Prólogo


Como en la antigua Grecia, el mundo de hoy está entronizando el cuerpo y la estética es mucho más importante que la ética. De hecho, las personas no dudan en intervenirse quirúrgicamente con tal de verse bien. Hoy se practican toda clase de deportes y de estilos de gimnasia, no tanto con el propósito de disfrutar de este tipo de práctica, sino más bien para lucir mejor. ¿Qué daríamos por unas pastillitas que nos rejuvenecieran?

Pero, por más tratamientos que hagamos, por más operaciones a las que seamos sometidos o por más gimnasia que hagamos, hay una realidad que no podemos evitar: envejecemos. Podemos lucir mejor, podremos sentirnos un poco mejor, pero no podemos esquivar la realidad que nuestro cuerpo ya no es el mismo de antes y que nos hacemos más viejos. Sin embargo, aunque tomemos conciencia de esto, en el fondo nos resistimos y buscamos por todos los medios el elixir que nos haga poseedores de la fuente de eterna juventud. Debemos aceptar que, aunque no nos guste, nuestro hombre exterior se va desgastando día a día. Al apóstol Pablo no le preocupaba demasiado esto, porque tenía consciencia de que experimentaba la renovación diaria de su hombre interior mientras su hombre exterior se iba desgastando día a día.

No sé si nosotros tenemos la misma preocupación por la renovación de nuestro hombre interior, así como la que tenemos por nuestro físico. Pero, incluso si la tenemos, no sé si realmente esta se va produciendo día a día. ¿Qué daríamos por unas pastillitas espirituales que nos renovaran interiormente? Después de algún mensaje, nos tomamos la “pastillita de la re-consagración”, de la promesa renovada, y soñamos que tal vez nuestra vida sí va a ser diferente. Sin embargo, esa pastillita no sirvió de mucho.

¿Y qué de la iglesia? Qué daríamos por un buen cirujano plástico que le hiciera un buen lifting y la dejara sin arrugas y sin manchas para la venida del Señor o por un buen maquillador que disimulara esas manchas y arrugas. A veces pensamos que, cambiando estilos, planes, programas, logramos un cambio. Aggiornamos la iglesia, pero no la renovamos. ¿Qué será la renovación interior? ¿Qué tenemos que renovar? ¿Cómo renovarnos?

El pastor Iván Tobar nos plantea estas preguntas, pero sobre todo nos presenta el desafío de experimentar una verdadera y profunda renovación. No sólo aggiornamiento, no meras actualizaciones ni simples innovaciones, sino una auténtica renovación.

San Pablo nos dice en Efesios 4.22-24 que la renovación tiene dos pasos: despojarse y vestirse. Despojarse del viejo hombre o de la vieja naturaleza. Y en esta instancia, Iván Tobar mete el bisturí con la precisión quirúrgica de un cirujano, pero no como un cirujano plástico que sólo intenta modificar apariencias externas, sino como la de un médico que va a lo profundo del proceso de renovación que comienza con las motivaciones del corazón del líder.

Tenemos que tener cuidado en pensar que lo viejo de lo cual tenemos que despojarnos se refiere solo a lo pasado. El problema de lo viejo no es que sea antiguo o del pasado, el problema de lo viejo es que se hace presente, se actualiza hoy. Por eso necesitamos renovación. Lo viejo no es lo caduco, sino que lo viejo es lo carnal, lo que nació en nuestro pasado, pero aún está sin sanar. Cuando hablamos de renovar la vieja iglesia, no hablamos de la iglesia del pasado, cuyas metodologías y sistemas pastorales y de misión requieren actualización, sino que hablamos de la iglesia de hoy, y la de mañana. Es la vieja iglesia que todavía hay en nosotros. Es la iglesia que busca éxito humano en lugar de santidad. Es la iglesia que institucionaliza el avivamiento creyendo que la renovación es aggiornamiento, es decir, cambio de formas. Es la iglesia que congela la visión, que no la actualiza, que no paga el precio de buscar revelación nueva y fresca de Dios. Es la iglesia que prioriza las actividades antes que las personas. Es la iglesia que sacraliza sus actividades sin darse cuenta que, con lo único que Dios comparte su santidad, es con el hombre. Es la iglesia que cree que activismo es igual a misión. Es la iglesia en la que el liderazgo no puede trabajar coordinadamente en equipo, sino que cada uno busca lo propio. Es la iglesia que vive conforme a los patrones del mundo. Es la iglesia que ha perdido lo sobrenatural. Necesitamos despojarnos de esta vieja iglesia que hay en nosotros.

Romanos 12.2 nos exhorta: “Sed transformados mediante la renovación de vuestro entendimiento”. La vieja iglesia es transformada mediante la renovación del entendimiento. Entendimiento de lo que es y del para qué de esta. La iglesia es el linaje escogido de Dios. Es el real sacerdocio, es nación santa, es el pueblo adquirido por Dios para anunciar las virtudes de aquel que la llamó de las tinieblas a la luz admirable. La iglesia sabe que es el pueblo lleno de la resurrección de Cristo. No es el pueblo de un muerto que no habla más, es el pueblo del que vive y nos habla hoy, del que renueva nuestra visión, renueva nuestra mente, del que rompe las rígidas estructuras que sofocan el avivamiento permanente que él quiere darnos. La iglesia es el pueblo del tres veces santo que se comunica con su pueblo sólo por medio del código de la santidad. La iglesia es el pueblo del que sopló en Pentecostés y del que quiere seguir soplando. Es la iglesia del Espíritu de Dios, quien, como consolador, nos llama a consolar; quien, como ayudador, nos llama a asistir; quien, como guiador, nos llama a guiar; quien, como dinamizador, nos llama a anunciar las virtudes de quien iluminó nuestra vida. La iglesia es el cuerpo cuya única cabeza es Cristo y los demás son solo partes del cuerpo que se ayudan y edifican entre sí y no disputadores del poder. La iglesia es la agencia del Reino de Dios, y no un club folklórico religioso, ni un grupo de autoayuda en donde nos reunimos para sentirnos mejor. La iglesia es el pueblo del Resucitado. Por eso, Él nos llama como iglesia a una permanente muerte y resurrección. Un morir a la vieja iglesia y a un renacer en novedad de vida. Por eso, este tiempo es tiempo de renovación para Su iglesia.

Conozco al pastor Iván y su esposa Gilda, a su hermoso equipo de liderazgo, y su amada congregación. Celebro que él nos ayude a pensar la renovación que precisamos como iglesia, lo cual hace con profundidad, con seriedad, con unción y con sinceridad. Celebro que nos ayude a correr las cortinas engañosas de lo que no es la verdadera renovación personal y colectiva. Lo que escribió aquí, lo respalda con una vida personal, familiar y con un ministerio consistente con su enseñanza. Creo que este libro es de lectura indispensable para la iglesia de hoy y especialmente para sus líderes.

Si como lectores nos despojamos de nuestros preconceptos y nos dejamos guiar en la reflexión por el autor, experimentaremos no solo el disfrute de la lectura, sino la incomodidad imprescindible para buscar de Dios y ser renovados por Él.

Carlos Mraida

Pastor principal de la Iglesia Evangélica Bautista del Centro de la ciudad de Buenos Aires, Argentina, desde 1986. Autor de 14 libros y coordinador del Consejo de Pastores de Buenos Aires.