ALBERT EINSTEIN

Albert Einstein (1879-1955), físico alemán considerado por muchos el científico más importante del siglo XX y entre los más relevantes de la historia junto a Newton y Galileo. En 1905, cuando trabajaba en la Oficina de Patentes de Berna (Suiza), publicó su teoría de la relatividad especial, y posteriormente dedujo la ecuación más conocida de la física, la equivalencia masa-energía: E=mc2. Ese año publicó otros trabajos que sentarían algunas de las bases de la física estadística y de la mecánica cuántica, pero los científicos de la época no le prestaron demasiada atención. En 1916 Einstein formuló la teoría de la relatividad general —demostrada en 1919— y en 1921 ganó el premio Nobel de Física. Para escapar de la Alemania nazi emigró a Estados Unidos donde empezó a ejercer como profesor en el Institute for Advanced Study de Princeton hasta 1932. A lo largo de su carrera recibió numerosos doctorados honoris causa de universidades europeas y estadounidenses, así como muchas distinciones como la Medalla Copley de la Royal Society de Londres y la Medalla Benjamin Franklin del Instituto Franklin. Fue proclamado por la revista Time como el «personaje del siglo XX». Es autor de diferentes libros entre los que destacan El mundo como yo lo veo (Ediciones Brontes, 2011) o Sobre la teoría de la relatividad especial y general (Alianza Editorial, 2011).

1. El azar no existe. Dios no juega a los dados.
Eso que algunos llaman suerte no es otra cosa que la incapacidad de nuestra mente para conocer la causa de un suceso. Pero la causa siempre existe. Existe una Inteligencia Suprema (Mente Universal o Energía Divina o Poder Supremo o Fuente o Dios) que ordena el universo, que es infinita y todopoderosa, que está en todo y en todos, que todo lo sabe y con la que estamos en permanente comunicación. Y si hacemos que esa comunicación sea fértil, el Universo se convierte en un campo de posibilidades infinitas en el que se producen cosas extraordinarias que algunos llaman «milagros». Pero esos milagros, en realidad, no son otra cosa que un flujo de energía positivo entre nosotros y esa Inteligencia Suprema. Esa Inteligencia siempre está redefiniendo la realidad en función de ese flujo de energía, positiva o negativa, que recibe de nosotros y de los demás. Esa energía no es otra que nuestro inconsciente —aquello que creemos y que aceptamos como verdad— que busca expresarse a un nivel físico (material). Nuestro inconsciente es el canal que tenemos para comunicarnos con esa Inteligencia Suprema y que nos devolverá en forma de experiencias físicas aquello que alimentamos (creemos) a nivel inconsciente. Es la ley de causa-efecto o de acción-reacción.

2. Hay dos maneras de vivir la vida: una como si nada es un milagro, la otra, como si todo es un milagro.
El problema del ser humano es que está demasiado pegado a lo que percibe por los sentidos (conocimiento sensorial). Creemos que lo que vemos, oímos o tocamos es la realidad, sin darnos cuenta que esa visión es demasiado limitada y a veces incluso falsa. Los sentidos nos engañan. Por ejemplo, observando con nuestros ojos creíamos que la Tierra era plana, hasta que descubrimos que no era así sino redonda; o creíamos que la Tierra estaba quieta, hasta que descubrimos que gira alrededor del Sol. A los sentidos se les escapan muchas cosas. La realidad invisible es inmensamente más grande que la que los sentidos son capaces de captar. Sacamos conclusiones con los sentidos y nos equivocamos. Por eso, Einstein decía: «Si todos hiciéramos lo que somos capaces de hacer nos sorprenderíamos literalmente». Para vivir con plenitud en esta vida hay que trascender a la lógica y a los sentidos. Si te limitas a creer lo que ellos son capaces de apreciar y captar, te perderás muchas cosas. San Agustín, con gran agudeza, decía: «Los milagros no se producen en contra de la naturaleza, sino en contra de lo que sabemos de ella». No existen más milagros porque no creemos, somos totalmente escépticos respecto a nuestras posibilidades. Si no vemos no creemos, cuando el mundo funciona en sentido inverso: si no creemos no vemos. No es casual tampoco que la escritora Louise Hay dijese: «Los milagros son sólo la consecuencia de lo que nos atrevemos a creer».

3. Los grandes espíritus siempre han encontrado una violenta oposición por parte de las mentes mediocres.
Los grandes espíritus ven cosas que los demás no ven, su sensibilidad es superior, y eso les acarrea algunos inconvenientes. El problema de los mediocres es que no están dispuestos a salir de su mediocridad. Se empecinan en ella. Cuando se les plantea algo distinto, que va más allá de su ancho de banda, se encierran en sí mismos. No están abiertos a cuestionarse cosas, a preguntarse si «tal vez» o «por qué no» o «a lo mejor». No se bajan del burro. El físico alemán decía: «¡Triste época es la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio». Para desarrollarse, crecer y avanzar, hay que estar dispuesto a dejarse sorprender. A dejar nuestros paradigmas en la puerta del aula y entrar con una mirada limpia. La arrogancia y la soberbia intelectual son enemigas del avance científico y no científico. Tampoco es casual que dijese Einstein: «La mente es como un paracaídas, sólo funciona si la tenemos abierta»; o «dos cosas son infinitas: la estupidez humana y el universo, y no estoy realmente seguro de lo segundo».

4. Todo el mundo es un genio. Pero si juzgas a un pez por su habilidad de escalar un árbol pasará su vida entera creyendo que es un necio.
¿Te imaginas al portero Iker Casillas de delantero centro? ¿O al delantero Leo Messi parando balones? Seguro que no, pues lo mismo pasa con cada uno de nosotros. Todos somos buenos en algo, regulares en otras cosas y malos en unas cuantas más. Por tanto, tendremos más posibilidades de triunfar si concentramos nuestras energías en aquello que sabemos hacer mejor. Esto parece obvio, pero la experiencia dice que mucha gente no actúa así y pasa más tiempo trabajando sus carencias que sus virtudes, y el coste de oportunidad es elevado. El día tiene veinticuatro horas para todos y cada minuto que dedicas a aquello que no es tu especialidad se lo estás restando a aquello que sabes hacer mejor, con lo que no estás aprovechando todo tu potencial. No dejes que tu orgullo sea más grande que tu humildad, acepta tus debilidades y dedícate a sacarle brillo a tus fortalezas. Las cosas en las que no eres bueno no interesan a la gente. Las personas siempre buscamos referentes, y los referentes son aquellos que son expertos en algo. Gary Vaynerchuck, empresario del mundo startup, señala: «Apesto en el 99 por ciento de las cosas que hago, pero soy muy bueno en el otro 1 por ciento». En ese 1 por ciento está la clave de tu éxito. ¿Qué sentido tiene invertir tiempo y energía en aquello en lo que eres regular o malo? ¿No es mucho más difícil rentabilizar algo mediocre que algo que sea muy bueno? ¿No estará la gente más dispuesta a pagar por algo interesante que por algo que sólo es normal?

5. El mundo como lo hemos creado es un proceso de nuestro pensamiento. No puede ser cambiado sin cambiar nuestro pensamiento.
El hombre es un centro de pensamiento y puede originar pensamiento. Todas las formas que el hombre pueda crear a nivel físico han de existir primero en su mente. No puede dar forma a una cosa sin haberla pensado con anterioridad. Los pensamientos son realidades físicas. Todo pensamiento de una forma, sostenido en el tiempo y no contrarrestado por otros pensamientos, da lugar a la forma. El pensamiento proyectado provoca un giro de las energías creativas del Universo que trabajan a su favor. Para que ese pensamiento sea efectivo debe ir acompañado al mismo tiempo de acción coherente. En pocas palabras, por medio del pensamiento las cosas nos llegan; por medio de la acción las conseguimos. Por medio del pensamiento podríamos estar delante de una mina de oro, pero habría que cavar para obtener el metal precioso. ¿Cuál es la conclusión a todo lo que he creado? La da Einstein: «Somos arquitectos de nuestro propio destino». Somos dueños de nuestro destino porque somos dueños de nuestros pensamientos. Cuando el poeta Henley escribió «yo soy el dueño de mi destino, el capitán de mi alma», lo hizo en sentido poético. Pero hay mucho de ciencia en esas palabras. Podríamos decir que el universo funciona del siguiente modo: los pensamientos dominantes de nuestra mente magnetizados por la emoción —imagen mental o prototipo espiritual— se transforman gradualmente en realidad física gracias a la colaboración del universo que pondrá todo lo necesario en nuestro camino para que esa realidad mental se convierta en realidad física.

6. No tengo talentos especiales, pero sí soy profundamente curioso.
Y eso podríamos decir que es casi todo lo que necesitamos para triunfar, curiosidad, porque la curiosidad es la que lleva al descubrimiento: a indagar, preguntar, corregir, y en última instancia, a llegar donde queremos llegar. El científico alemán apuntaba: «Lo importante es no dejar de hacerse preguntas. La mayoría de la gente dice que es el intelecto lo que hace a un gran científico. Están equivocados, es el carácter». Ese carácter de inquietud es el que empuja a seguir buscando sin descanso. Por eso, él mismo concluía: «No es que sea muy inteligente, es que estoy con los problemas más tiempo». Simple. No hay más. Quien busca, si persevera, encuentra. Si quieres aprender y avanzar, saca a paseo tu curiosidad. Una frase más del físico alemán: «El que no posee el don de maravillarse ni de entusiasmarse más le valdría estar muerto, porque sus ojos están cerrados».

7. La imaginación es más importante que el conocimiento.
El conocimiento es limitado (lo que sabemos), la imaginación es ilimitada (lo que podemos llegar a saber). Einstein decía: «El verdadero signo de la inteligencia no es el conocimiento, sino la imaginación». Porque la verdadera inteligencia sabe que no existen límites, que los límites existen únicamente en la mente de quien los concibe. Nuestra mente es infinita, pero nuestras creencias —conocimientos inconscientes— nos encadenan. Así, añadía: «La lógica te llevará desde A hasta B. La imaginación te llevará a todas partes». Por eso, la mejor manera de aumentar nuestra imaginación, nuestro ancho de banda, es expandiendo nuestra realidad a través de juegos en los que no existan ningún tipo de restricciones. Las fantasías pueden parecer fantasías, pero son reales. No es casual que el premio Nobel afirmase: «Si quieres que tus niños sean inteligentes, léeles cuentos de hadas. Si quieres que sean más inteligentes, léeles más cuentos de hadas». Cualquier forma de provocación e invitación a la imaginación es un regalo para la inteligencia. ¿Y cómo mejorar nuestra imaginación (creatividad)? Algunas ideas al respecto: no rechazar nada de primeras, hacerse preguntas, considerar los problemas desde otro ángulo, beber de otras disciplinas, probar cosas sin esperar resultados, escuchar más, mezclar campos del conocimiento o fomentar la diversidad a través del intercambio de personas de diferentes culturas, sexos, profesiones o edades.

8. Una velada en la que todos los presentes estén absolutamente de acuerdo es una velada perdida.
El avance en la ciencia —y en cualquier otro campo— se produce fruto del desafío intelectual, y ese desafío intelectual tiene lugar cuando alguien te hace pensar o cuestionarte algo que te lleva a indagar más. Si todo el mundo presente en una sala piensa de la misma manera respecto a algún tema, poca creatividad puede surgir de ese encuentro. Ahora bien, ante la diversidad de fuentes y opiniones es esencial estar dispuestos a escuchar con respeto y sin juzgar, y a tratar de entender lo que plantea el resto de las partes. En definitiva, curiosidad intelectual. Einstein afirmaba: «Prefiero una actitud de humildad que se corresponda a la debilidad de nuestra capacidad intelectual para comprender la naturaleza de nuestro propio ser». No tengas miedo a la confrontación, porque de la confrontación surgen las mejores ideas. Una cometa vuela mejor al estar contra el viento. La confrontación nos lleva a pensar más y mejor, aunque nos incomode.

9. La debilidad de la actitud se vuelve la debilidad del carácter.
Si no vives como piensas al final acabas pensando como vives. Una actitud débil te transforma en débil. Y lo contrario también ocurre. No infravalores tu actitud diaria que se convertirá en hábito, y ese hábito se convertirá en tu destino. Einstein afina en este sentido: «El que es negligente con la verdad en las cosas pequeñas, no puede ser confiado en los asuntos importantes». Conviene no descuidarse a la hora de construir nuestros hábitos, porque pequeños descuidos continuados en el tiempo pueden no ser nada fáciles de contrarrestar después. Los hábitos nos convierten en mejores o peores personas; nos encumbran o nos empobrecen. Los hábitos lo son todo. Los millonarios son millonarios porque tienen hábitos de millonarios; las personas disciplinadas lo son porque han desarrollado el hábito de la disciplina; y las personas con buena salud lo son porque tienen hábitos saludables. Y así con todo.

10. No entiendes realmente algo a menos que seas capaz de explicárselo a tu abuela.
La sabiduría es sencillez y la sencillez no es otra cosa que capacidad pedagógica. Albert Einstein nos dejaba la siguiente reflexión: «La ciencia no es más que un refinamiento del pensamiento cotidiano. —Y añadía—: Si tu intención es describir la verdad hazlo con sencillez, y la elegancia déjasela al sastre. Hablo a todos de la misma forma, ya sea al basurero o al presidente de la universidad». La eficacia en la comunicación reside en buena medida en nuestra capacidad pedagógica. El barroquismo y el ornamento intelectual no hacen más que añadir ruido a las cosas. Se puede tener un gran sentido estético con una gran sencillez. Lo estético —la belleza— no tienen por qué ser patrimonio exclusivo de la complejidad. Las mentes más claras son las mentes más sencillas en sus explicaciones. Esto nos recordaba Einstein: «Cuando la solución es simple, dios está respondiendo».