Prólogo

 

 

 

El 16 de julio de 1936 al general Amado Balmes, comandante militar de Las Palmas de Gran Canaria, se le disparó una pistola cargada que se le había encasquillado y con la cual hacía ejercicios de tiro al blanco. Se preparaba, en estrecho contacto con Franco, comandante general del archipiélago con sede en Santa Cruz de Tenerife, a desencadenar el Glorioso Movimiento Nacional. Se trataba de poner fin a los meses de anarquía y violencia que habían culminado en el alevoso asesinato del gran patriota don José Calvo Sotelo. A pesar de todos los esfuerzos por salvarlo, Balmes falleció poco después en el Hospital Militar. Al día siguiente se celebró su sepelio, presidido por el propio Franco, que había acudido de la otra isla debidamente autorizado por el Gobierno. Aunque la muerte de Balmes fue un lamentable accidente, provocado por su manejo de la pistola apretando el cañón contra su propio cuerpo, resultó providencial, porque permitió que Franco pudiera tomar un avión inglés, el De Havilland 89, modelo Dragon Rapide, que había llegado a Las Palmas días antes. Con él se trasladó a Marruecos y se puso al frente del Ejército de África. La rebelión en el Protectorado ya tenía jefe. No tardaría en encontrarlo también la España nacional que luchaba por evitar que la patria cayera víctima de las asechanzas moscovitas.

Tal versión, declinada en diversas variantes desde 1936 y mantenida contra viento y marea hasta 2016, cuando se cumplió el 80.o aniversario del estallido de la guerra civil, e incluso hoy es rotunda y absolutamente falsa. No responde a los hechos. Se trata de una mera construcción ideológica justificativa. Exactamente del mismo tenor que la que subyace a la pena de muerte a que fue condenado el general Romerales:

 

Solo guiados por el más acendrado patriotismo y amor a la civilización, el diecisiete de julio pasado las fuerzas de la Circunscripción Oriental, ya de acuerdo con otras del Ejército Nacional, se lanzaron a salvar a la Patria ocupando los mandos civiles y militares en la mayor parte de las poblaciones, siendo detenidas sus primeras autoridades por tener ideas extremistas y contrarias al orden social y jurídico cuya defensa a todo trance deseaba sostener el Ejército para dar fin a la anarquía reinante.

 

Sin embargo, aquella interpretación sigue teniendo curso en una cierta subliteratura y en comentarios que aparecen, en general bajo seudónimos, en las redes sociales. Incluso hay historiadores destacados que defienden la tesis del accidente que sufrió Balmes. En esta obra mencionamos, por ejemplo, a un par de ellos. Uno civil y norteamericano. Otro militar y español. De periodistas y aficionados hemos hecho una cuidada selección.

En el presente libro se demostrará que la ocultada realidad es que Balmes no se mató, sino que lo mataron. Pondremos de manifiesto toda una serie de otros mitos mayores o menores que la historiografía crítica debe rechazar, algunos de los cuales ya fueron desmontados por Herbert R. Southworth en uno de sus imperecederos títulos. La rebelión de Franco no fue una respuesta al asesinato de Calvo Sotelo. Al contrario, fue minuciosamente planeada y, en sus rasgos generales, sincronizada con la que preparaba el general Mola. El futuro Caudillo ya había oteado un golpe de fuerza «legal» en febrero. Los preparativos para el «Alzamiento» dieron comienzo en marzo. Franco no entretuvo su tiempo de ocio en las islas —‌en lo que algunos incluso han descrito como su «destierro»— solo aprendiendo a jugar al golf y unos cuantos rudimentos de inglés. Lo utilizó también para establecer una red de conspiradores que desde Tenerife se expandió hacia Gran Canaria y con la cual rodeó a Balmes. La llegada, esperada con ansia, del Dragon Rapide fue parte esencial de ese mismo proyecto en el que Franco mantuvo hasta el último momento el contacto con la conspiración peninsular. Podría haberse ido a Marruecos desde Los Rodeos, pero se desplazó a Las Palmas. Los motivos que se adujeron en contra del primer aeródromo, y que continúan manejándose en la actualidad, son totalmente falsos y carentes de cualquier fundamento comparativo, técnico, geográfico o climático.

Esta es una investigación en la que nos hemos dado cita varios especialistas para poner al descubierto los rasgos que nos parecen más relevantes del comportamiento real del general Franco de cara a la rebelión y de las supercherías con que se encubrió su conducta. Entre ellos figuran su presunta reticencia a sumarse a los preparativos del golpe con su famosa carta a Casares Quiroga, presidente del Gobierno y ministro de la Guerra; su no menos famoso telegrama a Mola; el supuesto retraso con que voló a Tetuán, etc.

Nos centramos en una muerte que siempre fue sospechosa. Es un tema que en los últimos cinco años ha sido muy controvertido, en particular en las redes sociales. A tenor de lo previsto en el Código Penal y el de Justicia Militar vigentes en 1936, habría sido difícil considerarlo como un desgraciado accidente. Mostramos que Franco fue un hombre extremadamente meticuloso, frío, planificador, inductor intelectual y... agradecido. En la gran operación de ofuscación con que se rodeó la muerte de Balmes coadyuvaron generales, jefes, oficiales, suboficiales e incluso un mero soldado. Todos fueron recompensados, y las dádivas se manifestaron de forma varia, según empleos y responsabilidades.

Esta obra toma como punto de partida los esbozos efectuados por uno de nosotros en 2011 y ampliados en 2012. Decimos esbozos porque en aquellos trabajos la atención fundamental se centró en las responsabilidades británicas que hubieran podido ocultarse tras el viaje del avión a Canarias. Era la consecuencia lógica de un enfoque en el que se estudiaron los problemas que historiográficamente plantean los albores del proceso de internacionalización de la guerra de España, tras haber abordado los casos francés, nazi y soviético, y que poco después englobaría al fascista. El resultado mostró que dicho proceso de asalto a la legalidad republicana y de retracción de las democracias estaba preprogramado de manera parcial. Una buena parte de la derecha neofranquista sigue sin reconocerlo y con ello da buena muestra del tipo de quehacer historiográfico que preconiza.

La tesis que ligó el asesinato de Balmes al vuelo del Dragon Rapide suscitó cierta controversia. En 2015, un aficionado a la historia publicó una réplica. Con prudencia dejó de lado absolutamente todo lo que se refería a la aeronave —‌según él, un hidroavión— y sus circunstancias. Defendió, con nuevos documentos, la versión tradicional del accidente en un tono ácido y despectivo que ha hecho las delicias, no sorprendentemente, de la Fundación Nacional Francisco Franco y de algunos de los autores que con ella colaboran.

Tales documentos fueron las declaraciones del único testigo que presenció el suceso, un «informe de autopsia», que se elevó a la categoría de prueba irrebatible, y un conjunto de declaraciones de jefes y oficiales de la guarnición grancanaria donde se enfatizó que Balmes apoyaba activamente el «Glorioso Movimiento Nacional» y había fallecido «en acto de servicio».

Desde la primavera de 2015 varios medios de comunicación, y sobre todo numerosas cabeceras digitales, han expandido este tipo de afirmaciones. Con ocasión del 80.o aniversario del estallido de la sublevación, historiadores, y en especial publicistas de la derecha profranquista más extrema, alcanzaron el paroxismo al ensalzar las virtudes de tal investigación y la «ínfima» calidad profesional de quien había osado oponerse a la versión acuñada durante decenios por la dictadura. No sin insultos personales, como parece ser la tónica en tan denodados defensores de su «verdad» histórica.

Esta obra da una respuesta fundamentada. Solo especula sobre base documentada y no se pronuncia sobre si quizá a Balmes le hubiese aguardado un destino similar al de Romerales o al de jefes como los tenientes coroneles Alfonso López Vicencio y Julio Orts Flor, que intentaron cortar la rebelión en Sevilla. Con argumentos similares a los utilizados en el caso del primer teniente coronel:

 

Frente al estado de anarquía que dominaba en todo el territorio Nacional con manifiesta conculcación de todo régimen legal y civilizado, al asumir el Ejército el poder por el medio legítimo de la declaración del estado de guerra que anula toda autoridad civil cuyo imperio además estaba prostituido por el desorden y la subversión de todos los valores morales de la Sociedad, se ha constituido en el único Gobierno que puede salvar a la Patria interpretando sus destinos históricos y su necesidad de continuar su propia existencia amenazada.

 

Si esta auténtica basura se amontonó sobre quienes intentaron parar a Queipo de Llano, imagine el lector lo que se hubiera escrito en el caso de quien hubiese querido detener a Franco. El futuro Caudillo fue, sin embargo, mucho más sutil. Quien quita la ocasión, quita el peligro. Y el peligro, para él, era no poder tomar el Dragon Rapide para ponerse al frente de las huestes africanas, según el plan diseñado por Mola.

Así pues, nuestro objetivo es obvio. Esclarecido en la medida de lo posible el papel de las autoridades y de los servicios de inteligencia del Reino Unido en los prolegómenos de la rebelión militar, sobre todo en Canarias, nos concentramos ahora en la vertiente interna, estrictamente española. Si Balmes falleció a consecuencia de un accidente, su muerte no tiene significación especial, salvo que facilitó el traslado de Franco a Las Palmas. Algo que se ha reconocido siempre. Si, por el contrario, fue asesinado, el diagnóstico cambia de manera radical. El 16 de julio existía paz en España. Por consiguiente, antes de declarar de forma ilegal un estado de guerra en Canarias dos días más tarde, el comandante del archipiélago habría estado conectado con la suerte de un compañero a quien conocía bien.

Las cuestiones relevantes para los historiadores son, entre otras, las siguientes: ¿por qué?, ¿qué habría llevado al futuro Caudillo a estar interesado en la eliminación de Balmes por persona interpuesta?, ¿cómo se hizo?, ¿retrasó su fecha de salida del archipiélago? Lo que está en juego no es, ni más ni menos, que un elemento esencial para el juicio que la HISTORIA pueda seguir formulando sobre el dictador, en lo personal, en lo político y en lo militar. Al fin y al cabo, el proclamado Caudillo fue designado por sus huestes más fascistizadas como responsable únicamente ante Dios y ante la historia. No sabemos el juicio del Señor, pero sí podemos hacer algo para consolidar el enjuiciamiento histórico. Lo que pretendemos no es, ni más ni menos, que comprobar el sentido que Franco tenía de su honor, esa virtud militar tan admirable y tan apreciada. Eso sí, desde esta introducción, subrayamos nuestra felicitación más cordial al descubridor de aquellos nuevos documentos. Los contextualizamos en su propio marco, es decir, el canario y también en conexión con las relaciones entre Franco y Mola.

En resumen, se trata de un episodio que pone de relieve nuevas manifestaciones del lado más oscuro de Franco, en el que uno de nosotros ya identificó su escandaloso e inmoral comportamiento financiero en la guerra y la postguerra, amén de su avanzada capacidad camaleónica. En su conjunto constituyen facetas que, en nuestra modesta opinión, deberían tenerse en cuenta a la hora de situar la figura real de Franco en coordenadas históricamente congruentes con la evidencia primaria relevante de época.

Dado que el relato es negro, hemos seguido la técnica narrativa que nos parece más adecuada con el fin de atraer y retener en todo lo posible la atención del lector mediante una estructura en flashback. Partimos del aterrizaje del Dragon Rapide e iremos retrocediendo hasta la llegada de Franco a Canarias. La demostración de que Balmes fue asesinado se hará a medio camino. Para ello, seguimos dos de las más conocidas máximas del cardenal Mercier, primado de Bélgica: «La ciencia no es una acumulación de hechos, sino un sistema que abarca los hechos y sus relaciones mutuas», pero «los hechos son los hechos y basta que sean para merecer que se los estudie». Datan de 1891. Si acudimos a ellas es porque, precisamente en conexión con el tema de este trabajo, hemos tenido la ocasión de leer algunas páginas escritas por un sacerdote que, en la práctica, defiende lo contrario en el surco tan escasamente apegado a los «hechos» de la «Carta Colectiva» de 1937. No hay que parafrasear a Henry de Montherlant para saber que, cuando se piensa dar un golpe, es casi siempre conveniente acudir al apoyo de hombres piadosos.[1]

Desde este prólogo llamamos la atención del lector sobre ciertas lagunas existentes. Tras la muerte de Mola desaparecieron los papeles que conservaba, tanto sobre la conspiración como sobre el curso de la guerra hasta su accidente de aviación. La versión más común es que fueron a parar al Cuartel General. Jamás se ha hallado rastro de ellos. En los círculos de los investigadores interesados circulan rumores que apuntan en una determinada dirección. No se habrían esfumado. Cuando salgan a la luz —‌si es que salen—, quizá la conspiración que condujo al 18 de julio deba reescribirse. No hay historia definitiva y este libro no pretende serlo.

Hemos contraído grandes deudas de gratitud, en particular con la hija y la nieta del general Balmes, Julia Balmes Alonso-Villaverde y Pilar Arquer Balmes. Sin su apoyo poco de lo que hemos escrito hubiera sido posible. Merced a su autorización, hemos podido contrastar y analizar los documentos aparecidos en 2015. También damos las gracias a Raúl Renau y a Xulio García Bilbao, así como, muy encarecidamente, a los directores y personal de los Archivos Generales Militares de Ávila, Guadalajara y Segovia, Histórico del Aire y de la Dirección General de Personal (DIGENPER) del Ministerio de Defensa. Del mismo modo, a Manuel Melgar, Jesús Espinosa y María José Turrión, del CDMH de Salamanca. Todos ellos han suministrado una ayuda inapreciable.

Reconocemos el apoyo prestado por José A. Medina, presidente de la Fundación Juan Negrín, del ilustre jurista canario y vicepresidente de la misma, Eligio Hernández, y de Pedro Medina Sanabria. Este último nos ha proporcionado documentos de los archivos militares canarios y numerosas oportunidades de aclarar puntos oscuros, además de las extraídas de su blog, que constituye un portal de referencia. Los profesores José Miguel Pérez y, sobre todo, Juan José Díaz Benítez, de la Universidad de Las Palmas, nos han procurado datos de difícil localización. Juan José ha sido incansable a la hora de responder a nuestras preguntas y le debemos pistas fundamentales. Nuestro agradecimiento también al concejal Sergio Millares del Ayuntamiento de dicha ciudad, a Alexis Ravelo, cuya novela sobre los efectos de la sublevación en la isla de La Palma confirma muchas de las ideas que habíamos ido elaborando en este libro, y a Antonio Aguado por su ayuda y hospitalidad más que generosas.

Los aspectos referidos a la señora viuda del general Goded los hemos identificado gracias a la amabilidad del profesor Jacint Merino, gran conocedor de la rebelión en Barcelona, con la inestimable ayuda de uno de sus hijos, el exmagistrado del Tribunal Supremo don Manuel Goded. El profesor Enrique Berzal de la Rosa nos ha familiarizado con la literatura sobre la trama golpista en Valladolid. El profesor Mourad Zarrouk nos ha facilitado algunas informaciones preciosas. El doctorando Carlos Píriz, de la Universidad de Salamanca, ha tenido la paciencia de bucear en los archivos de la Universidad de Navarra en busca de claves, a la vez que preparaba su tesis sobre la quinta columna. Un agradecimiento especial corresponde a su director, el profesor Juan Andrés Blanco.

Hemos utilizado un trabajo del profesor Muñoz Bolaños que también puso en duda la tesis de que el general Balmes fuera víctima de un accidente totalmente incomprensible y adoptado en ocasiones su caracterización como mero «aficionado a la historia» del descubridor de los documentos que tanto han hecho salivar a la derecha profranquista. El periodista Javier Durán, de La Provincia, se ha hecho eco de nuestras investigaciones, por lo cual le estamos muy reconocidos. Hemos recurrido de forma sistemática a la biografía actualizada de Paul Preston, a quien debemos mucho más de lo que aparece en estas páginas.

María Isabel Carreira, directora de la Biblioteca de la Facultad de Geografía e Historia de la UCM, y su personal, en particular Carmen Martín Medina, nos han suministrado acceso a libros de los que no disponíamos. Luis Domínguez, de Marcial Pons, nos ha tenido al día de las novedades que iban saliendo. Aurelio Martín Nájera y su equipo del archivo de la Fundación Pablo Iglesias y Luis Castro Berrojo, en Burgos, han rastreado algunas pistas. Francisco Espinosa, gran conocedor de la represión en Sevilla y Extremadura, y bête noire de los historiadores profranquistas, no solo nos ha proporcionado datos de sumo interés, sino que hemos utilizado abundantemente algunos de sus libros fundamentales sobre la sangrienta represión post-18 de julio. También nos ha apoyado el profesor Francisco Moreno Gómez, ejemplar historiador de la represión franquista. El embajador Juan Antonio Yáñez-Barnuevo atrajo nuestra atención sobre ciertos puntos delicados. Los profesores Fernando Hernández Sánchez y Glicerio Sánchez Recio, de las universidades Autónoma de Madrid y de Alicante, respectivamente, tuvieron la amabilidad de leer un borrador de varios capítulos. Al profesor Ángel Luis López Villaverde, de la Universidad de Castilla-La Mancha, le corresponde el mérito de habernos proporcionado un libro basado en su tesis doctoral que nos ha permitido perfilar mejor algún episodio muy conocido, pero insuficientemente subrayado en cuanto a sus implicaciones para el tema objeto de este trabajo. Los capítulos referidos a la supuesta autopsia practicada al general Balmes los hemos cotejado con el doctor Valeriano Muñoz Hernández, en la actualidad jefe de la sección de Patología Forense del Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses de Toledo. Siempre es bueno, en temas médicos, buscar una segunda opinión.

Nuestro agradecimiento sobrepasa todo límite para con el también coronel y profesor Fernando Puell de la Villa, uno de los más destacados historiadores militares de España y actual presidente de la Asociación Española de Historia Militar (ASEHISMI). Tuvo la gentileza de leer de manera crítica varios de los capítulos de este libro que eran para nosotros los más complicados. Su incomparable conocimiento de las realidades del Ejército en la época de referencia nos ha evitado caer en errores que hubieran deslucido nuestra argumentación. Debemos subrayar la esencial aportación de uno de los penalistas madrileños más destacados, que ha leído desde el punto de vista jurídico los argumentos aducidos para presentar los círculos concéntricos entre los cuales puede figurar, en nuestra modesta opinión, la persona a la que Franco encargó la tarea de evitar que el general Balmes llegara a ser un obstáculo para la rebelión en Gran Canaria. Igualmente damos las gracias al profesor Javier García Fernández, implacable revisor y mejorador de los aspectos legales y legislativos que han debido aflorar en el texto. Otra persona ha preferido que no la identifiquemos. Todas estas y más colaboraciones, desinteresadas y amistosas, han permitido que el presente trabajo se haya enriquecido de forma considerable. La responsabilidad por los errores y carencias de que pueda adolecer es exclusivamente nuestra. No olvidamos a Juan José del Águila.

Quisiéramos indicar, para información del lector, que nuestra argumentación, aunque hace uso de fuentes del ciberespacio, tiene una orientación que discrepa de manera radical de mucho de lo que cabe encontrar en internet. Nos hemos abstenido de hacer el menor comentario a los innumerables errores que existen en las referencias de la red a los protagonistas de los episodios abordados en este libro y, en particular, en las de lengua inglesa, que son las que más hemos consultado. Incluso las en apariencia sólidas.

Por último, hemos de agradecer a Carmen Esteban y a Editorial Crítica su amable disposición a aceptar en principio la idea de este libro y a Laura Gamundí sus esfuerzos en prever la mayor cobertura mediática posible. Joaquín Arias ha revisado estilísticamente el producto y Raquel Reguera ha sido nuestra hada madrina a la hora de trasladar el manuscrito mejorado al libro final.

 

Bruselas-Madrid, septiembre de 2017

 

 

NOTA SOBRE TERMINOLOGÍA:

 

En consonancia con lo establecido en la Ley Orgánica 10/1995, BOE del 24 de noviembre, del actual Código Penal, utilizamos preferentemente el concepto de rebelión de forma muy parecida —‌con las naturales divergencias impuestas por el paso del tiempo y el orden constitucional— al que estaba tipificado en los arts. 238 a 244 del Código Penal vigente en los años treinta. Para evitar, en lo posible, pleonasmos, haremos también uso indistinto de los términos sublevación, golpe o insurrección.

 

 

 

NOTA A LA TERCERA EDICIÓN:

 

Se han eliminado varios gazapos de las precedentes ediciones, corregido un error fáctico sin importancia y completado el desciframiento del telegrama de «Para remachar: una comunicación cifrada de Yagüe», gracias a la amabilidad del señor Guy Atkinson. En «Una reflexión final» hemos añadido una referencia a las órdenes del general Varela para que se confeccionara el “expediente informativo” instruido por el coronel Figueroa. Agradecemos a Carlos Piriz el que nos la haya proporcionado.