El edicto de tesalónica

Pero en el año 380, con la promulgación del Edicto de Tesalónica, se iría un paso más allá, bajo el impulso del emperador Teodosio (347-395). El cristianismo pasaría a ser la religión oficial y única del Imperio, quedando estipulado en estos inequívocos términos:

«Queremos que todos los pueblos que son gobernados por la administración de nuestra clemencia profesen la religión que el divino apóstol Pedro dio a los romanos (...). Esto es, según la doctrina apostólica y la doctrina evangélica creemos en la divinidad única del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo bajo el concepto de igual majestad y de la piadosa Trinidad. Ordenamos que tengan el nombre de cristianos católicos quienes sigan esta norma, mientras que los demás los juzgamos dementes y locos sobre los que pesará la infamia de la herejía. Sus lugares de reunión no recibirán el nombre de iglesias y serán objeto, primero de la venganza divina, y después serán castigados por nuestra propia iniciativa, que adoptaremos siguiendo la voluntad celestial».

Mediante este edicto, la libertad de culto era suprimida y cualquier otra práctica religiosa era susceptible de ser perseguida. A partir de entonces, una religión monoteísta, acompañada de unas determinadas normas morales, sustituía a un secular conglomerado religioso formado por dioses, deidades y lares domésticos, muchos de ellos de origen prerromano.

Pese a la oficialización del culto cristiano, las tensiones entre el poder político y el religioso aumentaron. Como máxima autoridad del Imperio, Teodosio incluyó al sacerdocio en el funcionariado del mismo, lo que en la práctica lo situaba bajo su autoridad, una autoridad que no era reconocida por los propios sacerdotes. A la vez, Teodosio jugaba con dos barajas, ya que hacía lo posible por proteger a los ahora semiclandestinos paganos de la persecución y el acoso de los cristianos, que exigían del emperador que pusiese fin a sus prácticas religiosas.

Esa resistencia de Teodosio a doblegarse ante la Iglesia venía dada por la débil penetración del culto cristiano entre las clases populares y los estamentos militares. Por esa época, contrariamente a lo que se suele creer, el cristianismo gozaba de una implantación mucho mayor entre las clases dominantes. Teodosio no quería granjearse la enemistad del pueblo llano, que continuaba celebrando ritos paganos, por lo que se esforzó en guardar un equilibrio que siempre resultaría precario.

Pero esa tensión entre el emperador y la Iglesia debía aflorar tarde o temprano. Lo haría con ocasión de una masacre sucedida precisamente en la ciudad que había alumbrado el edicto que oficializaba el culto cristiano: Tesalónica.