerebrales,
las infecciones que afectan al sistema nervioso central (SNC), el efecto de los tóxicos
o las enfermedades inflamatorias autoinmunes del SNC.
La importancia de cada una de estas causas viene determinada por su repercusión sociosanitaria.
Con el fin de estimarla, es necesario considerar tres factores epidemiológicos: a)
su frecuencia global, medida tanto por su incidencia (tasa de nuevos casos por año)
como por su prevalencia (tasa de casos totales acumulados en un momento puntual);
b) el perfil de la población afectada (edad, situación laboral, etc.) y, por último,
c) la gravedad de las deficiencias secundarias a la lesión. Cuanto mayor sea la frecuencia,
más joven la población afectada y más graves las deficiencias asociadas, mayor repercusión
sociosanitaria.
En la Encuesta de discapacidad, autonomía personal y situaciones de dependencia (EDAD)
(INE, 2008) se estimaron que en España residen 420.064 personas con DCA; el 78% de
estos casos se deben a accidentes cerebrovasculares, mientras que el 22% restante
corresponde a las demás etiologías del DCA (TCE, anoxias, tumores e infecciones).
Según
FEDACE, la Federación Española de Daño Cerebral, cada año aparecen en España 104.071 nuevos
casos de daño cerebral adquirido, de los cuales casi cien mil se deben a accidentes
cerebrovasculares, en torno a cinco mil tienen como causa un traumatismo craneoencefálico
y menos de quinientos son causados por anoxias.
Al considerar la distribución por edad y sexo, un 52,5% de las personas con DCA son
mujeres frente a un 47,5% de varones. Sin embargo, si se atiende a la edad, la proporción
de hombres y mujeres cambia, de tal modo que en el grupo de edad de 6 a 64 años, los
varones superan a las mujeres con porcentajes del 57,9% y el 42,1% respectivamente.
Además, las personas a partir de los 65 años representan más del 65% de las personas
con DCA. Como se ha indicado anteriormente, el ictus es en nuestro país la causa más
prevalente de DCA, mientras que en los pacientes más jóvenes lo es el TCE.
No todas las lesiones cerebrales adquiridas generar un mismo nivel de discapacidad
(tabla 1). Con independencia de la naturaleza de las secuelas directas del DCA, los datos
de la encuesta EDAD analizaron la repercusión de la lesión cerebral sobre determinadas
funciones o actividades básicas de la persona, las llamadas actividades básicas de
la vida diaria (ABVD), que incluyen alimentación, aseo, higiene, vestido y autocuidado,
entre otros. Según los datos recabados, el 89% de las personas con DCA presentan algún
tipo de discapacidad para las ABVD; el 71% de estas personas no pueden realizar alguna
de estas actividades si no recibe algún tipo de ayuda.
Tabla 1. Discapacidad asociada al daño cerebral adquirido en España
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Tipo de discapacidad
|
Daño cerebral adquirido por accidentes cerebrovasculares
|
Daño cerebral adquirido por otras causas
|
|
Discapacidad de la visión
|
31%
|
19%
|
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Discapacidad de la audición
|
26%
|
15%
|
|
Discapacidad de la comunicación
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39%
|
62%
|
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Discapacidad en el aprendizaje
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34%
|
63%
|
|
Discapacidad en la movilidad
|
86%
|
72%
|
|
Discapacidad en el autocuidado
|
74%
|
73%
|
|
Discapacidad en la vida doméstica
|
75%
|
73%
|
|
Discapacidad en las interacciones personales
|
30%
|
55%
|
|
EDAD, 2008
|
3. Principales secuelas del daño cerebral adquirido
Las secuelas del DCA pueden ser muy variadas y dependen de un gran número de factores,
pero en términos generales se podrían resumir en las siguientes:
-
Déficits motores y sensoriales: son frecuentes las alteraciones en la bipedestación,
el equilibro, el control postural, la motricidad gruesa y fina de una o varias extremidades,
así como el control de la cabeza. En los casos más graves, esta alteración se convierte
en incapacidad total; el paciente es incapaz de realizar cualquier movimiento voluntario.
En la esfera sensorial puede aparecer falta de sensibilidad en alguna parte del cuerpo,
e incluso la persona puede perder, total o parcialmente, la funcionalidad de alguno
de los sentidos.
-
Déficits cognitivos: en función de la localización y la extensión del daño, las alteraciones
cognitivas serán más patentes en una u otra función cognitiva, pero, en términos generales,
tras un DCA suelen aparece tanto déficits viso-perceptivos como alteraciones de la
atención y la concentración, déficits de memoria y aprendizaje, alteraciones del lenguaje
y de las funciones ejecutivas, y, en general, una alteración en la velocidad del procesamiento
de la información.
-
Alteraciones emocionales y conductuales: los cambios de carácter o de personalidad
son habituales tras un DCA, sobre todo si el daño afecta a la corteza prefrontal.
Estos cambios pueden ofrecer dos perfiles diferenciados y prácticamente contrarios.
Por un lado, la persona puede mostrar una acusada desinhibición conductual o falta
de autocontrol, reflejada en la realización de conductas incontroladas e irreflexivas
sin tener en cuenta la adecuación a las normas sociales y la aparición de conductas
de riesgo y compulsivas. En el punto opuesto se encuentran los pacientes que presentan
un exceso de control y una iniciativa conductual pobre, mostrando apatía, anhedonia,
agotamiento, ausencia de expresiones emocionales, etc. Además, en la esfera emocional,
es frecuente que aumente la irritabilidad y la labilidad emocional, con cambios bruscos
del estado de ánimo y respuestas bruscas de ira, así como síntomas de carácter ansioso
y depresivo.
-
Ausencia de conciencia de las dificultades: en muchos casos, las personas con DCA
no son conscientes de las limitaciones o dificultades causadas por la lesión. Esta
falta de conciencia del déficit, denominada anosognosia, debe constituir uno de los
primeros objetivos terapéuticos, puesto que es habitual que la persona afectada rechace
cualquier tipo de ayuda o tratamiento al considerar que no tiene ninguna dificultad.
Esto hace que la intervención y el cuidado sean muy difíciles de realizar y, por lo
tanto, los resultados esperados sean peores dada la escasa motivación y participación
del paciente.
-
Secuelas físicas: la aparición de epilepsia secundaria y temblor neurológico es muy
frecuente tras un DCA, lo que agrava aún más la situación del paciente.
4. Niveles de funcionamiento (OMS): DCA y discapacidad
Al ser el DCA una de las principales fuentes de discapacidad en nuestro entorno, es
necesaria una clarificación del propio concepto con el fin de poder posteriormente
profundizar en la naturaleza, evaluación y rehabilitación de estos trastornos.
En la Clasificación Internacional del Funcionamiento, de la Discapacidad y de la Salud
(CIF) de la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2001) se define discapacidad como
«los aspectos negativos en la interacción entre un individuo con una condición de
salud determinada y los factores contextuales (ambientales y personales)». Dicha clasificación
divide el funcionamiento del individuo, con sus problemas de salud, en cuatro niveles
jerárquicos y tres contextos en los que interacciona:
1) Nivel del órgano: hace referencia al nivel más básico, que implica las estructuras
anatómicas que pueden verse afectadas en una determinada condición de salud. Interaccionaría
con el contexto personal.
2) Nivel de la persona: un nivel superior al anterior, implicaría las manifestaciones
concretas (y globales) del funcionamiento de los órganos. Es a partir de este nivel
donde se observarían las alteraciones específicas consecuencia de una enfermedad,
siempre en interacción con el contexto personal y el físico.
3) Nivel de la persona en el entorno: en este caso, el foco se centraría en la actividad
del individuo en interacción con el entorno físico y social; es decir, en su conducta
manifiesta, en lo que puede o no realizar, o con qué grado de ayuda.
4) Nivel de la persona en la sociedad: implicaría el nivel más complejo y tendría que
ver con la participación de la persona en situaciones sociales relevantes en su entorno
cultural, como el trabajo, la paternidad, etc.
Los tres contextos que se han señalado anteriormente serían:
1) Contexto personal: vendría determinado por las características individuales, incluidas
la vulnerabilidad y la predisposición a sufrir determinadas condiciones de salud,
como características personales fruto de la propia historia de la persona (ej.: estilo
de vida, estrategias de afrontamiento, etc.). En un sentido más amplio, englobaría
todas las características individuales (edad, educación, raza, recursos, familia,
etc.).
2) Contexto físico: implicaría cualquier factor de tipo físico, tales como el entorno
arquitectónico (ej.: la presencia o no de barreras arquitectónicas), como el acceso
a ayudas técnicas
3) Contexto social: vendría determinado por las características del entorno cultural
y social del individuo que pudieran influir sobre su funcionamiento, tales como las
instituciones y servicios disponibles, los recursos comunitarios, las ayudas económicas,
etc. Estos dos últimos contextos se considerarían factores ambientales que repercuten
en la actividad del individuo, mientras que el contexto personal, desde un punto de
vista amplio, se entendería como los factores personales.
Así pues, la discapacidad vendría determinada no solo por la propia patología, sino
por la interacción de esta con el contexto específico de la persona en los diferentes
niveles. Discapacidad sería, por lo tanto, un término amplio que englobaría todos
los componentes de dicha interacción negativa: las deficiencias, las limitaciones
en la actividad y las restricciones en la participación (figura 3).
-
Deficiencias/déficits: son problemas en las funciones fisiológicas o en las estructuras
corporales de una persona. Pueden consistir en una pérdida, defecto, anomalía o cualquier
otra desviación significativa respecto a la norma estadísticamente establecida. Se
encontraría entre el nivel del órgano (patología) y el de la persona. En el caso de
la DCA, la presencia de una hemiplejia izquierda, o de una heminegligencia izquierda,
consecuencia de un infarto en la arteria cerebral media derecha, podría ser un ejemplo
de déficit.
-
Limitaciones en la actividad: son las dificultades que un individuo puede tener para
realizar actividades. Estas dificultades pueden aparecer como una alteración cualitativa
o cuantitativa en la manera en que la persona desempeña la actividad en comparación
con otras que no tienen un problema de salud similar. Se encontraría, por lo tanto,
en el nivel de la persona en el entorno. Siguiendo el ejemplo anterior, los problemas
de movilidad y la heminegligencia izquierda dificultarían la implicación del paciente
en actividades de la vida cotidiana como el vestido, el afeitado o la lectura.
-
Restricciones a la participación: son problemas que una persona puede experimentar
al involucrarse en situaciones vitales, tales como relaciones interpersonales, empleo,
etc., en el contexto real en el que viven. La presencia de una restricción en la participación
viene determinada por la comparación de la participación de la persona con discapacidad
con la participación de una persona sin discapacidad en una situación análoga o comparable.
Se encontraría, por lo tanto, en el nivel social. En el caso del ejemplo, el paciente
podría tener dificultades para acceder a un empleo debido a sus limitaciones.
Un conocimiento de los niveles anteriores es absolutamente imprescindible en la empresa
neuropsicológica, tanto si nos estamos centrando en la evaluación de los procesos
cognitivos y emocionales como si lo hacemos en la rehabilitación de estos.
Figura 3. Interacción entre los diferentes componentes de la CIF

En el caso de la evaluación neuropsicológica, debemos tener en cuenta que valoraremos
conductas específicas, en situaciones con frecuencia «de laboratorio» (test neuropsicológicos),
para poder inferir las alteraciones sufridas por el individuo con DCA en el nivel
del déficit. Es decir, a partir de la evaluación, podremos determinar que el paciente
sufre, por ejemplo, problemas de memoria reciente, dificultades de atención sostenida,
una agnosia visual aperceptiva, etc. Incluso en los casos en los que podamos evaluar
a la persona con DCA en un entorno más «ecológico», como hacen los terapeutas ocupacionales
en un equipo multidisciplinar (por ejemplo, mientras se afeita, usa el transporte
público, maneja dinero, etc.), las inferencias de la evaluación neuropsicológica se
harán generalmente en el nivel del déficit/deficiencia (cognitivos, emocionales y
conductuales). No obstante, siempre será necesario considerar el impacto de dichos
déficits neuropsicológicos sobre la funcionalidad del individuo; es decir, sobre las
actividades de la vida diaria que sean relevantes para él.
Con relativa frecuencia, esta «brecha» entre el nivel de la deficiencia y el nivel
de la actividad podrá convertirse en una fuente de confusión si no tenemos en cuenta
que el nivel de la actividad es la expresión no solo de los déficits neuropsicológicos
(o los puntos fuertes), sino también de otros factores, como el uso de estrategias
compensatorias, la actitud y el grado de motivación, las capacidades físicas, etc.
En algunos casos, los efectos de los déficits sobre el nivel de la actividad no serán
proporcionales a la gravedad de estos. Por ejemplo, un paciente mayor con graves problemas
de memoria (amnesia anterógrada), podría sufrir un impacto limitado de los mismos
en su vida cotidiana si ya previamente a la lesión vivía en un entorno poco exigente,
o si contaba con la ayuda de sus familiares, utilizaba una agenda para sus citas con
el médico, etc. Por otra parte, un paciente más joven, con leves dificultades en la
atención sostenida y una ralentización en la velocidad de procesamiento de la información
tras un TCE, podría ser incapaz de retomar su trabajo como controlador aéreo, con
todas las implicaciones que eso supondría a emocionalmente.
Por otra parte, en la rehabilitación neuropsicológica, el foco deberá ponerse siempre
en el nivel de la actividad y, de forma más indirecta, en el de la participación social.
Es decir, la rehabilitación neuropsicológica, incluso la rehabilitación propiamente
cognitiva, deberá ir siempre al servicio de objetivos significativos para el paciente,
que le permitan alcanzar el máximo nivel de autonomía y competencia posible. Con independencia
de que nos centremos en la estimulación de procesos como la atención sostenida y selectiva
(es decir, en un nivel más concreto y «molecular»), o en el uso de compensaciones
y ayudas externas, como las agendas o el teléfono móvil, el objetivo final deberá
ser siempre la actividad (ej.: el manejo de dinero, la conducción, la lectura de novelas,
etc.) En aquellos casos en que la estimulación del proceso sea lo prioritario, el
rehabilitador deberá diseñar específicamente estrategias para que lo aprendido en
las sesiones pueda generalizarse y aplicarse en situaciones relevantes para el paciente,
más ecológicas.
5. Rehabilitación neuropsicológica en el DCA
5.1. Factores determinantes en la recuperación tras el DCA
La intervención ante un daño cerebral adquirido difiere, en gran medida, en función
de determinadas variables que pueden afectar de manera diferencial a la evolución
del paciente, por lo que el equipo de profesionales al completo debe conocerlas y
tenerlas en cuenta con el fin de poder optimizar su trabajo. Entre ellas, es fundamental
conocer la gravedad de la lesión, la localización de esta, el tiempo transcurrido
desde que se ocasionó el daño y los factores demográficos y características premórbidas
que pueden influir en las secuelas y su recuperación.
5.1.1. Severidad y cronicidad del daño
La gravedad de la lesión es uno de los factores determinantes más relevantes en la
recuperación de un daño cerebral. Para determinar la severidad se emplean diferentes
medidas que permiten hacer una estimación de la gravedad del daño y pronosticar la
futura recuperación cognitiva y funcional del paciente. Las valoraciones más comúnmente
utilizadas son: la escala de coma de Glasgow, la duración del coma y la duración de
la amnesia postraumática.
La escala de coma de Glasgow (GCS; Teasdale y Jennett, 1974; 1976) constituye una
herramienta eficaz para la evaluación de la consciencia de los pacientes, y debe administrarse
lo antes posible tras el daño cerebral (dentro de las veinticuatro horas posteriores
a la lesión). La consciencia es valorada a partir de tres parámetros: respuesta ocular,
respuesta motora y respuesta verbal. A cada parámetro se le asigna el valor correspondiente
en función de la respuesta del paciente, para finalmente sumar la puntuación en los
tres y realizar la interpretación (aunque la respuesta motora es el parámetro predictivo
más significativo) (Zafonte y otros, 1996). Las puntuaciones mínima y máxima, respectivamente,
que se pueden conseguir son 3 y 15 (tabla 2).
Tabla 2. Escala de coma de Glasgow
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Apertura ocular
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– Espontánea: 4
– A la orden verbal: 3
– Al recibir un estímulo doloroso: 2
– Sin respuesta: 1
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Respuesta verbal
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– Orientado: 5
– Confuso: 4
– Palabras inapropiadas: 3
– Sonidos incomprensibles: 2
– Sin respuesta: 1
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Respuesta motora
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– Obedece órdenes verbales: 6
– Localiza el estímulo doloroso: 5
– Flexión-retirada ante el estímulo doloroso: 4
– Respuesta en flexión anormal: 3
– Prono-extensión: 2
– Sin respuesta: 1
|
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GCS; Teasdale y Jennett, 1974; 1976
|
A partir de la puntuación obtenida se puede clasificar el daño en:
-
Daño cerebral leve: 14 -15
-
Daño cerebral moderado: 9 - 13
-
Daño cerebral severo: ≤ 8
La duración del coma, medida en horas o días durante los cuales la puntuación alcanzada
en la GCS es inferior a ocho puntos, constituye un indicador fiable de la gravedad
de la lesión y de la recuperación de las secuelas (Wilson, Vizor y Bryant, 1991).
Este periodo de coma parece tener un mayor poder predictivo en los pacientes que presentan
un estado grave, mientras que no parece ser tan eficaz en personas que salen del coma
en las primeras seis horas después de sufrir el daño (Muñoz-Céspedes y otros, 2001).
Por último, la amnesia postraumática (APT) se define como el periodo de tiempo durante
el cual el paciente no es capaz de recordar información de manera consistente sobre
las actividades cotidianas que ha realizado el día anterior (Goldstein y Levin, 1995).
Existen diferentes medidas de la ATP, entre las cuales se encuentran el test de orientación
y amnesia de Galveston (GOAT, Levin, Grossman y O’Donnell, 1979), el Cuestionario
para la evaluación de la amnesia postraumática (Artiola y otros, 1980) o la escala
de amnesia postraumática de Westmead (Shores, Sansanam y Batchelor, 1986), entre otros.
Existe, según diferentes investigaciones, relación entre la APT y otras variables
medidas después de la lesión, tales como el funcionamiento cognitivo (Mazzucchi y
otros, 1992), alteraciones psicosociales (Cifu y otros, 1997) o la situación laboral
(Cifu y otros, 1997).
Tabla 3. Clasificación de la gravedad de la lesión en función de la duración de la APT según
Jennet y Teasdale (1981) y Bond (1990)
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Jennet y Teasdale (1981)
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Bond (1990)
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Muy leve
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< 5 min
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--
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Leve
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5-60 min
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< 1 día
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Moderado
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1-24 h
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1-7 días
|
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Grave
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1-7 días
|
7-28 días
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Muy grave
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7-28 días
|
> 28 días
|
|
Extremadamente grave
|
> 28 días
|
--
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Diversos autores (por ej. Katz y Alexander, 1994) han dado con que existe una relación
entre la puntuación inicial en la escala de coma de Glasgow, la duración del coma
y el periodo de amnesia postraumática. Esta relación es negativa entre la GCS y la
duración tanto del coma como el tiempo de APT, mientras que es positiva entre la duración
del coma y el periodo de APT (Muñoz-Céspedes y otros, 2001).
En conclusión, cuanto más profundo sea el grado del coma (estimado a partir de la
puntuación de la GCS), más tiempo permanezca el paciente en este estado y más largo
sea el periodo de APT, mayor será la severidad del daño cerebral sufrido y, por lo
tanto, los déficits causados por el mismo, y será peor el pronóstico de recuperación.
5.1.2. Localización de la lesión: daño cerebral focal y daño cerebral difuso
La localización de la lesión, así como su focalidad, es uno de los factores determinantes
en la gravedad de la sintomatología y la mejora de esta.
Las lesiones focales son aquellas que se circunscriben a un área cerebral determinada,
y son fácilmente observables mediante técnicas de neuroimagen estructural, tales como
la TC o la imagen por resonancia magnética (RM). Sin embargo, la neuroimagen funcional
pone de manifiesto que el área metabólica disfuncional se extiende más allá del área
en el que se localiza la lesión estructural focal (Povlishock y Katz, 2005), pasando
a hablar entonces de lesiones difusas.
Las lesiones difusas son muy frecuentes en el DCA moderado y severo; aparecenen casi
la totalidad de los TCE y los accidentes cerebrovasculares (ACV). En términos generales,
cuanto más focalizada se encuentre una lesión menores serán sus consecuencias negativas;
es más grave la sintomatología presentada por un daño difuso. Además, desde el punto
de vista clínico, la evolución del daño cerebral difuso puede describirse en tres
fases cuya duración está directamente relacionada con la gravedad del daño: 1) pérdida
de conciencia que ocurre inmediatamente después del daño; 2) estado confusional, posterior
a la recuperación de la conciencia y relacionado con el tiempo que ha durado la inconsciencia;
y 3) estado posconfusional de restauración de las funciones cognitivas.
Además de la circunscripción de la lesión, el lugar en el que se encuentra la lesión
focal es otro de los factores que van a influir en las características de las alteraciones.
En este sentido, diferentes localizaciones darán lugar a diversos perfiles de alteraciones.
Por ejemplo, los pacientes con, por ejemplo, daño frontal presentaran sintomatología
muy diferente a aquellos que han sufrido un daño en el lóbulo temporal. Así, el lugar
de la lesión determinará en gran medida los déficits cognitivos del paciente, pero
siempre sin olvidar que las funciones cognitivas no se encuentran localizadas en un
área determinada del cerebro, sino que son sustentadas por redes neurales complejas
altamente distribuidas a nivel cortical y subcortical.
5.1.3. Plasticidad cerebral
En la evolución y la recuperación de un daño cerebral es esencial atender al concepto
de neuroplasticidad, el cual hace referencia a la capacidad que posee el sistema nervioso
para reestructurarse y recuperarse mediante la puesta en marcha de procesos adaptativos
de regeneración y reorganización sináptica. El concepto de plasticidad cerebral está
invariablemente ligado a la concepción conexionista de las funciones cognitivas superiores,
puesto que dicha plasticidad es posible gracias a que los procesos cognitivos se sustentan
en redes neuronales complejas ampliamente distribuidas cortical y subcorticalmente.
La neuroplasticidad se sitúa en la base de la rehabilitación neuropsicológica, puesto
que es el proceso que permite que se produzca una recuperación y reestructuración
funcional de las redes que sustentan los procesos alterados tras la aparición de un
DCA. Los mecanismos plásticos que intervienen en la recuperación tras una lesión cerebral
pueden dividirse en mecanismos de plasticidad en las redes neuronales y mecanismos
de plasticidad en las sinapsis (Dobkin, 2005; Garcés-Vieira y Suárez-Escudero, 2014).
1) Mecanismos de plasticidad en las redes neuronales:
-
Recuperación de la excitabilidad neuronal (equilibrio iónico celular y axónico, reabsorción
del edema y residuos hemáticos, diasquisis reversa transináptica)
-
Actividad en vías neuronales parcialmente indemnes
-
Plasticidad representacional con neuronas tipo ensamble
-
Reclutamiento de redes paralelas no ordinariamente activas
-
Reclutamiento de subcomponentes en redes distribuidas
-
Modulación de la excitabilidad de subredes por neurotransmisores
2) Mecanismos de plasticidad en las sinapsis
-
Modulación neuronal de la señalización intracelular (dependiente de factores neurotróficos
y de proteína kinasas)
-
Plasticidad sináptica (modulación de la transmisión basal, hipersensibilidad por denervación,
desenmascaramiento sináptico dependiente de actividad, brotes dendríticos)
-
Brotes axonales y dendríticos de colaterales ilesas
-
Regeneración axonal (expresión genética de proteínas de remodelación, modulación de
factores neurotróficos)
5.1.4. Factores demográficos y características premórbidas
La plasticidad cerebral comentada más arriba está relacionada en gran medida con la
edad, de manera que los procesos plásticos son más eficaces a edades tempranas que
en tardías. Así, una menor edad en el momento del DCA se ha relacionado con una mayor
plasticidad y, por tanto, con una capacidad de recuperación superior. Siguiendo esta
línea, diferentes autores han demostrado que los adultos jóvenes muestran una mejor
recuperación tras un DCA que los adultos mayores (Green y otros, 2008; Senathi-Raja
y otros, 2010).
Según el principio de Kennard, cuando las lesiones cerebrales se producen a edad temprana,
aparecerá una menor nivel de alteración y una mayor capacidad de recuperación (Dennis,
2010). De hecho, las personas de mayor edad muestran un efecto techo respecto al límite
de mejora (Spikman y otros, 1999).
El efecto de la edad sobre la recuperación de los déficits parece estar modulado por
otros factores, tales como la gravedad de la lesión, de manera que la edad no parece
ser determinante en pacientes mayores tras un daño leve, pero sí tras uno (Green y
otros, 2008).
Por otro lado, los pacientes con un nivel educativo premórbido (frecuentemente relacionado
con el nivel intelectual) suelen presentar una mejor recuperación, ya que el nivel
educativo está relacionado con una reserva cognitiva además de con una mayor capacidad
para compensar los déficits. Así, en términos generales, los pacientes con un mayor
nivel educativo poseen un mayor número de conexiones corticales que reducen la vulnerabilidad
a las lesiones y permite una mayor recuperación de los déficits mediante procesos
de restauración o de sustitución de las funciones (De Guise y otros, 2005). Además,
un nivel educativo alto permite optimizar las funciones residuales; se muestra una
mayor capacidad para generar estrategias de compensación con el objetivo de disminuir
la incidencia de las alteraciones cognitivas en su funcionamiento cotidiano (Muñoz-Céspedes
y otros, 2001).
5.2. Fases en el proceso de rehabilitación
La intervención tras la aparición de un daño cerebral adquirido debe entenderse, y
abordarse, como un proceso de rehabilitación integral y continuo, que comienza cuando
la persona afectada llega al hospital y que se extiende durante un periodo de tiempo
considerable; en muchas ocasiones, se alarga de por vida.
Una vez que la estabilidad médica del paciente está garantizada se debe continuar
el tratamiento, adecuando la intervención a la fase en la que se encuentre la persona
afectada. A lo largo de todo el proceso es imprescindible llevar a cabo evaluaciones
periódicas, puesto que sin ellas no se estará en condiciones de adecuar los objetivos,
la metodología y las acciones concretas a las necesidades reales del paciente con
el fin de reducir al máximo su grado de discapacidad y garantizar la máxima calidad
de vida.
Tras la fase crítica (estabilización médica y preservación de la vida del sujeto),
se pasará por la fase aguda (tratamiento hospitalario), las fases subaguda y postaguda
(tratamiento hospitalario y/o ambulatorio) y la fase crónica (tratamiento ambulatorio,
centro de día, hogar del paciente...).
En términos generales, la atención prestada y los recursos invertidos son mayores
en las fases crítica y aguda del proceso, lo que conlleva, en ocasiones, que las consecuencias
a largo plazo del daño cerebral no sean abordadas de manera adecuada. El modelo de
intervención aquí expuesto intenta evitar este error, planteando un proceso de recuperación
global (en función de las diferentes etapas), encadenado (facilitando la transición
de una fase a la siguiente), integral (teniendo en cuenta todas las esferas de la
vida) y orientado a la consecución de un óptimo nivel de independencia y calidad de
vida de la persona afectada.
Figura 4.

5.2.1. Fase crítica
Gracias a los avances médicos de las últimas décadas ha sido posible disminuir en
gran medida las muertes debidas a la aparición de un daño cerebral. Pero este hecho
no está libre de inconvenientes, puesto que en ocasiones los pacientes que consiguen
sobrevivir presentan alteraciones de carácter muy severo, quedando muy limitada su
calidad de vida.
La fase crítica comienza con el ingreso del paciente en el hospital por vía de urgencias;
suele permanecer hospitalizado en la unidad de cuidados intensivos (UCI). En esta
fase, el objetivo principal es mantener estable la condición médica del paciente mediante
un tratamiento médico especializado, el cual acostumbra a incluir complejas intervenciones
quirúrgicas, así como un exhaustivo control de las posibles complicaciones de diferente
índole (por ej., infecciones, complicaciones respiratorias, dificultades en la alimentación,
aparición de complicaciones neurológicas secundarias, etc.).
Los pacientes pueden reaccionar a las intervenciones terapéuticas de diferente manera:
a) no recuperando de la conciencia, permaneciendo en coma o en estado vegetativo persistente;
b) recuperando la conciencia (que incluso puede no haberse perdido) con lesiones cerebrales
patentes en diferentes esferas (alteraciones motoras, cognitivas, emocionales y/o
conductuales); y c) tras la intervención médica adecuada el paciente no necesita atención
hospitalaria siguiendo, en caso de ser necesario, un tratamiento ambulatorio especializado.
En los dos primeros casos, el paciente, dada la gravedad de su estado, debe permanecer
hospitalizado en la UCI o en algún servicio de alta especialización, como, por ejemplo,
las unidades específicas de daño cerebral.
Es en esta primera fase en la que se va a determinar la gravedad de la lesión y el
posible pronóstico a partir de las escalas y datos expuestos previamente en el apartado
de severidad de la lesión. Además, resulta fundamental establecer un plan de actuación
adecuado para la prevención, el tratamiento y el seguimiento de complicaciones frecuentes
tras un daño cerebral, tales como la aparición de crisis comiciales, dificultades
respiratorias, úlceras por presión, deformaciones articulares, etc.
5.2.2. Fase aguda
Es crucial iniciar el proceso de rehabilitación lo antes posible (en ocasiones ha
comenzado durante la fase crítica) con el objetivo de potenciar al máximo la recuperación
espontánea que sucede gracias a la plasticidad cerebral, mayor durante las primeras
semanas posteriores a la lesión.
En esta fase se debe llevar a cabo una valoración exhaustiva por parte de los diferentes
profesionales implicados en la intervención. A partir de esta evaluación profunda
se determinarán cuáles son las funciones alteradas y cuáles están preservadas. Así
se podrán plantear objetivos concretos e individualizados para establecer un programa
de rehabilitación adecuado y personalizado.
La rehabilitación física tiene un papel crucial en este momento, pero es indispensable
comenzar también la rehabilitación de las alteraciones cognitivas, conductuales y
emocionales. Es fundamental que el paciente tenga capacidad y motivación para colaborar
y participar en su proceso rehabilitador.
En muchas ocasiones, el paciente puede estar desorientado tanto espacial como temporal
y personalmente. Así, puede desconocer el lugar en el que se encuentra, el día, el
mes e incluso el año actual, puede no saber cuál es su edad, no reconocer a sus seres
queridos e incluso no saber quién es él mismo. Además, la capacidad atencional suele
estar gravemente afectada y el cansancio y la fatiga también son frecuentes, cosa
que hace que el paciente en la fase aguda se muestre confuso y agitado. Las alteraciones
emocionales y conductuales son muy frecuentes; el paciente puede mostrarse incluso
agresivo.
Por todo ello conviene proporcionarle al paciente un entorno adecuado, sin demasiados
estímulos ni muchos distractores; se han de generar rutinas diarias con las menores
variaciones posibles y realizando frecuentes periodos de descanso para evitar la fatiga
y la frustración que puede generar en el paciente la incapacidad o la dificultad para
realizar incluso actividades muy básicas.
5.2.3. Fases subaguda y posaguda
Superadas las primeras fases, el paciente sigue necesitando atención especializada;
es conveniente continuar con rehabilitación intensiva, aunque de carácter ambulatorio,
llevada a cabo por profesionales altamente cualificados.
En este momento, el paciente ha avanzado significativamente en su recuperación y es
capaz de participar y colaborar de manera más activa y participativa. El principal
objetivo de esta fase es intentar potenciar al máximo las capacidades del paciente
y procurar el máximo nivel de autonomía a través de la intervención transdisciplinar
intensiva. Se debe continuar con la mejora de los aspectos funcionales, cognitivos
y conductuales, puesto que aún no se han agotado las posibilidades de recuperación,
restauración o reeducación de las funciones afectadas para conseguir el mayor grado
de autonomía posible y promover una adecuada readaptación sociofamiliar y laboral
si fuera posible.
Al igual que en la fase aguda, la atención en este momento irá dirigida tanto al paciente
como a su familia, prestando especial atención al impacto que las secuelas del daño
cerebral puedan tener sobre la dinámica familiar. Puesto que en esta fase el paciente
no requiere de tantos cuidados médicos como en las anteriores, la familia asume todos
los cuidados desde el ámbito domiciliario; generalmente, es el momento en el que aparecen
más problemas, ya que la familia no sabe cómo afrontar la nueva situación, generándose
situaciones complicadas para la familia y el paciente. Por este motivo, es fundamental
proporcionar información, formación y apoyo a todos los miembros de la familia, intentando
facilitar una vida diaria lo más normalizada posible. Además, se debe trabajar también
en la readaptación social del paciente.
En resumen, lo más importante en este momento del proceso rehabilitador es continuar
con la rehabilitación intensiva e individualizada de los procesos cognitivos, conductuales,
emocionales y funcionales para maximizar el rendimiento del afectado y conseguir el
grado de autonomía más alto posible.
5.2.4. Fase crónica
Aunque las mejoras en la fase crónica suelen ser puntuales, es importante continuar
con un tratamiento encaminado a mantener los avances conseguidos y evitar un mayor
deterioro.
El abordaje basado en la generación de estrategias alternativas de funcionamiento
(compensación de las funciones) y en el uso de ayudas externas son esenciales en esta
fase. La intervención debe tener como objetivo principal la consecución de la máxima
independencia funcional de la persona, así como a su reinserción familiar, social
y laboral.
Muchos de los afectados en fase crónica tienen un alto grado de dependencia, lo que
hace que requieran la ayuda de un cuidador para el desempeño de algunas actividades
de la vida diaria, como vestirse, asearse, comer o desplazarse.
La duración de la fase crónica se extiende en muchas ocasiones durante toda la vida
del paciente. La atención proporcionada puede ser de varios tipos:
-
Consultas ambulatorias de asesoramiento y seguimiento con frecuencia variable en función
de las necesidades del paciente y la familia.
-
Centros de día: la atención proporcionada en estos centros suele ser de ocho horas
diarias; es un recurso fundamental para la familia, puesto que permite que los cuidadores
principales reduzcan en gran medida la carga de cuidado, mientras que el afectado
es atendido por profesionales cualificados. La situación en España está lejos de ser
la ideal en cuanto a este tipo de recursos; además, en muchas ocasiones son imposibles
de costear dado su elevado precio. Esto conlleva que un alto porcentaje de personas
con DCA en fase crónica se encuentren atendidos en recursos asistenciales mucho menos
adecuados para ellos, como, por ejemplo, centros de día para discapacitados físicos
o residencias geriátricas.
-
Centros ocupacionales y de empleo: en los primeros se llevan a cabo actividades formativas
o productivas no remuneradas, mientras que, en los segundos, los pacientes desarrollan
una actividad laboral remunerada que en algunos casos puede conducirlos a la obtención
de un empleo con apoyo e incluso a la inserción laboral ordinaria.
-
Pisos tutelados: especialmente indicado para jóvenes con alto grado de independencia
para las actividades de la vida diaria, que pueden desenvolverse eficazmente en el
entorno cercano, pero que necesitan supervisión y tutela profesional y especializada.
-
Residencias especializadas: en régimen de habitaciones individuales o compartidas,
los usuarios de estas residencias viven en ellas; cuentan con una alta privacidad,
a la vez que se facilitan las relaciones sociales. Además, tienen profesionales altamente
especializados en la asistencia en daño cerebral.
Los recursos con los que se cuentan en España para la atención a pacientes con daño
cerebral son limitados en todas las fases; resultan especialmente escasos los recursos
de los que disponen los pacientes en fase crónica. Según la Federación del Daño Cerebral
de España (FEDACE), para una población de 420.000 personas con daño cerebral existen
91 recursos especializados con un total de 4.259 plazas, de las cuales solo 733 son
públicas, 1.265 son concertadas y 2.261 son privadas (tabla 4).
Tabla 4.
|
Tipo de recurso
|
N.º de recursos
|
Plazas de atención al DCA en España
|
Plazas públicas
|
Plazas concertadas
|
Plazas privadas
|
|
Totales
|
91
|
4.259
|
733
|
1.265
|
2.261
|
|
Centro de día
|
21
|
734
|
86
|
470
|
178
|
|
Centro especial de empleo
|
1
|
20
|
0
|
20
|
0
|
|
Centro ocupacional
|
0
|
0
|
0
|
0
|
0
|
|
Piso tutelado
|
2
|
11
|
0
|
11
|
0
|
|
Residencia
|
4
|
91
|
0
|
25
|
66
|
|
Unidad ambulatoria de rehabilitación
|
19
|
1.407
|
170
|
0
|
1.237
|
|
Unidad de rehabilitación en régimen de hospital de día
|
13
|
946
|
178
|
268
|
500
|
|
Unidad hospitalaria de neurorehabilitación
|
24
|
904
|
259
|
365
|
280
|
|
Otros
|
7
|
146
|
40
|
106
|
0
|
|
|
5.3. Abordaje interdisciplinar
Los programas de rehabilitación en el daño cerebral deben encuadrarse dentro de un
enfoque transdisciplinar, contando con un equipo que incluya profesionales de diferentes
disciplinas especializados en la atención al daño cerebral altamente coordinados y
con objetivos comunes claramente establecidos.
Un adecuado abordaje debe contar con, al menos, profesionales de las siguientes disciplinas:
-
Medicina física y rehabilitadora
-
-
-
-
-
-
-
-
-
Es fundamental que todos los miembros del equipo trabajen de manera coordinada, realizando
sesiones periódicas de trabajo para poner en común la evolución del paciente desde
diferentes puntos de vista profesionales y poder así adaptar el trabajo de las diferentes
áreas atendiendo a todas las esferas del paciente.
5.4. Características esenciales del programa de rehabilitación
La recuperación de las alteraciones causadas por el DCA depende en gran medida del
programa de intervención que se lleve a cabo. Es evidente que no todos los modelos
de intervención poseen la misma eficacia, por lo que a continuación se detallan aquellas
características imprescindibles para que un programa de rehabilitación resulte eficaz
y eficiente.
-
Intervención temprana: la evidencia empírica pone de manifiesto que los efectos positivos
de la intervención son mayores cuanto antes se inicie la rehabilitación.
-
Programa personalizado: el patrón de alteraciones de las personas con DCA es muy heterogéneo,
tanto en relación con la afectación como con el curso evolutivo, por lo que el tratamiento
proporcionado debe adecuarse a las necesidades específicas de cada persona. Es conveniente
que los objetivos de la intervención se establezcan de acuerdo con el paciente y su
familia, puesto que la implicación, motivación y participación del afectado y su familia
son fundamentales para la consecución de buenos resultados.
-
Tratamiento holístico e integral: la intervención debe tener un carácter biopsicosocial,
trabajando tanto sobre cuestiones físicas como cognitivas, emocionales y sociales.
Por lo tanto, es necesaria la participación de profesionales de diferentes áreas,
así como la implicación tanto del paciente como de su familia y cuidadores.
-
Rehabilitación interdisciplinar y especializada: para proporcionar una asistencia
de calidad es imprescindible que la intervención la lleven a cabo profesionales altamente
cualificados y en un marco de interdisciplinariedad, en el cual el equipo rehabilitador
esté formado por profesionales de diferentes áreas que trabajen de forma coordinada
y colaboradora.
-
Tratamiento continuo y encadenado: la intervención debe adaptarse a las diferentes
fases del proceso de recuperación del paciente mediante el establecimiento de objetivos
específicos y técnicas concretas para cada una de ellas, que, además, faciliten la
transición de una fase a la siguiente.
-
Programa ecológico: el programa de intervención debe centrarse en actividades relevantes
para el paciente, con el fin de proporcionar una mejora funcional que se refleje en
aquellos aspectos de la vida cotidiana que sean más significativos para el afectado
y su entorno más cercano. Es conveniente realizar parte de la intervención en el entorno
propio del paciente o empleando programas de realidad virtual que hagan que la intervención
tenga un carácter más ecológico y facilite la generalización de los aspectos trabajados
a la vida diaria del afectado.
-
Marco teórico de referencia: en todo momento se debe tener presente el marco teórico
en el que se enmarcará la intervención realizada. Las acciones que llevemos a cabo
deben estar basadas en los avances científicos y en las aproximaciones teóricas propuestas
para la rehabilitación neuropsicológica.
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