Fui circuncidado al octavo día; soy del linaje de Israel; de la tribu de Benjamín; hebreo, hijo de hebreos, por lo que a la ley se refiere, fariseo.
PABLO DE TARSO, Filipenses 3:5, siglo I
Según la etimología, la palabra «Cristo» procede del griego y es la traducción de la palabra hebrea «Mesías», que significa «ungido». De este nombre deriva la gran familia del «cristianismo», religión abrahámica y monoteísta que asegura que Jesús es hijo de Dios, que cree en la Santísima Trinidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y que basa su creencia en el canon bíblico. Desde sus orígenes históricos, durante la época judaica del segundo Templo y de la mano de Pablo de Tarso, el cristianismo empezó su periplo evangelizador en todo el Imperio romano, especialmente en las tierras de Oriente. Muy pronto se convirtió en un colectivo humano complejo, unificado por la vida y el aprendizaje de Jesús, pero diferente en la liturgia y la interpretación del dogma.
Los estudiosos aseguran que al final del siglo I ya existían las cuatro corrientes primigenias del cristianismo, de las que, con el tiempo, derivarían las ramas del cristianismo actual: la Iglesia de Jerusalén, la más antigua de las familias cristianas, partidaria del apóstol Pedro y de Jaime el Justo, que agrupó a los primeros judíos que consideraron a Cristo como el enviado de Dios; el cristianismo paulino, partidario de las epístolas de Pablo de Tarso; el cristianismo sinóptico, que contempla aspectos de diferentes corrientes y sigue los Evangelios de Lucas, Mateo y Marcos; y el cristianismo joánico, partidario de un fuerte misticismo derivado del Evangelio de Juan.
Trescientos años después de la muerte de Jesús, el cristianismo ya era un fenómeno de gran relevancia, y si bien las cifras no son muy precisas, los historiadores hablan de un 10 a un 25 por ciento de cristianización de la población del Imperio romano. Era un cristianismo a la defensiva, que intercalaba escasos periodos de calma —como el de Filipo el Árabe—, con fases de persecuciones feroces, entre las que cabe citar la de Diocleciano, que fue la más letal. Su edicto, denominado sin rodeos Edicto contra los cristianos, resultó tan eficaz reprimiendo, vejando y matando a los seguidores de Cristo, que la Iglesia de Alejandría declaró el día en que se promulgó, el 24 de febrero de 303, como el inicio de la «era de los mártires». En primer lugar, obligó a los cristianos a abandonar el ejército, después, confiscó sus propiedades y quemó sus libros, y, finalmente, los obligó a elegir entre apostatar o morir. La hora más oscura de la persecución contra el cristianismo antiguo dejó una trágica estela de muerte.
Esta sería, sin embargo, la última gran persecución de cristianos en época antigua, ya que pronto fueron protegidos por tres edictos imperiales posteriores que favorecerían la conversión del cristianismo en una religión de masas.
El primero fue el edicto conocido como Edicto de Tolerancia de Nicomedia, promulgado en la ciudad de Sárdica, cerca de la actual Sofía, por el emperador Galerio el 30 de abril de 311, «a un día de las calendas de mayo». El edicto, firmado también por otros dos emperadores de la tetrarquía, Licinio y Constantino, proporcionó carta de ciudadanía a los cristianos, que dejaron de ser una superstición ilícita para convertirse en una religio licita, y les permitió reconstruir las iglesias y celebrar reuniones espirituales; en definitiva, representó el primer signo de tolerancia hacia la comunidad cristiana por parte de la autoridad imperial...
Habida cuenta de nuestra gran clemencia e inveterada costumbre de indulgencia, que ejercitamos frente a todos los hombres, creemos que debemos extenderla también a este caso. De tal modo pueden nuevamente los cristianos reconstituirse, así como sus lugares de culto, siempre que no hagan nada en contra del orden público...
Al poco le siguió el Edictus Mediolanense, promulgado en marzo del año 313 en la ciudad de Milán por los emperadores Licinio y Constantino el Grande, considerado el primer texto que defendía la libertad religiosa en la época antigua. El Edicto de Milán aportó protección jurídica al Edicto de Sárdica, despojó la religión romana de la condición de religión oficial del ejército y del imperio y representó el paso anterior a la oficialización de un cristianismo que, según algunos estudiosos como el teólogo marianista Juan de Isasa (autor de la magna obra Historia de la Iglesia), contaba ya con más de un millar de sedes episcopales y era mayoritario entre la población del imperio...
Habiéndonos reunido [...] tanto yo, Constantino Augusto, como yo, Licinio Augusto [...], hemos creído oportuno tomar la decisión de no rehusar a nadie en absoluto este derecho, bien haya orientado su espíritu a la religión de los cristianos, bien a cualquier otra religión que cada uno crea la más apropiada para sí, con el fin de que la suprema divinidad, a quien rendimos culto por propia iniciativa, pueda prestarnos en toda circunstancia su favor y benevolencia acostumbrados.
Por último, se dictó la Constitución Cunctos Populos, instituida en el edicto de los emperadores Graciano, Valentiniano y Teodosio Augusto. Promulgada en Tesalónica «el tercer día de las calendas de marzo» del año 380, convirtió el cristianismo en religión oficial de todo el Imperio romano; también determinó la persecución de los arrianos, considerados herejes por negar el carácter divino de Jesús. Con este edicto, se abría un periodo de prosperidad, dominio y poder del cristianismo...
Queremos que todos los pueblos que son gobernados por la administración de nuestra clemencia profesen la religión que el divino apóstol Pedro dio a los romanos, que hasta hoy se ha predicado como la predicó él mismo, y que es evidente que profesan el pontífice Dámaso y el obispo de Alejandría, Pedro, hombre de santidad apostólica. Esto es, según la doctrina apostólica y la doctrina evangélica creemos en la divinidad única del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo bajo el concepto de igual majestad y de la piadosa Trinidad. Ordenamos que tengan el nombre de cristianos católicos quienes sigan esta norma, mientras que los demás los juzgamos dementes y locos sobre los que pesará la infamia de la herejía. Sus lugares de reunión no recibirán el nombre de iglesias y serán objeto, primero de la venganza divina, y después serán castigados por nuestra propia iniciativa que adoptaremos siguiendo la voluntad celestial.
Así fue como se produjo la evolución de la comunidad cristiana de los primeros siglos —aislada, perseguida y minoritaria— a la sociedad cristiana de los siglos posteriores —planetaria, oficial y mayoritaria—. Empezaba el poder terrenal y, a lo largo de su trayecto, perdería parte de su sentido trascendente. El cristianismo ya no seguía la máxima de uno de los padres de la Iglesia, el presbítero Tertuliano, que a finales del año 100 aseguraba que los cristianos no nacían, sino que se hacían (fiunt, non nascuntur christiani), y el bautismo de los niños nacidos de padres bautizados se convirtió en una práctica extendida. Pero en cuanto fue una imposición y dejó de ser una opción libre, la transformación personal y profunda que reclamaba san Pablo —«transformaos mediante la renovación de vuestra mente»—, dejó de tener sentido. El esfuerzo, la resistencia a la opresión, la convicción y la transformación personal ya no eran necesarios, porque el cristianismo había dejado de ser una decisión trascendente personal, «una renovación de la mente», para convertirse en una opción obligada y temida. Nacía lo que históricamente se conocería como el emperador cristiano. A este respecto, el papa Benedicto XVI, en su discurso en el Bundestag de 2011,[9] llegó a decir que la esencia del cristianismo era contraria a la naturaleza del poder, y que cuando se convertía en poder negaba su propia naturaleza, hasta tal punto que fue la Ilustración la que volvió a ponerlo en su lugar. Decía Ratzinger:
En cuanto religión que se dirige a todos y que nace siendo perseguida, el cristianismo da vida tanto a la laicidad como a la libertad de culto, negando desde el inicio al Estado la pretensión de considerar la fe religiosa como una parte del propio ordenamiento. Pero cuando el cristianismo, contra su naturaleza y por desgracia, se convirtió en tradición y religión del Estado, fue mérito del Iluminismo replantear los valores originales del cristianismo (todos los hombres, sin distinción, son criaturas hechas a imagen y semejanza de Dios, y todos gozan de la misma dignidad) y devolver a la razón su propia voz.
Tras el Edicto de Milán y la consolidación del cristianismo como un elemento más del poder —un poder entendido y ejercido de manera absoluta—, la expansión fue tan rápida como era de prever: primero fueron las ciudades, que se cristianizaron de manera casi inmediata, y más tarde alcanzó masivamente las poblaciones rurales, gracias a la ingente labor evangelizadora de los católicos, término de origen griego que hacía referencia a los cristianos que seguían las instrucciones de Jesús narradas por el apóstol Pedro: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación». Es decir, los cristianos católicos eran los cristianos que cumplían una misión evangelizadora. Una evangelización que a menudo iba adecuadamente acompañada por el temor y la imposición. De este modo se cristianizó a los habitantes de las zonas rurales, los paganus, de aldea o pagus, término que dio lugar a la acepción «pagano», entendida como la persona que cree en más de un dios. Con todo, la gente del campo mantuvo durante siglos las tradiciones religiosas anteriores al cristianismo, hasta tal punto que muchas de las fiestas cristianas que han llegado hasta nuestros días son superposiciones de fiestas tradicionales anteriores. Mantenerlas y cristianizarlas resultó más fácil y más sugerente que eliminarlas.
A partir de aquí, el proceso fue imparable: cristianización progresiva de los pueblos germánicos, del siglo IV al IX; consolidación del eje cristiano en oposición al islámico, a partir del siglo VII; evangelización de los pueblos eslavos, a partir del siglo X; lenta penetración del cristianismo en las tierras nórdicas de Europa durante los siglos siguientes; conquista y cristianización, forzosa —que quede claro—, del continente americano, a partir del siglo XVI; tímida llegada del cristianismo a algunas zonas de África y Asia durante el mismo siglo, de la mano del Imperio portugués; colonialismo europeo moderno en África, Asia y Oceanía, con la consecuente cristianización..., y así hasta alcanzar los 2.180 millones de cristianos actuales, que representan un tercio de la población mundial. Es decir, el cristianismo es la religión con más seguidores del mundo, y su historia, con sus indiscutibles grandezas y sus conocidas miserias, es, sin duda, un relato exitoso.
Pero también es un relato lleno de cismas y divisiones seculares, cuya herencia es una comunidad compleja y colorida, que se nutre de múltiples familias litúrgicas que, en su mayoría, tienen cabida en los tres grandes grupos del universo cristiano: los católicos, los protestantes y todas las diferentes y antiquísimas familias del cristianismo oriental, muy mencionadas en las noticias, pero a menudo consideradas exóticas reliquias antropológicas. Para poder trazar con precisión el mapa de la persecución que sufren los cristianos en la actualidad —que es la finalidad del presente libro—, es pertinente repasar cuáles son estas comunidades religiosas, dónde están arraigadas y el grado de peligro que corren en estos momentos, sin excluir un diagnóstico de su desaparición en las zonas donde se asientan desde el principio de los tiempos.
A pesar de que, en general, se considera que el cristianismo se divide en los tres grandes bloques mencionados, para ser exactos hay que hablar de cuatro grandes familias: la Iglesia católica, que es la más numerosa e influyente del planeta; la Iglesia ortodoxa, que incluye algunas de las familias históricas del cristianismo; las Iglesias de tradición alejandrina, de los coptos de Alejandría a los etíopes y eritreos, que se remonta al siglo I; y finalmente las Iglesias protestantes, derivadas de la Reforma protestante del siglo XVI. A estas cuatro grandes ramas habría que añadir algunas familias, cristianas en origen, que posteriormente fueron consideradas heréticas, como los arrianos (que negaban el dogma de la Santísima Trinidad), o los cátaros medievales. Finalmente, una mención aparte merecen los testigos de Jehová, que aun siendo seguidores de Cristo, niegan el concepto de la Santísima Trinidad y no consideran a Jesús, a quien identifican con el arcángel Miguel, como Dios en sí mismo, sino como hijo de Dios.
He aquí un mapa sintético del complejo y calidoscópico universo cristiano:
FAMILIA CATÓLICA
Aunque el nombre «católico» (cuya etimología significa «universal» en griego), que se remonta a la época del mártir Ignacio de Antioquía, en el siglo II, se refería a todo el cristianismo, en la actualidad es el término que designa a su familia más grande, constituida como tal en 1054, a partir de la excomunión recíproca del papa León IX y el patriarca Miguel I Cerulario, con el consecuente cisma. Conocido como el Gran Cisma de Oriente, fue el suceso traumático que dividió a la Iglesia cristiana en dos familias fuertemente enfrentadas durante siglos: el cristianismo católico occidental y el cristianismo ortodoxo oriental. Occidente hablaba en latín, y Oriente se expresaba en griego antiguo y en arameo; el primus inter pares, que era el papa de Roma, quiso, desde el primer concilio de Nicea de 325, ser más primus que nunca, y reclamó que su autoridad estuviera por encima de los demás patriarcas; la liturgia se distanciaba lentamente y el Imperio romano se fragmentaba en dos mundos cada vez más distantes. El cisma religioso avanzó, pues, en paralelo con el cisma de la civilización de la época, y a partir de entonces se consideraría como Iglesia católica la que «vive en comunión con la Iglesia de Roma».
En la actualidad, es la más importante de todas las familias del cristianismo, e incluye a las Iglesias de los dos ritos —el latino, con veinticuatro Iglesias, y el oriental, que tiene veintitrés—, que reconocen la autoridad del papa de Roma, considerado obispo de todos los obispos y pontífice de la Iglesia universal. Este hecho, la autoridad del papa, es el que diferencia a las Iglesias católicas orientales de sus hermanas gemelas, las Iglesias cristianas orientales, a las que, en cualquier caso, están vinculadas y con las que comparten tradiciones. El término «católico oriental» incluye los ritos bizantinos, griegos, alejandrinos, armenios, antioquenos y caldeos, aunque todos ellos se suelen denominar erróneamente con el término «rito bizantino».
Estas dos corrientes, que forman el conjunto de la Iglesia católica, representan una sexta parte de la población mundial y más de la mitad de los cristianos del mundo.
Desde la perspectiva dogmática, el catolicismo cree en la Santísima Trinidad, la eucaristía y la naturaleza virginal de la Madre de Dios, y, por lo que respecta a los sacramentos, reconoce los siete que instituyó Jesucristo, del bautizo a la comunión, incluido el sacramento del matrimonio, considerado «sagrado».
Para ayudar a situar con precisión el mapa de las persecuciones que trazará este libro, es oportuno especificar algo más acerca de estas familias católicas orientales, pues muchas de ellas se encuentran en el ojo del huracán de la violencia.
Fundamentalmente se reparten en tres grupos cuya característica común es ser Iglesias autónomas que, sin embargo, actúan en comunión integral con el papa: las Iglesias patriarcales, que van de los maronitas a los coptos; las archiepiscopales mayores, que agrupan a los católicos ucranianos y a la comunidad sirio-malabar; y las Iglesias sui iuris, que abarcan a etíopes y bizantinos.
Estas son algunas de las Iglesias mencionadas y sus características más notorias:
Iglesia católica caldea
Agrupa a los caldeos asirios que viven en el norte de Irak, pero también en zonas del nordeste de Siria, sudeste de Turquía y nordeste de Irán, el mapa que corresponde al antiquísimo Imperio asirio, que duró del siglo XXV a. C. a mediados del siglo VII d. C. También existen pequeñas comunidades, en la diáspora, en los estados norteamericanos de Míchigan, Illinois y California.
Se calcula que existen unos quinientos mil miembros, a pesar de que esta comunidad ha padecido y padece brutales persecuciones y matanzas en su territorio natural, seriamente agravadas en los últimos tiempos. Uno de los ejemplos más emblemáticos de esta tragedia de los caldeos fue el secuestro y asesinato del arzobispo de Mosul, Paulos Faraj Rahho, en marzo de 2008, a manos de los fundamentalistas islámicos.
Siguen la tradición litúrgica caldea y utilizan el idioma siríaco oriental (un conjunto de dialectos del idioma semítico arameo, que durante siglos fue la lengua franca de todo Oriente Medio y el idioma que hablaban Jesús, María y los apóstoles), como lenguaje litúrgico, y el árabe como lengua auxiliar. Su máxima autoridad es el denominado patriarca de Babilonia de los caldeos, y en la actualidad detenta este título Louis Raphael Sako, nacido en el Kurdistán iraquí, estudioso del seminario dominico de Mosul y doctor por la Universidad de La Sorbona. La sede del Patriarcado está en Bagdad.
Desde 2015 intenta un acercamiento a la Iglesia asiria de Oriente y a su escisión, la antigua Iglesia de Oriente, con el objetivo de crear una Iglesia única cuyo nombre sería Iglesia de Oriente. La cuestión sigue sin resolverse.
Iglesia católica maronita
Existe cierta controversia sobre el origen de su nombre entre los historiadores. Algunos lo relacionan con el monje anacoreta Marón del Líbano, que vivió en el siglo IV y nunca fundó una Iglesia, y otros lo vinculan a Juan Marón, el primer patriarca maronita, seguidor de Marón del Líbano, que vivió entre los siglos VII y VIII. Se trata de una controversia que, en cualquier caso, no afecta a la veneración que los maronitas sienten por ambos personajes históricos, especialmente por el sacrificio de Marón del Líbano, que se retiró a la vida eremítica en una montaña cercana a la que por entonces era la ciudad griega de Antioquía, la actual ciudad turca de Antakya. Su ascetismo, los principios de justicia, castidad y dedicación al trabajo que predicaba, y los milagros que se le atribuyeron —que impresionaron a Juan Crisóstomo hasta tal punto que le pidió que rogara por su alma—, inspirarían al monje Juan Marón a fundar, dos siglos más tarde, la que ahora se conoce como Iglesia maronita.
Inicialmente la sede patriarcal estaba en el monasterio de Ras Marun, en Kfarhy, fundado por el propio Juan Marón tras vencer a los bizantinos que le habían declarado la guerra. En él depositaron la reliquia de la cabeza de Marón del Líbano, que dio su nombre al monasterio, Ras Marun, que significa «cabeza de Marón». En la actualidad, la residencia del cabeza visible de los maronitas tiene su sede en Bkerke, cerca de Beirut, y su representante, que ostenta el título de patriarca de Antioquía y metropolitano de la Iglesia católica maronita, es el cardenal libanés Bechara Boutros Raï. Su liturgia sigue la tradición antioquena, y el siríaco occidental, derivado de los dialectos arameos, es su lenguaje ritual, mientras que el árabe es el idioma cotidiano.
La Iglesia maronita cuenta con veintiséis diócesis repartidas en doce Estados y tiene más de tres millones de seguidores en todo el mundo, según ha estimado la Catholic Near East Welfare Association.[10] La congregación más nutrida está en el Líbano, donde alcanza casi un millón de creyentes, que representan el 22 por ciento de la población. Gracias a una ley que protege a las diferentes minorías del país, los maronitas ostentan el cargo de presidente de la República, acompañados por el primer ministro, que ha de ser sunita, y el presidente de la Asamblea de Representantes, que ha de ser chiita.
Otros países donde su presencia e influencia es relevante son: Siria, donde se calculan más de cincuenta mil seguidores repartidos entre Alepo, Damasco y Latakia; Chipre, donde los maronitas descienden de los que se desplazaron a Chipre durante las cruzadas. Se les reconoce el estatus oficial de «minoría religiosa» y son en total unos 4.800 feligreses; por último, Israel, donde los maronitas están reconocidos como «minoría nacional». Además, a causa de las múltiples persecuciones que han sufrido a lo largo de los siglos, pero también de su tradición comerciante y viajera, los maronitas cuentan con una fuerte presencia, fruto de la diáspora, en países como Argentina, Brasil, Canadá, México, Sudáfrica y otros, donde tienen comunidades arraigadas. De especial importancia es la comunidad maronita de Australia, formada por los comerciantes que llegaron allí en el siglo XIX; también cabe citar la de Bélgica, asentada en Amberes y Bruselas, cuyo origen se remonta al siglo XIX, y la importantísima comunidad maronita francesa.
Como curiosidad añadida, un maronita famoso es el cantante canadiense Paul Anka.
Iglesia católica copta
Descendientes de los primeros coptos que surgieron a raíz de la acción misionera de los franciscanos que llegaron a Egipto en el siglo XVII, los coptos católicos se escindieron de la Iglesia ortodoxa copta y volvieron a la comunión con Roma en el siglo XVIII. Sigue la tradición litúrgica alejandrina.
Su idioma auxiliar es el árabe, pero la lengua litúrgica es el copto, una mezcla de egipcio antiguo con múltiples préstamos del griego, la lengua que impusieron los ptolomeos. Fue lengua literaria desde el siglo VI a. C., y el idioma común a toda la población hasta el siglo VI d. C. Su decadencia se produjo a partir del siglo XI, cuando los árabes, que habían conquistado Egipto en el siglo VII, prohibieron el uso público del copto. En el siglo XII fue definitivamente sustituido por el árabe y permaneció solo como idioma litúrgico de los cristianos egipcios.
La catedral patriarcal es la de Nuestra Señora de Egipto, situada en el barrio cairota de Nasr City, y su sede está ubicada en el barrio de Saray El Koubbeh.
El patriarca actual, denominado patriarca católico copto de Alejandría es, desde 2013, Ibrahim Isaac Sidrak, obispo de Menia, famoso por su destacada obra social y sanitaria a favor de los pueblos rurales. A pesar de que los coptos no tienen monasterios, poseen institutos religiosos, como las tres comunidades para mujeres: las Hermanas Coptas de Jesús y María, las Pequeñas Hermanas de Jesús y las Hermanas del Sagrado Corazón. Llevan a cabo una actividad sanitaria y educativa muy intensa, y más de cien iglesias coptas poseen colegios de enseñanza primaria, así como orfanatos, hospitales y dispensarios.
Según los últimos datos del Anuario Pontificio,[11] la Iglesia católica copta tiene ocho obispos, 162 parroquias y más de ciento setenta mil fieles dentro del Patriarcado; la mayor comunidad corresponde a la eparquía de Ismailía. Fuera de Egipto hay once comunidades católicas coptas en la diáspora, entre las que destacan por importancia las de Italia, Francia y Canadá. En Kuwait se celebran misas coptas para los trabajadores inmigrantes en la Holy Family Parish.
Iglesia greco-católica melquita
Según su etimología, «melquita» significa «imperial» y hace referencia a los cristianos que, tras la división que provocó el Concilio de Calcedonia de 451, siguieron al emperador de Bizancio y se mantuvieron fieles al concilio. Fueron, en su mayoría, cristianos de habla griega que se habían enfrentado a los cristianos contrarios al concilio, de habla siríaca, armenia y copta.
La Iglesia melquita cuenta con más de un millón y medio de fieles en todo el mundo, con una diáspora numerosa y dinámica, aunque su territorio histórico está en Oriente Próximo, especialmente en Siria y Palestina. Es de tradición litúrgica constantinopolitana y usa el griego y el árabe como lenguas litúrgicas. Su sede histórica es Antioquía, donde los apóstoles Pablo de Tarso y Simón Pedro fundaron una Iglesia en el siglo I, y donde, según los Hechos de los Apóstoles, se usó el término «cristiano» por primera vez.
La sede del Patriarcado está en la zona de Bab Sharqui, en Damasco, donde también está ubicada su catedral, Nuestra Señora de la Dormición. El patriarca recibe el nombre de «patriarca de la ciudad de Antioquía, de Cilicia, Siria, Iberia, Arabia, Mesopotamia, Pentápolis, Etiopía y todo Egipto y Oriente, padre de los padres, pastor de los pastores, obispo de los obispos, el decimotercero de los santos apóstoles. Además, es también patriarca de Alejandría y patriarca de Jerusalén».
En mayo de 2017, el patriarca Gregory III Laham, muy activo en la lucha por la defensa de los cristianos de Siria (especialmente perseguidos y masacrados durante el conflicto bélico actual), se retiró. A la espera de un nuevo patriarca, el administrador del Patriarcado es ahora el arzobispo Jean-Clément Jeanbart.
Iglesia católica siria
Con unos doscientos setenta mil fieles según el Anuario Pontificio,[12] doce obispos y setenta y nueve parroquias repartidas por el territorio histórico del Patriarcado de Antioquía de los sirios —Irak, Líbano, Palestina, Siria, Egipto, Israel, los dos Sudán, Jordania y Turquía—, la Iglesia católica siria es otra de las iglesias que no aceptó el Concilio de Calcedonia del año 451. Después de una azarosa historia de siglos, a raíz de las múltiples disputas sobre la naturaleza de Cristo y de varios procesos de reunión y desunión, finalmente, gracias a la labor misionera de los jesuitas y de los capuchinos con los ortodoxos sirios, se creó, en el siglo XVII, el Patriarcado sirio católico.
Su idioma litúrgico es el dialecto arameo del siríaco occidental, con el árabe como lengua auxiliar. Sigue la tradición litúrgica antioquena y la sede del Patriarcado está en Beirut durante el invierno, y se traslada al monasterio de Sharfeh, en Harissa, durante el verano. La cabeza actual de la Iglesia es el sirio Ignacio José III Yunan, fundador, en los años ochenta, de varias Iglesias sirias en Estados Unidos, y activo luchador a favor de las Iglesias del Oriente amenazadas por los conflictos de la zona. Todos los patriarcas de la Iglesia católica siria —que reciben el título de patriarca de Antioquía y de todo Oriente de los sirios católicos—, añaden el nombre Ignacio a su propio nombre en honor del primer patriarca Ignacio Andrés I Akijan, proclamado jefe de la Iglesia católica siria en 1662.
Hay comunidades importantes en Estados Unidos, Canadá y Venezuela.
En los últimos años, los fieles de esta Iglesia han sufrido ataques masivos; el más conocido y trágico fue el que tuvo lugar el 31 de octubre de 2010, cuando cincuenta y ocho creyentes fueron masacrados mientras asistían a la misa del domingo en la iglesia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, en Bagdad. En el atentado, obra de los terroristas del Daesh, murieron también los sacerdotes Saad Abdallah Thair y Waseem Tabeeh. Hubo decenas de heridos.
Resto de Iglesias católicas orientales
Finalmente, para acabar de trazar el mapa de esta gran rama del cristianismo, el catolicismo oriental, un breve recordatorio del resto de las Iglesias que la forman. Son las siguientes:
• Iglesia católica sirio-malankar e Iglesia católica sirio-malabar.
El territorio natural de estas dos Iglesias es la India, y sus creyentes son conocidos como «los cristianos de santo Tomás», porque aseguran que fueron fundados por el santo durante un viaje a su país, en el año 52.
La sirio-malankar tiene la sede episcopal en Trivandrum, en el estado de Kerala, y su arquieparca es Baselios Cleemis, denominado sucesor de la sede apostólica de santo Tomás en la India, metropolitano Malankar, arzobispo mayor-catholicós de la Iglesia católica sirio-malankar y arzobispo mayor de Trivandrum. Cuenta con más de cuatrocientoss cincuenta mil fieles.
La sirio-malabar es una de las Iglesias católicas orientales con mayor número de seguidores, ya que supera los tres millones setecientos mil fieles. El arquieparca mayor es Ernakulam-Angamaly, y tiene su sede en Kochi, en el estado de Kerala.
• Iglesia católica etíope e Iglesia católica eritrea.
Tradición litúrgica alejandrina. Idiomas litúrgicos: el amárico y, sobre todo, el antiguo geez, un idioma semítico que se convirtió en oficial en el reino de Aksum, poderoso eje político y comercial del siglo I al VII d. C. La Biblia fue traducida al geez en el siglo IV, y durante muchos siglos, cuando ya no era una lengua de uso cotidiano, se mantuvo como lengua franca de las diferentes etnias etíopes.
La Iglesia católica etíope existe como tal desde 1930, a pesar de que la tradición católica fue constante desde la llegada de los misioneros católicos en el siglo XIV. La sede central de la Iglesia se encuentra en Adís Abeba y su jefe es el arzobispo Berhaneyesus Souraphiel.
En 2015, el papa Francisco oficializó la separación de la Iglesia eritrea de la etíope, que dio lugar a la Iglesia católica eritrea, con sede en Asmara. Menghesteab Tesfamariam es su arquieparca.
• Otras Iglesias católicas orientales.
Completan el mapa familiar las siguientes Iglesias: greco-católica ucraniana; greco-católica rumana; católica bizantina; greco-católica eslovaca. También hay varias Iglesias sin concilio de obispos, como la bizantina búlgara, la greco-católica rusa, la bielorrusa, la bizantina albanesa, húngara, brega, rutena o macedonia...
Este es el breve resumen de las Iglesias católicas orientales que, por su ubicación en zonas de conflicto, están en el ojo del huracán y sufren el mayor número de ataques, persecuciones y violencia. Las demás Iglesias católicas sufren diferentes grados de violencia en función del territorio donde actúan, desde los católicos que intentan mantener su presencia en países con leyes penales que los coartan, los reprimen o los prohíben de manera directa y sin concesiones, como Corea del Norte, hasta los católicos que viven en zonas de combate con los grupos yihadistas, como Somalia o el norte de Nigeria. El capítulo dedicado al mapa de la persecución aportará la información necesaria para conocer la situación en cada zona, pero hay que anticipar que se trata de un mapa desolador.