—Y una botella de vino… ¿Tienes «El novio perfecto»? Si no tengo uno, al menos puedo bebérmelo.
Adriana y yo nos tapamos la cara con la carta cerrada de My Veg, el restaurante en el que solíamos acabar cuando nos movíamos por aquella zona. El camarero sonrió mientras tomaba nota.
—Vale. Entonces… las alcachofas fritas, la coca con huevo, el tartar de salmón y una botellita de «El novio perfecto».
—Y una botella de agua fría —pedí detrás de la carta.
Las dos me miraron amenazantes y yo me asomé para aclarar la situación.
—Si bebes un poco de agua entre copa y copa se supone que tienes menos resaca.
—Como esta noche Jimena y yo terminemos como un maldito koala y tú sobria, te rajo y te relleno con tampones —amenazó en voz baja Adriana, mientras sonreía como una sádica.
—Te preguntaría qué coño pinta un koala en esa frase, pero me lo voy a ahorrar porque seguro que surge alguna teoría con la que argumentarlo —le respondí antes de volverme hacia el camarero y pedirle—: No nos escupas en la comida por raras, por favor.
—Nunca. Pero igual transcribo vuestras conversaciones y las publico anónimamente en Twitter.
El camarero recogió las cartas y se marchó. Adriana y Jimena frente a mí apoyaron sus coditos en la mesa y se miraron satisfechas el tatuaje cubierto por un pedacito de papel film. Yo eché un vistazo a mi móvil, que seguía sin tener noticias de Coque, y tras un suspiro, llamé la atención de mis amigas.
—Chicas…
—¿Qué? —respondieron sin mirarme a la vez.
—Ehm…, yo… tengo que contaros una cosa.
Levantaron la mirada hasta mí despacio y con cautela.
—Ese tono no me gusta nada —anunció Adri.
—¿Qué pasa? ¿Quién se ha muerto? —Y Jimena se llevó dramáticamente la mano hasta la garganta.
—Nada, nada grave, de verdad. Nadie ha muerto.
—Santi, sí, tía, hace catorce años. Muy fuerte —dijo consternada Jime—. Te juro que aún me cuesta creerlo.
Apoyé la frente en el plato frío y vacío un segundo armándome de paciencia.
—Anoche… —Me incorporé, me quité el pelo de la cara y suspiré—. Vi a Leo.
Silencio. Los ojos verdes de Jimena buscando los pardos de Adriana. Mi saliva bajó espesa por mi garganta.
—Cómo tarda el puto vino, ¿no? —me quejé.
—Concreta un poco más. Viste a Leo… ¿por Facebook?
—¿Por Facebook, Jimena? —pregunté indignada—. Lo vi sentado en una puta terraza de la plaza de Santa Bárbara, allí, con todo su cuajo.
—¿Y no crees que el hecho de encontrarte al cuatro veces campeón mundial en romperte el corazón es un tema para tratarlo al principio de la tarde y no dos horas después? —preguntó Adri alucinada.
—Igual hasta merece una llamada en plena madrugada —insistió Jimena.
—Pues me habría venido genial porque —resoplé—… estaba sentado tomando algo con Raquel, la colega de Pipa que me cae bien, y… no he pegado ojo dándole vueltas a… qué hace aquí y por qué estaba con ella.
—¿Con quién dices que estaba? —preguntó Adriana.
—Con Raquel. La del blog Cajón desastre. Una tía con un pelo precioso, brillante…, de las de anuncio de Pantene. Muy guapa. Estilazo. Cultísima. Más maja que las pesetas.
—Gracias por la puntualización, Jimena —agradecí de mala gana.
—Da igual con quién esté, Maca —sentenció muy seria Adri—. Te conocí justo después de romper con él y eras una bolsa de basura de tamaño comunidad con restos humanos. No hagas el gilipollas. Digo yo que con cuatro versiones de lo vuestro tenéis suficiente.
—No he dicho que quiera llamarle ni nada…, ni a él ni a Raquel para ver qué… — carraspeé—, qué relación les une.
—Quizá era una reunión profesional.
—Entre un especialista en literatura del siglo XIX y una blogger de moda y lifestyle…, claro.
—Da igual lo que fuera. Es Leo. Su sola imagen provoca en ti la muerte de cientos de miles de neuronas encargadas de la salud emocional —apuntó Jimena esta vez.
Rebufé.
—Que lo viera no significa nada más que…, que está en Madrid. No sé si de paso o no, pero no pienso averiguarlo.
—¿Él te vio? —consultó Adri.
—Sí —asentí.
—¿Y?
—Nos saludamos.
—¿¡¡Y!!? —respondieron las dos al unísono.
—Pues puso esa cara suya.
—¿Qué cara? —preguntó Adri, que solo había visto un par de fotos de él antes de que decidiéramos quemarlas en un aquelarre años atrás.
—Creo que se refiere a una que ponía siempre como de «intenso y sexi». Es muy guapo, el muy hijo de puta —dijo Jimena—. Lo que más me gustaba de él eran esos hoyuelos casi verticales que le salían en las mejillas cuando sonreía. Qué tío…, diabólicamente guapo. Esa es la verdad.
—Para. Por favor —pedí—. La cuestión es que…, bueno, que no quiero hablar más del tema y que no pasa nada. He pasado mala noche y tal, pero porque remueve un poco encontrarte con…, con «el que no debe ser nombrado». Quería contároslo, pero ya está.
—¿Y no vas a preguntarle a Raquel?
—No. Está superadísimo.
—Mentirosa —rumió Jimena.
—A lo mejor le pregunto. Pero… por curiosidad, no por nada más. Es una cosa anecdótica. Mi ex está con otra…, ya ves tú qué cosa.
—Pero es tu EX —dijo Adri dándole énfasis a la palabra— y esa otra… es colega tuya.
—Me cae bien, sí —asentí mientras me miraba el anillo antiguo que llevaba adornando uno de mis dedos.
—¿Eso no te… cabrea?
Levanté la mirada y negué con la cabeza.
—Eso no. Me cabrea él. Él y su cara de no haber roto un plato en la vida, de tío legal y elegante… cuando es un psicópata sin emociones.
—Quizá deberías avisar a esa Raquel —musitó de nuevo Adriana.
—Yo ahí no me meto. No se me ha perdido nada.
—Ya veremos —murmuró Jimena mirándose las uñas pintadas de negro—. Pero entiendo que quieras dejarlo aquí. Ya está. Eso sí…, déjame decir una cosa ahora. Y luego ya me callo para siempre.
—Adelante —Le di paso con un ademán.
—Leo… nunca ha sido un mal tío. Ni un cabronazo.
—¿Perdona? —le pregunté con un gallito en la voz.
—No, Maca… El final de lo vuestro fue horrible, lo admito, y no lo hizo bien, pero que algo no salga bien con alguien no lo convierte inmediatamente en un cerdo, lo que tampoco significa que sea bueno para ti. Ni tú buena para él. Quédate con eso. Sus doce mil encantos no son una mentira con la que hayas querido autoconvencerte de que merece ser querido. Lo merece…, pero por otra, porque sus pequeños defectos, a ti en concreto, te destrozan.
Puse los ojos en blanco. Jimena siempre había tenido cierta debilidad por Leo, porque se caían bien y, además, escribió una tesis doctoral sobre el suicidio por amor en la literatura durante los siglos XVIII y XIX. En algunas cosas estaban en sintonía.
—Me parece bien lo que dices y lo respeto. —Posé mi mano sobre el pecho en un ejercicio suprahumano de control de mis emociones…, lo que me apetecía era gritarle que no justificara a ese engreído, pero gritar tampoco era algo que se me diera bien siempre y cuando Leo no fuera partícipe—. Pero tendrás que respetar que a mí, la implicada, me parezca un psicópata.
—La implicada ahora es otra, cielo —apuntó cruelmente.
—Me la suda.
—Lo veo negro —añadió Adriana poco convencida.
—Como el sobaco de un grillo —afirmó Jimena mientras se miraba la muñeca, donde el corazoncito tatuado sangraba un poco bajo el film transparente—. Pero mirad qué bonito es nuestro tatuaje.
Todas nos miramos el nuestro con una sonrisa.
—Lo próximo, una daga sanguinolenta en el brazo —le dije.
—No le des ideas —terció Adriana.
Una cubitera apareció junto a la mesa y el camarero, sonriente, descorchó la botella de ese vino tan rico y en menos de nada llenó las copas que entrechocamos entre nosotras.
—Por nosotras —dije sonriente—. Quien no apoya no folla, quien no recorre no se corre y por la virgen de Guadalupe que si no foll…
—Oye, chicas —Adriana interrumpió nuestro clásico brindis—, antes de que estemos pedo y cualquier cosa nos parezca buena idea…, ¿puedo cambiar de tema?
—Por favor —supliqué.
—Es que… se me ha ocurrido una cosa para el regalo de aniversario, a ver qué os parece.
—¿Al final te decides por la pluma con la que puedas asesinar a tu cuñada en un futuro e inculpar a tu marido o por el paracaidismo? —consulté.
—Nah —negó—. Anoche estuve dándole vueltas… y son cinco años casados ya. Eso debería celebrarse como Dios manda, ¿no?
—¿Un viaje? —añadió Jimena sin soltar la copa—. ¿Adónde te ibas tú, Maca, la semana que viene con Pipa?
—A Milán.
—Qué trabajo tan duro tienes —frivolizó.
—Preferiría estar en mi casa quitándome pelos de las piernas con las pinzas de depilar mientras veo una serie y como cualquier cosa salida de una bolsa.
—Sí, sí…, lo de ir a la mina a picar es jodidísimo. Entonces, Adri, ¿un viaje?
—No. Más emocionante. A ver si lo adivináis.
—Conducción peligrosa en el Circuito del Jarama —dije yo.
—No.
—Puenting —añadió Jimena.
—No.
—Viaje con tu suegra. —Me reí.
—Eso no es emocionante…, es peligroso. Tampoco.
—Body painting.
—Qué ideas de mierda —se carcajeó.
—Un paseo en globo.
—¡¡¡Uhhh!!! —Agitó sus manitas—. ¡¡Qué emocionante, joder!! ¿Tienes un valium a mano? Creo que estoy teniendo palpitaciones.
—Eres idiota. —Me reí.
—¿Entonces? —insistió Jimena.
—¿No se os ocurre nada más?
—Sí. Un piercing en el ciruelo —se descojonó.
—O un trío.
Jimena y yo nos echamos a reír a carcajadas como dos idiotas…, pero Adriana no. Cerré la boca y la miré asustada.
—¿¡Qué!? —exclamé.
—Un trío —asintió ella tan pichi—. Minipunto para ti.
—Estás de coña.
—¿Me ves cara de estar de coña? —Se señaló la carita con un dedo.
No parecía estar de coña, pero con ella nunca se sabía.
—Adri, estás de coña —insistí.
—Maca, por Dios. Claro que está de coña. Te está tomando el pelo como una campeona.
—¿Ah, sí, listilla? ¿Y eso? —preguntó Adriana indignada.
—Pues porque tienes el mismo apetito sexual que este pan. —Desenvolvió la porción de pan del papel de estraza donde suelen servirlo en My Veg y lo olió—. ¿Será de centeno? El de centeno no me termina de gustar. Tiene regusto amargo.
—Es integral. Y tienes la misma gracia que un calcetín.
—Adri… —Me incliné sobre la mesa—. ¿En serio me estás diciendo que le quieres regalar a tu marido un trío?
—Sí —asintió poniendo morritos—. No se me ocurre algo que fuera a gustarle más.
Jimena le dio un bocado al pan y se la quedó mirando unos segundos con cara de sospecha.
—Estás vacilándonos.
—Pues no. Estoy hablando en serio.
—Estás loca —sentencié abriendo el paquetito con mi pan y pellizcando un trozo—. Pero loca, loca, loca…
—¿Por qué?
—¿No decías ayer que…? —apuntó Jimena.
—¡Por eso mismo!
—¿Con otro tío o con una tía? —pregunté yo.
—¿Te imaginas a Julián haciendo duelo de espadas con otro tío? —Arqueó sus cejas pelirrojas—. Eso terminaría fatal. Con una tía.
—Hostias, está hablando en serio —me anunció Jimena con mil restos de pan baboseado en la boca.
—Pero…
—Pero ¿qué? ¡Por Dios! ¡Qué mojigatas sois! —se quejó Adriana.
—¿No te pone celosa imaginarlo con otra?
—¿A mí? No —negó con vehemencia—. Y creo que nos vendría fenomenal para avivar nuestra vida sexual, la verdad. Porque él es como…
—Un acróbata del Circo del Sol del sexo —terminamos de decir por ella las dos a coro.
—Exacto. Y yo… me quedé en primero de misionero.
—¿Tú te lo has pensado bien? —pregunté.
—¡Claro que no se lo ha pensado bien! ¡Estás delirando, maricona! —exclamó Jimena—. ¡Un trío, dice la tía loca!
—¡¡Baja la voz!! Una cosa es que quiera hacer un trío y otra que se entere toda la puta Malasaña.
—Pero a ver… —Apoyé mi frente en mis dedos y agradecí que estuvieran fríos—. Vas a regalarle un trío, vale. Me imagino que porque él ha comentado alguna vez que le pondría.
—Obvio.
—Ya…, pero ¿sabes que muchas fantasías son solo… fantasías?
—Maca, yo quiero a Julián con todo mi corazón, pero no es el tipo de tío que se rayaría por esto. ¡Es psicólogo, por Dios! No es como si…, no sé, como si fuéramos a joderlo todo por una noche loca. Es solo… como quien compra un vibrador y lo incorpora al juego.
—¡Pues cómprate un vibrador e incorpóralo al juego! —volvió a exclamar Jimena.
—Jime, come pan, hija —le pidió Adriana antes de meterle un trozo de miga en la boca—. Ya compré un vibrador. Y me aburro igual.
—Estoy empezando a pensar que nos han puesto peyote en el tatuaje o algo así —murmuré—. Escúchame… pero ¿tú no decías que el sexo está sobrevalorado y que te interesa lo justo para pasar el día?
—Sí —asintió—. Para mí sí. Para mí follar es como rascarse si te pica. O rascar al otro. Pero para Julián es importante. Y si algo me ha dejado claro el paso del tiempo es que las relaciones son una balanza de equilibrio, un toma y daca. Yo te rasco, tú me rascas.
—¿Y cómo has pasado de esa idea a la de incorporar otra mano que rasque?
—Pues asumiendo que no tengo las uñas lo suficientemente largas como para que a él deje de picarle de verdad.
Jimena tragó pan, suspiró y se metió de lleno en un monólogo sobre los peligros de un trío en una pareja: celos posteriores, arrepentimiento, intimidad profanada…, pero la corté cuando vi que Adriana empezaba a mostrarse realmente incómoda y afectada.
—Adri…, ¿te lo has pensado bien?
—¡Que sí!
—¿Has sopesado los pros y los contras? ¿Lo has consultado con la almohada? ¿Te has esforzado por imaginar gráficamente cómo será?
—Sí a todo, pesada. Además… no va a ser mañana mismo. Tendré que buscar con quién y…
—Pues entonces —miré a Jimena—, nada que decir. Punto en boca. Y todo nuestro apoyo, amiga.
—Yo flipo —se quejó Jimena—. Y luego soy yo la que tiene problemas mentales.
—Es mi cama, mi marido y mi… vida sexual. —Adriana se encogió de hombros—. Y la verdad no solo lo hago porque quiero a Julián, lo hago también por mí. Pienso probar todo lo que pueda antes de decidir que, efectivamente, soy una acelga de cintura para abajo.
Jimena fingió cerrarse la boca con una cremallera, pero… solo hasta que llegaron las alcachofas fritas con parmesano, que recibió con esta abierta de nuevo de par en par. Olían de miedo, pero no tanto como para dejar así el tema.
—Adri… —dije cogiendo el tenedor.
—¿Qué?
—¿Nos lo contarás todo?
—¿¡¡Por quién me tomas!!? ¡Pues claro!
Poco imaginábamos por aquel entonces lo muchísimo que tendríamos para contar en unas semanas…