MATRIMONIO POR CONVENIENCIA

Geografía es destino”. Esta frase, atribuida a Napoleón, se ajusta a la compleja vecindad entre México, Cuba y Estados Unidos.

Los dos primeros tienen similar condición geográfica: son las fronteras de América Latina con Estados Unidos. Ello ha marcado su agenda bilateral: ambos, México y Cuba, se han necesitado mutuamente para equilibrar sus respectivas relaciones con el poderoso vecino que comparten.

Estados Unidos, por su parte, ha ajustado su política hacia la región en función de las características de los regímenes imperantes en estos dos países de su frontera sur, así como en relación con las posiciones de cooperación o confrontación con Washington que estos han manifestado en distintos periodos históricos.

Se ha establecido, así, una especie de relación triangular en la que, de algún modo, los tres países conocen las reglas del juego y los márgenes de maniobra, y de la que todos intentan sacar provecho.

Ello fue particularmente claro a partir de que la Revolución cubana se declaró socialista a principios de los años sesenta, y hasta la caída del Muro de Berlín, en 1989, y el colapso de la Unión Soviética, en 1991.

Durante ese periodo, el régimen del PRI y el de Castro—ambos con sistemas políticos verticales, con fuerte control político y social, con partidos de Estado, o casi de Estado, basados en organizaciones de masas— mantuvieron relaciones estables y de apoyo mutuo.

Lo anterior no significó la ausencia de incidentes que tensaron o enfriaron dichas relaciones. Dos ejemplos: en 1969 el gobierno de Fidel Castro acusó al diplomático mexicano Humberto Carrillo Colón, agregado de prensa de la embajada de México en La Habana, de ser espía de la CIA. Un año antes, funcionarios de la administración de Gustavo Díaz Ordaz señalaron que el movimiento estudiantil del 68 estaba infiltrado por “agentes” cubanos.

Pese a este tipo de incidentes, México y Cuba nunca pusieron en entredicho la estabilidad de sus relaciones bilaterales ni dejaron de prodigarse respaldo mutuo.

¿Por qué los presidentes priistas en turno —algunos como Díaz Ordaz, que no comulgaban con el socialismo o el comunismo— mantuvieron una relación cordial con Cuba?

Por un acuerdo básicamente tácito: para los gobernantes mexicanos era preferible tener en Cuba un régimen socialista y enfrentado a Estados Unidos, que un gobierno dependiente y sujeto al poder de Washington. En términos geográficos, si Cuba fuera un protectorado de Estados Unidos, México tendría un brazo norteamericano en el Golfo de México. Escomo si el “imperio” abrazara al país y lo copara.

Convertida Cuba en carta de equilibrio frente a Estados Unidos, la relación de los gobiernos del PRI con el régimen de Fidel Castro se ajustó muy bien al discurso del nacionalismo revolucionario. De hecho, la política exterior mexicana encontró en la solidaridad con la Revolución cubana un símbolo de independencia frente a Estados Unidos. La expresión más socorrida de ello fue la oposición de México a la expulsión de Cuba de la Organización de Estados Americanos (OEA) en 1962, y la decisión de mantener las relaciones con el gobierno de Castro en contra de la prohibición explícita establecida en la resolución que la propia OEA emitió en 1964.1

Más aún, el apoyo a la Revolución cubana aplacó a la izquierda mexicana que entonces profesaba un apoyo irrestricto al gobierno de Castro, a quien consideraba su principal referente internacional. Incluso, mientras el régimen cubano propició, entrenó y financió a las guerrillas de los países del continente, con México no lo hizo. Y en medio de la efervescencia revolucionaria de los años sesenta y setenta, los gobiernos priistas lo agradecieron y aprovecharon: pudieron aplicar con relativa facilidad la llamada “guerra sucia” en contra de los “movimientos subversivos”. Otro quizá hubiera sido el destino de guerrillas como la de Lucio Cabañas en Guerrero, o de la Liga 23 de Septiembre en las zonas urbanas, si hubieran contado con el apoyo del régimen cubano. Las guerrillas mexicanas hubieran obtenido dinero, armas, entrenamiento y una salida internacional que hubiera roto su aislamiento.

Cierto es que en la primera mitad de los años setenta unos 50 integrantes de varios grupos guerrilleros mexicanos estuvieron exiliados en Cuba —de la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria (ACNR), de La Liga de los Comunistas Armados, de las Fuerzas Revolucionarias Armadas del Pueblo (FRAP), del Movimiento Armado del Pueblo (MAR), del Frente Urbano Zapatista (FUZ), y del Ejército de Liberación Nacional (ELN)—, pero lo hicieron debido a un acuerdo explícito de los gobiernos de Castro y Luis Echeverría para tenerlos controlados.

A diferencia de otros guerrilleros exiliados del continente—como los del FSLN de Nicaragua; del M-19 de Colombia, o del MIR de Chile—, los mexicanos nunca pudieron organizarse para regresar a su país a luchar por sus ideales. No lo hicieron simplemente porque el gobierno cubano no los dejó. Varios de esos exiliados todavía recuerdan que cuando “visitantes importantes” llegaban a La Habana —como Leonid Brezhnev de la Unión Soviética o el propio presidente Echeverría—, oficiales de Seguridad del Estado cubano llevaban de paseo a los guerrilleros mexicanos a otros lugares de la isla, o simplemente eran detenidos en casas de seguridad.

En el contexto de la Guerra Fría, también el régimen de Fidel Castro sacaba provecho de esa relación triangular: sabía que mientras miraba hacia la Unión Soviética y Europa del Este —de cuyo campo era dependiente en sus relaciones políticas y económicas— habría a sus espaldas una política de contención ante Estados Unidos aplicada por México, uno de los hermanos mayores de los países de América Latina.

Así, las relaciones entre los gobiernos de México y Cuba fueron de apoyo mutuo basadas en el principio básico de no intervención: a diferencia de lo que ocurría con otros países de la región, Cuba no apoyó movimientos revolucionarios internos en México, al tiempo que los gobiernos del PRI nunca cuestionaron públicamente la ausencia de democracia y las violaciones a los derechos humanos en la isla, y tampoco lanzaron o apoyaron iniciativas sobre Cuba relacionadas con estos temas. Ello contrastó con las posiciones críticas y el activismo internacional que México desplegó contra regímenesdictatoriales de derecha, como el de Augusto Pinochet en Chile, o el de Anastasio Somoza en Nicaragua.

En los hechos, entre México y Cuba hubo una especie de matrimonio por conveniencia, donde las diferencias ideológicas eran apartadas en aras de preservar sus respectivos intereses, tanto internos como de política exterior. Y en este último punto, ambos tomaban decisiones mirando al norte: Estados Unidos.

Sin embargo, documentos estadunidenses desclasificados en la última década2 muestran que la solidaridad y el apoyo de México a la Revolución cubana tenían sus límites. En momentos de definiciones ineludibles que ponían a México en la disyuntiva de decidirse a favor de La Habana o Washington, los gobiernos del PRI optaron por este último.

Por ejemplo, durante la Crisis de los Misiles en 1962, México votó a favor de la resolución de la OEA que pedía el desmantelamiento y retiro de las armas nucleares soviéticas desplegadas en Cuba. México, que iba a abstenerse en la votación, dio su apoyo a la resolución después de que el entonces secretario de Estado de Estados Unidos, Dean Rusk, le recordó al embajador de México en Washington, Antonio Carrillo Flores, que el presidente Adolfo López Mateos se había comprometido ante el mandatario estadunidense, John F. Kennedy, a que en caso de un conflicto que pusiera en peligro la seguridad de Estados Unidos, México“cubriría sus espaldas”.

En la lógica de la relación triangular, Washington, por su parte, también obtenía ventajas: Enfrentado al hecho consumado de tener a 145 kilómetros de sus costas una revolución socialista que era apoyada por la Unión Soviética, aprovechó la interlocución privilegiada que los gobiernos priistas tenían con Fidel Castro: México fue en distintos momentos un mediador eficaz y discreto para resolver conflictos puntuales entre La Habana y Washington. En situaciones muy específicas, a través de México se triangularon mensajes diplomáticos, y el país prestó su territorio para reuniones secretas entre funcionarios cubanos y estadunidenses.

Así sucedió, por ejemplo, en 1978, durante la administración de James Carter, cuando funcionarios del Departamento de Estado y del gobierno cubano se reunieron en un hotel de la ciudad de Cuernavaca para discutir la presencia de los cubanos en África; o la reunión secreta entre el subsecretario de Estado, Alexander Haig, y el vicepresidente cubano, Carlos Rafael Rodríguez, en noviembre de 1981 en la casa del entonces canciller mexicano Jorge Castañeda de la Rosa, padre de Jorge Castañeda Gutman.3

Más aún, documentos estadunidenses desclasificados por Kate Doyle, investigadora de The National Security Archive, señalan que en 1964, cuando la OEA solicitó a los países de la región romper relaciones con Cuba, México se negó a hacerlo no solo por un asunto de soberanía sino porque el gobierno de López Mateos así lo había acordado con el gobierno de Lyndon B. Johnson, pues a Washington le convenía tener a México como interlocutor confiable de los cubanos, al tiempo que consideraba “útil” tener en la isla una “embajada amiga” (la de México) que pudiera operar in situy le proveyera de información.4

Además, la Dirección Federal de Seguridad de México—encabezada durante décadas por un amigo de Fidel Castro, Fernando Gutiérrez Barrios— hacía un seguimiento riguroso de funcionarios y diplomáticos cubanos que se encontraban en México o que visitaban el país. Esta información la compartía con la CIA y el FBI. Igualmente, los servicios de inteligencia mexicanos cooperaron con la CIA para intervenir los teléfonos de la embajada cubana y los domicilios del personal diplomático de la isla.5

Al parecer, Castro siempre supo cómo actuaban los gobiernos mexicanos, pero los dividendos geopolíticos de una buena relación eran mayores que los de la confrontación.

En suma, durante tres décadas y hasta el fin de la Guerra Fría, la relación trilateral se mantuvo estable y los tres países actuaron en función de reglas del juego y márgenes de maniobra claramente establecidos.

CAMBIO DE COORDENADAS

Sin embargo, a principios de los años noventa hubo cambios en el mundo, y dentro de Cuba y México, que fueron modificando las coordenadas de esa relación triangular.

Tres de esos cambios fueron fundamentales:

1. La caída del Muro de Berlín, en 1989, y el colapso de la Unión Soviética, en 1991, provocaron que Cuba perdiera el papel estratégico que tuvo durante la Guerra Fría. La isla no fue más un factor en el equilibrio geopolítico en el diferendo Este-Oeste. En un mundo unipolar, con la superpotencia ganadora de la Guerra Fría enfrente, Cuba se vio en principio aislada y en bancarrota.

2. En 1994 México suscribió con Estados Unidos y Canadá el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y con ello amarró su destino inmediato a un proceso de integración regional del que Cuba —en razón de su diferendo con Washington— quedó excluida. El TLCAN hizo aún más imbricadas las relaciones económicas y políticas de México con Estados Unidos en demérito de las relaciones con América Latina y en particular con Cuba.

En los hechos, México resintió la pérdida del peso específico de Cuba en el mundo a la hora de buscar equilibrios en su relación con Estados Unidos. Al mismo tiempo, Cuba resintió el, a su juicio, excesivo acercamiento de México con Washington a partir del TLCAN.

3. México y Cuba sufrieron distintos cambios internos y con diferente velocidad. Durante los años noventa el presidencialismo —puntal del sistema político mexicano— se diluyó, y las instituciones del país evolucionaron hacia un modelo más abierto y democrático. Inició así una transición difícil, llena de altibajos y trompicones, inacabada y plagada de riesgos, pero transición al fin.

Como parte de esa transición, México realizó ajustes en su política exterior, sobre todo después de que el Partido Acción Nacional (PAN) ganó en 2000 las elecciones presidenciales e incorporó en su agenda dos temas sumamente espinosos para el régimen cubano: democracia y derechos humanos.

En Cuba, por el contrario, los cambios fueron mínimos y sumamente lentos durante la década de los noventa. Las reformas económicas aplicadas a principios de esa década —apertura a la inversión extranjera, autorización del trabajo por cuenta propia, descentralización de la economía, mercado libre para productos del campo, etcétera— fueron tímidas y el gobierno las congeló unos años después.

En lo político, Fidel Castro mantuvo inalterable el sistema de partido único con organizaciones de masas; reafirmó el carácter socialista de la Revolución, y marginó toda voz y grupo que disintiera del discurso y de las prácticas oficiales.

Así, distintos cambios internos y a distinta velocidad en Cuba y en México terminaron por provocar tensiones y choques en la agenda bilateral.

LA AUSENCIA DE FIDEL

Pero si en los años noventa la relación trilateral sufrió cambios sustanciales, en la primera década del siglo XXI estos fueron dramáticos, al grado de que las reglas del juego se transformaron de manera radical. Las coordenadas, entonces, son ahora muy distintas y obligan a México a tomar en cuentamúltiples factores a la hora de mirar esta relación trilateral. Entre esos factores enumeraría los siguientes:

1. Fidel Castro ha abandonado gradualmente el poder en Cuba. Su retiro temporal por motivos de salud en julio de 2006, su renuncia a la presidencia del Consejo de Estado y al cargo de Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas en febrero de 2008, y su salida definitiva como Primer Secretario del Partido Comunista en abril de 2011, afincaron la percepción de que ya no regresará al poder y de que una nueva etapa ha comenzado en la isla.

El salto a esa etapa no fue lo tormentoso que muchos temieron o presagiaron: su hermano Raúl Castro recibió el poder sin sobresaltos; las instituciones mantuvieron su funcionamiento; la élite política mostró cohesión interna y capacidad para administrar cambios; no hubo signos evidentes de tensión social. Esa sensación de estabilidad apuntaló la percepción de que había ya un nuevo gobierno y un nuevo estilode gobernar.

Como en política las percepciones son también realidades, el gobierno de Raúl Castro supo desde el principio lanzar con claridad un mensaje que se posicionó dentro y fuera de la isla: solo las instituciones de la Revolución podían llenar el vacío dejado por Fidel Castro; solo las instituciones de la Revolución garantizan la estabilidad política y social que tanto interesa a Washington, a México y al resto de la comunidad internacional; solo las instituciones de la Revolución pueden controlar cualquier proceso, sea de continuidad o cambio, y solo el gobierno de la Revolución es el interlocutor paranegociar cualquier tema futuro, ya sea con Washington, Bruselas o El Vaticano.

En realidad, el gobierno de Raúl Castro solo parece aceptar dentro de la isla como interlocutor válido a la Iglesia Católica —que en los últimos años ha desempeñado un papel mediador con la disidencia interna y con la comunidad internacional—, pero no parece tener intención alguna de incluir en cualquier proceso futuro a otros actores cubanos: ni a la disidencia interna ni a las embrionarias ONG ni a las organizaciones de la diáspora cubana.

2. Apremiado por una persistente crisis económica que dura ya décadas, el gobierno de Raúl Castro ha impulsado una serie de medidas que intentan dinamizar sus sectores productivos y de servicios y hacer un Estado más eficiente: fusionó ministerios; redujo las plantillas de trabajadores (de lo cual no escapó ni el Comité Central del Partido Comunista); entregó en usufructo tierras ociosas a los campesinos; eliminó subsidios (entre ellos el que permitía mantener la simbólica libreta de racionamiento); quitó trabas a los topes salariales; autorizó el pluriempleo y el cobro de honorarios a partir de resultados; amplió a 178 las actividades privadas, etcétera.

Igualmente, eliminó una serie de prohibiciones que provocaban irritación en los ciudadanos de la isla, como negarles el ingreso a hoteles de turismo, o ponerles trabas para adquirir teléfonos celulares o que no pudieran comprar o vender de manera directa sus autos y viviendas, o que fuera obligatorio pedir “permiso desalida” para viajar al extranjero.

Sin embargo, estas reformas no son estructurales ni ponen en peligro el control de Estado sobre la economía y la sociedad ni, mucho menos, cuestionan el sistema de partido único que el gobierno de la isla se empeña en mantener.

En realidad, buena parte del debate entre los “cubanólogos” ha girado en torno a una pregunta hasta el momento sin respuesta: ¿las reformas que impulsa Raúl Castro propiciarán a mediano plazo una transición del sistema político o, por el contrario, solamente lo legitimarán y permitirán su continuidad?

En el fondo, la élite política cubana se debate desde hace años en un dilema: cómo realizar profundas reformas económicas sin que ello implique que la Revolución pierda sus rasgos socialistas, ni mucho menos conlleve que el grupo en el poder pierda el control político.

Evidentemente, la élite política cubana no ha resuelto dicho dilema. Y ello explica en parte que sus reformas económicas sean tímidas y que las apliqueen forma gradual y cautelosa.

3. Una eventual transición en Cuba enfrenta dos retos: la renovación generacional de la élite política y el establecimiento de una cultura democrática en la mayoría de la población.

Sobre el primer punto, desde que Raúl Castro tomó el poder de manera interina en 2006, ha removido a medio centenar de funcionarios y dirigentes políticos de alto nivel. Al principio dichas remociones no implicaron una renovación generacional en las principales posiciones del poder. Los cuadros jóvenesque la Revolución formó se mantuvieron en segunda o tercera línea.

En los hechos, Raúl Castro reforzó la presencia en los Consejos de Estado y de Ministros y en la dirección del Partido Comunista de miembros de la vieja guardia, cuyo promedio de edad era de 80 años, y colocó en posiciones claves a militares de alto rango que le eran cercanos.

La defenestración en marzo de 2009 del vicepresidente Carlos Lage (quien fue el artífice de la reforma económica iniciada en 1993) y del canciller Felipe Pérez Roque —ambos considerados relevos naturales en el liderazgo del país— reforzaron la percepción de que la vieja guardia no estaba dispuesta a entregar la estafeta del poder.

Sin embargo, el 24 de febrero de 2013, durante el inicio de una nueva legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular (ANPP), ocurrieron tres hechos que avivaron las esperanzas de renovación generacional en la élite política de la isla:

Primero. Raúl Castro fue reelegido como presidente de los consejos de Estado y de Ministros para un segundo mandato de cinco años, pero ahí mismo anunció que se retiraría del poder al concluir dicho periodo, en 2018.

Segundo. La ANPP eligió a Miguel Díaz-Canel como vicepresidente primero de los consejos de Estado y de Ministros, convirtiéndose de inmediato no solo en el número dos del poder en la isla, sino en el eventual sucesor de Raúl Castro, de acuerdo con las normas y las prácticas de la política cubana. Díaz-Canel —ingenieroen electrónica que en ese momento tenía 52 años— sustituyó a un hombre de la vieja guardia, José Ramón Machado Ventura, de 82 años. Si en efecto sustituye a Raúl Castro en 2018, Díaz-Canel se convertiría en el primer civil en asumir la presidencia del país en una etapa pos Castro.

Tercero. La ANPP eligió a los 31 miembros del Consejo de Estado y con ello realizó una renovación generacional en dicho órgano del poder en la isla: el promedio de edad de sus integrantes, que era de 70 años, se redujo a 57 años.

Y todo ello ocurrió ante la presencia del líder máximo de la Revolución, Fidel Castro, quien de manera extraordinaria asistió a la sesión de la ANPP como para refrendar públicamente que dichos cambios contaban con su aval.

Respecto al punto del establecimiento de una cultura democrática, Cuba enfrenta un problema: esta es escasa en la mayoría de su población.

Acostumbrados a la “línea” del partido, amplios sectores sociales adolecen de una cultura cívica para el diálogo o la tolerancia, para la búsqueda de consensos y la toma de decisiones colectivas. Otros sectores practican una doble moral: lo que dicen públicamente de la Revolución es distinto de lo que realmente piensan y expresan en privado. Otros más sufren una alienación política: saturados de los discursos oficiales, de esa politización extrema que inunda todos los aspectos de la vida cotidiana, se muestran apáticos o indiferentes ante el devenir de su país. No parece importarles. Muchos de estos son jóvenes que huyen de cualquierresponsabilidad social o política. No apoyan al régimen, tampoco lo enfrentan; simplemente evaden hasta donde les es posible sus convocatorias y sus ritos.

Esa apatía dificulta el crecimiento de una sociedad civil sana y responsable, necesaria para transitar a un sistema democrático. Sin una sociedad civil fuerte, una eventual transición a la democracia correría el riesgo de ser ficticia. Implicaría el regreso a lo que hubo antes del triunfo de la de la Revolución: la “politiquería” de partidos no representativos de la sociedad. Eso sería una involución y no el deseado salto hacia el futuro.

4. El nuevo contexto internacional ha hecho que Cuba esté lejos de ser una prioridad de la política exterior de Washington, y gradualmente ha dejado de serlo en materia de política electoral, pues en la medida en que el régimen de la isla deja de ser percibido como “un peligro” para la seguridad de Estados Unidos, se debilitan las posiciones radicales anticastristas de las organizaciones de Florida, y se reduce la capacidad de cabildeo que estas despliegan en el Congreso estadunidense. Hace rato que Cuba no es tema importante ni en la Casa Blanca ni en el Capitolio.

También se debe considerar que el exilio cubano en Estados Unidos ya no es lo que era. Las recientes oleadas migratorias y nuevas generaciones de cubanos nacidos en Estados Unidos han cambiado la composición y la actitud de este exilio. Para la mayoría de los emigrados, por ejemplo, su familia en la isla está por encima de las consideraciones políticas. Las organizaciones moderadas, con enfoques novedosos yrealistas, ganan poco a poco terreno sobre las tradicionales. Y sin embargo, estas enfrentan un doble reto: lograr una interlocución firme con el régimen de la Revolución y sacar el tema Cuba de la agenda electoral estadunidense.

5. A diferencia de lo que ocurrió a principios de los noventa —cuando la isla sufrió los efectos de la caída del Muro de Berlín y del colapso de la Unión Soviética—, el régimen cubano no está aislado: mantiene relaciones bilaterales con la mayoría de las naciones del mundo y participa activamente en diversos organismos multilaterales, en los que conserva un poder relativo de influencia.

En América Latina —su espacio natural—, Cuba es miembro de diversos mecanismos de integración regional, entre ellos el Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe (SELA), la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI), la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), la Asociación de Estados del Caribe, y la recién formada Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). Si no ha reingresado a la Organización de Estados Americanos (OEA), de la que fue expulsada en 1962, es más por falta de voluntad política del gobierno de la isla que por un veto real, pues en junio de 2009, durante la trigésima novena asamblea general de cancilleres, estos anularon la resolución que excluía a Cuba del organismo regional.

Cuba, además, ha sido beneficiaria de la ola de triunfos electorales de la izquierda en el continente. Ha encontrado en la región nuevos aliados políticos yeconómicos, los cuales —particularmente los países del ALBA, pero también Brasil— pueden jugar un papel de acompañamiento en cualquier proceso de transición en la isla.

Al respecto, al iniciar 2014 la coyuntura internacional era favorable para el gobierno de Raúl Castro: Washington —pese a mantener el embargo económico contra la isla— no atizaba el diferendo bilateral con La Habana; la Unión Europea se preparaba para eliminar la llamada Posición Común que desde 1996 condiciona el diálogo institucional con el régimen cubano a avances en materia de derechos humanos y libertades civiles en la isla, y el gobierno de Raúl Castro se esmeraba en cuidar sus relaciones con todas las naciones de la región. Por ejemplo, a diferencia de los países del ALBA, no hostigó a la Alianza del Pacífico e invitó a empresarios de países que suscriben este acuerdo (Chile, Perú, Colombia y México) a invertir en la zona franca que se construye en el puerto cubano de El Mariel. Igualmente, a diferencia del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, Raúl Castro desestimó las acusaciones de fraude que lanzó uno de sus aliados, José Manuel Zelaya, en las elecciones hondureñas de 2013 que dieron el triunfó al candidato oficialista, Juan Orlando Hernández, a quien incluso el mandatario cubano le envió una carta de felicitación.

Más aún, Raúl Castro fue un excelente anfitrión delos mandatarios latinoamericanos y caribeños que se reunieron en La Habana del 28 al 30 de enero de 2014 con motivo de la Cumbre de la CELAC, que el gobierno de la isla presidía. En el marco de dicho evento, afianzó eldiálogo político con la mayoría de los países de la región—México incluido— y, todavía más, amarró convenios de comercio e inversión con Chile, Perú, Colombia, México, y sobre todo Brasil, cuya presidenta, Dilma Rousseff, inauguró las obras de la zona franca en el puerto El Mariel, construido por la compañía brasileña Odebrecht con una inversión de 1 092 millones de dólares.

Además, para México parece claro un hecho: si requiere fortalecer sus relaciones con América Latina para equilibrar la relación con Washington, debe tener presente que el reencuentro con varios países del sur del continente es más fácil si antes lo hay con Cuba. Suena ilógico mantener buenas relaciones con los “chicos duros del barrio” —Venezuela, Ecuador y Bolivia, por ejemplo—, sin arreglar antes las diferencias heredadas por los gobiernos panistas con el referente moral deesos países: Cuba.

6. Fidel Castro consideró que el gobierno de Ernesto Zedillo, y sobre todo el de Vicente Fox, habían roto el acuerdo tácito de no intervención en los asuntos internos de la isla. Desde su punto de vista, los contactos de funcionarios mexicanos con la disidencia violentaban el principio de no intervención, y el voto mexicano a favor de resoluciones sobre Cuba en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU en Ginebra hacían el juego al enemigo, Estados Unidos, en su propósito de subvertir la Revolución.

A partir de ello, el régimen de La Habana aprovechó la apertura democrática en México para cabildear en favor de sus intereses con distintos actores de lapolítica de este país. Si durante décadas el ejecutivo mexicano fue su interlocutor privilegiado y prácticamente exclusivo, en el sexenio de Vicente Fox le sacó jugo a una red de contactos que había tejido desde las administraciones de Carlos Salinas y Ernesto Zedillo: líderes de partidos de oposición, legisladores, dirigentes sindicales, intelectuales y periodistas. Con ellos selló alianzas y estableció compromisos. Castro pudo movilizarlos para frenar iniciativas que, a su juicio, afectaban los intereses de su país. Estos, por su parte, utilizaron el tema de Cuba para saldar cuentas o cobrar facturas políticas al gobierno de Fox, y en particular a su canciller, Jorge Castañeda. En los hechos, Castro se coló en la agenda interna de México e intervino —a veces veladamente, a veces no tanto— en asuntos que competían exclusivamente a los mexicanos. Hizo pagar caro al gobierno de Fox la osadía de querer cambiar la tradicional política exterior de México hacia la isla.

Pero esto duró poco. Para fines de esa misma década la red de los “amigos de Cuba” se había diluido. El poder simbólico de la Revolución y de su máximo líder —ya retirado del poder— se había desgastado. Fidel Castro ya no sacudía las conciencias de la mayoría de los mexicanos. Los signos han sido elocuentes. Sirvan de ejemplo dos de ellos:

• Cuando en mayo de 2009 apareció el brote epidémico de la influenza AH1N1, Cuba canceló los vuelos de México y sometió a los turistas provenientes de este país a un estricto control epidemiológico. El gobierno mexicano presentó una nota diplomática deprotesta, y el presidente Felipe Calderón dijo por televisión en tono campechano que como Cuba había cancelado los vuelos a lo mejor ya no podía realizar la visita a la isla que había anunciado.

Fidel Castro tronó. El 11 de mayo, desde su habitual columna Reflexiones del compañero Fidel, acusó al gobierno mexicano de ocultar información sobre la epidemia para no afectar la visita del presidente de Estados Unidos, Barack Obama. Castro intentó con ello colarse de nuevo en el debate interno que había en la prensa y en otros sectores del país, consistente en si la administración de Calderón actuó a tiempo y de manera transparente y responsable ante el brote del virus AH1N1. Intentaba, además, acentuar la desconfianza en una población de suyo escéptica a las explicaciones oficiales.

Pero la estrategia de Fidel para colarse en el debate interno de México no dio resultado y más bien fue contraproducente. Para los seguidores mexicanos del líder revolucionario era difícil defender la cancelación de vuelos y el “seguimiento epidemiológico” a que fueron sometidos en Cuba ciudadanos procedentes de México. Dirigentes y legisladores de diferentes partidos —incluidos el PRI y el PRD— censuraron las medidas cubanas. No era lo mismo pelearse con Fox y su canciller, Castañeda, que afectar a ciudadanos mexicanos bajo la sospecha de que podrían estar infectados.

Luego, los ataques de Fidel al gobierno de Calderón fueron duramente criticados por la mayoría de los articulistas y analistas mexicanos. Por primera vez, en el ánimo nacional Fidel fue percibido comoun personaje ajeno a lo que verdaderamente preocupaba: la emergencia sanitaria.

• El 12 y el 13 de agosto de 2010 Fidel Castro publicó el texto El gigante de las siete leguas. Ahí halagó abiertamente a Andrés Manuel López Obrador a propósito de su libro La mafia que se adueñó de México. Era la primera vez que Fidel Castro se pronunciaba abiertamente por un precandidato de la izquierda mexicana, pues su aliado histórico siempre había sido el PRI. (Incluso, en ese artículo rompió públicamente con Carlos Salinas de Gortari, y como de pasada dijo que Calderón no había ganado las elecciones de 2006.)

En un breve comunicado López Obrador agradeció los comentarios de Castro, de quien dijo: “Estemos de acuerdo o no con sus ideas y con su práctica política, es sin duda uno de los más importantes dirigentes del mundo”. Pero López Obrador fue cuidadoso: no se apoyó en los halagos del líder cubano para promocionar su candidatura, lo que hubiera sido natural en otro tiempo para un aspirante de izquierda. La razón: a estas alturas, Fidel Castro no suma votos en México, los resta.

“RELANZAMIENTO BILATERAL

Como se mencionó, Cuba dejó definitivamente de jugar el papel geopolítico clave que tuvo durante la Guerra Fría y perdió peso específico en el mundo. Esto lo ha resentido México a la hora de buscar un equilibrio con Estados Unidos.

Pero también ha ocurrido al revés: Cuba ha resentido la debilidad institucional que México ha padecido en los últimos años y que ha reducido sus márgenes de maniobra en política exterior, en particular frente a Estados Unidos.

Los altibajos en las relaciones entre México y Cuba han debilitado la fuerte interlocución que se dispensaron en otras décadas, lo que a su vez lo ha sentido Estados Unidos, que ha recurrido a otros países —como Brasil— a la hora de buscar triangular una interlocución con La Habana.

Pero el hecho de que Cuba no sea más un factor de equilibrio —o que lo sea de manera débil— con Estados Unidos no implica que México se desentienda de la isla. Es su tercera frontera, y para bien o para mal lo que suceda en la nación caribeña terminará por afectarle. Por ejemplo, una eventual inestabilidad en Cuba —posibilidad que los analistas ven lejana, pero que no se animan a descartar del todo— provocaría un éxodo de balseros que recalaría también en las costas de Yucatán; un eventual levantamiento del embargo estadunidense —posibilidad que los analistas ven igualmente lejana, pero no imposible— pondría a Varadero en franca competencia con la Riviera Maya por el turismo estadunidense.

En función de sus intereses, México no debe estar de espaldas a Cuba, y menos en los momentos en que esta se juega su futuro. El gobierno mexicano —cualquiera que sea su signo— debe recuperar la interlocución con el régimen de la isla, lo que le permitiría tener capacidad de influencia para, de manera eventual, mediar entre el gobierno y otros actores cubanos: la disidencia, el exilio, la Iglesia; o para lanzar una iniciativa regional que impida a otros países, en particular Estados Unidos, imponer “un cambio de régimen” o un “gobierno a modo” en la nación caribeña. Es decir, Méxicono debe ser un espectador pasivo de un proceso interno en Cuba que le va a afectar en el futuro. Requiere acompañar dicho proceso para que, en principio, el resultado de este sea en función de lo que los propios cubanos decidan, y no consecuencia de una imposición de Washington, o de los deseos revanchistas del exilio anticastrista.

Debido a su vecindad geográfica, a México le conviene que Cuba sea un país democrático, respetuoso de los derechos humanos y próspero; un país que de manera natural participe de los intercambios financieros, comerciales y de inversión que hoy se dan en el mundo. Pero también, debido a esa vecindad, le conviene que Cuba sea una nación independiente y soberana con la que pueda compartir principios políticos y defender intereses comunes.

Para México esto implica el diseño de una política hacia la isla que pueda compaginar los intereses económicos y políticos, con los valores de una nación democrática que ha incorporado de manera inevitable el respeto a los derechos humanos.

¿El gobierno de Enrique Peña Nieto, del PRI —partido que históricamente ha sido aliado del régimen de los hermanos Castro—, busca ese equilibrio de intereses y valores en su relación con Cuba?

La respuesta es tajante y decepcionante: no.

Durante el viaje que el presidente Peña Nieto realizó a Cuba en febrero de 2014 para “relanzar” las relaciones entre las dos naciones, el tema de la democracia y los derechos humanos no solo quedó fuera de la agenda de su visita oficial, sino de la agenda bilateral. El argumento: México no discute a nivel bilateral el tema de los derechos humanos; estos los defiende en los organismos internacionales y enlas distintas convenciones en la materia, según comentó al autor de este libro una fuente de la Cancillería mexicana.

En los hechos, el “relanzamiento” de las relaciones de México con Cuba se circunscribe, en principio, al ámbito económico: el 1 de noviembre de 2013, durante la visita que realizó a la Ciudad de México una delegación de diez funcionarios de alto nivel del régimen cubano —encabezada por el canciller de la isla, Bruno Rodríguez—, ambos gobiernos firmaron ocho “instrumentos” en materia de comercio, inversión y cooperación, los cuales “actualizaron el marco jurídico” de la relación bilateral.

De esos “instrumentos jurídicos” destacan:

• El incremento de 20.7 millones a 27.7 millones de dólares de una línea de crédito que otorga Bancomext a empresas mexicanas que estén interesadas en exportar productos a Cuba o importarlos de la isla.

• La ampliación del Acuerdo de Complementación Económica —conocido como ACE-51— que permite reducir aranceles y otorgar facilidades aduaneras a más de dos mil productos de ambos países, entre ellos bienes cubanos como ron, tabaco, medicamentos, aparatos médicos, productos agroindustriales y químicos.

• Un tratado de extradición que actualiza el firmado por los dos países en 1925, así como otro tratado de asistencia jurídica mutua en materia penal.

• Un acuerdo de cooperación en materia turística que permitirá, por ejemplo, lanzar proyectos “multidestino” que abarquen lugares de playa o coloniales de ambos países.

Sin embargo, el acuerdo más significativo fue la reestructuración de la deuda cubana, que ascendía a 470 millones de dólares. Como parte de ello, México condonó 70% de dicha deuda y estableció un periodo de diez años para el pago del 30% restante.

¿A cambio de qué se le condonó la deuda a Cuba?

De acuerdo con fuentes de la Cancillería mexicana, el gobierno de Peña Nieto se dio cuenta de que Cuba no tenía capacidad de pago y que México, como país acreedor, no iba a recuperar el monto de esa deuda, la que, además, “se había convertido en un tema irritante en la relación bilateral”. Ante esa situación era preferible “entrar en una negociación” con el gobierno cubano en la que este asumiera compromisos reales de pago.

Es decir, no fue una jugada política con el propósito de obtener en el futuro alguna ventaja estratégica en la relación bilateral, sino puro pragmatismo económico de corto plazo.

LAS HERRAMIENTAS DEL OFICIO

Los factores abordados anteriormente muestran la complejidad de la relación trilateral entre México, Cuba y Estados Unidos; evidencian también la importancia para México el considerar este enfoque a la hora de tomar decisiones que involucren a sus dos vecinos, enfrentados por un añejo diferendo que dura ya más de medio siglo.

Este libro tiene el propósito de asomarse a tres momentos históricos posteriores a la Guerra Fría en los que se ha manifestado dicha relación trilateral; o, para decirlo de otra manera, pretende reconstruir tres episodios enlos que se han visto involucrados México, Cuba y Estados Unidos. Dicha reconstrucción se hace teniendo siempre en cuenta que existe una relación trilateral; bajo ese prisma se desgranan datos, se consignan hechos y se narran escenas y diálogos.

Así, el primer capítulo aborda la llamada Crisis de los Balseros de 1994 y la mediación que realizó el presidente mexicano Carlos Salinas de Gortari entre los gobiernos de Bill Clinton y Fidel Castro para lograr los llamados Acuerdos de Nueva York en materia migratoria.

El capítulo segundo narra la crisis diplomática entre México y Cuba en 2002, desatada tras el abrupto abandono de Fidel Castro de la Conferencia Internacional para la Financiación del Desarrollo, que se celebró en marzo de ese año en la ciudad de Monterrey. Fue una crisis en apariencia de carácter bilateral entre los gobiernos de Vicente Fox y Fidel Castro, pero en los hechos —como se verá en este libro— estuvo marcada por la presencia y la actuación del gobierno de George W. Bush.

El tercer capítulo trata sobre las negociaciones y las comunicaciones “triangulares” que culminaron en octubre de 2008 con la firma del Memorándum de Entendimiento en Materia Migratoria México-Cuba, por medio del cual se frenó, así fuera parcialmente, la inmigración ilegal de cubanos que utilizan México como territorio de paso para llegar a Estados Unidos.

Es pertinente aclarar que la tesis de la relación trilateral no es del autor de este libro. A ella se han referido de manera directa o indirecta muchos diplomáticos y académicos. El autor la utilizó para enfocar su investigación y para plasmar sus resultados.

Igualmente, para reconstruir los tres episodios arriba señalados el autor recurrió a las herramientas del oficio periodístico: declaraciones, entrevistas, testimonios, libros, documentos y sus propias vivencias. Su contenido, por tanto, se ciñe básicamente a la información; es decir, al hecho consumado, a la opinión pertinente, a la descripción precisa y al dato concreto —sea este público y verificable, o inédito y revelador— obtenido en el trajín de un reportero.

Con base en ello, no espere el lector en adelante tesis académicas sobre geopolítica ni recetas políticas sobre lo que México debe hacer o dejar de hacer en sus relaciones con Washington y La Habana; tampoco existe, por tanto, espacio en este libro para las teorías de la conspiración.


NOTAS

1 En realidad, en la VIII Reunión de Ministros de Relaciones Exteriores celebrada en enero de 1962 en Punta del Este, México se abstuvo en la votación de expulsar a Cuba, pero en su discurso el canciller mexicano Manuel Tello Barraud dejó en claro que la posición mexicana era similar a la establecida en la resolución del organismo: que el marxismo-leninismo adoptado por Cuba era incompatible con los principios democráticos de la OEA. La diplomacia mexicana logró un complicado equilibrio entre reafirmar los principios de la OEA —y con ello deslindarse del régimen cubano— , al tiempo que se opuso a cualquier medida de intervencionismo. Ello, al parecer, satisfizo tanto a La Habana como a Washington.

2 Al respecto pueden consultarse las investigaciones de Ana Covarrubias: “Las relaciones México-Cuba 1959-2010”, en Historia de las relaciones internacionales de México, 1821-2010, Mercedes Vega, coordinadora. Tomo 3, Caribe, Secretaría de Relaciones Exteriores, Dirección General del Acervo Histórico Diplomático, México, 2011 pp. 126237; y Kate Doyle: Double dealing. Mexico’s foreign policy toward Cuba, The National Security Archive, March 2003, http://www.gwu.edu/~nsarchiv/NSAEBB/NSAEBB83/ press.htm (consultado en mayo de 2012).

3 Peter Kornbluh, William Leogrande, “La Habana-Washington: México, mediador oficioso”, Revista Proceso No. 1680, 11 de enero de 2009. pp. 46-49.

4 Kate Doyle, Double dealing. Mexico’s foreign policy toward Cuba, op. cit. Otros autores se han referido a estos documentos, entre ellos, Ana Covarrubias, “Las relaciones…”, op. cit., pp. 131-149; y Peter Kornbluh, William Leogrande, “La HabanaWashington: …”, op. cit. pp. 46-49.

5 Información al respecto se puede encontrar en Ana Covarrubias, “Las relaciones…”, op. cit., pp.159-161; en Alan Riding, Vecinos distantes. Un retrato de los mexicanos, México, Ed. Joaquín Mortiz, 1985, pp. 408 y 585; y en Philip Agee, Inside de Company. Diary of an ex CIA agent, Londres, Penguin, 1975, pp. 525-531..