Capítulo I

LA GESTIÓN DE PROYECTOS

La gestión de proyectos es una actividad que está lejos de ser reciente o novedosa, aunque la adopción de las metodologías de gestión a nivel organizativo, en ámbitos no estrictamente de operaciones o ingeniería, no se generalizó hasta la década de los ochenta.
El primer proyecto que se identifica como tal data del 2550 a. C. y consistió en la construcción de la pirámide de Gizeh, pero no fue hasta el siglo XX cuando se inició la gestión de proyectos tal y como la entendemos hoy en día. En los años sesenta del siglo pasado, la gestión de proyectos inició su normalización con la creación de organismos internacionales que elaborarían sus primeras metodologías durante la década de los ochenta. Esto marcó un punto de inflexión en la disciplina, que dejó de considerarse como una parte integrada en la gestión técnica del proyecto y convirtió al project manager o ‘director de proyecto’ en un gestor, más que en un experto técnico.
Los proyectos y su gestión están presentes en las bibliotecas —tanto públicas como universitarias, especializadas o escolares—, en los centros de documentación y en la cartera de servicios que ofrecen los profesionales de la Información y la Documentación. Las bibliotecas realizan, entre otros, proyectos de conversión de catálogos, creación de repositorios digitales, definición de nuevos servicios para usuarios o diseño de aplicaciones y sistemas de información; por tanto, requieren de profesionales que tengan habilidades propias en la gestión de proyectos.
Aunque en el día a día de una biblioteca, centro de documentación o unidad de información, las operaciones representan un mayor porcentaje de actividad que los proyectos, estos cada vez tienen más presencia. Algunos proyectos pueden parecer aparentemente actividades repetitivas, como la digitalización de colecciones; pero siempre hay variables que harán único cada proyecto de digitalización, como es la tipología documental de la colección, la tecnología utilizada o el mismo equipo de trabajo. Esta singularidad convierte su gestión en una disciplina estimulante que plantea demandas siempre diferentes a sus directores.
Entonces, ¿de qué hablamos cuando hablamos de un proyecto?; ¿qué lo diferencia de las actividades que realizamos de forma periódica?; ¿qué implicaciones tiene gestionarlo?

1. ¿Qué es un proyecto?

Con el término proyecto nos referimos a aquella actividad que se realiza para dar respuesta con un producto o servicio único y concreto a una idea, un problema o una oportunidad identificada.
Un proyecto ha de permitir pasar de una idea genérica a un producto o servicio concreto; pero, para considerarlo como tal, no es imprescindible que acabe en la ejecución, producción o realización de dicho servicio o producto, ya que también se puede limitar exclusivamente a su diseño.
Es decir, un proyecto puede consistir en el diseño de un producto o servicio, en su realización o en ambas acciones. En el caso del desarrollo de aplicaciones, por ejemplo, el proyecto puede implicar el diseño conceptual de la aplicación que quiere desarrollar el cliente identificando necesidades, alineando esas necesidades con la estrategia del cliente, recopilando los requisitos y detallando sus funcionalidades, pero el diseño podría ser desarrollado posteriormente por otra organización.
Si analizamos algunas de las definiciones que proponen las metodologías en gestión de proyectos más consolidadas, como PMBOK o PRINCE2, se pueden identificar algunos elementos comunes que podemos considerar como características esenciales.
«Un proyecto es un esfuerzo temporal que se lleva a cabo para crear un producto, servicio o resultado único».
PMBOK (PMI, 2013, pág. 3)
«Un proyecto es una organización temporal que se crea con el propósito de entregar uno o más productos comerciales según un Business Case acordado».
PRINCE2 (OGC, 2009)
En primer lugar hay que considerar su carácter temporal. Independientemente de su duración —dos meses o cinco años—, todo proyecto debe estar claramente identificado por una fecha de inicio y una fecha de finalización. Y, en segundo lugar, debe tener un objetivo único y estar orientado a la búsqueda de un resultado concreto mediante el uso de recursos y de un presupuesto determinado.
Además de estas dos características centrales, se debe tener en cuenta que los proyectos se caracterizan por ser elaborados de forma progresiva a través de iteraciones. Estas comprenden actividades relacionadas entre sí que han sido planificadas, supervisadas y que se van superando teniendo siempre como horizonte la fecha de finalización. Los proyectos requieren de equipos ad hoc, constituidos específicamente para la ocasión y que trabajan de forma orientada a alcanzar un objetivo común, el del proyecto.
En el ámbito de la gestión de la información y el conocimiento, encontramos diversas definiciones de proyecto, y todas ellas coinciden con los elementos comunes que hemos destacado: un esfuerzo temporal, de duración limitada, que se sirve de recursos específicos para conseguir un objetivo específico (Vinopal, 2012).
Estas características básicas nos ayudan a diferenciar de forma muy clara los proyectos de las operaciones. Nos referimos a aquellas actividades de carácter repetitivo y continuo que desarrollamos en nuestra organización y que fácilmente podemos diagramar como proceso. Son actividades que no están orientadas a un objetivo único como sí lo está un proyecto, sino que están orientadas al rendimiento o al mantenimiento del negocio. Son actividades permanentes, continuas y desarrolladas por un equipo que mantiene la estructura funcional de la organización.
Cada vez es más frecuente que las actividades de las organizaciones se estructuren en proyectos. Estos pueden presentar una tipología muy diversa dependiendo de la variable con que los clasifiquemos: grado de impacto y frecuencia (Corrall, 2000), cliente interno o externo, o carácter estratégico y nivel de complejidad (Allan, 2004).
El hecho de tratarse de un proyecto interno o externo es un condicionante clave en la gestión del mismo. Se considera un proyecto interno el que se realiza dentro de la propia organización con objetivos y recursos propios, y externo el que se realiza por encargo de un cliente con recursos propios y ajenos. Las principales diferencias a tener en cuenta a la hora de gestionar un proyecto, según se trate de un tipo u otro, son la gestión de los recursos y de la comunicación. La clave en la gestión de los proyectos externos reside en la clara definición de los objetivos, mientras que en los internos nos centraremos más en la gestión de los recursos. En los proyectos internos, los recursos tienden a ser mayoritariamente escasos —siendo una de las razones de fracaso de muchos de ellos—, mientras que se tiende más a lograr una dotación de recursos adecuada a las necesidades en el caso de los proyectos externos.
En lo que se refiere a la comunicación, en los proyectos internos se centra principalmente en el flujo de información entre los miembros del equipo, mientras que en los externos el cliente es un foco de atención clave en las acciones comunicativas.
Por otra parte, con la generalización de la gestión de proyectos en el ámbito profesional se tiende a hacer un uso indistinto de diferentes conceptos que en este punto consideramos importante diferenciar. Estos son: proyecto, programa y portafolio o dossier.
Es importante la diferenciación entre estos conceptos, ya que el foco de atención de su gestor o responsable es muy diferente. El gestor del proyecto se centra en gestionar lo asignado para cumplir con los objetivos específicos del mismo usando de forma eficiente los recursos y cumpliendo con los costes y tiempos previstos, mientras que el gestor del portafolio de proyectos o de programa se centra en los resultados acumulativos de un conjunto de proyectos analizados de forma comparativa y en garantizar el entorno adecuado para que estos proyectos puedan obtener el mejor rendimiento. Para más información sobre la gestión de programas o portafolios, sugerimos consultar Vinopal (2012).

2. ¿Qué es la gestión de proyectos?

Una vez identificado de qué hablamos al referirnos a proyectos y cómo podemos diferenciar un proyecto de aquellas actividades más rutinarias de una organización —las operaciones—, nos centraremos ahora en introducir los elementos básicos de la gestión de proyectos que serán desarrollados en los capítulos posteriores.
Cuando hablamos de gestión de proyectos, nos estamos refiriendo a aquellas metodologías o prácticas que nos han de servir para pasar de esa necesidad o problema que ha surgido en la organización a la solución, producto o servicio esperado. Dicho en otras palabras, la gestión de proyectos es el proceso que nos permite planificar, programar y controlar las actividades que se deben realizar mientras dure el proyecto para alcanzar los objetivos definidos. Si como decíamos, un proyecto corresponde a aquel esfuerzo necesario para convertir una necesidad en un producto o servicio, la gestión de ese esfuerzo debe dar respuesta a cuatro preguntas básicas: ¿qué?, ¿cómo?, ¿cuánto?, ¿cuándo?
Si analizamos la siguiente definición de Project Management Body of Knowledge (PMBOK), podemos identificar una serie de elementos clave:
«La dirección de proyectos es la aplicación de conocimientos, habilidades, herramientas y técnicas a las actividades del proyecto para cumplir con los requisitos del mismo».
PMI (2013, pág. 5)
En primer lugar, cuando gestionamos un proyecto es importante tener claramente identificados los requisitos, es decir, cuáles son las necesidades y las expectativas, cuantificadas y documentadas, de nuestro cliente y demás interesados en el proyecto. En segundo lugar, es igualmente importante definir unos objetivos para el proyecto que sean claros, específicos y realizables, es decir, que cumplan con los criterios SMART, que trataremos más adelante en el capítulo «¿Qué proceso se ha de seguir?».
Gestionar un proyecto requiere de habilidades y conocimientos específicos que implican buscar un equilibrio entre los diferentes elementos que pueden restringir el proyecto: el alcance, el tiempo, el presupuesto del que disponemos, los requisitos de calidad que se han marcado, los recursos disponibles, etc. La gestión de proyectos es una metodología que necesita la implicación de diferentes ámbitos debido a su carácter multidisciplinar, tal y como reconoce Abadal (2004) —que desarrollaremos más adelante cuando tratemos las áreas de conocimiento implicadas en la gestión de proyectos.
La gestión de las restricciones del proyecto va a ser una de las tareas más importantes y frecuentes de un gestor de proyecto. Tradicionalmente, se utilizaba el concepto de triple restricción para hacer referencia a aquellos elementos críticos que podíamos considerar como restricciones a nuestro proyecto y que se había de gestionar de forma equilibrada, esto es, mediante el alcance, el coste y el tiempo. Visualmente se representaba con un triángulo equilátero en el que los tres vértices correspondían a cada uno de los elementos (figura 1). El arte de la gestión consistiría así en mantener el equilibrio entre los elementos, que están claramente interrelacionados entre ellos y son interdependientes.
Cuando en un proyecto se propone incrementar su alcance, es decir, el trabajo que hay que realizar, ya que se quieren incluir nuevas tareas, este cambio puede tener un impacto directo en costes, si se opta por utilizar más recursos —humanos y de equipamiento—, o un impacto tanto de tiempo como de costes, si se opta por mantener el mismo número de recursos dedicados al proyecto durante más tiempo.
Actualmente el concepto de la triple restricción se ha ido ampliando al incorporar otros elementos que se consideran también críticos en un proyecto: los recursos, los riesgos y la calidad, así como los interesados, que adquieren un papel central —como veremos más adelante en el capítulo «¿Qué proceso se ha de seguir?».

Figura 1. Triple restricción

Fuente: Elaboración propia

Para gestionar un proyecto es necesario definir su ciclo de vida, y este dependerá de diversas variables, como el sector en el que trabajamos o el nivel de complejidad del proyecto. Para facilitar esta gestión, las metodologías nos sirven de gran apoyo, como veremos en el capítulo «Metodologías en la gestión de proyectos».
El éxito de un proyecto no está siempre garantizado y se mide de una forma diferente en cada caso. Los motivos de fracaso más frecuentes son:
La literatura sobre factores de fracaso de los proyectos es muy extensa, pero, simplificando, se pueden identificar como las principales causas de fracaso:

3. La gestión de proyectos en el ámbito de la Información y Documentación

Los profesionales de la Información y Documentación están involucrados en la gestión de proyectos, ya sea por la propia naturaleza de las actividades que desarrollan, como diseñar y planificar nuevos servicios, nuevos productos o reformar los existentes; o bien, debido a la voluntad de servicio y planificación para adecuarse a las necesidades de los usuarios.
La gestión de proyectos en bibliotecas, archivos, museos, etc. no suele estar muy profesionalizada y frecuentemente es asumida por personal del centro que adquiere la función de director de proyecto (Horwarth, 2012). Este no siempre ha recibido la capacitación adecuada para aplicar criterios o herramientas de gestión que permitan que el proyecto sea gestionado de forma eficiente y efectiva.
Por otra parte, los profesionales de la Información que trabajan en algunos sectores como el farmacéutico, la construcción o la tecnología, sí que suelen estar más familiarizados con la figura del gestor del proyecto como categoría o puesto de trabajo, así como con la oficina de Proyectos como estructura en la organización dedicada a la gestión de proyectos.

4. Tipología de proyectos

Es imprescindible diferenciar de entrada dos grandes tipos de proyectos:
Además, según su orientación, también podemos distinguir: proyectos de novedad o de reforma, estratégicos u operacionales, solos o en cooperación y simples o complejos.
A continuación vamos a ofrecer una pincelada de las características básicas de los proyectos de investigación, dado que a lo largo del libro desarrollaremos en profundidad los proyectos profesionales.

4.1. Proyectos de investigación o académicos

Un método ayuda a dar respuesta a una pregunta científica y sirve para diferenciar un proyecto profesional de un proyecto de investigación, además de la finalidad de estos últimos de crear conocimiento.
Podemos clasificar los métodos de investigación según los objetivos que se persiguen en: investigación descriptiva, correlacional, explicativa y exploratoria; y, según la aplicabilidad, en básica y aplicada (Pérez-Montoro, 2008):
Por otra parte, según el método de análisis seguido, podemos distinguir entre investigación cualitativa, cuantitativa y mixta:
Por su parte, el proceso de investigación se puede dividir en dos partes muy diferenciadas: por una parte, lo que definiría la base del proyecto independientemente del formato o requisitos finales —que denominamos estructura—; y, por otra parte, su elaboración, es decir, la concreción del proceso en unos requisitos específicos.
Como ejemplo, una propuesta de secciones para un proyecto de investigación puede ser la siguiente:

4.2. La gestión de proyectos como materia de estudios universitarios

Según Cobo (2016), la gestión de proyectos está incluida en los planes de estudio de noventa y nueve titulaciones de treinta y siete países, con un porcentaje elevado en el continente americano y en Francia y Alemania. Son principalmente los estudios de tipo presencial (63 %) los que ofrecen estas asignaturas en universidades públicas. Este dato ya se reflejaba en Cobo (2014), que concluía con la existencia de un predominio de esta materia en los estudios de grado y en universidades del sector público. A pesar de ello, consideramos que es determinante saber gestionar proyectos, ya que sirve tanto a nivel personal como profesional y/o académico. La formación en gestión de proyectos implica la adquisición de una serie de conocimientos teóricos y prácticos en gestión, así como de habilidades interpersonales y de comunicación que permiten un desarrollo más integral del profesional de la información y la documentación. Los programas de formación deberían facilitar la adquisición de estas habilidades y conocimientos en las diferentes asignaturas combinándolas con experiencias de aprendizaje práctico en asignaturas específicas en gestión de proyectos.