
Viaje al centro de la Tierra de Julio Verne (1864)

Si eres un aventurero nato interesado en la mineralogía, no lo dudes más: prepárate para la expedición más delirante de la historia de la humanidad… ¡hacia el centro del planeta Tierra! El primer explorador en completar este arriesgado periplo fue Arne Saknussemm, un célebre alquimista del siglo XVI. Aunque sus obras fueron quemadas en 1573, cuando lo persiguieron por herejía, pudo salvaguardar sus apuntes sobre el núcleo terrestre escondiendo un mugriento pergamino en un manuscrito rúnico del siglo XII. No fue hasta trescientos años más tarde cuando el maestro Lidenbrock de Hamburgo descubrió los escritos de este sabio islandés y, acompañado de su sobrino Axel y del cazador de eiders Hans, pudo repetir el viaje hasta el centro del globo, cuya entrada se ubica en el estratovolcán islandés Sneffels, de cinco mil pies de elevación y extinguido desde 1219.
Aunque los exploradores decimonónicos tardaron semanas en recorrer por tierra y mar la distancia entre Hamburgo y Reikiavik, en la actualidad, los audaces aventureros tan solo tienen que coger un avión rumbo a la capital de Islandia. Pero ¡no por eso es menos arriesgada la travesía!: de hecho, aunque la publicación de los diarios de este viaje en 1864 popularizaron la excursión, su peligrosidad es tal que ningún valiente ha sido capaz de renovar la proeza.

Una vez aterrices en Reikiavik, deberás contratar un guía local que te oriente por este gélido país. Te esperan siete u ocho días de marcha por fiordos y otros terrenos pantanosos hasta llegar a la aldea de Stapi, ubicada al pie del imponente volcán. Pero no te desanimes: a lo largo de las veintidós millas danesas que separan este lugarejo de unas treinta chozas de la capital podrás hospedarte en algún boer solitario hecho de madera, tierra y lava. Tras un merecido descanso, prepárate para ascender entre los violentos remolinos de piedra pómez pulverizada, arena y polvo del mistour por las empinadas vertientes del Sneffels.
Cuando llegues a la ansiada cima, divisa a lo lejos Groenlandia, cuyos osos blancos viajan a Islandia embarcados en témpanos de hielo. Baja sin demora hasta el cráter por elipses prolongadas, donde se abren tres chimeneas de unos cien pies de diámetro. Desciende por el tubo central hasta situarte al nivel del océano, para luego continuar hasta una oscura galería decorada por estalactitas: maravíllate ante estas ramas de lava y cristales de cuarzo opaco, suspendidas en la bóveda como lámparas de araña. Frente a una encrucijada, ¡no sigas por el túnel del este!, pues no hallarás el agua necesaria para poder proseguir con tu viaje.

Avanza sigilosamente por el túnel del oeste hasta que escuches el murmurar de un torrente a través del granito. Resquebraja la pared para que fluya este río subterráneo, bautizado como Hansbach en honor al estoico guía de la expedición Lidenbrock.
Sigue el arroyo por un pozo de pendientes acentuadas hasta situarte debajo del basto océano. Cuando alcances la espaciosa gruta habrás llegado a tu primer destino: el mar de Lidenbrock.
No te acobardes ante tan vasta extensión de agua: es hora de estudiar este melancólico universo coronado por una bóveda de granito encapotada en lugar de un cielo. Afilados peñascos iluminados por una especie de aurora boreal cortan la costa de esta playa inclinada, donde olas violentas arrastran con ellas miles de diminutos caparazones. A unos quinientos pasos tropezarás con una espesa arboleda de monumentales marrubios, sagitarias y helechos —inmóviles a pesar de las intensas ráfagas de aire—, para luego desembocar en un paranormal bosque de hongos blancos ¡de entre treinta y cuarenta pies de altura!
Construye una balsa y hazte a la mar desde la ensenada Graüben para ver flotar luengas serpientes y diminutos esturiones; además, puede que incluso presencies la más temible batalla marina de todos los tiempos, entre un ictiosauro (con hocico de marsopa, cabeza de lagarto y dientes de cocodrilo) y su más férreo enemigo, el plesiosauro (una gigantesca serpiente escondida bajo la concha de una tortuga). Al llegar a la otra orilla, más allá del islote Axel, costea a pie durante una milla hasta alcanzar un extenso cementerio de osamentas en el que se acumula toda la historia de la vida animal. Pero no solo monstruos antediluvianos cubren esta llanura, sino también esqueletos humanos. Tras otra media hora de camino, alcanzarás un inmenso bosque de enormes vegetales extinguidos, donde habita un rebaño de mastodontes vivos y ¡un ser humano de doce pies y melena semejante a la de un elefante de las primeras edades! Si consigues huir de este terrorífico ser, navega rumbo al cabo Saknussemm, entre cuyas rocas se halla el túnel de vuelta al exterior.

Pero ve con cuidado, pues la única salida es ascender empujado por la lava ardiente de una erupción hasta ser despedido por la boca del volcán Stromboli. (Recomendamos hacer turismo tras este sorprendente aterrizaje en tierras italianas.)
Un termómetro centígrado de Eigel.
Un manómetro de aire comprimido.
Un cronómetro de Boissonais.
Dos brújulas de inclinación y declinación.
Un anteojo de noche.
Dos aparatos de Ruhmkorff.
Carne concentrada y galleta seca para seis meses.
Nebrina y calabazas.
