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Usar y tirar

Eva abandonó la sala de juntas con una sensación de plenitud en mitad del pecho. La presentación había sido un éxito y sus superiores inmediatos y el propio cliente habían aplaudido la exactitud de los datos y la novedosa orientación de su estudio de mercado. Nada más pisar el pasillo, Ana Belén la cazó al vuelo. Le dolía un poco la cabeza, no había dormido bien debido a la presión de la junta y el desagradable incidente con el padre de Gonzalo aún le retumbaba en la memoria.

Menudo ejemplar, por cierto. En todos los sentidos.

Chiqui, ya te has decidido a lo de mañana, ¿verdad? ¿Verdad que sí? Te estoy preparando un festival que no podrás rechazar.

Eva sopló bajito para desahogarse sin que su amiga se ofendiera.

—Olvídate de juergas, Ana. Le he prometido a mi madre que la acompañaré el sábado, con eso tengo bastante resaca, vicio y corrupción, para todo el fin de semana.

—¿Tu madre? ¿A dónde?

—Yo qué sé, te creerás que le he preguntado. No sé qué entrega de premios, un rollazo de esos a los que solo van carrozas, pero no iba a dejarla ir sola.

—Ella es una carroza, igual liga. Sí, pon cara de lástima, guarra.

—¡Oye! ¿A qué viene tanta agresividad?

—A que la excusa de lo de tu mami te viene de perillas para zafarte de un plan maravilloso conmigo. Que eres capaz de enrolarte en un viaje con el Imserso con tal de no salir de fiesta y conocer al hombre más guapo y maravilloso del mundo que te hará tilín y te volverá turulata.

Eva hizo un gesto desdeñoso, medio en broma, medio en serio.

—Dudo que conozca a un hombre más guapo y pluscuamperfecto que el que tuve el disgusto de recibir la otra tarde en mi caravana. —No dio más detalles, lo dejó en el aire y echó a andar. A Ana Belén por poco le da un ataque. La agarró del brazo e impidió que se alejase un solo centímetro.

—Pero ¿qué me dices? ¿Un tío bueno, y en tu caravana? ¿Y no me cuentas nada, mala amiga?

—No hay nada que contar, fue una experiencia atroz. ¡Suelta!

—Vamos a desayunar.

—Ya he desayunado —replicó tratando de caminar.

—Pues otra vez, nos lo merecemos después de esta reunión tan dura. —Ana Belén miró a un lado y otro. Todo el mundo parecía embebido en sus quehaceres, el momento ideal para escabullirse—. Bajemos a la cafetería.

—Qué fuerte, Ana, si tú no has asistido a ninguna reunión. —No pudo reprimir la risa.

—Voy a explotar si no me das detalles.

Eva suspiró hondo y cedió de muy mala gana.

—No es ninguna historia romántica de esas que te imaginas, boba. Encontré a un niñito desamparado en la puerta del cole alemán y lo acogí antes de que pereciera bajo la lluvia. Resulta que su papá estaba muy ocupado ganándose el pan y llegó tarde a buscarlo. Ya sabes, uno de esos entrajetados adictos al móvil, pegados con cola a la mesa de su despacho. —Ahuecó la voz e hizo un gesto cómico con las manos— ¡Mi tesoooooroooo!

—Pero ¿estaba bueno? ¿Cómo de bueno? ¿Era alto?

—Para encadenarlo a la cama, pero hija, menudo dragón: llegó escupiendo fuego, llamándome secuestradora, amenazando con denunciarme. Te juro que no le metí el palo de la escoba por el culo porque había menores delante. Y no contento con eso ¡llamó pulgosos a mis perros!

Ana se cubrió la boca con una mano.

—¡Oh! Eso sí que es una ofensa imperdonable. —Eva la fulminó de un golpe de vista.

—Típico comportamiento de un cretino supermacho… Deja, deja, prefiero la muerte. Café y té verde, por favor. ¿O me conseguiste ya el té blanco? —indagó Eva con una tímida sonrisa.

El camarero negó desconsolado. Ana Belén aprovechó la espera para añadir un pitufo con mantequilla derretida. Luego consiguió mantener quieta la lengua mientras el chico les servía la comanda y hasta le sobró tiempo para dejar caer las pestañas con coquetería. En cuanto se quedaron solas volvió a la carga.

—¿Y qué más?

—Nada más, ¿qué más quieres que pasara en semejantes circunstancias? Se hizo cargo de su peque, por cierto, una monada, pobrecito, y desapareció de mi vida. Afortunadamente para no volver. —Chasqueó los dedos.

—¿Ni te pidió el teléfono ni nada? —Ana Belén se mostró muy desilusionada.

—Pero si faltó el flequillo de un calvo para que nos liásemos a mordiscos, ¿a cuenta de qué iba a pedirme el teléfono? Le habría dado el de la Agencia Tributaria. Por mí como si revienta, valiente tipo odioso.

—Pero guapo.

—Guapo pero odioso.

—Total, seguimos a cero —contabilizó Ana Belén con deje melancólico. Eva discrepaba.

—Estoy fenomenal, de cero nada.

—A nuestro supervisor le interesas. Más que eso, lo pones cardiaco.

Y dale. Eva se llevó melodramática la muñeca a la frente y echó atrás la cabeza.

—Oh, espera, que me desmayo de gusto. ¡El orgasmillo, el orgasmillo! ¡Mmm! ¡Que viene, que vieeeneeee!

—¡Vamos, cuentista! —Ana Belén le golpeó el brazo—. Antón es un chico estupendo.

—Anita, cielo, tú tampoco tienes novio, ¿a qué viene ese empeño por emparejarme? Pareces mi madre.

—Ey, que yo no lo tengo porque no me cuajan las relaciones —escupió en un cuchicheo acelerado—, pero lo intento, lo intento con tooodas mis fuerzas, hasta pienso apuntarme a zumba solo para rodearme de deseables macizos latinos…

—Deja de amenazar y matricúlate de una puñetera vez —rio la pelirroja.

—Además tengo a tu hermano Ángel en la reserva.

—En la reserva, claro. —Arqueó las cejas con desconfianza.

—Tú, por el contrario, huyes de todo hombre atractivo y amenazador.

Eva desvió incómoda la mirada. Unos preciosos ojos azules que siempre brillaban destacando en su piel de alabastro.

—Lo dices como si cometiese un pecado.

La bandeja con los desayunos cortó la réplica de Ana Belén, que se quedó con la boca abierta.

—Déjalo, amiga. Digamos que lo que he visto no me anima a luchar por eso que todos idealizáis. Ni lo necesito ni lo deseo. Y ahora, por favor, tengamos la fiesta en paz.

—Sí, la fiesta. La que no vamos a tener mañana. Lo de Antón, entonces, ¿nada? Ese hombre besa el suelo que pisas.

—Restriega la lengua, dirás. Odio a los blandos melosos como él, me ponen nerviosa.

—¿Prefieres a tu míster desconocido, el dragón castigador?

—¿Al Monolito? —soltó una carcajada—. Mira, para un revolcón no estaría mal. Pero no. ¡Puaj! Gra-cias.

Javier observó de pie el panorama que se divisaba desde su despacho a través del ventanal. Un mar verde de palmeras sobre otro azul grisáceo de agua en movimiento. Amaba Marbella tanto como odiaba las cosas que se le metían en la cabeza hasta perforarle el cerebro y dispersaban su atención. Y aquella desconocida era una de esas distracciones inesperadas e indeseables. Un cuerpo adorable embutido en unas mallas de carrera y un rostro apenas visible bajo la visera ancha de una gorra. Muy redicha y con poca vergüenza. El pelo, recogido dentro, podía ser rubio o moreno, largo o corto, imposible adivinarlo. Su voz era fluida y cortante, con un matiz de fondo aterciopelado, muy interesante. Aquella fierecilla tenía pinta de ser divertida en según qué ocasiones, aunque tratarla debía ser toda una prueba a la paciencia de cualquiera. Una de esas monadas listillas que te sacan de quicio y, no contentas con eso, te taconean el trasero.

Antonio vino a interrumpir sus sesudas cavilaciones.

—¡Habemus pausa! ¿Qué tal llevas el día? —saludó con una pila de carpetas entre las manos.

Javier respondió con un gesto distraído que no pasó desapercibido a su socio.

—¿Te preocupa algo?

—Nada, nada.

Antonio lo miró con la curiosidad de quien sospecha que le mienten.

—Quiero que le eches un vistazo a estos números… —Chasqueó la lengua—. Es complicado criarlo solo, ¿verdad?

Javier entendió muy bien que se refería a Gonzalo.

—No más que en compañía —rebatió—. Pero ¡Dios! Mira que pueden llegar a calentarte la cabeza, en serio. Como me vuelva a hablar de meter un bicho en casa…

Antonio rio de buena gana la broma, y le palmeó la espalda.

—Lo que voy a meter en casa yo, como me descuide, es otra criatura. —Javier lo miró atónito—. Cecilia, está muy empeñada en que no se le pase el arroz antes de tener el tercero. De todas formas, no me cambies de tema y no pretendas darme pena, amigo, de sobras sé que se te cae la baba con tu hijo. No te culpo —se adelantó a la réplica de Javier—, Gonzalo es un angelito.

—No guarda ni pizca de resentimiento después de todo —admitió con tristeza—, a nadie.

—Tiene un fondo noble, como tú. Ladras mucho, pero muerdes poco.

—No lo cuentes por ahí o empezarán a subírseme a la chepa. Me ha costado crearme esta fama mía de hombre-témpano.

Antonio liberó una carcajada mientras Javier se atusaba el nudo de la corbata azul marino.

—Ahora solo falta que centres tu vida y que…

—¿Otra vez con eso? Para, Antonio, no empieces. Ya sabes lo que pienso al respecto.

—Soplaré soplaré y tus defensas derribaré —amenazó con guasa.

—Sexo sin compromiso —puntualizó Javier alzando una ceja—. Nada de encariñarse ni hacer promesas que no pienso cumplir. Venga esos papeles.

Antonio conocía bien a su socio y amigo. Llevaban años luchando juntos codo con codo. Era un buen tipo y odiaba hacerle ciertas faenas, movimientos estratégicos a sus espaldas con los que Javier jamás comulgaría, porque si algo caracterizaba a De Ávila, dentro y fuera de la empresa, era su cabezonería. Pero por encima de su amistad, y aunque le costase perderla, Antonio llevaría a cabo sus planes y se saldría con la suya. No tenía más remedio.