CAPÍTULO 1

ESTILO HISTRIÓNICO-TEATRAL EL AMOR HOSTIGANTE

La belleza es la llave de los corazones; la coquetería, su ganzúa.

ANDRÉ MASSON

La prodigalidad de los adornos perjudica el efecto.

HONORÉ DE BALZAC

Amar a una persona histriónico/teatral es dejarse llevar por un huracán de categoría cinco. Algunas de sus características son: ser el centro de atención, emotividad excesiva, comportamientos seductores, cuidado exagerado del aspecto físico, actitud dramática e impresionista, ver intimidad donde no la hay y ser muy intensas o intensos en las relaciones interpersonales (especialmente cuando hay amor de por medio). Las personas que poseen esta manera de amar desarrollan un ciclo amoroso de mal pronóstico. Al principio, sus relaciones afectivas están impregnadas de un enamoramiento frenético y fuera de control, y después, como en caída libre, suelen terminar con las relaciones de manera drástica y tormentosa. El amor histérico no solo se siente, también se carga y se soporta, porque al exigir atención y aprobación las veinticuatro horas, la relación se vuelve agotadora. ¿Cómo estar bien con alguien que nunca está satisfecho afectivamente?

Jorge conoció a Manuela en la universidad y se sintió impactado por su figura desde la primera vez: era joven, sexi y alegre. Todos los hombres la deseaban y a ella no le desagradaba en lo absoluto; por el contrario, buscaba ser el centro y ejercer un fuerte magnetismo sobre el sexo opuesto. Se entretenía con ellos, como lo hace el gato con el ratón: se exhibía, los provocaba y luego los dejaba por las nubes. Había aprendido a jugar con la testosterona masculina sin involucrarse sexual o afectivamente. Con Jorge pasó algo distinto. La timidez que él mostró y su introversión generaron en Manuela el reto de conquistarlo, cosa que logró sin demasiado esfuerzo. Al poco tiempo, ya estaban viviendo juntos. En realidad, Jorge quería tenerla más controlada porque temía que de tanto jugar le fuera infiel. Cuando llegaron a mi consulta, la convivencia estaba bastante deteriorada y sus insatisfacciones eran similares: ninguno se sentía amado por el otro. Manuela exigía más mimos y atención: “Parece que yo no le importo… Necesito que sea más cariñoso y que me dedique más tiempo… Me gustaría verlo más apegado a mí…”. Por otra parte, Jorge pretendía que ella fuera más sobria y menos llamativa, y también quería mejorar las relaciones sexuales: “Ella no disfruta el sexo, no es lo que aparenta… De verdad, no me siento deseado… Creo que es frígida o algo parecido…”. En los comienzos de la relación, ingenuamente, Jorge había pensado que los comportamientos seductores de Manuela solo eran con él, pero cuando descubrió que el flirteo y el exhibicionismo eran parte de su manera de ser, sintió una mezcla de miedo y desilusión. Él trató, sin éxito, que ella cambiara su vestimenta incitante y el modo de relacionarse con los demás hombres.

El asunto tuvo un final sorpresivo: Manuela lo dejó repentinamente por uno de sus mejores amigos. En una consulta me dijo: “¡Estoy enamorada de verdad! ¡Hablamos de casarnos! ¡Él es maravilloso!”. Cuando le pregunté por Jorge, el novio por el cual lloraba apenas unas semanas antes, me respondió: “Ah, Jorge… No sé, eso ya pasó… ¡Ahora estoy tan contenta!”. Como si fuera una fiebre o una enfermedad, Jorge ya no existía en la memoria emocional de Manuela, lo había borrado de su disco duro como quien quita un virus.

Distinto a lo que suele pensarse, el estilo histriónico no es exclusivo de las mujeres. La cultura posmoderna ha hecho que un número considerable de varones entren en el juego exhibicionista. Basta ir a una discoteca de moda para encontrarse con un mundo “histeroide”, donde tanto hombres como mujeres hacen alarde de sus más encantadores atributos. Hombres de piel tostada y humectada, ropa de marca, accesorios llamativos, miradas sugerentes y músculos a la vista hacen las delicias de un sinnúmero de bellas damas que andan en lo mismo: los lindos con las lindas, acompasados al ritmo de un pavoneo grupal donde el cortejo se vuelve cada vez más barroco. ¿Sexo? No necesariamente. En la filosofía del “histeriquismo”, cautivar puede ser más excitante que tener sexo; enamorar, más impactante que enamorarse; ilusionar y fantasear, más estimulante que ligar; y sentir, mucho más ventajoso que pensar. Mariposeo y voyerismo revuelto: el ocaso de la sencillez. Se mira y no se toca, o si se toca, es por encima. Una subcultura que genera erecciones en cadena y enamoramientos a discreción, cada vez más inconclusos.

EL LADO ANTIPÁTICO DE LA SEDUCCIÓN Y EL ROMANTICISMO

Las estrategias utilizadas para atraer y reclutar amores cambian con la historia y las costumbres. Es evidente que la pesca amorosa no es la misma hoy, en plena posmodernidad, de lo que fue en la Edad de Piedra o cuando Ovidio escribió El arte de amar. Sin embargo, todo hace pensar que la dinámica que se esconde detrás de la conquista sigue siendo la misma. No importa de qué hechizo o anzuelo se trate; si la pasión y el romanticismo se fusionan en su justa medida, no hay cuerpo que resista ni corazón que se contenga. Cuando se da una “pasión romántica” o un “romanticismo apasionado”, el impacto es definitivamente irresistible. El deseo mueve el amor, el romanticismo lo calibra. En esto hay acuerdo. Pero si las tácticas de seducción comienzan a parecerse a la película Atracción fatal, la expresión del sentimiento adquiere una tonalidad fucsia penetrante y el amor se vuelve indigesto. El lado antipático de la seducción es el acoso (¿habrá algo más insoportable que la insistencia de un admirador o admiradora que nos desagrada de punta a punta?) y el lado odioso del romanticismo es la sensiblería (¿habrá algo más patético que adornar y aderezar innecesariamente el amor?).

El sujeto histriónico/teatral fluctúa entre dos esquemas opuestos: “No soy nada” (cuando la gente no le presta atención o desaprueba sus comportamientos) y “Soy un ser deslumbrante y especial que cautiva a todo el mundo” (cuando los otros responden positivamente y con interés a sus intentos de llamar la atención). La consecuencia de esta manera dicotómica de procesar la información es desastrosa para cualquier vínculo interpersonal, porque si la seguridad afectiva va a depender de qué tan “cautivada” y “extasiada” mantengo a mi pareja, no tendré un momento de paz. Los hechos hablan por sí mismos: los “hechizos amorosos” no duran mucho, al menos para los que no somos brujos ni brujas.

Parece evidente que la capacidad seductora no es un indicador de la propia valía personal o un camino adecuado para reafirmar el “yo”.

“¡Me va a dejar, yo sé que me va dejar!”, exclamaba una de mis pacientes con profunda angustia. “¿Por qué cree eso?”, le pregunté tratando de calmarla. “¿No lo ve? Ya no se divierte conmigo como antes, ya no se derrite por mí ni por mi figura… Cuanto más intento atraerlo, más se aleja…”. Esta es la gran paradoja de las personas histriónico/teatrales: por querer conservar altamente motivadas a sus parejas, las cansan, y terminan generando en los otros, precisamente, lo que quieren evitar. Una pesadilla interpersonal, donde ocupan el papel central.

La inaceptable propuesta afectiva de estas personas parte de tres actitudes destructivas para el amor: “Tu vida debe girar a mi alrededor” (llamar la atención a cualquier costo); “El amor es puro sentimiento” (emotividad/expresividad) y “Tu amor no me alcanza” (insatisfacción afectiva). Piensa un instante en las consecuencias de estar con alguien que reúna las tres condiciones, todo el día y a toda hora.

“Tu vida debe girar a mi alrededor”

Llamar la atención a cualquier costo es la exigencia vital del estilo histriónico/teatral. Un amigo no concebía que su mujer pudiera pasarla bien y divertirse sin él. Según su punto de vista, el verdadero amor implica sentirse incompleto o desequilibrado cuando la pareja no está presente. Si su esposa salía en ocasiones con unas amigas o iba al cine y lo disfrutaba en grande, el hombre entraba en una especie de choque existencial. Sin duda, la pretensión era exagerada: “Debo ser el centro de su vida” o “Ella no debería disfrutar las cosas sin mí”. Mi amigo era una persona muy emotiva y dramática en el manejo de sus sentimientos y se implicaba demasiado en todo lo que hacía. Cuando estaba junto a su mujer, posiblemente debido a su gran necesidad de aprobación, se activaba en él una curiosa forma de contabilidad amorosa que lo llevaba a preguntarse, una y otra vez, cuánto y por qué ella lo quería. Además, no soportaba el silencio: cada vez que la veía pensativa y ensimismada, intentaba traerla a la realidad: “¿En qué piensas?”, “¿Por qué no me cuentas?”. Su mayor deseo, casi una obsesión, era poder penetrar y escarbar la mente de su mujer para saber qué tan importante era él para ella. Este comportamiento atosigador no estaba motivado por los celos, sino por el miedo que produce el apego enfermizo. Un día cualquiera, al ver que nada podía aliviar su sufrimiento, le pregunté qué debía hacer su esposa para que se sintiera tranquilo. La repuesta corroboró el diagnóstico: “No prescindir de mí ni un momento, que respire por mis pulmones, que vea con mis ojos, que seamos uno… ¿Es mucho pedir, si hay amor verdadero?”. El acoso afectivo existe y compite por el primer puesto con el acoso moral y sexual. Él deseaba, de una manera casi delirante, que su pareja fuera una prolongación de su ser y, por eso, debía tenerla siempre cautivada y bajo estado de hipnosis.

La matemática del amor hostigador es así de absurda: la cantidad de amor asequible para satisfacerme es directamente proporcional al grado de atracción que ejerzo sobre la persona que amo y el grado de atracción se mide por la atención obtenida.

La confusión que presentan las personas histriónico/teatrales se debe a que igualan el amor al deseo. Y, evidentemente, no es así: el apetito por la persona amada es solo una parte de la experiencia afectiva. Si miras a tu alrededor, verás que la mayoría de las personas en pareja no están con superhombres ni con supermujeres, sencillamente porque la “fascinación” no se encuentra en las buenas curvas o en la musculatura estriada. De la Rochefoucauld expresaba en una de sus máximas: “Hay cosas bellas que tienen más brillo cuando permanecen imperfectas que cuando están muy acabadas”. Quizás se refería a la hermosura que adquiere significado en la manera de ser del otro: una sonrisa pícara puede más que unos dientes “resplandecientes de blancura”; un caminar cadencioso puede más que unos buenos glúteos; una expresión inesperada y oportuna puede más que una cara bonita; nos enamoramos de quien lleva el cuerpo y no del cuerpo.

Cortejo y apariencia

¿Qué estrategias suele utilizar una persona histriónico/teatral para conservar al otro bajo control? En principio, dos: seducción libertaria y cuidado del aspecto físico.

Una mujer me comentaba como un gran triunfo: “Desde que aumenté el tamaño de mi busto, mi marido cambió su manera de ser… Con solo mirarme, se desbarata, vive obsesionado con mis tetas… ¡Hasta me compra blusas con escotes pronunciados! Nunca pensé que una cirugía plástica pudiera mejorar mi relación de pareja…”. No deja de ser extraño que la felicidad interpersonal esté cifrada en el tamaño de los senos; parecería que también existe una “geometría afectiva”. Siendo totalmente respetuoso de los gustos personales, me pregunto qué ocurriría si el hombre pasara por una etapa anal y empezara a sugerir una renovación de nalgas para que la “relación funcione aún mejor”. Mientras una mujer histriónica se sienta atractiva y pueda competir en el mundo de la seducción, sentirá que la vida le sonríe, pero si el paso de los años va dejando sus marcas, la “crisis estética” será inevitable. El miedo a la vejez o lo que podemos llamar el “síndrome de la diva en decadencia” termina casi siempre en depresión. Esta fobia al envejecimiento se ha hecho mucho más evidente en los últimos años debido al hiperconsumo, como señala el sociólogo Lipovetsky.

Los comportamientos de seducción que utilizaban nuestros antecesores primitivos, tal como afirman Carl Sagan y Ann Druyan en el libro Sombras de antepasados olvidados, han sido modulados o eliminados por la civilización. Veamos dos ejemplos de lo que ocurre en el mundo de los chimpancés:

»Charles Darwin fue uno de los primeros en observar que cuando las hembras están en plena ovulación y son susceptibles de quedar embarazadas, sus vulvas y otras regiones circundantes adquieren un color rojo resplandeciente, como si fueran “anuncios sexuales ambulantes” que enloquecen a los chimpancés machos que también andan exhibiéndose, arrojando claves olfativas y otros indicadores visuales.

»El cortejo del macho comienza con un pavoneo, luego sacude unas ramas y pisa hojas secas para hacerse notar, mira fijamente a la hembra y trata de acercársele y extender el brazo. Se le erizan los pelos y exhibe su “pene erecto de color rojo brillante, que contrasta vívidamente con su escroto negro”; difícil de ignorar para una hembra en celo.

La naturaleza sabe lo que hace: vulvas hinchadas y penes rojizos erectos apuntando a la cabeza, un festival multicolor de sexo inagotable que asegura la supervivencia de la especie. Aunque la cosa hoy es un poco más sutil, muchas de las conductas exhibicionistas de las personas histriónicas siguen siendo llamativas y a veces incómodas para los demás observadores. Dos ejemplos:

»Una joven, a la tercera salida con un pretendiente muy atractivo, quedó estupefacta al ver que el hombre se subió repentinamente a la mesa y comenzó a contorsionarse como un estríper profesional. ¡Todo en público! Obviamente no volvió a salir con él, pese a su insistencia.

»Una jovencita “vestida para matar” que se enfundaba en unos pantalones de tiro minicorto, que dejaba asomar su ropa interior y demás atributos físicos, no entendía por qué la miraban los hombres. Cuando le expliqué que su manera de vestir era bastante insinuante y provocadora, me respondió: “Gracias a Dios me miran, sería horrible pasar desapercibida”.

“El amor es puro sentimiento”

La emotividad de las personas histriónico/teatrales es florida y sin contención. Aunque suelen ser especialmente joviales y simpáticas, el problema aparece ante la falta de control sobre las propias emociones, las que se suelen disparar espontáneamente y sin medir consecuencias. Las peleas con la pareja y las rabietas son frecuentes debido a una muy baja tolerancia a la frustración: “Si las cosas no son como me gustaría que fueran, me da rabia”. Podríamos decir que la inteligencia emocional, entendida como la capacidad de ser consciente de los sentimientos y hacerlos más razonados y razonables, deja mucho qué desear en estas personas. En la mayoría de los casos, el lenguaje está saturado de afectividad y es exageradamente impresionista y sentimentalista. Dicho de otra forma: la carga emocional es intensa, especialmente en temas conectados con el amor y el afecto. Su tendencia a romantizar las relaciones interpersonales produce en los demás un efecto negativo y agobiante.

Como he insistido en otras publicaciones, el amor no solo es para sentirlo, sino también para pensarlo, cosa que la personalidad histriónico/teatral se resiste a hacer. Razonar demasiado les genera estrés; sentir, las transporta. Una paciente casada con un hombre histriónico/teatral se quejaba de los altibajos emocionales de su marido y la imposibilidad de sostener una comunicación fluida con él. Una de las primeras tareas que le sugerí fue que registrara durante quince días cómo se comportaba su pareja durante las discusiones que sostenían. El resultado de la observación fue el siguiente: “No presta atención… Cuando se sulfura, saca todo a relucir sin pensar lo que dice ni cómo lo dice… No tiene un objetivo claro en la discusión y si trato de hacerlo entrar en razón, sigue hablando solo… Vive en el pasado y me echa en cara cuestiones que yo ni recuerdo… No es capaz de analizar los problemas en detalle ni ver cuál es su cuota de responsabilidad, porque, según él, la culpa siempre es mía… Es muy sensible y le duele mucho todo lo que yo le diga, pero reacciona con ira… A veces, pienso que se la pasa actuando, como si la vida fuera un drama… Un día que peleamos, no me acuerdo por qué razón, se encerró en el baño y comenzó a gritar que era un desdichado… Como tuve miedo de que hiciera una locura, me subí a una silla y lo espié por arriba de la puerta y, aunque usted no lo crea, ¡estaba haciendo caras en el espejo mientras gritaba!”.

La predilección excesiva por la emotividad/expresividad sumada a las maneras ramplonas de seducción y conquista hacen que estas personas sean evaluadas muchas veces como frívolas y superficiales. Una visión profunda del mundo y de uno mismo requiere de cierta madurez psicológica y que la razón y la emoción se equilibren en un todo armónico. Oscar Wilde decía: “Estar enamorado es ir más allá de uno mismo”, pero este viaje hacia la persona amada no solo debe estar a cargo de los sentimientos. En cierta ocasión, a una mujer con quien mantenía una relación afectiva, le comenté un problema laboral que me tenía muy preocupado. Luego de escucharme atentamente, ella me abrazó con fuerza y, tratando de animarme, susurró a mi oído: “Te amo, te amo, te amo”. En realidad, me sentí querido, sin embargo, yo hubiera preferido otro tipo de solidaridad, quizás un: “Pensemos, pensemos, pensemos”. Otra vez Wilde: “La pasión nos hace pensar en círculos”. Yo agregaría: si tienes alguna dificultad con tu pareja, no importa cuál sea, la emotividad pura y el sentimentalismo histriónico no te dejarán avanzar un ápice en la solución; el conflicto seguirá alimentándose a sí mismo.

“Tu amor no me alcanza”

Se conoce como el “síndrome del barril sin fondo”: hagas lo que hagas, ella o él siempre querrá más y mejor. Lo que guía la relación no es la alegría de que el otro exista, sino una profunda insatisfacción afectiva. Es verdaderamente angustiante sentir que no podemos llenar las expectativas de las personas que amamos, llámense pareja, padres o amigos. En realidad, si estás con una persona afectivamente demandante, no es que “tu amor” no le alcance, sino que “ningún amor” le será suficiente. La idealización y la necesidad de saberse amados es tanta, que jamás se llega al nivel esperado. Un hombre se quejaba en una sesión: “Ya no sé qué hacer, nada la satisface, siempre quiere más y más”. Un día después, la esposa me comentaba entre lágrimas: “No puedo vivir de esta manera, me falta amor”. Dos frustraciones entrelazadas y ahorcándose mutuamente.

En la mayoría de las personas con este estilo, la necesidad de ser amadas funciona como una espiral ascendente, típica de los trastornos adictivos: “Cada vez que me dan amor confirmo que valgo la pena y soy un ser maravilloso; luego, cuanto más me amen, mayor será mi grado de satisfacción; por lo tanto, quiero más”. En consecuencia, si les falta la dosis de “amor” adecuada, saldrán a buscarla en otra parte. El mejor postor afectivo, el que más se rinda ante el encanto seductor del exhibicionista, es quien tendrá mejores opciones de conquista. Entre una relación apasionada que asfixie y una que libere, así la pasión no sea de película, algunas personas prefieren la segunda opción. Y para otros muchos es más importante la taquicardia y el arrebato, donde predomine la sensación por encima de todo: enamoramiento, más que amor.

¿POR QUÉ NOS ENGANCHAMOS EN UNA RELACIÓN HISTRIÓNICA? LOS CANTOS DE SIRENA

Es muy fácil caer en las redes histriónicas porque la mezcla de seducción y buena apariencia es arrolladora para cualquier mortal necesitado de aprobación o erotismo. No olvidemos que estas personas son “especialistas” en atrapar a los demás y meterlos de cabeza en el juego arrollador del coqueteo o el galanteo. Aunque las causas por las cuales podríamos engancharnos a un amor hostigante son muchas, me centraré en tres vulnerabilidades específicas y sus necesidades asociadas. Si posees alguna de ellas, podrás convertirte en presa fácil de cualquier encantador de serpientes: “Necesito una pareja light, que no me complique la vida”, “Necesito alguien más extrovertido que yo” y “Necesito que me valoren”.

Superficialidad/frivolidad: “Necesito una pareja light, que no me complique la vida”

A las personas que poseen un esquema de superficialidad/frivolidad, la actitud light de los histriónicos les resulta especialmente atractiva y relajante. Puesto que no quieren complicarse la vida, la trivialidad de las personas histriónicas les viene como anillo al dedo. La norma: pensar poco, sentir mucho. Estamos de acuerdo en que la compatibilidad afectiva no tiene por qué darse en la más elevada trascendencia; hay parejas cuyo punto de contacto más profundo son las palomitas de maíz en un cine vespertino. ¿Y qué? El problema podría aparecer cuando uno anda navegando en la quintaesencia del saber y el otro está a ras del suelo. Pero no falta quien quiera convertir a su pareja histriónico/teatral en un Einstein enamorado, y ahí las cosas se complican porque los olmos no dan peras.

Recuerdo el caso de un paciente, muy culto y circunspecto, que se sintió atraído por las curvas y la sensualidad de una mujer histriónica. Solo para señalar algunas discrepancias: a ella la gustaba el baile y la rumba, y a él la literatura y el cine de arte; ella se vestía elegantemente y él parecía un mamarracho; ella no leía ni los titulares de los periódicos y él se devoraba hasta los obituarios. Solamente los unía el espíritu de la conquista en plena efervescencia. No obstante, pese a los malos augurios, el hombre intentó “educarla” e introducirla en un mundo más intelectual, para que sus amigos y amigas pudieran aceptarla. De más está decir que el experimento fue un rotundo fracaso. La mujer no negoció su esencia y, a los pocos meses, dejó al erudito por el baterista de un grupo de rock, mucho más afín a sus preferencias personales. No se puede nadar en aguas distintas. Si cada vez que te metes mar adentro tu pareja se queda en la orilla, algo anda mal.

Una vez le pregunté a un paciente que quería divorciarse cuál era la diferencia fundamental e irreconciliable que lo alejaba de su mujer. El hombre pensó un buen rato antes de contestarme, tanto que acomodé mis papeles y tomé el bolígrafo para no perderme detalles. Finalmente, dijo: “A mí me gusta bailar y a ella no”. Reduccionismo afectivo, amor ultraliviano que, paradójicamente, no levanta vuelo.

Ineptitud social: “Necesito a alguien más extrovertido que yo”

El principio que mueve este esquema es la compensación. Juntarse para que lo positivo del otro sirva de soporte a lo negativo de uno. Por desgracia, el amor acuñado no suele funcionar bien. Si tienes un déficit psicológico en alguna área, es mejor y más saludable hacerte cargo personalmente del problema que disimularlo en las cualidades de tu pareja. Por ejemplo, es muy común que las personas que se consideran a sí mismas socialmente incompetentes, tímidas o introvertidas se sientan atraídas por quienes muestran un patrón extrovertido de conducta y/o por los individuos que poseen un estilo histriónico/teatral. En esto la naturaleza humana es contundente: admiramos o envidiamos a quienes tienen lo que no tenemos.

Por lo general, nos sentimos nivelados si nuestra pareja es capaz de hacer cosas que somos incapaces de hacer. Una mujer tímida, casada con un hombre extrovertido y bastante histriónico, me comentaba por qué se había enamorado de su marido: “Yo soy una tonta incapaz de interactuar con la gente… Él es lo opuesto, cuenta chistes y es capaz de animar una fiesta aburrida. Es un motivador nato… Mi sueño era ser una persona desenvuelta, pero ya no importa…”. Cuando le sugerí que no se diera por vencida y tratara de vencer la timidez, me respondió: “¡Pero si lo tengo a él! ¡Ya para qué!”. Amor de prótesis. Extraña manera de pensar y balancear las cosas, como si la pareja fuera una pata de palo especialmente diseñada para uno.

Si piensas que tu pareja es como una especie de refugio para adormecer tu incompetencia social, estás fuera de foco. No importa con cuántos showmen o cuántas showgirls te enganches, el amor compensatorio no hará que superes el déficit en habilidades sociales. Podrás esconderte detrás de la persona que amas, camuflarte en él o ella, pero, tarde que temprano, el problema asomará por alguna parte.

Autoestima pobre: “Necesito que me valoren”

Si estás buscando que alguien reafirme tu autoestima, las personalidades histriónicas son expertas en conceder halagos y reconocimientos. El encadenamiento entre una persona histriónica y una con baja autoestima se establece con base en un intercambio implícito, donde cada quien recibe del otro lo que necesita: tú seduces y yo me dejo seducir, tú quieres encantarme y yo me dejo encantar, tú necesitas que exalten tu belleza y yo la exalto. Contubernio afectivo bien balanceado. El acuerdo quedará sellado con doble cerrojo.

Se conforma así un contexto afectivo repleto de arrumacos y alabanzas, donde el supuesto amor se vuelve cada vez más pomposo. Sin embargo, este tipo de vínculos pródigos en intercambios positivos no fortalece el autoconcepto, como podría pensarse. La autoestima quedará más bien embaucada ante la lluvia de reforzadores y algunas mentiras “piadosas” salpicadas de afecto. Recuerdo el caso de un paciente hombre que, después de romper una relación de ocho años, me confesaba: “Yo sé que es absurdo, pero mi ex me hizo creer que mi pene era enorme… La verdad es que yo nunca me preocupé por eso, pero al ver que ella vivía impresionada por lo grande que era, me lo creí… Hasta que hace poco salí con una mujer más madura y me dijo que lo tenía pequeño, pero que no me preocupara porque el tamaño no era lo más importante en una relación sexual…”. ¿No será que, consciente o inconcientemente, el estilo histriónico dice exactamente lo que el otro quiere escuchar para obtener afecto y atención a cambio? He visto relaciones donde las mentiras que se dicen están tan bien montadas que la realidad estorba.

Si tu autoestima es pobre, el histriónico sabrá endulzarte los oídos y alegrarte la vista hasta que tu ego se recupere, al menos, con él o ella. Entonces, surge la pregunta: ¿cuál será el pronóstico de una pareja donde ambos son histriónicos? Bastante malo. Este encuentro de personalidades similares, más que “encuentro”, sería un choque de trenes a toda velocidad, porque rápidamente estarían compitiendo entre ellas por ganar la atención del entorno y eso sería insoportable para ambas.

¿PODEMOS RELACIONARNOS SALUDABLEMENTE CON UNA PERSONA HISTRIÓNICA?

De acuerdo con mi experiencia clínica, un histrionismo leve o moderado se deja manejar y hasta puede ser agradable, si sabemos y podemos dosificarlo. El inconveniente se presenta cuando se exagera el “picante” y el amor se hace tóxico. Aunque no sea tarea fácil, la clave para estar con una persona histriónica es que esta aprenda a regular sus estados de ánimo y su dependencia. Entre la frialdad del amor lejano y distante (esquizoide) y el arrebato afectivo del histriónico, hay un punto medio donde el amor no fastidia y es agradable.

Estrategias de supervivencia afectiva

La gente suele recurrir a dos estrategias básicas para sobrevivir a un estilo histriónico/teatral: una línea blanda (convertirse en un oso de peluche y dejarse invadir sin ofrecer la menor resistencia) y una línea dura (restringir la expresión de afecto y marcar límites). Veamos cada una de estas opciones.

Dejarse invadir por el sentimiento del otro y no ofrecer resistencia

El costo principal aquí es perder los espacios de referencia y convertir la relación en algo sumamente empalagoso. No poner límites y entregarse a una persona histriónica implica aceptar las consecuencias de una seducción constante y un amor que se manifestará segundo a segundo. Los que eligen esta estrategia de convivencia deben reunir dos condiciones: un buen estado físico y no ser claustrofóbicos. Reconozco que hay gente que casi nunca se siente invadida por nada ni por nadie, no obstante, la gran mayoría de seres humanos marcamos una zona de exclusión, buscando salvar la autonomía. Se necesitan momentos de soledad para funcionar bien. Lo contrario, el hacinamiento y la presión externa o interna, así sean patrocinados por el amor, siempre producen una reacción agresiva o defensiva: esa es la respuesta natural de la vida cuando le quitamos movilidad.

Un paciente me comentaba que las relaciones sexuales con su esposa se habían vuelto una verdadera tortura, porque su mujer valoraba el grado de atracción que ella ejercía sobre él por la dureza de la erección del pene. La señora, vaya a saber con qué método, había desarrollado la habilidad de tasar “al toque” cuántas eran las ganas de su marido. Si la tiesura no daba el estándar esperado, el interrogatorio era inevitable: “¿Ya no te gusto como antes?”, “¿Te pasa algo?”, “¿Hice algo mal?”. Y luego llegaba el imperativo categórico: “¡Muéstrame cuánto me quieres!”. Cómo habrá sido la angustia del hombre, que un día me pidió un certificado que lo excusara de sus obligaciones maritales debido al estrés que padecía.

Los comportamientos que guían esta estrategia son:

»Tener paciencia si la persona histriónico/teatral tiene arranques de ira.

»No reprimir su expresión de afecto.

»Ser detallista, tanto verbal como materialmente.

»Jamás olvidar aniversarios y otras fechas importantes.

»Alabar y exaltar constantemente sus encantos y atributos.

»No intentar asumir posturas intelectuales y muy profundas.

»Brindarles cariño y amor sin límites.

»Dejar que llamen la atención cuando quieran.

»Acompañar su emotividad.

»Jamás rechazar sus acercamientos o decirles que “no”.

»No castigar sus pataletas.

¿Podrías entregar tu espacio vital y dejar que el amor del otro te aplaste, así sea dulcemente? ¿Te acoplarías a las necesidades de ella o él, pese a las exigencias de un afecto demandante para que todo “funcione bien”?

Ponerle límites al amor hostigante y defender la autonomía personal

Los que deciden actuar acorde con una estrategia de línea dura defenderán su soberanía personal a como dé lugar. No aceptarán sentirse asfixiados por el amor. Tampoco se resignarán a tener una vida superficial y querrán que la pareja no haga el ridículo llamando la atención de manera inadecuada. Es decir, la posición no será permisiva: “O cambias tu manera de ser por una más recatada, o me voy”. Solo hay un pero: cuando se le retira el afecto a una persona histriónica, su reacción casi siempre es violenta y puede estar acompañada no solo de rabietas, sino también de gestos o intentos de suicidio.

Los siguientes comportamientos definen las estrategias de línea dura:

»No aceptar ningún tipo de manipulación, no importa las circunstancias.

»Marcar claramente el territorio y los propios espacios, y no dejar que la pareja los traspase.

»Ejercer el derecho a no expresar ni recibir afecto, dejando claro que hasta el amor requiere consensos.

»Confrontar a la pareja cuando intente llamar la atención en público.

»Tener actividades personales sin la compañía del otro.

»No dejarse atrapar por la seducción cuando uno no quiere.

»Criticar la superficialidad, si existiera.

»No resignarse a una vida sexual pobre.

»Equilibrar lo emocional con lo racional.

¿Eres capaz de elegir esta estrategia y asumir las consecuencias? Te recuerdo que retirarle la atención o el afecto a una persona histriónica es activar una bomba de tiempo. De todas maneras, si el grado de hostigamiento es alto, poner límites se convierte en una necesidad vital imposible de negociar. Hay que hacerlo con ternura y paciencia, explicando las razones y dialogando. No creo que una estrategia cruda y sin consideración, que es la que utilizan muchas personas cuando están desesperadas por el acoso afectivo, conduzca a nada positivo. El amor histriónico es exponencial: por cada gramo de amor que se entregue, se recibirán varios kilos. Por las buenas es mejor.

¿Hasta dónde negociar?

Pienso que con estas personas hay cosas para negociar, porque su estructura mental no está dirigida a menospreciar ni acabar al otro. Se llega al irrespeto por exceso y no por defecto, por baja autoestima y no por arrogancia. Además, el amor ya existe en grandes cantidades; más bien, hay que aprender a dosificarlo. Si bien es cierto que no podemos decirle a alguien que nos ame menos, sí podemos pedirle que regule sus expresiones de afecto y sus emociones asociadas.

Un paciente, casado con una mujer histriónica, me comentaba: “Creo que he avanzado mucho con ella. Ya respeta más mis momentos y la veo más controlada… Pero siento como si estuviera educando a una niña pequeña… Creo que apenas la estoy descubriendo…”. Y es así. Algunos se decepcionan y no tienen paciencia; otros terminan enamorándose más. ¿Qué podríamos negociar? Por ejemplo: redefinir los espacios personales, crear momentos de racionalidad, tratar de resolver los problemas en el diario vivir de manera consensuada, reevaluar la seducción, aprender a discriminar cuándo y dónde es propicio ser el centro de atención, rescatar la soledad como un derecho de ambos, darle un nuevo significado al sexo, desarrollar aficiones o actividades individuales que permitan canalizar la capacidad creativa del histriónico (v.g. teatro, pintura, baile, moda) y hacer a un lado el pensamiento simplista y superficial para ir desarrollando poco a poco cierto interés por temas más profundos y complejos. Todo esto requiere esfuerzo, ganas y, en ocasiones, ayuda profesional. Tú decides.

CÓMO RECONOCER EL ESTILO HISTRIÓNICO ANTES DE ENAMORARSE

Si el estilo afectivo histriónico/teatral no es tu tipo, no estés tan seguro o segura, podrías cambiar rápidamente de opinión si tienes en frente una persona exhibicionista haciendo de las suyas. ¿Quién cae con más frecuencia en la telaraña histriónica? Las personas que poseen un esquema de ingenuidad/credulidad, cuya máxima es: “Quiero creer que te gusto de verdad”. La candidez interpersonal durante la conquista hace estragos. Una paciente muy incauta, después de salir dos veces con el típico donjuán, concluía: “Yo siento que él fue sincero… Creo que vio algo especial en mí… No voy a ser una más, mi corazón me lo dice…”. Cuando el hombre tuvo sexo con ella, desapareció. El corazón también miente y se equivoca. Seamos realistas y un poco más maliciosos: la exclusividad solo se logra con el tiempo compartido y bastante amor, cosa que es imposible en unas cuantas citas. “Me gusta gustarte” o “Me gustas porque te gusto”, premisas que te arrastran hacia el amor hostigante.

Algunas de las siguientes pautas pueden servirte para identificar a las personas histriónico/teatrales:

»Son llamativas. Ya sea por su forma de vestir, su manera de hablar, sus movimientos o sus gestos.

»Se implican emocionalmente en todo lo que dicen y hacen.

»Siempre estarán pendientes de decir lo que esperas escuchar o de adularte exageradamente, incluso por cosas que no merecen halago.

»No conocen la discreción, así que es probable que a los pocos minutos de estar en algún lugar público, ella o él se conviertan en el centro de miradas y comentarios.

»Son comunes frases como: “Es la noche más feliz de mi vida”, “Nunca había conocido a alguien así”, “Soy una persona afortunada”. El problema no está en el contenido de las frases, que pueden ser ciertas, sino en la ligereza con que se dicen.

»Pese a la alharaca demostrativa, no es improbable que te estrelles contra un enorme “no” si intentas pasar rápidamente del “juego seductor” al “juego sexual”. Habrás leído mal los códigos. Recuerda que para los histriónicos, “seducción” y “cama” no van ligados necesariamente, lo cual no quita que el acto pueda consumarse.

»Es muy probable que existan roces, toques de mano, acercamientos incitantes y, a veces, invasores, así como preguntas muy directas que harán que te enconches defensivamente ante tanta arremetida o que simplemente te asombres sin saber qué hacer.

Un día, un paciente llegó a mi consulta sumamente avergonzado conmigo: “Lo siento, de verdad, lo siento… Le juro que apliqué todo lo que me enseñó, pero pudo más su belleza, su cuerpo, su piel, su perfume, su coquetería, su simpatía; en fin, doctor, entre ella y usted, me decidí por ella… No importa que me regañe, pero nadie se hubiera resistido a esa mujer, ¡usted la viera! Y lo peor es que creo que estoy empezando a enamorarme… No digo que sus técnicas terapéuticas no funcionen, pero debería mejorarlas… A pesar de todo, ¿puedo seguir siendo su paciente?”. Mi respuesta fue simple: “Empecemos de nuevo”.

CUANDO LA PERSONA HISTRIÓNICO/TEATRAL ERES TÚ: ALGUNAS CONSIDERACIONES

Recuerdo una de las fábulas de Augusto Monterroso, El perro que deseaba ser un ser humano, donde el autor cuenta el caso de un perro que “se había metido en la cabeza convertirse en un ser humano” y después de varios años de esfuerzo denodado había logrado caminar en dos patas. Sin embargo, cuenta el autor, algo lo delataba: seguía mordiendo, daba tres vueltas antes de acostarse, salivaba cuando sonaban las campanas y de noche gemía cuando veía la luna. Moraleja: cada quien posee una esencia que lo define y aceptarla es un signo de salud mental. Sin vanidad, sin adornos innecesarios, ser uno mismo en cuerpo y alma.

Como habrás concluido de la lectura del capítulo, tu autoestima deja mucho qué desear: crees que vales por lo que aparentas y no por lo que eres. No niego que la simpatía y la apariencia física sean un ingrediente importante durante la conquista, pero no son ni definitivos ni contundentes para lo que sigue luego. Después de la conquista, en el cara a cara, obligado e inevitable, lo que pesará es tu ser, tu visión del mundo, tu ternura; es decir, la persona verdadera, sin camuflaje y sin la lógica decorativa que te caracteriza.

De ninguna manera critico la emotividad en sí. Pero reconozco que la capacidad de expresión se embellece con la participación de dos virtudes: la prudencia (la capacidad de discernir dónde, cómo y cuándoes conveniente hacer o dejar de hacer algo) y la sobriedad (no exagerar ni irse para los extremos). Es evidente que tienes dificultades para llevar a buen término estas dos virtudes, porque hay momentos en que las emociones te empujan a actuar sin moderación, sin importar el costo. ¿Qué hacer? Cultivar la sencillez, lo contrario del lucimiento, de la pompa, de la fastuosidad. Y cuando hablo de sencillez no me refiero a lo simple o a lo insípido. Tu chispa debe continuar, pero acomodada al buen juicio. El filósofo Comte-Sponville dice al respecto: “La sencillez no es inconciencia, la sencillez no es estupidez. El hombre sencillo no es un simple. La sencillez constituye más bien el antídoto de la reflexividad y de la inteligencia, porque le impide acrecentarse…”.

¿Por qué eres así? Es posible que tus padres hayan reforzado en ti la conducta de llamar la atención o que tuvieras cerca modelos histriónicos a los que imitaste. Muchas familias consideran la belleza, la seducción y la fama como valores importantes que deben trasmitir a sus hijos. Tampoco podemos descartar que hayas heredado un sistema nervioso altamente reactivo y sensible. Como verás, tu comportamiento es explicable. La ayuda profesional en tu caso es de buen pronóstico, porque se orientará a modular y regular tu estilo para que logres un equilibrio saludable. Ningún terapeuta serio intentará arrasar con tu identidad, más bien, lo que hará será encausarla para que saques el mayor provecho de tus habilidades naturales. No obstante, cualquier terapia que inicies implicará para ti un esfuerzo racional que no siempre es fácil para alguien acostumbrado a manejarse por el sentimiento. En los libros Amar o depender y Los límites del amor propongo alternativas que podrían servirte.