3

Harry se dio a sí mismo unos minutos para pensar. Después, cuando no pudo seguir soportando la mirada inquisitiva de Bree, se levantó de la silla y caminó por el escaso espacio que quedaba entre la cocina y el resto de la cabaña.

Echó un vistazo rápido por la ventana. Por la posición del sol, calculó que debían de faltar unas cuatro horas para el mediodía. Con una noche de descanso precario y un amanecer cargado de confesiones, Harry tuvo la certeza de que el retraso que llevaba en el trabajo estaba pasando de ser incómodo a inaceptable.

Pronto, el día despuntaría con toda su intensidad y, sin haber colocado trampas la noche anterior, la posibilidad de encontrar una presa con rapidez, a plena luz del día, le haría demorarse todavía más. Además, debía pensar en su invitada, a quien no solo debía dar cobijo, sino también alimento para que fortaleciera un cuerpo que, por lo que había oído, ya había sufrido las carencias suficientes.

Mientras estuvo perdido en sus pensamientos, escuchó cada leve movimiento que Bree hizo a su espalda. Dedujo que se mantenía oculta bajo las mantas, echa un ovillo, intentando hacerse más pequeña hasta desaparecer o adivinar qué estaba pensando él en aquellos momentos, preguntándose quizá si la juzgaba mal por sus acciones. Así reaccionaría él si la situación hubiese sido la inversa.

Las últimas palabras que le había oído pronunciar retumbaban todavía en su cabeza. Repasó sus dedos heridos, pegados con fuerza a aquella roca manchada de sangre. Una piedra roma de tamaño medio. Nada más. ¿Sería posible que aquella mujer tan menuda hubiera matado a un hombre corpulento y agresivo de una sola y certera pedrada? «La desesperación nos dota de un poder que ni nosotros mismos conocemos», se dijo a sí mismo.

—¿Va a entregarme?

La repentina pregunta le devolvió a la realidad. Harry giró sobre sus talones, mirándola desde la distancia. El pelo, hecho un completo nido, caía en todas direcciones, y algunos de los moratones de la cara empezaban a cambiar de color, demostrando que no todos tenían solo unas horas de antigüedad. Su marido había estado castigándola durante mucho tiempo.

—¿Entregarla? —Sorprendido, Harry se dio cuenta de que, tras una madrugada llena de confesiones, aquella posibilidad ni siquiera se le pasaba por la cabeza.

—A las autoridades —aclaró Bree, con la voz ahogada por las mantas.

—Dudo que alguno de los honorables agentes de las dependencias policiales tenga abrigo suficiente para aventurarse hasta aquí arriba, señora —declaró con sorna, riéndose de sí mismo y las circunstancias que le habían tocado. La inquietud de aquella mujer era totalmente lógica, en cuanto a él… sus planes se habían ido al traste y su vuelta a casa se vería alterada por unas circunstancias que no tenía ni idea de cómo explicar—. En todo caso, tendría que llevarla hasta el pueblo y eso solo le serviría para perder más tiempo.

Bree solo asintió con la cabeza. Ni aunque hubiera querido, habría podido entender del todo el parecer de aquel hombre. Vio a Harry ponerse un enorme chaquetón, tomar unos guantes de cuero de uno de los bultos que se amontonaban junto al hogar y echar los dos últimos leños que quedaban a la estufa, avivando unas llamas que amenazaban con apagarse con el siguiente suspiro de aire frío que entrara por la rendija de la puerta.

—He matado a un hombre.

—Eso ha dicho.

Exasperada, Bree apartó la manta de un puntapié, gesto que la hizo estremecerse de dolor. Examinó su pierna derecha y comprobó que la tenía arañada y amoratada a consecuencia de los múltiples golpes contra rocas que se había dado en su intento por huir. Se mantuvo quieta unos minutos dejando que los pinchazos y calambres le recorrieran el cuerpo. ¿Qué pensaba hacer? ¿Se pondría en pie y echaría a andar, decidida a marcharse? ¿Avanzaría hasta Harry para repetirle con mayor intensidad que era una asesina y debía ser llevada ante la justicia?

Compadeciéndose a su pesar de la falta de empuje que veía en ella, Harry se acercó haciendo resonar sus botas en el suelo y la tapó dedicándole una mirada que intentaba ser amable. Iba a tener que terminar con las dudas de aquella mujer de una vez si quería que el resto del día le cundiera para algo.

—Escúcheme bien, señora. Por lo que sé, en este país no se encarcela a nadie que lucha por su vida. Quédese tranquila y descanse. Nadie va a encerrarla en ningún sitio.

La vio mirar alrededor, como valorando las posibilidades que tenía de salir corriendo de la cabaña. Si lo hacía, significaba que el pánico no la dejaba pensar con claridad, pues, en su estado y en plena montaña, no tardaría en volver a desfallecer. Y quizá quien la encontrara entonces, si es que alguien lo hacía, no sería tan benévolo como él.

—¿Cree que puede quedarse sola unas horas? —A Bree le dolía todo el cuerpo, pero este empezaba a responderle, así que asintió—. Debo salir a cortar leña y a poner algunas trampas —le explicó, tomando el hacha y colgándola de su cinturón. A Harry no le pasó por alto el gesto que ella hizo y su susto le impacientó—. Le repito, señora, que de querer hacerle daño me habría bastado con dejar que se congelase junto al Potomac.

Harry se puso los guantes dispuesto a abandonar la cabaña y olvidarse de aquella mujer que solo había aparecido en su camino para complicarle la vida. Por lo visto, todas sus acciones serían juzgadas de forma negativa por ella, sin importar que se hubiera comportado con toda corrección desde el momento en que la había encontrado. O, por lo menos, en todos los instantes que ella parecía capaz de recordar. Ya había sujetado el tirador de la puerta, preparándose para recibir con gusto la ola de frío que disiparía sus pensamientos cuando, de nuevo, la voz de Bree le paralizó.

—¿Por qué me prestó auxilio?

Como si no la entendiera, Harry la miró, muy confundido.

—¿Me pregunta por qué la ayudé, señora? —Ella asintió, con la mirada brillante de ansiedad, casi rogando por una respuesta que la reconfortara—. ¿Acaso podría haberla dejado como estaba?

—Nadie se lo habría reprochado, no era asunto suyo, después de todo.

—De haber permanecido en ese lugar una hora más, no habría sobrevivido. —Con eso, a Harry le parecía que su postura estaba clara.

Bree se encogió de hombros.

—¿Y quién cree que lo habría lamentado? —No su tía, desde luego. Aquella mujer que siempre se quejaba de tener una boca más que alimentar vería con alivio la pérdida de su sobrina, por más que hubiera intentado retenerla cuando había decidido escapar con Dairon—. Nadie me hubiera echado de menos, señor Murphy.

La certeza que encontró en sus palabras paralizó a Harry. Cuando él había desaparecido, su padre no tuvo más que comunicarlo para que la partida se organizara sin que hubiera que pedirlo. Y fueron tres veces las que se perdió.

De hecho, él mismo había participado en una búsqueda bosque adentro el verano anterior, cuando el pequeño de los Anderson se había caído del caballo y no pudo regresar a casa por su propio pie. Pensar que alguien pudiera estar perdido, necesitado de ayuda y sin nadie dispuesto a moverse por salvarle le parecía algo imposible de asumir.

—Fui criado por una buena mujer, señora —le explicó, con una voz muy segura y que no dejaba lugar para la duda—. Bajo mi techo viven mi madre, mi hermano con su esposa y un niño pequeño. Si algo les pasara, me gustaría saber que alguien acudiría en su ayuda. No podría aspirar a ese gesto si no predicara con el ejemplo.

—Entonces usted debe ser uno de esos hombres de honor. —Bree suspiró, esbozando una sonrisa muy leve, como si le costara creerlo—. Había olvidado que existían.

—Se me educó para no mirar a otro lado si podía ser útil donde se me necesitara. —Harry se encogió de hombros, incómodo al revelarle cosas tan privadas—. No habría podido vivir con mi conciencia de dejarla donde la hallé.

Bree asintió con la cabeza, demasiado agotada para responder. Le vio darle la espalda, dispuesto a marcharse, y agradeció que su mirada no estuviera puesta en ella para ver cómo temblaba. Toda su capacidad de supervivencia se aferraba a que aquellas palabras que había oído de boca de Harry Murphy fueran ciertas. Rogaba a ese Dios que ya no la tenía en cuenta para que él hiciera gala de esas enseñanzas y convicciones, pues, si fuera de nuevo fruto de maltrato, Bree sabía que no lograría sobrevivir. No sería capaz de salir adelante si su confianza se veía atacada de nuevo y, teniendo en cuenta su estado, necesitaba confiar en ese hombre, al menos hasta que pudiera valerse por sí misma y decidir qué sería de ella.

—Aún no le he dado las gracias —se oyó decir, en un susurro.

—Teniendo en cuenta todo por lo que ha pasado —concedió Harry, restándole importancia—, es suficiente con que no esté gritando.

—De todos modos… yo… gracias.

Recordando los modales que se le habían inculcado, Harry se giró hacia ella y le hizo un gesto con el sombrero, indicándole que apreciaba su agradecimiento y que lo aceptaba. Los ojos de Bree estaban anegados una vez más, pero él no podía hacer nada para consolarla, pues sabía de mujeres lo suficiente para adivinar que el contacto de un hombre debía ser, con toda seguridad, lo que menos apreciaría ella en aquellos momentos.

—Mi madre siempre dice que, si uno está verdaderamente agradecido, más que con palabras, debe demostrarlo con actos.

Bree dejó que sus miradas se encontraran, buscando alguna sombra en Harry que la pusiera alerta. Él, sin embargo, solo la señaló con un gesto de la cabeza, tranquilizando todo pensamiento que ella hubiera podido tener.

—Me sentiré agradecido si puedo irme a trabajar estando seguro de que es capaz de arreglárselas sola. ¿Cree que puede intentar ponerse en pie? ¿Intentar dar algunos pasos? —Había estado tan desfallecida apenas unas horas atrás que Harry temía que sus piernas no pudieran sostenerla—. Puede apoyarse en mí o… sujetarse de la pared si quiere intentarlo.

Iba a negarse, pero la sincera preocupación que veía en el gesto de Harry terminó por convencerla. Con cuidado, Bree apartó las mantas y bajó los pies al suelo. Mantenerse con la espalda rígida y las piernas colgando ya le suponía pinchazos en la carne dolorida y agotada, pero no se quejó. Tomó aire y sujetó el borde de la mesa con la mano sana, haciendo intentos por levantarse. Cerró los ojos un segundo, temiendo irse de bruces si sus pies no estaban lo bastante anclados al suelo como para cargar con todo su peso, pero no llegó a tambalearse, pues las manos de Harry sujetaron su talle, con suavidad pero firmemente.

Bree se sonrojó y, aunque el contacto con un hombre le despertaba toda suerte de malos recuerdos, el calor de las palmas de aquel granjero no la ahuyentó.

—Despacio, deje que todo su cuerpo se acostumbre a estar en pie otra vez —susurró Harry intentando mantenerse lo bastante cerca como para evitarle una caída, pero dándole a la vez espacio para que no sintiera amenaza alguna—. Eso es… espere unos segundos. ¿Está bien? ¿Se encuentra mareada?

—Estoy bien. Solo… con un poco de dolor. Nada que no pueda soportar.

A Harry no le extrañaba, teniendo en cuenta por lo que había pasado. Tras unos segundos, fue separando sus manos de la cintura de Bree, que movió los pies para dar unos pasos. Al principio, su rostro se contrajo en una mueca de incomodidad, pero siguió adelante. Caminó sin ayuda hasta volver a sentarse. Estaba sin aliento, pero era un comienzo.

—No está mal para empezar —declaró Harry, que se apartó de ella con torpeza, de repente ansioso por salir de la cabaña y dejar que el aire frío de la montaña le despejara. Le hormiguearon las manos, pero trató de ignorarlo—. Si puede volver a levantarse, estaría bien mantener ese guiso caliente. Lo necesitaré cuando vuelva.

Bree estuvo de acuerdo. Era lo mínimo que podía hacer. Harry abrió la puerta y, antes de marchar, tomó de la entrada la pala con la que debería retirar la nieve si esta seguía cuajando. Diciéndose que, para tocar aquel tema, más le valía ser práctico que cuidadoso, carraspeó para llamar la atención de Bree.

—¿Recuerda con exactitud donde cayó ese hombre? —Y alzó el mango para que sus intenciones quedaran claras.

—¿Va a enterrarlo? —Bree ni siquiera había pensado en eso. Había estado usando las pocas fuerzas que le quedaban para tratar de borrar a Dairon de su memoria, una tarea en la que, hasta el momento, había fracasado.

—Usted le ha hecho pagar sus acciones. Que llegue donde deba para que se las juzguen. —Harry se encogió de hombros—. Yo siempre he creído que el camino más rápido al juicio es la sepultura.

Ella no se esperaba aquel gesto. Dairon no merecía un entierro cristiano, eso estaba claro. Y, desde luego, tampoco merecía que un hombre como Harry cavara su tumba. Sin embargo, Bree era creyente y le pareció inmoral negarle reposo a su cuerpo después de haber sido ella quien le había quitado la vida, de modo que asintió y describió el lugar lo mejor que pudo.

—Lo encontraré —oyó decir a Harry mientras se subía más el cuello del chaquetón—, tardaré unas horas en volver. Si necesita comer o… cualquier cosa, puede hacerlo con intimidad. La letrina está junto a la casa, pero si no se encuentra con fuerzas para salir, puede usar… bueno… cualquier cosa que le sirva, ¿de acuerdo? —Bree se sonrojó y, aunque él mismo se sentía incómodo hablando de tales asuntos ante una mujer, estaban en la montaña y no podían andarse con remilgos—. No se apure, señora. Todos hemos estado enfermos. No la molestaré ni entraré sin avisar cuando vuelva, no se preocupe.

Bree enrojeció hasta las orejas. El comentario le provocó la vívida certeza de que necesitaba aliviar ciertas necesidades. Agradeció el sonido que hizo la puerta al cerrarse y decidió que debía intentar volver a incorporarse, ocuparse de aquello y valorar, en la calma de su soledad, el estado en que se encontraba.

Intentando no apoyar el brazo, se puso en pie tomando apoyo de la pared que tenía más cerca y fue moviéndose poco a poco. Comprobó, que el espacio interior de la cabaña era muy reducido. Ante ella, una única habitación hacía las veces de cocina y dormitorio. Ella ocupaba un sofá amplio, cubierto por un jergón. A su lado había un par de sillas de aspecto duro e incómodo. No había más superficies disponibles donde uno pudiera sentarse. O dormir.

Con movimientos torpes y usando la mesa que tenía más cerca para sostenerse, dio unos pasos con la manta sobre sus hombros. Notó que una lágrima corría por su mejilla a causa del dolor. Le ardía terriblemente el abdomen. Tenía entumecidas las piernas y casi no se sentía los dedos de la mano que mantenía sujeta en el cabestrillo. De forma inconsciente, se llevó la mano sana al vientre, toqueteándolo mientras el ceño se le arrugaba, gesto que siempre precedía al llanto.

¿Seguiría allí?, se preguntó tanteándose las formas, planas y, en apariencia, idénticas a días anteriores. ¿Serían ciertas sus sospechas? ¿Qué haría entonces? No quería aquello. No se lo merecía. Una ola de rechazo la invadió haciendo que se sintiera débil y pequeña. Pero no lo era, se dijo. Había sobrevivido a Dairon y había escapado de él, se había defendido con las pocas fuerzas y el escaso valor que él le ameritaba, y ahora… estaba muerto. Porque ella, Bree Caser, le había quitado la vida defendiendo la suya propia. Había matado a un hombre. Era una asesina.

—No pienses en eso… ahora no.

Dio un cauteloso paso y después otro más. Cuatro necesitó para acercarse a la ventana. No vio la carreta, pero sí el perfil de la construcción de la letrina, justo a un lado, como Harry le había indicado. De él no había rastro, con toda probabilidad se habría alejado con premura, dispuesto a cumplir con sus obligaciones. Ahora que se encontraba a solas, podía ser honesta consigo misma y admitir que sentía un temor a ser juzgada que iba haciéndose profundo en su interior. ¿Qué pensaría Harry de ella? Aquel hombre fuerte y apuesto, trabajador y tan apegado a sus responsabilidades al que le debía la vida, ¿se habría hecho una imagen negativa de ella? ¿La juzgaría mal por sus acciones? Era indudable que aquellos ojos tan atractivos ocultaban desconfianza y recelo. Bree podía entenderlo, pues apenas habían compartido unas pocas frases inconexas y era lo que merecía después de lo que había hecho. No obstante, su interior se revelaba ante la idea de que Harry Murphy pudiera despreciarla.

Trató de alejar todos esos pensamientos de su mente. Alejarlo a él y ocuparse de ser práctica. Harry había subido a la montaña con una misión y, una vez hubiera terminado, Bree no tenía idea de lo que pensaba hacer con ella. Por lo tanto, lo más inteligente sería aprovechar cada momento que tuviera con techo, calor y comida. Lo primero sería salir de la casa y aliviarse, después, trataría de comer un poco más, sin descuidar que el guiso se mantuviera a buena temperatura. Se asearía tan bien como le fuera posible y empezaría a plantearse sus opciones.

Se tanteó bajo la ropa y descubrió que el saquito que había ocultado seguía tal y donde ella lo había escondido. Tal vez Harry no se hubiera dado cuenta de que llevaba unas pocas monedas encima o, a lo mejor, no le había dado importancia. Como fuera, aquel peso era reconfortante, su modo de poder pagar por el alojamiento cuando debiera abandonar la cabaña. Ese robo, el primero de su vida, era todo cuanto tenía para procurarse un futuro.

Harry dejó varias trampas a medida que se alejaba de la cabaña. Luego cargó la pala y un par de hachas de distinto grosor en la carreta y se alejó del claro hasta llegar a la zona del bosque donde había decidido comenzar a talar.

Marcó los árboles potenciales que cortaría, escogiendo los que cumplirían mejor con la función de convertirse en llamas, desechando los que no habían terminado de crecer y respetando una línea lógica que no estropeara el claro ni alterara demasiado el bosque.

Los recursos de la tierra debían usarse con respeto, lo había aprendido de muy joven y nunca se le había olvidado. Uno no podía talar a la ligera provocando derrumbamientos o que los troncos quedaran varados e inútiles por no tener espacio suficiente en el cual moverlos. Incluso una tarea como aquella, en apariencia tan primitiva, requería de conocimientos, uno de los muchos motivos por los que su hermano Boyle, que siempre actuaba primero y consideraba las consecuencias después, no sería capaz de emprenderla.

Usó un cubo de serrín para evitar el sudor de las palmas de las manos y vació su mente de todo pensamiento concentrándose en preparar la madera que iba cayendo al suelo para transportarla hasta su casa. Taló algunos troncos de grosor medio, lo bastante recios para avivar el fuego durante algún tiempo, pero no tan robustos como para que un solo hombre fuera incapaz de manejarlos. Con el hacha más pequeña, retiró las hojas, raíces y ramas, viendo todo lo que fuera aprovechable y cargándolo bajo la lona de la carreta. El aguanieve no cesaba de caer, lenta pero constante, empapándole un sombrero que pronto desechó y haciendo que el chaquetón le pesara todavía más que estando seco.

Entre las nubes, vio el sol en el lugar más alto del cielo cuando levantó la cabeza para echar un trago de agua y lavarse de sudor el rostro. Empezaba a acusar cansancio, ya notaba los pinchazos en los brazos y el cuello. Dormir en aquella condenada silla tampoco le había ayudado demasiado, pero en ese momento, rodeado de naturaleza y sus conocidos sonidos, se sentía lo bastante bien como para seguir durante unas horas más. Siempre que lograra sacarse de la cabeza a la mujer que estaba provocando que la sangre le bullera en las venas.

Bree. Un nombre que le llenaba de manera especial cada vez que se imaginaba pronunciándolo en voz alta. ¿Qué secretos escondería tras el semblante surcado de marcas y los temblores de miedo? ¿Habría vivido de verdad una pesadilla en la montaña o escapaba de un hombre porque sus sentimientos habían cambiado? No parecía probable que hubiera mentido, y aun así… aun así…

Imaginar lo que podría haber pasado le tenía obsesionado. Harry se sorprendía cada vez que la joven se colaba en su cabeza, imposibilitando que tareas simples como las que llevaba a cabo en esos momentos fueran el desahogo que había esperado. Incluso esforzándose, ella calaba profundo, llenándole de preguntas que no tenía idea de cómo empezar a responder.

Su mirada esquiva, las heridas que surcaban el cuerpo pequeño y delgado, su voz, que le recordaba a un guiso caliente en una noche de tormenta, y esos labios cuyo recuerdo le atormentaría durante mucho tiempo. Toda ella amenazaba con hacerle perder la razón.

—Es solo que no te gusta la incertidumbre —se dijo alzando el hacha una y otra vez—. Tan pronto se recupere y vuelva adonde pertenece… dejarás de pensar en ella.

Se obligó a creer que era verdad y volvió al trabajo. Una vez tuvo a su alrededor una cantidad considerable de madera apilada, colocó una pieza de madera con forma de pendiente que iba desde el lecho del bosque hasta la carreta; después, usando su fuerza bruta como palanca, empujó los troncos hacia arriba y los dejó colocados de tal manera que pudiera atarlos para no perderlos cuando fuera montaña abajo.

Había parado de llover y el cielo oscurecía ya sobre su cabeza cuando decidió que, por ese día, había perturbado el silencio del bosque lo suficiente. Guardó el hacha y recogió algunos trozos de madera, valorando si podría tallarlos con la pericia suficiente para hacerle a su sobrino un par de animales salvajes más para su colección de juguetes.

Echó la lona para evitar que la humedad estropeara la madera y, entonces, agarró la pala y un farol, recordando a sus músculos doloridos que aún quedaba una tarea por realizar antes de volver a la cabaña.

—Más vale que cavemos el hoyo a ese cabrón antes de que pase otra noche más a la intemperie —susurró recuperando el empapado sombrero y echando a andar.

Harry recorrió el sendero, pensativo. A juzgar por las señas que le había dado Bree, el cuerpo solo podía encontrarse en un sitio. El trabajo mecánico había acabado, de modo que ahora no tenía cómo callar los pensamientos que le acosaban. El lugar al que se dirigía era escarpado y desapacible, con frías corrientes de aire que se colaban bajo la ropa. Era increíble que ella hubiera salido bien parada. Realmente increíble. Como toda su historia.

Reconocía que, cuando ella había empezado a contarle lo ocurrido, temió que mintiera. No sería la primera vez que una mujer con cara de ángel hacía quedar a un hombre como un estúpido, se dijo pensando en aquel sonado caso que había tenido lugar unos pocos años atrás, donde un caballero de renombre, decidido a cortejar a una joven viuda, había entregado casa y fortuna en manos de su amada, que había terminado abandonándole por un hombre con el que había estado de acuerdo desde un principio. En el pueblo se habló de aquel engaño durante meses, recordó, pues nadie daba crédito a que una dama tan dulce hubiera sido capaz de armar semejante ardid.

Su propia experiencia, a medida que maduraba, le había enseñado que uno debía guardar cierto grado de desconfianza hacia otras personas. Por la propia seguridad y para evitar que se aprovecharan de actos de buena fe.

Sin embargo, unos golpes como los de Bree no podían infligirse por sí solos. El estado en que se encontraba mientras le narraba su pesadilla tampoco era fingido. Ese tono de voz, marcado por la conmoción, era muy real. Además, pocas mentiras tenían tantos detalles que encajaran con facilidad y fueran simples de demostrar.

De esconder algo, Harry estaba seguro de que ella se habría callado la muerte de Dairon. ¿Para qué decirlo si no era cierto? ¿Para asustarle y evitar que le hiciera daño? Quizá, pero había conocido mujeres suficientes como para estar seguro de que notaría un embuste como ese si lo tuviera delante.

—No tiene aspecto de ser capaz de despellejar un cordero —masculló mientras aminoraba el paso y se acercaba al lugar que ella había indicado—. Si ha matado a ese tipo, es porque no le quedaba otro remedio.

Él respetaba a quienes se defendían y luchaban por sí mismos, incluso si ahora tenerla en la cabaña resultaba un inconveniente para el que todavía no tenía solución.

—Los problemas de uno en uno, demonios. —Clavó la pala en la tierra y agudizó la vista—. Ahí está la subida escarpada a la montaña. Debió de agarrar el canto de uno de esos huecos, asestar el golpe y luego… echar a correr.

Era un verdadero milagro que hubiera cubierto la distancia hasta el Potomac en el estado en que estaba. Había que darle crédito por eso.

Harry recorrió la zona teniendo cuidado de dónde pisaba. El terreno estaba resbaladizo y el camino parcialmente cubierto a causa del aguanieve que se había hecho presente durante la noche. No era de esperar que quedaran muchos rastros, de eso estaba convencido.

Con el sombrero bien calado, Harry se agachó, mirando de cerca las hojas bajas de los matorrales cercanos y las rocas afiladas de la pared que tenía a su espalda. El acantilado estaba a solo unos metros y, a pesar de la oscuridad que empezaba a rodearlo, podía divisar el hundimiento de terreno desde donde se encontraba. Con los dedos cubiertos por los guantes, examinó con ojo crítico el escenario que se le presentaba. Aún quedaban rastros rojizos salpicando las rocas y adheridos a las hojas. El desgraciado debía haber sangrado como un cerdo si las gotas habían llegado a la altura suficiente como para prevalecer ante la nieve y las gruesas gotas de lluvia.

Apartó el barro con las botas, acercándose unos pasos más hacia donde el camino llegaba a su fin. No había cuerpo… pero eso podía tener muchas explicaciones.

—Los depredadores más grandes arrastran a las presas… —murmuró con los ojos fijos en cada curva del camino, que recorrió hasta que seguir andando resultó imposible—. Ninguna bestia se daría un festín sin antes ocultarse del resto de animales.

Además, hacía frío. Era casi época de hibernación, de modo que muchos cazadores estarían alerta y un bocado tan suculento como el cadáver de un hombre adulto no pasaría desapercibido. Los rastros podrían haberse borrado.

Con la mano derecha, Harry se sujetó el sombrero. Afianzó las botas sobre la superficie cubierta de barro y hojas húmedas y orientó el farol en dirección al acantilado. El viento silbaba a través de la gran abertura en la tierra. El fondo era demasiado oscuro. ¿Podría Dairon haber sobrevivido al golpe de Bree? ¿Tal vez había despertado de la inconsciencia y, al intentar arrastrarse para encontrar un punto de apoyo con el que levantarse, había caído?

El suelo bajo el acantilado no se veía. Debía de haber unos doce o quince metros hacia abajo. Un hombre herido, parcialmente congelado y sangrando en abundancia, no podía haber sobrevivido a algo así. Era imposible.

—Ella no mintió —dijo Harry a la nada, hablando con la montaña, cuyo silencio era ensordecedor—. Ese malnacido cayó aquí… estoy seguro.

No había nada que enterrar, pero eso no significaba demasiado. Los Apalaches eran un lugar brutal donde cada bestia intentaba mantenerse viva a costa de otra. Incluyendo las personas. En ese momento, Dairon debía de ser poco más que un conjunto de huesos y despojos en el fondo de alguna madriguera o tal vez… su cuerpo maltrecho estaba destinado a pudrirse en el fondo del acantilado hasta que las aves rapaces dieran con él.

Fueran como fuesen las cosas, no había sepultura que cavar y, por lo tanto, el trabajo de Harry había finalizado.

—No ha podido sobrevivir —se repitió dejando que su mirada recorriera todo el sendero una vez más—. Es imposible.

Después, decidiendo rumiar las posibilidades para sí, volvió sobre sus pasos, dispuesto a montar en la carreta y regresar antes de que terminara de caer la noche.