Capítulo dos

FUERA DE SERVICIO

Steve Rogers admitía los beneficios de mandar mensajes de texto, pero, la verdad sea dicha, extrañaba aquellos días en los que las personas tomaban el teléfono y se llamaban unas a otras cuando necesitaban hablar. En el momento en que Rogers sintió la vibración de su celular en el lado izquierdo de su cinturón multiusos, el lado que significaba mensaje de los Avengers, estaba en medio de un incidente con rehenes en el banco Brantwood, a pocas cuadras de su departamento.

Steve había ido a cobrar un cheque cuando se encontró con la puerta del banco cerrada. Estuvo a punto de darse la vuelta y marcharse, pero se dio cuenta de que, según el cartel de plástico que anunciaba los horarios, el banco tenía que estar abierto. Cuando echó un vistazo dentro, vio a un hombre de pie vestido de negro y al resto de la gente en el piso.

Guardó el cheque en su bolsillo, tensó su grueso bíceps y estrelló su hombro contra la puerta cerrada, lo que hizo que el cerrojo saliera volando y rebotara contra el suelo como una moneda.

Entonces, con toda tranquilidad, entró caminando al banco.

Eso había pasado hasta este momento. El teléfono que vibraba en su bolsillo casi siempre traía malas noticias. Normalmente, cosas mucho peores que un asalto a un banco. Cosas como Kang el Conquistador, el beligerante viajero del tiempo, que amenazaba con destruir la realidad al pelear contra la versión futura de él mismo. O Ultrón, el sociópata robótico que había creado un ejército tan grande que podía ocupar un país entero. O una prisión entera de supervillanos que había coordinado una fuga masiva. Ese tipo de cosas.

Lo que fuera esta vez, sin embargo, debía esperar mientras él se ocupaba del hombre de negro que lo miraba incrédulo, apuntándole con un arma semiautomática en la mano derecha mientras que con la izquierda sujetaba de la nuca a una cajera del banco. A lo largo del cuarto de mármol, tanto civiles como empleados estaban arrodillados sobre el suelo, todos tan impactados como el asaltante al ver a un hombre al que reconocieron como el Capitán América. La única persona que permanecía de pie era un tembloroso anciano detrás del mostrador de atención al cliente, separado de la situación por un grueso cristal a prueba de balas. Había estado batallando torpemente con un juego de llaves, aparentemente a punto de darle al hombre enmascarado el dinero que estaba pidiendo a cambio de la vida de la cajera.

Steve levantó la mano hacia él y negó ligeramente con la cabeza. El hombre se detuvo al instante.

El ladrón miró a Steve con los ojos entrecerrados, como si no pudiera creer lo que estaba viendo.

—Eres… eres… eres el Capitán América.

Steve se acercó a zancadas al asaltante, que tenía los ojos muy abiertos detrás de los hoyos de su pasamontañas, que parecían cortados apresuradamente con tijeras. Este tipo no era ningún profesional. No había tenido tiempo de comprar un verdadero pasamontañas y ni siquiera llevaba guantes. La mano con la que sostenía la pistola temblaba.

—Estoy fuera de servicio —dijo Steve, señalando su atuendo. Llevaba puesta una camisa gris que se ceñía a sus músculos, unos jeans deslavados y calzado deportivo. Si no hubiera sido casi tan musculoso como Thor y una cabeza más alto que cualquier otra persona en el cuarto, podría haber parecido un tipo cualquiera en un banco.

—Puedes llamarme Steve.

El ladrón tenía todo el derecho de estar en shock. No todos los días Steve Rogers, el famoso Capitán América, se hacía cargo de un asaltante de bancos común y corriente. El Capitán América era una leyenda.

Todo el mundo conocía la historia. Cuando Steve Rogers intentó incorporarse a las filas del ejército durante la Segunda Guerra Mundial, fue considerado no apto. Demasiado frágil. Débil. Pero cuando demostró a los Estados Unidos de América que tenía el corazón de un guerrero, lo usaron como sujeto de prueba para el suero de supersoldados que lo convirtió en el Héroe que era ahora: el Capitán América. Peleó junto a las fuerzas armadas de los Estados Unidos de América como soldado y como símbolo de los ideales estadounidenses de esperanza, libertad y búsqueda de la felicidad. Se convirtió en un Héroe de guerra. Pero cuando la guerra terminó, el Capitán América fue declarado desaparecido y dado por muerto, hasta que se le descubrió congelado, aunque vivo, en un bloque de hielo. Steve Rogers salió a un nuevo mundo donde una vez más tomó la capa del Capitán América para luchar junto a los Avengers contra los más poderosos supervillanos del universo.

Por lo tanto, no, no era exactamente el tipo de persona que esperarías que apareciera para evitar el robo de un banco.

—¿St-Steve? —tartamudeó el ladrón.

—Sí. ¿Cuál es tu nombre? —preguntó el Capitán.

Negando con la cabeza, como si despertara de un sueño, el asaltante soltó una risa de pánico que se asemejó a un chillido.

—Oye. N-no voy a caer en esto. No te acerques más, hombre —dijo, agitando la pistola que apuntaba a Steve. Después apuntó a la cajera, que cerró los ojos y movió los labios en silencio, en lo que Steve sabía que era una plegaria—. N-no quieres que ella muera, ¿o sí?

—Nadie va a morir, hijo —dijo Steve—. ¿Cuántos años tienes?

—¿Qué importa? —dijo bruscamente el ladrón—. ¿Eh? ¿Qué estás haciendo aquí, de todos modos? ¿Qué? ¿El gobierno tiene este lugar bajo vigilancia? ¿Big Brother intervino las cámaras?

Steve observó el cuarto. Había dos escritorios con comprobantes de depósito y bolígrafos sujetos a ellos con cadenas de unos treinta centímetros de largo. Uno de ellos estaba más cerca del ladrón y Steve no quiso arriesgarse. El otro estaba a sólo un par de metros.

—Vine aquí a depositar un cheque —dijo Steve mientras giraba y caminaba hacia el escritorio, tan despreocupado como pudo—. Resulta que escogiste el banco equivocado. Nadie aquí tuvo siquiera la oportunidad de llamar a la policía. De hecho, me crucé con un oficial en la esquina. Estaba acariciando a un perrito.

—Fuera de aquí —dijo el ladrón alzando el arma hacia la cabeza de la mujer y presionando el cañón contra sus sienes—. Ahora.

Steve se detuvo frente al escritorio y se dio la vuelta. Se recargó ligeramente en él, con los codos sobre la superficie. Despreocupado, con calma.

—¿Cuánto les pediste que te dieran? —preguntó Steve.

—¡Dije FUERA!

Steve movió lentamente sus dedos hacia atrás hasta que pudo sentir la fría cadena de metal. Comenzó a enredarla en su mano.

—¿Cuánto? —dijo Steve—. Mírame. No traigo el uniforme. Ni el escudo. Ningún arma. Todo lo que tengo en el bolsillo es el cheque que vine a depositar. ¿Cuánto?

—D-diecisiete mil quinientos —dijo el ladrón y su voz se volvió muy aguda en la palabra mil.

—Qué número tan específico —dijo Steve—. ¿Tienes deudas? ¿Un préstamo para la universidad?

—Yo no —dijo el asaltante echando fuego por los ojos tras su pasamontañas—. Mi padre. Él…

Bajó la mirada a la mano de Steve justo cuando el Héroe apretaba en su puño la delgada cadena de metal y la arrancaba del escritorio. El ladrón entró en pánico y apuntó a Steve, sujetando el arma ahora con ambas manos. La cajera escapó gateando hacia un lado. Antes de que el hombre enmascarado pudiera disparar, Steve, en un solo movimiento fluido, lanzó el bolígrafo y la cadena hacia el asaltante. En el justo momento en que el dedo del ladrón en potencia estaba por apretar el gatillo, el bolígrafo voló hacia él silbando como un cohete y se clavó en su muñeca descubierta. La cadena lo siguió y se enredó en su mano.

Aturdido, el ladrón dejó caer el arma para tratar de arrancar el bolígrafo de su piel, pero Steve ya estaba corriendo hacia él. Atrapó el arma justo antes de que rebotara contra el suelo de mármol, lo que hubiera podido detonar un disparo. Golpeó con la palma abierta de su otra mano el pecho del ladrón, haciéndolo volar por los aires. Después rompió el arma sobre su rodilla y los cartuchos llovieron sobre el piso.

Cuando se arrodilló junto al ladrón derrotado, que luchaba por tomar aire, volvió a sentir la vibración del celular de los Avengers.

Steve clavó una rodilla en el pecho del asaltante mientras todos los rehenes lo vitoreaban. Los saludó brevemente con la mano y bajó la mirada hasta los ojos abiertos y brillantes del hombre enmascarado. Tomó el extremo de la tela del pasamontañas y lo levantó para revelar la cara del hombre. Era un joven de cara redonda, de veinte o veintiún años, con el cabello castaño revuelto. Tenía los ojos llenos de lágrimas.

—Tu padre —dijo Steve mientras arrancaba el bolígrafo de la muñeca del ladrón. Un delgado hilo de sangre brotó. El Capitán amarró el pasamontañas alrededor de la herida—. ¿Qué tuvo que pasarle para que necesite exactamente diecisiete mil quinientos dólares?

—Creo… —dijo el ladrón, respirando con dificultad, jalando aire con la boca—. Creo que me estoy muriendo.

—Sólo te saqué el aire —dijo Steve, retirando la rodilla del pecho del hombre—. Tómate un segundo. Inhala lento y profundo.

Una vez que el asaltante pudo respirar normalmente, le contó todo a Steve. Su madre necesitaba una cirugía y no podían costear el tratamiento porque no tenían seguro médico. Desesperado, su padre había intentado conseguir un préstamo de manera legal, pero no había funcionado, circunstancia que lo había orillado a una alternativa peligrosa. Ahora le debía diecisiete mil quinientos dólares a Paulie Chase, un mafioso local. Ya se había atrasado en el pago una vez y le había costado un dedo. Hoy, sería una mano. Al día siguiente, su vida.

—No podía dejarlo morir —dijo el asaltante. Para Steve, ya no parecía un hombre adulto. Era sólo un niño—. No podía…

—Esta no era la solución —dijo Steve. Alzó la vista y vio a dos policías entrar al banco. Inclinó la cabeza, haciéndoles una seña—. ¿Cómo se llama tu padre?

—Albert Matarazzo. ¿Q-qué vas a hacer?

Steve le sostuvo la mirada un momento y luego se puso de pie. Los policías sujetaron al joven por los brazos y Steve, sin poder controlarse, dijo:

—No muy brusco.

Mientras caminaba hacia la salida, Steve hizo un incómodo contacto visual con el cajero de edad avanzada, que seguía temblando detrás del cristal. Por un momento, consideró acercarse al anciano para preguntar si podía depositar su cheque, pero decidió que mejor esperaría.

Una vez afuera, sacó su teléfono y vio dos mensajes de texto de Tony Stark.

El primero decía: «Steve. Torre Stark, 8 p.m. Posible complicación. Barton y Thor están movilizando a las tropas. Puede que ocurra algo».

El segundo: «Te toca traer botanas».

Steve miró su teléfono. 4:30 p.m. Tres horas y media. Más que suficiente.

Después de mandar un mensaje de texto a Tony para confirmar que estaría ahí, Steve buscó en sus contactos y seleccionó el de Natasha Romanova. Acercó el teléfono a su oreja. Ella contestó después del sexto timbrazo.

—Hola, Steve —dijo—. Creo que eres la única persona que todavía me llama por teléfono.

—¿Qué quieres decir?

—Tienes que aprender a mandar mensajes, amigo.

—Sé cómo mandar mensajes. Acabo de mandarle uno a Tony.

—Imaginé que ese era el motivo de tu llamada. ¿Vas a ir esta noche? —preguntó ella.

—Claro. ¿Tú no?

—Estaba por tomar un jet a Moldavia. Me llegó un pitazo sobre el posible paradero de ese traficante de armas que mencioné —dijo ella—. Intenté llamar a Tony para obtener más detalles, pero no contestó. ¿Crees que sea algo serio?

—Tony dijo que podía serlo.

—Recibí ese mismo mensaje —dijo ella con un suspiro—. Podría mandar a alguien más a Moldavia. Tengo gente cercana que puede hacerlo. Sólo que realmente quería arrestar a este tipo yo misma.

—Si tienes tiempo antes de las ocho, aquí hay un tipo que necesita ser arrestado —dijo Steve.

—Siempre tengo tiempo para un buen arresto. ¿De quién hablamos?

Steve observó cómo los policías conducían al joven fuera del banco y hacia la parte trasera de su patrulla. Bajó la voz para decir el nombre:

—Paulie Chase.

—Ah, conozco a Paulie Chase —dijo Natasha—. Por favor, dime que tenemos suficientes pruebas para encerrarlo.

—Quizás —dijo Steve—. Primero, necesito que te dirijas a su casa. Justo ahora un chico me decía que… Bueno, no importa. Tengo que hacer una parada. Hay un tipo que puede terminar sin una mano por culpa de Paulie si no lo encuentro primero.

—Muy bien —dijo Natasha—. Entonces tú encuentras al tipo, esperemos que con ambas manos aún, y yo voy a revisar la casa de Paulie.

—En cuanto mi sujeto esté bien escondido, sano y salvo, te alcanzo —dijo Steve—. Mantenme actualizado.

—Cambio y fuera.

***

A diferencia de Steve Rogers, Natasha Romanova, mejor conocida en el mundo criminal como Black Widow, estaba vestida para la ocasión.

Su traje negro de cuerpo entero se confundía con las sombras de la noche mientras avanzaba sigilosamente en la oscuridad frente a la mansión de Paulie Chase en Park Avenue. Registró todo el campo de acción antes de decidir su punto de entrada. La casa era un arrogante despliegue de mal gusto y opulencia, construida gracias a una fortuna hecha de extorsiones y asesinatos. Estaba cercada y había cámaras, pero Natasha tenía herramientas para resolver ambos problemas. Había sido entrenada como espía de élite y asesina profesional en la Unión Soviética dentro de su programa de operaciones Black Widow. Más tarde, cuando llevó sus habilidades a los Estados Unidos, entró en conflicto con los Avengers. Clint Barton le había mostrado lo erróneo de su proceder y le había ayudado a cortar amarras con la organización que había pretendido convertirla en un arma. Desde entonces, luchaba junto a él como una más de los Avengers.

Black Widow se instaló en una zona especialmente oscura junto a un pilar sobre el que se posaba una gárgola de piedra que miraba hacia el cielo nocturno sin luna, con la boca abierta en un rugido silencioso, mostrando cuatro gruesos dientes.

—Qué mal gusto —dijo Natasha mientras sacaba un pequeño cilindro de metal de su cinturón. Era del tamaño de un labial o de uno de esos láseres que la gente usa para volver locos a sus gatos. Cargaba con sus propios instrumentos de alta tecnología, pero este había sido un regalo de Tony Stark, lo que lo hacía único. El hombre era complicado, pero si había una cosa que sabía hacer, era elegir el regalo perfecto.

Natasha presionó el botón más pequeño del tubo, dibujando lentamente un arco alrededor de la propiedad de Chase. Luego mantuvo apretado el botón más grande por cinco segundos. El dispositivo soltó un chirrido casi inaudible para dejarle saber que había sido activado con éxito.

En otros tiempos, quizás habría mandado un pequeño pulso electromagnético para inutilizar las cámaras, pero eso podría alertar a Chase y a quien estuviera dentro cuando ella entrara. Tony había diseñado este dispositivo que llamaba «el Reojo» para repeler las cámaras de seguridad. Al activarse, el dispositivo obtenía la ubicación de todas las cámaras cercanas y hacía que las de dentro rotaran en un radio de veinte metros para evitar el dispositivo. A la par que Natasha trepaba ágilmente por los barrotes de la cerca de Paulie Chase para luego dejarse caer al otro lado de la propiedad apenas haciendo crujir el pasto, las cámaras se reposicionaban, girando hacia otro lado mientras ella atravesaba el jardín a toda velocidad.

Había un carro deportivo estacionado en la entrada, pero Natasha sabía que eso no significaba necesariamente que el hombre estaba en casa: parecía el tipo de persona que tenía diez carros deportivos. Sin embargo, pudo atisbar la suave luz azul de una televisión brillando a través de la ventana más grande de un lado de la casa. Se escabulló entre los arbustos tratando de permanecer cerca del piso.

Una vez que tuvo un mejor ángulo, se arrodilló junto al asta de la bandera de Chase y sacó unos binoculares mecanizados miniatura, equipados con visión nocturna. Se ajustaban en su cara como un par de lentes. Se apartó un mechón de cabello pelirrojo y presionó un lado de los binoculares, haciendo zoom hacia la ventana.

Pudo cerciorarse de que el brillo provenía de una televisión y vio una cabeza calva y reluciente que miraba hacia la pantalla y le daba la espalda a Natasha. Reconoció el grasoso cuero cabelludo de Paulie Chase. Revisó cada una de las otras ventanas con sus binoculares y descubrió que, hasta donde podía ver, Paulie estaba solo.

Paulie Chase no era igual de conocido que otros mafiosos de Nueva York, como Wilson Frisk o Mister Negative, pero era parte de la Maggia y administraba lo que los Avengers sospechaban que era una rama neoyorquina del imperio del crimen del Conde Luchino Nefaria. Ni los Avengers ni la policía habían sido capaces de demostrar que Chase había sido autor de un crimen en específico, pero si la información del Capitán era correcta, al fin podrían levantarle cargos. Si lograban sacarlo del juego y salvar la mano de un hombre al mismo tiempo, sería una gran noche.

Natasha sabía que el Capitán América quería que lo esperara antes de hacer cualquier movimiento. De hecho, le había hecho prometerlo y le había advertido que Paulie Chase podía ser un adversario mucho más peligroso de lo que imaginaban. Había rumores persistentes de que Paulie Chase tenía superpoderes. Nada comprobado, sólo reportes por aquí y por allá de cosas inexplicables que pasaban en los enfrentamientos entre la policía y las pandillas. Por esta posible complicación, el objetivo de Black Widow se reducía a mantener vigilado a Paulie mientras el Capitán llevaba a algún lugar seguro a su objetivo, pero el tiempo pasaba y se hacía evidente que el Capitán se iba a tomar su tiempo para llegar. Ella se aburría. Además, le parecía que debía haber pocas cosas tan poco amenazantes como esa cabeza brillante frente a la tele.

Iba a entrar.

Black Widow se acercó a la puerta y se preguntó si ese era el momento de utilizar un pulso electromagnético. Un mafioso del nivel de Chase seguro tenía un sistema de seguridad, así que ella no podría sencillamente abrir la cerradura y entrar sin ser notada. El pulso electromagnético arruinaría el elemento sorpresa, pero la puerta se encontraba tan cerca de Chase que difícilmente lograría levantarse del sillón antes de que ella lo tuviera inmovilizado.

Un delgado rayo de luz emanaba de un lado de la puerta, verticalmente. Black Widow entrecerró los ojos y avanzó cautelosamente, sorprendida de ver que la puerta se encontraba entreabierta. Lenta pero firmemente, para no producir ningún rechinido, Black Widow empujó la puerta con su bota negra y entró en la casa. En una mano sostenía la pistola; en la otra, su bastón de combate. Prefería el segundo, pero no dudaría en recurrir a la primera.

No tuvo que hacerlo. Chase no se movió cuando ella entró al cuarto ni cuando le apuntó con la pistola y lo rodeó hasta llegar al frente del sillón. Su mandíbula estaba floja y el brillo de la televisión reflejaba un patrón de colores distorsionado sobre el charco de sangre en el sillón de cuero debajo de él.

—Natasha…

Black Widow volteó hacia la izquierda y apuntó el arma a la silueta que entraba al cuarto.

Steve Rogers alzó las manos enseguida con los ojos muy abiertos.

—Soy yo.

Natasha dejó escapar un largo suspiro y enfundó el arma y el bastón. El Capitán rodeó la escena, mirando el cuerpo de Paulie Chase con desagrado. Tenía una gran herida en el cuello que parecía un pinchazo. Natasha sabía a simple vista que no era una herida de bala: había sido apuñalado con algo grueso de forma cilíndrica.

El Capitán y Natasha cruzaron miradas.

—¿No fuiste tú la que…?

—No —dijo Natasha, burlona—. ¿Estás bromeando?

—Tenía que preguntar —dijo el Capitán—. Podría haberte atacado. Y, con el lazo que tenía con Nefaria, siempre hay la posibilidad de que esos rumores acerca de sus poderes fueran ciertos. Podrías haber tenido que…

—No fui yo —lo interrumpió Natasha. Se quitó uno de los guantes y colocó el dorso de su mano en la cara de Chase por un momento—. Lleva así más de una hora. ¿Pudo haberlo hecho el padre de ese chico?

—No —dijo el Capitán—. Estuve con él. Les di suficiente dinero a él y a su esposa para que se alojaran en un motel mientras… —Hizo un gesto hacia el cuerpo y negó con la cabeza—. Nos encargábamos de esto.

—San Steve.

Él no contestó.

—Esta herida es extraña —dijo Black Widow observando más de cerca el cuello de Chase—. Quizás de un picahielos.

—Quizás. Me pregunto si habrá sido un conflicto interno de la Maggia o hay alguna otra pandilla haciendo de las suyas —dijo el Capitán—. Vamos a avisarle a la policía de Nueva York, pero será mejor que permanezcamos atentos a esto. Si la Maggia está por iniciar una guerra de pandillas en Nueva York, nos traerá problemas a todos.

Black Widow encaró al Capitán, entrecerrando los ojos como dos rendijas.

—¿Realmente creíste que podría haber matado a este tipo en su sillón?

El Capitán esbozó una sonrisa que borró muy pronto.

—No. Yo… Mira, si él hubiera intentado dispararte, sé que tú habrías sido más rápida. Es todo lo que digo. No estaba acusándote, sólo pregunté.

Black Widow asintió.

—Bueno. Este quizás ha sido el arresto más mórbido de mi vida. Gracias por eso, Steve.

El Capitán levantó las cejas.

—Sí. Nada divertido.

Una vez que el Capitán llamó a la policía y la alertó sobre la situación, los dos se treparon a la motocicleta de Black Widow y se dirigieron hacia la Torre Stark en silencio, desconcertados por lo que acababan de ver y sin ganas de hablar de ello.