Adiós: dos sílabas que duelen como dos arpones atravesando mi alma.

El sol radiante que calentaba mis días, que los hacía acogedores y conseguía hacer brillar mi parte más oscura, se vio ensombrecido por horribles nubes de tormenta. Un rayo cayó justo en el centro de mi corazón. Todo el amor que había en él quedó calcinado, el que se escribía en mayúsculas, el amor que nunca se reemplaza.

No deja de latir. El corazón no se para ni te desvaneces como la bruma, sino que sigues respirando; y aunque parece que es de manera agónica y forzada, en realidad solo es un acto de rebeldía porque no quieres seguir adelante. Volver a abrir los ojos para mirar un mundo sin aquello que te daba vida, que tengas que ver cómo la nube se aleja y vuelve a brillar un sol en un mundo que ves en blanco y negro. Eso es lo que en verdad hace que cueste respirar.

«Adiós» es un preludio de ilusión, el instante previo al comienzo de algo nuevo, y por eso duele tanto pronunciarlo. Alguien superior ha escrito «fin» en esta historia y, como no puede ser de otra forma, dolorosamente comienza el primer capítulo de una vida que jamás consideré vivir.

Pongo mi cuerpo a merced del viento y que sea el mar quien me guíe hacia un nuevo puerto.

Liam.