Carolina González Undurraga
Historiadora
En América Latina la presencia africana se encuentra desde el inicio de la conquista española. En ese sentido, nuestras sociedades fueron —y están— conformadas por elementos indígenas, españoles y africanos. Estos últimos fueron incorporados como esclavos.1
Con todo, cabe decir que durante el proceso de mestizaje la presencia africana se fue acentuando, aunque en Chile, así como en las otras colonias españolas en América, puede observarse este fenómeno recién a fines del siglo XVI y principios del XVII. Ello estuvo directamente relacionado con la merma de la mano de obra indígena, dramáticamente disminuida por el trabajo de explotación de las minas.2
La esclavitud negra fue vista como una posibilidad efectiva de reemplazar dicha mano de obra. A fines del XVI y durante la primera mitad del XVII cronistas y autoridades insistían en que los esclavos negros cumplían con los requisitos físicos ideales para la extracción de minerales y el cultivo, no así la población indígena. Argumentación que tenía por objetivo convencer al Rey de que otorgara licencias “de gracia” para poder poseer esclavos o, definitivamente, permitir un comercio permanente a gran escala de mano de obra esclava.3
La población africana entró en el Reino de Chile porque llegó con los primeros conquistadores, por la trata legal o a través del contrabando. Si bien el tráfico de esclavos y esclavas fue permanente durante el período colonial, el aumento de dicha población obedeció también a que esta se reprodujo en tierras americanas. En efecto, encontramos que para el XVIII, si no antes, los afrodescendientes están plenamente incorporados a la sociedad colonial. Forman parte de las llamadas “castas”, denominación usada para designar al conjunto de la población no blanca, así como sus mezclas, sus “cruces”. Cuestión representada en los “Cuadros de Castas” del siglo XVIII (ver imagen 1).
Indígenas, mestizos, blancos y afrodescendientes (negros, mulatos, zambos y pardos eran las más comunes entre una serie de denominaciones establecidas según la usanza del momento y relativas a los descendientes de africanos) convivían de manera armoniosa o conflictiva en las ciudades y zonas rurales del mundo colonial. Por otro lado, hemos de distinguir, dentro de la diversa población de afrodescendientes, entre libres y esclavos; y dentro de estos últimos encontramos también subdivisiones. En efecto, junto a los esclavos criollos, aquellos nacidos en territorio americano, están los bozales, quienes no hablaban castellano y venían directamente de África y, finalmente, los ladinos, es decir, los nacidos en África que ya llevaban un tiempo en América.4
En relación al crecimiento del contingente esclavo en Chile, este se vio influido por el tráfico desarrollado a través del comercio inter-indiano, por la ruta del Pacífico, primero y por la Continental, después; así como por el rol que cumplieron las esclavas, debido a que el hijo de esclava adquiría automáticamente la condición de esclavo también. Para Chile ello será así, al menos en el papel, hasta el 15 de octubre de 1811, fecha en que se decretó la libertad de vientres. De este modo, los dueños de esclavos reprodujeron, y aseguraron, hasta cierto punto, la mano de obra esclava americana.5
En ese sentido, una esclava podía significar una inversión a largo plazo —en la medida que el amo pudiese mantenerla a ella y a sus hijos—, porque el fruto de su vientre era propiedad del amo. Es por ello que en el mercado una esclava en edad fértil podía alcanzar un alto precio. Si bien en un comienzo los esclavos respecto de las esclavas eran más numerosos, y apreciados por su sexo y el tipo de trabajo que podían realizar, a fines del siglo XVII y durante las primeras décadas del XVIII fue cuando “entraron mayor cantidad de mujeres negras a Chile”.6 Ello coincide con un período en que la sociedad colonial chilena estaba más consolidada y sus ciudades y villas, fueron espacios que requirieron la mano de obra esclava femenina para trabajos domésticos, principalmente.7
A propósito de este contexto, nos aproximaremos a la vida cotidiana de las esclavas desde dos ámbitos. En primer lugar, a través de las labores circunscritas al mundo doméstico, destino principal de estas mujeres, y las complejas relaciones interpersonales que desarrollaron con sus amos y amas. En segundo lugar, por el estudio de la constitución de sus lazos familiares directos.
Sobre estas mujeres, cruzadas por su condición de género —ser mujeres—, su origen étnico —ser negras— y su lugar social —ser esclavas—, la historiografía chilena tiene aún un largo camino por explorar.8 Nuestra sociedad, por su parte, tiene el deber de reconocer el componente negro como parte de nuestra identidad.
a) El trabajo doméstico: afectos y recelos en la casa colonial
Durante la Colonia, esclavas y esclavos tenían un rol fundamental en la distribución de deberes de la economía doméstica familiar, “… dentro de las casas de sus amos los esclavos tenían una participación a veces decisiva en las relaciones cotidianas del hogar, al punto que virtualmente formaban parte integrante de la familia del amo, si bien en una posición jerarquizada”.9
Las esclavas, habituadas a estar incorporadas en el círculo familiar en el que servían, como “recaderas” o “sirvientas de razón” de sus señoras y señores, “amas de leche” de los niños y niñas de la elite, cocineras o parte del servicio doméstico en general, formaban parte del grupo familiar.10
En efecto, labores de confianza son depositadas en estas mujeres. Es el caso de la llamada sirvienta de razón “que debía llevar recados de casa en casa,… posibilitando comunicarse de una casa a otra, o ser portadora de los mensajes desde una casa hacia diversas instancias de la sociedad: mercado público, iglesia, conventos, etc. Siendo también las portadoras de mensajes personales, fundamentalmente de las mujeres hacia algún enamorado, hacia un amante o una amiga. Estas mujeres encargadas de dar los recados fueron también criadas de confianza del ama de casa o de alguna de sus hijas”.11
En otras ocasiones, las labores de cuidado, como amamantar a los hijos de los amos, se transformaron en lazos afectivos entre las esclavas y estos. Cercanía habitual entre unas y otros que podía llevar a aducir esa razón para justificar los malos tratamientos de un señor sobre su esclava. Como en el caso de Antonia Toro, quien acusa a su amo por sevicia, hecho grave para ella por cuanto: “… lo crié desde el día que nació a los pechos de la suplicante [es decir, Antonia]”.12 Antonia, entonces, había sido “ama de leche” de Pedro Pérez, el hijo de su amo, y ahora señor de la casa. Criado paralelamente con sus propios hijos, el haberla latigado furiosamente y sin mayor motivo que su cólera, era un acto grave, tanto desde el punto de vista legal, que protegía a esclavas y esclavos de dicho tipo de abusos pero, más aún, podemos suponer, desde el punto de vista personal e íntimo, porque se había establecido una relación maternal y cariñosa entre ambos, al menos así lo describe el testimonio de Antonia. Por ende, que le levantara la mano a su “madre de pechos” era una afrenta mayor que ella calificó como injuria.
Vemos así el nivel de integración, material y simbólico, de las esclavas en la sociedad colonial al manejar y aplicar a su comportamiento las lógicas del honor, código fundamental para establecer derechos, deberes y prestigio a los sujetos del mundo colonial.13
Por otro lado, las tensiones estuvieron siempre presentes en la casa colonial. Hay innumerables situaciones normales relativas a los conflictos existentes entre señores y sirvientes dentro de dicho espacio.14 Para el caso de la esclavitud doméstica ello no fue diferente, ya que “el recinto doméstico fue escenario de pequeños y cotidianos conflictos; actitudes de insubordinación de los esclavos, castigos de los amos, mutuos temores y recelos”.15 Ello se debió, en parte, a la lucha cotidiana que para esclavas y esclavos conllevaba vivir de forma cercana con sus dueños y dueñas, soportando la “presión psicológica de la presencia diaria del amo y(…) las exigencias o caprichos que a cualquier hora podía exigir el amo al esclavo doméstico”.16
Lo anterior suponía, de otra parte, estar día a día frente a sujetos que poseían el poder tanto de castigarlas, incluso de quitarles la vida, como de liberarlas. Por ende, para las esclavas, y los esclavos también, su vida cotidiana significaba, además de las tareas propias del servicio, evaluar diversas estrategias para lograr grados más amplios de libertad. Problemática siempre presente en la situación de quien está esclavizado, según lo demuestran las numerosas peticiones por libertad y venta que se encuentran en el Archivo Nacional.17
En el caso de las esclavas su condición de género produjo especificidades a la hora de establecer tanto el tipo de trabajo a realizar como, en particular, el tipo de relación con sus amos varones. Al respecto, es de destacar el constante peligro de violencias sexuales que podían sufrir por parte de estos, así como el establecimiento de relaciones consentidas con sus amos, a través del amancebamiento o la ilícita amistad, incluso frente a las narices de la señora de las casa. Ello también produjo tensiones y una competencia por el “señor de la casa” entre ama y esclava.18
En este sentido, muchas esclavas usaron estratégicamente la relación sexual con sus amos para obtener algunos privilegios en relación a las condiciones materiales de vida y, más importante aún, para construir un puente que les permitiera obtener su libertad, o la de los hijos tenidos con estos.19 Estas situaciones evidencian que “otro ángulo de las relaciones domésticas es el sexo”.20
Lo anterior no es de extrañar si tenemos en cuenta la condición de las mujeres en una sociedad jerárquica y patriarcal, como la del Chile colonial, en la que eran sujetos subordinados, dependientes legalmente del varón. Por ende, su destino estaba condicionado, muchas veces, por las relaciones, buenas o malas, que con este mantuvieran.21
Sin embargo, las relaciones con las amas tampoco eran fáciles. Es el caso de María del Rosario Barahona quien acusa de malos tratos a doña Josefa Briceño, hija de su amo, quien la habría liberado según testamento, asunto no reconocido por doña Josefa, quien se erige como su legítima propietaria. Esta justifica el castigo que le ha dado a su esclava por insolente, argumentando que:
... El orden de una casa no será posible conseguirse sin temor a sus Señores: Los criados que regularmente carecen de Educación desprecian las amonestaciones, y su enmienda motiva el temor al castigo, y no aquellas; por esto es que si se creyeran excentos de él no habría arbitrio que contuviese sus excesos; a esta criada porque se me demanda no he inferido otro que darle unos latigazos por haberse parado de pie firme a contestarme con altanería lo que llena de cariño le ordenaba. Y es esta sevicia? Es este mal trato? Ha Señor si no hubiera quién protegiera esta clase de atentados no habría alza primación. A la penetración de V no puede ocultarse cuánto mal se sigue universalmente en las familias si se difunde entre los siervos el caso presente quedando sin escarmiento: Los dueños de casa temerán reprender a sus sirvientes o esclavos por no ser llamados a Juicio, estos que por naturaleza como faltos de Educación son insolentes, disputarán a sus Amos el Señorío, no habrá quién obedezca, y reducido cada individuo de la familia a un estado de acefalía serán todos cabezas, y por consiguiente cuerpos mostrosos (sic) cada una de aquellas…22
Por último, las esclavas corrían el peligro de ser explotadas sexualmente. Esta desviación del buen uso de la mano de obra esclava estaba prevista por las leyes españolas que pretendían protegerla del comercio sexual, de la prostitución.
Protección siempre en tensión con la condición que detentaban esclavos y esclavas de ser “seres humanos” y asimismo “piezas”. Lo último era la parte más rentable para la trata esclavista.
En estas líneas hemos consignado brevemente cómo las esclavas junto con realizar labores “propias de su sexo” y condición servil también participaban activamente en la casa de sus amos. Algunas más, otras menos, eran parte de la familia e incluso algunas procreaban con sus amos. Pero ¿qué pasaba con sus propias familias? Es lo que trataremos de describir a continuación.
b) Las esclavas y sus familias
Se suele afirmar que la constitución de la familia negra en lugares como Chile fue dificultosa porque no existieron grandes comunidades africanas en nuestro país y porque la condición de esclavos de la mayoría de sus miembros impedía sus uniones matrimoniales, con lo que se veía interrumpida la mantención y transmisión de sus tradiciones.23
Sin embargo, del examen de los archivos se desprende una visión más matizada. Además, debemos preguntarnos cómo lograron establecer lazos familiares a pesar de la diáspora que sufrieron los africanos llegados a Chile y sus descendientes. En efecto, aún cuando “familia y esclavitud parecen dos conceptos antagónicos porque el esclavo debía estar sujeto al amo y ser jefe de familia supone ejercer cierto poder privado. Sin embargo, los esclavos también construían su familia. Tenían hijos, afrontaban los mismos problemas de una persona libre, pero con ciertos matices dados por la esclavitud”.24
En ese sentido, aunque estuviesen divididos: la madre en una casa, el padre en otra, los hijos con la madre, o ya vendidos, encontramos casos de familias esclavas que han dejado testimonio en los estrados coloniales a través de, por ejemplo, la demanda por la libertad de sus familiares. Es el caso del esclavo Pedro, quien demanda al amo de su esposa, también esclava, que la venda para poder hacer vida maridable:
…mi amo propuso le bendiese dho. dn. Miguel la criada o me comprase a mi para assi vivieramos juntos en el Sto. Servicio de Dios y ablando con la maior politica desde esta hora se serro en que no gustaba entrase yo a ver a mi muger a su casa y que la queria vender y aun para lima y no siendo rason dividir el Sto. Matrimonio por ser criados de distintos amos pidio mi muger a dho. su amo le diese papel de venta aviendo varias personas que den la plata por ella por su buen prozeder; y hirritado de esto y sin otro motibo la puso en la carsel y halli la asoto grabemente y en publico y mando no se me consintiese llegar a verla donde la tiene dose dias a sin darle un pedaso de pan para su mantencion y haviendome presentado en el tribunal Eclesiastico se le notifico a dho. Dn. Miguel otorgase papel de benta a su criada… .25
Por otro lado, debemos tener presente que muchas esclavas fueron madres solteras tanto porque “la esclavitud como sistema creó familias matrifocales, liberando de toda carga a los hombres, aunque también encontramos familias nucleares donde ambos cónyuges enfrentaban los gastos cotidianos”,26 como porque serlo no era algo ajeno a los grupos populares del mundo colonial.27
Sin embargo, se puede esbozar un panorama más complejo para comprender las diversas formas en que las esclavas constituyeron sus lazos familiares si comprendemos la forma en que establecían sus relaciones de pareja.
En relación a los esclavos, estos escogieron a mujeres libres, principalmente indígenas (sobre todo a inicios de la empresa esclavista coincidente con una escasez de mujeres negras), para unirse y procrear, ya que ellos no eran los transmisores de la esclavitud a través de la filiación, al contrario de las esclavas.
Por otro lado, las esclavas, al parecer, escogieron a sus parejas dentro del espectro de hombres libres de la sociedad colonial: “El deseo de procrear hijos que en algún momento obtuvieran su libertad, la[s] obligó a efectuar un desplazamiento sexual buscando al hombre libre, blanco o indígena”28 y de castas, en general, podemos agregar.
Es el caso de la esclava Rosario Puente, mulata a quien Manuel González, español, de 17 años y de oficio zapatero, había hecho promesa de esponsales por haber tenido una hija con él. Ante la desigualdad de “calidades” de la pareja el padre del citado Manuel, Sebastián González, presenta disenso ante la Capitanía General, ya que “Yo soy español y emparentado con Religiosos, los quales son Fr. Miguel Bargas, y Fray Manuel Araus del Orden de Nro. P. Sn. Francisco”.
Manuel solicita que el disenso interpuesto por su padre no sea tomado en cuenta aduciendo su deber con Rosario más su palabra empeñada. Además, lo de español, según él, era un capricho de su padre:
…mi Matrimonio se opone a que lo verifique el Mtro. de Sapateria Matias Gonsales mi Padre a pesar de las christianas y racionales reconvenciones que se le han hecho ya por el Parroco de Sta. Ana de donde somos feligreses, y ya por otras personas, al pretesto de la españolia con que me decora, y de la servidumbre de mi elegida consorte. Yo entiendo señor que la causa primaria del disenso de mi pobre Padre no es otra que el ingreso que le resulta de los sapatos que tambien travajo, sin reflexionar que la Muger que elegi no tiene para si ni mis hijos, si mas tenga nececidad de que yo les preste alimentos ni el menor auxilio, porque su Ama es obligada a todo esto; y en tal caso las producciones de mi travajo serian siempre de mis Padres, deduciendo para mi, solo lo muy necesario; y aun mi asistencia con ellos quan seria igual por la propia razon en el caso de su consentimiento tampoco puedo creer que mi Padre se alucina tanto por la desigual calidad quando es notorio que la estricta igualdad debe entenderse respecto de aquellas personas que con el tiempo pueden obtener destinos de onor en la republica, para que no se degraden los empleos publicos y Magistraturas, mas no respecto de un infelis y vajo oficial de sapateria como yo, que aun quando mi calidad fuera tan buena como mi Padre dice, jamas pasaria por razon de mi oficio la esfera de lo que soy. Ultimamente la salvacion de mi alma, y la quietud de mi espiritu es quanto puedo ser, y lograr quitado los remordimientos de mi consiencia, y la occasion, con redusir a efecto el Matrimonio con la que estoy por tantos titulos obligado.29
Este caso nos muestra cómo operaban ciertas movilidades étnicas y sociales en el Chile de fines de la Colonia. Por el contrario, vemos también cómo seguían funcionando las resistencias a este tipo de uniones entre “desiguales” que se expresaban a nivel social, en este caso por parte del padre del novio… Ecos de una política matrimonial estatal instalada en el ideario del honor, cuyo mejor ejemplo lo encontramos en la Real Pragmática de 1776, aplicada en las colonias por Real Cédula en 1778.30
La constitución de lazos afectivos también la encontramos en el matrimonio formado por Tadea Lecaros, mulata o zamba criolla, y Juan Corvalán, español pobre y mercachifle. Acusados de cómplices del asesinato de un connotado hombre público de la sociedad santiaguina dieciochesca, Alonso de Lecaros y Ovalle, el amo de Tadea, fueron condenados a cumplir sus penas fuera de Chile: Tadea, al Hospital de Mujeres de La Caridad de Lima, a servir “en perpetua esclavitud”, y Juan, a “extrañamiento perpetuo del reino”. Este, en su calidad de hombre libre, solicitó ser enviado al mismo destino de su mujer para no separarse de su lado.31
Los esposos de las esclavas se sentían con la obligación y el derecho de proteger a sus cónyuges, aún cuando ello significase enfrentar al amo o ama de esta. Se daba un conflicto que tensaba las lógicas de instituciones como la esclavitud y el matrimonio, sin importar si el amo era un don, un soldado, un artesano, un sacerdote, o la ama una doña casada, soltera o viuda, una monja o simplemente una mujer con un capital mínimo como para tener esclavas. Ambas protegidas y sancionadas legal y socialmente.
Se puede argüir, por lo demás, que en una sociedad patriarcal el conflicto entre esposos y amos también se relacionaba con las competencias entre los varones por la correcta “administración” de los cuerpos femeninos. Como cuando José Carrasco solicita la libertad para su esposa, la esclava María del Carmen Vicuña, debido a los maltratos que le propinaba su amo, un maestro de carpintería y este termina demandándolo por ser “maliciosa, injusta, temeraria, e ilegal dha. solicitud condenando en costas al expresado Carrasco y sin que se admita, mas escrito en la materia”.32
Si bien en varios de estos casos no conocemos el veredicto final del juez, o estos no fallaron como lo solicitaban los esposos de las esclavas, ellas mismas o sus familiares, se evidencia una estrategia judicial para obtener la libertad demandada. Estrategia que, para el caso de las casadas, pasa, precisamente, por apelar a dicho estado y su importancia para el buen funcionamiento de la sociedad. Ello por ser el matrimonio una institución que otorgaba cierto valor a quienes sancionan sus relaciones a través de él y la cual estaba protegida por la mediación eclesiástica en casos de conflictos entre amos y cónyuges cuya condición, de ambos o de uno solo, fuese la de esclavos.
Para una mujer, cuya condición de esclava y “calidad” de negra, mulata o zamba, el matrimonio podía significar una suerte de “seguro”, dado que le quedaban márgenes muy estrechos para demandar derechos y tener posibilidad de que ellos fuesen reconocidos. Podía ser un pasaje hacia la libertad, si tenían suerte con sus parejas claro está, ya que también sufrieron situaciones de violencia intrafamiliar como muchas mujeres en el Chile colonial.33
Esto, entonces, supone que las esclavas pensaban políticamente a la hora de establecer una relación sancionada con un hombre libre; y es que en “toda decisión matrimonial aparte de los valores afectivos existen ingredientes sociales que operan en el proceso de selección de la pareja(…) entre los esclavos habrá quienes busquen el reconocimiento social de su humanidad por la vía del matrimonio fuera de su grupo”.34

El breve recorrido por la vida cotidiana de las esclavas que aquí hemos intentado trazar nos muestra que dicha vida estaba llena de diversos tipos de relaciones sociales e íntimas. Tensas, unas; expresamente violentas, otras; y amorosas, algunas. La vida de las esclavas sin duda les planteó una serie de complejidades subjetivas y sociales que fueron resolviendo en la medida que se incorporaban al entramado social de la cultura colonial. En efecto, a pesar de las dificultades, las esclavas lograron hacerse un lugar en la sociedad colonial así como en sus espacios más cotidianos y privados. Ellas, a pesar de las restricciones impuestas por la ambivalente situación de ser una cosa y ser un ser humano, construyeron redes sociales e integraron a sus vidas las lógicas de la sociedad que las oprimía.
Estas mujeres, marcadas por una situación de explotación agobiante, tuvieron que crear estrategias de supervivencia, materiales y psicológicas. Creemos que la lucha por la libertad fue una parte importante de ello. Y la utopía de la manumisión debe haber marcado profundamente su identidad, ya fuese para ellas, sus descendientes o un futuro incierto. Bajo ese prisma es que podemos pensar también la formación de sus familias, solas, con esclavos, ex esclavos u hombres libres en general. Ello nos lleva a preguntarnos ¿cómo establecieron las esclavas otra forma de hacer familia, o una manera específica de constituirla, o si se prefiere de constituir una comunidad? ¿De qué manera esclavos y esclavas usaron el matrimonio católico como una estrategia de integración social o, de otra parte, de mantención de una identidad comunitaria?
Estas interrogantes, más que esbozar respuestas a través de cifras, si bien siempre útiles,35 plantean comprender la realidad de las esclavas desde el punto de vista cultural y con flexibilidad, toda vez que la ley y las normas religiosas establecían ciertos tipos de comportamientos y la vida cotidiana requería reacomodaciones de ellas para poder sobrellevarla.36 Readecuaciones que, muchas veces, ponían —y ponen— en entredicho una serie de supuestos y estereotipos sobre la mujer negra esclava, en particular, y los afrodescendientes, en general.
1 Si bien se cuentan algunas excepciones para el caso chileno, como Juan Valiente y Juan Beltrán, la regla general fue que la población africana llegase para ser mano de obra esclava. Una visión panorámica al respecto: Bowser P., Frederick, “Los africanos en la sociedad de la América Colonial”, Bethell, Leslie, Historia de América Latina, Crítica, Barcelona, 1990 (1984), pp.139-156.
2 Las cifras que indican la cantidad de esclavos que había en Chile son variables, por lo inexacto de los censos o de los registros parroquiales a la hora de clasificar a los sujetos censados o inscritos. Con todo, algunos historiadores han hecho aproximaciones por zonas geográficas así como por categoría étnica que nos dan, al menos, un panorama de la presencia afrodescendiente. Armando de Ramón señala para el caso de Santiago, a comienzos del XVII, que los africanos y sus descendientes eran un 6,18% de sus habitantes. Otros cálculos indican que a principios del XVIII los negros y sus mezclas sumaban entre 10.000 a 12.000 sujetos entre hombres y mujeres, de los cuales 4.000 ó 5.000 eran esclavos. Para fines de la Colonia y en las vísperas de la República y del abolicionismo la cantidad de esclavos habría sido 4.000, según se consigna en el texto de Guillermo Feliú Cruz.
3 Mellafe, Rolando, La introducción de la esclavitud negra en Chile: Tráfico y Rutas, Universidad de Chile, Santiago, 1959, p. 15 y pp. 226-240.
4 Vial Gonzalo, El africano en el Reino de Chile, Instituto de Investigaciones Históricas, Santiago, 1957. Soto, Rosa, “La mujer negra en el Reino de Chile. Siglos XVII-XVIII”, Tesis para optar al grado de Magíster Artium en la mención de Historia, Departamento de Historia, Facultad de Humanidades, Universidad de Santiago de Chile, 1988, p. 72.
5 Al respecto es interesante observar la procedencia de esclavos entrados a Chile entre 1680 y 1799 señalada por Rosa Soto, pues se constata que la mayoría de las “piezas” consignadas son esclavos criollos de Santiago, Buenos Aires u otro lugar de América. Soto, R., ob.cit., pp. 107-113.
6 Soto Rosa, ob.cit., p. 80.
7 La ciudad como un espacio en que las esclavas se lograron establecer ha sido relevado por diversas investigaciones de América Latina: Hünefeldt, Christine, Las Manuelos, vida cotidiana de una familia negra en la Lima del s.XIX. Una reflexión histórica sobre la esclavitud urbana, Instituto de Estudios Peruanos, Lima, 1992, de Mesquita Samara, Eni y Gutiérrez, Horacio, “Mujeres esclavas en el Brasil del siglo XIX” ,Duby, Georges y Perrot, Michelle (dirs.), Historia de las mujeres, tomo 4: El siglo XIX, Taurus 2000 (1ª ed. en italiano 1990), pp. 677-678.
8 El estudio de la esclavitud negra como parte del proceso de construcción de la sociedad mestiza chilena durante el período colonial ha sido un tema tratado excepcionalmente por nuestra historiografía. En efecto, estudios aislados como el de Guillermo Feliú Cruz, en la década de 1940, relacionado con la abolición de la esclavitud, o el de Gonzalo Vial en 1957, relativo al ámbito jurídico-social del negro; y por último, el más importante acaso en términos de la historia social chilena, el trabajo de Rolando Mellafe de 1958, que analiza la trata negrera, sus causas y efectos en el panorama económico y social americano, en general, y chileno, en particular, son las publicaciones más conocidas y acabadas al respecto, si bien desiguales en sus objetivos y metodologías de investigación. Es así como del tráfico de esclavos descrito por Mellafe no hubo mayor producción historiográfica posterior, sino hasta dos décadas después, cuando reapareció el tema de la esclavitud negra con la tesis de magíster de Rosa Soto —dirigida por Mellafe— en 1988. Este salto temporal planteó otra temática, a saber, las mujeres negras. Posterior a esta investigación han ido apareciendo a lo largo de la década de los 90 diversos estudios relativos a mujeres negras, esclavas o libres, en forma de artículos escritos por investigadoras como la ya citada Rosa Soto o Ximena Azúa, quien ha analizado, desde la teoría literaria, testamentos de mujeres negras y causas judiciales que permiten ver la construcción identitaria de las negras a partir de elementos retóricos (“Amandla” y “Soy negra pero hermosa. Testamentos de las mujeres negras de la Colonia”). Enfoque similar es el que sigue Cathreen Coltters en su artículo sobre la construcción del yo de esclavas negras en causas judiciales (“La construcción del yo en las demandas judiciales de las esclavas negras en el Chile colonial”). También se encuentran tesis de licenciatura que tratan el tema de las mujeres negras (Soto, Carla, “Cuando los documentos hablan… La esclavitud femenina en Chile y la legislación, siglos XVI-XVIII”, tesis para obtener el grado de Licenciada en Historia, Pontificia Universidad Católica de Chile, 1995. Muñóz, Myriam y Román, Mariela, “Mujeres negras en el Chile colonial del siglo XVIII. Esclavitud, silencios y representaciones”, tesis para obtener el grado de Licenciada en Historia, Universidad de Chile, 2002).
9 Aguirre, Carlos, Agentes de su propia libertad. Los esclavos de Lima y la desintegración de la esclavitud 1821-1854, Perú, PUCP, p.149.
10 Soto, Rosa, ob.cit. Muñoz, Myriam y Román, Mariela, “Mujeres negras en el Chile colonial del siglo XVIII: esclavitud, silencios y representaciones”, Tesis de licenciatura, Universidad de Chile, 2002. González U., Carolina, “Subordinaciones y resistencias de la servidumbre esclava: el caso del Negro Antonio (Santiago, 1767-68)”, Cuadernos de Historia, nº 25, Departamento de Ciencias Históricas, Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad de Chile, Marzo 2006, pp. 136-139.
11 Iglesias, Margarita, “Las recaderas de la Colonia o las sirvientas de razón”, Nomadías, monográficas nº 1, Santiago, Cuarto Propio, Universidad de Chile, 1999, p.53. También ver Ponce de León, Macarena, “Vida de los esclavos en Chile, 1750-1800”, Retamal, Julio, Estudios Coloniales III, Centro de Estudios Coloniales, Universidad Andrés Bello, Santiago, 2004, pp. 241-242.
12 ANCh, R.A., vol. 2104, pieza 2, Casablanca, 1813.
13 González, Carolina, “Los usos del honor por esclavos y esclavas: del cuerpo injuriado al cuerpo liberado (Chile, 1750-1823)”, Nuevo Mundo-Mundos Nuevos, septiembre 2006, revista electrónica editada por L’ École des Hautes Études en Sciences Sociales, París, www.nuevomundo.revues.org
14 Araya, Alejandra, “Sirvientes contra amos: las heridas en lo íntimo propio”, Gazmuri, Cristián y Sagredo, Rafael (dirs.), Historia de la vida privada en Chile, Santiago, Aguilar, 2005, pp. 161-197.
15 Aguirre, Carlos, ob.cit., p. 160.
16 Trazegnies, Fernando, Ciriaco de Urtecho. Litigante por amor. Reflexiones sobre la polivalencia táctica del razonamiento jurídico, Perú, PUCP, 3ª ed.1995, p. 107.
17 Soto, Rosa, ob.cit., pp. 169-171. Azúa Ríos, Ximena, “Amandla”, Nomadías, monográficas nº 1, Santiago, Cuarto Propio, Universidad de Chile, 1999, pp. 105-114. A través del proyecto “Testimonios de libertad: esclavos y esclavas demandando justicia. Chile 1740-1823”, Fondo Nacional del Libro y la Lectura 2006, he constatado la relevancia que el tema de la libertad tenía para esclavas y esclavos en el Chile colonial. Para otras latitudes, ver el caso ecuatoriano: Chaves, María Eugenia, Honor y libertad. Discursos y recursos en la estrategia de libertad de una mujer esclava (Guayaquil a fines del período colonial), Gotemburgo, Departamento de Historia e Instituto Iberoamericano de la Universidad de Gotemburgo, 2001.
18 Soto, Rosa, “Matrimonio y sexualidad de las mujeres negras de la Colonia”, Nomadías, monográficas nº 1, Santiago, Cuarto Propio, Universidad de Chile, 1999, pp. 66-68. Arrelucea Barrantes, Maribel, “Poder masculino, esclavitud femenina y violencia. Lima 1760-1820”, O’Phelan Godoy, Scarlett y Zegarra Margarita (eds.) Mujeres, familia y sociedad en la Historia de América Latina, Siglos XVIII-XXI, CENDOC-Mujer, Pontificia Universidad Católica del Perú, Instituto Riva- Agüero, Instituto Francés de Estudios Andinos, Lima, 2006, pp. 156-157.
19 Soto, Rosa, “Matrimonio…” ob.cit., p. 63 y p. 66.
20 Arrelucea Barrantes, Maribel, ob.cit., p. 155.
21 Cavieres, Eduardo y Salinas, René, Amor, sexo y matrimonio en Chile tradicional, Universidad Católica de Valparaíso, Valparaíso, 1991. Cornejo, Tomás, Manuela Orellana, la criminal. Género, cultura y sociedad en el Chile del siglo XVIII, Tajamar Editores, Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, Santiago, 2006, especialmente pp.133-150.
22 ANCh, Judicial San Fernando, legajo 193, p. 1, 1820.
23 Soto, R., “La mujer negra…” ob.cit., pp. 142-143.
24 Arrelucea Barrantes, Maribel, ob.cit., p. 165.
25 ANCh., C.G. v.179, fojas 434-438, Santiago, 1744.
26 Arrelucea Barrantes, Maribel, ob.cit., p.165.
27 Montecino, Sonia, Madres y Huachos. Alegorías del mestizaje chileno, Ed. Sudamericana, Santiago, 2001 (1996).
28 Soto, R., “Matrimonio…” ob.cit., p. 63.”
29 ANCh., C.G. v.87, p. 1, Santiago, 1815.
30 Al respecto y para el caso del matrimonio de y con esclavos ver Grubessich S., Arturo, “Esclavitud en Chile durante el siglo XVIII: el matrimonio como una forma de integración social”, Revista de Historia, v. 2, 1992, Concepción, pp. 115-128. Sobre el tema de los disensos matrimoniales ver Cavieres, Eduardo y Salinas, René, Amor, sexo y matrimonio en Chile tradicional, Universidad Católica de Valparaíso, Valparaíso, 1991, pp. 97-98.
31 “Criminal contra el negro Antonio por el homicidio que ejecutó en su amo que fue el Maestre de Campo don Alonso de Lecaros”, en Arancibia, Claudia; Cornejo, José Tomás y González, Carolina, Pena de muerte en Chile colonial, Santiago, RIL Editores, Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 2003.
32 ANCh., C.G. v.177, fjs. 379-384, Santiago, 1795.
33 Cavieres, Eduardo y Salinas René, ob.cit., pp. 117-133.
34 Grubessich S., Arturo, ob.cit., p. 117 y ss.
35 Al respecto son interesante las muestras que analiza Arturo Grubbessich en su obra ya citada.
36 Ibíd., pp. 118-119.
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