El hijo de Dios se hizo hijo del hombre, para que el hijo del hombre fuera hijo de Dios.
SAN IRENEO DE LYON, siglo II
Conocido como el Gran Cisma, el Cisma de Oriente y Occidente de 1054 marca la fecha de separación entre la cristiandad de Occidente y la de Oriente, y, en especial, entre el papa de Roma y el patriarca ecuménico de Constantinopla y los demás patriarcas orientales. Así empieza la división histórica entre la gran familia católica (que siglos más tarde sufrirá su propio cisma protestante) y la gran familia ortodoxa.
Los hechos que condujeron al cisma son más complejos que los que proceden de la disputa y la excomunión recíproca entre el cardenal Humberto de Silva y Miguel I Cerulario, patriarca de Constantinopla, si bien, según los historiadores, el relato breve es el siguiente...
... El papa León IX, bajo el constante asedio de los normandos, envió una embajada a Constantinopla para obtener una alianza militar con Bizancio. Detrás de la motivación militar había, sin embargo, otra más controvertida: la actitud del patriarca Miguel I Cerulario que, pocos años antes, había acusado de «herejía judaica» a la Iglesia de Roma por haber utilizado pan ázimo en la eucaristía. A raíz de esa acusación, ordenó la clausura de las iglesias de rito latino que no adoptasen el rito griego, expulsó a los monjes de los monasterios subordinados a Roma y se apoderó de sus propiedades.
La delegación romana, encabezada por el cardenal Humberto de Silva, tenía, pues, una doble misión, y la más delicada era la religiosa: entregar una propuesta de alianza con el emperador de Bizancio y amenazar a Cerulario con la excomunión si no retiraba las acusaciones. El patriarca se negó a recibir a la delegación, y Humberto de Silva lo despojó de su título de autoridad suprema ecuménica. Después de varios ataques y afrentas recíprocas, el cardenal depositó en el altar de la iglesia de Santa Sofía una bula de excomunión contra Cerulario. Era el 16 de julio de 1054, y, ocho días después, el 24 de julio, Cerulario prendió fuego a la bula del cardenal y excomulgó a todo el séquito de Roma...
Así empezaba una separación entre cristianos que marcaría diferencias en el calendario, en el santoral y en la liturgia de millones de personas, además de dar pie a disputas sobres cuestiones jurisdiccionales, y que duraría hasta la actualidad. No obstante, hay que señalar que hubo numerosos intentos de acercamiento. Primero, el intento del Concilio de Lyon II de 1274, que se convocó expresamente con el objetivo de reunir a las dos Iglesias, pero que resultó un fracaso. Después, el del Concilio iniciado en Basilea en 1431, seguido del de Ferrara en 1438, que prosiguió en Florencia en 1439. Convocado por el papa Martín V, en este concilio se consiguió signar la bula Laetentur Coeli que, sobre el papel, significaba la unificación de las dos Iglesias. Parecía haberse alcanzado un acuerdo acerca del dogma y la disciplina, pero los aspectos litúrgicos resultaron ser un obstáculo imposible de resolver, por lo que, a pesar de la signatura, el acuerdo fracasó. La mayoría de obispos ortodoxos que lo habían ratificado decidieron volver a Constantinopla y la impopularidad del acuerdo fue masiva en todo el oriente cristiano. Finalmente, el paso más importante se dio en el Concilio Vaticano II, donde las relaciones se hicieron más estrechas y hubo gestos de notable significado. Especialmente, la declaración conjunta del 7 de diciembre de 1965 entre el papa Pablo VI y el patriarca ecuménico Atenágoras I, en la que tomaron la decisión de «cancelar de la memoria de la Iglesia la sentencia de excomunión que había sido pronunciada». Novecientos años después, Cerulario y Humberto de Silva dejaban de estar excomulgados por decisión mutua...
Sin embargo, para completar el mapa de los motivos históricos que llevaron al cisma, hay que añadir unos datos previos: en primer lugar, la decisión del emperador Constantino el Grande de trasladar, en el año 330, la capital del Imperio romano de Roma a la ciudad de Bizancio, en el Bósforo, que declaró capital de la Nueva Roma y rebautizó como Constantinopla. Aquí empezó a gestarse una tensión política que era, sin ninguna duda, una tensión de poder. Una tensión que aumentaría muchos decibelios cuando, noventa años después, Teodosio el Grande repartió el imperio entre sus dos hijos: Arcadio, reconocido emperador de Oriente, y Honorio, emperador de Occidente. La separación política no solo sirvió para aumentar la desconfianza mutua, sino que agudizó las diferencias entre un Oriente que se sentía legítimo sucesor de los primeros cristianos y un Occidente al que consideraban «contaminado» a causa de las invasiones bárbaras, especialmente a partir de la caída del último emperador romano, Rómulo Augusto, en el año 476, depuesto por el caudillo Odoacro, que se convirtió en el primer rey bárbaro de Italia. Finalmente, la conquista musulmana, en el año 661, de los territorios de los patriarcados de Alejandría, Antioquía y Jerusalén, acabó de romper el equilibrio, complicar las luchas por el poder y favorecer las divisiones en todos los territorios del gran imperio cristiano: solo quedaban dos centros de poder, Roma y Constantinopla, y se miraban con recelo y progresiva antipatía a causa del cúmulo de intereses contrapuestos.
Aun tomando como punto de partida estos hechos políticos, claves en la progresiva separación entre el mundo oriental y el occidental, los historiadores señalan tres causas que hicieron que el cisma fuera inevitable: culturales, basadas en la línea divisoria entre el mundo occidental, latino y barbarizado, y el mundo oriental, de lengua griega, considerado más civilizado y cristianamente más puro; políticas, especialmente a raíz de las luchas entre los papas de los reyes francos —cuya chispa fue el creciente poder del emperador Carlomagno— y los emperadores de Oriente, deseosos de dominar el viejo Imperio romano; y, finalmente, religiosas, que más que litúrgicas —se iban distanciado siglo tras siglo, especialmente a causa de los decretos que venían de Roma— eran de poder, si se considera la eterna pugna entre el papado de Roma y los patriarcas de Constantinopla.
El año 1054 culminó, pues, con un cisma dentro de la familia cristiana que llevaba incubándose desde hacía siglos, y que condujo al nacimiento de dos grandes subfamilias: la Iglesia de Roma y la Iglesia ortodoxa, ambas consideradas herederas legítimas de la primera Iglesia, y ambas denominadas «una, santa, católica y apostólica».
Cuajaba, pues, en contraposición a la gran familia católica, la familia ortodoxa, que se llamaba a sí misma «Iglesia católica apostólica ortodoxa», la segunda Iglesia cristiana más grande después de la católica, con unos trescientos millones de fieles en todo el mundo.
Además, dentro de la familia ortodoxa, hay que añadir a las llamadas Iglesias ortodoxas orientales, que ya se habían apartado del tronco común unos siglos antes del Gran Cisma, cuando se negaron a admitir las definiciones dogmáticas del Concilio de Calcedonia del año 451. Estas Iglesias solo mantienen, pues, las tradiciones litúrgicas de los tres primeros concilios: el de Nicea, el de Constantinopla y el de Éfeso.
He aquí un breve resumen de todas las Iglesias que pueden incluirse dentro del concepto genérico de iglesias ortodoxas:
FAMILIA ORTODOXA
Considerando que se trata de una gran familia cristiana que acoge en su denominación a múltiples familias, y para poner algo de orden en la complejidad de este mundo colorido y diversificado, hay que subdividir a los ortodoxos en cuatro grandes subfamilias que suelen confundirse, pero cuya historia, identidad y liturgia están diferenciadas. Estos subgrupos son: la Iglesia ortodoxa, las Iglesias ortodoxas orientales, la Iglesia asiria y la Iglesia ortodoxa occidental.
Iglesia ortodoxa
Agrupa a las Iglesias que se separaron de Roma tras el Gran Cisma, y está compuesta por quince Iglesias autocéfalas, que reconocen únicamente a Jesucristo como jefe de la Iglesia. La autoridad territorial recae en los patriarcas de cada Patriarcado, con Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Jerusalén como patriarcados históricos. Todos los patriarcados mantienen una estrecha comunión litúrgica y doctrinal, a pesar de reconocer primus inter pares al patriarca de Constantinopla, un título honorífico que no va acompañado de poder, pero que está cargado de simbolismo.
En la actualidad, el patriarca es Bartolomé I, miembro de la comunidad griega de la isla turca de Imbros. Recibe el título de arzobispo de Constantinopla, de Nueva Roma y patriarca ecuménico; la sede de su Patriarcado está en Estambul. Hombre de gran cultura, que domina numerosos idiomas, ha dedicado ingentes esfuerzos a reconstruir las Iglesias ortodoxas en los países de la antigua órbita soviética. También ha sido el artífice de algunos gestos muy significativos de acercamiento a la Iglesia católica, como el encuentro con Benedicto XVI en Turquía, y, sobre todo, su presencia en la inauguración del pontificado del papa Francisco, una novedad desde el Gran Cisma, hace casi mil años. La plegaria conjunta con el papa Francisco ante el Santo Sepulcro, en el año 2014, se considera un hito histórico impensable durante más de un milenio.
La antigüedad de la Iglesia ortodoxa se remonta a los doce apóstoles, y su doctrina religiosa, muy rígida, ha permanecido prácticamente inmutada desde el último Concilio Ecuménico que se celebró antes del Gran Cisma.
Por lo que respecta al territorio, esta Iglesia representa a la religión mayoritaria en la Europa del Este, en el Cáucaso, en Rusia y, lógicamente, en Grecia. Está presente de manera más minoritaria en Oriente Próximo, Chipre y África.
Iglesias ortodoxas orientales
También se remontan a los primeros cristianos, pero se separaron de las demás Iglesias a partir del Concilio de Calcedonia del año 451 al negarse a aceptar el Credo de Calcedonia sobre la cristología, es decir, la naturaleza de Cristo. El primer Concilio de Nicea, en el año 325, había declarado que Jesús era Dios, pues formaba una sola cosa con el Padre. El posterior Concilio de Éfeso aseguró que Jesús tenía una única naturaleza, divina y humana a la vez. Y, finalmente, el Concilio de Calcedonia repudió la idea de que Cristo tuviera una sola naturaleza e instauró el dogma de que Jesús era una sola persona con dos naturalezas, la humana y la divina.
Las Iglesias que se negaron a aceptar el Credo de Calcedonia han sido acusadas históricamente de monofisistas, es decir, de defender que Cristo posee una sola «naturaleza», pero desde 1990, año en que firmaron un acuerdo con la Iglesia ortodoxa sobre cristología, la mayoría profesa una fe común, aunque mantienen la identidad litúrgica y organizativa diferenciada.
Estas Iglesias históricamente «monofisistas», representan la fe cristiana más seguida en Oriente Próximo, con presencia ininterrumpida en la región desde la época de los primeros cristianos. Se dividen en tres grandes subgrupos: las Iglesias de tradición copta, que incluyen a coptos (minoría egipcia que representa al 20 por ciento de la población), etíopes y eritreos; las de tradición siríaca, que además de la sirioortodoxa, incluye la sirio-malankar y la sirio-jacobita de la India; y las de tradición armenia, afincadas tanto en Armenia (donde representan al 95 por ciento de los creyentes), como en Nagorno Karabaj, donde también son absolutamente mayoritarias.
Este es un breve resumen de las Iglesias más significativas de la ortodoxia, con especial énfasis en las que están en situación de peligro:
Iglesia ortodoxa copta
Los fieles de la Iglesia ortodoxa copta son objeto de necesaria y obligada atención, pues son víctimas del asedio permanente que sufren en su territorio natural, donde han sido objeto de múltiples violencias, incluyendo algunos atentados especialmente sangrientos.
Los coptos ortodoxos congregan a unos veinte millones de fieles, la mayoría de los cuales viven en Egipto, aunque también han sufrido migraciones importantes. Su origen se remonta a los albores del cristianismo, en pleno siglo I, cuando Marcos el Evangelista, autor del Segundo Evangelio y compañero de Pablo de Tarso, llevó el cristianismo a Egipto durante el imperio de Nerón. Se cree que los primeros coptos fueron judíos procedentes de Alejandría. Como los coptos católicos —sus hermanos gemelos—, los ortodoxos también siguen el rito alejandrino, utilizan el idioma copto y tienen un canon bíblico más amplio que el resto de los grupos cristianos (mantienen la Biblia Septuaginta íntegra como Antiguo Testamento). También tienen un calendario propio con solo tres estaciones al año de cuatro meses cada una, y treinta días fijos al mes, más un mes añadido que solo tiene cinco o seis días. No celebran la Navidad el día 25 de diciembre, sino el 7 de enero.
Su líder está considerado papa y recibe el título de su santidad papa de Alejandría y de todo Egipto, de Nubia, de Etiopía y de la Pentápolis y patriarca de todo el país evangelizado por san Marcos. La sede está en Alejandría. En la actualidad es el egipcio Wagih Sobhy Baky Sulimán que tomó el nombre de Teodoro II, y que llegó al papado en noviembre de 2012, justo en plena vorágine de cambios en Egipto. Durante su corto papado, la comunidad copta ha sido víctima de los atentados más sanguinarios. De hecho, durante la ceremonia para su elección, celebrada en la sede del papado copto, la catedral ortodoxa copta de San Marcos de Alejandría, se desplegaron fuertes dispositivos policiales, además de contar con la protección del ejército. Esta misma catedral fue objeto, el Domingo de Ramos de 2015, de un brutal atentado perpetrado por un suicida del Daesh que causó diecisiete muertos y unos cuarenta heridos. Ese mismo día, una bomba acababa con la vida de veintisiete coptos y hería a otros ochenta en la iglesia de Mar Girgis, en Tanta. Aparte de los atentados, la persecución sistemática y la violencia contra los coptos, a las que hay que añadir el secuestro de mujeres coptas, ha ido aumentando progresivamente, hasta tal punto que hoy por hoy se considera una comunidad religiosa en grave peligro.
Iglesia ortodoxa etíope
La Iglesia ortodoxa etíope también merece, en consideración a su importancia demográfica, un paréntesis: es la que congrega a más fieles (cincuenta millones de creyentes) de toda la ortodoxia, solo superada por la Iglesia ortodoxa rusa. Es la más poderosa de las Iglesias ortodoxas orientales, que suman unos ochenta millones de fieles. Es autocéfala desde 1959 (antes dependía del patriarca copto de Alejandría), y se separó de la Iglesia ortodoxa eritrea (que mantiene todas las características de la Iglesia etíope y cuenta con tres millones de creyentes) a raíz de la independencia de Eritrea.
Su nombre oficial es Iglesia unitaria ortodoxa etíope, pero popularmente se la conoce como Iglesia tawahedo, palabra de la lengua semítica geez que significa «llegar a ser uno» y que hace referencia a la única naturaleza de Cristo. El cristianismo llegó a Etiopía en el siglo I de la mano del diácono Felipe el Evangelista, y fue declarada religión de Estado en el año 333, casi al mismo tiempo que en Armenia, y cincuenta años antes de que el Edicto de Tesalónica la convirtiera en la religión obligatoria en todo el Imperio romano. Como las demás Iglesias ortodoxas orientales, se aparta de la ortodoxia general a partir del Concilio de Calcedonia, aunque el cisma llega años después, cuando nueve monjes monofisistas que huían de las persecuciones contra los cismáticos que siguieron al concilio, llegaron a Etiopía, donde tradujeron al geez la Biblia de los Setenta y fundaron numerosos monasterios. En el siglo XVII, el intento de los jesuitas de imponer el catolicismo provocó fuertes agitaciones populares a favor de la ortodoxia. En 1976 el régimen militar comunista ejecutó al patriarca Abune Theophilos.
Como los coptos, los ortodoxos etíopes utilizan un canon bíblico más amplio, comparten muchos ritos con los judíos (por ejemplo, la circuncisión de los niños varones o el sábado como día sagrado, juntamente con el domingo) y utilizan la antigua lengua semítica del reino de Aksum, el geez. Tiene el mismo calendario litúrgico que la Iglesia ortodoxa copta.
El patriarca actual es Teklemariam Asrat, que ha recibido, como todos los patriarcas etíopes, el nombre de «Abune», que significa «nuestro padre» en lengua geez. Su título completo es su santidad Abune Matías I, sexto patriarca y catholicós de Etiopía, abad de la sede de san Tekle Haymanot y arzobispo de Axum. La sede del Patriarcado está en Adís Abeba.
Por último, añadir que, según la tradición, el Arca de la Alianza está custodiada en la iglesia de Santa María de Sion, en Aksum, desde que Menelik I, hijo de Salomón y de la reina de Saba, la depositara en el antiguo reino. Nunca ha podido ser estudiada porque la Iglesia etíope no lo permite.
Iglesia ortodoxa siríaca
Como las demás Iglesias orientales, la siríaca se remonta al siglo I y tiene su origen en Antioquía, a raíz de la llegada de un grupo de creyentes que huían de las persecuciones en Palestina. La tradición asegura que fue en esta antigua capital romana donde empezó a utilizarse el término «cristiano». La población de Antioquía, mayoritariamente judía, se cristianizó rápidamente, y Antioquía se convirtió en la primera gran Iglesia cristiana fuera de Palestina con Patriarcado propio desde el Concilio de Nicea en el año 325, al igual que los patriarcados de Alejandría y Roma. Durante siglos fue uno de los núcleos más grandes e importantes de toda la cristiandad. También parece haber sido demostrado que el apóstol Pedro, el primer obispo de la Iglesia, considerado su fundador, vivió en Antioquía a partir del año 37, y tuvo un papel decisivo en la consolidación del cristianismo.
Tras su rechazo al Concilio de Calcedonia en el año 451, fue objeto, como las demás iglesias ortodoxas orientales, de severas persecuciones por parte del emperador bizantino Justiniano, que había impuesto las resoluciones cristológicas de Calcedonia, lo que obligó a las comunidades a dispersarse por todo el Imperio, alcanzando incluso el Imperio persa Sasánida, donde existió una comunidad activa y numerosa. Durante algunos siglos, tras la caída de Bizancio, vivió una época de paz y esplendor, gracias a la cual llegó a tener veinte sedes metropolitanas y un centenar de diócesis, extendiéndose hasta Turquestán y Afganistán.
Muy pronto, sin embargo, empezaría un periodo de sufrimiento y persecuciones que asumiría el carácter de tragedia. Primero, las brutalidades de los cruzados durante los siglos XI y XII, con matanzas sistemáticas. Después, los mongoles de Tamerlán que, en el siglo XIV, destruyeron la mayoría de los templos y monasterios sirios y asesinaron a muchos creyentes. Y, a partir del siglo XV, la represión sistémica y las matanzas del Imperio otomano, con el año 1895 como fecha destacada en el calendario sangriento: la masacre de veinticinco mil sirios ortodoxos del sudeste de Turquía. No sería la última ni la peor masacre, porque pronto llegaría 1915, conocido como «el Año de la Espada»: fueron asesinados 90.314 sirios ortodoxos, pertenecientes a trece mil familias asentadas desde hacía siglos en Turquía. Desaparecieron trescientos cuarenta y seis poblados, y con ellos un tercio de los ortodoxos sirios que vivían en la región. Y aún hay más: el uso de los monasterios sirios como base kurda, en las guerras entre kurdos y turcos, determinaron una nueva destrucción, persecución y diáspora. A raíz de todos estos siglos de persecuciones y migraciones forzadas, muchos monasterios sirios se perdieron para siempre, y las comunidades menguaron, o incluso desaparecieron, de muchos territorios donde estaban asentadas desde hacía siglos. La situación actual, con el conflicto yihadista en Oriente Medio y la guerra de Siria, vuelve a ser muy dramática para esta antigua comunidad.
Cuenta con unos cinco millones de creyentes, concentrados en el Líbano, Siria, Irak y Mardin, en zona turca, aunque las comunidades más numerosas viven fuera de su territorio natural. Hay que citar los casi dos millones de fieles de América Central procedentes de comunidades indígenas mayas convertidas.
El idioma litúrgico es el siríaco. Siguen la liturgia de Jaime el Justo, el hermano de Jesús, que se convirtió en líder de los cristianos de Jerusalén después de la marcha del apóstol Pedro, y que murió lapidado en el año 62. La «divina liturgia de san Jaime» está considerada la más antigua de las liturgias cristianas.
El patriarca de la Iglesia ortodoxa siríaca es Said Karim, que ha adoptado el nombre de Mor Ignacio Efrén II, y recibe el título de su santidad Moran Mor Ignacio Efrén II, patriarca de Antioquía y de todo el Oriente y cabeza suprema de la Iglesia siríaca ortodoxa universal. Es un defensor convencido de la intervención rusa en la guerra de Siria y ha llegado a declarar que «Rusia se ha convertido en una esperanza para el pueblo de Siria». En junio de 2016 fue víctima de un intento de asesinato, a manos de un suicida del Daesh, durante la conmemoración del centésimo primer aniversario del genocidio otomano contra los armenios, los siríacos y los griegos. Murieron varias personas, pero el patriarca salió ileso.
La sede del Patriarcado estuvo, en los orígenes, en Antioquía, pero desde el siglo XI, y hasta el siglo XX, esta residió en el monasterio de Mor Hanayo dedicado a san Ananías, en la ciudad turca de Mardin. Cuando abandonaron la sede a causa de las persecuciones otomanas, el Patriarcado se trasladó durante algunos años (de 1933 a 1959) a la ciudad de Homs y finalmente se ubicó en Damasco, donde se halla actualmente. La catedral de San Jorge, en el barrio de Bab Tuma de Damasco, es el centro religioso de la comunidad.
Las Iglesias sirio-malankar y sirio-jacobita de la India, con más de un millón y medio de creyentes, están estrechamente vinculadas a la Iglesia ortodoxa siríaca.
Iglesia asiria
Finalmente, está la Iglesia asiria oriental, una rama de las Iglesias orientales que, a pesar de su ortodoxia, no puede incluirse en el conjunto de las Iglesias ortodoxas, dado que se separó del tronco común cristiano tras el Concilio de Éfeso del año 431, cuando la doctrina del patriarca de Constantinopla, Nestori, fue juzgada herética. Nestori sostenía que Jesucristo tiene dos naturalezas, la divina y la humana, unidas en una misma persona, pero diferenciadas. Desde esta perspectiva, la madre de Dios estaría considerada madre del «hombre» Jesús, pero no madre del «Dios» Jesús.
Fue, pues, la primera Iglesia cismática anterior al gran cisma del Concilio de Calcedonia del año 451, teniendo en cuenta que se separó de Roma y de Bizancio a partir de 431.
Fundada por el apóstol Tomás en el siglo I, se extendió por todo el gran Imperio sasánida persa y alcanzó la India —donde se conoce como Iglesia sirio-caldea—, China y Mongolia. Adquirió tanta importancia que, durante el siglo IX y hasta el siglo XIV, fue la Iglesia con el territorio más extendido de toda la cristiandad, pues iba del Mediterráneo a China. Obtuvo incluso protección del islam, y tras la conquista musulmana de Persia, en 654, fue protegida como comunidad dhimmi (al igual que la comunidad judía de la época), gobernada por normas musulmanas.
Se la denomina a menudo Iglesia nestoriana en virtud de su vinculación primigenia con el patriarca Nestori, pero los fieles no aceptan este término. Sigue el rito siríaco oriental para las ceremonias religiosas y el idioma litúrgico es el siríaco arameo, que también es el idioma materno de la mayoría de los fieles. Ha sufrido varios cismas a lo largo de su larga historia.
Hay que añadir que, juntamente con la siríaca, sufrió deportaciones masivas, violencia sectaria y asesinatos por parte del Imperio otomano durante la primera guerra mundial. También compartieron su trágico destino con los fieles siríacos durante las matanzas otomanas del famoso «Año de la Espada», en el que desapareció una tercera parte de la comunidad. El resto se dispersó por el mundo, pero la mayoría se ubicó en Irak. A mediados del siglo XX volvieron a sufrir otra oleada de violencia, especialmente a manos de los fundamentalistas musulmanes. El patriarca tuvo que exiliarse. En la actualidad es una comunidad gravemente amenazada.
La sede del Patriarcado está en Bagdad, y Warda Daniel Sliwa es el actual patriarca. Ha recibido el nombre en siríaco de Gewargis III (Jorge III, en español) y recibe el título de patriarca y catholicós de la Iglesia asiria de Oriente y de la antigua Iglesia de Oriente.
Se calcula que tiene unos cuatrocientos mil fieles, de los que una cuarta parte vive en Irak.
Iglesia ortodoxa occidental
Para terminar, queremos mencionar la Iglesia ortodoxa occidental, que aglutina las Iglesias de tradición ortodoxa que utilizan ritos occidentales. Se trata de una minoría muy pequeña, y a menudo contestada, dentro de la ortodoxia.
Aunque su historia es reciente, el hecho de que mantengan la ortodoxia y utilicen a la vez el rito occidental (y no el bizantino, propio de los ortodoxos) se remonta a los tiempos del conocido como el Gran Cisma, el Cisma de Oriente y Occidente en el año 1054. En ese momento una parte de Italia se quedó bajo el dominio bizantino y se organizó como la Catepanata de Italia, y durante mucho tiempo la vida cristiana se desarrolló bajo la doble influencia de las tradiciones latinas y bizantinas.
Finalmente, se obligó a aceptar la cláusula Filioque (la doctrina católica que asegura que el Espíritu Santo proviene del Padre y del Hijo) y la aplicación de esta cláusula acabo con la ortodoxia de rito latino en Italia y el mundo, durante siglos.
Su retorno se produciría a mediados del siglo XIX, cuando un sacerdote católico de rito latino, Julian Joseph Overbeck, ingresó en la ortodoxia y pidió permiso al Santo Sínodo de la Iglesia Ortodoxa Rusa para iniciar una Iglesia ortodoxa occidental en el Reino Unido. Con el tiempo, esta mezcla entre la ortodoxia y el rito latino crearía Iglesias en Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda (procedentes de comunidades anglicanas) y también en Francia. La liturgia de estas Iglesias es diversa, en función de los orígenes religiosos de cada comunidad, pero la más común es la Divina Liturgia de Saint Tikhon.
Hasta aquí, un breve resumen del colorido, complejo y rico mundo de las Iglesias orientales ortodoxas, cuya mayoría se encuentra en situación de riesgo elevado a causa de su ubicación en zonas conflictivas. Al número de víctimas se añaden las deportaciones forzadas y las migraciones masivas, lo cual ofrece un mapa preocupante para su supervivencia.