Primera Parte

Qué son las constelaciones sistémicas

«El corazón de aquel que ha comprendido que lo presente está en resonancia con lo pasado, tanto en lo bueno como en lo malo, late en sintonía con el mundo.»

Bert Hellinger

Las Constelaciones Sistémicas son una propuesta filosófica de Bert Hellinger, quien nos invita a reflexionar sobre nuestro actuar a partir de los sistemas a los que pertenecemos. Cuando hablamos de Constelaciones Sistémicas, es muy común asociarlas a las Constelaciones Familiares, pero estas últimas fueron las primeras con las que trabajó Bert Hellinger y las más conocidas mundialmente; sin embargo, con el correr del tiempo y dado que las constelaciones eran estudiadas por personas de diferentes profesiones y formaciones académicas, surgieron variantes a este trabajo: las Constelaciones Organizacionales desarrolladas por Gunthard Weber, en Pedagogía Sistémica por Angélica Olvera de Malpica, en Enfermedades y síntomas por Stephan Hausner e Ilse Kutschera y, en 2002, las Constelaciones Jurídicas aplicadas a la Mediación; fue entonces cuando percibí la enorme importancia que tenía la filosofía de Bert Hellinger aplicada a ese campo y al de la negociación.

Con el correr del tiempo, estos trabajos han ido expandiéndose, pero todos tienen como base y fundamento el trabajo de Bert Hellinger.

En relación con las Constelaciones Familiares, a través de ellas acompañamos a las personas a reconocer sus fidelidades inconscientes, su niño interior herido y su amor infantil o amor ciego con el cual nos hacemos daño, entre otros temas. Cuando hablo de fidelidades inconscientes me refiero a dinámicas, presentes en los sistemas familiares, que pueden ser desarrolladas por aquellos miembros que se encuentran en un amor ciego.

Se sucede así la repetición de sucesos, enfermedades o situaciones conflictivas vinculados a una persona que me precedió en la vida, por ejemplo, padres o abuelos. No solamente situaciones difíciles, también me refiero con esto a la repetición de eventos felices; sin embargo, las situaciones traumáticas son las que elegimos repetir de manera inconsciente. Y volvemos una vez más al tema del amor ciego…

Las dinámicas que se corresponden a las fidelidades inconscientes son varias; las más comunes: la nena de papá, el nene de mamá, a mí no me va a pasar, yo lo haré mejor, me voy en tu lugar, mejor yo que el otro, etc. Profundizaremos en estas dinámicas un poco más adelante.

Este reconocimiento nos permite mirar el gran sistema humano con una perspectiva más amplia y honrar a los padres, familia, seres queridos, antepasados y sistemas sociales. Mediante esta mirada nos alejamos de los juicios que hemos construido, miramos nuestro pasado y a nuestros antepasados tal como han sido y devolvemos a cada uno, con amor, aquello que es suyo. Devolvemos aquellas responsabilidades que no nos corresponden y asumimos aquellas que sí nos tocan. De esta manera, ponemos en nuestra imagen interna a cada quien y a cada cosa en su lugar, reconectando con el orden, con la fuerza de la vida y el amor que nos llega a través de ellos.

Las constelaciones nos invitan a preguntarnos por el origen de nuestro quehacer:

Nuestro primer vínculo es la familia, que constituye la institución nuclear, la matriz en la que nos construimos. Los antepasados nos preceden en la extensa cadena familiar.

La familia es el lugar donde recibimos los mandatos y exigencias que a su vez recibió cada uno de nuestros padres como hijos en sus propias familias, y es el espacio psicológico que moldea nuestro carácter y donde nos desarrollamos, nos adaptamos y nos forjamos de determinada manera; no es lo mismo ocupar el lugar del primer hijo que ser el último, ser la hermana mayor mujer que ser el varón mayor, nacer luego de la pérdida de un hijo por parte de nuestros padres, ser el hijo del segundo matrimonio que del primero, etc.

Dependiendo de nuestro lugar y de los conflictos vivenciados podremos desarrollarnos de diferentes formas. Estos acontecimientos impactarán psíquicamente de manera distinta en cada hijo. Habrá hijos que serán los soportes en la vejez de sus padres, hijos que se irán a temprana edad del hogar, hijos que no querrán tener hijos, o que los anhelarán y no llegan, que no se casarán o que tendrán varias parejas. Las fidelidades inconscientes y el amor ciego son una combinación que, cuando actúa, nos impide ser nosotros mismos.

Para algunos pueblos los ancestros tienen un lugar destacado, perviven como guías espirituales aptos para colaborar en la solución de los problemas del presente. Según Hellinger, al nivel de las familias existe una fuerza que se denomina «conciencia común o colectiva» que guía no solo a los parientes sanguíneos de todas las generaciones de una misma red familiar sino, también, a quienes hayan sido incluidos y excluidos en ella.

Cada conciencia común, familiar, es diferente a otras conciencias familiares. En cada familia hay una historia determinada; quizá inmigración, guerra, muertes tempranas, accidentes; estas están marcando diferencias posteriores de comportamiento y, por supuesto, de mandatos familiares. Entonces, nosotros mismos, podemos darnos cuenta de que, cuando visitamos a alguien que pertenece a otra familia, nuestro comportamiento se adaptará a las percepciones internas que de los mandatos de ese sistema tenemos; y así ocurre cada vez que visitamos o pertenecemos a otro sistema.

Si llevo esta mirada a la empresa, tal vez encuentre que la visión de una compañía en relación con los empleados y con lo que produzcan es diferente a la visión que tenga la competencia. Por lo tanto, si cambio de empleo y ahora trabajo en la competencia, es muy probable que mi comportamiento cambie, ya que la visión del nuevo grupo al que pertenezco es distinta.

Tenemos una especie de radar interno para darnos cuenta, en cada sistema del que formamos parte, de cuáles son las conductas y comportamientos esperados por parte del grupo, ya que al hacerlo bien nos estamos asegurando nada menos que nuestra pertenencia a él.

A su vez, desarrollamos como hijos, desde que nacemos, una conciencia familiar, el sentido de lo bueno y de lo malo, lo moral y lo inmoral, lo permitido y lo prohibido, lo justo e injusto.

Nos regimos por creencias, mandatos y costumbres que nos forjan y nos hacen sentir pertenecientes a nuestro grupo familiar. A esto llama Hellinger conciencia familiar. Cada familia tiene la suya y, a veces, son muy diferentes unas de otras.

Si permanezco en mi conciencia familiar veré como malo y peligroso costumbres, hábitos, normas de otra familia y percibiré como bueno y ejemplar lo que ocurra en la mía.

Cuando actúo de acuerdo a mi conciencia familiar tengo buena conciencia, caso contrario aparece la culpa, la mala conciencia y la necesidad de hacer algo bueno para el sistema familiar a fin de que vuelvan a considerarme miembro del grupo. Pero ¿qué ocurre con los hijos como consecuencia de tener una buena conciencia? No crecen, no se exponen a lo nuevo, viven con miedo a perder el amor del grupo al que pertenecen y con culpa por no intentar hacerlo diferente, desafiar a la familia, dejar de lado el amor ciego.

Los hijos somos capaces de matar o de morir por los padres, por pertenecer al sistema que ellos conforman. Si no, ¿cómo le llamamos a la acción de sacrificar una vida para evitar un «disgusto» a los padres? Hablamos aquí de aborto, por ejemplo, para evitar que la madre o el padre se sientan deshonrados. O el hijo, que sufre un accidente cuando se entera que su padre o madre están enfermos y muere antes que ellos porque entró en la dinámica de «prefiero irme yo antes que tú». Bert Hellinger dice que los accidentes no son «accidentales» y que hay inconscientemente una necesidad de expiación o una dinámica que llevan a la persona a esa situación.

Cuando un hijo (o una hija) tienen buena conciencia no crecen, no pueden ser felices porque viven tratando de hacer felices a sus padres, olvidando que hemos llegado a la vida para que nuestros padres nos hagan felices.

Cuando en los seminarios y talleres que imparto surge este tema, también aparece la pregunta: los hijos ¿Cómo saben que vinieron a ser felices? Es una pregunta interesante y profunda. Mi respuesta, invariablemente, es: ¿y para qué otra cosa habríamos de venir a la vida si no es para ser felices? ¿Quién debe hacer feliz a otro? ¿El niño al adulto o el adulto al niño?

Recito la poesía maravillosa de Kahlil Gibran que transcribo a continuación, e inmediatamente surgen lágrimas emocionadas.

Tus hijos no son tus hijos, son hijos e hijas de la vida deseosa de sí misma.

No vienen de ti, sino a través de ti, y aunque estén contigo, no te pertenecen.

Puedes darles tu amor, pero no tus pensamientos, pues ellos tienen sus propios pensamientos.

Puedes abrigar sus cuerpos, pero no sus almas, porque ellas viven en la casa de mañana, que no puedes visitar, ni siquiera en sueños.

Puedes esforzarte en ser como ellos, pero no procures hacerlos semejantes a ti porque la vida no retrocede ni se detiene en el ayer.

Tú eres el arco del cual tus hijos, como flechas vivas, son lanzados.

Deja que la inclinación, en tu mano de arquero, ¡sea para la felicidad!

Pues aunque Él ama la flecha que vuela, ama de igual modo al arco estable.

Muchas de esas lágrimas son derramadas por papás que se dan cuenta de cuánto exigen a sus hijos. Es como si a través de ellos vieran a sus propios padres y madres. Todos nos emocionamos como hijos percibiendo aquello que fue, con dolor lo que no fue, y anhelando lo que pudiera haber ocurrido en nuestras vidas.

Sin embargo, es posible ser felices aun en el último instante de nuestra existencia. Como dijo Milton Erickson, el padre de la hipnosis, «Nunca es demasiado tarde para tener una infancia feliz». Por mi parte, he verificado que la sensación corporal de estar en mi lugar es de plenitud, sosiego, calma y de una profunda fuerza… de sentir que soy capaz de lograr todo aquello que me proponga.

Los órdenes del amor enunciados por Hellinger nos muestran que no solo pertenecemos a una familia sino a una sociedad, a una cultura, y que hay lazos invisibles que unen a todos los seres humanos. Esos órdenes, enunciados como pertenencia, jerarquía y equilibrio, me permiten a través de su observación permanente (por encontrarse impregnados en mi ser y adoptados como una filosofía para la vida) revisar los mandatos familiares, comprenderlos dentro del contexto donde surgieron y apartarme de los que no me sirvan, sabiendo que me encuentro en la capacidad de poder hacerlo de una forma diferente, en mi tiempo, en mi cultura actual y en mi situación. No mejor, sino diferente.

Cuando califico como mejor o peor estoy excluyendo algo que fue, algo que pasó o una conducta y, al excluir, dejo de respetar el orden del que hablamos, ya que los que llegaron antes que yo a la vida tienen prioridad y, por lo tanto, al juzgarlos me estoy poniendo en un plano de superioridad. Cuando voy en contra de los órdenes del amor, el resultado siempre es catastrófico, en el sentido de que se aleja cada vez más de mí aquello que quiero lograr.

También sabemos que los problemas del presente no resueltos pasarán como conflictos a las generaciones que nos siguen y que, al transformar la imagen interna, desordenada e incompleta que nos produce dolor y sufrimiento a través de una constelación, sin saberlo, también se están ordenando otras imágenes que tenemos en nuestro inconsciente.

En una constelación se pudo observar cómo una mujer joven, que no logra formar pareja, posiciona al participante que representa a su madre delante de ella. La madre no hace ningún gesto de reconocimiento hacia la hija y esta guarda distancia de la representante de la madre. Tiene un gesto de dolor y, a su vez, desesperación en su rostro; sin embargo no habla, no llora, solo la mira por un largo rato. Detrás de su madre coloca una mujer; se miran pero esta mujer no hace ningún gesto, no muestra emoción, es como si estuviera dormida con los ojos abiertos. Una cuarta mujer es colocada en la hilera y mira con mucho amor a la tercera en la línea, quien sería su hija y abuela de la primera mujer. Se miran como desconocidas por largo rato, hasta que de pronto la mayor rompe en llanto, se abrazan como una madre abraza a su hija, con amor, con los brazos de una sobre los hombros de la otra. Finalmente, dejan de llorar y se contemplan emocionadas, se reconocen como madre–hija; luego se produce el mismo fenómeno entre esta y la mujer que sigue, y luego de haberse producido un reencuentro entre bisabuela, abuela y madre, esta última mira nuevamente a su hija y ella le dice: «Yo desisto».

Desisto, mamá, de hacerte feliz. Es lo implícito que actuaba entre ambas, la hija desiste de hacer feliz a su mamá, deja de luchar para lograr algo que debió haberse producido entre su madre y su abuela y no fue; una vez dicha la declaración con una convicción que surgió desde lo más profundo de su ser, su madre la mira como por primera vez, le abre sus brazos y la consultante se entrega al abrazo y a ese amor.

Esta fue una constelación sumamente conmovedora; la bisabuela murió en un parto, no pudo ser mamá para su hija; la hija fue madre a los quince años, demasiado joven y sin herramientas como para poder dar a su hija aquello que no pudo recibir de su mamá; y esa situación llevó a que la tercera generación se sintiera no vista, no reconocida, y no pudiera tomar a su madre.

El hecho de la muerte prematura de una bisabuela, actuando en el presente en su bisnieta, entre otras consecuencias puede producir que esta no encuentre pareja. «Encontrar pareja» es algo que toda persona tal vez pueda lograr, sin embargo Hellinger diferencia esta acción de la de «un hombre o una mujer que se quede conmigo».

También sabemos ahora, gracias a las comprensiones de Bert Hellinger, que muchas veces somos inconscientes representantes de sucesos del pasado.

Al hablar de comprensiones me refiero a los principios denominados Órdenes del Amor llevados a todos los planos. Si miro la familia puedo preguntarme cuándo me siento bien como hija o hijo y la respuesta es: cuando puedo ser la hija de mis padres y mis padres pueden ser mis padres ante mí, por ejemplo.

Esto tan simple de enunciar es todo un desafío porque, por lo general, no es así. Cuando un niño llega a la vida (y hemos constelado bebés recién nacidos) vemos que por amor –amor ciego– a su madre o padre, puede estar identificado con una pareja anterior muy importante de uno de ellos; con aquel abuelo o abuela que no estuvo de acuerdo con el matrimonio de sus padres, con un amante o con alguien que formaba parte de su sistema familiar y se fue pronto de la vida.

Entonces, la felicidad es enorme al verificar en una constelación que cuando elijen representantes para sus padres y para ellos y les pido que se ubiquen en el campo de conocimiento –que es la parte interna del círculo donde nos encontramos sentados en un taller–, y no doy ninguna otra indicación, la hija se coloca delante de los padres y no detrás de estos.

Y este comentario, aun para quienes asistirán a un taller, es absolutamente irrelevante ya que, una vez en el sitio, lo olvidarán completamente y los representantes se dirigirán al lugar donde sienten que están cómodos y allí observaremos cómo ese sistema se encuentra en ese instante.

También me puedo preguntar: ¿esta propuesta laboral es buena para mí? Y la respuesta es simple: si es fácil cómo llega a mí, me da alegría y no produce conflicto, significa que sí.

Lo que es para mí es fácil, simple y me da alegría. Si debo «empujar el río», como dice Hellinger, mejor que abandone el proyecto.

Si miro a un niño en la escuela puedo preguntarme cómo puede aprender. Y entonces viene a mí la frase de Angélica Olvera: «Solo un corazón agradecido aprende»; y agrego: ¿cómo se puede ir por la vida con el corazón agradecido? Cuando he tomado lo que cada persona que llegó a mi vida me entregó como un regalo. Y entonces puedo dar las gracias a mis abuelos, padres, maestros, colegas, alumnos.

Las constelaciones ponen en escena el movimiento del alma familiar. A veces utilizo la imagen de un lago con sus aguas en calma; de pronto cae en él una piedra y las ondas del impacto se van expandiendo y extendiendo hasta llegar a su orilla; es un movimiento circular que mueve el agua en todas las direcciones. Si lo comparo con el trabajo de constelaciones es hacer visible el movimiento en todas las direcciones –lo transgeneracional y lo intergeneracional– y también, aunque no lo vea a simple vista, en lo profundo.

Como hijos somos un eslabón en la cadena de generaciones y la necesidad de pertenencia al sistema nos obliga a saldar las deudas del pasado. Se trata de una particular forma de lealtad que nos impulsa a repetir, lo queramos o no, lo sepamos o no, situaciones agradables o acontecimientos dolorosos. Reiterar hechos, fechas o edades que han construido nuestra historia y la de quienes nos preceden es una forma de ser fieles a nuestras tradiciones familiares y a los hechos, gestos y tragedias.

En nuestro corazón hay una necesidad de diferenciar quién es el bueno y quién es el malo en una relación. Cuando miro a lo profundo de mi ser, comprendo que lo bueno y lo malo están en mí. Entonces, gracias a esa comprensión, me doy cuenta de que todos somos iguales, ni buenos ni malos, y que las exclusiones de los malos del sistema son la causa de las enfermedades, el dolor, el sufrimiento, la falta de éxito, de pareja, de vivir sin amor…

¿Quiénes son los buenos? Los que responden a los mandatos del sistema, los que cuando me hablan, me hablan de los «habría que», «deberías», «tendrías que», por ejemplo. ¿Y quiénes son los malos? Los que se niegan a responder a los mandatos por la razón que sea. Los buenos son los que tienen buena conciencia y los malos tienen mala conciencia.

Sin embargo, gracias a los que tienen mala conciencia en un sistema, se crece.

Responder ciegamente a los mandatos familiares y hacer siempre lo que se considera correcto y bueno, hace que no crezcamos. El premio es que todos los que pertenecen al sistema nos miran con buenos ojos; la pertenencia es el premio de tener buena conciencia.

Cuando tengo mala conciencia porque no respondo a los mandatos familiares (por considerarlos obsoletos o fuera de tiempo) pero sabiendo que podría hacerlo diferente, surge la culpa como consecuencia de hacerlo distinto. Entonces, tengo mala conciencia y miedo a dejar de pertenecer por eso, y ahora, para seguir perteneciendo al sistema y no ser excluida, debo hacer algo bueno por él.

Ni siquiera me refiero a cuestiones muy difíciles; podemos ver en lo cotidiano estos hechos que nos atañen a todos.

Una hija a los viente años pide permiso a los padres para vivir sola cerca de su trabajo y estudios. Los padres dicen: «De esta casa sales casada o muerta»; la hija al año se casa con un compañero de facultad. Respondió a la consigna o mandato dado por los padres; al graduarse se divorcia. Se va a vivir sola. Aquí se produce nuevamente el conflicto. Como vemos, sus decisiones desde los veinte años están marcadas por el vaivén entre la buena y la mala conciencia. ¿Qué hace entonces para ser mirada con buenos ojos? No vuelve a tener pareja.

¿Cómo solucionamos esta situación? Cuando la persona lo pide y se da cuenta de que no encuentra por sí misma la solución. El Constelador la acompaña a «darse cuenta» y tal vez en una sesión pueda observar sus comportamientos, conductas, decisiones y evaluar los resultados.

¿Sus padres actuaron bien? ¿Mal? ¿Ella actuó bien? ¿Mal? Si nosotros miramos desde la óptica de bueno/malo, siempre habrá un bueno y un malo; si miramos dándonos cuenta de que siempre las personas actúan por amor, no habrá ni malos ni buenos, veremos lo que es y eso podemos reconciliarlo en nuestro interior.

Las constelaciones familiares nos permiten estar en sintonía con el sistema al que pertenecemos y reconocer nuestro lugar y derecho a pertenecer a él, incluir a los excluidos, tomar lo bueno y lo difícil que hemos recibido.

La mejor forma de honrar a nuestros ancestros y agradecerles la vida que hemos recibido de ellos es encontrar nuestro lugar en la familia, honrar y tomar en nuestro corazón a quienes nos precedieron y, luego, pasar la vida haciendo algo bueno por otros, abrir nuestro corazón y entregar algo de lo mucho que hemos recibido.

Hablamos antes de agradecimiento. Recibir la vida nos deja en desventaja con nuestros padres ya que, como regalo, tenemos la necesidad interna de compensarlo. Además, de ellos o de las personas que cumplen esos roles (a veces no somos criados o educados por nuestros padres, por las razones que sean) hemos recibido cuidados, protección, alimento, amor.

Cuando hablamos de entregar, nos referimos en primer término a la Vida. Es un regalo. Un obsequio inmenso y, si bien no lo hemos pedido, lo recibimos y está en nosotros hacer algo para compensarlo. Sin embargo, no es a nuestros padres a quienes debemos devolverles el regalo: se lo debemos pasar a otro u otros, dando vida a su vez.

Muchas personas confunden dar vida con ser padres o madres. Damos vida cada vez que hacemos algo bueno por otra persona, que enseñamos algo, obramos bien, alentamos a alguien, incluso cuando cuidamos el entorno en que vivimos y a nosotros mismos.

Cuando hablamos de sistema, nos referimos al sistema de origen que conformamos con nuestros hermanos y hermanas, nacidos o no, nuestros padres y sus padres; a veces incluimos en las constelaciones a la familia más extensa, por ejemplo a los hermanos de nuestros padres, primera esposa de un abuelo o esposo de una abuela o parejas importantes de ellos y, por supuesto, también de nuestros padres; los que hicieron algo bueno por nuestro sistema y los que hicieron algo en contra de algún miembro de la familia.

El sistema actual lo conforman las parejas que hemos tenido y tenemos, los hijos nacidos y no, los que nacieron y murieron pronto y nosotros.