Un auriga muy popular

El gobernador de la ciudad griega de Tesalónica metió en la cárcel a un auriga del circo, muy querido de la multitud. Las circunstancias de la detención no son bien conocidas. Según la versión más extendida, se cree que el magister militum (un rango equivalente al de Capitán General) de la prefectura, un tal Boterico, había recibido atenciones no deseadas por parte del famoso auriga. La respuesta de Boterico fue proceder a su arresto, aplicando la ley contra los actos homosexuales que Teodosio había promulgado ese mismo año. Existen otras versiones en las que el objeto de amistad del auriga era un sirviente de Boterico, aunque también circula otra explicación, para algunos menos incómoda, en la que el objeto de atención era una sirvienta.

Sea como fuere, el auriga dio con sus huesos en la cárcel, pero el pueblo no estaba dispuesto a renunciar a las exhibiciones que ofrecía cada vez que se celebraban carreras en el circo. Así pues, los fanáticos seguidores del auriga se amotinaron, asaltando los edificios públicos. En la algarada, el gobernador fue asesinado por las turbas enardecidas, así como el propio Boterico y algunos magistrados. El auriga fue liberado, es de suponer que abrumado por el aprecio mostrado por sus seguidores más radicales.

Teodosio, que se encontraba en Milán, tuvo noticia de lo que estaba ocurriendo en Tesalónica. El emperador se dejó arrebatar por la ira: «Ya que toda la población es cómplice del crimen, que toda ella sufra el castigo». Para Teodosio, la totalidad de la población era culpable de asesinato y, por tanto, era merecedora de ser condenada a muerte. El emperador sugirió que, para facilitar la aplicación de esta justicia expeditiva, los pretorianos atacasen a la multitud cuando estuviera concentrada en el circo.

Aunque Teodosio revocaría posteriormente la orden, el aviso llegaría demasiado tarde a la guarnición de la ciudad. Cuando los tesalonicenses se hallaban en el circo para asistir a la reaparición del auriga, los pretorianos cerraron todas las salidas del recinto. Comenzó entonces una degollina brutal, en la que los soldados asesinaron metódicamente a todos los espectadores.

El obispo de Tesalónica, Teodoreto, describió así la hecatombe: «Como en la cosecha de las espigas, fueron todos segados a la vez». La carnicería se prolongó a lo largo de cuatro horas, sin ninguna distinción de edad, sexo o grado de implicación en la revuelta.

La arena del circo quedó regada con la sangre de entre 7.000 y 15.000 inocentes. Aunque es probable que las crónicas exagerasen el número de víctimas, el alcance de la masacre fue, en cualquier caso, muy elevado.