Jalisco es el cuarto estado de la República Mexicana más poblado, con siete millones de habitantes. Su capital, Guadalajara, cobija a 1 495 000 personas y se posiciona como el cuarto lugar más religioso del país. Cada domingo, la Catedral Metropolitana y 472 templos más reciben a 90% de su población en misa. Sin embargo, a principios del siglo XIX, con la llegada del futbol a México, apareció una nueva creencia que se apoderó de todo el estado: el Rebaño Sagrado.

Hace 111 años, el catolicismo sufrió solo un cambio de forma, pues la pasión, los himnos, los cánticos, las banderas y las procesiones han seguido presentes. El templo se convirtió en una cancha y, en lugar de seguir a una sola figura, serían 11 los discípulos que la gente idolatraría. Aunque el futbol sea un deporte global, el Rebaño Sagrado se convirtió en el credo hecho por y para los mexicanos.

Los orígenes de este fenómeno datan de 1906 y la his-
toria comienza con un joven belga de 16 años que tenía en mente hacer algo grande. Su nombre era Edgar Everaert. Aunque su nacionalidad no era mexicana, su destino era llegar al país. En Brujas, Bélgica, conoció a Louis Gas, empresario francés y dueño de una empresa textil en Guadalajara, Jalisco, que vio cualidades emprendedoras por parte del joven y decidió ofrecerle un puesto; Everaert no lo pensó y emigró a América.

El 15 de septiembre de 1904, Everaert abordó uno de los primeros buques que dieron inicio a la red de transatlánticos con una línea regular entre Francia, Cuba y México: La Navarre. Diplomáticos, toreros, aristócratas y, sobre todo, jóvenes que querían evitar el servicio militar, fueron los personajes con los que el belga se encontró en su viaje.

A su llegada a México, Edgar quedó maravillado no solo con la oferta laboral que L. Gas y Cía. le había propuesto por 5 mil pesos mensuales como salario, además de vivienda y alimentación, sino porque el belga encontró en el territorio azteca una población que apenas veía cómo el futbol tomaba forma, pero que no la detenía para entenderlo y disfrutarlo.

Conforme pasaban sus días en el país, Everaert tenía ante sus ojos la gran expectación que el balompié estaba generando en el público y encontró a un compañero que compartía ese gusto por los deportes: el francés Calixto Gas, compañero de trabajo y con quien entabló una gran relación de amistad.

Estos dos personajes tenían un gran olfato para detectar oportunidades y, ante el furor que el futbol estaba generando en los mexicanos, visualizaron su propio proyecto; así, el 8 de mayo de 1906 fundaron el Union Football Club, primer conjunto tapatío.

Everaert encontró en este equipo un alivio a su nostalgia, pues extrañaba las costumbres de su lugar de nacimiento y sobre todo buscaba la manera de explotar lo aprendido en los colegios jesuitas de Bélgica, en donde no solo aprendió sobre ciencias e idiomas, sino también sobre el futbol que el Brugsche Football Club (hoy conocido como el FC Brujas) estaba desplegando en el continente europeo.

El joven belga tuvo contacto con los hermanos Rafael y Gregorio Orozco, dos terratenientes que, a pesar de tener una herencia, decidieron trabajar en las Fábricas de Francia. Edgar los invitó a participar en su club y los Orozco, entusiasmados, no dudaron en aceptar.

Enfundados en un uniforme blanco, Edgar Everaert, Calixto Gas, Gregorio Orozco, Max Georges Woog, Ernesto Caire, J. Bowmark, Esteban y Francisco Palomera, Alfonso Cervantes, Carlos D. Luna, Ramón Gómez Cruz, Augusto y Teissier, Julio Bidart, Luis Pellat, Pedro, Pablo y Juan OKellard, conformaron la primera plantilla bajo la dirección de Rafael Orozco; ahora lo que el equipo necesitaba era hacerse de un rival.

El club Union tuvo su primer santuario en terrenos baldíos de la colonia Moderna, muy cerca del centro de Guadalajara. Pero no eran los únicos que realizaban prácticas ahí, pues compartían actividades con un equipo de beisbol, cuyos jugadores a diario los observaban. Su curiosidad por saber más del deporte los llevó hasta Everaert, quien se encargó de explicarles todo lo relacionado al futbol.

Los beisbolistas se enfrascaron tanto en el deporte que formaron su propia escuadra: el Gimnasio Atlético Occidental. El técnico Rafael Orozco, al ver esto, supo que habían encontrado a buenos contrincantes para organizar un partido de debut. Días después, con una carta formal, el club Union los invitó a ser parte de la historia y a participar en el primer encuentro futbolístico; el Atlético aceptó el reto.

El Atlético Occidental se presentó ante el Union con Antonio y Luis Pérez Verdía, Modesto Barreto (considerado el hombre más fuerte de Guadalajara), Silvino Gutiérrez, Ignacio Calderón, Ignacio de la Cameral, Federico Ochoa, Adolfo Orozco, Ramón Camba y Alberto de la Mora. El encuentro tuvo muchas hostilidades, pues las reglas del juego no habían quedado del todo claras; sin embargo, Unión logró obtener su primera victoria.

IMPLEMENTACIÓN DE LA IDENTIDAD

Después de ese triunfo, el club Unión quería darse a conocer más y la llegada de un paquete que tenía como destinatario a Everaert fue lo que les ayudó a encontrar esa pieza que faltaba en el rompecabezas de identidad. El contenido de aquel cofre eran dos balones, un par de tacos y un regalo que el joven belga no esperaba: la playera con la que jugó en el colegio de los Javerianos de Brujas.

La prenda recaló en los sentimientos de Edgar y se dio cuenta de que el color blanco que su actual equipo portaba no lograba esa distinción que pretendía. Su eterno amor por la ciudad belga lo llevó a organizar votaciones para elegir su nueva piel; como la mayoría de la plantilla era de nacionalidad francesa, al ver que la propuesta de Everaert era un uniforme a rayas rojas con blanco y un pantaloncillo azul, aceptaron cambiarlo.

El fundador del equipo mató dos pájaros de un tiro: mantuvo contento a su equipo al hacerles pensar que el uniforme sería una representación a la bandera de Francia y, por otro lado, un poco más personal, mantuvo su fiel cariño por Brujas, pues el uniforme era una representación del escudo de armas de aquella ciudad belga.

Sin embargo, hubo una modificación que le dio sentido a la esencia del equipo. Everaert había realizado un viaje relámpago a Europa, en donde se dio cuenta de que los equipos que causaban más pasión eran aquellos que llevaban el nombre de la ciudad.

A su regreso a la capital tapatía, se encontró con la noticia de que Rafael Orozco había sido designado presidente del club, situación que no le molestó, y optó por darle ideas frescas al directivo. Cuando Everaert le comentó lo visto en el Viejo Continente, Orozco notó una gran iniciativa y oficializó el cambio de nombre el 26 de febrero de 1908; el equipo pasó a ser Guadalajara Football Club.

La plantilla continuó en crecimiento, pero para algunos jugadores las dos nuevas características no eran suficientes para comenzar a entablar su grandeza. Por eso, los mexicanos que integraban el equipo decidieron romper con la hegemonía de los extranjeros y llegaron a un acuerdo con los directivos para que los integrantes fueran en su mayoría nacionales.

La directiva aceptó y entonces el cuadro titular quedó conformado por Alfonso Cervantes, Miguel Murillo, Eugenio Charpenel, Carlos Luna, Adolfo Orozco, Zenén Orozco, Rafael Orozco, Max Woog, Agustín Arce, Gregorio Orozco y Joaquín Nieto. Además, se integraron personajes que con el tiempo fungirían como fundamentales; sus nombres eran Everardo Espinosa, José Fernando Espinosa, Guillermo Enríquez, Juan José Flores y Ángel Bolumar.

EL INICIO DE LA GRANDEZA

En 1908 comenzaron su época amateur, con elementos más sólidos que les permitieron ingresar a la liga tapatía de futbol. El Guadalajara tuvo un inicio triunfador: resistió y logró alzarse como bicampeón. Edgar Everaert se vio forzado a dejar el equipo en 1909, tras la muerte de su padre. Como un mal augurio de su salida, la buena racha terminó cuando apareció, en 1911, el Liceo para Varones, club con el que los rojiblancos tuvieron una dura rivalidad y con el que alternaron campeonatos en las siguientes tres temporadas.

En 1914 y en pleno auge de la Revolución Mexicana, la liga tapatía tuvo que parar actividades por dos años. Cuando decidieron volver a organizar los torneos, el Guadalajara se encontró con algunas sorpresas: en su intento por retomar la batuta de campeón, el Club Deportivo Colón los dejó con las ganas de coronarse. Además, en ese mismo torneo, conocieron al Atlas, un cuadro surgido en las élites jaliscienses.

Al Guadalajara, el poder adquisitivo de los rojinegros no le importaba; lo que quería era superarlos. El primer encuentro entre estos dos sentaría las bases de quién sería el dominador del torneo. Desafortunadamente, el conocimiento que el Atlas tenía sobre futbol era superior y vapulearon al Guadalajara por 18-0.

Los rojiblancos sufrieron humillaciones por cuatro años más al ver que el Atlas imponía su hegemonía y se coronaba campeón de 1917 a 1921. Fue hasta el año siguiente que el Guadalajara pudo retomar su solidez y por cuatro años consecutivos fueron, ahora ellos, los monarcas de la liga tapatía.

En 1923, la institución decidió hacer un cambio en la organización y volverse un club polideportivo; por lo que comenzaron a denominarse Club Deportivo Guadalajara.

Al parecer, los descalabros en la liga le pegaron tanto al Atlas que dejó que los rojiblancos y el Club Deportivo Nacional se adueñaran del torneo de 1926 a 1939, periodo en el que el Guadalajara consiguió seis títulos más.

Mientras eso sucedía en la Perla de Occidente, en la Ciudad de México la Liga Mayor de Futbol se llevaba a cabo con éxito y tenía como referentes al Club América (equipo fundado en 1916 por dos colegios maristas y que se había hecho de importancia al estar integrado por mexicanos), a Pachuca, Puebla, España de Veracruz y Orizaba; siendo el cuadro hidalguense, el más exitoso.

A pesar de que desde 1920 el futbol americano, en su forma amateur, reinaba en la capital del país con los equipos formados por la Universidad Nacional de México y el Club Deportivo Internacional y después con la conformación del equipo profesional de la UNAM y del Instituto Politécnico Nacional, el soccer tenía sus grandes adeptos.

Por ello, los directivos de la Liga Mayor de Futbol, con el fin de elevar la preferencia del público y al darse cuenta del nivel con el que las escuadras regionales contaban, decidieron invitar al circuito al Atlas, al Guadalajara y a la Selección Jalisco. Los tres clubes de occidente accedieron a participar; el Guadalajara culminó su estancia en la liga tapatía con 13 campeonatos; el Nacional con 7; el Atlas obtuvo 5; el Liceo de Varones, 3; el Oro cerró con 2 y el Deportivo Colón, Rastro y S.U.T.A.J solo registraron 1.

Además, los rojiblancos se retiraron con la insignia de ser un gran productor de campeones de goleo en distintas temporadas; Eugenio Charpenel (1908-09), Guillermo Enríquez Simoni (1909-10), Salvador Palafox (1910-11); Anastasio Prieto (1921-22 y 1922-23) y Salvador Suárez (1937-38) fueron los que representaron a la mejor artillería de Jalisco.

El Liceo de Varones solo logró colocar en la campaña 1912-13 y 1913-14 a Agustín Valenzuela y Daniel Benítez, respectivamente. Por parte del Atlas, Pedro Fernández del Valle destacó en la temporada 1918-19 y el Nacional solo vio florecer a Daniel Gómez en 1923-24.

En su época ya como profesionales, los nuevos invitados a la Liga Mayor cautivaron a propios y extraños con su manera de jugar, pero sobre todo porque se sabía de la rivalidad que había entre el Guadalajara y el Atlas, quienes ahora tendrían que medirse a otros contrincantes y de donde podrían florecer nuevos clásicos.

Las taquillas se abarrotaron por cientos de provincianos que estaban alojados en la ciudad. En 1943, la mítica Selección Jalisco desapareció por motivos desconocidos y dejó su lugar al Guadalajara, quienes sin problema alguno pudieron presentarse en su debut contra el Atlas en la Copa México con los colores rojo y blanco (mismos que también tenía el combinado de Jalisco).

El sistema de competencia incluía la participación de 12 clubes, que disputarían una fase de grupos; estos serían distribuidos en tres sectores dependiendo la región de donde provenían. En la campaña 1943-44 el grupo Este incluía a Veracruz, Asociación Deportiva Orizabeña (ADO), Moctezuma y Puebla. En el sector centro quedaron el Atlante, el España, el América, el Asturias y el Marte y en el grupo Oeste, el León, el Atlas y el Guadalajara lo conformaron.

Después de la fase de grupos, la eliminación sería directa, una regla que castigaba una mala tarde en una serie ida y vuelta de equipos grandes, o que podía llegar a beneficiar a un equipo recién llegado. Por lo anterior, era muy complicado que un conjunto pudiera coronarse en el circuito copero y en liga, situación que solo ocurrió en cinco ocasiones.

De aquel primer clásico tapatío en Copa México, el equipo, entonces dirigido por Fausto Prieto, perdió por marcador de 3-1, el único gol del Guadalajara fue de Manuel López. Los rojinegros lograron avanzar hasta semifinal al terminar la fase de grupos como líderes de su conglomerado con siete puntos derivados de tres triunfos y un empate. En la antesala de la final cayeron por 4-3 ante el Atlante y en el partido definitivo, los Potros de Hierro fueron goleados 2-6 por el Club España.

Aquella derrota rojiblanca ante el Atlas quitó del mando a Fausto Prieto y trajo al chileno Nemesio Tamayo, quien terminó por fijar la base del equipo: una plantilla integrada únicamente de jugadores mexicanos. La alineación quedó conformada por Esteban Pérez, José Gutiérrez, Rodolfo Hidalgo, Wintilio Lozano, Rafael Orozco, Victorino Vázquez, Teófilo García, Max Prieto, Pablo González, Luis Reyes y Manuel López.

Con esta nueva dirección y política dentro de sus filas, el 21 de octubre de 1943, el Guadalajara debutó oficialmente en la Liga Mayor con un contundente triunfo sobre el Atlante por 4-1. Aunque ese parecía ser un buen comienzo, sus primeros años como profesionales fueron difíciles y no tuvieron resultados trascendentes.

En la campaña 1943-44 culminaron el torneo en sexto lugar de la tabla con 16 puntos (ocho triunfos y 10 derrotas), 50 goles a favor y 51 en contra; muy lejos de los finalistas el España (campeón de copa) y el Asturias empatados a 27 unidades, siendo este último quien alzó el trofeo al ganar 4-1 sobre los españistas.

Al siguiente año, el torneo tuvo un poco más de productividad por parte de las escuadras. El Guadalajara bajó cuatro posiciones y se instaló en la número 10 con 21 unidades producto de seis victorias, nueve empates y nueve derrotas. Esta vez, el Club España no perdonó la derrota y demostró su gran poderío ofensivo al coronarse con 38 puntos cuando aún faltaban cuatro juegos del certamen, su rival más próximo era el Puebla que estaba abajo por ocho puntos.

La temporada 1945-46 no fue diferente para el conjunto rojiblanco. Los del Guadalajara no daban su mejor nivel. De hecho, eran blanco de burlas porque por cada gol anotado, recibían uno en contra. El equipo tapatío culminó el certamen con una posición aún más lejos de los primeros sitios; en el número 11 con 27 puntos de 60 posibles derivados de 11 triunfos, cinco empates, 14 derrotas. Pero lo que más destacó era la estadística de goles: 60 a favor y 64 en contra.

En esta campaña, el España no dio su mejor desempeño y descendió varias posiciones para ceder su lugar a dos equipos que dieron la sorpresa y establecieron nuevos récords de goleo. El Veracruz se coronó campeón de liga con 45 puntos y 105 tantos en puerta rival; el Atlante quedó subcampeón, pero se llevó el récord histórico al anotar 121 goles a sus rivales.

Para el colmo de males del Guadalajara, el Atlas se coronó ese año en la Copa México y se quedó con el Campeón de Campeones que disputó ante el Veracruz. Era claro que los rojiblancos tenían que componer el camino, pero no iba a ser nada fácil.

Los tapatíos en el certamen de 1946-47 volvieron a terminar en la onceava casilla de la tabla con 23 unidades (siete victorias, nueve empates y 12 derrotas); su problema ofensivo y defensivo seguía siendo un gran preocupante en sus filas, esta vez, fueron 58 goles a favor y 61 en contra. Este torneo vio al Atlante coronarse con 42 unidades, aunque el León estuvo a punto de pelearles el campeonato.

El Atlas culminó esa campaña en quinto lugar con 34 puntos y esa fue la punta de lanza para que el Guadalajara realizara el cambio en la directiva. Para 1947 decidieron relevar a Tamayo por el entrenador húngaro Jorge Orth, quien respetó la idea de contar con jugadores mexicanos, aunque prescindió de los más veteranos para darle paso a la juventud.

El técnico tuvo una relación más cercana con los futbolistas, confianza que se vería reflejada en el campo y les permitiría progresar en la Liga Mayor. Esa temporada le sirvió a Orth para conocer dentro del campo a sus jugadores, además de poder ver los puntos fuertes y débiles de sus rivales.

El Guadalajara terminó en onceavo lugar de nueva cuenta al sumar 25 puntos de nueve triunfos y siete empates. El León y el Oro se enfrascaron en la serie de desempate por el título al cerrar con 36 unidades cada uno; el partido fue muy cerrado y culminó en un 0-0. Días después se decidió que jugarían un segundo duelo, la victoria definitiva fue para la Fiera por 2-0.

El verdadero cambio para los rojiblancos llegó en la temporada 1948-49. El Guadalajara recaló en el torneo y subió hasta la tercera posición al sumar 38 unidades, empatado con su rival regional el Atlas. Los conjuntos tapatíos pudieron haberle peleado el título al León, que sumó 39 unidades, pero los del Guanajuato estaban en su mejor momento y no solo se llevaron el bicampeonato liguero, sino que confirmaron el doblete al ganar también la Copa México.

En el que, sin saberlo, sería el último certamen conocido como Liga Mayor, el Guadalajara, aunque llegó con la emoción de lo logrado anteriormente, no pudo despegar de buena forma y culminó la campaña 1949-50 en la doceava posición con 22 puntos. En aquella ocasión, el Veracruz y el Atlante volvieron a encontrarse en la pelea por el campeonato, al desplazar al tercer lugar al León, que quería hacerse de su tercer título; pero fueron los jarochos quienes se coronaron en ese último formato de Liga Mayor.

A pesar del bajón futbolístico, la confianza y el acercamiento que Orth tuvo con el Guadalajara les permitió crear un mejor sistema de juego, estudiar táctica, reforzar la defensiva y afinar la puntería en línea final. Orth, previo a cada partido y en cada entrenamiento, se hizo de un lema que quedó en la mente de los jugadores: «Lucharemos por conquistar nuestro primer campeonato, y si no llegara a ser así, será porque Dios no quiere; pero cuando yo muera y ustedes sean campeones, ¡porque habrán de serlo!, quiero que al partido siguiente salgan con un listoncito negro».

En 1950, la Liga Mayor cambió su nombre a Primera División y a partir de ese momento la historia del Club Deportivo Guadalajara iría en ascenso.

LA MARCA BELGA

Esta marca que en un futuro el conjunto rojiblanco iba a dejar en la historia del balompié mexicano, no hubiera sido posible de no ser por aquel joven belga de 16 años que soñaba con hacer algo grande en su vida y qué mejor que haberlo logrado en algo que él amaba: el futbol.

Edgar Everaert logró que los jaliscienses entendieran y amaran este deporte. A pesar de que el padre del Guadalajara dejó el país para regresar a su ciudad natal y fundar la Cámara de Comercio de Bélgica, nunca le perdió la pista a su «bebé».

Es por eso que en el año de 1956, Antonio Levy, entonces presidente del equipo tapatío, lo invitó a visitar el país para rendir un homenaje en su honor con motivo de los primeros 50 años de nacimiento del Rebaño Sagrado. La capital jalisciense lo recibió con bombos y platillos, el gobierno le otorgó la medalla de «Ciudadano distinguido» para honrarlo como fundador del Club Deportivo Guadalajara.

Al año siguiente, Everaert falleció a causa del cáncer, en la delegación Coyoacán de la Ciudad de México. Hay algo de lo que el empresario belga debe sentirse orgulloso: ese pequeño proyecto personal, en la actualidad es uno de los clubes más importantes del país.