5
Líos de familia

Para ser un simple miércoles por la tarde, el día no había ido del todo mal, los dilemas en la oficina se habían resuelto casi solos, Ana Belén había concedido una tregua a su asedio y ella había completado el recorrido de su carrera sin incidentes, seguida de cerca por Toni y Braxton. Nadie había intentado arrollarla con un Audi A8 negro, para luego, encima, chillarle y culparla. Eva regresaba a casa tras girar la última manzana anexa al colegio alemán. Sus perros meneaban la cola y jadeaban, encantados con el paseo. Sobre la acera, junto a la tapia, había aparcado un lujoso Jaguar descapotable de brillante burdeos. Eva sonrió, empujó la verja sin cerrar y permitió pasar a los perros, que fueron directos a sus bebederos a saciar la sed.

—¿Mamá?

La chica vivía en una parcela vallada de casi mil quinientos metros. La franja trasera la había destinado a una huerta que cuidaba con esmero y le llenaba el frigorífico. En el centro del terreno, destacaba una caravana cuya puerta se abrió dejando a la vista a una dama de pelo rubio con un moño bajo, distinguida y hermosa.

—Mamá, no te esperaba. —Eva tomó una toalla pequeña del tendedero al pasar, y se secó el sudor de la frente con ella.

—Estaba a punto de irme, pensé que ya no venías.

—¿Por qué? Siempre corro a esta hora. Perdona que no te bese, vengo empapada y lo de soltar muas-muas al aire, no me va nada.

—No te preocupes, cielo, dúchate que preparo café mientras.

—Té blanco para mí. Lo encontrarás dentro de la latita roja de flores. ¿Has visto qué bien huele? Tengo galletas en el horno —explicó mientras abría el minúsculo armario y sacaba toallas y una muda de ropa limpia.

—Eva, sales a hacer ejercicio y dejas el horno encendido y la casa abierta de par en par —la regañó su madre con preocupación—, no he tenido dificultad alguna para colarme dentro.

—Pues ya puestos, podías haber metido el coche. —Sonrió desde el aseo—. Salgo en quince minutos.

Eva se coló en el estrecho baño de la caravana y cerró la puerta tras ella. Isabella, su madre, se apoyó en el quicio y habló en voz alta para que su reprimenda traspasara el tablero.

—Podrían desvalijarte, robarte todo lo que tienes.

—Menudo chasco, si no adoran los zapatos, iban a marcharse contentos… —rio Eva, irónica, desde dentro.

—Por no hablar de darte un susto de muerte —agregó Bella con la esperanza de que recapacitase.

—Es una zona muy tranquila, mamá, no te alteres. Solo críos alrededor y alemanes jubilados paseando al sol —chilló Eva en una especie de canturreo.

—Jamás hay que confiarse hasta ese punto —insistió atormentada. Por respuesta, oyó correr el agua de la ducha. Suspiró—. Esta chica…

Se dedicó a abrir y cerrar armarios hasta encontrar la lata del café y la del té, y se concentró en prepararlos sin poner más impedimentos. Miró la bandeja de galletas doradas a través del cristal del horno, amagó una sonrisa de satisfacción y lo desconectó. Eva era apañada y, a su modo, casera. Su hija era una extraña mezcla de cosas incoherentes que, a primera vista, no casaban, como lo de coleccionar zapatos caros de manera compulsiva pese a vivir en una pequeña caravana, pero aquello y su deslumbrante belleza exótica hacían de ella un ser especial.

En menos de diez minutos, cuando colocaba las cucharillas junto a las tazas sobre la mesa, Eva ya la acompañaba, arropada por un albornoz verde manzana y con el pelo envuelto en una toalla del mismo color. Se dirigió al horno, se calzó el guante acolchado y extrajo la bandeja dejando que el fabuloso aroma inundase sus fosas nasales.

—¿Me habrán salido buenas?

—Siempre te salen buenas. Estás muy delgada —agregó, repasándola con esa mirada entre compungida y angustiosa que exasperaba a Eva.

—Mamá, estoy delgada porque hago mucho deporte, no porque no coma. Mira estas galletas, si no.

—Ya, pero apuesto a que no respetas los horarios. ¿Por qué no vas a hacerte un chequeo? Nada del otro mundo, unos análisis rutinarios. —Eva puso los ojos en blanco—. Me gustaría también que un día de estos hicieras un hueco para venir a ver las casas de tus hermanos.

Con un plato en la mano, Eva arrugó el entrecejo.

—Uff… Te ha hecho la boca un fraile, no paras de pedir y pedir… No hay prisa.

—Va a hacer tres meses que las inauguraron, han quedado apoteósicas.

¿Apoteósicas? Vaya manera rara de definir una casa. Sí, casi todo lo que los gemelos hacían podía calificarse de «apoteósico», sin duda. Eva se encogió de hombros y se ocupó de colocar las galletas ordenaditas, una tras otra. Echó un vistazo a la cafetera para controlar el nivel, y a su vieja tetera abollada. Giró, se apoyó contra el fregadero y miró a su madre sentada en el sofá de rincón.

—Mamá, sé que a ti te gusta todo ese rollo de la familia unida y demás, te entiendo, pero entiéndeme tú. Quiero a mis hermanos, ya lo sabes, pero no me muero de ganas de hacer una ruta turística por sus dos mansiones esnobs y «apoteósicas». Además, a veces parece que se avergüencen de mí porque vivo en una caravana, joder.

—Cada uno recibisteis una parcela para construir en ella lo que os diese la gana.

—Eso mismo.

—Y tú no has construido nada —se lamentó Bella dejando vagar la mirada de sus ojos verdes por el interior del recinto.

—Vivo fenomenal así, no necesito una casa de quinientos metros, si casi no vengo. Vamos, mamá, hay apartamentos más estrechos que esta caravana. ¡Mírala, es de lujo total! Brad Pitt y su troupe vivieron durante meses en una igualita.

—Por eso acabaron separados.

—Seguro que no fue culpa de su caravana de lujo idéntica a la mía —ironizó.

—Sabes que esto no es tan cómodo como lo vendes —gruñó Bella comprobando su manicura.

—Vale, igual he exagerado un pelín, pero más o menos. Puede que todos los Brangelinos no quepan, pero muchas estrellas famosas usan el mismo modelo para sus rodajes y viven dentro cómodamente. ¡La busqué a conciencia! No te apures, mamá, es como un chalecito diminuto. Si no fuese confortable, ya hace mucho que me habría mudado. ¡Huy, ya tenemos listos tu café y mi té!

Le dio la espalda con el pretexto de disponer las tazas, pero lo cierto es que el tan traído y llevado temita ya la agotaba. Reunió la loza y se sentó junto a su madre.

—Vas a resfriarte —le advirtió Bella apuntando al cabello mojado.

—Esa es otra de las ventajas de habitar un sitio pequeño, se caldea con poquísimo gasto, no como la calefacción de la empresa, que asfixia, me paso el rato en el balcón con los fumadores.

—¿Estás contenta en Fireland? ¿Te va bien?

—Me reta y me da para pagar las facturas, que no es poco.

—Eva, si necesitas algo…

Le plantó a su madre una galleta delante de la nariz.

—Cómetela, verás qué buena, les he puesto canela.

—¿Y la dieta?

—Al carajo la dieta, estás estupenda.

Bella la aceptó con la punta de los dedos mientras sacudía incrédula la cabeza.

—Los tres sois mis hijos y no he visto cosa más dispar. Ya mismo van tus hermanos a rechazar un ofrecimiento de fondos. Si casi les he pagado la obra de sus casas.

—Menuda se las gastan, el dúo Sacapuntas.

Bella dejó ir una sonora carcajada.

—Por Dios, no los llames así, prefería cuando los llamabas «los perfectísimos». Anda que como se enteren…

—No me van a despellejar, mamá, siempre seré su hermana pequeña y la mascota del equipo, lo demás no importa. A su manera me quieren y no me importa lo que digan o hagan, pero podrían ser un poco menos prepotentes, la verdad.

—El problema es que solo se rodean de mujeres que les ríen las gracias en vez de ponerlos un poco en su sitio como haces tú.

—Puede. —Mordisqueó pensativa la galleta—. Y antes de que se me olvide, en menos de un mes se celebra el rastrillo benéfico, dales ropa de esa carísima que ya no te pones para venderla, seguro que sacan un dineral.

—Ay, hija…

—Mamá, por favor, no empieces. Es por una buena causa y te haces un favor, más espacio en tus armarios.

—En fin, con tal de que no me acuses de no respetar tus excentricidades, te prepararé lo que pueda y pasas por casa a buscarlo. Por cierto… ese saco que hay colgando ahí fuera… ¿Te has echado un novio boxeador?

—Ehh… Mmmm… La verdad es que no.

—Sigues sola. —Bella no se molestó en disimular la decepción.

—No te aflijas, mamá, estoy mejor que quiero. —Le apretó la mano con ternura—. No me falta de nada y, cuando salgo, a menudo, pongo un candado doble en la puerta de la verja. ¿Más tranquila?

—Pero, hija, vivir así pudiendo…

—Soy feliz, ¡es mi elección! No te sientas culpable, eres una madre estupenda, la mejor del mundo. —Se pegó a su costado y se abrazaron. Bella hacía lo imposible por no entrometerse en la vida de su hija, pero le habría gustado tanto verla enamorada a sus veintinueve años… En algún aspecto daba la impresión de no saber hacia dónde dirigirse, puede que fuera un error de madre desvelada, pero es lo que parecía. Y el modo cómo sería el desenlace, a menudo le robaba la calma.

—Cada vez que cierro los ojos y pienso que podrías vivir en cualquier capital europea por todo lo alto, haciendo lo que se te antojase… —gimoteó. Eva chasqueó la lengua.

—Ya hago lo que se me antoja, y lo hago divinamente. Dime que vivir en Marbella no es todo un regalo.

Bella evitó responderle.

—Con tu preparación, tus idiomas, mis contactos…

Eva soltó la mano de su madre, se levantó con la taza en la mano y caminó hasta la cocina para apoyarse contra la encimera.

—Sé que te parecerá una barbaridad, pero me gusta mi trabajo. Casi podría decirte que me apasionan las expectativas por llegar. Es cierto que ahora ando recluida en el edificio pobre de la empresa, pero algún día conseguiré que me trasladen al principal y que mis jefes oigan mis ideas y las tengan en cuenta. Hay miles de…

—Puedo presentarte a esas personas cuando quieras, cualquier día, en cualquier cena —ofreció Bella con diplomacia. Observó que el ánimo de Eva variaba y su sonrisa se desvanecía.

—Ese no es mi estilo, mamá, no lo haré así nunca. Deja de preocuparte, hazme ese favor.

—Si necesitas algo, cualquier cosa —gimoteó la mujer—, ya sabes.

—Y tú, mamá, y tú.

—Ahora que lo dices… —Recuperada como por encanto, Bella se irguió y tomó distancia. Se terminó el instante de desbordante amor maternofilial. Eva apretó los párpados.

—Oh, no, igual debí morderme la lengua.

—Lo de la recepción del sábado. —Sonrió traviesa.

—Mamá, por Dios.

—Eva, cariño… No la olvides.

—Te dije que iría. ¿No te fías? —Corrió hasta la radio y la puso en marcha—. ¿Bailamos?

—Pues no, no me fío. Temo un pretexto de última hora.

—También podrían ir cualquiera de los perfectísimos. Digo que si bailamos.

—Deja en paz a tus hermanos, están de viaje.

—Te aprovechas de lo mucho que te quiero, si no fuera por eso te pondría dos velas negras para que te olvidases de tanto evento social. —Mordió una galleta entrecerrando los párpados entre suspicaz e intrigada—. No será una trampa ni tratarás de emparejarme con nadie, ¿verdad?

Las mejillas de Isabella se colorearon un tanto.

—Pero qué disparate…

—¿Me lo prometes?

—Palabra de honor.

—Eso es un escote, mamá, mi compromiso requiere algo mucho más serio —bromeó con la boca llena de migas.

—Cuentas con mi formal juramento de madre. No pretendo otra cosa que ir acompañada.

Eva bufó y subió el volumen del aparato.

—De acuerdo, dime que no hay que emperifollarse mucho.